La gravedad y emergencia que representa la crisis argentina ha dado lugar a innumerables interpretaciones y expectativas respecto de su evolución como así también, a la exploración de las posibles soluciones. En este contexto, los nuevos intentos de Acuerdo, Concertación y Diálogo vuelven a concitar el interés de importantes sectores de la dirigencia política y social, como un recurso de acción frente a la incertidumbre generalizada que hoy se enseñorea como espejo de la precariedad política e institucional en nuestro país.
La convocatoria al Diálogo(1) que hiciera el Gobierno Nacional, el auspicio de la Iglesia Católica y la inestimable asistencia técnica de las Naciones Unidas, a través del PNUD, ha finalizado su primera etapa con fuertes expectativas de una continuidad sistemática que permita desarrollar soluciones integrales a los problemas más acuciantes de la realidad argentina.
Aun es muy temprano para conocer resultados ni siquiera medir los impactos que esta experiencia ha generado en los actores y en la sociedad en general. Sin embargo, se puede explorar en los temas planteados, en el tratamiento de las prioridades y en la reiteración de algunas demandas, para descubrir la intensidad que adquiere el juego de oposiciones entre intereses sectoriales y proyectos que pugnan por imponerse y/o definir posiciones dominantes con relación al aparato decisorio del Estado.
Vinculadas a este proceso, se renuevan además, algunas preocupaciones inspiradas en el temor a un probable "revival" de los intentos de "concertación", de "diálogo político", "acuerdo nacional" y otros que ya fueron experimentados en el pasado y dejaron como resultado el sinsabor de frustraciones y desengaños como así también, sentimientos de impotencia ante ciertas rigideces estructurales que inhibieron las posibilidades de cambios en la política argentina.
Por otra parte, la dirigencia política, hace referencia de inspiración en los procesos de transición democrática en la España post-franquista a través de los "Pactos de la Moncloa" y más cerca en nuestra geografía aunque más lejanos en el tiempo, se pueden recordar los "Pactos de Punto Fijo" –1958-en la transición democrática venezolana después de la Dictadura del Gral. Marcos Perez Jiménez y el "Pacto de Benidorm" entre los partidos Conservador y Liberal de Colombia que posibilitó la alternancia sucesiva entre ambos partidos como forma de reinstaurar un orden "democrático" después del proceso de violencia desatado en 1948 con la muerte del dirigente Eliazar Gaitán.
En este contexto, se plantean diversos interrogantes que buscan interpretar la complejidad del momento histórico, como así también, la perspectiva de un proceso político que vuelva a configurar un marco de racionalidad y equidad para el ejercicio de la práctica democrática. El diálogo es, sin duda, un instrumento de reconocida aptitud no sólo ética sino metodológica para generar las condiciones que posibiliten la construcción de visiones compartidas entre los diversos actores de una sociedad.
Podríamos preguntarnos si están dadas las condiciones para iniciar un proceso de diálogo sistemático que haga viable la construcción de un nuevo espacio para la gestión democrática de los conflictos en la sociedad. Si podemos superar visiones polarizadas del conflicto y reconocer la complejidad que caracteriza a la multiplicidad de intereses y de actores, a los procesos comunicacionales y a la necesaria identificación de un ámbito de convergencia de ideas y proyectos que lidere la formación de consensos básicos.
El modelo interpersonal del diálogo es útil como referencia básica de la comunicación humana, pero nuestra problemática está directamente vinculada a la multiplicidad de interlocutores, portadores a su vez de intereses y proyectos, que entran en una compleja interrelación tan vertiginosa como contradictoria.
Como consecuencia de lo mencionado, nos interesa el análisis del Diálogo como proceso de construcción de significados compartidos en el nivel social y político. Las reflexiones que siguen tratarán de ofrecer un marco de referencia inspirado en las teorías del Diálogo que hoy se alimentan de la práctica de procesos de pacificación y construcción de consensos cívicos, como una tendencia creciente en el proceso de lograr democracias más inclusivas.
Concebimos al Diálogo como un proceso de generación de sentido y de construcción de significados comunes entre actores individuales y colectivos. David Bohm define al Diálogo como "una corriente de significado que fluye entre, dentro y a través de los [actores] implicados..y este significado compartido es el aglutinante, el cemento que sostiene los vínculos entre las personas y las sociedades."(2) El diálogo, dice también: "proviene de la palabra diálogos cuyo prefijo <dia>, no significa dos sino <a través de>".El Diálogo, entonces, es el resultado de un proceso de cooperación y de trabajo conjunto para construir un significado común a los interlocutores.
En este proceso de comunicación, cabe destacar la importancia asignada a la construcción interpersonal y colectiva de significados comunes que hacen posible la materialidad del Diálogo; más allá de la recta intencionalidad, reclamada por algún discurso ingenuo de la política, como condición suficiente para asegurar la confiabilidad del "buen diálogo".
El Diálogo no es un ejercicio contemplativo sino generativo; en consecuencia, existe diálogo cuando ese significado compartido logra transformar el pensamiento colectivo. "el diálogo busca penetrar en el proceso de pensamiento y transformar el proceso del pensamiento colectivo. Ciertamente no hemos prestado mucha atención al pensamiento como proceso."(3). En consecuencia, nuestro objetivo no es dialogar en el sentido de intercambio de información, sino transformar a través del diálogo; es decir, de la construcción de nuevos significados que integren expectativas diferentes y aun contradictorias. Tal es el desafío que aparece en la superficie del proceso del diálogo en nuestra sociedad.
Dice David Bohm: "el diálogo no está vinculado a la verdad sino al significado y éste no es resultado de una opción individual sino de una construcción social."(4) No es otra cosa el fundamento de la cultura cuando aludimos a ella como el espacio del significado construido en torno a valores y creencias que obran como referencia de la dinámica social. Toda organización social es, de modo directo, la expresión de un significado compartido y cuando éste se diluye, tenemos una sociedad vaciada de sentido con instituciones huérfanas de significado y con la violencia como mecanismo privilegiado para la realización de la voluntad individual o colectiva.
El pensamiento de Johan Galtung, por su parte, acreditando una larga experiencia como investigador del conflicto y de los procesos de pacificación, resulta esclarecedor, cuando señala: "en las sociedades caracterizadas por redes complejas de intereses en conflicto, el desafío no está en evitar el conflicto sino en su "transformación, generando estructuras sociales transformadas y el diálogo es [precisamente] el proceso"(5).
Un aspecto fundamental a ser explicitado es el propósito del diálogo como estrategia explícita y sistemática que busca generar consensos fundamentales para fortalecer las perspectivas de la convivencia social. Ahora bien, dicha estrategia se inscribe necesariamente en un contexto histórico determinado, con características propias que habrán de definir los andariveles posibles al proceso del diálogo. Aparecen entonces, los aspectos funcionales y disfuncionales del diálogo; en efecto, si el diálogo es una herramienta para el cambio, para acompasar los procesos de transformación, es también una plataforma de realización de los valores para la convivencia social y no sólo de intereses particulares.
Con ello, nos estamos refiriendo al diálogo como herramienta de cambio y de formación de consensos básicos que hagan posible otro equilibrio de poder en la sociedad, abriendo nuevos canales de acceso y de participación a la ciudadanía social. Nos interesa el diálogo, principalmente, en su capacidad para promover el cambio y transformación de las estructuras socio-económicas.
Con base en estas expectativas, el diálogo así concebido, tiende a configurarse como un espacio de contención, un ámbito generador de nuevos significados compartidos, sobre la base de una pluralidad de ideas y creencias, entre todos los actores sociales. Con este propósito, resulta indispensable reconocer la problemática que se plantea a partir de las nuevas realidades y condiciones sociales argentinas, en cuanto determinan la marginación y la exclusión, alejando cada vez más, las posibilidades para el desarrollo de una ciudadanía plena. En este escenario, el diálogo es desafiado en su potencialidad de transformación y en su carácter de generador de racionalidad y de organizador de consensos en la sociedad.
En esta perspectiva, se puede afirmar que los procesos de transición y construcción democrática en los diversos países, dan testimonio de ésa competencia demostrada por el diálogo para facilitar los consensos mínimos, que hacen posible la toma de decisiones con reconocimiento de legitimidad. Obviamente, nos referimos al diálogo que no puede ignorar la realidad del poder ni sus modos de distribución en la sociedad; que a su vez, debe hacer explícita la realidad de los conflictos y las condiciones socioeconómicas y culturales que determinan la formación de los mismos; que descubre la oposición de intereses y valores; que visualiza finalmente la dinámica social, y es consciente de que su escenario es la sociedad concebida como un sistema complejo de equilibrio inestable.
En este marco, el problema estratégico estará vinculado a la búsqueda de aquellos factores y elementos que faciliten el proceso de diálogo como factor de cambio y al mismo tiempo, promuevan las nuevas condiciones para incrementar los niveles de confianza entre los actores sociales.
No obstante lo mencionado, en el ánimo de la opinión pública y de modo más o menos generalizado, se puede descubrir diferentes percepciones y expectativas:
- El diálogo como ilusión retórica que proyecta una suerte de capacidad mágica para armonizar la convivencia, poniendo énfasis en la intención de los actores. El diálogo es concebido a partir de un supuesto de pura voluntad y racionalidad; "el diálogo traerá las soluciones".
- El diálogo como recurso de última instancia. El diálogo como última frontera de la racionalidad; "lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie".
- El diálogo como instrumento de solución de corto plazo, está vinculado a la resolución de problemas. El diálogo como instrumento de toma de decisiones; "que las cosas que aquí se decidan, luego pasen [al gobierno]"
Resulta sumamente provechoso analizar estas reflexiones a la luz de la experiencia que significó la primera fase del Diálogo Argentino, sintetizadas por su Equipo de Análisis(6). A lo largo de este proceso de diálogo, cuyas alternativas se hicieron manifiestas en los diferentes medios de comunicación, se pueden distinguir dos aspectos principales; por una parte, las actitudes asumidas por los actores sociales ante la iniciativa del Diálogo y, por otra parte, las opiniones que se revelan ante las diferentes problemáticas planteadas por la crisis.
En primer lugar cabe destacar que "el diálogo es reconocido como una instancia necesaria y válida para superar la crisis que hoy vive el país".(7) En tal sentido, se puede afirmar que el diálogo es visualizado como un proceso con alta potencialidad para modificar comportamientos y orientarlos hacia nuevos propósitos, vinculados a la solución inmediata de los problemas más acuciantes aunque sin resignar la búsqueda de soluciones más integrales a los problemas estructurales que hacen persistente la crisis argentina.
La realidad nos muestra un amplio consenso respecto del diagnóstico "de una crisis que se extiende a todos los planos de la vida en común de los argentinos"(8). No obstante, existen diferencias explícitas en torno a la identificación de las causas que estuvieron en el origen de la crisis. Ante ésta descripción, las expectativas de los actores en torno a las posibilidades del diálogo son dispares. Hay quienes piensan que los principales responsables ó detentadores de mayor cuota de poder, están ausentes de éste ámbito de diálogo; en consecuencia, no se sienten involucrados ni comprometidos. "Quebrada la solidaridad, prevalece la desconfianza y la conciencia de la gravedad de la crisis no parece bastar para que se modifiquen los criterios y comportamientos que condujeron a esta crisis. La falta de asunción de la propia responsabilidad, mayúscula en el caso de la dirigencia, conduce a la culpabilización del otro sin una paralela consideración de las propias falencias." (9)
Esta percepción bastante generalizada, amenaza con debilitar el proceso de diálogo en su capacidad de incidir en el sistema decisorio del Estado. Otros, consideran que es posible maximizar la capacidad de respuesta de los "actores nacionales", más allá de quienes detentan espacios concentrados de poder económico, en un esfuerzo que concite la solidaridad y la formación de consensos mínimos alrededor de los principales temas de la agenda nacional. "A pesar de las dificultades, de la fragmentación y de la desconfianza, las primeras coincidencias alcanzadas exhiben la potencialidad del Diálogo Argentino como instrumento inédito y eficaz para este tiempo de transición. Estos consensos y la metodología para alcanzarlos quieren ser, además, una contribución a la formulación de políticas públicas, como verdaderas políticas de Estado, con amplio apoyo ciudadano, para éste y otros gobiernos." (10)
También puede observarse que los modos de referirse a la crisis, a su persistencia y a sus efectos perversos en las condiciones de vida de la población, descubren la fundada preocupación por la emergencia de actitudes individuales y colectivas que representan el debilitamiento de los marcos de la racionalidad en la convivencia social. En este sentido, cabe destacar la renovada confianza en el diálogo como un recurso ó una alternativa para afirmar el espacio de la racionalidad en el seno de la convivencia social y política. "Permítanme señalar que aunque se han oído voces que ven posible o inevitable la confrontación, lo deseen o no, creo sinceramente que se trata de un porcentaje minoritario. En efecto, de acuerdo con una encuesta reciente desarrollada para el Diálogo Argentino conjuntamente por Gallup, Mora y Araujo y SEL, hay un 65% de argentinos, y más de un 70% de la dirigencia, que está genéricamente a favor de la convocatoria del diálogo aunque solamente un 49% (que no es poco) cree que este podría resolver los problemas del país". (11)
Aunque de modo implícito, la práctica del Diálogo está reclamando un lugar de liderazgo en la sociedad que, a su vez, garantice un clima de confianza y de creencias renovadas. Parece oportuna la reflexión del sociólogo Julien Freund: "Toda crisis traduce una carencia de autoridad, en todos los sentidos del término…Dicho de otro modo, toda crisis es una crisis de autoridad, si es verdad que la presencia de una jerarquía otorga seguridad"(12). Es obvio que Cabe la sociedad argentina está percibiendo ésa orfandad en el nivel de la dirigencia política y en consecuencia, busca en el Diálogo una nueva oportunidad y un ámbito renovado para la reconstrucción de nuevos liderazgos. Las referencias al rol de la Iglesia y a los valores que representa están señalando el orden que la sociedad prefiere. La Iglesia como autoridad, basada en la defensa de los valores fundamentales de la convivencia, aparece como "ultima ratio" antes de la eventual explicitación del conflicto. Las afirmaciones en tal sentido, están denotando la intensidad del sentimiento depositado en el liderazgo moral de esta institución.
"La crisis es una situación colectiva caracterizada por contradicciones y rupturas, plena de tensiones y desacuerdos, que hacen que los individuos y los grupos vacilen acerca de la línea de conducta que deben adoptar, porque las reglas y las instituciones ordinarias quedan en suspenso o inclusive algunas veces están desfasadas con relación a las nuevas posibilidades que ofrecen los intereses y las ideas que surgen del cambio." (13)Y más adelante, el mismo autor agrega: "Toda crisis implica el tiempo: descansa sobre una comparación entre el presente y el pasado, de los cuales el presente toma el aspecto de una miseria y el porvenir el de una angustia porque el pasado se ha perdido."(14) Este pensamiento logra focalizar el complejo de emociones que acompaña a la evolución de los períodos de crisis, a la dimensión existencial que se expresa en comportamientos colectivos aparentemente erráticos y como tal, está presente en el Diálogo, condicionando el desarrollo de su propia evolución.
Obviamente, la manifestación de la crisis exacerba lo equívoco y alienta la confusión en torno a la viabilidad de las acciones que se emprenden. La crisis en tanto se manifiesta como una ruptura, aun indescifrable que revela el temor a lo desconocido, promueve comportamientos individuales y colectivos que apelan a lo irracional como un contrasentido que refleje la necesidad de construir otra conciencia de la realidad.
La demanda de "que se vayan todos", "que gobiernen las asambleas", expresa ésta rebelión contra lo racional, lo establecido, la percepción de "insolvencia" de la política para responder a las necesidades que le plantea la sociedad. La frustración de las expectativas está en el origen del conflicto. Recordemos a E. Durkheim cuando distingue dos fases en el proceso de conformación del conflicto: "a) acumulación de ansiedades y frustraciones, producidas por una drástica restricción de las aspiraciones que albergaba el actor social; b) arranque espontáneo de ira popular".
Ciertamente, la crisis no evoluciona por sí misma hacia el conflicto. Es preciso la intervención de la voluntad de los actores para definir el conflicto. Este suele aparecer como un expediente de solución. No olvidemos que la identificación de un enemigo cumple la función de reintroducir la certidumbre en el horizonte de las expectativas de los
actores, mientras alimenta un sentimiento de seguridad, que otorga la ilusión de poseer una idea a modo de verdad incontrastable. El conflicto reintroduce la dialéctica del "amigo-enemigo" y reconoce como origen la disputa en torno a un derecho cuestionado. Por ello, el conflicto se explicita cuando han fallado las otras soluciones: la negociación o el arbitraje.
Existe un consenso generalizado respecto de la importancia del diálogo como práctica fundacional y fundamental de la democracia. La democracia requiere del diálogo para construir significados comunes y compartidos, que delimitan el campo de legitimidad de los actos de la autoridad política.
Diversos antecedentes en el contexto latinoamericano dan cuenta de la práctica del Diálogo en situaciones representativas de dinámicas políticas complejas por la diversidad e intensidad de los intereses en pugna. Entre ellos, podemos mencionar al proceso de pacificación en Guatemala, después de largos años de violencia militar y paramilitar contra las poblaciones indígenas; el proceso vivido en El Salvador y el más próximo a nuestros días, el dificultoso proceso de diálogo en Colombia entre el Estado y las organizaciones guerrilleras FARC y ELN.
En todos ellos, el diálogo aparece con su potencialidad transformadora en el sentido de construir otro espacio para la distribución del poder en la sociedad, orientado a promover la participación de los actores en torno a nuevos significados que, a su vez, renuevan lealtades políticas y redefinen lazos de cooperación social. Se trata de procesos que tienden a la búsqueda de "significados compartidos" para fundar una nueva construcción social de mayor cooperación y orientada a "transformar el conflicto". De esta manera, el proceso de diálogo genera las condiciones para un proyecto colectivo que condensa expectativas comunes, mientras las partes se comprometen en su realización.
Llegados a este punto cabe distinguir entre los conflictos de intereses y conflictos de valores. Esta distinción explicitada por el sociólogo W. Aubert hace referencia a aquello que es materia de negociación –de intereses- y lo que, en principio, no es negociable. Pensamos que éste aspecto arroja luz sobre la coyuntura del Diálogo Argentino en la medida que tales distinciones permitirían desarrollar nuevas estrategias de sistematización del diálogo. Los conflictos de intereses hacen referencia a lo cuantitativo mientras que lo cualitativo está referido al sistema de valores y creencias. No obstante, la realidad muestra una constante convivencia entre ambos aspectos; sea de conflictos de intereses que se vuelven rígidos como así también, de conflictos de valores que encuentran dimensiones convergentes y propiciatorias de diálogo.
"los intereses en conflicto no son completamente incompatibles. Tan sólo lo son hasta el punto en que las ganancias de una parte pueden convertirse en las pérdidas de la otra" (1969b:285)(15). Y lo que es más, en este tipo de conflictos existe una zona de intersección, de intereses convergentes: ambas partes están de acuerdo en la validez del bien, por lo que, a través de la negociación, buscarán el modo de "minimizar el riesgo de la mayor pérdida" para ambas. (Aubert)
La negociación se ocupa del conflicto de intereses aunque puede resultar insuficiente para generar consenso donde existe un conflicto de valores. En términos valorativos, la cultura del conflicto implica la consideración valiosa del mismo, no por lo que éste tiene de antagonismo y hostilidad, sino porque la confianza en los medios de resolución – todo es negociable, todo es resoluble- dará lugar a enriquecedores y liberadores resultados.
En efecto, el eje de la negociación reside en la identificación de los intereses, su grado de contradicción recíproca y la aceptación de ésa diferencia por cada uno de los actores implicados. "Yo no estoy de acuerdo con su posición pero acepto que tenemos intereses opuestos, nuestro desafío es construir una zona de acuerdo".La Teoría de la Negociación reconoce su núcleo central en ésta problemática de la identificación de los intereses y en los modos de satisfacerlos buscando el beneficio mutuo.
"La negociación es la característica esencial de una sociedad que crea riqueza porque posibilita la distribución voluntaria de cualquier cosa, aliada a la naturaleza, que se cree gracias al esfuerzo humano y para cubrir las necesidades humanas.
La negociación es un explícito intercambio pactado de forma voluntaria entre personas que quieren algo las unas de las otras."(16)
Los procesos de negociación ó concertación de intereses diferentes y por otra parte, aquellos que se proponen la superación del conflicto, generando estructuras de pacificación, condiciones para la reconciliación y el compromiso de reparación de los daños y de las ofensas que fueran resultado de la injusticia y la violencia; todo ello debe formar parte del Diálogo como arquitectura del consenso en la sociedad.
Se refleja una voluntad de diálogo que no es posible confirmar de un modo sistemático en
la sociedad. Se asemeja más a un discurso sobre la voluntad que al ejercicio de la misma. La pregunta, en todo caso tiene que ver con la condiciones que reclama esa voluntad de diálogo para continuar. La afirmación de la voluntad junto a "tengo dudas de que podamos construir un ámbito creíble"(17) hablan de una voluntad no comprometida con los objetivos del diálogo y más bien como un compromiso formal, con un proceso ritual.
La participación, al decir de Bohm tiene dos dimensiones fundamentales: compartir y contribuir. Ambas están estrechamente vinculadas al trabajo en común, a una idea consensuada que se prolonga en una estrategia de "co-laboración", de trabajo conjunto. Diálogo es comunicación, "hacer común" la producción de significados. Sobre esta base es posible la cooperación, el trabajar juntos: "co-operar significa literalmente trabajar juntos [y para que ello ocurra, las personas] deben ser capaces de ir más allá de la mera trasmisión de datos de una persona que actúa como autoridad a otras que actúan como instrumentos pasivos de esa autoridad y crear algo en común"(18).Cabe preguntarse hasta qué punto, este segundo aspecto está presente en los actores, como una disposición explícita a generar condiciones que permitan ésa colaboración.
Cierta concepción ingenua, más precisamente paternalista, de la participación, según la cual se participa de algo construido, de un ámbito institucionalizado con centralidad de la autoridad, desalienta un modo de participación que debe hacerse cargo de las consecuencias generadas por su propia dinámica. La participación es fundamentalmente, involucrarse en la construcción de otro equilibrio del poder. Hoy es posible hablar de nuevas prácticas para la generación de consensos creativos que surgen de la "conversación común, la decisión común y el trabajo común y que precede a la participación activa de los ciudadanos en la transformación del conflicto a través de una conciencia y un juicio político comunes".(19)
Incertidumbre sobre los objetivos del diálogo
Existe una marcada confusión entre diversos términos que remiten a diferentes realidades: concertación, pacto, consenso, diálogo. Más allá de las experiencias históricas que se concretaron en procesos de concertación laboral y siempre estuvieron referidos a procesos de negociación entre actores institucionalizados y recíprocamente legítimos como portadores de intereses explícitos, cabe recordar las diferencias en los contextos históricos.
Esta incertidumbre respecto de los objetivos del proceso de diálogo es fuente de algunos interrogantes: ¿Debe ésta etapa del diálogo abocarse a los temas de la emergencia ó del mediano y largo plazo?. Ciertamente, estamos acostumbrados a trabajar en líneas inconexas entre ambas dimensiones. Lo dominante de la coyuntura ha generado una tendencia a resolver en términos de inmediatez sin preocuparse por las consecuencias de tales actos y decisiones, las cuales terminan obstaculizando la preparación de una óptica de mediano plazo.
Cierta incapacidad para vincular las soluciones del presente con la preparación del porvenir se origina en la afirmación de un pensamiento fragmentario que se proyecta en la ruptura de continuidades temporales. Conocemos los fundamentos del dogma "neo liberal" que demoniza la planificación para sustituirla por una visión inmediatista y proyectada como matriz de un pensamiento eficientista que se desentiende de los efectos de aquellas acciones que se hacen en su nombre. Las ideologías del "ajuste" son una prueba de ello en el territorio latinoamericano.
La coyuntura y el mediano plazo no son visualizados en términos de continuidad en el discurso político y económico sino como contradictorios. Ello se traduce en una incapacidad para definir cursos de acción de modo autónomo. "La combinación de descuido a largo y corto plazo de los valores compartidos le va al debilitamiento del orden moral y a sus esperadas consecuencias de disfuncionalidad"(20). Estos procesos de regresión aparecen ligados al crecimiento de la complejidad de los problemas y al modo mutilador de tratarlos. La política, en consecuencia, se fragmenta en sus modos de intervención en la realidad y la posibilidad de construir una concepción integradora del fenómeno político disminuye o desaparece.
Parafraseando a Edgar Morin: "La anti-política es el discurso de la despolitización de la sociedad. Todo se disuelve en la administración, en lo cuantificable (sondeos, encuestas y estadísticas). La política en trizas pierde la comprensión de la vida, de los sufrimientos, de los desamparos, de las soledades, de las necesidades no cuantificables. Todo esto contribuye a una gigantesca regresión democrática: los ciudadanos desposeídos de los problemas fundamentales de la ciudad."(21)
En los últimos tiempos, los vientos de la liviandad política en Argentina han venido preñados del prejuicio de la anti-política. A partir de constatar, a modo de silogismo, que si la política no resuelve los problemas "aquí y ahora", se puede deducir que la política es una actividad inútil y en tal carácter no reviste valor alguno para la marcha de la sociedad.
Hemos llegado así, a la conclusión "paradigmática" de que la política tiene el lugar del no-valor para la sociedad en la medida que no aporta bienes tangibles que puedan evaluarse como necesarios para "la gente". A este sujeto tan abstracto como colectivo sólo le interesan sus problemas y el modo más expeditivo de resolverlos. Problemas inmediatos que tienen que ver con la supervivencia de sí mismo y su entorno inmediato en un contexto de cultura consumista que postula valores autoreferenciados y extraños a la solidaridad.
Para qué entonces la política si cada individuo puede abstraerse en una sociedad autoreferenciada que le otorga la ilusión de la autodependencia, si puede elegir el momento para conectarse con los demás, si cada uno puede reconstruir su propio mundo virtual sin la demanda existencial del prójimo. Claro que se puede razonar sobre los problemas del conjunto social, los problemas "macro" que dibujan una especie de perímetro para indicar que la solución es una cuestión de expertos a los que cada individuo confía su destino mientras entretiene su cotidianeidad en lo micro, en un espacio de consumo de energía encerrado en sí mismo. "No existen solamente las incapacidades democráticas. Hay procesos de regresión democrática que tienden a marginar a los ciudadanos de las grandes decisiones políticas (bajo el pretexto de que éstas son muy «complicadas» y deben ser tomadas por «expertos» tecnócratas); a atrofiar sus habilidades, a amenazar la diversidad, a degradar el civismo. Estos procesos de regresión están ligados al crecimiento de la complejidad de los problemas y al modo mutilador de tratarlos. La política se fragmenta en diversos campos y la posibilidad de concebirlos juntos disminuye o desaparece." (22)
Este aspecto está directamente vinculado a la inclusión de los ciudadanos comunes en este proceso de diálogo. Así ha sido reclamado y es posible afirmar que una porción creciente de la sociedad no se siente legítimamente representada mientras que la nueva dinámica de las movilizaciones ha demostrado que todos somos parte del problema y no sólo destinatarios de la solución.
En este contexto se descubre una demanda a favor de incrementar mecanismos que garanticen la confianza mutua en el proceso de diálogo; ¿vienen todos con la misma voluntad de acordar?. Este interrogante alude a "especulaciones sectoriales e intereses cruzados" que hacen dudar de la honestidad para debatir sin prejuicios.
Nuestra sociedad ha conocido de una extensa prédica refractaria a la legitimidad de los intereses sectoriales y aun corporativos, sin embargo, más allá del discurso, la práctica del poder adolece del mismo defecto que critica. Los intereses sectoriales que ponen en cuestión algunos equilibrios de poder en la sociedad, desde una práctica referenciada en una visión política de la relación Estado-Sociedad, son calificados de corporativos con el propósito de restar legitimidad y eficacia a sus propósitos; un ejemplo lo constituye el "corporativismo sindical". Estas situaciones han llevado, en diversas oportunidades, a plantear los conflictos en términos de necesidades sociales y "lo que es necesario solo puede ser de un modo y no de otro", de esta forma la alternativa de la negociación se clausura cuando las presentaciones se plantean como necesidades absolutas. "Nada podrá cambiar la presencia de una necesidad absoluta porque, de una forma u otra, la persona creerá que tiene una razón válida para aferrarse a ella o para odiar a quienes parecen interponerse en el camino de lo que le parece absolutamente necesario" (23)
El diálogo se percibe como un espacio que además de procesar demandas, inquietudes y expectativas de los participantes y de reflejar el ánimo de la sociedad en un momento determinado, pone en juego su capacidad de generar respuestas consistentes, a partir de un proceso de creación de valor que permite superar el dilema planteado desde la necesidad antes que de la posibilidad.
Las demandas sectoriales que no se reconocen en la interrelación de los actores sociales, que no comparten la voluntad de construir una comunidad, tienden a la fragmentación social, a la pérdida de identidades y competencia de los grupos humanos; en suma, a la anomia y a conductas reactivas y antisociales.
Una "buena sociedad" como afirma Etzioni es aquella que promueve "la educación, el liderazgo, la persuasión, la confianza y los diálogos morales para sostener las virtudes, [por ello es preciso] definir un núcleo de valores que es menester promover, un núcleo sustancial más rico que los que hacen que un procedimiento sea meritorio" (24)
"Hemos aprendido a finales del siglo XX que hay que substituir la visión de un universo que obedece a un orden impecable por una visión donde el universo sea el juego y lo que está en juego es una dialógica (relación – antagónica, competente y complementaria) entre el orden, el desorden y la organización." (25)
En este contexto cabe recordar que el problema fundamental que experimenta nuestra sociedad tiene que ver con el fenómeno de la exclusión social agudizado por el desempleo que priva a los individuos de toda posibilidad de subsistencia de una manera autónoma. Se pierde libertad, autonomía y dignidad. Diferencia con la marginalidad, marginal es el que habita en los márgenes, el fenómeno de los años sesenta como consecuencia de los procesos de industrialización y urbanización. La exclusión se define con respecto al sistema y a las barreras que este impone para ingresar o permanecer en él. La exclusión es expulsión y es ruptura del pacto de ciudadanía que define la relación del Estado con la sociedad.
La exclusión como categoría teórica y la expulsión como realidad existencial tienen que ver con la carencia. El excluido ha sido empujado de algún lugar hacia la nada pero en la realidad se plantea el problema de la reubicación, de la reinserción que obviamente no puede ser en la misma sociedad que lo ha excluido. Esa sociedad debe cambiar para poder incorporarlo nuevamente. De allí que la denominación de excluido es insuficiente en términos de construir un pensamiento de futuro y sólo puede alimentar un pensamiento de denuncia de la contradicción de una sociedad que expulsa. En estos términos, el excluido no es un actor social pleno sino una categoría descriptiva y una realidad existencial. El actor se define a partir de la voluntad, de la energía que puede movilizar para transformar un determinado estado de cosas. De modo que la inclusión en el Diálogo Argentino debe significar la inclusión de un concepto pleno de la ciudadanía como condición para efectivizar el diálogo.
"En Argentina, ciertamente la crisis de la Democracia abarca todos los aspectos pues, la incapacidad de las instituciones para impartir justicia, garantizar la seguridad a los ciudadanos y acreditar la administración transparente de los recursos públicos; está resultando en una sociedad caracterizada por la anomia y la alineación de la sociedad respecto del Estado." (26)
En este sentido, el diálogo está poniendo sobre la mesa aquellos núcleos problemáticos que hacen a la viabilidad de un sistema democrático en Argentina. El diálogo tiene que ver con la oportunidad de nuevos actores sociales y políticos que están dispuestos a ensanchar el ámbito de la reflexión política, a incorporar la incertidumbre como un dato constitutivo de los procesos de cambio y las diferencias de opinión, de intereses como expresión de una diversidad pluralista.
La falta de comprensión. Ciertamente, la construcción de un ámbito de diálogo se fundamenta en la importancia de la comunicación, de propiciar el desarrollo de sus capacidades de transmisión de información, condición necesaria para la comprensión pero no suficiente.
"Hay dos comprensiones: la comprensión intelectual u objetiva y la comprensión humana intersubjetiva. Comprender significa intelectualmente aprehender en conjunto, com-prehendere, asir en conjunto (el texto y su contexto, las partes y el todo, lo múltiple y lo individual). […] Explicar, es considerar lo que hay que conocer como un objeto y aplicarle todos los medios objetivos de conocimiento. La comprensión humana sobrepasa la explicación. […] Las personas se perciben no sólo objetivamente, sino como otro sujeto con el cual uno se identifica y que uno identifica en sí mismo, un ego alter que se vuelve alter ego. Comprender incluye necesariamente un proceso de empatía, de identificación y de proyección. Siempre intersubjetiva, la comprensión necesita apertura, simpatía, generosidad."(27)
El proceso de construcción de consensos requiere de un espacio de liderazgo que debe ser público y promovido desde el Estado con la participación de personas caracterizadas por su capacidad de liderar el pensamiento. Como señala Chris Argyris, el Líder es aquel capaz de acompañar a los demás hasta el confín de sus posibilidades. Hay que fundar un espacio del pensamiento que sea legitimante de prácticas políticas, ello requiere un nuevo diálogo entre el Estado y la sociedad que renueve la vinculación público-privado. Redefinir lo público como razón de ser del Estado.
Lic. Juan Carlos Herrera
Licenciado en Ciencia Política