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Adolescencia y modelos de identificación

Enviado por sbalardini


    1- Globalización y Fin de siglo.

    2- Adolescentes. Los unos y los otros.

    3- Modelos de identificación. Identidad y consumo.

    4- Consumación o consumo.

    1- Globalización y Fin de siglo.

    Las nuevas tecnologías, la reorganización mundial del mercado de trabajo, también llamada globalización, afecta a todas las relaciones sociales involucradas y no solamente a las económicas; tanto a aquellas comprometidas en forma directa en la producción, distribución y comercialización de los bienes, como las comprendidas en las estructuras del consumo. Y, en esta dimensión particular, vienen a desplegarse nuevos universos simbólicos con el advenimiento de una comunidad transnacional de consumidores.

    Según García Canclini, más allá de la modalidad de incorporación a la globalización de cada EstadoNación, se obliga a una revisión de la escena sociocultural que, entre otras, incluye:

    i) la reelaboración de lo "propio", "debido al predominio de los bienes y mensajes procedentes de una economía y una cultura globalizadas sobre los generados en la ciudad y la nación a las que se pertenece";

    ii) la redefinición del sentido de pertenencia e identidad, "organizado cada vez menos por lealtades locales o nacionales y más por la participación en comunidades transnacionales o desterritorializadas de consumidores" (los jóvenes en torno del rock, la MTV, etc.);

    En otras palabras, y según el mismo autor, si las identidades modernas eran territoriales y monolingüísticas, las identidades posmodernas son transterritoriales y multilingüísticas. En consecuencia, la identidad como acto de apropiación simbólica, abandona el domino territorial para situarse en la dimensión del consumo.

    En este marco, los medios de comunicación audiovisual son las nuevas megaestrellas, en matrimonio con la publicidad, el estímulo al consumo, a las marcas, a los emblemas. Pensemos en las horas de TV que consumen los niños y los adolescentes y advertiremos que esta se ha convertido en una principal fuente de experiencias e información para organizar su mundo.

    No puede faltar en el análisis de época, la clave posmoderna, expresada en la caída de los grandes relatos, que organizaban la racionalidad histórica moderna alrededor de proyectos políticos generacionales que eran marcas de época y aportaban una visión de totalidad dadora de sentido a cada experiencia particular. Hoy, en todo caso, el único gran relato que permanece parece ser el del mercado -y si es global mejor- y este hecho alienta una gran insuficiencia, ya que, entre otras cosas, en el mercado no estan todos, y, entre los que estan, suele haber una fuerte desigualdad. Si somos iguales en tanto ciudadanos -un hombre, un voto-, no lo somos en tanto consumidores. El viejo reino de la libertad frente al reino de la necesidad.

    Se presenta de su mano, una crisis que muchos afirman de época, manifestada en la pérdida de peso de valores e ideales (el pensamiento débil, el relativismo cultural, más prosaicamente el doble discurso), signos de violencia crecientes, un descreimiento colectivo en la justicia de los hombres, un adelgazamiento de la perspectiva solidaria, un consumismo exacerbado como razón social hegemónica, el incentivo a la satisfacción inmediata y la cultura de vivir el momento junto a la escasez de oportunidades sociolaborales. Un sentimiento de escepticismo generalizado revela un clima de época para el que el estado de las cosas no puede ser transformado positivamente.

    En definitiva, un tiempo en el que se promueve incesantemente los valores del mercado, como competencia -en este caso individual-, productividad y pragmatismo, mientras se dejan de lado o minimizan otros, de perfil social o comunitario. Al mismo tiempo, se desdeña el compromiso personal con los otros, por modelos de vida más superficiales o "light".

    Esta situación, orienta hacia la instrumentalización de la vida, hacia un mundo de valores definido por la "utilidad" y "practicidad" de los bienes, ya sean materiales o simbólicos, culturales. Así, los "bienes culturales" pasan por un tamiz ideológico -la ideología mercadista- que los convierte en "bienes de mercado", generándose una "industria cultural" que pierde autonomía respecto al orden de la producción o, en el mejor de los casos, se reconstruye bajo otro concepto. En este sentido, el "paradigma eficientista", pasa a ser el valor dominante por el que se miden todas las cosas.

    Así, finalmente, las personas terminan pudiéndose clasificar en dos categorías básicas: los ganadores, los que existen, y los perdedores, los que "no existen". Pero en estos términos, la mayoría no puede quedar sino del lado de los perdedores, que ya dijimos, "no existen".

    En este marco, nuestros adolescentes y jóvenes aparecen como más prácticos de lo que fueron sus padres, es decir, no desdeñan un ideal, pero se preguntan por su efectividad, sin ser cínicos. La incertidumbre laboral, profesional, cómo obtener un empleo y conservarlo, pasa a ser una preocupación que carecía de tal entidad para la generación de sus padres o de sus hermanos mayores. La realidad a llevado a estos jóvenes a tener menos vocación para intentar cambiar el mundo que para luchar por integrarse a él. Son, el joven de clase media en dificultades y el joven "fogonero" que corta una ruta en Neuquén para pedir por un empleo de 200$ por mes y duración incierta.

    Sin embargo, si actualmente la mayoría de los jóvenes manifiesta un menor interés por los temas públicos, no debe concluirse de ello que no experimenten disconformidad, sino que ésta se expresa de otra manera; el rock es un buen ejemplo de ello.

    2- Adolescentes. Los unos y los otros.

    Tradicionalmente, al pensar en adolescentes, los imaginamos de entre 14 y 18 años, más o menos, con una serie de rasgos, que, si no prototípicos, los definirían por agregación de características comunes. Entre ellas: el proceso de construcción de una identidad personal, autónoma; la importancia otorgada al grupo de pares; el despliegue gradual de una sexualidad madura; el logro de una intelictividad abstracta; la perspectiva omnipresente de los ideales.

    Sin embargo, los rasgos tradicionales hoy no alcanzan para nombrarlos en la novedad de una sociedad que se "juveniliza", deificando lo "joven" con un sentido per se, -ya veremos vacuo y falso a la hora de las resoluciones-; y que extiende los límites de la antes llamada fase juvenil, desestructurándola hacia arriba y abajo. Hacia arriba, por efecto de la cada vez mayor exigencia de acreditaciones y certificaciones educativas y, a su lado, por las dificultades de insertarse laboralmente o, al menos, de hacerlo con cierta estabilidad en el mercado de trabajo -del que se entra y se sale inopinadamente-, lo que da lugar a una mayor franja de parados adultos jóvenes. Y hacia abajo, desde que la base nutricional produjo en este siglo un adelanto cronológico verificable en el desarrollo físico de los individuos, hasta lo sociocultural, en las que se presentan tempranamente demandas antes demoradas en el tiempo.

    Por otra parte, junto a la afirmación de que se extienden la adolescencia y la juventud, debemos reconocer, que, al mismo tiempo, las distancias entre muchos quienes comparten una edad cronológica parecen convertirse en brechas, materiales y socioculturales, ampliando diferencias en una talla creciente. En términos demográficos, hablaríamos de una población de 2.964.623 personas entre 14 y 18 años, lo que representa el 9% del total del país, según el Censo Nacional de Población y Vivienda 1991. Pero ningún agregado de cifras globales debe ocultar las importantes disparidades existentes entre adolescentes de distintas regiones en lo que se refiere a conformación de la Población Económicamente Activa (PEA), cobertura de salud, condición de alfabetismo, situación socioeconómica y fragmentación cultural. Tomando en cuenta el Índice de Desarrollo Humano (IDC), alguna de nuestras provincias tiene un índice cercano al de Luxemburgo o Israel y otras, al de Irak o Jordania, para ilustrar las diferencias. Nuestra adolescencia y nuestra juventud está lejos de ser un sector social homogéneo estructuralmente. A lo que debe agregársele la enorme segmentación cultural existente.

    En definitiva, en el amplio abanico de quienes discurren por estas edades, los hay semejantes y los hay casi irreconocibles en una suerte de taxonomía que se complejiza.

    Veamos, entonces, un aspecto de la realidad relativo al sector de los adolescentes pobres.

    Adolescentes de 13 a 17 años que NO ESTUDIAN NI TRABAJAN. Áreas Urbanas (GBA).

    Año

    Incidencia en porcentaje

    Incidencia en la población

    En el total de

    Adolescentes pobres

    En el total de

    Adolescentes pobres

    adolesc.

    Pobres

    con NBI

    sin NBI

    adolesc.

    Pobres

    con NBI

    sin NBI

    1990

    12,7

    20,4

    25,0

    16,3

    120.700

    48.400

    27.600

    20.800

    1994

    14,2

    29,2

    36,6

    20,1

    147.700

    51.800

    35.700

    16.100

    Fuente: CEPAL, 1996.

    Puede observarse que, entre 1990 y 1994, la tendencia del conjunto de adolescentes que ni trabajan ni estudian ya era creciente, si bien la diferencia crecía sólo un 1,5%. Debe advertirse, sin embargo, que hablamos del período pretequila, es decir, cuando los grandes números de la economía eran bien estimados. Hablamos de una tendencia precrisis económica.

    Ahora bien, puede verse que la situación se afecta gravemente cuando consideramos, ya no el total de los adolescentes, sino al sector de los adolescentes pobres. En este caso, se observa un incremento de 9 puntos en el período considerado, ascendiendo al 29,2% en 1994. Si, por su parte, enfocamos la mirada en los jóvenes pobres con NBI, la situación aún se agrava más. Allí, el incremento es de 11,6 puntos, llegando al 36,6% en 1994.

    Sabemos, además, por un paper del Ministerio de Economía difundido recientemente, que en este sector de adolescentes que pertenecen a familias pobres, la escuela es abandonada por el 48% de los alumnos, cuya edad oscila entre los 14 y 19 años.

    ¿De qué adolescencia hablamos, en estos casos?

    ¿Qué futuro les proponemos a estos adolescentes?

    3- Modelos de identificación. Identidad y consumo.

    Las nuevas tecnologías reorganizan la sociedad. Y lo hacen vertiginosamente. La influencia de los medios de comunicación audiovisuales es enorme. De un modo inédito, imponen una presencia avasalladora frente a las dinámicas de ayer. En cada acto, aparece el mensaje. Investirse de una marca, de una imagen, permite cierto reaseguro, da una ubicación, un lugar, una posición desde la cual mirar, mirarse y ser mirado.

    Y, junto al advenimiento masivo de las pantallas, se privilegia una nueva arquitectura de modelos, que, por definición, deben dar bien, o sea, tener buena imagen. Modelarse una buena imagen, virtual casi, evanescente, ocupa el lecho de la identidad. Y, en esta movida, de paso, se adjudica el status de "objeto".

    Aparecen en esta época nuevas exigencias sociales: la belleza corporal, el cuidado del cuerpo, la moda de la exhibición. En esta película en donde la persona queda reducida a su aparecer físico, es decir, no integral, serán habituales las dificultades para establecer vínculos satisfactorios, o sea, integros y plenos. Tal la presencia omnipotente de la dimensión narcísica, que el otro se reduce en su aparición a la necesidad de confirmar nuestra imagen.

    No en vano, y no es juego de palabras, las modelos se han convertido en modelos de identificación para muchas adolescentes. Valeria Mazza, Déborah Del Corral, Dolores Barreiro, son modelos "modelos". Incluso se ha visto por allí, en el límite del buen gusto, un afiche publicitario de una nueva cerveza cuyo nombre es "Modelo" y cuya imagen es una niña de unos 12 años vestida para matar. Casi paradigmáticamente, aquí se dan cita en forma concurrente: la imagen, el consumo, la adolescente, el desafío del sexo próximo. Deberíamos agradecer algo tan obvio.

    Pero volviendo al tema de la imagen y el cuerpo, no podemos ignorar la creciente presencia de síntomas de bulimia y/o anorexia en las jóvenes (también varones). Los trastornos en la alimentación que se hacen fuertes en una época en que se introyectan demandas poco racionales de delgadez que hasta llegan a comprometer la vida de famosas modelos, como pudimos ver el año que pasó. Claramente, no olvidamos no singularidad de cada sujeto, pero afirmamos que las características de cada sociedad, de cada tiempo, poseen la fuerza necesaria para sesgar las neurosis, bañando los aparatos psíquicos con significados y sentidos epocales. No hay patologías sin historia del sujeto, pero tampoco sin historia social.

    Insistimos, nuevos valores, o si esta palabra queda grande, nuevos demandas sociales: tener un cuerpo bien trabajado, ser fuertes, bellos, poderosos. El énfasis puesto en triunfar y en ser exitoso. Claro que para muchos, si se trata de ganar, poco importan los medios y hasta el otro se convierte en un medio, se lo instrumentaliza. Hace un par de años se vio una publicidad en que un padre le decía a su hijo que no debía verlo perder y el año último, surgió la polémica por la campaña de Nike, que traía estos consejos: "Trata a tu enemigo con respeto. Aplástalo rápidamente" y "Nunca son suficientes los clavos que puedas poner en el ataúd de tu enemigo".

    Y así y todo, si se los consulta, los jóvenes afirman no tener modelos, ya que no saben en qué y quién creer. Ya Kornblit, en un trabajo realizado con adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires en 1988, se encontró con que la mitad de los adolescentes de la muestra estudiada (300 casos) deshechaban como modelo de identificación a los adultos pertenecientes a sus ámbitos cotidianos inmediatos, mostrando un nivel de escepticismo y de falta de credibilidad entonces alarmente. En consonancia con aquel estudio, en 1989, en una encuesta realizada por la Comisión Nacional de la Pastoral de Juventud, entre jóvenes de 16 a 28 años, frente a la pregunta sobre "modelo a imitar", 305 encuestados no respondieron a la misma, cifra equivalente al 26% de los encuestados, lo que llama poderosamente la atención por lo preciso y poco vago de la pregunta. Además, el 8% expresaba en forma explícita no "tener modelos a imitar". Sabemos que esta situación no ha mutado en lo sustancial, todo lo contrario.

    Y, ante este panorama, los adolescentes se repliegan en la familia, en la que dice creer la mayoría, frente al descreimiento masivo en las instituciones (iglesia -la de mejor pobre imagen-, partidos políticos, sindicatos, justicia, legisladores, fuerzas armadas y, obviamente, la policía). Cuando lo joven es tomado por la sociedad como modelo de deseo, los jóvenes tienen dificultades en hallar modelos.

    En efecto, podemos afirmar que en este fin de milenio, los adolescentes enfrentan un período histórico crecientemente conflictivo en el que integrarse creativa y constructivamente a la sociedad, lugar que se les exige pero que no se les facilita. En donde, ante la ausencia de externidades valorativas se estimula a la "juventud" como valor en sí mismo, dimensión narcisista que da de bruces ante los hechos, mostrando su raíz ilusoria, alimentando frustraciones y generando un sentimiento de inseguridad ante las crecientes dificultades de inserción.

    4- Consumación o consumo.

    Finalmente, entramos de lleno en el fenómeno del consumismo. De los ciudadanos como modelos de consumidores.

    Retomando a García Canclini, anotamos que, cada vez más, participamos en una "socialidad" construida predominantemente en procesos de consumo. Una participación segmentada que se vuelve "el principal procedimiento de identificación". Como señala este autor, el consumo es "un conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos" y en el que se construye buena parte de la "racionalidad integrativa y comunicativa de una sociedad".

    Y, entre la creciente fragmentación y segmentación social, vemos aparecer nuevos códigos de intercambio, ahora globalizados.

    ¿Cómo podrían los jóvenes resistir -deberían?- a una propuesta que ni es siquiera enunciada como tal, sino la propia forma histórica de presentarse la sociedad misma?

    Dícese, "la sociedad es de consumo".

    La diferencia, una al menos, entre los jóvenes y los adultos comprometidos en la vorágine consumista, es que, mientras los unos ya maduros articulan sus identidades deslizándose en el consumo, los otros, en pleno desarrollo de sus capacidades, parecieran destinados a constituir su identidad en torno a aquel. Consumir, incorporar, es un hecho egoísta por definición.

    Se nos estimula a la posesión, como valor, también como signo de éxito. Y se supone que tal consumo, nos hará exitosos, libres y felices, ¿acaso no nos lo dice a toda hora la publicidad?

    Ahora bien, ¿qué hay si no podemos acceder a tal consumo?; ¿Qué de los muchos que no pueden acceder al consumo deseado?; ¿Qué del malestar, de la frustración, de la violencia?

    Así volvemos a los otros adolescentes. A los unos y los otros.

    A nuestro juicio, si verdaderamente algo de la identidad misma esta en juego, no podrá sencillamente abandonarse la in-tensión al consumo, ya que no se trata cándidamente de un tercero exterior al ser, de un otro objeto, sino que hay algo del sujeto en juego. De allí, que no debe extrañarnos un consumo compulsivo. La fórmula de las adicciones. Tampoco las violencias para apropiación simbólica o material. De poderosos y famosos, de profesionales, de los pobres. Del turismo sexual a la violencia familiar. Una campera, una vida. Todo se consume, no se ve el negocio.

    Aún más, los diferentes consumos se consumen velozmente, mientras la publicidad empuja hacia la novedad. Y hay que restablecer, de constante, el flujo del consumir.

    Finalmente, no todo es consumible en forma equivalente, claro. La sociedad de consumo, sigue siendo una sociedad de las diferencias y las jerarquías. Cada bien, cada objeto, trae sus señas de identidad, ofrece sus rasgos a la identificación. Las nuevas identidades se integrarán diferencialmente al consumo, de un modo u otro. Aún en su no acceso.

    BIBLIOGRAFÍA

    ARGENTINA. MINISTERIO DE ECONOMÍA Y OBRAS Y SERVICIOS PÚBLICOS; INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICAS Y CENSOS (INDEC); (1993). Censo Nacional de Población y Vivienda 1991. Buenos Aires, 1991.

    ARGENTINA. MINISTERIO DE ECONOMÍA Y OBRAS Y SERVICIOS PÚBLICOS; (1996). Documento de Trabajo Nº 13/96. Buenos Aires, 1996.

    ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN; (1996). Informe Argentino sobre Desarrollo Humano 1996. Programa Argentino de Desarrollo Humano. PNUD/Comisión de Ecología y Desarrollo Humano. 1996.

    BARBEITO, Alberto y LO VUOLO Rubén; (1993). Informe sobre Desarrollo Humano en Argentina. Documentos de Trabajo Nº 10. CIEPP. 1993.

    CEPAL (COMISION ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE); (1996). Panorama Social de América Latina 1996. Santiago de Chile. 1996.

    COMISIÓN NACIONAL DE LA PASTORAL DE JUVENTUD; (1989). Encuesta Nacional de los Jóvenes para los Jóvenes. Informe Nacional. Buenos Aires. Abril de 1989.

    GARCÍA CANCLINI, Néstor; (1995). Consumidores y Ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. Ed. Grijalbo. 1995.

    KORNBLIT, Ana Lía, et al; (1989). Estudios sobre Drogadicción Argentina. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires, 1989.

     

    II Congreso Iberoamericano de Psicología Social

    VII Congreso Argentino de Psicología Social y Política

    Buenos Aires, 7 al 10 de mayo de 1997

    Universidad Argentina John F. Kennedy

    Mayo de 1997

    Sergio Alejandro Balardini

    Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) – Sede Argentina

    Proyecto Juventud

     

     

    Autor:

    Sergio Alejandro Balardini