Para muchos es una vergüenza que el idioma se transforme en algo así. Es como un vehículo mal aparcado, yendo por la vía adecuada hasta que llega el bache, para el pertinente coscorrón. Con frecuencia es causa de que el partidario del estilo lance una mirada irreproducible al ejerciente, en defensa de la estética del idioma nada más, y no como una mera pose patriotera, buscando ser peor que quien está encantado con envidiar al idioma de ese modo, haciéndole pensar a su lector que es un patinador artístico deseando soltarle en cualquier lado. También es una tontería, salvo por dinero, la diferencia de géneros, alusiva al médico o la médico, al juez o la juez, al poeta o la poetisa. En efecto lo que nunca plantea discusión es el código penal, donde la palabra reo siempre está en masculino, sin que nadie nunca se haya ofendido por ello. Existe además la manía de nombrar el género simultáneo, como queriendo que todo el mundo quepa en el texto, como si la familia del autor, por no hacerlo, estuviera muriendo. Para delatar tal absurdo se puede situar de ejemplo a Fidel Castro, el líder político cubano, que solía emplear cuatro horas en sus alocuciones públicas. Sería agotador, para estar de acuerdo con todo el mundo, que fuesen ocho y ocha, añadiendo y añadienda, para quedar contentos y contentas con el modo de vampirizar el talento. Se trata de una inocente trampa de ratón, a la espera de que alguien pique el queso y que abandone el cauce adecuado. Suele ser manía habitual para textos administrativos, delatando quizá algún síntoma extraño de índole siquiátrica antes que un favor a la sociedad.
-Por favor, Pérez. Además de Pérez, no se olvide de poner peras.
Uno de los mejores recursos está basado en la novela negra. Se trata del sospechoso falso del texto, que a veces aparece por casualidad. En una rueda de prensa consistiría en decir nada más que está mal puesto un cuadro, para llegar entero al final desviando la atención, haciendo sospechar que puede caer de un momento a otro. Se podría mencionar que el pomo de la puerta de la sala suele chirriar, haciendo sospechar que ocurrirá en el momento cumbre. El sospechoso verdadero de la novela negra demoraría la debelación del asesino, es decir, que si hubiera un escalón en la rueda prensa, se diría que el protagonista llegó con un zapato desabrochado, un detalle sin importancia que jamás nadie comprobará y que permitirá darle valor a la narración, poniéndole al lector un sonajero en el oído, haciéndole pensar en la obviedad del tropezón. El periodista aprovechará la distracción para cobrar ventaja, al objeto de hacer imprevisible el final. Durante un concierto hablaría de la lumbalgia de un bailador, fastidiándole en el momento inoportuno. Asimismo una mosca en un restorán serviría para contarlo entero, mientras se para en varios sitios, haciendo sospechar que caerá en el punto final.
Suele afear un texto, sobre todo en la portada, el empleo de exclamaciones e interrogantes, más característicos de la oratoria y el teatro. Por otro lado, es pueril el diseño de una portada dramática de colorines, pareciendo una oferta del supermercado, denotando que el diseñador desconoce el equilibrio de colores, para lo cual le vendría bien pintar. Una portada que realmente tenga algo que decir no emplea tantos elementos. Por otro lado, los paréntesis, que parecen un susurro de almohada, tienen alguna ventaja, la de advertir que el periodista ha situado la silla en el lugar de los hechos, como por ejemplo cuando un hombre que llega a la oficina, buenos días, saluda a sus compañeros y cierra la puerta. Es como hablar en el alma de un corredor, yo llegar, dirigiéndose a la meta a calzón quitado. El mejor ejemplo del paréntesis ocurre en la novela El Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez, donde los diálogos se mezclan en el decurso habitual, imbricados en la torrencialidad literaria, sin interjecciones ni apartes, y logrando además que cada uno se corresponda, con grande talento, con la sicología de cada personaje. La noticia, se dirá finalmente, se produzca o no, ocurrirá de todas formas. Quiere ello decir que la noticia es la visión de un profesional.
"Un periódico -como dijo Henry Fielding-, sea como sea, lleva siempre la misma cantidad de palabras".
La frase parece que alude al encuentro que en ocasiones es fallido, puede que con un empresario, como le ocurrió en cierta ocasión a dos periodistas, a los que una mañana citó en su despacho. Ellos estaban pendientes de una noticia y le habían reservado desde hacía días una página, y faltaba poco el cierre. Entonces el empresario manifestó que no había noticia, alusiva a dos importantes sectores empresariales que negociaban en ese instante. Por lo tanto, el riesgo era que una de las páginas saliera en blanco, cosa que hubiera solventado el periodismo satírico con facilidad, demostrando su valor aristocrático.
"Vierta aquí sus lágrimas un instante, querido lector", hubiera titulado.
Si el empresario hubiese tenido un jefe de prensa hubiera estado de acuerdo con los periodistas, cuando alegaron que la noticia existía de todos modos.
"Acuerdo entre dos importantes sectores empresariales", hubiera sido el titular esperado.
Sin embargo, solamente era necesario cambiar una sola palabra, dejando el resto igual.
"Sin acuerdo entre dos importantes sectores empresariales".
De no haber existido ni así, la narración hubiera contado el despacho, el clima de la mañana, el ladrido de un perro en la distancia, un trozo de estiércol en la punta del zapato, un pestiño a medio acabar en un plato, una libreta con números de teléfono, un lápiz gastado manchado de carmín, así como dos gabardinas colgando en el perchero. De no haber habido bastante se podía seguir con una persecución de pasillos, con el cuervo de Edgar Allan Poe observando atentamente al empresario desde la ventana, cantando nevermore. Así pues un profesional, de haberse tratado de la suspensión de un concierto multitudinario, acabaría dándolo en su página.
Una posición maximalista de índole económica impide restregarle al vecino lo a gusto que vivimos
Un ejemplo de noticia inexistente ocurrió una tarde con Pascualino. Le habían dicho que en el parque tendría lugar un acontecimiento importante. Iniciamos el olfateo una hora antes, a las cinco de la tarde de una tarde de verano calurosa. Nunca me quedó claro adónde me llevaba, y tampoco supe qué cosa tan urgente merecía aquella prisa, pues soy de los que piensan que este es el único oficio que permite ganarse la vida contando los macarrones. Al parecer se trataba de que la actriz Paloma Zoco anunciaba ante la prensa los nuevos modelos de bañeras turcas, o algo así. Avanzábamos por las calles como dispuestos a follarnos a las personas vivas, en una de las cuales tuvimos que parar por encontrarnos con amigos que nos reconocieron. Estaban tomando el sol a gusto en la terraza de una cafetería, platicando con el café. Durante un instante parecíamos dos peonzas enredados a diestra y siniestra, estrechando manos fervientes y amistosas, saludando aquí y allá, pensando que el tiempo se nos echaba encima. De repente nos conocía todo el mundo allí. Alguno quería invitar a tomar algo, pero teníamos que salir pitando, sin un vehículo a la mano. En resumen conocimos a un tenor, a dos abuelas tirando de un canasto, así como un constructor que ofreciendo su tarjeta, motivo por el cual hubo que desplazarse a la oficina, justo enfrente, donde sí daban ganas de quedarse, porque había aire acondicionado. En la terraza estaba también Antonio El Bombardino, durmiendo en una silla, soñando bajo el sol con la armónica del Oeste, a punto de sufrir una insolación. Bombardino, con unas gafas puestas, fue de siempre un hombre calvo y cuando le saludé despertó chamullando algo ininteligible, providencialmente, cuando su cabeza estaba a punto de ser el lugar donde los vaqueros de Río Grande hervirían la sopa, junto al carromato, entonando el glisando del banjo.
Cuando por fin salimos de la emboscada, fuimos de una acera a otra vadeando el tráfico, sin saludar a nadie más. Una vez en el parque, al borde de la carbonatación, miramos a un lado y a otro por si éramos asaltados por los vampiros más guapos de Hollywood. No había nadie en absoluto y se escuchaban las cigarras a lo lejos, cayendo el sol a mares. En el sendero de la izquierda se oía la grava bajo las suelas. Confié en que Pascualino supiera dónde era la cita y durante la pesada búsqueda me dejé llevar. A la derecha había dos estatuas monumentales de bronce, con dos hombres alargando la mano, como jugando a los chinos. No había rastro de bañeras por ninguna parte, ni nadie allí tenía pinta de ser una actriz. Tampoco podía decirse, de no ser una presentación, que la cosa tuviera que ver con alguna concentración de moteros. Pudiera ser que la prisa anotando los datos impidiera a Pascualino concretar nada más. Teniendo en cuenta aquella rampa, quizá se trataba todo de un concierto de raperos o de una exhibición de rampadores de patín. Pudiera ser que la hora fuese en sí misma la cierta, y que la actriz, oculta por un árbol, comentara su último rodaje.
Al menos me complací observando el perfecto estado de la floresta. Pascualino, en cambio, se fijó a su edad en los columpios, haciendo una de sus disquisiciones nostálgicas sobre la infancia. Era como si estuviera declarando que andaba preocupado por hacerse viejo. Yo, por otro lado, estaba malo de los huesos, y con aquel calor realmente apetecía muy poco lanzarse por el tentador tobogán. Había también un balancín encantador de muelles, y más allá la divertida pirámide de cuerdas, adecuada a cierta edad para quedarse colgado en ella jugando a siniestros con hierros retorcidos. Volteamos el garbeo por la ladera de arriba, bicheando la arboleda, en una fragancia fresca de ficus y pinos, con una pareja de jóvenes sentada en un banco, cuando el esclavo ibérico del amor freía un pavo con la amada. En cambio, en el banco contiguo había un solitario, platicando solo en el vapor de la tarde, como uno de esos pasajeros del metro en las grandes ciudades, mirando el verde por si aparecía un elfo. Se trataba de que estaba hablando por un auricular puesto en la oreja. Más allá, bajo la umbría de los árboles, un grupo de poetas echados en el césped componía versos a favor de la brisa. Tampoco eran los protagonistas de la noticia, y finalmente nos marchamos a buscarla en otro sitio, concretamente al mesón Antequera, en la avenida Cuevas, bajo la hélice del palmeral, donde nos esperaban dos cervezas heladas.
El tráfago de la avenida a esas horas era el habitual, como un mecanismo de muslos en corriente alterna. El teléfono de Pascualino comenzó entonces a sonar, con algunas preguntas dentro interesadas en las estadísticas del aperitivo. El camarero puso un platito de pollo a la brasa, en tanto el dueño, Antonio Antequera, pasaba la tarde quieto discretamente atrás, en la esquina, como un embalsamado, viendo pasar a la gente, recitando un cigarro con lentitud. Pascualino se levantó un instante para acudir adentro a atender una llamada. Yo, en cambio, permanecí a la expectativa, poniéndome la cerveza a la altura de los ojos, observando el placer a la vista. Allá, en una fachada, había teléfonos de alquiler, y entonces quise charlar con Antonio, silencioso en la esquina, con el cogote recién afeitado. A él los números debieron parecerle el índice de precios al consumo, porque solamente pronunció una palabra.
–Crisis -, dijo de repente, con sequedad.
Después lo dijo de nuevo, enardecido, asintiendo con la cabeza.
-Sí hay crisis.
No dijo nada más. Se quedó un rato murmurando para sí mismo las diferentes formas de decirlo: estamos en crisis, la crisis es mala, hay gente pasándolo mal. Las moscas estaban pegadas a la ventana esperando su oportunidad, y los cubos de basura invitaban a lanzarse dentro de puro aburrimiento. Silencioso en la esquina, impertérrito, parecía resistirse a comparecer realmente, mirando el fondo de inversión de aquellos vivérridos muslos que pasaban. Las fachadas se alzaban en el perdido aplauso del atasco, y a la sintonía se añadió la máquina de pimball, a la que jugaba Pascualino, sonando como una caja registradora, como en el Money de Pink Floid. Era fácil imaginar cómo estaba procediendo, sometiéndola primero a un acoso pélvico al acercarse la bola, efectuando a continuación el contoneo de rigor, para salvarla con el clásico arreón salvaje, cumpliendo a su manera con la otra característica del periodismo: la de no darse por vencido jamás. Una bonita señorita, atragantada de calor, enseñaba el trasero por un lado, situándose pronto en la vertical, y después lejos de la visual, tras los pilares, hiriente de rugidos el atardecer. Después apareció otra, guitarrizando el ritmo, con todo el mundo dándole caladas truculentas al cigarro.
-Hay crisis -, se oyó detrás, con fiereza.
Asomó una más, que llevaba tatuado el muslo con una cifra multiorgásmica, quizá el número de zancadas por minuto que era capaz de dar hasta perderse en lontananza.
"¡Estamos en crisis, sí es cierto!", parecían decir los hombres.
Durante el partido de tenis hubo un grupo de señores enfrente, tomando también una cerveza de bar. Desde entonces la lucha visual entre ambos sectores fue feroz, pues ellos también atendían a la crisis. En el letrero con teléfonos de los balcones de alquiler las miradas querían ver nuevas cifras per cápita. Durante un espejismo descendió el hombre que trapeaba los cristales de la fachada, abandonando un pedo entre dos vecinas absortas, pidiendo una fanta fresca, como Spiderman. Después subió rápidamente, dejándolas abajo preguntándose qué pasaba. Una vez que sedujo a la máquina de pinball, Pascualino se asomó a la puerta, oyendo el latido callejero, pasando las mujeres a toda prisa con un pensamiento malévolo, que cobraba cuerpo en el subterráneo de la ciudad, donde de repente pareció oírse algo así:
-¡¡Quiero follarte, guapa!!
Sin duda pudo ser el alcantarillero, asomando la cabeza tras el rugido de la arqueta, en tanto Antonio, el dueño del mesón, permanecía hierático aún.
-Estamos en crisis -, murmuró de nuevo, sin moverse ni un centímetro de la esquina, asintiendo con la cabeza.- Sí es cierto.
Caía pan con rayos equis desde el cielo, sobre un calor de perros. Después murmuró algo más sobre pitotes, pero no se le entendió nada. Yo, entretanto, me bebía la cerveza. La última vez que le observé, estaba punto de caerse al suelo con un saco de sueño. Sin embargo, lo impidieron aquellos dos chiquillos, a la sazón sus nietos, recién llegados con su madre, guapa, broncínea, sensual, dócil de andares, conservando, pese a la maternidad, toda la rabia de su atractivo juvenil. Los niños irrumpieron por debajo de las mesas, el uno conduciendo una moto y el más pequeño agarrándose a una pata, entrenándose como un peatón para evitar el atropello. Antonio saludó a su hija y regresó a la esquina. A lo largo de la avenida, con su aliento caluroso, continuaba circulando el vivérrido glúteo de la economía.
Recuerdo que antaño, en la Universidad, a mí me gustaba seguirlos. Me gustaba seguir los mejores glúteos de la ciudad, que me permitía pasear entretenido por las calles, tomándolas al azar, siguiendo al mejor una vez y otra. Había que decidir, en un cruce igualado, cuál de todos era el aliciente más lebrero. Por lo tanto, hablar de mí era hablar de olfato. Puedo decir que los mejores glúteos que jamás vi fueron en Málaga, de gran potrera caballar, hechos a porfía en el gimnasio, mambeando bajo una ligera falda del color de la carne. Así fue como aquel día llegué a la estación de autobuses, tras lo cual acabé persiguiendo otros muy distintos, estando en la taquilla sacando el boleto, oyendo que allá le robaban el bolso a una señora, cosa que me obligó a salir detrás. Él individuo corría que se las pelaba, pero le seguí por varias calles, echando el quilo, aunque sin el bonito aliciente anterior, que quedó desde entonces instalado en mi particular museo de recuerdos.
"¿Hablar del otoño? ¿Ya? ¿Por qué?", me dije de pronto, pensando que teníamos pendiente un artículo.
El sonajero carnal calentó a trancadas la avenida. El paisaje indicaba que los supermercados estaban repletos, con catorce marcas de cereales en las estanterías, cosa que hacía imposible tomarse en serio la crisis. Tan sólo de mantequilla había quince marcas, así como otras quince de lubricantes para puertas y paseatas. En cuanto a panes, como podía verse en las bolsas que lucían las señoras, los había todas clases, de variada forma, a cuál de ellas más caprichosa, como aquella en forma de caballito de mar, quizá un desliz del panadero queriendo salir del horno rememorando un poco la playa. Los coches circulantes eran asimismo de gran calidad, uno de ellos señorial y reluciente, aparcando en ese momento en la acera de enfrente, con una mujer dentro maniobrando la eslora, encajando a la perfección las ruedas en el bordillo. Si la crisis fuese cierta, el hecho de conducir sería una necesidad menor. La calidad del coche indicaba que había dinero suficiente. De no ser así mostraría aboyaduras vengativas, y los pedigüeños en las calles robarían bocadillos, no conformes con pedir simplemente monedas. También eran de gran formato los demás vehículos, acompañados en el arcén por motos de poderosa cilindrada. También había una demografía equiparable de calzados variados. Hablar de crisis, por lo tanto, era una exageración, a menos que fuese un desliz de la bebida.
-Es la crisis -, dijo él en la esquina, con cierta tristeza, echándose a un lado
Había pantalones de colores y amapolas de gran marca en las camisolas. La crisis de verdad estaba en Angola. En Angola la mitad de Angola usaba las sandalias que la otra mitad de Angola tiraba. En cuanto al verde, el palmeral aún lucía rozagante, y eso hacía ver que había agua fresca. De escasear, ya se hubieran instalado potabilizadoras en el mar, eso no en vano ocupa las tres cuartas partes del planeta. Una morena, con una faldita ínfima, tronzada y volandera, apareció entonces, aventando perfidia con palisandros de braga, mostrando con descaro la cachorreña sexual. Las bragas eran una sinvergonzonada frugal, una monería incluso para ponérselas uno mismo. Se trataba de una chica joven, demasiado joven para no tener un novio cerca sin el aspecto del hombre del saco, con sobrado vigor para el encaste, sin panza ni papada, sin una gota de sudor en el cuello. Podía ser aquel chaval que cruzaba la calle, el que la abrazó debajo de la palmera que había delante, durante un minuto inolvidable. Sin duda era el donjuán de mis pesadillas, el que aparecía siempre en el último momento para birlarme a la chica de oro.
"Llegará el día en que tú, atractivo macho joven -me dije bíblicamente-, tú que obstaculizas la puerta del amor, te veas detrás de la puerta del hambre un día, donde yo estaré vigilante, interceptando la comida, para que sufras con el estómago lo que yo de corazón, viéndote en la obligación así de comerte tus propios productos hortícolas".
Llegaba el momento de irse. La tarde periclitaba. Entonces, cuando nos levantamos, volvieron a aparecer los amigos, uno de los cuales era un artesano de los marcos, desmintiendo su dedicación a la construcción de violines.
-Crisis -, reiteró-. Estamos en crisis.
Pascualino, más allá, saludaba a un reverendo, al que conocía desde que oficiara la misa por el último cimiento de su padre, es decir, un ataúd. A posteriori el reverendo se alejó hacia la plaza aledaña, con su paciente deambulatorio a la virgen pura, observando que la gente tenía más estudios que Cristo, que estaba mejor comida que Cristo y que vestía mejor que Cristo. Abandonamos al fin la avenida oyendo la circulación de una tartana ruinosa. Había llegado el momento de ponerse a escribir como una moto.
La cita del parque sería al día siguiente. La actriz Paloma Zoco dijo dos veces que estaba encantada de estar en Motril. Nos fuimos a tomar una cerveza.
La berenjena histórica
Las recensiones históricas suelen ser una pesadilla. Hay poca gente que crea que eso tiene interés. Los periodistas experimentados, cuando las abordan, notan enseguida un malestar pesado. Suelen ser largas y farragosas, sin verdadero interés debido a su terminología anticuada. Hay periodistas que el ánimo sobrepasado. Hay manías también que no se quitan con nada, como la de estar disconforme siempre, llamando tal vez a Mozart desalmado, petardo y pollomuerto, como si fuera un resentimiento mal curado de las páginas de política. Las recensiones provocan un vacío creativo de rendición. Se han probado todas las argucias y no hay ninguna que haga efecto. Ni siquiera resultan atrayentes añadiéndoles algún reclamo de tipo sexual, puede que comparando las guerras mundiales con la nación de espermatozoides que luchan por el óvulo. Las recensiones cansan la vista el doble. Se le dice adiós a la jornada pensando en ir al oculista para explicar que se ven ochos colgando de los balcones. El recurso de que el texto pinte a su manera, tampoco es una garantía entretenida. Los episodios históricos alusivos a la censura, parecen tener morbo, pero al poco también resultan inveraces. Se piensa que usando una nueva letra se captaría la atención del lector, hablándole de la censura, puede que por llamarle desalmado, petardo y pollomuerto. Algo así, lógicamente, implicaría quedarse sin él, aunque por otro lado quizá se conquistara al lector que se diera cuenta de que nunca un insulto fue también un halago, comparándole implícitamente con Mozart, el gran genio italiano. En definitiva un artículo censura podría hablar perfectamente de cualquier país.
La cocina
Un día, estando yo en la cocina de mi casa, intenté hacer una recensión, sin demasiada esperanza. Puse los ingredientes en la mesa, junto a la sartén, y me dije que cada capítulo histórico era comparable a las rodajas de una berenjena. Al menos allí, en la cocina, si no daba resultado, cabía el consuelo de que el corazón se sintiera más contento de ser vecino del estómago. La primera rodaja cayó a la sartén para hablar de un siglo decisivo, el XVIII, fecha de la Ilustración francesa. Un grupo de filósofos arriesgó su vida entonces yendo a la caverna, a rescatar a la humanidad, que permanecía embrutecida por sus fantasías esotéricas. Si esos hombres no se hubieran arriesgado, ambos mundos, el de la razón y la oscuridad, hubieran acabado circulando en paralelo, el uno afuera organizando la fiesta y el otro en la oscuridad, temiendo que los ruidos fuesen los de una guerra.
Así pues, con un ojo los ilustrados miraban al absolutismo monárquico, y con el otro el aguardiente, pensando en cómo alcanzar una categoría moral más sólida en su país. En Francia destacaron D´Alembert, Voltaire, Rousseau, Descartes, Montesquieu y Diderot. Era de sospechar, claro que sí, que en la retaguardia hubiera algún pintor, estudiando con imágenes los conceptos, para llegar cuanto antes a la verdad. Luego posiblemente les dejó ir como los chiquillos saliendo al recreo, a llenar las calles de panfletos explicándolo todo. También hubo quien opinó en la misma época que quienes vivían en la oscuridad eran realmente los sabios, encerrados escribiendo libros, con poco contacto con la realidad. Así pues ellos mismos se habían alejado tanto de ella que debieron creer que los demás estaban peor. D´Alembert, en definitiva, se encargó de compilar los artículos de los amigos en varios volúmenes de la Enciclopedia. Rousseau, que hasta el momento se ganaba la vida educando a notables, planteó un plan general de educación, algo más amplio que las guarderías de Demócrito. A la vez ampliaba así su oferta laboral como profesor. Rousseau definió un concepto decisivo en el devenir político, el contrato social, que consistía en que cada ciudadano cedía una prenda para vestir mejor la convivencia. Montesquieu, por su parte, trabajó la división de poderes, hablando de que había un modo distinto de irse con menos trabajo a las vacaciones. Así pues, debía existir un poder legislativo haciendo leyes, así como otro judicial para aplicarlas. El gobierno, en suma, debía impulsar más. Al mismo tiempo los cargos de importancia debían conseguirse por méritos, sin tener en cuenta ni la buena cuna ni la herencia del rancio abolengo. Desde entonces, palabras como libertad, igualdad y fraternidad se instalaron en la conciencia colectiva.
La Ilustración alcanzó a Inglaterra, donde destacaron nombres como Locke y Hobbes, Newton y Bentham o David Hume. El pensamiento, antes que de dios, debía ocuparse del hombre de la calle. Locke postulaba la separación del poder estatal del poder eclesiástico. Los comerciantes debían aspirar a tener autonomía frente al Estado, libres de su intervencionismo, con un margen de maniobra suficiente en los negocios, protegidos por alguna ley que otra de índole general. En el apartado judicial, las leyes debían ser públicas, para que nadie dependiera de un fallo caprichoso. El Estado, llamado Leviatán por Hobbes, sería el límite infranqueable para todos. También profundizó Hobbes en expresiones como tolerancia social, resumiendo con una de sus frases el destino natural del hombre.
"En Estado natural -dijo al parecer- el hombre es un lobo para el hombre".
Jeremías Bentham, junto a Helvetius y Adam Smith, postularon por otro lado el utilitarismo, es decir, lo de siempre, basándose en el contento de las mayorías. Poco antes Hume se dedicó al causalismo, parecido a una partida de billar. Newton fue un inventor. Después de siglos viendo caer las cosas, formuló una operación matemática hablando de la ley de la gravedad, diciendo que cualquier objeto equivalía a su peso mas la distancia. Ello le sirvió para sus investigaciones en Óptica Insensato, visítenos.
En Alemania, durante el mismo periodo, actuaron Kant y Feuerbach, el uno con el imperativo categórico y el otro con la nueva dimensión de la teología. Fichte, por su parte, formuló el nacionalismo alemán, y Hegel también, creando un fenomenismo pangermánico según el cual dios también era alemán. Alemania aún era una sociedad dividida, pues cada pueblo era un principado. Hasta el momento parecía que les costaba creer que vivían encima de un tesoro de piedras preciosas y de inagotable materia prima. El nacionalismo logró defender el interés ante la intrusión francesa, sobre todo a raíz de la invasión de Berlín por las fuerzas de Napoleón. El banco concretamente estaba situado en Alsacia y Lorena, que era una galena inagotable. Francia, el país limítrofe, la codiciaba de modo permanente. Fichte expuso su defensa en Los Catorce Discursos de la Nación Alemana. Los alemanes debían creer ante todo que lo eran, consumir sus propias salchichas y su cerveza. Así, unidos bajo una identidad común, protegerían mejor el bolsillo. Poco a poco se convencieron de que eran el pueblo elegido, es decir, que en vez de dejarse condicionar, debía imponer sus condiciones a quien sea. El fenomenismo hegeliano llegó después, haciendo ver su capacidad para razonar científicamente el porqué una morcilla alemana pesaba más que el resto. En el ajo estuvo implicado el propio canciller, Von Bismarck, que era vivo y sagaz, el único alemán de toda Alemania capaz de venderles a sus vecinos austríacos su propio pan. Respecto a Alsacia y Lorena, Bismark, añadió a la estrategia la devaluación de la zona, simulando hambrunas, pestes y atentados, para que pareciera deprimida y carente de interés.
La nueva rodaja de la berenjena también aludía a Francia, cuando ocurrió la revolución de La Fronda. El pueblo salió a la calle, reivindicando diversas necesidades. Por una avenida iban los hambrientos, pidiendo comer mejor. Por otra iban los liberales, pidiendo libertad de comercio, es decir, que dos viajeros no necesitaran más ley en un coche que su propio cansancio para alternarse al volante. Se exigieron mejoras laborales y horarios, más acordes a la capacidad humana, así como contratos ecuánimes y prestaciones sanitarias. Por otra avenida iban los protestantes, pidiendo que les cerraran el cielo a los pobres, y por las demás el resto de feligreses, cada uno con su mochila a cuestas. La Fronda supuso una movida duradera, con lanzamiento de pestiños y un par de copas de aguardiente moreno en la barra. En la agitación participaron los Estados Unidos, un país emergente que se quería independizar de Francia e Inglaterra.
Independencia de los Estados Unidos
Cuando al fin lo consiguió, su primer presidente fue George Washintong, que impulsó una Constitución, cuya declaración de principios, basada en la Ilustración, significaba la primera declaración universal de derechos humanos. Planteó el sufragio universal para que todo el mundo votara. Parecía bueno que la población eligiese a sus políticos en las urnas. A partir de entonces tener derechos significaba también tener obligaciones. El poder, que siempre fue el mismo malabar en una habitación, siguió igual pero mejor organizado. En resumidas cuentas, quien llegara a la habitación debía apañárselas mejor que su antecesor para combinar bien las maracas. El peso del negocio estatal acabó repartido en las espaldas de todos, y eso condujo a la gente a un mayor compromiso. América abundó en leyes mercantiles, así como civiles de índole liberal, al objeto de que sus negocios gozaran el librecambio de bienes, y por supuesto para que la compraventa, la mayor figura social, no pareciera un tocomocho.
En 1848, durante la revolución industrial inglesa, Europa procuraba ajustar su tornillería económica. A su vez florecía el anarquismo de Bakunin, una ideología individualista, de raíz liberal, pero con la diferencia de que el anarquista aborrecía la propiedad privada. Así pues un anarquista sería un liberal sin empresa. Bakunin pedía el traslado de la propiedad a sus justos dueños: a nadie, pero desde entonces sirvió para estimular el estudio de ciertas figuras civiles, como la propiedad, la posesión o la usucapión. No era lo mismo estar en el sitio que tenerlo, ni estar de visita, ser el dueño o simplemente parecerlo, y tampoco ser el dueño sin sentirlo. Bakunin, por declaraciones así, acabaría en la cárcel ocho veces, acusado de cautivar a la gente diciendo que la propiedad privada era tan sólo una máscara del trasero. El sistema judicial europeo, finalmente, adoptó el modelo propugnado por Beccaría.
Cuando Bakunin salió, comenzó la Primavera de los Pueblos. Ya se barruntaban en Europa los presagios de guerra mundial. Ya se buscaban los primeros descampados para que la gente acudiera a lucir las alhajas bélicas. Allá en Alemania Nietzsche pedía que el hombre avanzara hacia el superhombre. Decía que el hombre no podía creer en nadie más que en sí mismo, y que debía combatir la arrogancia esotérica, empeñada en reducir la razón humana a la de un mosquito. Los alemanes acabaron convencidos de todo eso.
Francia, por su parte, sufría una crisis: la plaga en las patatas, debido a lo cual la ponme de terre se devaluó, llegándose a conocer en algún momento como merde, provocando altercados en las calles. Un día un ministro, llamado Guizot, quiso suspender un banquete de sus rivales políticos. Sin embargo, posteriormente, los borrachos salieron del restorán, armaron la barricada y se dedicaron a acertar con algo más que escupitajos. París entera discutía de patatas libremente con Luis Felipe de Orleans, el rey. No obstante, logró ponerse a salvo para comerse las que quedaran. Irlanda, por su parte, compartía el problema, aunque de un modo peor, pues la patata era el sostén de su economía. La mala suerte quiso que hubiera incluso sequía en Irlanda, el país más maravillosamente lluvioso del mundo. En Inglaterra, su vecino país, en cambio las cosas eran distintas, pues sonreía la revolución industrial en virtud de la exposición universal, con ingenios sofisticados y máquinas nunca vistas antes. Una de ellas era la máquina de vapor, para marchar todos juntos por la senda de la paz.
A la conclusión de la primavera de las patatas, Francia fundó la segunda República sin patatas. Ocurrió después de que Luis Napoleón ganara unas elecciones. Después aprovechó la victoria para asentarse en el poder dando un golpe de Estado, instaurando el denominado segundo imperio francés. Se produjeron mejoras sociales bajo la influencia del marxismo, la nueva ideología de la masa proletaria, exigiendo con grandes algaradas los avances laborales, como el fin de semana para descansar. En Austria, Meeternich, el primer ministro, abandonaba su cargo. Dijo que ya era hora, después de cumplir su misión protegiendo al monarca. Al mismo tiempo el monarca, Fernando I, se marchó después, abdicando entonces a favor de un tal Francisco José. En Hungría, por otra parte, se suprimían los derechos feudales, proliferando el cobro arbitrario de impuestos. En Checoslovaquia los checos se querían anexionar una Bohemia más, por no tener bastante con cuatro Bohemias en el mapa. Los checos también se refugiaron en el nacionalismo para defenderse del acoso de austríacos y húngaros. En Alemania Federico IV, su monarca, mostraba su descontento con la Constitución. En ese instante las zonas del Rin y Alsacia ardían bajo el fuego. El intruso francés desplegó allí sus encantos para anexionarse el fabuloso botín. Los alemanes respondieron con una guerra, desalojando al francés del Rin. Entonces se sospechó que detrás de todo podía estar Austria, refugiando allí al enemigo.
En el Mediterráneo Italia comenzaba a arder también, más frenéticamente aún, es decir, en italiano, gesticulando mucho, como es habitual. Nápoles, el Estado Pontificio, Lombardía y el Piamonte se disputaban el poder. Austria, a su vez, pretendía quedarse con una de sus ciudades emblemáticas, Milán, la ciudad textil. Mazzini, un nacionalista, animaba a las masas a consumir pizzas, pero sobre todo a formar partidos políticos para lograr una democracia. El campesinado andaba desunido y la burguesía industrial desafecta, con dificultad para la distribución de los alimentos, interceptados en el camino por las partidas de condottieros. Mazzini, aquel hombre, asomado al balcón, era como una flor en la sequía, exigiendo orden para evitar que acabara mandando todo el mundo. Al otro lado, en el frío imperial de Rusia, Marx y Engels seguían animando al proletariado para que desalojara a los zares del poder. Juntos escribieron El Manifiesto Comunista, donde se podía leer una frase motivadora y al mismo tiempo ambigua.
"Un fantasma -decía- recorre Europa, el fantasma del comunismo".
La siguiente también tuvo éxito.
"¡Trabajadores del mundo, uníos!".
El marxismo pedía atajar el poder bruscamente, sin esperar a que el capitalismo se aburriera de sus juguetes. Al mismo tiempo los vendedores de camisetas, presagiando el combate, detectaron su negocio, vendiéndolas por un lado con un no rotundo al gobierno, y por otro con un sí rotundo al gobierno. Pulseras, llaveros, de todo hubo para que la gente tuviera claro desde el principio qué colores defendía. Los europeos estaban dejando de tener los pies en los braseros, y observaron que podían calentarlos en la acción callejera. La prensa se situó en medio para transmitir la idea variada del momento, diciendo que todo podía cambiar a mejor en cualquier instante. Sin embargo, las páginas iban pasando durante el jaleo, quizá informando que en Alemania el nihilismo de Nietzche alcanzaba el éxito.
El hombre, desde la nada, iba a más. Un pueblo sometido se dirigía al superhombre. Nietzsche exigía hombres irónicos y al mismo tiempo vitalistas, capaces de ver desde lejos la barbarie larvada por las creencias miserables. Los hombres dejaron de ducharse como dios manda. Las mujeres, deliciosamente, hicieron lo posible por enseñar los muslos en el balcón mientras tendían las sábanas, queriendo la guerra en otro sitio. En la Unión Soviética Lenín lanzaba proclamas con un dedo. Una de ellas fue desde el pescante de un tren, ante un horizonte inmenso de cabezas, logrando convencer, con un cante por cantiñas, de que había que luchar contra los zares, sea como sea, incluso con remos, marchándose lejos. Los zares, entretanto, permanecían agazapados en su palacio de invierno, hasta que vieron venir a las hordas. Intentaron desviar la atención en vano, esperando que su pueblo se diera cuenta de que no merecían el castigo. Lo hicieron subastando el enorme pene de Rasputín, el hechicero real, que al final conquistó una viuda pagando un dinero, llevándoselo en un tarro de formol. La multitud, sin embargo, mantuvo la atención sin dejarse engañar, acudiendo en orden a las matanzas. Tan infaustas habían sido sus condiciones de vida que la gente prefería encerrarse antes en un ataúd que en casa.
Primera guerra mundial
En 1914 se escuchó un tiro. El periódico ruso Pravda informaba de que en Europa, como gran aventura varonil, estallaba así la primera guerra mundial. Los carros de combate dejaron de ser las hornillas y las estufas se convirtieron en radares. Los utensilios de cocina cada vez se parecían más a los bazokas. Todo comenzó cuando el presidente austrohúngaro envió a Serbia un telegrama tiquismiquis, amenazando con un ultimátum, conminando a los serbios a aceptar el nuevo país. Los serbios respondieron matando al archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, que era considerado un emblema. Los austrohúngaros entonces replicaron ocupando Bosnia-Herzegovina. Francia reclamaba en ese instante demencialmente Alsacia y Lorena. Los polacos luchaban entre sí para zafarse de la ocupación alemana. Surgió entonces la Triple Alianza de países para combatir en la guerra, equipo al que pertenecían Alemania, Austria, Hungría, Italia, Turquía y Bulgaria. Del otro lado, bajo la denominación de Triple Entente, combatieron Gran Bretaña, Rusia, Japón, Rumanía, Portugal, Estados Unidos y algún aliado latinoamericano. China, por su parte, un país con mil millones de habitantes, se mantuvo neutral, aunque se sabía de sobra que podía conquistar el mundo empadronando a sus millones de chinos en cualquier país, imponiendo así el toque de queda.
Los rusos se enemistaban con los austríacos. Los autríacos se enemistaban con los serbios. Había tanques, armas químicas y ametralladoras, dirigibles y aviones, acorazados y submarinos. Durante la batalla del Marne Francia se replegó, huyendo de la acometida alemana, que fue por sorpresa, entrando por Bélgica. Fue donde había vencido Francia con anterioridad, poniéndoles en fuga. En la batalla de Lemberg se enfrentaron los soviéticos y los austríacos, disputándose la región polaca de Galitzia. En la batalla de Tannemberg se enfrentaban los soviéticos y los alemanes, donde el general alemán Hinderburg pretendía desagraviar a su país por su anterior derrota en el Marne, para arrebatarles a los rusos dos posiciones importantes, las de Galitzia y Serbia. La guerra de posiciones continuó en los lagos Marusianos, y más tarde en Verdún, batalla que dio comienzo con una acción relámpago, es decir, sin esperar la llegada del enemigo al pueblo controlado. Hinderburg atacó al general francés Petain. En el río Somme hubo gallinas, y los ingleses y los alemanes no paraban de lanzarse huevos. En Jutlandia la flota alemana freía algunas docenas sobre la flota británica. Italia estaba insegura de sí misma pese a tener de su parte a la mafia, y comunicó el abandono de la Triple Alianza, diciendo que quería formar parte de la otra.
El presidente norteamericano Wilson observaba el conflicto europeo pensando que debía intervenir. En principio transmitió algunos deseos de paz, como el Papa Benedicto XV, pero la guerra se recrudeció. En Europa aún quedaban munición y ganas para matarse a gusto. Era como la puerta de una casa con una familia dentro peleándose. Cuchillos, jarrones, Pilatos en bragatanga. Clemenceau en Francia, Lloyd George en Inglaterra, Hinderburg y Ludendorf en Alemania intentaron controlar a los demás para un acuerdo de paz estable, mas tampoco tuvo éxito. Hungría, Checoslovaquia y Polonia pedían la independencia. Los esquimales del Polo Norte se mantenían también neutrales. Se comentó mucho que de lanzar una bomba allí, el deshielo inundaría el planeta. Por lo tanto, cabía sospechar que allí estaba la clave. Como siempre el mundo hedía a perros muertos de miedo, pensando de nuevo en el deshielo. Inglaterra le ganaba a los turcos Palestina y Mesopotamia durante una borrachera de sangre. En la Unión Soviética Lenín, tras la abdicación del zar, ocupó el poder, culminando así el asalto al palacio de invierno. Su primera medida fue una apuesta a favor de la paz, convencido con optimismo que en breve Europa rebuznaría contra el gasto bélico. Entonces paró la guerra un instante para firmar un armisticio en la ciudad polaca de Brest-Litovsk, donde emplazó a Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria. Sin embargo, tampoco se produjo el acuerdo. Las mujeres europeas seguían prefiriendo matarse con sus maridos, y las viudas resultantes seguían queriendo un novio en la guerra. Rusia perdía fuerza en Lituania, en Estonia, Letonia y Finlandia. La I Internacional, una reunión de comunistas presidida por Lenín, hizo balance de la situación elevando un informe intencionado, haciendo ver que el modelo comunista podría ser útil cuando acabara la guerra, ante todo en los países del entorno.
El presidente norteamericano Wilson, en vistas de que la batalla continuaba, intervino decididamente. Los alemanes, el enemigo a batir, al saber su intención, enviaron un telegrama a sus aliados mejicanos, el famoso telegrama Zimmerman, pidiéndoles que liaran a sus vecinos en la frontera, para aplazar su llegada a Europa. Norteamérica tenía en ese instante las fuerzas intactas. En Chicago la escuela económica de Jhon Maynard Keynes andaba preparando el beneficio económico de la intervención, expuesto en un informe que se basaba en un estudio sociológico sobre la mafia local, con tráfico de armas. Según Wilson el conflicto europeo presentaba una expectativa económica boyante, para la reconstrucción. El plan estimaba que los daños serían cuantiosos, y que eso rendiría pingües beneficios, entrampando a Europa con préstamos de ayuda.
Los alemanes seguían atacando de un modo demoledor, batiendo a Inglaterra en alta mar, lanzando bombas contra el carguero Vigilantia. Jaroslav Hasek, un escritor checo, decide ponerse a escribir una fabulosa sátira titulada Las Aventuras del Buen Soldado Svek, basada en su propia experiencia como soldado cautivo en Lituania. La intervención norteamericana se produce finalmente y Europa queda a flor de piel, con los muertos en la calle pensando en el sonido de la cisterna. Era el año 1918, y los supervivientes, agotados, deciden retirarse a casa a descansar.
Entretanto se celebra la Conferencia de París, a la cual asisten veintisiete países queriendo componer el mapa. Wilson, Lloyd George y Clemenceau, los presidentes americano, inglés y francés respectivamente, intentaron engañarse mutuamente para tomar la palabra en nombre de la paz. Durante aquel reparto de fronteras dio la impresión de que la guerra continuaba. Los austríacos debían abandonar Italia. A Serbia había que concederle acceso al mar. Bélgica pidió ser neutral para la próxima ocasión. A Polonia había que darle la independencia, y también permitirle salida marítima. Se supo que Guillermo II, el canciller alemán, abandonaba el poder a favor de Ebert, el primer ministro, cuya intención era impulsar la socialdemocracia bajo el epígrafe República de Weimar. Wilson, durante la reunión, leyó una tabla con catorce cláusulas: la primera prohibía la diplomacia secreta. La segunda pedía paz en la navegación. La tercera pedía la desaparición de aranceles y fluidez en el comercio internacional. La siguiente pretendía reducir armamentos. Una cláusula más impuso una multa feroz a Alemania, de 269.000 millones de marcos de oro, imposible de pagar. El propio economista inglés Jhon Maynard Keynes, tomando la palabra, alertó diciendo que era abusiva. Alemania, derrotada y hambrienta, debía respirar bajo ese peso y además devolver parte de sus conquistas.
Con la esperanza de reducir la cuantía, Alemania se vio avocada a firmar el Tratado en Versalles, mediante el cual cedía Alsacia y Lorena a los franceses. Cedía también, para ser explotada durante quince años, el Sarre, una rica zona minera. Devolvió además Eupen Malmedy a Bélgica. Prusia Oriental, Posen y Danzing fueron para Polonia. Memel fue para Lituania. Schleswing, en la Alta Silesia, fue para Dinamarca. Devolvió sus colonias en África, las de Togo y Camerún, que se repartieron Inglaterra y Francia. Tres archipiélagos del Pacífico fueron para Japón. Por último Alemania quedó inhabilitada para tener un ejército con más de cien mil soldados. Tanto su artillería, su aviación y su flota naval en su totalidad, fue confiscadas y pasó a manos de los vencedores. Al término de la reunión el esquimal tuvo derecho a un donuts. Clemenceau por su parte, el presidente francés, se marchó con ganas de más, es decir, de segregarles Renania. Respecto al otro aliado alemán, Austria y Hungría, mediante el Tratado de Saint Germain debía abandonar Yugoslavia, Polonia y Checoslovaquia. Italia se quedaba con el Tirol, así como con Istria, Croacia y Trieste. Para Yugoslavia fue Bosnia-Herzegovina. Hungría cedía Transilvania a Rumanía. Turquía perdía Irak, Siria, Palestina y Líbano, que pasaron a ser protectorados de la fuerza vencedora. El Dodecaneso pasó a Italia. Armenia fue declarada independiente. Turquía, que solamente conservaba en suelo europeo la ciudad de Estambul, perdió Tracia, así como algunas islas del Egeo, que fueron a favor de Grecia. Esto provocó una pequeña rebelión, cuando llegó al poder turco Mustafá Kemal, quien declaró una guerra unilateral contra los griegos, tras la rescató sus posesiones del Egeo.
Segunda guerra mundial
Desde 1923 Alemania hizo ver la imposibilidad de pagar. Entonces decidió suspender sus pagos a los franceses, cuando aún estaba explotando Alsacia. Francia entonces invadió, venciendo a un rival que parecía un boxeador con las manos atadas, provocando la ira indómita del pueblo germánico. Alemania insistía en todos sitios con que no podía pagar, y que había que revisar los acuerdos firmados. En la cuenca del Rhur empezaron a producirse incidentes graves. Brasil, Argentina y España, que tenían la despensa llena, entretanto lograron su crecimiento económico ayudando con víveres. Alemania tenía una inflación insalvable, y podía sucumbir al naufragio definitivo de un momento a otro, en medio de Europa, con sesenta millones de seres hambrientos. La moneda se depreciaba por la fabricación excesiva de billetes para pagar cualquier cosa. Hubo una reunión en Locarno para discutir los planes de ayuda. Se llamó el plan Dawes, que a su vez beneficiaba en demasía a los Estados Unidos, país que buscaba resarcir sus deudas embargando suelo, comprando empresas por poco coste. Los alemanes observaban que el asunto no tenía fin, que aquellas dos monedas, tanto el dólar americano como la libra esterlina inglesa, registraban a su costa permanentes alzas.
El nuevo presidente ruso, Stalin, tras el fallecimiento de Lenín, andaba entretanto ocupado en otras cosas. Checoslovaquia, así como países del entorno, empezó a adoptar su modelo, dejándose proteger militarmente por el amigo soviético a cambio de ayuda industrial. En Alemania terció Berstein, del partido obrero alemán, diciendo que éxito estaría en la socialdemocracia, pero todos consideraron que sería insuficiente. En 1929, contra pronóstico, la economía norteamericana embarrancó, como presagió Jhon Maynar Keynes y su Escuela de Chicago, avisando al presidente Rossevelt, nuevo presidente, de la caída de la demanda. Eso quería decir que los norteamericanos se hicieron ricos de pronto a costa del hambre de los demás, y que su colchón de seguridad no resistía tanto peso.
En 1932 había doce millones de parados en Norteamérica. Rossevelt entonces ideó el New Deal, poniendo a trabajar de golpe a tres millones de personas, haciendo pantanos y carreteras por todas partes. La banca, como medida cautelar, en previsión de males mayores, fue obligada a guardar reservas en dinero para cubrir sus pérdidas. Se fomentó el crédito fácil pare empresarios, al objeto de estimulares a abrir sus negocios. Se logró la depreciación del dólar, que facilitó las exportaciones. El excedente agrícola fue controlado vendiendo patatas como si fueran frambuesas. Se creó el salario laboral mínimo, para que los parados tuvieran siquiera una estufa. La jornada laboral fue regulada de otro modo, sobre todo para darle tiempo a la gente a gastar, aumentando así la demanda. Al final el New Deal había dado resultado, y eso le permitió a Roseevelt la reelección, con oposición de los liberales, es decir, de sus propios partidarios, como Milton Friedman, acusándole de llevar el intervencionismo estatal a cotas desacostumbradas.
En 1933 Alemania freía su rebanada más grande, tras las elecciones, eligiendo a Adolfo Hitler por mayoría total. Pronunció una alocución radiada diciendo que nunca antes un país tan grande había sido condenado a ser esclavo del mundo la vida entera. Había visto a la gente cagándose en las calles, como no había ocurrido jamás. El país andaba desnutrido, como en una pesadilla. Entonces le hizo ver a Hinderburg, el primer ministro, que el cerro de dificultades impediría ver nada claro a menos que marcharan a la guerra. La furia oratoria de Hitler se impuso de modo arrasador, de un modo tal que oyéndole quedó paralizado el mundo de espanto, porque hablaba como una fiera, sonando los aplausos como una bomba. Demostró con documentos la connivencia de los judíos en la ruina, monopolizando la banca, financiando las apuestas fronterizas del enemigo socavando el tesoro, sin ningún pudor, viendo cómo la gente se moría de hambre literalmente tirada en la calle, como perros, cosa que jamás explicó el cine. Los judíos eran hienas, queriendo tener siempre sometido al país, ganando en otro lado lo que perdían matando de asco al pueblo. El primero día que llegó Hitler cercenó las cuentas corrientes de los judíos más relevantes a ver si se estaba equivocando, y entonces observó que en efecto amainó el temporal, demostrándose que sus sospechas eran ciertas. Así pues, publicó los resultados en todos los periódicos a la vista de todos los alemanes, mientras por la calle iba señalando a los culpables, y también durante los mítines, matándolos la gente a patadas. Era una naturaleza desconocida apoderándose de modo extraño de un pueblo rico. Pidió sin ningún ambage el exterminio de toda la raza judía, considerando que se trataba de esquizofrénicos, hábiles para simular el tipo de vida allí, instalándose subrepticiamente. La gente los mataba como si vieran ratas crecidas. Reino Unido y Francia, entretanto, estaban paralizadas de puro pavor, notando temblar el suelo cada vez que hablaba. De súbito había sesenta millones de alemanes dispuestos a acabar a estacazos con el planeta entero. En los campos de exterminio comenzaron con seis millones de judíos, y dos más en el resto de países. Según la anécdota, en uno de los campos de exterminio, recorriendo la alambrada junto a un general, había un indio arapahoe intentando convencerle, con vivos ademanes, de que él era Toro Sentado y no un judío.
En 1938 dos tiros daban comienzo a la segunda catástrofe mundial. Hitler, delante de todo el mundo, firmaba con Japón un acuerdo de cooperación militar, al cual se sumó Italia, como anteriormente. Austria, encantada con reverdecer la gloria, dejó que la invadiera Alemania a placer, abriéndole la puerta a Hitler. En Polonia sucedió lo mismo, pues el país solamente tenía boca para nombrarle a él. Alemania se anexionó enseguida Checoslovaquia, sin tener en cuenta la presencia soviética. Italia por su parte se anexionaba Albania. Hitler anexionaba Finlandia. La flota británica fue alcanzada por los submarinos del III Reich. Alemania atacaba sin quebrantos a la propia Unión Soviética, con una convicción mítica, hasta que controló Stalingrado. Después controló el río Bug, y se anexionó Bulgaria tras un ataque relámpago. Dinamarca caía en el puerto de Cophenague. Hitler conquistaba los Países Bajos y Bélgica, y además señalaba Francia, que empuñó con una mano, conquistándola en sus tres quintas partes, en tiempo récord, de un modo inusual, es decir, sin víctimas apenas, acorralando a su gobierno en Vichy, con los ciudadanos en las calles viendo los fundamentos del enemigo, con una maquinaria inagualable. Alemania disponía en ese instante de un armamento de tal categoría y en tal abundancia que cuando llegaba parecía de otro mundo, dispuesto con una tecnología desconocida. El rearme alemán era un milagro sólido, de una superioridad ilógica y aplastante. Ocupó también la franja del Loira, y allí se procuró la conexión al Atlántico para echar la flota al mar, que era lo único que faltaba, pues con el puerto de Hamburgo ya no era suficiente. Los ingleses, tras un bombardeo inmisericorde, huyeron del puerto de Dunquerque. Los alemanes arrasaron la franja suiza hasta el Canal de la Mancha. La precisión táctica del canciller Hitler en cada maniobra les convenció a todos de estar siendo dirigidos por la providencia. De Gaulle, desde Londres, intentó animar la resistencia francesa sin demasiado éxito. La Luftwaffe arrasaba Inglaterra lanzando los misiles V2. Estaba Alemania liándose a estacazos de verdad, a la desesperada, con una bravura y un tesón acobardantes. Sólo faltó empalar a la gente en las fronteras para debatir con el miedo la rendición total. El bombardeo dejó en franquicia la conquista inglesa, pero Hitler, confiado, decidió concentrar el potencial aéreo en otra coordenada, permitiéndole al enemigo respirar, tras un ataque furibundo, durante el cual Churchill, oyendo caer las bombas, dijo su frase célebre.
-Saldremos de esta con sangre, sudor y lágrimas.
Las noticias malas comenzaron a llegar al bando nazi. Italia fracasaba en Grecia, pero Hitler no, sino que la invadió, y además conquistó Yugoslavia. La gente de cada país, conforme avanzaban las tropas nazis, se alistaba en el ejército, de tal modo que en poco tiempo el aspecto del mapa fue estremecedor: Alemania tenía un ejército de doscientos millones de hombres armados, dispuestos a avanzar incluso a Estados Unidos para desollar al enemigo en su propia casa. Alemania anexionó Rumanía, Hungría y Eslovaquia. Japón, su aliado, respondía en el Pacífico ante Estados Unidos y la propia China. Los aviadores japoneses se lanzaban en picado contra lo que fuese, contra todas sus banderas, como ocurrió en la base norteamericana de Pearl Harbor, que fue de una crueldad inaudita. Entonces se acaloró a la opinión pública norteamericana, espoleada por la prensa, exigiendo la intervención. La flota enemiga podía estar muy cerca en el mar. China por el momento se mantenía empadronada en su sitio. Rusia tampoco se decidía, cuando Stalingrado ardía. Japón bombardeaba con más vehemencia las posiciones americanas de las islas de Hawai y Filipinas. Estados Unidos, en cambio, avanzó por mar hacia las islas de El Coral y Midway, con los alemanes persiguiéndoles, queriendo que comprobara cómo duele una puñalada cuando la recibe uno. En África los ingleses debatían a tiros contra el general Rommel, que al final acaba replegándose a Túnez. Alemania se permitía incluso lanzar un despliegue en territorio vasto, en Egipto, aunque finalmente fracasa en El-Alamein. Después Italia pierde Sicilia y hace sospechar que de nuevo abandona el frente. Mussolini, al amigo de Hitler, muere entonces ajusticiado por su pueblo, que quiere gastar en tanques lo que no tiene en el estómago. A continuación el rey Víctor Manuel III le por Pietro Badoglio, que decide finalmente aliarse con los Estados Unidos.
Alemania, pese a todo, mantiene su apuesta en todos los frentes, incluyendo Rusia, aunque la diferencia en hombres sea de cuatro a uno. Hitler en ese instante pide a España que participe, pero su gobernante, el general Franco, prefiere ser neutral, alegando que el país está convaleciente de una guerra civil. Los tanques alemanes empezaban a quedarse parados en las calles. Cada vez había menos metal disponible para fabricar artillería, y la gente estaba cansada, pues el sacrificio fue feroz, matándose como en un suicidio colectivo, pues vivir de aquel modo era peor. Era extraño que un pueblo reaccionara así gratuitamente. Estados Unidos detectó entonces la debilidad, convencido de que el enemigo tropezaría. Entonces lanzó una fantasía naval en Normandía, denominada Operación Overlord, dirigida por Eisenhower al mando de ciento cincuenta mil soldados, al objeto de mantear Francia. El pueblo francés, al ver la ayuda, se armó entonces de valor. Rusia, en ese instante, se zafaba de los nazis durante el invierno, muriendo de frío. Los Estados Unidos tomaban la cuesta a favor, tras el desembarco. Alemania se caía al suelo. Encerrado en su búnker, amargado viendo a su pueblo destruido, Hitler decidió suicidarse. Lo prefería antes que otorgarle a su país la derrota de verle preso. La guerra continuó algo más en el Pacífico, con el general MacArthur librando duros combates contra la aviación nipona, cuyos pilotos salían del mar embistiendo felizmente. MacArthur logró ocupar Filipinas, así como las islas de Iwo Jima y Okinawa. Japón perdía así el golfo de Leyte. El presidente Truman, el sucesor de Rossevelt, no esperó más para el punto final, lanzando sobre Hiroshima la primera bomba atómica de la Historia, provocando de una vez doscientos mil muertos. En Nagasaki repitió la operación poco después, arrojando un balance estremecedor, doscientos mil muertos de una sola tacada. El último tiro de la guerra, tras la rendición japonesa, lo supuso la cifra de muertos: treinta y cinco millones en todo el mundo.
"Hay que ver la que se ha liado -se comentó durante el silencio- por un simple cambio de caras".
El futuro mundial
Era el momento de darle trabajo, sin tiempo que perder, al sector de la construcción. Tras las conferencias de Teherán, Yalta y Postdam quedó diseñado el nuevo mapa mundial. El liberalismo, en Estados Unidos, que fue la víctima vencedora, permitió que los mejores aspectos de la economía pudieran verse sin humo. Había una clase alta como nunca la tuvo el país, cobrando la guerra ayudando a todo el mundo. Economistas e intelectuales como Samuelson y Sach, Friedman y Von Mises, Wilhem Roepke y Von Hayek, Karl Popper y Raymond Aron, así como el periodista Jean François Revel, vaticinaron que la solución liberal garantizaba la recuperación. Enrico Fermi y Bunsaku Arakatsu, Openheimer y Jacob Borisovich, Rudolph Ernst Peierls y Otto Frisch serían los nombres de moda de la ciencia. El misil alemán V2 llamó la atención de los científicos porque sus prestaciones podían facilitar la exploración espacial. El nylon de los paracaídas, por otro lado, fue un descubrimiento útil para la industria textil. Las computadoras que descifraban los telegramas de la guerra, como la inglesa Coloso, servirían para la industria informática. La fisión de uranio y de plutonio serviría para la industria médica. La pantalla de rayos X permitiría que el ser humano observara si por dentro le quedaba algún casquillo. Los ingleses se investigaron la aceleración de protones para distribuir mejor la electricidad. Las telecomunicaciones se perfeccionaron enviando satélites al espacio, al menos para oír el latido del mundo, mas luego para descifrar qué parte del firmamento respondía igual, al objeto de lanzar allá la misión. Se comenzó entonces a hablar del viaje a la luna, que interesó sobre todo a los Estados Unidos y Rusia, que empezaron a competir en la carrera.
El circuito integrado fue la gran novedad de los transistores. La industria informática acabó alumbrando el chip de silicio, un aparato minúsculo con capacidad para almacenarlo todo. En 1969 el viaje a la luna culminaba, donde llegaron antes los americanos, dejando su bandera antes de regresar. Era de no creer que estuviera ocurriendo aquello, transmitido por la televisión, con tres astronautas saltando sin gravedad, cogidos con hilo a la nave para que no se perdieran en el abismo oscuro que se veía. En opinión del escritor español José Pla, ante todo fue para contentar a los chiquillos.
Einstein, un científico alemán, expuso por su parte su célebre teoría de la relatividad, según la cual la luz se desplazaba a trescientos mil kilómetros por segundo. Dicho de otro modo, si un protón fuera un garbanzo, al encender la luz no daría tiempo a ver que está en la cocina, creando la impresión de viajar en el tiempo. Einstein planteó un enigma extraordinario, con una operación que no entendía nadie, empleando un verbo categórico, convenciendo a la humanidad de que algún día pudiera viajar así. El mundo al parecer se lo creyó y creyéndoselo alcanzó cimas fantásticas, haciendo creíble que todo fuese verdad. Se inventó el hardware, una luz informática prodigiosa para estar en la tienda mirando los aparatos con los pies en el techo. El extranjero galáctico mostraba así su fuselaje, hasta que se instaló en los hogares, dando la impresión, por su inmensidad, de que el hombre andaba más reconstruyendo un complicado sistema de otro mundo, capaz de enviar una carta en dos segundos a cualquier parte del mundo. Cuando el chisme llegó a la tierra, al no caber fuera, quitó de las taquillas jarrones y tortillas, ayudando al hombre a sobredimensionar su cerebro.
Los científicos japoneses, en las exposiciones técnicas, les presentaban a las suegras yernos sintéticos, serviciales para todo. Los periodistas, durante las galas de presentación, iban de un lado a otro por la feria haciendo como siempre sus entrevistas, pero al final no tenían muy claro si hablaban con el japonés de verdad.
-¿Es usted él? -, parecía la pregunta necesaria.
Alguna vez se habló también de que el ordenador era más bien un antepasado humano, pues en comparación el cerebro humano era todavía más complicado, con mucha más memoria, como es evidente, para poder recordar la ubicación de tantos archivos como era capaz de almacenar el chisme. Por eso los talleres informáticos se parecían cada vez más a los laboratorios, aludiendo con naturalidad a células vivas y plasma humanos para fabricar los adminículos. Ya nadie estaba seguro, tras la desaparición de un cadáver, estar trasteando el cráneo, alimentado con fibras de carbono y vidrio, cumpliendo con la función. Ningún cadáver estaba ya seguro en ninguna parte, tanto que cuando desaparecía alguno se decía que podía estar en una tienda, comprando algo más, puede que unas gafas. Se inventaron artefactos vibratorios para disputarle el afecto a la familia. Los virus del ordenador, por otro lado, se hicieron habituales en la receta del usuario. Los libros de instrucciones eran una chaladura donde solamente faltaba hablar de antibióticos.
Se aseguraba que la técnica estaba depurando al máximo, es decir, que si un ordenador se estropeaba, su aviso era un humo ambarino que permitía seguir viendo imágenes en el aire hasta que llegara el técnico de la reparación. La fibra de vidrio era un fino birlango de cristal que prescindía del cobre tradicional en la instalación eléctrica. Los rayos láser se instalaron en los quirófanos para cerrarle al hombre la mollera sin tocarlo, desintegrándole tumores y soldándole los huesos, como quien voltea a un marrano. El microscopio de barrido atómico sensorizaba las jaulas para ver los mosquitos como si fueran puños. Se hablaba de tanques invisibles, de clonar ovejas en los paritorios y de jerséis acorazados para llevar al hombre airosamente por el espacio a comerse la merienda. Drones sobrevolando secanos para reforestarlos. Edificios con cristalería de colores simulando bosques. Las máquinas de tabaco y los surtidores de gasolina daban las gracias de repente, obligando a mirar hacia atrás, por si alguien más quería fumarse un cigarrillo.
Parecía mentira que veinticinco siglos atrás ejércitos enteros hubieran caído abatidos por los mosquitos, transmitiendo la disentería. La gente se sentía feliz pensando que la hornilla podía parir un pavo. La nanotecnología podía ver por dentro el cuerpo, como celebrando un show televisivo, con los pedos largándose al exterior en loor de multitudes, vistos a la intemperie con su globo de gas. Las viejas con walkman parecían chiquillos. El hombre del saco ya no actuaba como antes, sino que primero escaneaba la zona con un mapa teledirigido. Los ultrasonidos permitían diagnosticarse un cáncer mirando escaparates. Cualquier modelo de gafas oscuras servía para que el hombre, como en la vieja filosofía, paseara por la ciudad haciéndose las preguntas galantes de la filosofía: de dónde vengo y adónde voy. En las ópticas se vendían con toda naturalidad córneas de plástico. La economía superaba su etapa anterior de un modo sobrenatural, al poder detectar, con exactitud de sismógrafo, los desajustes, los mismos que antaño hubieran provocado sin problemas una guerra mayúscula. Finalmente un papifeño con ruedas iba por Marte anunciando los grandes éxitos musicales de la civilización superior. Respecto a la sesión culinaria, el único avance fue que la recensión mejoró, puede que con un poco más de hambre, pues alguna rodaja se quemó.
La sicología y el periodismo casero
A veces no se sabe a qué consiste concretamente la sicología del periodismo. Por lo pronto se sabe que el periodismo puede ser estudiado mientras se estudia otra carrera, ojeando el diario en la cafetería. No hay quien niegue la influencia de la sicología, pero es excesivo el modo en que aparece. Durante una fiesta el hombre que corta el jamón es el que sirve la comida, y al mismo tiempo come también, comprendiendo así la función del comensal. En el periodismo ocurre algo parecido, es decir, que el profesional, incurso en la marea informativa, con el lector de otro lado, puede serlo también.
"La lectura del periódico -dijo Hegel- es la oración matinal del hombre moderno".
El lector, el gigante sobre las palabras, estará acodado en la mesa. Su tamaño hace ver con claridad que el periodista le presta un servicio, justificando la razón de que la Constitución contemple su derecho a la información. Es algo que no ocurre al contrario, es decir, el derecho del periodista a tener lectores. A veces se habla de la vanidad del periodista, pero vanidad sería más bien escribir mal y pretender la atención del público. A mí me pasó una vez con un primo gordo, a gusto con su respetable crítica de sillón. Le dije entonces que si el sillonero lo hubiese fabricado mal también sería vanidad. En definitiva un asunto así lo único que indica es la torpeza de un crítico, desaprovechando oportunidades mejores, como por ejemplo el haberme zampado su gallina. Supongo que en realidad, ante cosas así, lo único que subyace es la codicia del puesto del periodista, que suele trabajar sentado, pareciendo que su oficio lo puede desempeñar incluso una vieja sentada de rodillas. En lo tocante a la sicología, que es el tema central, lo que suele estar claro es que los lectores están dispuestos a creer lo que les dicen. El periodista interpretará que el otro tiene capacidad para discernir el texto.
"El incendio duró a las cuatro. A las seis todo acabó. Duró lo que tenía que durar, un sufrimiento. Se oían caer las calles abajo. Había una mujer dentro, buscando agua en la alacena. El bombero, al ver la parsimonia, pensó también que ambos estaban en una película. Al parecer ella estaba convencida de que el fuego sucedía en otro sitio, pidiendo calma. El bombero insistió: "Señora, vámonos". La mujer, en el umbráculo del fuego, se le quedó mirando un instante, transmitiendo una sensación irreal de sorpresa. Entonces trató de convencer al rescatador, paralizado en la humareda, de que lo tenía todo controlado. El bombero alargó la mano. "Señora es inútil", insistió. Nadie afuera se podía creer la tardanza, pues la casa no tenía solución, y con toda probabilidad de un momento a otro se derrumbaría. "El oxígeno está fuera", dijo el bombero al fin, y entonces fue cuando ella despertó".
Se trata de un comienzo ilógico, teniendo en cuenta que un incendio no dura a las cuatro, sino que comienza a tal hora. No obstante, hay una justificación, y es que un incendio en sí mismo es un disparate, y parece oportuno comenzar así. La sicología también hablaría del proceso mental para entender el texto. Aclararía que hay un emisor y un receptor. Siguiendo el canon académico, en este proceso mental el cerebro del lector registra en imágenes la palabrada, compartiendo con el otro la misma circunstancia. Donde mejor se observará el proceso, que ocurriría aunque no se explicara, sería en una retransmisión deportiva, profesión que obliga, a falta de imagen, a usar un lenguaje gráfico.
"¡En estos momentos -diría el locutor-, cuando el balón circula por el centro del campo, se hace negro! ¡Atención, peligro en el área! ¡¡Ahora es blanco!!".
Parece ser, en relación a la sicología paquetera que hay que aprender, que hay una teoría denominada de la relevancia. Quizá alude a que diariamente son miles las noticias relevantes, dándose coscorrones pugnando por un lugar en la página. Por supuesto no caben todas y es menester seleccionarlas. Quiere decir que hay prioridades, y lo denota el empleo de la tipografía, con titulares diversos, grandes resaltando la importancia y pequeños secundarios. La fotografía añadirá el resto para que trabaje algo más la mirada del lector. MacLuham fue un teórico conocido. En realidad se trataba de un hombre con pocas ganas de leer. Al menos así lo denotaba cuando dijo que lo importante es el medio, es decir, el aspecto del contenido general donde va inserta una determinada información. Por lo tanto bastaría una ojeada para comprender algo, sin necesidad de leer. Pudiera ser que este hombre simplemente quisiera decir que no tenía tiempo para los demás. Añadió, no exento de razón, que cada periódico del quiosco podía corresponderse con una parte del cerebro. Por suerte no tenía un supermercado. Es cierto que el periodista tiene un solo horario, que consiste en todo el día, y que si un domingo, desayunando en casa, recibiera una llamada, acudiría a cubrir la noticia. Quizá lo haga porque es ahí donde debe desayunar. La dinámica, instalada tan diariamente en su rutina, hace peligrar su ámbito privado, indistinguible del profesional, haciéndole albergar la sensación de que el ocio no existe, es decir, que cuando se levanta ya está en el trabajo, pensando para sí mismo:
"Bueno, ¿a mí qué trabajo me cuesta no ir hoy?".
El refuerzo sicológico pudiera ser convencerle de que no es un periodista realmente, para lo cual lo mejor es que la sicóloga se desnude y le lleve al paraíso durante toda la tarde, logrando al fin rememorar su persona. Es insuficiente para tomarse en serio en la carrera de periodismo este apartado. No es respetable la sicología así. A veces la teoría da tantas vueltas a la manzanilla que parece una diosa hortera, o más bien un vendedor haciendo un esfuerzo ímprobo por venderle una capa a un enano.
"Es imposible no comunicarse", dijo una vez un señor de la Universidad de Palo Alto llamado Bateson. "Todo es mensaje", añadió, quedándose tan fresco, como si no supiera la gente lo que estaba pensando.
Se trata de teorías demasiado simples. Hay quien habla de la antropología aplicada al periodismo, mirando cebras salvajes, por ejemplo, diciéndose que la cebra con sus rayas en blanco y negro es la equivalencia en el mundo animal del periódico humano. Bateson habló también de que el hombre debe usar el lenguaje, es decir, que pudiendo optar por hacer logaritmos o atiborrarse de morcillas, se explicara tan bien como él. Yo estimo que resultaría más serio dejarse de zarandajas y exquisiteces con la sicología, y hablar de ella cuando hay un padecimiento de verdad, queriendo anular un garbanzo que baila donde no debe, en el cerebro. En líneas generales se trata de sortear variedad de confusiones, y en el aspecto clínico, también llamado neurología, cuando una neurona impide el refuerzo categórico del axón, queriendo confundir al individuo con un electrodoméstico. En este sentido cabe decir que el sicólogo en sí mismo, de ver en la calle a un hombre dando oles, se plantearía dos opciones. La primera es si se trata de un loco, y la segunda que tal vez lo único que ocurra es que no está en la plaza, en un contexto más acorde con la cordura. Dicho de otra manera, un hombre que es feliz puede pasar por loco si se le lleva a una casa donde se va a celebrar un entierro, cosa que no suele ocurrir porque la gente se dedica a otras cosas. La antisiquiatría niega la locura, puede que basándose en la idea de que nadie confundiría, al tener hambre, un bocadillo, ni tampoco el dinero. A partir de necesidades básicas se pudiera modular algún aspecto.
Lo cierto es que la mano que pasa las hojas sigue siendo la del lector. El periodista, en su redacción, decorada con su chamarilería de fotos puestas en la pared, le dedicará un momento, queriendo su compañía para marchar juntos de excursión por el texto. En líneas generales un director debe ganarse también las papas haciendo de sicológo, diciéndole al periodista que no tiene porqué calumniar a sus lectores fingiéndose su amigo. Suele ocurrir que ellos se abatan en algún instante, como cualquier persona normal, quizá pensando al teclear que estallan las bombas por su culpa, torciéndole la espada para dar una misa. Así pues un director debe sugerirle que teclee deprisa, aunque sea cierto, y por si acaso que fabrique una bomba allí mismo con una caja de mantecados y la cuerda sobrante de las morcillas, a ver si es verdad que explota.
Los humoristas, como es lógico, tampoco están siempre de buen humor. De hecho no es necesario en el oficio, e incluso es contraproducente, por la malsana sensación de estar uno celebrando sus equívocos. No es bueno que esté cabreado, como un pajarito en su jaula, cantando bien cuanto más sufre. En este sentido se puede añadir que a veces el entorno pareciera esperar al humorista para hacerle sufrir, como sabiendo a qué se dedica, es decir, a llorar a su manera. La flaqueza quedará suplida por el uso del método profesional, pues de lo contrario no lo sería. Harto de hacer chistes, habituado a tratar sucesos y tonterías, comprende bien el alma humana y sabe dónde pulsar. Ocurra lo que ocurra hará su trabajo de todas formas, con su grado natural de indolencia y la necesaria ilusión menor, tirando a la pocilga la pasión. Sin embargo, la profesión ha dado casos ridículos de humoristas queriéndose entregar, tras dejarse embaucar por el halago de la afición, instalando en su cabeza la idea de que es como un cantante. Algo así ocurrió una vez en la redacción del rotativo francés Le Canard Enchaîne, con su humorista Cavú, que llegó llorando de pena, diciéndole al director que no podía seguir para no herir a sus lectores con las cosas atrevidas que se le ocurrían. El director, ni corto ni perezoso, le quitó el drama de la cabeza diciéndole que toda esa gente le quería por ser precisamente un sanguinario.
La escritura parece una enfermedad mental que cuando se complica puede persistir. Al parecer, una vez que aparecen los primeros síntomas, no tiene curación, anotando cosas y leyendo el diccionario. Para finalizar hay que decir que el mejor observatorio de la sicología en su relación con el oficio es el hogar. El periodismo hogareño ahorra todas las disquisiciones, y su tratamiento consiste en un sencillo cuaderno, para ir explicando la casa en titulares, mintiendo si es preciso de modo sobrenatural, pues al final la mentira revertirá en la poesía, hablando de acantilados brillantes, como se puede comprobar en verano, diciéndose ante el frigorífico no quiero cubitos.
"Gira oficial a la cocina durante la madrugada. (De nuestro corresponsal).- A las cuatro de la mañana estuve anoche en la cocina. Anoche. Lo recuerdo bien. Abrí la nevera para tomar un yogur. A posteriori, dándome media vuelta, siempre en la penumbra, visualicé los cajones, que tanteé con la mano. Efectivamente era el lugar de las cucharas. He de decir, que pese al mádelman, acerté. Así es siempre por estadística. Mantuve la exploración táctil y prendí una cucharilla que me convenía, pequeña, avispada, gentil, brillando en la oscuridad. Supuse, como en ocasiones anteriores, que bastarían diez cucharadas para tomarse el yogur. Me supo delicioso. Era barato, pero el sabor lo prestigiaba. Por eso esperaba que el fabricante, como ha pasado más de una vez de un modo pueril, no redujera el envase y elevara el precio, haciéndose perdonar regalando una asquerosa pegatina, que al fin y al cabo no se puede comer. No me van esos rollos. Así pues, cabía hablar de demanda estable. La cucharada número diez tenía una temperatura aproximada de quince grados, como advirtieron mis propias papilas gustativas en la oscuridad, cuando se oyó el perro, como en un cortijo. "Que te den por el culo", pensé. Respecto al matiz ácido, administré en las paredes ciliares el acierto, con la pertinente dosis de saliva. Me agradaba sobremanera pensar así en soledad, y como tal lo cuento. Finalmente, terminada la gira oficial a la cocina, y en medio de una gran ovación, recorrí el pasillo de regreso al dormitorio, donde me acosté, oyendo llover".
Queda patente que el periodismo es un sistema pedagógico de una magnitud soberana, la escuela de después, a la vista de todo el mundo diariamente en los quioscos por un precio módico. Es el oficio que convocará todos los conocimientos. El hontanar de titulares en el hogar es inagotable, y debelará el auténtico significado de la sicología en la profesión, al objeto de que tenga algún jamón que comerse de verdad.
"Cruce espectacular con Martinova en el pasillo.- (Agencia O´Reily).- Ella, de gala "
"Olor a goleada en la almohada (Endicamerto Press).- Ocurrió anoche, de pronto, viendo cómo iba el esférico de un lado a otro. El encuentro venía precedido por la polémica, si bien durante el sueño se repartieron caramelos, garrapiñadas y todo lo que a la gente la mantiene con la boca cerrada"
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