"Rumor de olas en el primer tránsito de la mañana.- Desperté con la boca en la cara, como siempre, aunque alguna vez los coches, fulgurantes en el atasco "
"Cómo ser Bruce Willis buscando los calcetines (Reportajes).- Cuando no es el gobierno prohibiendo fumar, convirtiendo a cada ciudadano en un guarda jurado, es a causa la búsqueda de los calcetines"
"Búsqueda desesperada de un peine en el aseo.- De repente puertas abiertas sin obstáculos. Entonces apareció aquel mueble, de un modo imprevisto. El enemigo estaba al acecho, pero lo volteé con habilidad. El equipo de apoyo, con la aspiradora, protegiendo el flanco, me siguió".
"Pellizcos en la cocina. (De nuestro corresponsal).- Fulgencia. Era ella. Una vez más Fulgencia, electrónica y amena ".
"A mí el tabaco me hizo un esclavo (Testimonios de la gente)".
"Crece el interés comercial por las latas de melocotones en el supermercado".
"Armisticio a mediodía después de la fabada.- Fue extraño. De repente pedos, obligando a pensar con facilidad, y después un silencio marino. Me dije en ese instante: "Bueno, qué le vamos a hacer, así lo ha querido ella".
"Pirri, banderillero, vino a tender en exclusiva los trapos.- (De nuestro corresponsal).- No le arredró la presencia de aquel barreño en la azotea. El banderillero se lanzó al quiebro en un par de ocasiones, remachando un par de sábanas mojadas, y a continuación, saliendo de la pared, brincó sobre una camisa y un pantalón, saliendo con la gorra para saludar al público, que le tributó una ovación. La gente quería más. Varias vecinas en la azotea ".
"Polémica en la azotea a costa de Bandidos, la popular serie de televisión.- Que dos mariconas florecidas aparecieran el otro día en el capítulo haciendo pensar, con un desplante de colina, que Curro Jiménez era un esclavo de la sarnosis anal, enervó lo suyo. No hubo quien se creyera que el caballo tenía una flor agarrada con los dientes, queriendo hacer más pasmosa la entrega patriotera de la producción. "Si es la patria, ¿dónde está el enemigo?", terció una vecina".
"Diez de cada diez mujeres opinan que lo mejor es inflarse de vino. (Encuestas totales)"
"La lavadora como puerta mágica a la otra dimensión. (Misterios inconcebibles)".
"¿Me habla la puerta? (Entrevistas Mágicas)".
"Conferencia: Antonia en la peluquería hablará de los trastornos"
"El compromiso hollywoodiense: Crítica cinematográfica".
"Última hora: hoy a las doce.- A mediodía de ayer se esperaba con ansias la llegada del señor Contreras, el periodista habitual de "
Es un método fundamentalmente efectivo, que además acredita al periodismo satírico como cima del oficio.
Diversos modos de ocultación informativa
Es habitual que el cariz de alguna información haga que al lector se le activen hasta los reznos, como temiéndole a las palabras más que a los hechos, por emplear la paráfrasis de Sófocles en Antígona. Es ante todo un susto mariquita, pues nadie obliga a comprar el periódico, a menos que esté falto de mondejas. En las páginas hay borrachos golpeados y gente diciendo yo lo sabía, desmentidos eficaces y odios vecinales, rencillas en cómodos plazos mensuales y carantoñas a la nevera. Puede que haya algún sicólogo haciendo unas declaraciones, diciendo que el periodismo es buen antídoto contra la barbarie, contra el amaestramiento, la seducción, la justicia y todo eso, y contra pagar en el quiosco.
En alguna ocasión un lector avisado puede sospechar que el periodista oculta algo, algo que por otro lado no deja de ser lógico. Lo haría de todos modos, teniendo en cuenta que si no acabaría contando su vida. La cuestión es saber qué parte del oficio ha de permanecer en secreto, es decir, qué parte del método puede contarse. En el supuesto de que dos temas sabrosos pugnen en las páginas centrales por cobrar protagonismo, deberá evaluar si es mejor gastar un tema y luego otro, pues si lo que se quiere es amplitud de audiencia con uno solo bastaría. Puede lograrse aplazando el menos perentorio. Por ejemplo, puede tratarse de una dimisión conflictiva, útil profesionalmente en verano, para hacerle más caso. En cambio, si hay un mundial, de ocurrir no ocurriría. Nadie se daría cuenta, siguiendo el dominio del balón. Algo así ocurre cuando se pretenden subir los impuestos, buscando alguna cortina de humo para desviar la atención. Si tratara de la tasa del agua, acaso en verano sea oportuna, cuando la prioridad es la sed. Hay pues prioridad de atenciones y de urgencias para la diagnosis informativa combinando estos factores.
Por supuesto a la masa se la puede engañar mintiéndole descabelladamente, citándola al fútbol a una hora que no es, para admirar un rato la soledad del estadio y la amplitud energúmena desaparecida, creando por tanto un pabilo seco de majestuosidad supersticiosa, por si acaso hubiera que echarle la culpa a los nazis. A veces no conviene un tipo de público, y la ruptura de la relación se parece a dos amante queriéndose dar la patada diplomática, puede que diciendo alguno que tiene anginas, aburriendo del todo la situación.
Otro tipo de ocultación es cuando el periodista, con sus lavativas hogareñas y pipirranas de oferta en la redacción, firma el artículo diciendo que está en Tailandia, disfrutando de unas periquitantes vacaciones de lujo, abanicado junto a la piscina por dos hembras de voz aterciopelada cargadas de licor, bajo la clásica palmera. Yates falsos, piscinas grandes, vuelos oceánicos, nada de eso costará trabajo luego, añadiendo transacciones económicas continentales, amistades falsas en los casinos y veteranas lagartonas adineradas mostrando el jardín de uñas de rigor, con su veneno correspondiente. Esos serán los ingredientes adecuados para cocinar en la cabeza del lector la fantasía soñada, permitiendo el pulso del suspense, cayendo rendido ante el héroe, que le ayudará degustando un daiquiri para tirar del arado gramatical. Es bueno pues que el periodista sea un tipo capaz de hacerlo creíble. Nada de maritoñis ni de mortadelas, ni de ponerse la mano en el mentón como los pensadores, sino luciendo bien la madera pectoral, induciendo la idea de que puede tener puesta la mano en una nalga suave. Nada de eso agrede al buen gusto, pues es así la verdad calore de los hombres, y el público tiene derecho a conocerla. El espectáculo puede continua sin límite, hasta la última página, cuando el lector se de media vuelta y advierte que hay alguien desayunando con él, realmente en primer plano: su héroe a todas luces, haciendo un paréntesis en su apretada agenda. El periodista se preguntará si debe contar el final, poniéndose a parir bajo seudónimo en las páginas sucesivas, mostrando la otra parte de la verdad, es decir, la envidia del perdedor, creando un morbo espectacular, y sobre todo rendimiento económico en su empresa, matando dos pájaros de un tiro, por un lado siendo el dueño verdadero de la crónica y por otro su mánager, restregando el lujo al alimón con él, abriendo la puerta del taxi, convenientemente peinado en la foto siguiente.
Alguna vez un periódico, tras meses informando con buena fe y rigor, advierte que anda equivocado, como si hubiera una compañía teatral dedicada en exclusiva a la pista falsa. Al parecer reconocer el fallo puede desacreditar al rotativo. La opción es esperar a que haya un tema bronco de verdad, con malversaciones de fondos y todo eso. El aliado es el olvido, y quizá la habilidad permita, al igual que con el estadio, llevar al lector a la misma necesidad, mirando a otro lado. No obstante, la más paradigmática ocultación, y al mismo tiempo la más elegante, sigue obedeciendo a un dicho popular entre periodistas.
"No dejes que la verdad estropée un buen reportaje", se dice, como estimando que es mejor que se note la mentira a la verdad mal escrita.
La ocultación de índole literaria es clara, y el ejemplo que sigue incide en ella.
"El preso estuvo siete años en la cárcel pintándose la cara con todo lo que pillaba".
El periodista se refiere al cubículo mágico de la homosexualidad, pero le ahorra al lector un dispendio aclarando más. En el cine se suele decir, para eludir la facilidad con que un cliché se adorna, que basta con sugerir la sensualidad para ahorrar escenas de cama menos eficaces que aquellas que cada uno protagoniza en la suya, donde sería sorprendente ningún malabarismo. El lector sabe advertir la información implícita, y que la otra parte es tan inteligente como él. Sobre todo tiene la necesidad de que le hagan creer que participa en algo importante. El periodista, para comenzar su artículo, se apoya siempre en los conceptos morales aceptados por la sociedad, como el bien o la buena fe, con un cierto sentido de la diferencia, distinguiendo el mal y la injusticia. Esta aceptación compartida se asemejaría a un corredor relámpago que encuentra dónde talonear para lanzarse a la acción gramatical. El periodista es ante todo el aliado de la población, y por eso su oficio se llamaba también cuarto poder. Quiere decir que la población sospecha que hay alguien más vigilando, y que está de su parte. Lo está porque el periodista no es un policía, pues está en desventaja ante los poderes coactivos. Si cumpliera la misma función, sería fagocitado con facilidad. Huelga decir que tampoco es un político, sino un testaferro del lector, para ver ratificadas ahí sus propias opiniones algo mejor escritas.
El instinto natural de la sociedad moderna es la libertad de expresión, que es el argumento de un artículo constitucional de índole general, que sirve de tronco a alguna rama incidental, como la ley de defensa del honor o los tipos penales clásicos de la injuria y la calumnia. Siempre hubo intentos por controlarla, y alguna vez el periodista acabó en la cárcel, apesadumbrado por no saber nada en absoluto, consciente de tener la oportunidad única de escapar, en calidad de noticia. No hay quien se cure con el periodismo. Hay quien lo ha intentado todo, incluso el suicidio, pero enseguida le hacen caso, en portada, y luego vendiendo sus trapos viejos, el recuerdo de la abuela, la imagen del primo malogrado o cualquier otra tontería.
El control de la información suele acontecer mediante diferentes argucias sociales. En fecha reciente han tenido promoción sutiles códigos de honor basados en la moral compasiva, que al parecer el periodista debe respetar. Se debe a que la sociedad es compasiva también, lástimera, porque la lástima hace sentir bien viendo que hay gente que lo pasa peor. Una de esas lástimas se denomina globalización. La globalización es querer que un ciudadano normal se sienta culpable de que una bomba, al otro lado del mundo, se lleve por delante a las criaturas. Una bomba, una subida de impuestos, una bajada de bragas, cualquier cosa servirá para que el hombre estalle a la vez con el mundo entero. La globalización es una fragancia que apesta a falsedad, para tenderle la misa al volapié, haciéndole pensar que pudo estar allí en vez de estar disfrutando de su trabajo, de su esfuerzo, de la felicidad en general. Al individuo parece que no le bastan sus propios problemas para sentirse individual, es decir, la hipoteca y el colegio de los hijos, el tráfico y la hebilla oxidada del pantalón, sino que debe sentir la necesidad perentoria de adoptar algún ridículo rol planetario, cosa que a su vez se basa en su soberbia, cuando cree que los vecinos están pendientes de criticarle, como si no tuvieran mejor cosa que hacer.
"Vamos a ver qué quiere la tele que haya ocurrido hoy", diría el viejo chiste de Chumy Chúmez.
Un concepto más es la denominada sensibilización, es decir, que además de educación el hombre debe de buscar su sensibilidad. Está el mundo lleno desde entonces de gente sensibilizada por todo, a cualquier hora, hasta las orejas. Es un llavero hipnótico que promete abrir todas las puertas menos la adecuada, una insolencia flagrante contra el encanto de la individualidad. Es así, por otro lado, porque acaso el individuo es un animal gregario y confía poco en sí mismo, a menos que comparta en grupo la soledad. De ser de otro modo, él sería el periodista, planteando las catástrofes de rigor. No obstante, con los globalizamientos sensiblones se acaba pensando que un hombre, para beberse un vaso de agua, debe pedir ayuda, cosa que de nuevo, explicada por un satírico, delataría la intencionalidad oculta, es decir, que le están llamando discapacitado.
"Hoy me han comido la polla, y no puedo continuar sin antes agradecérselo a personas decisivas como doña Eduvigis Rabolargo, así como a toda su familia por parte materna, y por supuesto a los vecinos que rodean mi casa, como don Diego, Florindo y Rábanos Pérez".
La última ocultación, por llamarla de alguna manera, es cuando el periodista llega al telediario con ganas de armar la marimonera, anunciando el gran quinario, quizá por haber atrancado la puerta de su casa, por haberse quedado en el balcón encerrado, cayendo sobre su coche, mirando una multa, apareciendo de pronto como un herminio desaforado, vistiéndose aprisa en el camerino, anudándose la corbata como si no quisiera dejar pasar el güisqui, echándose colonia sobrada para que todos huyan, apartando a todo el mundo en el plató, para finalmente comenzar con un pedo que descabalgue las persianas, anunciando a bombo y platillo que está dispuesto a cargarse a quien sea, apenas termine el reportaje, explicando que tomará un vuelo para acabar con los asesinos. Es algo que no suele ocurrir porque para estar ahí hace falta tener los nervios de iridio, como el jefe de Estado que ante una catástrofe controla su nerviosismo para no desatar el abordaje llamándole la atención a la gente. La última ocultación es ocultar el periódico, pasando olímpicamente de la radio y la televisión, quizá para advertir que todo sigue igual, es decir, que nada de cuanto explican ocurre en su pueblo. Yo sí puedo decir que estoy de parte del lector cagándome en la madre que lo parió, porque a veces uno lo pasa fatal riéndose.
Algunos tipos de presión
Un problema serio del periodista es la labor de acoso de diversos grupos de presión, obligándole a querer a todo el mundo, desnortado con la paranoia de que todo tiene interés, cuando no es así. No es que dichos grupos estén en contra del periodismo, sino de que el periodista no les hace caso. Los grupos de presión están encantados con sus débiles disquisiciones para mediatizar su labor, como las asociaciones de feministas, de trompetistas, de sindicalistas, de fontaneros borrachos, de gordas violentas, de violadores por correspondencia, de cobradores y pagadores, y por supuesto alguna que las englobe a todas, la asociación de asociaciones, con el periodista en medio, pensando lo que a veces piensa el jurista cuando todo está demasiado reglado.
Dicha gente es capaz de perder una mañana yendo al periódico a quejarse, exponiendo con desahogo cualquier garrapiñada mental que se le ocurra, puede que hablando de algún valor transgredido. El periodismo, por su parte, comprende que todo el mundo no manda lo mismo, aunque es cierto que en principio debe recibir a la gente con amabilidad, concertando la cita en el vestíbulo. Después pueden invitar a la visita a darse un paseo por la redacción, de un modo ameno y didáctico, sin que nada evite que le achaquen la culpa de un escalón roto, de una linterna desaparecida, de una chaqueta con algo de dinero, de un sello valioso que debió servir como prueba pericial para el fotógrafo, de un constipado general y ruidoso, y porqué no de la desaparición de los pañuelos. Al final, en la puerta, será la despedida, quizá invitándole no ya a tomar el fresco, sino a tomarlo con otro periódico, pare evitarse el engorro de repetir el encuentro. De ser ineficaz todo eso, cosa harto probable, será bueno conocer el ordenamiento penal, puede que para acusarle de allanamiento en propiedad ajena por no haber pedido permiso para pasar, cuando no de tenencia ilícita de armas, como el cenicero nuevo, casualmente quebrado y mostrando el filo homicida. Es por tanto posible que el grupo de presión real sea el periodístico, con todas las ventajas que eso tiene, como la de ir al periódico de al lado haciéndose pasar por el otro, morado de acusaciones. En la página de choricismos se puede dedicar un espacio a comentar la bruma matinal, por si le molestara a alguien, añadiendo algún verso, para que la cultura no sea desagradable.
"Cuando el pájaro baja, es porque en la tierra hay algo que le interesa. Cuando el hombre lo hace, pensando en el cielo, en algún instante también deja de estar".
A ciertas edades no hay nadie inocente, pues una persona con experiencia sabe en algún instante por qué se le insulta. En general nadie aseguraría, ante una cartera con dinero abandonada en la calle, que apareciera allí al día siguiente. Por lo tanto viene bien tener claro que hay un parámetro científico que puede medir el romanticismo, y no es otro que el dinero. Cuando las cosas tienen un precio, inclusive el amor, la cifra parece que tranquiliza más, más que cualquier idealismo, que es como una hiel animal imprevisible, que al carecer de precio puede salir por donde quiera, incluso llevando razón. A toda esta presión cabe sumar una muy lógica, la de los anunciantes, convencidos de que el periodista, a cambio de su patrocinio, debe hablar de ellos. Nunca es tarde para darse cuenta de la necesidad, pero para que la parrafada no suene falsaria, haciendo que la servidumbre comercial mancille la credibilidad, la solución pasa por fijarse en una sola cualidad verdadera, aunque sea insignificante. Es lo que pasa a menudo con los amigos feos, de los cuales quizá solamente se puede destacar una cualidad, que debe sonar a verdad, porque la denota el timbre de voz, haciéndole ver que puede centrarse en esa sola idea, para que luche por desarrollarla y se olvide de las demás, barajando de otro modo sus complejos.
"Eres la mujer más fea que conozco, como tú sabes, pero eres la más guapa de todas las feas".
El periodista es un individuo que a veces se agota pensando que se puede llevar bien con todo el mundo, de la misma manera que pensando que se puede llevar mal con nadie. Este fenómeno de la presión es comparable a lo que ocurre en los concursos literarios, cada uno pidiendo un requisito. Al parecer, de lo contrario, el autor, por bien que escriba, nunca tendrá éxito, así se tratara de un cuento antológico. Si tratara de un señor que viaja en un avión, y si algún concurso exigiera en sus bases hablar de aceitunas, tendría que cambiarlo todo para decir que el protagonista, en el asiento cuarenta y siete, masticaba una de esa marca, jugosa y duradera, más sabrosa que el vuelo mismo y mejor peinada que las demás. Si le dicen que en su avión debe incidir en el tema de las mujeres, puede añadir dos líneas diciendo que la suya estaba en todas partes, mirando de reojo. Si la idea ocurriera en torno a una marca de fotocopiadoras, reconstruirá el cuento diciendo que antes de partir se fotocopió el trasero en la mejor, llenando la maleta, oliendo a lujo. Si ocurriera en torno al género fantástico, añadirá sibilinamente que su domicilio está precisamente en la calle Saturno. Si el tema fuese la tauromaquia, poco trabajo costará sacrificar un rato el vuelo abriendo la puerta del hotel con un soberano natural, como Manolete, brindando con el perfume ante la afición, fifleando al girar y agarrando el teléfono como si se lo hubieran tirado desde un tendido. Si el concurso lo convocara un pueblo, uno de tantos carentes de aeropuerto, es posible que exijan unos párrafos a la virgen de las Camelias, y la solución sería fácil: agradeciéndole a todo el mundo haber pensando en ella para aterrizar civilizadamente. Se puede sacrificar un párrafo más para reivindicar un aeropuerto para ese pueblo en concreto. Si el concurso estuviera convocado por una asociación de donantes de riñón, deberá decir que los llevaba encima en todo momento, y se tratara de un homenaje a una señora con pedigrí, dirá que apareció en la copa de luz del hotel, más tersa que nunca, como cuando joven, larga de pestañas al amanecer. Si la exigencia fuese erótica, bastaría con hacer hincapié algo más en el tema, diciendo que se la metió directamente, con esa gracia que suelen tener los cuentos eróticos, aclarando los preliminares, cuando la acarició durante años con el cuento mismo, entre un manjar de ocurrencias lascivas, antes de entregarlo en caja a cobro revertido.
"Hice de todo con ella menos cargármela a las espaldas", pudiera ser suficiente para lograr el premio, tras un breve análisis del idilio en el lago.
Si convocara el concurso una empresa de clavos, pondrá alguno en la puerta, diciendo que no sentó nada bien en el hotel, pese a ser de acero, como el que anunciaba la marca. La propia entrega del premio podría ser el mejor cuento de todos, tras aterrizar allí, en un pueblo con aeropuerto, como una ironía, para recogerlo durante el acto habitual, agradeciendo el cariño prestado. Quizá no le quepa más remedio que añadir algún comentario tímido durante la entrega, diciendo que hace años tuvo un lío allí con la cajera del supermercado, que quizá aparezca en ese instante, nostálgica con el recuerdo de aquel dulce mazapán, reconociéndole. Si hay una persecución en moto porque también esté el marido, habrá que citar la marca del vehículo, y por supuesto alejarse raudo, acariciando los billetes en el bolsillo. En definitiva el cuento habrá cambiado un poco, pareciendo que todo el mundo está en él menos el autor. El periodismo satírico, sin duda, permite observar de nuevo que es así como se explica el fenómeno, haciendo patente la imposibilidad de poner de acuerdo a todo el mundo, así como el rol que desempeña el informador. La revista El Batracio Amarillo una vez le explicó a sus lectores el fenómeno, para lo cual solamente publicó un largo recuadro con puntos suspensivos, al objeto de que cualquiera se sintiera el articulista.
"(Rellene usted mismo el artículo. Gentilmente, la empresa) . .. .
El gran grupo de presión sin duda es el político, y cuando es capaz de atacar al periodismo está disparando los precios, pues la gente está ávida por los escándalos. En alguna ocasión el propio político afectado ha ejercido su misión llamando andana por teléfono, o bien presentándose en la propia redacción a pedir explicaciones, planteando que acudirá a la vía judicial, para ser culpado de un golpe o algo así, durante la visita, o de un navajazo a la bota de vino. La política en ocasiones implica esta emotividad ridícula, como si su protagonista, con la insistencia, estuviera diciendo que en realidad no manda, y que necesita salir con urgencia en las páginas, puede que por una sola causa: para que nadie le otorgue a su silencio la duda de haber cambiado de sistema. A título anecdótico se puede decir que no hace falta talento para sacarle rentabilidad al tema, como sucedió en una ocasión con un periodista pusilánime, que estuvo días, durante las elecciones, titubeando por todo, incluso por qué acera tirar, si por la izquierda o la derecha, temiendo influir incluso así. Al final el director le pidió que se explicara abiertamente, pero no hubo manera, mas fue así como alumbró un artículo antológico, realmente satisfactorio.
"Todos pueden ganar", se tituló. "Los tres partidos en liza durante estas elecciones son el partido popular, el partido socialista e izquierda unida. Cualquiera de ellos puede lograr representación parlamentaria. Pueden lograr incluso la presidencia, como es obvio en un sistema democrático, que consiste precisamente en eso. El partido popular es un gran partido, y por eso parte como favorito. El partido socialista tampoco se queda manco, porque tiene detrás un gran respaldo. Me refiero al decir detrás a la fuerza masiva que pacíficamente aplaude en sus mítines, que por lo general están llenos. Izquierda Unida, naturalmente, también tiene fuerza, cuando hasta hace poco era un partido que no significaba nada. Quiero decir que no significaba tanto como los demás. Antes de continuar quiero aclarar que si he citado tres veces a los de izquierda unida, nada más comenzar, mi intención no es decantar el voto para ellos, sutilmente, porque considero sinceramente que los votantes está de sobra preparados para apreciar otros méritos. Izquierda unida no es un partido mayoritario, dado que la izquierda, que también está representada por el partido socialista, suele sonreír más a este último. Último que a la vez puede ser el primero. Al mismo tiempo primero puede ser el partido popular. En definitiva, a mí en realidad me da igual quien gane. Por mí se pueden meter todos en el Congreso y encender la calefacción, porque afuera hace un frío que pela".
Respecto al uso de erratas y otros deportes localistas para sortear el obstáculo pesado, la lista sería interminable, pero en ocasiones es demoledor, sobre todo en la prensa satírica, de la que se dice que es capaz de acabar así con un gobierno. El último grupo de presión está en una sección del periódico, por exigencia de la ley, que prescribe la obligación ante el derecho de rectificación. Se trata de las cartas al director, para dirimir las alusiones.
"Señor director:
"La otra noche soñé con un bulto. Luego quedé gratamente impresionado por su modo de acomodarse en el sofá. Mantuvo la comodidad con los cojines habituales. Ya se sabe que esto es difícil, porque como se sabe unas veces falta cojín y otras veces sobra pescuezo. Por eso le considero a usted un ejemplo de prestancia endogenética, digno de imitación, con su soltura en la rótula, evitando temer por la unidad natural de los cóndilos. No quiero que esta carta le llene en demasía, prestándome atención, es decir, en la medida admirada en que usted satisface la inquietud intelectual de cuantos le seguimos. Baste decir que ahorró un altercado sabiendo poner las piernas en su sitio. Ningún halago sería suficiente para describirle a usted. Hay una pléyade, ramillete o como se diga acerca de las loas justificadas ante el tema, pero siguen sonando en el vacío ante su grandeza incuestionable. No basta con decir que es usted sagaz, limpio, inteligente, sabio, sabio con exactitud y oportunidad, como demostró esa noche, cuando parecía que bailaba sin tino en la oscuridad, a punto de desbarrancarse contra el tabique, molestando así a propios y extraños, es decir, a los vecinos y a cuantos tienen con usted una cita cada mañana. Al final me agradó saber que el bulto fuese tan sólo el vasto superior del cuádriceps derecho. Por otro lado, debo decir que sus latidos en la oscuridad me acompañaron, cuando fumaba tranquilamente en la templada penumbra. Le quiero porque me quiero a mí, y tan larga vida espero que muero porque no muero, etcétera. Pido explicaciones por mi despido incongruente, pues no me place vivir de esta manera, en la ruina pendenciera, como pocas veces ha ocurrido con los iconos sociales que merecen la pena, como yo mismo, es decir, como usted. Me despido de mí esta noche comiéndome una sola gamba. Atentamente, Yo mismo. ¡Váyase al cuerno!".
A menudo el periodismo berenjeno suele hablar de ello. Al parecer existe el periodismo de género. Como se sabe hay una asignatura que se llama así, y puede que no solamente se refiera al género sexual, tras la entrada de la mujer en el mercado laboral, participando de las torpezas del varón. Desde entonces hay una sensibilización mayor con ese tema, motivo por el cual hay que tener cuidado con las palabras, porque con alguna pueden acabar hirviendo las coles. Lo que está más claro que un tigre es que en el ámbito profesional las distinciones son sonoras. En principio la noticia, que es un género, no es lo mismo que la opinión. La noticia consiste en decir asépticamente que al autor le gustan las peras, en tanto que la segunda se puede permitir generalizar algo más.
"No a todo el mundo le gustan las peras", diría un titular, queriendo poner de acuerdo a todo el mundo añadiendo que tampoco determinados guisos.
El reportaje también es un género, y es como una noticia larga, a medio camino entre la opinión y esta. Alguien se dio cuenta una vez que es muy difícil no acabar opinando escribiendo tanto. El editorial se trata de un artículo de opinión desperdiciado, sin ningún valor comercial, cuya utilidad reside simplemente en darle la bienvenida al lector, para que no se pierda. También está la entrevista, un género difícil porque nunca encuentra lo que busca, es decir, que la habitación donde ocurre huela. Se puede decir que fue un invento de La Rochefould y los aforistas dándose a la frase breve conversando con sí mismos, puede que dejando que las preguntas la haga la parienta. Al parecer la primera entrevista la hizo un hombre que llegó harto de vino a su casa, dándose cuenta de que el oficio de sumiller era el adecuado para llegar tarde.
-¿De dónde vienes?
-De trabajar -, pudo decir él sin ningún tipo de complejo.
Lo demás son secciones acogiendo todo eso, la de internacional y sociedad, la de deportes y espectáculos, y cosas así. Si la cosa se refiere al género sexual desde siempre hubo mujeres perdiendo su tiempo con lo mismo: el periodismo. Una de ellas, muy célebre, fue Emilia Pardo Bazán, en España, a finales del siglo XIX, una mujer polémica, firmando una serie titulada La Cuestión Palpitante, que quizá hubiera sido menos polémica de haberse tratado de un hombre. En fecha más reciente Teresa Viejo fue la directora de una publicación importante. Se trataba de Interviu, cuya particularidad estriba en que es la revista de la portada con las señoras desnudas. Al principio se temió que de un momento a otro Teresa, no resistiendo las ganas, sacara en ella a su padre, cosa que al final no ocurrió, sino que cumplió con la naturalidad profesional. De ser este el debate, se sospecharía que quien ideó la asignatura del género, quería sacar rendimiento del debate. Quizá estuvo encantado pensando que le hacía un favor a ellas, ubicándolas en un apartado exclusivo, cuando en realidad las estaba discriminando, quizá resultándole un exotismo por no creerlas del todo normales, como él.
En realidad en el ambiente periodístico la competición no se centra en este asunto. La mujer se puede dedicar al periodismo con la misma eficacia que un hombre. Lo es incluso más si hay un balance económico afectuoso. Es indiscutible que la mujer es la que luce la mayor variedad de peinados, pero si conducir el asunto a la peluquería fuese un fin, el periodismo acabaría convirtiéndolo también en noticia, hablando del más bonito peinado de todos. Alguno de ellos puede ser incluso rimbombante, y puede incluso tener un nombre, acaso Paliza con mi Maromo a las Cinco de la Tarde. El varón será el primero que comprenda los encantos de la mujer, y además que use la cabeza para estar guapa. El periodismo no requiere más. Es un oficio cómodo que se puede practicar sentado, causa de que algunos debates sean por envidia. Desde luego no es como cargar hormigoneras, para lo que sí se requieren otras capacidades. Por eso es de sospechar que las polémicas que suscita simplemente persigan lo de siempre, es decir, azorar al periodista para desbancarle de su puesto codiciado, utilizando muchas veces como escudo a la mujer, pobremente.
Por lo tanto si la pretensión del que ideó la asignatura es ponerse a hablar peluquerías, se dirá en este sentido que la mujer siempre tiene que luchar contra dos personas, la peinada y la despeinada, amenazando ambas con confundir a la tercera, a la auténtica. Unamuno, que era un hombre con luces, opinaba que algo así le ocurría a todas las personas, es decir, que cada una sea tres a la vez, la primera como la ven los demás, la segunda como se ve a sí misma y la tercera como realmente es. El periodismo, de todas formas comprende, el acercamiento de parejas, que es bueno para el corazón y sobre todo malo para el rival, acaso el asqueroso que ideó la materia. Hay que decir que las parejas se distinguen de los animales en que alargan el cortejo, unas veces con flores y otras con bombones. El cortejo humano quiere evitar caer rápidamente en la trampa para que el tierno mariquita de turno mantenga su esperanza. En la vida normal, el varón cree que decide él, y al mismo tiempo ella quiere hacérselo creer. Ambos, en definitiva, lo ven posible, una y otra vez, ambos dedicándose a calibrar visualmente el vigor de la genética. El macho mirará sus pechos ubérrimos, y ella su destreza. El macho calculará qué garantías ofrece ella para darle el primer alimento a la prole. Ella, a su vez, calibrará de qué modo él defendería la cueva, yendo al supermercado a capturar al bisonte, en la sección de chuletas. Está estudiado que cierta tensión sexual entre los mamíferos que comparten oficina es saludable, y sobre todo rentable. Por un lado mantiene a punto la temperatura creativa, y por otro hace pensar en vacas y toros, es decir, en que la vaca da leche y el toro que la monta carne, y tras el encaste posiblemente un carnero, a los efectos de que la moto oficial de la carrera siga siendo beneficios. A los directores de periódico les da igual las apuestas que cruce la redacción acerca de cómo ambos se dedican sus favores. Se sabe de sobra que el periodismo dispone de un horario continuo y azaroso, es decir que las parejas pueden cambiar en cualquier momento. El director quizá pueda aclarar que sólo necesitan su cabeza para ir al siquiatra, por si acaso alguno de los dos llegara diciendo que el fotógrafo le está lanzando muchas más fotos a ella.
Hay directores que para ahorrarse problemas prefieren a la redactora fea, alcohólica y bajuna de trasero, preparada siempre para salir a por la noticia amarrada a un perro. Respecto a la igualdad, es otra palabra llena de candor, que en realidad alude a la ley, haciendo ver que todo el mundo debe atenerse a ella aunque la desconozca. En el apartado romántico, está claro que la mujer es capaz de igualarse al hombre aguantando los mismos improperios, cosa que a su vez implica una gran noticia hablando de la discriminación cuando sea así. En este sentido cabe decir que lo curioso que resulta que nadie se dé por ofendido cuando se dice que los negros la tienen más larga que los blancos, cuando claramente supone una discriminación hacia los blancos. Respecto a las razas, también es fácil hablar de discriminación, diciendo alguna vez que a los negros se comen a los gitanos.
En definitiva, el debate no merece la pena, pues la virtud profesional deja claro qué ocurre: que hay que rellenar páginas y que hay que saber escribir, so pena de ganar un látigo, sobre todo ella, porque es de la que se espera lo mejor. La conclusión es que la manada, con su periódico, se otorga un distintivo de casta, haciendo sonar su mejor voz, que elige para sentirse representada dignamente en en la vida. En cuanto a ella, desea alguna vez, como es natural, que esa voz atienda mucho más en la cama, para lo cual solamente tiene que cerrar el periódico. En ese instante las declaraciones serán distintas, quizá con alguna mermelada o con cualquier rollo de esos. El varón, en definitiva, tampoco tiene porqué pedir excusas por estar ahí, al objeto de que en la redacción acabe sonando el macho, llevándola a puerto como un galeón.
La maléfica leyenda de quien entra en la nutricosmética
Al amanecer la peluquería de Mamika olía a gran perfume. Era la flor del yambo de la pomarrosa india. En el equipo musical había ópera, como de costumbre, un alto de Leoparda de Utrecht ante Lestin Ducek, debatiendo un duelo de amor. Así resistía Mamika a la cliente, cuando se sentó. Se trataba de Frasca, decidida a entregarse de lleno a la nutricosmética, que comenzaría con el viejo ritual de siempre, acerca del cual corría una leyenda extraña, según la cual quien entraba en la nutricosmética nunca salía de ella. Se trataba del clásico ardid del gremio para para captar clientes. Frasca, a su provecta edad, dijo que estaba enamorada de un hombre, al parecer de un aventurero que en fecha reciente le había escrito una carta de amor desde los confines del mundo, durante uno de sus viajes. Leoparda en ese instante largaba un glogloteo de rendida ovación, con tensión coronaria en el palco, con el tenor Lestin Dukek amartelado de amor al fondo, entonando un esqüilo inconmensurable.
Frasca estaba realmente ilusionada aquella mañana, pues aquella tarde se conocerían. Se entretuvo un rato ella misma con los ojos para las pestañas más convenientes. Probó incluso a ponerse dos pestañas postizas de chupa de dómine, susceptibles de enaltecimiento con el lápiz eyerline green. Mamika pensaba que la cosa iba en serio, y que la voz postal del misterioso hombre prometíale amor canalla de veras, pues nadie a esa edad se molestaría en una cosa de esas. Al parecer la última carta decía textualmente lo siguiente:
"Inclinada tu cabeza en la almohada ante el pan de alforfón, durante el dodecafonismo palatal en los dedos de los pies ".
Él era un marinero errabundo de regreso a la ciudad tras años desperdiciado por el mundo, harto de casas provisionales, de portulanos buscando paradas adecuadas, de dispensas médicas en pontones indios de mala muerte, atravesando ríos pestilentes e indómitos parajes llenos de fieras, avanzando casi siempre en el mambeo de aguas de la soledad, en el son sereno y pesaroso del tan del güiro, bebiendo para olvidar el bingarrote de sus espejismos, sin apaciguar del todo el corazón resignándose a compartir la soledad con el guaraguao de la arboleda. En una de las cartas dijo que una vez, ante la desesperación de morir inane, se tuvo que alimentar con un pajarraco enredado en el velacho al que le retorció el pescuezo, tras lucha intensa de días con las bestias del aire sobre el mar, confundiendo la percepción con sus gañidos.
-En el Aconcagua me ha dicho que está -, aclaró Frasca.
Estaba a punto de comenzar la fase más trepidante de la acción capilar. A petición de Frasca, Mamika procedió a un tratamiento reafirmante con parches y ventosas, añadiendo un velo facial de colágeno. Entretanto ella misma probaba el modelador de las cejas, sin darse cuenta de que alzaba los dedos de la otra mano para que la otra, en tanto hacía efecto la mascarilla, se los repasara con la lima de cristal de reciente adquisición, como tocando un arpa. Después, durante el primer secado, aplicó un abrillantador de agua micelar con extracto de partículas coloidales, regresándola tersa al espejo, fresca y resplandeciente, como llegando de una sorpresa, reconociéndose cada vez menos. Fueron de uso diversas cremas, convenientes según el versículo del oficio. Primero Mamika aplicó la de antes, así conocida popularmente. La crema de antes, según las mujeres, era prioritaria para ponerse luego la crema de después, para que después surtiera más efecto la de después de antes, denominada así también, haciendo caso omiso al marbete del bote, que la llamaba simplemente la crema de a posteriori. La cliente, por su parte, en tanto Mamika analizaba la operación, simultáneamente se trasteó la nariz con el naricero líquido, con una sustancia que estimulaba la pituitaria, al objeto de un recorrido neuronal provechoso de las células ciliares conduciendo la sensación al cerebro. Sintió deleite explorando la espectacular aparatología de la línea Luxury Plus Weidermeier. Después se atrevió con el set de microabrasión ultrasónica, con ayuda de cremas nutritivas y mascarillas calmantes, así como de un champú voluminizador que favorecía el diseño, al que se entregó la peluquera con disfrute, manejando a su manera toda la masa capilar. Frasca la tenía en abundosa y fuerte todavía, pese a su apariencia delicada inicial, tan solo una faramalla de hilos sin esperanza ninguna. El champú voluminizador lo nutriría a perpetuidad, con acción profunda en la mismísima raíz de Wiler del folículo piloso. A continuación Mamika añadió el indispensable refuerzo anticaídas.
-El anticaídas para no caernos -, bromeó, compartiendo con ella la felicidad.
Ampollas de tratamiento antigrasa. Anticaspas tampoco faltaron. Hubo emulsión de placenta vegetal, la número 5 para ser exacto, así como el pertinente complejo multivitamínico con sérum reparador de puntas castigadas, rico tanto en pantenol como en caroteno elaborado con algas iliófagas al yodo de la Selva Negra proterozoica. El pelo quedó reluciente, reflectando invisibilidades poéticas bajo el espejo, con el violeta de los halos alpinos y el opaco blanco de las brumas cristalinas cruzándose con las notas musicales, poniéndole color a un sueño que parecía huidizo y adolescente. A los pocos minutos ambas naufragaban en un vapor brumoso. Frasca tomó el vuelo de las cuatro bajo el secador durante unos instantes, antes de proceder a la segunda fase. Después accedió al reposacabezas Pantera Negra 1500, un último modelo capaz de relajar las cervicales al modo inolvidable, presagiando lo que ocurriría luego. A continuación, para secarse, ocultó el rostro en una toalla de puma cariñoso abatido en ciénaga de pomelos, y posteriormente ocupó de nuevo la silla.
"Hazme sentir la protagonista", parecía pensar Frasca, irreconocible en el espejo.
El tratamiento continuó extendiendo con la paletina una crema alisadora, rauda Mamika rodeándola, enérgica, voluntariosa y oportuna, sin descuidar ni un detalle, sacándole el máximo provecho durante quince minutos extenuantes. Durante quince más la crema actuaría en los vericuetos inaccesibles del cuero cabelludo, con aplicación del bálsamo 6, adecuado para flotar del todo bajo el revolucionario secador con mango de cocobolo, último modelo equipado con un motor de larga duración, así como con un difusor de iones y boquilla de carey, y un selector de varias velocidades con temperaturas, una de de las cuales era de alta graduación, adecuada para el fragor cogotudo de la zona motilona. Un neutralizante aplicado al peine, Frasca relajada, con el flequillo tapándole un ojo, imaginaba con el otro a su hombre, alto, rubicundo y atractivo, como le había descrito una vez, y sobre todo hábil y regular en la cadencia amorosa, esperándola desde hacía tanto tiempo. Su amiga, como si tuviera más brazos, multiplicaba el esfuerzo abriendo una mano sobre el pelo aplicando una mascarilla más, aún más alisadora e ideal para el diseño de bodoques y rodetes, quizá para realizar el distinguido peinado de Ana Jagellón. Comentaron asimismo diversos estilos, pareciendo que hablaba de diversos títulos de la música. La propia peluquera alguna vez pensó fundar el suyo, con un toque personal y un nombre propio. Eran a diario excusas perfectas para conversar con las clientes, riendo juntas comentando Paliza Definitiva, Acoso con el Plumero en el Portal o de Me Voy de Fiesta un Poco. Ella, la peluquera, era una mujer monumental para el cachondeo.
Solía contar con orgullo que en cierta ocasión salió piripi de un concurso local de peinados, y viéndose rodeada de varias guayabas jóvenes, decidió irse con ellas haciéndose pasar por una adolescente más, alegando envejecimiento prematuro como coartada perfecta para no desentonar y disfrutar con ellas de la juventud olvidada. Aplicó, como era de esperar, el Kerative 509, furibundamente, como si ella misma hubiera puesto en juego sus sentimientos, explicando a toda mecha que poseía esencias multiorgásmicas, aunque sus efectos más intensos se activaban en combinación con otras cosas, como por ejemplo un beso, encendiendo la iluminación, quizá del todo con un buen trancazo, deshecha en el oleaje de las sábanas. Era adecuada además la mágica combinación de esencias al spray reparador, con cálidos rulos metálicos y tres bigudíes en caliente, así como un bálsamo de proteínas de jojoba en cultivo atento. Después sería necesaria una pizca de aloevera para facilitar la prestidigitación del peine. En ese instante el embrujo solar del espejo permitía jugar con todas las hipótesis posibles, acaso un éxito absoluto, rindiendo a los admiradores garbeando por la calle, máxime oliendo de ese modo, a perfume embriagador de sándalo indio, con esgrima envolvente de vapores y varitas moldeadoras, alfa el pintalabios en el éxito indiscutible. Hubo después alguna que otra corrección de arrugas orbiculares, tras lo cual la belleza se confundía consigo misma. La culminación del camuflaje era uno de los detalles más característicos de la coquetería femenina, un lunar como tercer ojo acechando sobre el labio superior, en el sitio justo para ganar más confianza ante la selva de castigos sexual. Se hablaría en este caso del murciélago de ensueño que recorre una calle larga estrellándose finalmente contra el rostro. La peluquera, con tierno cuidado, acercó su dedo y lo colocó allí.
"Una vez más la mujer -parecía decir la voz de un hombre- es un bello animal que cae fácilmente atrapado en la culpa, considerado maldito por darse a luz a sí misma y al marido, zafándose de la injusta persecución a la que es sometida tradicionalmente, siendo capaz una vez más de pasar desapercibido por completo como él sólo sabe hacerlo: llamando la atención".
El intangible
El Granada quiere fichar a un atleta rompedor
Se trata del corredor más veloz del mundo, un hombre que corre como una bala. La última vez, durante una competición en Munich, el referí de la carrera dio el pistoletazo de salida y la llegada a la meta coincidió con un pájaro aterrizando en el suelo. Eran cien metros libres, como siempre, y los corrió a cuarenta y siete kilómetros por hora, tardando nueve segundos y medio, sin viento en contra, batiendo así la plusmarca mundial. Empleó dos pares de zapatillas. Dos eran las que llevaba puestas, y las otras dos las que veía el público en el aire. Quiroga, un directivo del Granada, lo vio por la televisión, y se lo imaginó vestido de futbolista, a toda velocidad por la banda, alcanzando el balón antes que nadie, tras una volea desde el otro campo, sin obstáculo para estar a solas con el portero, provocando en la grada un cataclismo multicolor. En los días sucesivos la televisión no paró de repetir las imágenes del récord ni Quiroga comentando con los otros directivos la idea que se le había ocurrido, la de ficharle, siquiera para estar tomándose el té en el campo, pues esa velocidad bastaba para acobardar a cualquier equipo.
Ninguno se atrevería a jugar adelante, descubriendo la cancha atrás, permitiéndole de ese modo alcanzar la pelota una y otra vez, tras sendas voleas desde el otro campo. Nunca se preguntó qué costaba, sino cuánto dinero podían ganar. No era ya ganar la liga, sino quedar campeón también en los números. Serían campeones con la polémica, batiendo a cualquier equipo en las páginas de los periódicos. El Granada sería el número uno en las preferencias mentales de todo el mundo. Antes de descolgar de nuevo el Granada era campeón de todo. Citó en su casa a un colaborador, al que explicó la jugada como si el balón fuese un hueso de aceituna, llegando fácilmente por el aire, con el atleta raudo por la banda, multiplicando la zancada.
Tras la reunión ambos estaban de acuerdo en que la operación no podía ser mejor, y si no lo había hecho nunca nadie era porque el destino estaba esperando al Granada. Era la revolución del fútbol, una táctica soberana. Con un jugador de esa categoría no haría falta ni el centro del campo, pues bastaba con un simple golpeo largo desde el otro área para cumplir con el trámite de llegar a la otra, siempre a bordo de la oportunidad de gol, con los defensas loqueando como furcias, desarbolados en la corriente, uno tras otro, viendo pasar una sombra.
El destino señalaba al Granada como mejor opción para llevar a cabo la idea, dado que la provincia llevaba veinte años sin una autovía, debiéndose dirimir el tráfico en una carretera de vía estrecha, entorpeciendo la circulación de los vehículos. De aquel modo elegante la pantomima quedaba resuelta con un deleite superior, a la altura de una ciudad monumental y de una provincia histórica. Con aquel tipo Granada paradójicamente podía ser campeona también de la velocidad, Incluso pensó Quiroga en algún anuncio publicitario para el cine, sonando como un cañón, con el corredor en la vía alcanzando la misma velocidad, superior a la de los coches, bastando así para transmitir mentalmente un idea sin precedentes, y cuyo sitio oportuno no podía ser otro. Quiroga pensó que la Historia le estaba llamando. Si alguna provincia le disputaba el proyecto, quedaría claro su valor, y acaso más si disputaran también la falta de autovía. Cada partido sería un espectáculo memorable, solamente por ver la cara de locos de los defensas rivales, dándose la vuelta con dificultad, cuando fuese demasiado tarde, sobrepasados por la ofensiva.
El equipo estaría dirigido por un entrenador capaz de asumir el peso de la gloria, cualquiera de esos que salían en televisión jugando torneos internacionales. Quiroga repasó un lista mentalmente y afloraron varios nombres, y al final estaban los más prestigiosos, de un modo asequible y verdadero, engalanados con una idea servicial, más allá del dinero que debía suponer. Era como reflotar un barco imposible, aplastando la liga, paseándose por los estadios como el favorito en las historias más fabulosas, como una leyenda en definitiva, sólo posible en Granada, la tierra de las mil y una noches.
El atleta haría al menos dos o tres carreras cada partido, de un modo fulgurante, como se vio en Munich, alterando los pronósticos así, con el paroxismo radiofónico de rigor atento a un solo estadio, anhelante ante la idea, la de un balón sometido así, en un tiralíneas, bastando un golpeo y una carrera devastadora. Los árbitros se dejarían seducir por el favorito in extremis, pensando con extrañeza de qué modo señalar un fuera de juego que da comienzo en el otro campo. El hecho de que ningún equipo poderoso adelantara líneas, llenaría el tesoro de la convicción, haciéndole ver a la afición que nadie más podía ganar. Era un lujo sicológico, una mentalización inmediata, casi extraterrestre, sin dejar lugar para la duda. El rival atrás facilitaría la permanencia del balón en torno al marco, la jugada de gol ante el asedio, la emoción necesaria, cualquier cosa menos aburrimiento, esperando el momento en el que al cancerbero, al verle venir desde atrás, le temblaran las piernas, sin saber en qué lado ponerse, con el estadio entero alzando la cara hasta que bajo la sombra del balón apareciera la pisada de la fiera. Los delanteros se hartarían de rematar algo más que un contragolpe, saltando junto al larguero en continuas oportunidades, birlando siempre la clásico ristra de papas fritas sobre el larguero, como diría algún locutor. La desesperación del rival provocaría asimismo expulsiones, conflictos y evidencia de fragilidad, es decir, la imagen general de un derrotado, quizá antes de jugar, al saberse inferior ante una mentalidad asombrosamente ganadora, mucho más fuerte.
Es Usaín Bolt
Aquellas horas había perdido todo el mundo contra el Granada. Había un disparate de números sobre la mesa, por diversos conceptos. Uno de ellos registraba el anuncio que el atleta Usaín Bolt había protagonizado en fecha reciente para una marca de teléfonos. Se trataba de Vodafone. Se dijo que quizá hubiera sido más lógico, teniendo en cuenta cómo corría el cronómetro, un anuncio de relojes. En el anuncio saltaba al campo vestido de futbolista, con una camiseta amarilla y un pantalón negro, llamando por teléfono a alguien, haciendo pensar que al otro lado contestaba el Granada. El anuncio cerró sin dejar ver la pantallita del teléfono, porque también hubiera colado perfectamente el logotipo de la entidad, con su ge gigante, a la vista de millones de personas presagiando la gran aventura mundial de una entidad que jamás había ganado nada.
Quiroga hizo algunas gestiones de su empresa en Japón, que acababa de patentar una lavadora distinta para hombres torpes. Con una patada a la izquierda se ponía en marcha, y con otra a la derecha centrifugaba, permitiendo incluso un botón para escuchar el carrusel deportivo, con su martingala de agitación, como de estar en el estadio metido con la afición. A esas horas Granada era un imán, pues los directivos, tras comunicarlo, provocaron la necesidad de los periodistas de saber más. Quiroga, con la vista asombrada bajo la gorra, mirando las imágenes, atendió a unos cuantos por teléfono, todos ellos sin salir del asombro, bajo la idea de que así bastaba para que ocurriera de verdad, como si un asombroso robot se alzara de pronto, con toda su tornillería ajustada, avizorando el horizonte con una naturaleza superior, casi sin pedirle permiso a nadie, como una empresa normal que acomete una reforma. Pulsó sin querer el mando del video a cámara rápida, y entonces se asombró del todo, viendo que aún corría más rápido, sin darle tiempo a nadie a verle. En ese instante el presidente del club, David Manuel, llamó para tenerle localizado en casa al objeto de una visita, queriendo conocer en directo qué realmente sucedía.
-Ganar a todo el mundo -, dijo Quiroga con sequedad-. Tengo una idea llena de esperanza que puede que esté dando ya la vuelta al mundo.
El club soportaba una deuda histórica, imposible de pagar, como un enfermo pidiendo cada dos por tres permiso para morirse. En cambio ahora parecía un millonario, aludiendo a las cosas con fragancia adinerada. El hombre que pagaba existía, como decía la máxima empresarial. Lo aprendió de sus ancestros en la niñez, que un empresario pagador tenía credibilidad e inducía confianza para trabajar. A cámara lenta Usaín avanzaba de un modo simple, articulando las manos sincronizadas con cada una de las ventisiete largas zancadas, esta vez en tres minutos y medio. Se lo imaginó llegando así a la portería, sonriente y alzando los brazos, enarbolando ante los fotógrafos los dedos del gol.
David Manuel llegó para lucir la carcajada. Pensaron en uno de los debates habituales de la prensa, alusivo a los misteriosos motivos que había para que un futbolista ganara más que un médico. Para la mayoría de la gente estaba clara la razón fundamental del negocio, es decir, que un deportista ganaba en proporción a lo que ingresaba, y que a su vez cualquiera saldría caro si no ingresaba ni un euro. Se dieron cuenta de que toda la liga había quedado devaluada de repente, pues cualquier estrella a su lado parecería corriendo una vaca en el prado. La siguiente repetición fue un obstáculo para conversar, cuando Usaín se abrazaba a la gente, envueltos en la bandera jamaicana. Quiroga evidentemente tuvo en cuenta la violencia del deporte, diciendo que para cortar ese avance podían hacerle la zancadilla, concluyendo la jugada en la página de sucesos, sobrevolando el larguero e impactando lejos, como en los dibujos animados, aspecto que por cierto también sería lógico como negocio. No obstante, quizá les disuadiera de algo así el hecho de que la afición, probablemente recién llegada de un atasco, pidiera enseguida la revancha. Sin embargo, el tipo no era un cojo, sino que lucía una musculatura titánica, a bordo de una estructura ósea descomunal de uno noventa de estatura, haciendo ver que chocar contra él a esa velocidad sería como hacerlo contra un tabique. Por lo tanto, el asunto pesaba con normalidad y los razonamientos rodaban solos por el suelo. Quiroga cuando cerró la reunión acompañando a David Manuel abajo, diciendo que se iba a pasear por el parque, como solía a menudo.
Paseó discretamente, sin lucir la gala, algo cansado, como si hubiera llegado de muy lejos, pestañeando como una tragaperras por la alergia primaveral, con asomo de monedas incluidas en los bolsillos. Después regresó, se duchó y se aflojó en la almohada, siendo aún de día. Después tuvo un sueño distinto, durante el cual el palco era confundido con un gobierno, con Usaín Bolt nombrado ministro de deportes del país, ministro sólo por correr así. La hinchada, a lo largo de la Historia, siempre pensó que para ser el presidente de aquel club había que estar rematado, pues las deudas eran insufribles. Sin embargo, ahora nadaba en la riqueza y la situación parecía una recompensa llena prestigiosa. Los jugadores de categoría desearían estar en aquel equipo, buscando la gloria definitiva, quizá hartos de ganarlo todo con el suyo. Jugando allí, en un equipo pequeño que hasta hacía poco no valía un pimiento, se aseguraban el recuerdo hogareño del aficionado local, tendiendo el placet cada año como si estuviera por fin en su casa, recordándole cada año lo que ocurrió una vez. Pudiera haber una retransmisión mundial, con las cadenas de televisión pujando fuerte. Por los grandes acontecimientos se pagaban cifras exorbitantes. Si el cálculo era igual de nítido que lo anterior, habría dinero incluso para pagar una afición nueva si acaso la de siempre no estuviera contenta, y una más que solamente para aplaudir a los productores de televisión por haber dado con un motivo distinto a una guerra para captar audiencia.
Después apareció alguien junto a él, su esposa, recién duchada, llegando para otra guerra, la del amor. Entonces inclinó la cabeza y se oyó un tímido ronroneo.
-Por fin en este club hay solvencia.
Le llaman El Pelapapas
Usaín mantenía los dedos en alto cuando abrazado a los aficionados jamaicanos. Este detalle tampoco le pasó desapercibido a un empresario de raza como él, acostumbrado a tratar con la gente fina de las finanzas, hecha al estudio de detalles. Estuvo hasta las tantas de la noche en la mesa del salón con sus cálculos, con la imagen del atleta congelada en la pantalla, degustando un zumo fresco preparado por su mujer, que después le oyó reír desde el dormitorio, mientras tecleaba algo con un periodista. Le dijo que si hacía falta ficharían a cinco negros más, para que el atleta corriera también por sus propios motivos étnicos, haciéndole sentir más a gusto en su nueva ciudad. Añadió que tres de los negros serían delanteros y los otros dos los padres de los jugadores. Estaba claro una vez más, como pensó el periodista, que aquellas eran las clásicas ocurrencias de cucaracha del directivo. Era Juan Fabrizio, el reportero local mundialmente conocido, dejándole escribir cuanto quisiera. Quiroga explicó, divertido como un chiquillo, que ubicarían los partidos a las diez de la noche, para el camuflaje completo, dejando que el rival notara el aliento del merecumbé en la nuca. Allí, en la pantalla, el atleta seguía con los dedos de la victoria enarbolados, como si celebrara su primer gol con el club. Entonces comentó que era como si estuviera anunciando el enchufe de un pelapapas, fácil de manejar en la cocina. En efecto el pelapapas, con su cuchilla rápida, liquidaba en un rato la patata. Había una razón para no compararle, viéndole en el césped, con una máquina de contar billetes. Cualquier hombre avezado en la optimización de recursos estaría de acuerdo en ese instante, máxime porque con facilidad no requería ningún esfuerzo más. Gente así era capaz de torcer así el rumbo de la economía, rastreando los detalles, un peine, una rosquilla, una brizna de hierba en la cara, cualquier cosa que pudiera dar dinero.
"Ha llegado El Pelapapas", escribió, imaginando el anuncio en todas las televisiones, con el escudo del Granada, cayendo del todo bien en los hogares.
Parecía que la ciudad ya lo comentaba. Quiroga, como sería impensable poco antes, aludió a los rivales esa noche incluso con lástima, que es lo que suele pasar en el hombre benevolente cuando se sabe superior, diciendo implícitamente, sin nombrar a ninguna ciudad, que ninguna significaba nada, teniendo en cuenta que la iniciativa siempre era del campeón. Comentó una vez más, con suma diversión, de qué modo el guardameta rival temblaría bajo el larguero, viéndole venir cortando las papas con veintisiete galopadas fulgurantes.
"Otra vez viene El Pelapapas", pensaría, viendo a su defensa buscándose las orejas.
Al jugador, corriendo de esa manera, le daría tiempo a efectuar una llamada a la madre para decirle dónde está: haciendo una tontería, solo ante el portero. El proyecto parecía una bicoca, pensó a su vez el periodista, para el cual aquel modo de correr escribiendo era asimismo inaudito. El Granada ya daba envidia, característica habitual de los campeones. Era como ver a todo el mundo disputándole sus alhajas, y en caso de uso político, era como ver a las regiones peticionarias de siempre, sobrepasadas por un asunto superior, sin dar ni tiempo a la discusión. Juan Fabrizio no sabía qué fragmento seleccionar para unas declaraciones, y angustiado con la idea de un reportaje inacabable, angustiado por lo sugestivo y porque en realidad lo era, decidió seleccionar aquella.
"Si alguna provincia le disputara el fichaje al Granada, tal vez también querría disputarle el derecho a tener autovías iguales".
Un grupo de cabezas de chorlito
puede protagonizar una película
Por supuesto el cine era una gran apuesta, es decir, que si el argumento real al final no se realizara, seguiría siendo útil en la ficción. Lo iba pensando Quiroga paseando con el coche por la costa, recorriendo aquella vía estrecha. Hacía una mañana fresca y empezó a caer una llovizna. Miró un instante al lado y observó al conductor de la derecha señalándole al copiloto la gran jugada en el parabrisas, yendo de un lado a otro. Llegó para almorzar a solas en un restorán, después de haber hecho el viaje por gusto. Comió pensando en aquella carretera de mala muerte que se vía en lontananza, uniendo en línea recta varios pueblos costeros. El problema estaba la vista y alguna vez se habló del terrorismo, que amenazó el puente alguna vez. Estaba claro que podía existir gente a la que pudiera molestarle dejarlos en su sitio. Las multinacionales del terror contaban con sus propios ojeadores, buscando por doquiera parajes agrícolas para molestar, provocando la oportuna ansiedad para permitir la sensación de cuartel abierto, con el ejército vestido de paisano viviendo en sus casas, luchando en realidad por hacer Historia trabajando. Una situación así, después de veinticinco años, cuando se prometió la autovía por primera vez, solamente divertiría a un loco o a un tirano, llenando con las risas malogradas sus tesoros, pues el cabreo era constante durante el atasco.
Los ciudadanos de Motril se habían licenciado durante aquellos años en varias materias intelectuales, incluyendo la filosófica, haciendo ver que cualquiera conocía en qué callecita cruzar una simple bicicleta para provocar un atasco que pudiera alargarse a Francia, con el último de la cola preguntando por la playa en Pamplona, diciendo ser hincha del Granada, anunciando a su manera el pelapapas. Quiroga notó la dificultad para distinguir en un hecho increíble la línea que dividía la realidad de la ficción, y por un momento se sintió un actor, como si la película hubiera comenzado ya, al volante, de regreso a la capital, volviendo a caer la lluvia. La película podría incluso consistir en el propio guionista durante su elaboración explicando las diferencias con la ficción. Después fue un placer elaborar más argumentos. La provincia, sin duda, también podía ganar en ese aspecto. Estaba claro que debería de ser una película buena, es decir, que el guionista explicara por qué la suya sería más rentable que asistir a la misma cada domingo. Había un argumento más entrañable aún, alusivo a un grupo de chorlito de cabezas de chorlito convirtiendo la odisea en una realidad, hartos de cerveza durante un domingo normal, disfrutando de la playa con la familia. Llegarían al palco saludando a todo el mundo vestidos de hawaianos, fumando porros y haciendo declaraciones balompédicas.
-Les vamos a meter hoy quince -diría alguno-. Esperemos que no sean quince aciertos, pues de lo contrario estaríamos en el baloncesto.
Un aliciente para la película, capaz de sostener una tensión sencilla, sería que un hombre al principio se quedara ciego, para recobrarla en el último minuto de la liga, viendo el gol triunfal de la liga, naufragando entre lágrimas. Cuando llegó Quiroga a Granada, Dan Brown, el famoso novelista de terror bíblico, le parecía simplemente un asador de papas campestres, junto al mítico Leonardo Da Vinci. Había logrado el récord de ventas bajo el título El Código Da Vinci, anunciando la hecatombe mundial haciendo sospechar que en los cuadros había códigos sencillos. El Papa, a su vez, podía ser el protagonista de una escena haciendo algún comentario voladizo, en el siglo de la fibra de vidrio y del satélite, acerca de la llegada del Papa negro.
Había gente dándose sustos cerca del parque, sin tener aún claro si la cosa era verdad, como hablando de una mentira que sucede en otra vida. De ser cierta, el hincha granadí, tan acostumbrado a la derrota, de un modo pesimista pensaba que otra vez se esfumaría. Respecto al mundo empresarial, era sin duda una buena carta de presentación, susceptible de delatar con más facilidad en Europa los yacimientos de dinero. El Granada por su parte nutriría su firme accionarial con firmas de poca presencia hasta ese momento. La idea circulaba por doquier y era probable que ya se hubiera enterado todo el mundo, preparando su inversión correspondiente.
Finalmente tomó asiento para disfrutar el atardecer. Su esposa le había dicho que tardaría un poco. En ese instante David Manuel le informó de la gran película que estaba ocurriendo en la sede del club, con la gente aporreando la puerta, queriéndose sacar el abono para la próxima temporada. Aún faltaba un partido para cerrar la campaña, contra el Barcelona, el líder de la clasificación. El Granada necesitaba vencer a toda costa o de lo contrario descendería, chafando aquel deseo. Se levantó del asiento cuando llegó la esposa y llegó a casa seguido por un perrito faldero.
Juan Fabrizio, el mejor reportero mundial de la ciudad
Por ahora ninguna cadena de televisión se podía descartar. Una de ellas era la CNN norteamericana y la a otra Al Jazira, de Arabia Saudí, así como una RvD rusa. El Granada ya era una multinacional capaz de idear cualquier cosa. Así lo comentaba Quiroga otra vez ante el ordenador, frente a Juan Fabrizio, de nuevo dispuesto a colgarse con él la medalla del insomnio una noche más. El periodista llevaba muchos años ejerciendo la profesión, pero desde hacía un tiempo se sentía acabado. De repente entonces parecía otro, sin atreverse a poner del todo los dedos en el teclado ante la flamígera luz creativa del comunicante. Quiroga, con una lógica simple, le estaba contando una ocurrencia irreprochable. El periodista estaba tan absorto que agarró en la cocina un bollo y sin darse cuenta, creyendo tener bolsillos, lo dejó caer, quedándose en el suelo toda la noche. Conducía un coche viejo que iba a todos sitios sin gasolina, aparcado desde hacía meses en la puerta, cubierto de polvo, pero le daba igual. Hubo en la pantalla diez titulares subyugantes, casi haciendo daño porque no era normal, a cuál de ellos más apetente, haciendo ver el ridículo de que un club monopolizara el periódico.
Juan Fabrizio oyó en algún instante la puerta, y luego el cierre de la persiana. Era su mujer, que al verle así se alegró, motivándose también para la fiesta del dormitorio. Se estaba haciendo rico todo el mundo en aquella pantalla. Había gente que antes no valía un pimiento a punto de salir en el diccionario. El periodista sintió la irresistible necesidad de salir pitando a por el coche, magmático de virilidad por las calles, derrapando en las curvas, como Jean Paul Belmondo en su mejor escena, chutando la marcha como un galán auténtico, aparcando en la puerta del periódico haciendo un trompo exacto antes de entrar a la redacción a trancadas, resuelto y decisivo, para derramar en el techo una balacera en calidad de héroe renovador de la rutina informativa. Estuvo un instante en la calle a por tabaco, en pijama, con el coche arañado por un gato, mostrando un aspecto sedicioso. Además tenía una rueda pinchada. Llegó a la redacción enseguida, a es decir, a las siete de la mañana, regresando al domicilio con el paquete, que era lo que en verdad le interesaba. Volvía a ser el gran héroe activo de la ciudad, como así demostraba la foto que había en la pared, hace mucho tiempo, posando con varias personalidades. Le hizo un guiño al canario antes de seguir, como si estuviera arriesgando el pellejo ante el modo con que sonaban las palabras. Había en la pantalla nombres destacados del cine, como Jup Zomas o el mismísimo Ingyel Twinter, además de Marinov, el protagonista de Crímenes Musicales. Estaba allí todo el mundo y nadie se lo podía perder. No obstante, desde el principio el periodista tuvo claro que la mayor estrella de todas era aquel hombre, analizando varias posibilidades cinematográficas, como un crítico profesional. Tuvo la visión de que el público se levantaba de la grada a gritar gol estando en la parada del autobús, rumbo al estadio. Había una comedia tensa que tenía como protagonista al clásico ruso bronco sentado en la grada, ocupando el primer plano con su idioma de raíces cuadradas y esquinas intemperantes. Debido a su pronunciación la cámara respiraba en él como si fuera un espía del KGB, logrando el suspense clásico preludiando la acción, hasta que al final se descubría que tan sólo pedía una cerveza. Detrás de una portería había un espía más, esta vez de la CIA, la clásica agencia del cine, llamando la atención a su manera con un traje negro, sudando la gota gorda bajo el sol y mirándolo todo de modo enigmático tras unas gafas oscuras Se echaba mano al kigüi inalámbrico confidencialmente, profundo y seducido por el tópico, oyendo realmente los goles de la jornada. Daba un par de toques al reloj con dos dedos, con inclemente solemnidad, y después, inclinando el vaso, leía el mensaje secreto.
"Bebe Cocacola".
Acabaron muertos de risa y encantados de conocerse. Recordaron algunas anécdotas del pasado, con los directivos de la entidad encerrados en las habitaciones de los hoteles debatiendo la crisis en una alarma de puros, tratando desesperadamente de encajar los números para no quedar sepultados por las deudas. Recordaron aquella idea antigua de la casa de apuestas, junto a la sede del club. Al final decidieron ponerla cerca del estadio, en un modesto local. Desde el principio fue un lio, creciendo en la desconfianza de estar premiando a su propio público por empatar. Alguna vez le birlaron al entrenador la alineación antes de tiempo, sin su conocimiento, para darle tiempo a los apostantes a calcular su previsión, hasta que tuvo la impresión de que estaba trabajando en casa del enemigo, sin importarle nada. Cierta vez apareció en la sede del club diciéndoles a los directivos que les iba a poner una denuncia. Al ayuntamiento finalmente le dio pena y recalificó el terreno para edificar unos pisos, cosa que tampoco fue suficiente. Ahora todo era desahogado y licencioso incluso.
"El club es el favorito", decía el uno.
"El club de nuestros amores", reiteraba el otro.
Ya mismo circularían las grandes portadas por internet, la red mundial de la comunicación. En aquel instante apareció una mujer desnuda en la pantalla de Juan Fabrizio anunciando un crucero. Entonces bajó la mano y se echó mano a la pacaya.
"Estoy a punto", pensó.
Quiroga, antes de finalizar, añadió la última información, la cifra más excitante de la noche, es decir, que la cadena norteamericana CNN, como le habían dicho por la otra línea, estaba dispuesta a pagar por la retransmisión mundial 11.000 millones de euros. Juan Fabrizio después pisó el bollo, antes de comerse otro en la cama.
La presentación del atleta
El Granada necesitaba vencer al Barcelona aquel domingo, con toda la ciudad volcada con el equipo. Era el último partido de la liga ante el campeón, que a su vez necesitaba ganar para revalidar el título. El empate también perjudicaba al club local. El día anterior, sábado temprano, un Fokker rojo de sesenta plazas preparaba el despegue en el aeropuerto de El Prat, con los jugadores del Barcelona a bordo, comentando su necesidad. El piloto, una vez más, era Markus Ierolave, pulsando un botón para convertir la carlinga en un regalo. El copiloto comprobó los altímetros, el giróscopo y el sistema de navegación, así como el traspondedor y las señales de radio del sensor de orientación y marcador de rumbo. Ierolave, que era un checo que hablaba bien el español, avisó por el altavoz de la nave que volaría a diez mil pies de altura, bordeando el mapa por Levante, a una velocidad de seiscientos kilómetros por hora. La llegada estaba prevista para el almuerzo, tan sólo tres horas después. El piloto se dejaba un libro de poemas de Brentano en cada aeropuerto, y por último dijo hola así:
-Bastará el silencio para que el avión aterrice solo -, provocando el aplauso.
Así era el Barcelona encima de una montaña. A la misma hora otro avión, un Lineage supersónico, partía desde el aeropuerto de Berlín con Usaín Bolt a bordo, junto a su mánager, entretenidos con los periódicos deportivos. Había batido el récord otra vez. En el otro avión la única dolencia del Barcelona era cargar con el peso de tantos trofeos, que en los últimos cinco años habían sido todos. En cuanto al atleta, la suya consistía en una distensión muscular sin importancia. Quiroga estaba en ese instante en el parque aledaño a su casa, prescindiendo de ir al quiosco a por el periódico, pues con su propia información por el momento tenía bastante.
Le echó de comer a las palomas durante un rato, tratando de domesticar la fiera que tenía dentro. Había desayunado esa mañana dos huevos duros, durante el noticiero internacional, y por más vueltas que le daban a los terremotos no había ninguno como el suyo. Ni siquiera le hicieron reír las imágenes de aquel gordo batiendo el récord con el pedo más largo del mundo. Hizo en el parque una llamada de teléfono al aeropuerto, para confirmar la llegada del Lineage procedente de Berlín. Después, cuando colgó, llamó a una casa de vehículos de alquiler, pidiendo que le enviaran un Mercedes para recoger a Usaín Bolt. Aún era temprano y quedó con el taxista a las doce y cuarto, en la puerta de parque exactamente. No había nadie a esas horas bajo los árboles, solamente él, mirando un petirrojo en el arriate. Más allá había una persona ramoneando con el cadáver del anochecer, pareciendo salir de una fiesta. Una señora, por otro lado, ponía su perrito en el suelo. Quiroga se fue quedando dormido, bañado en el sudor espeso de un sueño, durante el cual remataba un balón, como en sus mejores tiempos, midiendo lo mismo que todos hasta que saltó. Se sobresaltaba de vez en cuando con sus propios latidos, oyendo al perrito llegar del fondo, un yorksire terrier barriendo el albero con su faldamenta reluciente. Debajo del banco pinzoneaba un pájarito, que ojeó como si buscara el tapón de una bañera. Después, sudando más, se durmió profundamente, bajo el cielo encapotado, con todo el mundo haciendo lo mismo en sus casas, tras un sábado de resaca. Hacía una leve neblina creando una cámara de compresión soporífera. Mientras daba el cangilón oía el glogloteo de las palomas pinzoneando por las inmediaciones. Imaginaba en ese instante la gran jugada: balón largo como hueso de aceituna. La grada, por otro lado, espoleaba a la figura, correndo airoso, con largas zancadas, bajo la sombra de un balón superior. Los pelotazos iban de un lado a otro y las jugadas llegaban a la boca con la sequedad de la garganta, comentando centros al acecho, balones sesgados buscando cabezas inquietas, faltas capciosas al borde del área y finalmente una en la que daba tiempo a hartarse de agua.
Cuando abrió los ojos tenía a la dueña del yorkshire mirándole, como si le hubiera reconocido. Pero el motivo no era el motivo, sino otro distinto. Quiroga, moviendo la pierna, había marcado un perro al borde del área. El Mercedes llegó justo en ese instante, a las doce y cuarto. El taxista sí le reconoció, pero apenas comentó nada en exceso. Lo único serio fue decir que por más agua que bebía seguía teniendo la misma sed. El taxista, en medio del fragor del atasco, comentó la impaciencia, pero Quiroga con el ruido entendió otra cosa.
-Podría ser la muerte.
El chófer lo aclaró enseguida. Se refería a la ingesta de agua excesiva.
-Podría ser diabetes.
"¿No es lo mismo? -, pensó él, y él mismo se contestó-. No es más lenta. Es más cruel. Por eso también el organismo dura más".
Llegó al aeropuerto con el botellín a medias, que se acabó de un trago. Luego entró y se situó a esperar cerca del bar, donde pidió otro botellín antes de irse a ocupar una mesa. Parecía un hombre normal allí dentro, con una camiseta corta deslucida, así como un pantalón vaquero gastado, sin denotar en absoluto que era el causante del trastorno informativo más fenomenal de todos los tiempos. Ni él mismo se reconocía, sintiéndose en el fondo mucho más joven y dinámico, pese a todo más capaz de todo, un joven con tiempo sobrado para ponerse aún más nervioso, repasando un poco también sus negocios en Japón. Aquel nuevo modelo de lavadoras para el hombre torpe obtendría éxito. Era una garantía para olvidarse de tanto lujo en el manual de instrucciones, incapaz de aclarar de una vez cómo puñeta se abría el grifo. Entonces, por los altavoces, oyó las llegadas. El vuelo de Berlín, según el panel, tardaría dos horas más. Pensó también en Juan Fabrizio, planteando como gran invento la pantalla gigante en las aulas de periodismo, para corregir párrafos en grupo, disfrutando en común el detalle interesante. Quiroga se imaginó al periodista en el estadio, tecleando los titulares con entusiasmo a la vista de todo el mundo, ajeno a la conexión y lleno de ilusión, poniendo la boca como si se hubiera tragado una raqueta.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |