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Teoría de los ochenta mil mundos (relato) (página 8)


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Al parecer cada casa filosófica tenía un propietario. El iniciado, de visita en una durante su consulta, albergaría la sensación de estar, en efecto, dentro de otro mundo, oyendo al autor, que le atraparía valiéndose de una presentación superficial, la usual de palabras vacías, con sonidos ajenos al mundo habitual. Una vez dentro, el iniciado sospecharía que una de las puertas ocultaría la verdad primordial, advirtiendo que la asintonía literaria y demás soserías en realidad estarían protegiendo la belleza. Uno frente al otro, durante la numismática del matiz cariñoso, iniciados e iniciadores se afanarían aquilatando la joya que brillara más, calibrando el auténtico poder de su valor. Afuera, entretanto, en la calle, los vecinos escucharían día y noche el aparente pugilato, pudiera ser que algo acerca de notarías, un runrún lejano e incomprensible, quizá cada filósofo defendiendo su posición, hasta que alguno quedara agotado, humeantes las orejas en el suelo, a la espera de que sonara la cisterna.

"Axioma.- Un significado originario del término axioma es dignidad. Por derivación axioma significa "lo que es digno de ser estimado, creído o valorado". Así, en su acepción más clásica el axioma equivale al principio que, por su dignidad misma, es decir, por ocupar un cierto lugar en un sistema de proposiciones, debe ser estimado como verdadero".

El vecindario neuronal de Karl Jasper

"Todo ser vivo, aún sin saberlo ni quererlo, libra una lucha por la existencia empírica, pasivamente en la aparente calma del subsistir, activamente para crecer y llegar a ser más", escribió.

Jasper, que era sicólogo, pensaba que la mente acogía una reunión tumultuosa de neuronas. El resultado del combate entre el amor y el odio configuraban la razón humana. De un lado estaba el paisaje exterior, con sus casas y demás, y de otro el interior nervioso de la cámara cerebral, albergando razones de índole neurológica, incluyendo el tren de la bruja de la feria.

En el tren de la bruja había un trayecto de estímulos visuales, sonoros y corporales. En paralelo discurría el trayecto mental. En ambos el pasajero estaba obligado a pararse ante diversos letreros.

"Usted necesita un monumento", diría el primero.

Su objetivo sería obligarle a razonar por qué lo merecía. Dependiendo de su contestación, el cerebro adoptaría uno u otro rumbo. Viajar con alegría y sencillez, en vez de vagar con criterios innecesarios, quizá fuese de todas formas su deseo prioritario.

"Usted necesita un diccionario", diría después otro.

Así pues, cada uno, antes de reanudar la marcha, entrañaría una trampa y a su vez alguna ventaja. Alguna, en la feria verdadera, sería representada por la bruja saliendo del escondite con su veloz bastonazo. En este caso el pasajero quedaría entretenido enumerando sus logros para figurar en un diccionario, calibrando su orgullo, la vanidad, alguna ilusión o ambición insatisfecha, su poder real. Después acaso le importara un bledo y avanzaría.

"Si tan sólo se trata de eso, de salir en un diccionario, parece baladí -se diría-. Se consigue encartando una página fabricada por uno mismo con una impresora, definiéndose de la mejor manera".

El sólo querría tomar el fresco, sin necesidad de nada más, pero de nuevo aparecería otro letrero.

"Usted necesita ropa", diría.

Quizá faltaran pocos metros para la salida. Quizá por haber sido desarbolado en el camino, esta vez el letrero parecía plantear una situación límite. Según Jasper, estaría indicando que algún descarte anterior le hubiera permitido al pasajero emprender rumbo a la ropa. Desnudo ahora debía tomar conciencia de la situación, aceptando de una vez el monumento y todo lo demás, logrando así el desvío apetecido, probablemente a una tienda con ofertas sugestivas, liándole una vez más.

En la fenomenología de Jasper, si este tipo de espectáculos tenían su equivalencia en el circuito nervioso, uno más describiría la relación del hombre con la informática. Por entonces no existía el ordenador, mas adelantó el tema hablando de la tecnología. La lectura en la pantalla, sobre todo en internet, también sería interrumpida por pestañas deslizándose a capricho, nuevos letreros luminosos y ofertas oportunas, por fotos variopintas y chillonas, en una especie de urgente ciudad obligando a ladear la cabeza para enterarse bien del texto. Pese a todo, tanto rechazando ofertas como aceptándolas, el individuo estaría de todas formas transmitiendo información para ser catalogado en la clasificación de consumidores. Sería el precio de la sociedad esquizofrénica, algo que facilitarían diversas circunstancias, acaso el momento en que un escritor, sea por su causa o por un capricho malhadado del programa, ve alterado su texto, su tipografía o cualquier detalle minúsculo, haciéndole pensar que hay alguien más.

Quizá, aún así, todo fuese bueno. Acaso al individuo le convenía cierta ansiedad para avanzar más, como una vacuna evitándole regresar a su comportamiento primitivo, avanzando cada vez más, rumbo a la telepatía, comprando de todo sin darse cuenta, espoleado por las guerras del telediario, a bordo de un bocadillo. Un último análisis, respecto a la informática, aludiría al escritor creyendo tener delante al público, esperando sus alegrías, creencia acaso animada por la estufa con su sonido de estadio. Habría un paralelismo entre el auditorio real y su interno cerebral, compuesto por el vecindario neuronal con sus personajes, estando él hiriéndoles con vehemencia inhóspita, promoviendo en definitiva alguna escena violenta, acorralando a la palabra más difícil por los rincones de la soledad. Jasper fue considerado un filósofo existencialista, palabra que por otro lado a menudo ofrecía sensación de vacuidad, pues pareciera revestir cosas dichas con anterioridad. Estudió la comunicación de masas centrando el análisis en el género dialogado. Para elaborarlo quizá era buena la irremediable y silente bronca del escritor a solas, pues de otro modo parecería una neurosis.

-Señor Pierce, no hay quien se entere de lo suyo. Lo he explicado yo mejor. Suelte la guita, so pavo.

-Yo no sé nada.

En la película Mejor Imposible, protagonizada por el actor Jack Nicholson, se comprendía bien ese tema. Jack encarnaba a un escritor con un delirio maniático. Para el budismo el paisaje, incluyendo en él a los animales y plantas, era una prolongación neuronal de la persona, es decir, que matar una hormiga en la molienda de la mano contravenía el valor existencial, convencidos de estar acabando con una neurona. Por eso Nicholson, rumbo al restorán de su barrio, andaba por la acera de aquel modo, sin pisarlas.

"La razón -dijo Jasper- es como un secreto a voces que puede llegar a ser conocido por cualquier persona en cualquier momento".

Derrida durante un domingo aburrido

Derrida aportó una nueva dominación de la filosofía, denominada deconstrucción, que sería como desarmar una moto para distinguir sus piezas clave, que pudieran ser las ruedas. Con un edificio ocurriría igual. Un edificio sería como un árbol clavado a gran profundidad, sosteniendo un ramal de vigas. Ciertamente cualquiera elucidaría que las piezas básicas pueden ser los pilares, cuya trayectoria exacta, por cierto, también se lograría dejando caer desde arriba un hilo con una bola de plomo. Armado y desarmado quedaría al aire lo imprescindible, sin lo cual resultaría baldío cualquier esfuerzo. Con la gramática también ocurriría eso, suponiendo un cuento, que al final delataría qué no puede faltar.

"Yo creo en los extraterrestres como todo el mundo. De un modo u otro a mí me parece sensato decir la verdad, y la verdad es que puedo y no quiero creer en ellos, a menos que se me demuestre fidedignamente que yo no lo soy. Sigo en mis trece acerca de que algo ahí arriba es distinto, pudiera ser que la casa de enfrente, e incluso la de más allá. Desde luego no pienso estar de un lado a otro comprobando este tipo de cosas. Deberé pues fiarme de personas de palabra como la mía. Hago todas estas consideraciones una tarde de domingo para no aburrirme. Un domingo más me aburro en casa. En cuanto al extraterrestre, a mi lado simplemente está Paqui. ¿Me la chupa Paqui?

"No".

Probablemente mi cuento, para desalojar algún malentendido, necesitara alguna corrección. Puede que haya algo en el texto respirando con el corazón limpio.

"Yo creo en los extraterrestres, como todo el mundo. De un modo u otro a mí me parece sensato decir que existen. Me fío de las personas que como yo simplemente dicen la verdad. Pienso que algo ahí arriba es distinto. Alguno de ellos podría estar escondido en las casas de enfrente, mas tampoco me parece a mí que deba perder el tiempo averiguándolo. Por mí los extraterrestres pueden pasar el domingo como quieran. Hago todas estas consideraciones al atardecer de un domingo, para no aburrirme demasiado. A mi lado simplemente está Paqui. ¿Me la chupa Paqui?

"No".

Como se puede ver, en el inicio el autor quiso distraer al lector hablando de extraterrestres. Sin embargo, en la última línea, se observa que es la excusa para distraer un domingo hogareño, hablando de Paqui. Ella, apareciendo de repente, versátil y servicial, crea una atmósfera propicia. Nunca faltó en la obra de Derrida la palabrería intransigente con el idioma, como polivocidad, subyectil o parergon, haciéndole pensar al lector nuevamente que el lenguaje está para ocultarse y no para comunicarse. Puede descubriera Derrida algo necesario y que no quisiera decírselo a nadie, dejándole al público tan sólo un par de papas fritas, para irse a disfrutar en privado el caviar. Diríase que la pieza clave de la deconstrucción estaría reducida a un acento, en la o de la palabra. Se diría de la o, empleando una comparación, que sería el planeta de un ácaro. Quizá un semiótico hablara del rabito del acento como si fuera una boina, comparable con una gota de lluvia o con un puñal próximo a un corazón crecido. Sería demasiada simpleza que la deconstrucción consistiera sólo en eso, en un pelo soñando con amabilidad que cae en una calva, indeciso en el descenso. La o con su acento no pueden ser piezas clave de nada. Puede que Derrida buscara alguna vez la pieza clave del cuerpo humano, quizá el corazón en su jaula de costillas, o el cerebro al relé de un difunto aguardando en su entierro para levantarse a por agua.

"Una forma de aburrirse el domingo".

"Pudo ser un modo de aburrirse ayer".

"Pudo ser ayer cuando todo fue distinto".

La divagación, queriendo desentrañar la pieza clave, quizá sirva para que la deconstrucción sea la poesía, pues parecen que acuden los versos. Si la deconstrucción consistiera en identificar aquello que dificulta la respiración del texto, lo evitaría Paqui.

"Aquellos tacones allá".

Se pudiera aludir solamente a ellos en lo sucesivo, a los tacones, si acaso el primer capítulo invitara a hacer otro. No haría falta nombrarla de otro modo, cayendo rayos y truenos en las nubes del domingo con tacones. La letra o sería pues un hombre visto desde arriba, girándose lentamente, señalando con el pene la dirección del dormitorio. A renglón seguido se diría que la coyunda provoca placer, y que si hay una pieza clave solamente puede ser esa.

Gilles Deleuze y las imágenes en movimiento

Entre diez verdades quedaría oculta una mentira bajo la credibilidad general. Deleuze fue el clásico tipo que le restaría valor a todos sus cuadros menos a uno, que exaltaría sobremanera para venderlo por el precio de todos. Para él las imágenes existían antes de aparecer en el cuadro, como un pájaro que espera a posarse. En este sentido estudió el ideograma como un flujo de datos sutiles. También estudió el cine, al que dedicó el libro La Imagen-Movimiento, donde habló del montaje de escenas, del engaño necesario, de que nadie sabía qué hacía el cóndor cuando salía de pantalla.

"Si he considerado el dominio del cine en su conjunto es porque se ha constituido apoyado en la imagen-movimiento", manifestó. "En consecuencia tiene una aptitud para crear o revelar un máximo de imágenes distintas, y sobre todo para componerlas entre sí mediante el montaje. Hay imágenes-acción, imágenes-percepción, imágenes-afección y muchas otras".

Si fuese necesario insertar en un metraje la mirada de un actor sediento, la ofrecería creíble si la cámara estuviera en una cantimplora. De igual manera ofrecería el estupor más verosímil colocándola en la pieza más fantástica de una casa. En cambio, con una cámara normal visible, el actor eludiría los matices propios de la naturalidad. Deleuze habló de modelos, copias y simulacros, pensando en la deferencia que había en beber agua en escena y hacerlo en la realidad, teniendo en cuenta que ambos mundos comparten la misma respiración. Alguna vez, durante un tiroteo de acción, debió pensar que era demasiado verdadero, y que aquella señorita recostada quizá se parecía demasiado a su vecina. Por supuesto, el gran jefe sioux pudiera ser el verdadero, filmado en su época cabalgando por los desfiladeros. En una escena de boxeo, agazapando el cuero en el sofá, Deleuze ayudaría a que el actor, valientemente, buscara el flanco débil.

Respecto al montaje, si el boxeador arrugara una lata en la palma del guante, serían necesarios dos cortes, teniendo en cuenta que algo así sería difícil. En el primer corte se vería la lata entera, y en el segundo arrugada, quedando fuera de plano la causa real. Para no delatar el ardite ante los espectadores, se dejara volar una mosca entrambos cortes, entreteniendo la visual con una extrañeza unitaria. Comentó los arquetipos cinematográficos diciendo de un lado que los muertos abandonaban su papel para ser usados por un suplente, y de otro que los vivos necesitaban un héroe, completando su personalidad, al identificarle con altos valores, haciéndoles sentir aguerridos y formidable, aunque fuese cortando rodajas de piña en casa. Acabada la película, agradado el individuo, pudiera ser también que la bocanada de acción aceptada permaneciera en la sique, cultivando un maestro atropellado como guionista falso de sus vidas. La utilidad final del arquetipo admirado serviría también para cohesionar grupos, abrigando la falta de personalidad con la idealización, es decir, que a sus miembros les bastaría con cortar las piñas de esa manera para comprender, sin aclarar nada más, lo que les une.

La aportación léxica de Deleuze a la filosofía se denominó esquizoanálisis, un vocablo que compartió con su amigo Derrida. Significaba que iban a la taberna a comer jamón con la excusa de que el cuchillo podía dar miedo. También consistía en preguntarse cuándo sería lógico emplear el mango. Esto sería útil a los novelistas, personas acostumbradas a matar gente con la vanidad. Era habitual en el oficio que un escritor, en una trama terrorista, acabara pensando que es el terrorista más buscado de la novela. Además, ante el miedo de abatir a sus propios hijos, acaso ocultos en algún personaje, el esquizoanálisis le invitaba a regodearse con placer.

Las coartadas creativas, a las que llamó adaptaciones, eran un planteamiento estoico. Un borracho, para disimular su melopea, explicaría terremotos sorpresivos y autobuses frenando como una bestia cargada de aperos, así como barcos a la deriva y ascensores rápidos. De igual modo un manco sería útil para una película de sucesos, y un tartajoso encontraría su sitio en una película de terror, simulando mejor que nadie el pavor ante el vampiro. En un estudio de radio quizá todo el mundo fuese apto. Un nervioso, por ejemplo, dando noticias por la radio, en principio desagradaría, pero cobraría sentido siendo presentado como el humorista. Este asunto tenía también que ver con los comienzos de Los Hermanos Marx en el teatro, cuando el tío Jack, que los dirigía, observó que uno de los cinco hermanos, hablando a gañidos en escena, sólo prometía fracasos. Consideró que sería inevitable prescindir de él, mas le pareció cruel la idea de separarle de sus hermanos, que estaban llamados al éxito. Entonces apareció en el ensayo con una enorme gabardina gris, una peluca rubia de rizos joviales, una trompetilla y un sombrerito, para caracterizar a Harpo, el mítico personaje mudo del grupo.

En Rizoma empleó palabras como territorialización, desterritorialización y reterritorialización, pareciendo un resentimiento. Quiso hacer un planteamiento sociológico, es decir, que allí donde había tuberías había agua. Fue también autor de La Lógica del Sentido, donde le dedicó un capítulo al humor sin malgastar un solo chiste. Después, en El Anti Edipo, intentó contribuir a la mejora de la esquizofrenia explicándose así:

"Movimiento del teatro de la crueldad; es el único teatro de producción, allí donde los flujos franquean el umbral de la desterritorialización y producen la tierra nueva (no una esperanza, sino una simple acta, un diseño, donde el que huye hace huir y traza la tierra al desterritorializarse). Punto de fuga activa en el que la máquina revolucionaria, la máquina artística, la máquina científica, la máquina (esquizo)analítica se convierten en piezas y trozos unas de otras".

Foucault, un aficionado más a los chistes de locos

"No hay cultura sin locura", manifestó Focault. "No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo".

Focault era un sicólogo francés que postulaba la antisiaquiatría. Más que un seguidor de Freud, hubiera sido un seguidor de Heidegger, con el que de haber sido contemporáneo hubiera protagonizado el siguiente bodevil de consulta.

-Noto que algo oscuro me acompaña -diría él, que era un hombre calvo como la manteca-, que algo flota sobre mi cabeza.

-Espérese un momento -repondría Heidegger echando mano al cajón.

Heidegger le haría ver la causa y a continuación le vendería un peluquín, fundando así un negocio auxiliar de la sicología. Por su parte Focault consideraba que la locura era una fuerza creativa antes que una enfermedad mental.

"La locura sólo existe en sociedad", manifestó.

Expuso sus razones en obras como Locura y Civilización, que lograron influir en México y Brasil, en pensadores como Gustavo Leyva Martínez y Vera Portocarrero, así como en España en Valentín Galván, Ramón García y Eugenio Trías. Se pudiera decir que nadie en realidad conoce a nadie, ni hasta dónde le llegan las luces cuando está en su casa.

"La locura no se puede encontrar en estado salvaje -siguió diciendo-. La locura no existe sino en sociedad. No existe por fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan".

Supongamos una persona tomada por loca, un rechazado social. Alguien podría llegar pensando así:

"¡Cuidado, un zumbado!".

Estando ambos en el supermercado el verdadero loco, al ver al otro absorto ante un bote de piña, ratificaría su idea.

"Sin duda está loco".

Puede que sea así como él, siendo el doctor durante un rato planteándose tal duda, logre su curación, teniendo en cuenta que le embarga una responsabilidad. Notará el confort de hacer tal cosa, en tanto el otro se preguntará por su parte algo así:

"¿Y ese tío, qué está haciendo?".

Supongamos al verdadero loco pegando la oreja en la puerta de esa casa, queriendo oír al otro. Supongamos que dentro hay una partida de parchís. Detrás de la puerta el otro malinterpretaría alguna frase propia de ese juego, sobre todo de haber una mujer.

-Te la como.

-¿Me la quieres comer, no es cierto, um? ¿Por qué? -, diría la voz, refiriéndose, claro está, a la ficha del tablero.

Después el amistoso cuerdo, tras retirar la oreja, se marcharía, pensando que quizá el otro anda liado con una loca. Supongamos que después pone la oreja a la hora de almorzar, oyendo algo así:

-¡¡No me cortes los huevos!!

Supongámosle en la redacción de un periódico, concretamente en la sección de diseño profesional, ocupándose del tratamiento de imágenes. Como se sabe las fotos se pueden modular, pero él, escuchando ahí detrás, sin duda pasaría un mal rato oyendo cosas así:

-No lo dudes. Córtale un poco las orejas a ese, y tampoco te lo pienses para meterle los pómulos para adentro.

-¿Y si le meto para adentro la cabeza también?

En definitiva, el tipo cobraría en locura lo que está entregando en cordura.

"El lenguaje último de la locura es el de la razón, pero envuelto en el prestigio de la imagen, limitado al espacio de la apariencia que la define, formando así los dos, fuera de la totalidad de las imágenes y de la universalidad del discurso, una organización singular, abusiva, cuya particularidad obstinada constituye la locura. A decir verdad ésta no se encuentra por completo en la imagen, que por sí misma no es verdadera ni falsa, ni razonable ni loca. Tampoco está en el razonamiento que es forma simple, no revelando más que las figuras indudables de la lógica. Y sin embargo, la locura está en la una y en la otra. En una figura particular de su relación".

Por otro parte Focault, para no ser menos que los otros filósofos, añadió a su pensamiento sus propios ornitorrincos léxicos, como biopoder o microfísica del poder. Un día dijo que había algo, una cosa que sin ser el poder mandaba mucho en el mundo, pero quizá se refería al billete que llevaba en el bolsillo, cosa que quizá desbarató alguna teoría pesada.

"¿Qué forma de locura se excluye? ¿Cómo se excluye la locura? ¿Cómo se recorta y se traza un límite entre lo que es razón y locura? Tal vez sea precisamente situándose en este eje del límite, en esa frontera, en ese filo de la navaja entre la razón y la sinrazón, entre la locura y la no locura, como se podrá comprender a la vez lo que una sociedad reconoce y admite positivamente y lo que por esa misma sociedad, por esa misma cultura, es excluido y rechazado".

Por lo tanto la antisiquiatría habla de dos mundos paralelos, como en la caverna de Platón. Por supuesto en ambos hay chistes de locos, cosas que dan prestigio contándolas bien. Uno de ellos dice así:

-Doctor, llevo cinco días soñando con hormigas jugando al fútbol.

-Tómese esto y podrá dormir.

-¿Por qué? ¿Quiere que me pierda la final?

La tentación de añadir más chistes es irresistible. Uno más diría así:

Un loco entra a una consulta con un embudo puesto en la cabeza.

-¿Dónde va usted? -, le pregunta el doctor-. ¿Es que se cree usted el agua?

-Yo no aseguraría nada -dice él-. Algunas veces se suda mucho.

El propio navegante, para no abusar del talento ajeno de este modo, inventó el suyo, que decía así:

Un loco está tumbado en el diván desde hace un rato. El doctor le quiere poner a prueba y le pide precisamente que cuente un chiste de locos.

-¿Para qué? ¿Es que no te lo sabes? -contesta el otro girando la cabeza.

Dicho de otro modo, ambos mundos están conviviendo con toda naturalidad, teniéndose por loco el uno al otro. Para Focault era muy interesante esta dualidad, y se planteó que el mundo se dividía en la gente cuando está en casa y cuando está en la calle, y que es al morir cuando autor y personaje se encuentran.

Tras el nacimiento, Jean Piaget

El navegante en aquel instante estaba a punto de terminar su viaje de nueve meses, dejando atrás, por el momento, las versiones desestimadas de sí mismo. En principio fue un espermatozoide llegando al óvulo, puesto en el endometrio como un guante, convirtiéndose en cigoto. Era el elegido y estaba a punto de comparecer encapsulado en la placenta, avanzando con la cabeza. De engendrarlo se encargaron un hombre y una mujer compatible, y desde ese momento dejó de estar incurso en el catálogo de caras del flujo seminal colectivo.

"El desarrollo síquico que se inicia con el nacimiento -decía por su parte Jean Piaget– y que finaliza en la edad adulta es comparable al crecimiento orgánico: al igual que este último, consiste esencialmente en una marcha hacia el equilibrio. De igual forma que, en efecto, el cuerpo evoluciona hasta un nivel relativamente estable, caracterizado por el final del crecimiento y por la madurez de los órganos, también la vida mental puede ser concebida como si evolucionara en la dirección de una forma de equilibrio final, representado por el espíritu adulto. Así pues, el desarrollo es, en un sentido, un progresivo equilibrarse, un paso perpetuo de un estado menos equilibrado a un estado superior de equilibrio".

Se trataba de un biólogo suizo que se ocupaba de la sicología infantil. Se basaba en las mismas cosas que se le podían ocurrir a una embarazada paseando. Cierto día estaba en un restorán esperando una sopa de pescado.

"Si es mi sopa, nadie metería en ella su dedo", pensó. "Si fuera el mío, yo no sentiría asco, pero si fuese el del camarero sí. Supongamos sin embargo, que mi dedo está muy sucio. Supongamos que en cambio está limpio el del camarero. Si su dedo limpio está en mi sopa, estando sucio el mío, debe haber alguna razón para que yo lo siga prefiriendo".

Estudiaba las pequeñas motivaciones del aprendizaje. El bebé se pasaba su etapa dándole prioridad al dominio de los objetos: una vez que sabía qué eran, se interesaba por pronunciarlos. Los comprendía viendo a los adultos empujándolos, comparada con su acción de retirar el plato. Cuando los chupaba pretendía distinguir los que alimentaban. Cuando la madre juega con el bebé a esconder la cara tras un cojín, él cree que el rostro es invisible. Esta forma de pensar permanece latente en el archivo mental durante toda la vida, es decir, que puede aflorar en la etapa adulta creando extrañeza onírica. Igual ocurriría con los relieves de la pared en relación a fantasías con rostros que pierden las facciones. El bebé desconoce la combinación de tiempo, espacio y movimiento, y cree que la misma persona es capaz de aparecer y desaparecer en varios pasillos a la vez. Una fantasía más ocurre cuando gatea, viendo al adulto ante la estantería, queriendo coger algo: él razona que puede hacerlo también, volando.

Viéndoles jugar con sus cochecitos, comparó su complicación con el adulto a bordo de un auto más grande. Piaget pensaba que los niños eran adultos en miniatura, comprendiendo bien la autoridad, en principio la de la madre, mas luego la normativa social. En cuanto al aprendizaje del idioma su colega Chomsky lo llamó el río gramatical, es decir, que todo el mundo a la misma hora estaba llamado al baño. Al niño no había que hablarle con gazmoñería, sino exponiéndole razones lógicas para que albergara su razón. También analizó la figura de Tarzán, es decir, la educación del buen salvaje, elucidando al niño criado con humanos y la diferencia de hacerlo con monos. Si un niño criado con humanos se comunicaba con un lenguaje, quizá el otro, con la misma pulsión, también lo hiciera con ellos. Más tarde, un poco más crecido, comenzaba a comprender el valor de su vivienda teniendo las llaves.

Notas bibliográficas

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Práctica del periodismo I

Prólogo

El filósofo es alguien caído de los cielos del humor. Durante un tiempo arrastra sus cadenas buscando el modo de regresar. Suele emplear un lenguaje hermético, en exceso solemne, que quizá indica que algo está fallando. La risa en cambio es un antídoto. Se parece más a la vida. La boca se abre para alimentar el espíritu, como cuando se abre para alimentar al cuerpo. En definitiva lo que el filósofo desearía es resucitar. Lucha por abandonar su despensa de patitos de goma para disfrutar de su madre afuera. El humor es un arte benevolente con la inmadurez. Además es la cima del periodismo. Considera que el ser humano no es ni bueno ni malo, ni absurdo ni peor. Lo que ocurre es que estamos muchos.

"De boca del gran batracio saldrán dos bestias".

Apocalipsis

La redacción

Mi nombre es Laenta. Cuando nací, me puse enseguida a emborronar cuartillas. Desde el principio supe que quería ser director de periódico. Ahora, en una redacción, de nuevo tenía que alcanzar la meta.

"Me muestran una fotografía. A la última cumbre internacional los estadistas entraron en brazos, seguros de pasárselo bien. Al redactor de economía, más allá, se le oye crujir capturando los números de la inflación. Suena como una bisagra apretada. Ha intercambiado algún higo confidencial contra el respaldo de la silla. Pestañea disfrutando con los tecnicismos, moviendo la boca".

En la mesa contigua hablaban de la informática. Su jerga característica pareciera hablar de otra civilización conviviendo con nosotros. No recuerdo si he comentado de nuevo que el ordenador parece el fuselaje de un extranjero galáctico. Esta una frase que me gusta. Quiero decir que cuando llegó al mundo quitó las tortillas de papas de encima de las mesas y se quedó. Ahora ya nadie se extraña de ver coches sin conductor. Appel, la firma comercial, efectúa sus primeros ensayos con un modelo así, para que nadie tenga que mentir sin necesidad. Hay probadores en los grandes almacenes capaces de convertir a una vieja en una lagarta, con cosas entrando y saliendo dando de comer. Los científicos son ese tipo de personas que se preguntarían ante un marrano cómo convertirlo en un esclavo, y ya se habla con normalidad de embarazos en cadáveres. Por Marte, el planeta desierto, circula un papifeño con ruedas. El papifeño es un artefacto pequeño enviado hace tiempo por la NASA, la agencia espacial americana. Los humoristas gráficos se lo pasan bomba comentando el asunto, avanzando también con sus sillas, como niños de colegio saliendo al recreo. Según dicen, el papifeño circula equipado con un altoparlante, pregonando tronantes longanicismos de turista por el Caribe, algún éxito musical y que los vecinos se quieran mucho. Diversos estudios dicen que los marcianos existen porque son el sustitutivo de los muñecos de la infancia. Se sospecha que comienzan a aparecer cuando a la esposa le resulta imposible esconder por más tiempo el pene del amante. La palabra avistamiento, en definitiva, ya no suena igual cuando se habla del asunto.

"Las figuras de Nazca, obra de un grupo de gitanos chupando cañas.- (De nuestro corresponsal).- Los grandes dibujos en el suelo son demostraciones claras de impávidos seres sobrevolando la galaxia, haciendo su señal. Según rumores sin confirmar, anda implicada la cuadrilla de El Lele, antaño conocido bracero de la monda motrileña".

Los domingos la redacción es distinta. Hay crónicas llegando de urgencia. La becerrada balompédica, bajo el humo de los puros, se alarga hasta el anochecer, animadamente, con el transistor dando los resultados. Hay una camaradería hogareña, de tipos de polla dura. La giglótica quinielística se va ajustándose al boleto como una sincronía de pájaros. Los corresponsales gesticulan, teclean rápido y beben piña colada, comentando jugadas de dibujos animados. Se diría que el resto de deportes existe porque se desvía la pelota

"El fútbol es como una polka. El balón va a un lado y otro. El baile consiste en no quedarse sin pareja".

Informan en otra mesa, a la vez que los goles, de un atropello. Un director debe acostumbrarse a eso. ¿Qué por qué soy así de duro? Porque soy honesto conmigo mismo. Seguir con la cabeza buena teniendo que lidiar ese tipo de toros, termina dando aplomo.

"Lumbreras y Brizeño, lío de abogados.- (De nuestro corresponsal). Ha habido esta mañana una algarada en la audiencia. A Brizeño, el notable jurídico, le han dado un meco. Durante el incidente el hombre del bar se pasaba el mondandientes de un lado a otro. En la redada ha caído un ministro".

Prefiero el fútbol, evidentemente. Se rumorea que el acoso del otro equipo ha sido intenso esta tarde en el estadio local, con la gente al borde de la terrera de migas. En la primera parte, durante una melé, ha desaparecido una ristra de papas fritas del larguero. Además se descubrieron dos bandas de narcotraficantes, y además dos viejas luchando por una hamaca, y finalmente al árbitro queriendo rematar fortuitamente. Hubo un penalti dudoso. Dudoso con dos zancadillas, la primera en el bar y la segunda en el área, a la vista del público, soflamado con el deseo ferviente de pasarse por el culo la rutina semanal.

-Dos gorilas que en la puerta raptaron a Aurelia -, dice un redactor, queriendo describir la emoción con esa frase.

Al saque de una falta el balón del enemigo rozó con elegancia la cepa del poste, provocando la pesadumbre. Aullidos, jipidos, pavor ergonzolano.

-Muy buena -, le digo-. ¿Dónde has aprendido tú esas cosas?

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