- Teoría de la Regla del Tiempo
- Teoría de la Fragmentación o Virio
- Teoría de la Sucesión de Viñetas
- Teoría Total del Tiempo
- Teoría del Conserje
- Teoría del Muerto Imposible
- El óvulo
- Notas bibliográficas
- Práctica del periodismo I
- Las doce empresas más importantes de la economía española
- El do mayor de Lestin Ducek
- Edison, el hombre que accionando una palanquita convirtió el mundo en un descampado
- Diversos modos de leer una noticia
- Práctica del periodismo II
- Una teoría del periodismo
- La sicología y el periodismo casero
- Diversos modos de ocultación informativa
- El periodismo de género
- Juan Fabrizio, el mejor reportero mundial de la ciudad
- El intangible
Nota aclaratoria
Un espermatozoide, como pasajero de una nave, va leyendo algunas teorías antes de aterrizar en el útero materno.
Cuando un espermatozoide vence, ha sido tras una carrera en el útero, en compañía de ochenta mil versiones de sí mismo. Tras la gestación le ocurrirá lo mismo, conviviendo en el mundo con seis mil millones de personas. Si antes el óvulo fue la meta, quizá ahora no sea distinto. Querrá saber qué cualidades deberá reunir alguien para alcanzar la nueva meta única, y esa búsqueda le obligará a saber, estimulando más su genio. A medida que progrese irá incorporando a sí mismo datos desestimados, olvidados en el útero.
Algunos autores de la filosofía sostienen que hay un mundo y que al mismo tiempo es una persona desempeñando diversas tareas. Se pudiera explicar de otro modo. En principio se diría que el mundo es el mundo y que las cabezas son cabezas. Aquel espermatozoide alcanzó el éxito llegando a la mujer, dejando atrás información, siendo solamente compatible con ella. Ambos comparten genética, es decir, que el mundo que ve es el prefigurado por ella con personas alrededor. En él es el gen dominante. Durante su vida conquistando cualidades, en diversas tesituras, en virtud del baile celular. En el mundo prefigurado por esa hembra se desplazará de un sitio a otro, conviviendo en situaciones distintas, perteneciendo a grupos, donde unas permanecerá hasta que los abandone, sucesivamente. Cada grupo abandonado le irá sustituyendo por una versión de sí mismo, simbolizando el valor que representaba. En la barra de un bar sería observable ese baile celular, rodeado de algunas versiones, acudiendo a la barra, conversando y retirándose, ocupando diferentes posiciones.
A medida los datos desestimados progresan en él, se irá convirtiendo en una versión más de sí mismo, cada uno favoreciendo una cualidad, bastando como leve cambio en el mundo. Cada persona a su lado aparecerá como en el útero. El dato que más se le pareciere estaría disputándole la primacía, acercándose a él, pretendiendo la misma meta.
Cada una de las personas que hay en el exterior es compatible con una madre, es decir, que cada uno de los varones dispone en su flujo seminal del mismo catálogo de caras, cada una compatible con alguien concreto, correspondiendo a espermatozoides que a su vez serán los mismos fuera. Cuando tras la gestación comparece, muere al mismo tiempo como espermatozoide en el flujo seminal de todos los varones, evidentemente para evitar su réplica. Será al morir cuando regrese para formar parte otra vez del catálogo, quedando sujeto a repetir el éxito de nuevo.
La meta única en la calle consistirá en alcanzar un grado de excelencia. Acaso tan sólo se trate de compartir afinidad mental con un grupo de afines, cada uno de sus miembros habiendo pagado en las mismas taquillas, compartiendo cualidades complementarias, y por puro impulso mental aflorando a su vez en su propia persona. Se trataría de una entidad de índole universal, pareciéndose al momento en que un pintor pincha el globo creativo con un alfiler para ver en la trayectoria del aire imágenes necesarias. Dicho estadio sería la iluminación grupal, creando una ilusión de trascendentalidad, elevando esa idea de la inmortalidad, muriendo los unos en los otros y regresando a sí mismos con fluida cualidad. Acaso el humano se siente absurdo porque aún no comprende eso, pareciéndole increíble, cuando lo que ocurre es lo contrario.
Una de las objeciones aseguraría que al morir el espermatozoide fundamental, morirán con él los demás, sus miles de versiones. Al no ser así, significa que cada una, como célula espermatozoide, tiene un tiempo distinto.
Si un hombre puede recordar su pasado, parece que puede recordarse desde el futuro. Se podría explicar viendo una regla, es decir, que si el individuo está en el centímetro uno es porque acaba de nacer, desplegando enseguida toda su vida hasta el fin, regresando al momento, viviendo después recordando. Cuando llegue al centímetro cuarenta, significará que tiene más pasado. Si la transmisión de datos hacia al pasado es consciente, en virtud del recuerdo, desde el futuro ocurriría con carácter intuitivo, es decir, que el individuo desconocerá de qué información se trata. Si existiera el contacto, sería complicada la confusión, y para eludirla el hombre se concede alguna creencia religiosa, descargando en símbolos el origen de esa voz. La información de su vida basculará de un lado a otro de la regla, transmitiendo alguna leve necesidad, que basculará al modo en que cinco esferas, como las que suelen adornar las casas, golpean los extremos encajando el centro. Una leve información llegando al pasado parecería como una lágrima del futuro que cae a un folio. La interrogante es cómo detectar conscientemente algo así. Inspiración o intuición tendría que llamarse el fenómeno para no verificar la sorpresa de un modo absoluto. A veces por intuición salva a vida in extremis al paso de un vehículo, tal vez pensando que alguien le avisó. Lo mismo se diría de la habitual impresión creyendo conocer a alguien de antes.
La regla del tiempo, desde el punto de vista clínico, puede aminorar la catástrofe de la esquizofrenia. El sujeto, durante la terapia, entenderá que en su línea vital sólo puede haber una voz, permitiéndole abandonar la idea de que son fervientes heraldos ajenos importunándole, el mosquito, la vibración de la ventana o las papas fritas. En la regla del tiempo el individuo llegará a la conclusión de que es la suya en alguna etapa anterior, ofreciéndole el recuerdo de un modo extraño. Tarde o temprano la notará dentro, puede que su voz infantil, devolviéndole la fragancia de la inocencia. El ejercicio puede ser absorbente, pues plantea un enigma relacionado con el futuro. Queriéndolo comprobar se hará ducho en la materia, evaluando su razón de otro modo. No puede ser nadie más. Observará que el enigma no está exento de lógica. Su cerebro, durante la reflexión, demostrará de un modo barato que si alguna vez hubo un juguete bueno era él, rescatando sus utilidades y descartando las superfluas. La información que estuvo ausente, planteando algún problema de identidad, reorganizará su categoría humana, devolviéndole la sonrisa, acaso perdida de un modo absurdo, cuando empezó a creer que estaba enfermo sin estarlo. Quiere ello decir que por el mismo motivo absurdo puede detonar la sanación, alimentando su autoestima. Es muy probable que alguien así se haya pasado la vida entera haciendo un gasto energético desmedido. Puede que después, de un modo airoso, la energía que actuaba en su contra lo haga a favor, liberándole de un peso insostenible, convenciéndose de que el cerebro nunca pone en peligro el cuerpo donde está.
Teoría de la Fragmentación o Virio
La fragmentación estriba en descifrar las cosas simples de un hogar, que son las causas de las fantasías, derivación de la viscosidad propia de la superstición. La fragmentación consiste en estudiar el asunto y la herramienta útil es el dibujo, que permitirá al individuo ver aspectos que de otro no vería. Utilizará el cuaderno como un observatorio científico, divirtiéndose con las imágenes en vez de estudiando células. Es aconsejable una disciplina diaria, practicando una sucesión de viñetas con empleo del humor como recurso.
La fantasía sin duda es una prestación mental necesaria, mas en ocasiones está mal gobernada. Dicha prestación se encarga de atrapar casi todo al objeto de que el individuo asocie ideas y crezca, y supone un repertorio adecuado por si fuese menester hacer una novela, un guión cinematográfico o un libreto teatral, que suelen ser herramientas que se concede la sociedad para que la deslealtad con la razón no sea del todo intolerable. Creencias pastoriles, tonterías funestas, galaxias malolientes, en líneas generales el individuo puede creer bueno empercudirse el seso asumiendo rebuznos, como queriéndose ahorrar la nobleza propia de su función mental. En este instante el individuo vive una alerta, pero la fragmentación impedirá que la cosa termine siendo otro enano en casa sacando pecho y tropezando con las cosas.
Una sombra al pasar o una línea de luz en la puerta quizá sean el origen de alguna fantasía de mal apoyo. Mediante el dibujo el cerebro, como la palmera que se asoma al río, advertirá el objetivo, librando al sujeto de su parte animal. En principio lo debelará el cuaderno con la placentera lógica del arte, y después la mente delatará el resto. El individuo alguna vez quizá se ha dicho que ha visto por casa enanitos negros. En su cuaderno anotará que son los pomos de la cama o bien los dedos gordos de sus pies moviéndose en la penumbra de la siesta. De no verlo así, la fantasía cobrará cuerpo, como un mundo propio que quiere vivir, aprovechando la debilidad mental del individuo añadiendo datos cada vez más superfluos
Hay gente que acaba pensando que ha estado en otro planeta, otorgándole una presencia, acaso porque un día se quedó mirando la pileta del fregadero. Después se cree la idea y va explicándola. A veces dicha cuestión tiene por origen el corpúsculo de luz visto en la cortina en la turbiedad del sueño.
Por otro lado, el famoso fantasma de la sábana tiene su origen en clásico el pene erecto del varón al amanecer. La parte útil del asunto es que el individuo observa que su rutina es simple. Consiste en abrir y cerrar puertas básicamente, ventanas y neveras. Evidentemente hay una realidad sensible que consiste, por ejemplo, en girar la sartén de un modo y también de otro, con una mano o con un dedo, cosa que sabe el cerebro para configurar un repertorio, mas de ahí a estar en un sinvivir hay un trecho.
Una de las creencias es la de un ser portentoso al que se le infla y desinfla la cabeza. El sujeto luego puede que disfrute aceptando visitas horripilantes de esta índole, queriéndole conocer de cerca. El individuo quizá lleve toda la vida preguntándose cómo es posible. Sin embargo la razón adiestrada acabará susurrándole de qué se trata, como una especie de voz infantil: "Es una cerilla en la oscuridad". Efectivamente hay un arco lumínico con una onda de leve perecer que la mente exagera, cigarro tras cigarro durante años, a un palmo de las narices.
El cerebro se encontrará cada vez más a gusto trabajando en este sentido. Indicará con una imagen clara y precisa qué origen tiene la pamplina. Si antes trabajó con tesón acumulándolas, su nuevo objetivo tendrá el mismo ánimo y no descansará hasta descifrarlo todo. Una más es el clásico marciano, que es algo que nunca falta en el repertorio inverosímil que se conceden algunas personas. Se trata de la sustitución en la edad adulta de los muñecos infantiles. También se puede decir que comienzan a aparecer cuando a la esposa le resulta muy difícil esconder por más tiempo el pene del amante. Se les describe como seres de ojos grandes, pero la explicación de nuevo es clara: "Es la radio que hay enfrente, en ese mueble". Efectivamente la radio ha podido estar ahí toda la vida con su increíble presencia en el dial. "Los ojos se corresponden con los altavoces, que están a ambos lados, y eso de en medio es la pletina".
El individuo irá observando durante sus ejercicios que los intrusos huyen despavoridos, quizá después de una vida parasitando de un modo abusivo la mente humana. Luego el individuo disfrutará más explicándose las causas naturales de las cosas, hasta convertirse incluso en el maestro de la evidencia, como diría el humorista López Rubiño. También advertirá que si hay un planeta interesante es su propio cuerpo. Lo que pasa es que es más difícil estudiar que dar por sentadas las majaderías. Es lógico que un médico también se pregunte si merece la pena curar a gente así, teniendo la sensación de estar enfermando a todo el mundo para salvar a uno solo. Es muy probable que simplemente merezca la pena por la recompensa.
Hay un monstruo más al final de la escalera, que al parecer es un ser con la boca ancha, alto y de respiración metálica, rezumando humedad, esperando al sujeto al anochecer, quizá cuando sube la escalera para irse a dormir, emergiendo de la oscuridad. El ejercicio mecánico del dibujo le indicará en cambio lo siguiente: "El monstruo es usted mismo cuando por la mañana, desde hace tantos años, alza la taza del café para desayunar ante el cristal de la cocina, mientras admira los tejados del vecindario". Lo que quiere decir el dibujo es que nadie suele prestarle atención a algo así, pues la acción de una taza es habitual. Cualquiera en ese instante suele estar pensando en algún quehacer profesional, sin advertir que la fantasía sí admite el dato, acaso para acumular una más teniendo al sujeto en la ansiedad, para más tarde disfrutar más con el alivio. Lo que resulta curioso es que nunca se piense que el monstruo que espera en la escalera es una mujer deseando padecer, cosa que hace ver de qué modo la razón se las ingenia para avisar de algún fallo hormonal.
En este sentido cabe decir que también hay seres que se deslizan con lábil facilidad por suelos y paredes, sin que nadie los combata. Para los aficionados a la merdellonería supersticiosa se trataría de seres inteligentes, a nuestro servicio y no para cavar zanjas. Tras unas cuantas viñetas el individuo dirá: "Bueno, era esto". Se tratará del foco del cuarto de baño reflejándose en los azulejos, cosa que también ocurre cada día.
Respecto a las naves extraterrestres suelen permitir algún tipo de licencia imaginaria. La gente en realidad necesita de vez en cuando escaparse a algún lado. De dónde salen o de dónde vienen suelen ser categóricas ópticas que someten a las criaturas a alguna duda interesante. En principio se las ve en el cine, haciendo ver que son el reverso miserable del guionista, contrariado por no establecer contacto con su maquinilla de afeitar, con la tostadora o con cualquiera de sus electrodomésticos, presentándolos así en pantalla, para que el público, de un modo extraterrestre, aplauda también. La persona dibujando advertirá que es su casa, es decir, que si contestara a la pregunta de a qué personas salvaría, se daría cuenta de que son las mismas a las que invitaría a cenar.
Otro ser entrañable es el animal rápido de las estancias. ¿Quién no le ha echado una ojeada de vez en cuando al salón de estar desde el sofá? Actúa como un visto y no visto y parece salir disparado desde el centro de la estancia saltando al sofá. Se trataría de unos calzoncillos o calcetines sucios abandonados ahí alguna vez, a menos que haya perro de verdad.
También suele haber un visitante pequeño que respira. El individuo pasa por una sala y lo nota, y acaba pensando así: "Debe haber venido de muy lejos a conocerme a mí, probablemente un ser de otro planeta que es así de hábil". Su temor desaparecerá cuando vea que es la estufa puesta en el suelo, y que efectivamente tiene una respiración, sobre todo en invierno. La razón por la cual el sujeto asimiló el fenómeno así tiene su origen en la etapa infantil, como ocurre muchas veces, anidando en el sujeto toda la vida. Se debe al recuerdo de la figura fluctuante del comecocos, el tradicional juego electrónico que huía en el laberinto de sus perseguidores.
Mujeres provocativas suelen acudir al cachondeo. Se trata de mujeres que miran fijamente durante el sueño, tendidas en la cama luciendo bajo el camisón todas sus prestaciones naturales. Comprobará que no es ninguna de sus vecinas, ni el vago recuerdo de un amor pasado. Se tratará de la pegatina de la nevera, de un sello o de una estampa en el almanaque, intentando abrirse hueco ahí por si le hiciera falta algún consuelo. El álbum de fotos familiar suele facilitar alguna fantasía, así como las pestañas luminosas que se deslizan en el ordenador.
Desde luego sentirse observado es lo más aterrador. Hay quienes terminan pegándose ocho tiros sin dar con la respuesta. Supone la peor transgresión de la privacidad, posiblemente capaz de malograr la vida. Sin embargo la causa es el propio individuo, como demostrará el dibujo. Si el sujeto se pinta acostándose, al ir él luego a dormir ocupará la escena del personaje. Al principio pensará que una mirada le sigue, pero en realidad nadie puede estar tan pendiente de uno como uno mismo. La persona anteriormente fue el gigante de la mesa, observándose en pequeño. El periodo de concentración da lugar al resto. Los dibujantes profesionales anulan el asunto emplazándolo en la ciencia ficción con sus aparatos ópticos. Así lo simbolizó en su día el que fuera director de El Batracio Amarillo, Juanfran Cabrera, pintando un mosquito ridículo ante la grandeza de un hombre. El dibujo detonará el resto de la explicación, planteando lo siguiente: que el individuo vive con los demás y que la rutina a veces depara jugarretas.
La jugarreta malhumora al individuo y cuando llega a casa piensa que puede lanzarle a alguien una patada, queriendo golpear a un adversario, que es imposible. Su énfasis rumiando el problema dará más tarde una mirada innoble. Si al adversario justo después le saliera un padrastro o se torciera la muñeca, nunca será por su forma de pensar, a todas luces improductiva, volviéndole loco, como pretendiendo jugar al ajedrez con morcillas. Esto provoca una ansiedad, un gasto de cortisol y de adrenalina, una quema brutal de energías. Al día siguiente, en efecto, se sentirá observado y acaso se pregunte de quién se trata. La situación se puede ejemplificar con una pelotita rebotando en la pared: si fuese su pensamiento observará que no sale de la habitación, y que por lo tanto es mejor procurarse una recepción cómoda. Nadie, por la misma razón que la pelota regresa, le da a nadie una patada a distancia. Al ser así irá por la calle ansioso, dando por sentado que los demás saben qué está pensando, creyéndose que le pueden dar una patada a él. ¿De qué modo contrarrestar esto? Teniendo en cuenta que la pelotita rebota, el individuo debe desearle al adversario mucho caviar, mujeres, viajes al Caribe y todo eso, para que luego, al ir por la calle, la impresión sea agradable.
Una creencia más es la telepatía, que consiste en el absurdo de querer llevarle la conversación a todo el mundo. Nadie en realidad iría cómodo por la calle escuchando tantas cosas. Además hoy en día carecen de mérito planteamientos así, en virtud de las sofisticadas comunicaciones, capaces de trasladar un mensaje antes de que el individuo pestañee, como por ejemplo usando un móvil con el pertinente mensaje de aviso.
La fragmentación no quedaría completa sin aclarar el fenómeno de las dimensiones paralelas, que suelen divertir a mucha gente encantada con refocilarse en el estiércol de la ignorancia. El fenómeno implica dos entidades conviviendo en paralelo al alcance de la mano, cosa que se basa en que el individuo emplea dos lenguajes, la palabra por un lado y los gestos por otro. Cuando no hay coherencia, en efecto hay dos creencias, y las hay además porque el mundo se divide en la gente cuando está en casa y cuando está fuera de casa. El asunto indica una forma de buscarse en casa: el sujeto no recuerda cómo fue antaño, cuando tenía más pelo y vestía de otro modo, con más dinamismo bajando las escaleras, así como con diferentes tonos de voz. Por otro lado puede que comparta las mismas habitaciones en horarios distintos con otra persona, encantada de comunicarse con él hablando poco.
A la creencia en el extraterrestre contribuye el fenómeno del brazo que se alarga. Hay que tener claro que el cerebro forma parte de una ingeniería corporal articulada, con un cable para los ojos y otro para los auriculares, encabalgado para llevar al individuo a estudiar el entorno y practicar sexo. El brazo que se alarga es una variedad de parestesia, pero que le ofrece al individuo la creencia de haber sido ocupado por alguien mejor que él, como un desempleado galáctico. El origen estará en una mala abducción escapular o troclear por mala postura en el sofá, protruyendo nervios y arterias. No es nada más.
En cuanto a la religión se basa en la falsedad del individuo consigo mismo. En realidad cada persona oye lo que quiere oír. Ante el símbolo religioso cree oír las palabras de un ser superior. En realidad en ese momento el individuo piensa en el ser que más le quiere, como un hijo, la madre o su hermana. Al ser así, el símbolo parece infalible, pues el ser querido, que habla para él, le desea lo mejor. Poro eso algunas culturas ofrecen la creencia primitiva en esa infalibilidad del símbolo.
El virio finalmente es encajar el puzle mental, configurando un proyecto vital capaz de influir en la sociedad. Cuando se imagina hay regocijo, y la exclamación jubilosa puede ser esta: "¡Virio!".
Teoría de la Sucesión de Viñetas
La sucesión de viñetas es una idea experimental con finalidad sicológica, como un diario con imágenes. El objetivo comercial será menos importante que verificar el concepto privado. El experimento puede comenzar de cualquier manera, sobre todo si no se sabe dibujar. Vale con pegar el billete del autobús y hacer algún monigote, el boleto del estadio o la etiqueta de un producto. El dibujo es un ideograma de gran percepción, aunque en principio solamente se advierta el dibujo en sí. Se debe a que la mano actúa como un sismógrafo, con matices en el trazo que solamente advierte otro sentido. Habrá una sugestión, y se debe a que el dibujo es un principio elemental de la comunicación de enorme magnitud, pues el hombre se dibujó siempre igual, más allá de los siglos, que en virtud del trazo común parecieran uniría un hilo las rodajas de piña.
Por otro lado el dibujo es una firma complicada. Su dominio hace albergar un sentimiento de universalidad, pues lo mismo da comunicar con un chino que con un checo. Quizá por eso el pintor, consciente de su superioridad en ese aspecto, tiene fama de ser bohemio. Al parecer comprende su insignificancia, y su arte deviene en un ejercicio de miseria y humildad. La sugestión convoca una atmósfera característica, con un aliento que parece vívido y cercano, haciendo creer al autor que tiene compañía. El cerebro, en algún instante, parecerá un animal con autonomía propia inclinándose como palmera sobre el reflejo, queriendo distinguir el dibujo de la realidad. Después rastrea el trazo, compuesto de mínimos matices como un despliegue genético, y se dice así: "Es el trazo de esta persona, y al ser este hay una información de su vida, cuyo decurso aflorará después". Después indica: "Ahora va esto y no lo otro". Si el sujeto, tras un poco de entrenamiento, indicase en el folio "quiero ser alguien de éxito", el dibujo, evaluando el hábitat, terminaría indicando cómo. El dibujo es un pájaro firmando en una nube y tarde o temprano atrapará la mente y obligará a saber, a consultar libros y a inquietar con interrogantes. Como digo es un abecedario complejo, con una lógica para combinar símbolos.
Respecto a la sugestión, el aliento cercano se denomina chivato del cuadro, pero hay dos formas de derrotarle: el humor y el hecho de que la croqueta en el plato se la come siempre el mismo, así pareciera durante descuido que no. Es lo que permite un anecdotario de lo más tonto, a mayor gloria de la individualidad, que al mismo tiempo sirve como hilo argumental.
Tras la sesión hay una fase de reposo, con una pesadez inicial, como si el cerebro se hubiera marchado un momento a analizar el resultado al objeto de indicar luego la continuación. Se tiene la impresión de que el asunto es como una operación matemática actuando de un modo silencioso en el ámbito habitual. Cuando se almacenan los dibujos, la siguiente viñeta que llega es como el lingotazo de una destilería.
Los pintores de cuadros se dan al cuaderno en el transcurso de su obra, diciéndose así: "Todo cuanto apunte en el cuaderno está escondido en este obra". Puede haber frases sueltas, chistes y viejos recuerdos o algún poema, de lo cual solamente está haciendo una muestra. Estas obras suelen a veces tener más valor en el sector del coleccionismo que la obra en sí, por el atractivo que despierta el ámbito privado del arte.
A la sugestión contribuye una idea: hay un globo creativo compartido durante siglos con más personas, pareciendo que pinchado con alfiler permitirá ver en el aire un flujo de imágenes comunes. Se tiene la sensación de circuito cerrado de televisión, como de haber conectado con un interesante show con un presentador incluido, emitiéndose los dibujos en ese instante. Se parece al escritor como interesante especie sicológica, para el cual puede ser normal pensar cosas así: "Te vas a quedar tonto" o "No lo hagas, que puedes matar a tu hijo". En este caso, al término de la tarea, también es capaz de pensar que los propios personajes se reúnen para corregirle los párrafos. A veces puede ser dramática la idea de estar poniendo el autor su vida en peligro. "Vas a tener un accidente", pudiera ser otra frase, pero no se trata de presagios de la vida real, sino de algún personaje del relato.
Respecto al globo creativo común a los siglos, durante un cuaderno el pintor llegará a pensar así: "Si aquel egipcio dejó la viñeta aquí, acaso la continuación sea esta". De ese modo perderá la noción del tiempo, y tendrá la idea de que alargar la mano doscientos años atrás no es nada, como si hubiera conectado con el autor, condicionados ambos por las mismas cosas, evolucionando en el mismo cuaderno, a la misma hora y de la misma manera, e incluso intercambiando el estilo en algún trazo. Es de no creer. El pintor se dice así: "Doscientos años atrás, en comparación a los millones de años que tiene el mundo, equivalen a un arañazo en una naranja".
Desde luego cualquier conjetura adquiere un grado científico cotejándola, como un juez llamando a declarar a varios desconocidos a ver si coinciden sus testimonios al objeto de incoar un proceso. Puede que sea entonces cuando sí se pueda contar. De lo contrario hay que dejarlo como un chiste. Se llega a esta conclusión: "Hay un cromosoma en mí que viaje en el tiempo en este momento, a través de mi línea consanguínea, y que al llegar a otro tiempo atrapa un dato y lo trae". En este caso es mejor pensar que el dato está de antes en la cabeza, esperando la evolución de la obra para apostillar el argumento. El humor, como digo, permitirá el aterrizaje oportuno, sin moliendas pestilentes de índole supersticiosa. Sin embargo la duda es la siguiente: "Si esto es verdad, ¿acaso no es menester que ponga en peligro mi cabeza?".
En algún instante el autor pensará que ante un daño puede enviar a un personaje a su galaxia cerebral para el correspondiente informe y reparación. Es así a causa de la imaginación, cuyo funcionamiento real es ese, el de abrir y cerrar puertas en la cámara mental, como anotaron en su día Horacio Altura y Carlos Trillo con una tesis dibujada titulada Las Puertitas del Señor López, cuyo protagonista era un señor hogareño que iba por las habitaciones de casa viviendo experiencias insólitas con todo tipo de personajes y en escenarios irreales.
Se puede pensar que si el autor se pinta como un triunfador, saliendo indemne de todas las secuencias, su mentalidad metabolizará el mismo éxito, incrementando su optimismo y aplomo. Sin duda puede llegar a la conclusión de que es el personaje en sí mismo, guapo y brillante, interesante a más no poder, convencido de que todo conflicto tiene una solución. Uno de los fenómenos recurrentes durante el ejercicio es cuando el autor pinta a alguien torciéndose un pie, notando él el dolor, una leve punzada en la misma zona. El fenómeno obedece a la mano confraternizando con la tensión, aspecto que dio lugar a la fabulosa mano que cobra vida y ahoga al autor, como así explicó Charles Adams en su obra dibujada La Familia Adams. Del mismo modo se puede hablar de los olores, cuando el personaje pasea por un jardín. Hay como una consustanciación y por un instante el autor huele algo distinto.
Otro fenómeno es creer que ha pasado un gato. La mirada está puesta en el sitio y mirando de reojo cualquier sombra de la mano puede circular por la pared. Parafraseando a Juan Francisco Cabrera, ocurriría igual pensando que pintando gatos las ratas de verdad se dan a la fuga, lo cual no deja de ser un gran chiste.
Un fenómeno más es el dejà vu, definido como la creencia en que se hizo antes una cosa. En realidad se trata de un fallo electrodoméstico de la memoria, y se puede alcanzar la explicación pintando un fresco en la pared. El autor puede retirarse diciéndose: "Es como si lo hubiese pintado en otra vida". No es cierto. Lo que ocurres es que ha entrado su hijo y por un instante, en virtud del baile celular, ha visto la obra con otra edad. Entretanto no se da cuenta del idioma celular, puede creer que efectivamente ha estado en dos sitios distintos.
La gran impresión de la sucesión de viñetas obliga a pensar que en algún momento cae el folio una lágrima del futuro. Sin embargo el condicionante es confuso, difícil advertir si el autor se adelanta a algo pintándolo o no. El autor se apoya en el siguiente tema: "Si la vaca ramoneando presagia la lluvia, ¿por qué no en el ser humano?".
También caerá atrapado en el enigma de estar acertando la vida de alguien, acaso sintiendo pudor al transgredirla. La cuestión sería fácil de aclararle: preguntando por las coincidencias. Si fuese así, ante todo hay que pensar que es una casualidad, pensando que no merece la pena indagar en la vida de nadie, por muy interesante que sea, vale más que uno. Esto permite ver hasta qué grado la moralidad va adquiriendo firmeza. Los vecinos desde luego son personas vivas, moviéndose de un lado a otro con normalidad, de los cuales se saben un par de cosas: que duermen y que necesitan comer, tal vez dónde viven, algún gesto particular, una forma de saludar, un modo de llamar a la puerta justo en ese instante, cuando uno lo ha pintado llamando a la puerta. Lo que hay que hacer para sobrevivir al susto es decirse lo siguiente: "A mi casa suele venir mucha gente a diario, y además hay un timbre, el cual se usa con un dedo, que es el que ha empleado la visita, como sigue siendo lógico". Otra cosa es ver de qué modo ha llamado o con cuanta insistencia, así como su forma de presentarse, su atuendo y algún detalle más, cosa que al final solamente puede servir para alguna historia. Acaso durante el dibujo haya una nota de color en la rutina habitual, diciendo que ese es el adorno que tiene en casa, en la misma habitación, y que esa es su forma de actuar. Cabe insistir en que todo será mentira a menos que uno de los dos tenga algún interés en despejar dudas.
Desde luego el pintor es una especie rara que a veces queda sujeto a una serie de impresiones que de no ser por la discreción harían pensar que ciertamente lo es, como por ejemplo cuando está en una casa y ve que la gente adopta la misma postura que el cuadro, en el mismo sitio, con la misma luz, durante breves segundos. En último término la cosa se olvida echando mano a la cocreta y bebiéndose el café personalmente. "Yo me bebo el café personalmente".
Un insulto callejero o un jaleo a cargo de alguien, tal vez puesto en un folio traduzca el significado, que quizá sea una información distinta. En el fútbol, insultando al árbitro, la cosa está muy clara, pero el hecho de que sea una persona con un aspecto determinado puede indicar qué le ocurre en su vida normal.
La sucesión aboca a pensar que si uno pinta una tómbola, en la vida real se corresponde con una llamada por el móvil, y que si hay una garrafa de vino, se corresponderá tal vez con la llegada de un coche. En cuanto a la gramática es divertido pensar que alguna letra china es la simplificación de un hombre corriendo bajo los pájaros, o que alguna letra del abecedario empezó siendo el dibujo de un río desviado, como la y griega.
Respecto a las cosas simples de la casa suele ser divertido anotar unos cuantos detalles. Por muchos que sean no serán más de cuarenta, cosa insustancial en comparación al observatorio de un científico estudiando células, que son miles y complicadas. Observar una célula del tamaño de una percha carecería incluso de mérito.
Cuando la sucesión se alarga durante años hace ver las jerarquías profesionales y el rango que se disputan las principales. Por ejemplo ocurre con la arquitectura y la medicina. Son dos principios elementales de la vida. El hombre necesita techo y salud, y por supuesto gastronomía. Más allá de eso todo es secundario. Un dibujante llega a la medicina estudiando la anatomía, y a la arquitectura por la razón obvia de los volúmenes con su lógica pertinente. La arquitectura y la medicina parecieran disputarse algún oficio, para incluirlo en su rango al objeto de tener más categoría. Un médico diría que la alfarería es medicina, por la sutileza en el masaje, y un arquitecto pugnaría por el oficio en virtud de su característica ornamental. Para ser cirujano alguien tal vez diga: "El miniaturista pertenece a la medicina, cuidando de poner una pieza minúscula con la punta de la lengua".
La arquitectura, en cualquier caso, comienza dándole la vuelta al sacapuntas, calculando técnica delineante. Un dibujante normal diría: "Si estoy en la calle necesitaré gran energía visual para abarcar toda esa grandeza". Una vez que se alcanza el grado excelso, surge como una iluminación el fenómeno de la miniatura, es decir, que si uno pone la boquilla del cigarro en un cenicero y lo somete a una viñeta, se tratará de un hombre en una plaza amurallada. Poniendo la boquilla en el dintel de la puerta, hay una perspectiva en el suelo. Dejándola bajo la lámpara, su traducción en la viñeta podría ser el Ganges visto desde arriba, y bajo la cafetera un edificio moderno. De este modo es igual de fácil acometer el dibujo frontal que cualquier otro encuadre. La miniatura pues hace ver que la energía queda reducida al marco hogareño y que solamente basta con darle forma. Al tener esa conciencia del dominio espacial, neto, limpio y definitivo, la dificultad deja de ocupar espacio en la mente y el sujeto se eleva. Es ese el argumento de obras literarias como Gulliver, de Jhonattan Swiff, considerada en su momento una obra crítica, cuando en realidad a lo que alude es a ese fenómeno, así como también lo hace el pragmatismo de Charles Alexander Pierce.
El sacapuntas, tan nimio en la realidad, en la viñeta será un edificio con una puerta redonda, y bastará con poner un puntito para que un hombre pueda verlo en tres dimensiones, queriendo voltear la esquina para cerciorarse de la lógica del volumen, preguntándose cómo será desde arriba y obligando a la respuesta. La prospectiva aburrida de una ristra de libros en la estantería, o bien las cintas de casette, será una barriada de rascacielos vistos desde la boquilla antes aludida. El individuo va alcanzando una categoría arquitectónica, y al ser esta técnica lógica derramará la mugre que tenga en la cabeza.
Respecto a los estilos de la pintura no merece la pena hablar de ellos. Es aburrida cualquier crítica sobre arte, haciendo ver que la luz está allí y que no está allí. Es una de las ordinarieces más grandes que jamás ha dado el periodismo, si bien es posible disimular un poco contando algo del pintor, como un relato. Teniendo ese motivo delante tiene que salir una historia. De lo contrario es un coñazo, porque por mucho que se explique jamás alcanzará el sentimiento del autor ejecutando ese momento. Durante una sucesión de viñetas se termina advirtiendo que cosa dio origen a un arte. Si uno lleva un año haciendo la misma historia, tarde o temprano tendrá que descansar. En el intermedio, acaso para seguir, pierda un rato haciendo una tontería: perfilando el molde de una madalena, punteando, repitiendo la misma figura, o quizá presuntándose cómo un pedo se desplazaría dentro del cuerpo. Kandinsky da lugar al abstracto mirando desde arriba el plato de comer. Dalí da lugar al surrealismo poniéndose dentro del cuerpo humano, mirando las vísceras y los ríos de sangre. El conceptismo es pintar una carpintería y no conforme con eso pegar una alcayata. El impresionismo es como una mujer que se ha hartado de llorar, es decir, cuando al autor se le cae la baba y observa el difuminado de la tinta. El fauvismo es lo mismo pero en la selva, pintando figuras animales con vivos colores. El esfumato es la paciencia, como de tener todo el día por delante hasta que ir confundiendo los matices, como si alguien hubiera llegado dando una calada. El cubismo es la caricatura: un caricaturista trabaja con medidas geométricas para hacer facciones, y de ahí que las exagere.
En cuanto a la utilidad sicológica que le da la Gestald al dibujo, sería para advertir todo aquello que quiso decir Parménides, es decir, que entre dos árboles puede haber el perfil de un oso en negativo. Al ser así, en la calle deambulando ocurre igual, pero como es tan inabarcable, sirve para que el hombre advierta que su genialidad estribará en el dominio de lo simple.
Respecto a si el dibujo es curativo, habría que afirmar rotundamente que sí, sobre todo si da dinero.
Una vez que el sujeto domina su línea individual se puede complicar más la vida continuando hacia ascendientes y descendientes, cosa que facilita la idea del parentesco. Es evidente que antes del nacimiento hubo una mujer y algún abuelo, y en sentido contrario hijos y nietos, cada uno de ellos a su vez con sus propios linajes, ramificando la genealogía. La idea central consiste en advertir que doscientos años atrás pudo estar presente de algún modo, en virtud de algún cromosoma dirigente por afinidad, teniendo en cuenta el fenotipo familiar. El interesado jugará de un modo barato y económico con que un mensaje del futuro llega a tiempo, permitiéndole influir, al menos con la fantasía, en el decurso histórico.
Para alejar la sensación de incendio que acaso provoque el énfasis, conviene que asuma que puede hacer incluso una novela. Por otro lado el humor, así como el dibujo con su idiomática universal, servirán de complemento a la tarea del cuaderno. Tendrá la disyuntiva de que algún abuelo, dos mil años atrás, esté igual que él, diciéndose si contactaría con un descendiente a través de una célula común, acaso mediante un gesto característico.
Supongamos que alguien puede contactar con Hume, el célebre filósofo de las impresiones. Sería inquietante si fuese cierto, y sobre todo sin haberle leído jamás.
-Soy Hume.
-Oiga, amigo, usted es del siglo XVIII.
-¡Hemos inaugurado un diálogo!
-¿Hay alguien más por ahí?
-¡Estuvimos juntos tomándonos una cerveza, muchacho!
-¡¡Dayablos! Eso no es posible. No me lo creo. Por cierto, quiero serle honesto. Soy una persona como usted, pero del siglo XXI, así que no se inquiete. Solamente le felicito.
-¡Caray! ¡El siglo XXI!
-No me extenderé dando detalles excesivos. Se debe a que tampoco quiero que me los den a mí, procedentes del futuro, y la razón es obvia: pretendo conservar la sorpresa.
-Somos el mismo, muchacho, en siglos y países diversos. Se lió una buena pajarraca por entonces en Escocia. Un verdadero triunfo.
-¿El mismo? ¿No adeudará usted dinero, supongo, o algo así? Ya me entiende. Quizá luego comente algo que le conviene, respecto a lo suyo.
Cierto es que doscientos años de distancia, con arreglo a la edad que tiene el mundo, serían como un arañazo en una naranja.
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