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La tolerancia como presupuesto fundamental para la construcción de una cultura de la democracia en América Latina

Enviado por acevedolinaresa


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    Indice1. Introducción 2. La Tolerancia 3. El reconocimiento de la diferencia 4. Conclusiones 5. Bibliografía

    1. Introducción

    Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo. Jorge Luis Borges. Los Justos. Nota de aceptación ______________________________ ______________________________ ______________________________ Presidente del Jurado ______________________________ Jurado ______________________________ Jurado

    Santa fe de Bogota 13 de diciembre de 2001 En este trabajo se intenta fundamentar desde la perspectiva de una filosofía política, como objetivo general, la tolerancia como presupuesto fundamental para la construcción de una cultura de la democracia en el ámbito de la sociedad latinoamericana sobre la base de una fundamentación filosófica que reflexione en torno al reconocimiento del otro, el respeto por la diferencia, la pluralidad, el multiculturalismo y la ética, como elementos fundamentales de la tolerancia para fundar una sociedad madura, donde la democracia sea parte de la cultura, como quiera que son los principios esenciales de la sociedad contemporánea para la coexistencia pacífica. La importancia que tiene la formulación de este proyecto dentro de una óptica latinoamericana radica en la necesidad de construir una verdadera cultura de la democracia sustentada sobre la base de la tolerancia que los pueblos latinoamericanos deben tener para una mayor integración latinoamericana y construcción de una identidad en la diversidad de sus diferentes culturas en tanto que América Latina es un continente que ha carecido de auténticas democracias. La tolerancia no es posible hoy sin un reconocimiento y un respeto por el otro y en esa dirección se hace necesario construir una cultura de la tolerancia, como objetivo específico, y del reconocimiento en el ejercicio de la política, la religión o la sexualidad. La posibilidad de comprender a otros, implica mi autorreconocimiento aunque, comprender a otros no significa tener que estar de acuerdo con ellos.. El hombre se distingue de lo vegetativo y lo animal por un ser un ente de razón, capaz de comprender a la naturaleza. El hombre es hombre precisamente por poseer, a diferencia de otros animales, la razón. La tolerancia tiene su origen en la razón, en el logos, como lo entendían los griegos, como razón y como palabra, esto es, como capacidad para comprender y para hacerse comprender. La razón o logos, en este doble sentido, como fuente de toda tolerancia y la tolerancia como única posibilidad de convivencia.. La tolerancia, es la sofrosine para los griegos, es decir, temperancia que significa templanza, moderación; y la intolerancia es la hibris que es intemperancia que significa inmoderado, falta de templanza. La intolerancia ha convertido a otros hombres, otros pueblos y otras culturas en seres inferiores, ha negado la posibilidad de pensar distinto, de tener otras opciones de vida, de fundar la vida a partir del respeto por la diferencia. La intolerancia llevada a los más lejanos rincones del universo. ¿Para qué? Sólo para tratar de demostrar lo de siempre, que unos hombres son más hombres que otros, que unos pueblos tienen más derecho que otros, que sólo existe una razón, una justicia, una libertad y un orden: la del más irracional, la del más injusto, intolerante y brutal. Los niveles sociales de la intolerancia son tan estrechos y cortos de dimensión humana que sólo se ven las cosas desde una sola perspectiva inmóvil, fija y obsesiva. La intolerancia es la neurosis de nuestro tiempo. El hombre se niega a reconocer al otro en su misma dimensión humana como un ser poseedor de razón. La intolerancia ha generado las más absurdas guerras, catástrofes y las más grandes atrocidades en nombre de la libertad y de la razón. Reconocernos en la diferencia y la pluralidad es reconocernos en la cultura, en una cultura de la tolerancia. Ahora bien, el reconocimiento de la diferencia, como objetivo específico, será analizado desde la perspectiva en la articulación entre Vattimo y Hegel entorno a la lucha por el reconocimiento de las minorías. Haciendo abstracción de la categoría o concepto hegeliano " lucha por el reconocimiento", se hace referencia al reconocimiento como base de la diferencia para legitimar la tolerancia. Las minorías étnicas, raciales, sexuales o culturales buscan su legitimación en la sociedad y en esta dirección se hace necesario la construcción de una ética de la diferencia en donde el reconocimiento de la diferencia esté fundado sobre el reconocimiento de la pluralidad. Ahora bien, la sociedad postmoderna es una sociedad de la diversidad o la pluralidad cultural en donde las minorías encuentran, dentro de la perspectiva de Vattimo, una "toma de la palabra", en una lucha por el reconocimiento como proyecto político por su realización humana. Los medios de comunicación juegan un papel determinante en la " liberación de las diferencias " que han generado en la sociedad postmoderna el surgimiento de múltiples subculturas como resultado de la proliferación de la comunicación. La perspectiva hegeliana, analizada por Fukuyama, fundamenta la historia sobre la base de la lucha por el reconocimiento o thymos en tanto que el hombre quiere que se le reconozca como ser humano en razón de que es un individuo que tiene " valor " y " dignidad ", que hace que los hombres arriesguen su vida en una lucha por alcanzar el prestigio. El hombre no sólo desea que se le reconozca como hombre, sino que además sea reconocido por otros hombres, porque el hombre posee una facultad que le es inherente a su condición humana como es su capacidad de arriesgar su propia vida.

    El hombre arriesga su vida porque quiere ser reconocido por los otros hombres, generando así un violento combate a muerte por alcanzar el prestigio. Al arriesgar su vida el hombre se prueba a sí mismo que es capaz de vencer su instinto más humano y natural como es el de conservar la vida. La lucha por el reconocimiento lleva al hombre a entablar un combate por el prestigio y ser reconocido como un ser auténticamente humano con capacidad de arriesgar su propia vida y definirse como un hombre humanamente con dignidad. El hombre busca su reconocimiento sobre la base del respeto porque se sabe poseedor de valor y tiene una dignidad en la que descansa su condición humana. La lucha por el reconocimiento es entonces, el primer acto humano que el hombre realiza por la búsqueda de libertad y realización humana, transcendiendo su estado animal en tanto humano para recobrase a sí mismo en su propia condición de hombre. El hombre convertido como un ser "para sí" que se ha apropiado de sí mismo para realizar su condición humana con dignidad y respeto sobre la base del reconocimiento que como instinto natural determina su accionar humano. Fukuyama teoriza con Hegel que la voluntad del hombre que tiene para arriesgar su vida por el sólo prestigio es lo que hace al hombre más hombre y más humano sobre la que descansa la esencia de la libertad humana. En Hegel, el primer hombre desea ser reconocido por el otro en su condición humana de libertad y respeto. En Locke, el primer hombre acepta la sociedad civil con el propósito de proteger sus bienes y propiedades que detentan su estado de naturaleza con el objeto de acrecentar sin restricciones otros bienes y propiedades. En Hobbes , el primer hombre en estado de naturaleza lucha por el reconocimiento pero su deseo de reconocimiento es subordinado por la educación al deseo de conservar la vida y al deseo de disponer de una vida plena de comodidades. El deseo de reconocimiento, piensa Fukuyama, es fundamentalmente "la parte de la personalidad humana más específicamente política" en la medida que impulsa al hombre a afirmarse a sí mismo en la " isothymia ", que es el deseo de ser reconocido como igual a los demás. Los hombres necesitan ser reconocidos y valorados en su dignidad porque es un deseo humano innato que está en relación con la valoración que el hombre tiene de sí mismo y de la valoración que los demás tienen sobre él. Ello contribuye a la afirmación de su propio valor como ser humano, como persona , como ser moral y como ser libre. El hombre adquiere capacidad de valorarse a sí mismo y capacidad para valorar a los demás. Fukuyama va hasta el fondo de la psicología humana descubriendo que el thymos o deseo de reconocimiento es un deseo humano (natural) que subyace en la naturaleza humana que hace mover la historia . La fuente originaria del thymos la encuentra en Platón : el "thymos" se refiere a "espiritualidad" que significa "ánimo" o "coraje". El hombre tiene necesidad de darle valor a las cosas, a sí mismo, y a los demás hombres, de darle valor a las acciones humanas y a todas las cosas a su alrededor. El " thymos " es la " parte del alma que da valor a los objetos " y el " deseo de reconocimiento " es una " actividad del thymos que exige que otra conciencia comparta la misma valoración". El thymos hace que la esclavitud o la humillación de un hombre en cualquier parte, cause ira o indignación porque no se reconoce al individuo como ser humano. Ahora bien, la intolerancia, afirma Leopoldo Zea, parte de la supuesta superioridad de una raza, una sociedad o una cultura. Enfrenta a los hombres sobre los cuales se pretendía imponer la propia raza, sociedad o cultura y, en esa dirección se hace una exploración analítica, como objetivo específico, sobre cómo históricamente los pensadores y los filósofos de la filosofía política han abordado este concepto de tolerancia, desde el politeísmo de la Antigüedad, el periodo de la Reforma, la era de la Ilustración , la Enciclopedia y el Liberalismo , hasta la fundamentación teórica de los pensadores y filósofos contemporáneos que también en América Latina han pensado este concepto. De otra parte, es necesario precisar que los pueblos antiguos y las sociedades modernas han sufrido las reacciones de la intolerancia y desde entonces, los hombres han luchado para que la tolerancia se convierta en el ethos de la cultura, de la cultura latinoamericana que queremos construir. Una cultura de la democracia debe tener una fundamentación ética en el respeto por sus diferencias y de allí la importancia de abordar este aspecto, como objetivo específico de este trabajo. El concepto de ética proviene del griego ethos que significa "modo de vivir", "costumbre" y en el contexto histórico griego la ética significa una concepción total del individuo y la sociedad en la virtud y la verdad. La ética era para los griegos un principio fundamental que determinaba la conducta social e individual y la existencia. La existencia en la antigua Grecia está articulada desde la ética para dar cuenta de sí mismo, renunciar a todo dogmatismo, autoridad o tradición, mito o religión en la búsqueda de la verdad apoyados en la lógica y en la crítica y donde no hay una división entre el pensar y el actuar y donde se dan todas las condiciones para el ejercicio de la razón. En la sociedad contemporánea se educa para la obediencia, para el conocimiento y reconocimiento de la autoridad en el orden del pensamiento , de la interacción social y en la política como un ejercicio legitimador del poder y del saber que instaura la sumisión y el reconocimiento de la jerarquía entre los hombres como algo "natural". Esta ética se funda sobre relaciones de poder que limita la libertad de pensamiento . Se requiere de una ética que se funde en la construcción de sí mismo, de reconocimiento del otro y de respeto a la diferencia y de reconocimiento a las culturas regionales, la práctica de una cultura que permita vivir en el riesgo , en la dificultad, en la búsqueda, en la pregunta, en tanto así damos sentido a la existencia . Este trabajo se desarrolla apoyado en el marco de una síntesis histórica que explica cómo este concepto de tolerancia ha sido pensado por los filósofos de la filosofía política en diferentes contextos y épocas, desde los griegos hasta nuestro ámbito latinoamericano y, en esa dirección se formula los presupuestos teóricos que la tolerancia política debe tener para la construcción de una cultura de la democracia sobre la base de la tolerancia y el reconocimiento de la diferencia que en la sociedad latinoamericana está por construirse como proyecto político y ético, articulado a la visión que el pluralismo, el multiculturalismo y la ética le dan como soporte filosófico a este concepto de tolerancia. La pregunta fundamental de la que se parte, desde la filosofía política, para la formulación de este proyecto ( y que con la necesidad de la formulación del proyecto se responde a ella) es de si existe una auténtica cultura de la democracia en América Latina sobre el fundamento político de la tolerancia, el reconocimiento de la diferencia y el respeto por el otro, teniendo como referente el contexto de la realidad social latinoamericana y, en esa dirección se formula un proyecto político y ético a construir.

    2. La Tolerancia

    Marco Historico La defensa de la tolerancia surgió históricamente entre el conflicto de una iglesia mayoritaria y sus disidentes. En el Siglo XVI se habló por primera vez de tolerar a los equivocados en cuestiones de fe. El principio de tolerancia fue establecido en gran medida por el grupo italiano de reformistas dirigidos por Fausto Sozzini que en 1574 rechazaron la doctrina de la Trinidad y fueron los fundadores de la corriente reformista llamada unitarismo. Combatir. Esto significa que bajo la idea de guerra y la idea de esfuerzo subyace la noción de tolerancia. (Claude Sahel. La Tolerancia: Por un humanismo herético. Ed. Cátedra. Madrid, 1993, Pág.16). Los vencedores de la guerra religiosa crearon un principio ético que concedía indultos a los " herejes " e " impuros " otorgando el " perdón " y la " indulgencia ", formulada por este precepto de tolerancia y en este contexto su significado histórico radica en la ruptura del mundo religioso cristiano y la conciencia de las múltiples creencias y doctrinas teológicas. Moro, Erasmo, Montaigne esbozaron los primeros argumentos, pero nunca llegaron a plantear la existencia de un derecho inherente de todo hombre a la libertad de conciencia y religión. La tolerancia era apenas un recurso de los príncipes para restaurar la convivencia pública, rota por el conflicto entre los ortodoxos y heterodoxos. La autoridad civil debía tolerar al disidente por las mismas razones que toleraba a las prostitutas; para evitar males mayores.

    El concepto de tolerancia en los griegos Voltaire señalaba que los griegos y los antiguos pueblos civilizados ninguno ponía trabas a la libertad de pensar y que a los griegos por muy religiosos que fuesen les parecía bien que los epicúreos negasen la Providencia y la existencia del alma. Que todos los antiguos pueblos civilizados tenían una religión pero que la usaban con los hombres del mismo modo que con sus dioses, todos reconocían un dios supremo pero le asociaban una cantidad prodigiosa de divinidades inferiores; sólo tenían un culto, pero permitían una multitud de sistemas particulares. Los romanos, continua Voltaire, no profesaban todos los cultos, no daban a todos sanción pública pero los permitieron todos. Los romanos se caracterizaban por su tolerancia. El Senado y el pueblo tenían un principio que los guiaba y era: "sólo a los dioses les corresponde entender de las ofensas ingeridas a los dioses". Los romanos tenían un consentimiento hacía todos los dioses y sólo eran objetos de culto los Césares deificados. Cicerón llegó a dudar acerca de todo. Lucrecio lo negó todo y no se le hizo ningún reproche, dice Voltaire que la tolerancia llegó tan lejos que Plinio el naturalista empieza su libro negando la existencia de Dios diciendo que hay uno, que es el sol. Cicerón llegó a negar la existencia del infierno, igual que Juvenal y Séneca decía que no hay nada después de la muerte y ante todas estas afirmaciones nunca hubo la menor protesta. Jesucristo, escribió Voltaire en su Tratado sobre la Tolerancia, nunca tuvo ningún acto de intolerancia; sus actos predicaban la dulzura, la paciencia y la indulgencia: allí están el Samaritano caritativo, el perdón a la pecadora, los invitados de Caná, la no – indignación contra Judas, etc. Y su muerte humanamente, dice Voltaire, tiene mucha relación con la muerte de Sócrates que muere a causa del odio de los sofistas, los sacerdotes y los principales del pueblo. Sócrates pudo evitar su muerte y no quiso, Jesucristo se ofreció de manera voluntaria. Ambos aceptan estoicamente el sacrificio. Sócrates llegó a perdonar a sus acusadores y jueces y Jesucristo pidió a su Padre que perdonara a sus enemigos. Sin embargo, haya que señalar que los griegos consideraban a los extranjeros como "bárbaros" y en ese sentido Aristóteles decía que los bárbaros eran "esclavos naturales". El proceso contra Sócrates por haber introducido nuevos dioses en lugar de los dioses oficiales de la polis son elementos que señalan que en el politeísmo de la antigüedad hubo crisis. La sociedad ateniense se reivindica después de la muerte de Sócrates al condenar a muerte a su principal acusador, Melito, y los demás jueces y acusadores fueron condenados al destierro. A Sócrates se le erige un templo. En el juicio se le acusa de introducir en la ciudad nuevos dáimones y él hace el esfuerzo por probar su existencia. El juicio contra Sócrates fue como un verdadero palo de ciego que el pueblo de Atenas descargó en un momento de atroz nerviosismo. El era el representante de las viejas generaciones educado en una época en que la democracia no se había generado, ni la nueva cultura había llegado a Atenas y, la vida del pueblo no se había modernizado aún. El pueblo ateniense se había endurecido y carecía de la reflexibilidad que hubiera tenido en una época más creadora y, a ciegas dirigió la protesta contra Sócrates; la protesta se levantaba contra las ideas, a las que se le echaba, en los malos tiempos, la culpa de todo. El pueblo ateniense había pasado una época de revoluciones sangrientas, cambios constitucionales y las nuevas ideas se habían convertido en instrumento de rapiña y sangre y se practicaba la soberanía del más fuerte. La acusación de corrupción de la juventud no consistía en Sócrates en hacerlos viciosos sino en elevarlos a extrañas perfecciones en el cultivo de la inteligencia, en la supresión de la espontaneidad, en entregarse a la razón. La acusación lo presentaba como contradictor y antagonista. En el juicio contra Sócrates se pone en evidencia el carácter de intolerancia del pueblo ateniense, quizás como consecuencia de lo arriba señalado. Protágoras sufrirá también la intolerancia de la sociedad que le toca vivir. Sus libros fueron condenados a la hoguera en el Ágora. A Anaxágoras lo expulsaron por haber afirmado que el sol no era más que una piedra ardiente. El concepto de tolerancia en el período de la Reforma, la era de Ilustración, la Enciclopedia y el Liberalismo. La Reforma fue un movimiento promovido por Martín Lutero y J. Calvino principalmente, a favor de la renovación de la iglesia que desembocó en la libertad religiosa al crearse nuevas iglesias independientes del papado. La critica histórica contra la iglesia se había iniciado durante el renacimiento que abogaban por una divulgación de la Biblia y de los escritos de los padres de la iglesia, gracias a la invención de la imprenta. Este movimiento fue apoyado por los círculos de la nobleza, de la burguesía, por los humanistas y el clero secular y monástico. El movimiento se enfrenta a grandes dificultades, como los levantamientos de los campesinos y los anabaptistas y un sector de los humanistas. Se concedió la libertad religiosa a los protestantes para conservar la paz religiosa de Nurember(1532). Hacia 1561 la mayor parte de Alemania era protestante. La iglesia católica reconquista, sin embargo, algunos territorios, que es el periodo que se conoce como la Contrarreforma.. Ahora bien, Voltaire afirma lo absurdo de ser intolerante en tanto que los jesuitas debieron ser tolerados bajo la condición de renunciar a sus métodos de propaganda, proscritos en Francia en 1762. y en el año 313 el emperador Constantino concedió la tolerancia oficial al cristianismo y su religión fue declarada como la religión oficial del Estado, excluyendo a las demás religiones, se constituyeron así en dos poderes, uno material y otro espiritual que fueron el poder el Estado y el poder de la Iglesia, originándose de esta manera la consolidación del poder de la Iglesia y gestándose formas de intolerancia. Una vez que estaban en el poder se transformarían en perseguidores de los "herejes" como los arrianos y los donatistas. La doctrina dogmática de la religión cristiana traería como consecuencia una lucha encarnizada por defender "la pureza de la doctrina" y mantener la estructura jerárquica, legitimando su dominio de la sociedad medieval. San Agustín condenó a los herejes y creyó legítimo emplear medidas de fuerza contra ellos porque consideraba la herejía como un alejamiento del dogma y un desorden del alma que podría llevar al hombre a la condenación eterna. Tomás de Aquino compara la autoridad del Papa y la autoridad real con el dominio del alma sobre el cuerpo. La meta suprema y el sentido de la vida del hombre es su salvación y para ello están la Iglesia y su pastor supremo. Consideraba que el persistir en su propia opinión sin aceptar razones contra ella, sólo expresa dureza y rigidez. La tolerancia en los siglos XVI y XVII adquiere un sentido más amplio en el orden teológico, en el orden político y en el orden social. La inquisición hizo de la hoguera el fuego que purificaba a los herejes. El fundamento teórico de esta intolerancia religiosa fue la de determinar que una institución y sus funcionarios y sacerdotes señalarían para el hombre cuál era la meta suprema de la existencia y señalaba el camino que conduciría a esa meta para la salvación del alma. La cacería de "brujas" y las Cruzadas se llevaría a cabo desde finales del siglo XI hasta finales del siglo XII. En la Alta Edad Media del periodo 1430 y 1540 adquirirían un carácter sistemático los procesos y persecuciones y entre 1590 y 1630 después de la Reforma, alcanzaría su máximo nivel. Al quemar el cuerpo de un hereje se podía salvar su alma inmortal. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) fue un precursor de la modernidad y del principio de la tolerancia. En su Elogio de la locura (1511) hace una dura crítica contra la decadencia de las costumbres de su época, la superstición y la iglesia. Crítica los abusos de la iglesia oficial, la intolerancia y las persecuciones. Su Elogio de la locura es un texto precursor de un moralismo laico en tanto se anticipa a la Reforma y proyecta elementos de la primera etapa de la conciencia burguesa en los tiempos modernos. Con H. Kamen, afirma Jaramillo Vélez, que la sustitución del dogma por el moralismo fue lo que preparó el camino de la tolerancia. Ahora bien, Pierre Bayle (1647 – 1706) será el primer pensador de la edad moderna que adelantándose a su época promulgará la tolerancia religiosa del Estado, la libertad de conciencia y la tolerancia también a los ateos entre las personas que debían ser respetadas por las autoridades. Consideraba este pensador que la intervención de las autoridades en las contiendas religiosas no tenían legitimidad y que la blasfemia no podía ser delito y que la fe religiosa no puede soportar la coacción en tanto que no existe un criterio objetivo para examinar las convicciones subjetivas sobre la evidencia que es una cualidad relativa. Sólo la conciencia individual puede ser instancia para determinar si un convencimiento es o no verdadero. La conciencia individual es la única instancia normativa legítima y allí radica un principio de tolerancia. Bayle como J. Locke no aplica la tolerancia a favor de los católicos que no toleran otras creencias. Según su tesis, el intolerante no puede esperar tolerancia de los demás. En John Locke (1632 – 1704) la tolerancia es uno de los deberes del Estado. En su Carta sobre la Tolerancia (1689) argumenta la tolerancia estatal en materia religiosa. El estado, afirma Locke, debe ser tolerante con las convicciones religiosas de sus ciudadanos "porque a él no le corresponde la cura de las almas y ni las torturas o confiscaciones puede contribuir a que el hombre cambie en su interior". Una cura caritativa que consiste en llamar a la razón no puede ser negada a nadie. Nadie puede ser molestado por ser o no cristiano. Locke se refiere a la cura autoritaria que consiste en emitir leyes y en hacerlas cumplir. La tolerancia obliga a que ninguna iglesia está obligada a mantener en su seno a una persona que viola leyes de su sociedad, a que ningún hombre puede atentar o disminuir los derechos civiles de otro por el hecho de que este se declare ajeno a la religión y rito de aquel, y nadie puede ser obligado contra su voluntad a ser sano y rico. Locke no otorga al Estado ningún derecho sobre la propiedad del individuo justificada por el derecho natural, originándose allí los principios del individualismo pero otorga la propiedad sobre la fe religiosa. En Locke el concepto de tolerancia se amplía la esfera de lo político y lo individual. La concepción de tolerancia formulada por Locke contribuye a la evolución constitucional de Inglaterra y sólo hasta 1771 se admite a los disidentes para cursar sus estudios en Oxford y Cambribge y en 1827 acceden a los cargos en la administración estatal. Locke señala en su Carta sobre la Tolerancia que la tolerancia es el rasgo más característico de la verdadera Iglesia y que el objetivo de la verdadera religión no ha existido para el lujo, el señorío de los prelados o la fuerza compulsiva, sino para asentar una vida guiada por la rectitud y la caridad. Cree necesario separar la Iglesia y el Estado por cuanto se debe establecer la diferencia que existe entre los asuntos civiles y religiosos. En Locke prima la vocación y la voluntad moral porque afirmaba que quien careciera de caridad, humildad y buena voluntad estaría muy lejos de ser un cristiano auténtico. En su pensamiento converge la piedad evangélica y el racionalismo. Señalaba que tolerar a aquellos que difieren de los demás en asuntos de religión es asunto que concuerda con el Evangelio y con la razón y extraña que ciertos hombres cieguen ante esta luz. Los asuntos del gobierno civil y de la religión deberían limitarse uno de otro. Locke consideraba al Estado como una sociedad de hombres constituida para preservar sus propios intereses de orden civil: la vida, la libertad, la salud, el descanso del cuerpo y la posesión de las cosas como dinero, tierra, casas, etc. Señala su convicción de respeto por las creencias y decisiones del individuo, siempre y cuando no perjudiquen a los demás y señala que en ningún lugar del Nuevo Testamento dice que la Iglesia debe obligar por "la fuerza, a hierro y fuego". En su Ensayo sobre la Tolerancia, Locke analiza las acciones y las opiniones de los individuos y propugna por una tolerancia ilimitada, limitada y por excluir toda clase de tolerancia. Los papistas deberían quedar excluidos del beneficio de la tolerancia por cuanto se consideran obligados a negar la tolerancia de los demás y defienden una tolerancia limitada por la exigencia de no debilitar el Estado ni causar daños a la comunidad. En su "Carta sobre la Tolerancia" afirma que los que niegan a Dios no pueden ser tolerados de ningún modo. Locke escribió dos textos sobre la tolerancia: Carta sobre la Tolerancia y Ensayo sobre la Tolerancia (1667); que aunque publicados anónimamente el primero e inédito el segundo son documentos importantes a favor de la libertad de conciencia. Con Baruch de Spinoza y su obra Tratado Teológico-político (1670) la tolerancia religiosa avanza en Europa. Spinoza fundamenta en su obra el derecho de las autoridades en asuntos religiosos y de la necesidad de la tolerancia, y plantea que la finalidad del Estado es de hecho, la libertad. Esa libertad era necesaria en Spinoza porque ella era indispensable para el progreso de la ciencia y el arte. En su defensa de la libertad de expresión Spinoza argumentará que " cada cual tiene la libertad de pensar lo que quiera y de decir lo que piense ". En su obra Espíritu de las Leyes (1748) Montesquieu también se ocupa de la tolerancia religiosa. Allí expresa el carácter político de la tolerancia. Afirma que cuando las leyes de un país consideran necesario tolerar varias religiones, deben también obligar a éstas a una recíproca tolerancia, porque la religión oprimida cuando sale de esta situación se confiere en opresora como una tiranía. Voltaire (1694 – 1778) escribe con ocasión de la muerte de Jean Calas (1762) su Tratado sobre la Tolerancia (1763). Jean Calas era un hombre de 78 años de edad que ejercía la profesión de comerciante en Tolosa desde hacia más de cuarenta años y era considerado un buen padre. Era protestante. Voltaire en su Tratado sobre la Tolerancia nos cuenta el suplicio de la vida de Jean Calas donde señala que todas las cofradías merecen respeto. Escribe Voltaire que los japoneses ( siglo XI) eran los más tolerantes de todos los hombres: doce religiones pacíficas estaban establecidas en su imperio pero al llegar los jesuitas se desató una guerra civil porque no querían tolerar a ninguna otra. Esto da pie a Voltaire para señalar que no se debe predicar ni ejercer la intolerancia. La intolerancia ha cubierto la tierra de matanzas y son la vergüenza de los pueblos que no conocen la tolerancia. Los abusos de la intolerancia son descritos por Voltaire en su Tratado, la crueldad, la injusticia, etc. Afirma además, que para que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres, es necesario que esos errores no sean crímenes, y sólo son crímenes cuando perturban la sociedad y perturban la sociedad si inspiran fanatismo. Los hombres deben empezar por no ser fanáticos para merecer la tolerancia. Voltaire aboga por una tolerancia universal en donde los cristianos deben tolerarse unos a otros, y en la ilustración y en el saber ve la cura para la estupidez humana. En 1675 se publica la Enciclopedia donde se compendia todos los conocimientos de la época del periodo de la Ilustración consagrando un capítulo a la tolerancia. La intolerancia, se afirma en la Enciclopedia, conduce a una "guerra de opinión" y en ese sentido la tolerancia es un simple dictado de la prudencia porque con la prohibición y la duda sistemática los errores se eternizan y se evita el progreso de los conocimientos. Allí se concluye que el fanatismo es el origen de la intolerancia y su consecuencia, porque las fuentes del fanatismo son los dogmas irracionales, la moral cruel, el uso de los castigos difamatorios y la persecución. Allí también se consigna sobre el "fanatismo patriótico" en cuanto que sus contenidos son demagógicos. Los enciclopedistas llamaron a la intolerancia, esa vesánica perturbación del ánimo, "pasión feroz" (Córdoba Triviño, 1995). En los siglos XVII y XIX y XX las Constituciones aseguran institucionalmente la tolerancia. El Estado Social de Derecho reacciona contra las formas represivas y amplia el espacio para la tolerancia. Se declaran nuevos derechos sin discriminación de raza, origen, nacionalidad, idioma, sexo, orientación sexual, minusvalía, posición social, edad, convicciones religiosas, ideológicas o políticas. En 1789 se establecen la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en la que se declara la igualdad y la libertad de los hombres en sus derechos. La Revolución Francesa genera profundos cambios políticos y culturales que hace que la tolerancia se transforme de precepto moral a norma jurídica con el reconocimiento de los derechos inalienables de los individuos. De las controversias de índole religiosa se traslada a las controversias de índole político. El concepto de tolerancia se amplía del ámbito teológico al ámbito civil. El estado liberal se fundamentó en este principio para sentar las bases jurídicas, políticas y económicas de sus estructuras promoviendo el estado de derecho fundado en el respeto y la garantía jurídica de los derechos de libertad. La tolerancia resultó ser una expresión ética del derecho que transformó el antiguo esquema de principio y valores en otro esquema normativo que garantiza constitucionalmente el valor de la opinión de los individuos. En la Ilustración, el concepto de tolerancia basado en una ciudadanía universal no tuvo mayor auge ante el nacionalismo y el chauvinismo del siglo XIX. La falta de una identidad nacional llevó al menosprecio de las demás naciones extranjeras como el antisemitismo. Los judíos eran la minoría que pertenecía a la religión cristiana. Alrededor de esta minoría se crearon muchos mitos que contribuyeron a generar odios contra ella y la tradición cristiana contribuyó a incrementar los prejuicios en su contra. En su obra Acerca de la Libertad (1858) J.S. Mill, representante del pensamiento clásico liberal y social inglés, avizoraba el peligro de un poder gubernamental represivo y la amenaza de una "tiranía de la mayoría" como la "opinión pública ". Había que defender a la sociedad contra la inclinación a imponer sus propias ideas y costumbres a los indóciles. Mill está a favor de una tolerante reserva de la opinión pública frente a las diferentes opiniones conceptos y convicciones de los individuos y los grupos. La sociedad sólo puede intervenir en la esfera de lo individual si su fin es "evitar daños a terceros ". Aboga por el derecho a seguir las propias inclinaciones siempre y cuando no perjudique a los otros y por el derecho de reunión. La tesis de Mill es que la opinión pública tiende a ser a veces muy intolerante sobre todo cuando no se informa y educa. La tolerancia en Mill es la libertad del individuo frente a las coacciones, el hombre debe poder moverse libremente con libertad y sin interferencias por parte de la sociedad. Mill J:S. escribe su ensayo sobre la libertad dónde su objeto no es el libre albedrío sino la libertad social o civil, la naturaleza y limites del poder que puede ser ejercido legítimamente por la sociedad sobre el individuo. Señala Mill que es necesario limitar el poder del gobierno sobre los individuos, incluso cuándo los gobernantes son responsables ante la comunidad. Se requiere de una protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir la formación de individualidades diferentes.. Afirma que la intolerancia es tan natural en la especie humana, en todo aquello que le afecta en verdad, que la libertad religiosa no se ha realizado en ninguna parte, excepto allí dónde existe la indiferencia religiosa. La esfera propia de la libertad humana comprende el dominio interno de la conciencia, la libertad de pensar y sentir, la libertad absoluta de opiniones y de sentimientos, sobre cualquier asunto practico, especulativo, científico, moral, o teológico. El principio de la libertad humana requiere la libertad de gustos y de inclinaciones, la libertad de organizar nuestra propia vida siguiendo nuestro modo de ser. No se puede llamar libre a una sociedad, cualquiera sea la forma de gobierno, si estas libertades no son respetadas. El reconocimiento de éstas libertades en J.S. Mill es el reconocimiento del valor de la tolerancia y el respeto por el otro, que al reconocer su valor debe existir completa libertad de procesar y discutir, como materia de convicción ética. En su Teoría de la Justicia (1971) John Rawls plantea su formulación teórica sobre la tolerancia. Se pregunta ¿Una secta intolerante tiene derecho a quejarse cuando no se la tolera? Su respuesta es que la secta intolerante no tiene derecho a quejarse cuando no se la tolera. Si una persona se queja porque violan sus derechos esto se limita a la "violación de principios que ella misma reconoce". Rawls reconoce la legitimidad de la defensa de esta intolerancia. Una secta intolerante no puede quejarse si no se le tolera, pero ello no legitima que los tolerantes agrupados en sectas o iglesias tengan derecho a oprimir a los intolerantes. Una tolerancia hacia los intolerantes fomenta entre los ciudadanos intolerantes, al vivir entre actos y actitudes de tolerancia, principios de reconocimiento de la libertad de conciencia, argumenta Rawls, aunque esto tiene sus riesgos porque puede ocurrir lo contrario y estos grupos no pueden convertirse a la libertad y sólo en casos extremos hay que limitar la libertad de los intolerantes. El tema de la tolerancia religiosa, escribe Rorty , es recurrente en los escritos de Rawls y cuándo da ejemplos del tipo de opiniones que una teoría de la justicia debe tomar en cuenta y sistematizar, cita con convicción de que la intolerancia es injusta. Rorty señala que el argumento de Rawls contra el fanatismo no consiste en suponer que éste pone en peligro la verdad sobre las características de un orden metafísico y moral antecedente al amenazar a la libre discusión, sino simplemente que es una amenaza contra la libertad y con ello, pone en peligro a la justicia. Señala Rorty que Rawls quiere las teorías acerca de la naturaleza humana y sus fines se separen de la política, quiere que su concepción de la justicia "evite supuestos acerca de la esencia e identidad de las personas". Rawls quiere relegar las preguntas sobre el fin de la existencia humana o el sentido de la vida, a la vida privada. En una democracia liberal no solamente las opiniones acerca de esas cuestiones estarían libre de cohersión legal, sino que se tendería a separar las discusiones acerca de dichos temas de las discusiones sobre políticas sociales. Se emplearía la fuerza contra la conciencia individual en la medida en que la conciencia llevara a los individuos a actuar en forma que amenazara a las instituciones democráticas. Rorty señala que la tolerancia no tiene que ir tan lejos que nos veamos obligados a aceptar el vocabulario que nuestro interlocutor desea usar y tomar en serio cualquier tópico que éste quiera someter a discusión. Esto va de la mano con el rechazar la idea de que existe un vocabulario moral único y un conjunto de creencias morales apropiados para cualquier ser humano, en cualquier comunidad o lugar . El rehusar discutir acerca de lo que los seres humanos deberían ser parece indicar desprecio por el espíritu de tolerancia que es esencial en la democracia. Pero no resulta claro como el sostener que los seres humanos deberían ser liberales en vez de fanáticos no nos conduce de nuevo a una teoría filosófica de la naturaleza humana. En su Teoría de la Justicia, Rawls considera que entre las libertades básicas está la libertad política, el derecho de expresión y reunión, la libertad de pensamiento y de conciencia. La formulación de estos principios señala que cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás.

    La tolerancia política como presupuesto para la democracia. En la relación entre tolerancia política y sociedad hay algunos tópicos a explorar. En una democracia pluralista una sociedad no puede coexistir sin una tolerancia entre los partidos dominantes y las minorías. Trutz Rendtorff define la tolerancia política como la expresión de responsabilidad en lo referente a la autonomía del ciudadano con respecto a la mayoría y las minorías en una democracia. Para Rendtorff la tolerancia es un criterio ético que determina la capacidad de tradición política de la sociedad. En una sociedad donde no se practique la tolerancia política las minorías de verán obligadas a pasar a la clandestinidad política, pero igualmente las minorías deben respetar las decisiones de la mayoría en tanto se mantengan dentro de la legitimidad constitucional. La tolerancia es la facultad de comprender mediada por el respeto por el otro y reconocimiento de las minorías, ese es el presupuesto fundamental que legitima la democracia. En la teoría crítica contemporánea, Herbert Marcuse señalaba que la tolerancia sólo servía para mantener el status quo de la desigualdad pero reconocía con todo la tolerancia democrática como más humana que la tolerancia institucionalizada. Marcuse hace una crítica de la "tolerancia pura", esto es, una tolerancia en abstracto que se convierte en instrumento de esclavitud cuando se da en una sociedad represiva. Universalizar la tolerancia implica la libertad de pensar y sin estas condiciones, en una democracia, traería como consecuencia la opresión y la tiranía. Marcuse elaboró la noción de "tolerancia represiva" que significa que en la sociedad capitalista industrial se manifiesta idealmente el concepto de tolerancia pero en lugar de servir para la liberación de un grupo de individuos explotados sirve para adormecer los impulsos de liberación. La tolerancia tiene la función de reprimir estos impulsos y en ese sentido es represiva. Sigmund Freud reconoce en la intolerancia a la "expresión de un narcisismo que aspira a autoafirmarse" y a una imagen de la agresividad instintiva del hombre. La psicosis que Freud señala de estas manifestaciones de intolerancia son el resultado de la neurosis de la sociedad moderna y su cura estará en una educación a través del psicoanálisis para acceder a la tolerancia. Freud señala como las grandes religiones monoteístas trajeron como consecuencia el reforzamiento de la intolerancia. La creencia de un dios único trajo la intolerancia que había sido ajena en la Antigüedad, afirma Freud. en tanto que no se permitían otros dioses ni ritos que no fueran los del dios único. Gadamer en su Elogio de la Teoría (1993) ha escrito que la tolerancia es la más infrecuente de todas las virtudes y ve en ella no un signo de debilidad sino de fortaleza y significa el reconocimiento de iguales derechos del que piensa distinto. La condición de la tolerancia religiosa es que permanezca inalterado el orden de dominio y la cristiandad de la sociedad. El filósofo español Fernando Savater es su obra Política para Amador( 1992) afirma que vivir en una democracia quiere decir convivir con costumbres y comportamientos que uno desaprueba. Desde la esfera cultural y social, la unanimidad, la limpieza étnica, el horror al mestizaje y al contagio de modos y modas, etc. son formas de barbarie estéril. En una democracia se dan numerosas realidades plurales y hay contenidos unos principios irrevocables: el respeto a las minorías, a la autonomía personal, a la dignidad y a la existencia individual y sobre esa unidad básica de las leyes se configura la pluralidad de las formas de vida. Lo que debe ser respetado son las personas (y sus derechos civiles) no sus opiniones o su fe pero esto no justifica que quienes se sientan "heridos" en sus convicciones crean por ello tener derecho a herir de verdad en la carne a sus críticos. Es necesario aceptar la democracia como el marco en que han de encuadrase las creencias y las formas de vida.

    Pluralidad, multiculturalismo y ética La construcción social de una cultura de la democracia en donde impere la tolerancia tiene que estar articulado a un proyecto social donde se expresen los pluralismos y multiculturalismos que existen en la sociedad y, en la reformulación de una ética que no sea la de la dominación, el consumismo, la competencia y la acumulación. El fortalecimiento de una cultura de la democracia se sustenta sobre la base de respeto por la diversidad cultural que tiene la sociedad en sus múltiples grupos sociales o movimientos. La cultura occidental es dogmática, beligerante y trata a las demás como enemigas, no tolera la diferencia. Su egocentrismo no le permite reconocer otras culturas. La paz requiere una crítica de nuestra propia cultura y el enriquecimiento intercultural. Para que la paz sea posible se requiere no sólo el desarme militar sino, sobre todo, el desarme cultural, esto es, el aceptar al otro sin discriminación sin prejuicios y sin inhibiciones. El pluralismo cultural como alternativa para la construcción de una cultura de la democracia requiere desarmarnos frente al otro. No verlo como enemigo, como amenaza, ni siquiera como objeto de observación o conocimiento, sino como otra fuente para la comprensión de la realidad. Se requiere de instaurar el diálogo para resolver las diferencias con los demás. El diálogo supone estar en un mismo nivel de igualdad. No se puede dialogar entre un superior y un inferior: entre quien posee la verdad y quien está sumido en el error. El diálogo es imposible si no se dan las condiciones de igualdad entre quienes dialogan. La identidad cultural latinoamericana se basa en la trietnicidad y, por lo tanto, en la multisubculturalidad y, un encuentro para el conocimiento, la admiración sólo es posible mediante el diálogo. Allí una ética de la diferencia, esto es, el saber que somos distintos culturalmente, no tiene por qué impedir ser parte de una sociedad. La ética dominante tiene una identificación con la ética religiosa, lo que condujo a la inexistencia de una ética civil y social. Una ética civil se abriría hacia el ámbito de lo social dónde las prácticas sociales, en todos los ordenes, tendrían una visión de tolerancia y respeto por el otro. El respeto y el reconocimiento de la diversidad cultural y política, es un proyecto político a construir dentro del proyecto social de fomentar una cultura de la democracia sobre la base de la tolerancia como ejercicio de la libertad. Las culturas tienen una dignidad y un valor que tienen que ser conservados y respetados. En la sociedad cada grupo social o cultura tiene su propia concepción de cómo concebir su existencia con sus rituales y de concebir el mundo con sus mitologías. En la era de la globalización las minorías culturales están siendo agredidas y muchas están en proceso de extinción. La identidad cultural latinoamericana hay que valorarla en su diversidad, en su pluralidad y en su multiculturalismo; es a nivel axiológico donde se juega la identidad cultural de los pueblos. Es necesario defender un multiculturalismo abierto y dialogante. Cada cultura tiene derecho a expresar sus propios valores "ante" los demás, nunca "contra" los demás. Leopoldo Zea ha señalado que la intolerancia tiene su origen en la idea que sobre sí mismos se han formado individuos y pueblos, pretendiendo hacer su propia y concreta peculiaridad, de su propia y concreta humanidad, lo humano por excelencia y, a partir de esa pretensión los hombres y pueblos se niegan a reconocer otras expresiones culturales que no sean propias, a rechazar toda expresión de la cultura que no sea copia de la propia. El reconocimiento de la cultura propia comienza por el reconocimiento de la cultura ajena sin desprecio por lo propio.La multiculturalidad hace referencia a las múltiples identidades existentes en América Latina. Las identidades culturales de los pueblos y naciones latinoamericanas expresan diversidades étnicas, religiosas, políticas y sociales en un proceso de hibridación, transculturización y mestizaje, que se debaten en identidades tradicionales, modernas y postmodernas. La cultura en la era de la globalización se encuentra en proceso de convertirse en una cultura planetaria que hace que surjan los nacionalismos étnicos y políticos con la necesidad cultural y política de expresar su existencia y afirmarse en sus raíces, crear un sentido de pertenencia con su propia cultura pero al mismo tiempo compartir otras culturas en sus valores y estilos.La construcción de una cultura de la democracia debe posibilitar la profundización de una sociedad plural y tolerante donde las identidades se construyen con la existencia social de la diferencia, la alteridad y la pluralidad cultural. El multiculturalismo consiste en el reconocimiento de las diferencias entre las culturas sobre la base del diálogo, el respeto y la tolerancia. En la diversidad está nuestra riqueza cultural y nuestra identidad.Una cultura de la tolerancia debe fundarse en el reconocimiento del otro y en la medida que haya un reconocimiento del otro hay una sensibilización para el diálogo y la resolución de los conflictos.La heterogeneidad cultural en América Latina está configurada por la diversidad de identidad con sus lógicas, mentalidades, e imaginarios colectivos propios. La identidad cultural latinoamericana se configura en el reconocimiento de sus pluralismos y multiculturalismos. Nuestra identidad cultural latinoamericana es un entrecruzamiento de culturas tanto locales como foráneas, esto es, se ha configurado con los procesos de globalización que recorren el mundo.La construcción de una ética de la diferencia fortalecerá la de una cultura de la democracia, sobre la base de la tolerancia como presupuesto fundamental para la construcción de una sociedad más democrática. El filósofo Daniel Herrera señala que el proyecto de construcción de una sociedad democrática tiene que fundamentarse en la cultura, que mientras ésta sea sólo dada en la esfera de lo público o de lo organizativo, pero no toque la cotidianidad, concretamente la familia, la escuela y el trabajo se tendrá una que otra práctica formalmente democrática, mas no la representación simbólica que le da sentido a la misma. La democracia interesa, sobre todo como forma de vida y en esa perspectiva solo puede valer como proyecto ético. Se hace necesario la construcción de un ethos cultural democrático y ello es responsabilidad de la sociedad civil. Lo esencial para la construcción de una cultura democrática no es solo la libertad de cada cuál y la igualdad de todos ante la ley, si no la fraternidad: el convencimiento moral de que debemos ser solidarios y respetuosos con los demás. Más allá de la representación política, de las reglas que permiten la coexistencia dialéctica entre gobierno y oposición, del marco constitucional y jurídico en que mora una ciudadanía hay un universo de actitudes, creencias, tolerancias y concepciones, es decir, todo un universo cultural. Esto constituye también la democracia. Permea tanto la cosa publica como la privada. Es el universo de la ciudadanía, de sus convicciones y responsabilidades, de su civismo y su fraternidad. Sin el no hay democracia. Por cultura de la democracia debe entenderse un modo de ser de la sociedad (ethos) en donde en la vida cotidiana, social e institucional, se dan prácticas culturalmente democráticas, esto es, que la participación en las decisiones de la orientación política y económica de la sociedad, sean decisiones conjuntas con los pueblos y sus culturas, que el reconocimiento y respeto por el otro y el reconocimiento de la diferencia, sea parte de una cultura de la democracia como un modo de ser de la sociedad que se respeta a sí misma cuando respeta a los demás.La democracia no es solamente un orden político representativo, enmarcado en un conjunto de leyes que garantizan la libertad y los derechos de los ciudadanos. Es también, y no en menor medida, una cultura, una conciencia participativa de que la cosa pública es de todos, de que todos somos responsables de lo que sucede y también de la calidad de vida en común.

    El concepto de tolerancia en América Latina En América Latina hay un pensador de la filosofía latinoamericana, Leopoldo Zea, que piensa en torno a la tolerancia. La tolerancia como capacidad de acoger la presencia y la cultura del otro sin indiferencia. Afirma Zea que la intolerancia parece propia del hombre, del género desde que el hombre tiene conciencia de la historia, y señala como la intolerancia originó en nuestra época dos monstruosas guerras: la guerra de 1914 a 1918 y la guerra de 1939 a 1945, que parecen ser como el preludio de una guerra que pretende ser universal, planetaria: la guerra de las galaxias. Denuncia Zea que en nombre de la tolerancia se hacen patentes mayores muestras de intolerancia que ahora amenazan a nuestro tiempo con la paradójica intolerancia de la tolerancia. En nombre de la democracia y la justicia social se han levantado en nuestros días nuevos centros de poder y de dominio totalitarios que pretenden decidir sobre la democracia adecuada para los pueblos y, señala Zea cómo Estados Unidos se erige en guardián, en policía del orden supuestamente propio de la libertad y de la democracia, decidiendo sobre la voluntad de los pueblos respecto del gobierno que considera el más conveniente. Estados Unidos como líder del llamado mundo libre, trata de imponer su propio concepto de democracia, el orden propio que considera más conveniente a otros pueblos y para ello hace uso de la violencia, de la mayor intolerancia; desata guerras totales como en Vietnam, desestabiliza gobiernos legítimamente elegidos como en Chile, sostiene gobiernos militares, aplasta pueblos pequeños como Granada, Afganistán etc. En nombre de la posible tolerancia, continua Zea, se anula el diálogo y las amenazas toman su lugar. La intolerancia se presenta armada, policiaca, decidiendo sobre lo tolerable y lo intolerable. En el uso que los hombres hacen de la razón encuentra rasgos de intolerancia. La intolerancia del que sabe usar bien la razón contra el que no sabe usarla. Afirma que todos los hombres son iguales por ser distintos, esto es, por ser concretos, pero no tan distintos que dejen de ser hombres. No tan distintos que puedan ser más o menos hombres sino simplemente hombres. A partir de este reconocimiento se podrá aceptar al otro y su cultura sin sentir menosprecio de lo propio, la posibilidad de una relación horizontal de solidaridad y no una relación vertical de dependencia. Una relación de hombres iguales que se reconocen entre sí por su concreción sin discriminaciones. En el contexto nacional un representante del humanismo liberal se destaca como un pensador que defiende la libertad y la tolerancia. Considera que la tolerancia debe ir a la par con la libertad. En su obra Idola Fori (Los ídolos del foro, 1910) Carlos Arturo Torres (1867-1911) hace una crítica contra los dogmatismos o " Idolos de la plaza "; una crítica al fanatismo y a las supersticiones que habitan en los ciudadanos de la república, y una defensa de la tolerancia frente a la reacción en la esfera de la política, la religión y la filosofía. Carlos Arturo Torres plantea la necesidad de organizar la democracia por la libertad, la tolerancia y la conciliación, por la justicia y el derecho que son los pilares fundamentales sobre los que se sostiene la civilización contemporánea. A su teoría crítica la denominada "literatura de ideas" con la que hace una crítica al régimen. Su estrategia consistía en buscar el "valor ideológico" de los problemas sociales y en juzgar la literatura por las ideas que expresan antes que por su valor estético. Su obra estuvo al servicio de las ideas y, en ese sentido puede considerarse como un anticipo de una "historia de las ideas". Su Discurso de Recepción en la Academia (1910) es un ejemplo de ello. El fanatismo lo detecta en la religión como en el ateísmo, en la superstición de la fe como en la superstición de la ciencia en la idolatría de la tradición como en la idolatría de la ciencia, en la intransigencia de lo nuevo como en la intransigencia de lo antiguo, en el despotismo ideológico como en el despotismo racionalista y en la incomprensión conservadora como en la incomprensión liberal. Rechaza el carácter servil del pensamiento y las artes que se reducen a la imitación y en la originalidad de la filosofía, la literatura y el arte convoca a un intento por pensar sin imitaciones o coloniajes. El periodismo sirve a Carlos Arturo Torres de trinchera para luchar por la libertad, la paz y la tolerancia en aras de consolidar la democracia que lo convierte en un escritor y pensador con un marcado compromiso social y político ajeno a todo dogmatismo, pues como afirma Rubén Sierra Mejía, partía del principio de que no hay verdades a priori y que toda idea es corregible por más que se hubiese aproximado a la perfección y a que temporalmente se presente con un alto grado de irrefutabilidad. Las críticas a las supersticiones están dirigidas contra el pensamiento gregario que impera en las masas obstaculizando el desarrollo de la democracia. Los ídolos impiden la realización de un estado de tolerancia y en consecuencia, es necesario su destrucción para llegar al imperio de la razón donde el hombre ya libre de fanatismo decida sobre el progreso social de las naciones. Su postura política de tolerancia y escéptico intelectual produce una obra que abarca entre una reflexión del arte, la historia y la realidad cultural y política de fin de siglo. Estanislao Zuleta (1935 – 1990) señalaba que Kant tenía en muy baja estima el concepto de tolerancia. A Kant el concepto de tolerancia le parecía, afirma Zuleta, un concepto demasiado pretencioso porque parece sugerir que la verdad la tiene alguien que está en el poder, por ejemplo, y simplemente tolera que otros piensen de manera diferente como si no tuviera que aprender de ellos, ni de la discusión con ellos. Este concepto implicaba para Kant como decir "yo sé que tengo la razón, pero tolero las opiniones de cualquier otro",no era para Kant un concepto adecuado para hablar de democracia porque la democracia consiste en sentir alegría por las diferencias entre nosotros y tener la certeza que nos va a llevar a un conflicto y no nos va a conducir a unanimidad alguna. Para Estanislao Zuleta la democracia es respeto y respetar al otro significa discutir con su punto de vista, con la premisa implícita de que puede tener la razón, de que ninguna mirada ve la totalidad del inmenso paisaje humano, de que ningún proyecto es suficiente vasto para reunir y satisfacer la variedad inabarcable de aspiraciones y necesidades. Respeto significa tomar en serio el pensamiento del otro: discutirlo, debatir con él sin agredirlo, sin violentarlo, sin ofenderlo, sin intimidarlo. Pero defender el pensamiento propio y no hacer este pequeño pacto de respeto de nuestras diferencias, sin discutir nada porque creemos que esto no es respeto, es contrario al verdadero respeto, que nos exige nuestro punto de vista, sea equivocado total o parcialmente. En esta dirección debemos entender el concepto de respeto por la diferencia porque implica tolerancia y pluralidad, porque como finalmente afirma Zuleta, el respeto implica tomar en serio el pensamiento del otro, hasta el punto de debatirlo, tratando de saber que grado de verdad tiene, debatir no sólo desacreditando su punto de vista, al aprovechar los errores que cometa o los malos ejemplos que dé, para ganar la discusión no con ese estilo parlamentario, sino debatiendo efectivamente. Eso es respeto. La filosofía de los derechos humanos es respeto por el otro, por su vida y por su dignidad. El derecho fundamental es el derecho a diferir, a ser diferente. Cuando uno no tiene más que el derecho a ser igual, todavía eso no es un derecho. Es necesario además de derecho, afirma Zuleta, que exista la posibilidad. Es preciso observar que respeto no significa indiferencia, implica el debate y la confrontación. El respeto no es un sentimiento negativo sino positivo porque obliga a diferir, a rectificar, a profundizar el punto de vista, porque impide tomar la unilateralidad como un absoluto. En Estanislao Zuleta hay un reconocimiento de la pluralidad en tanto que admitir la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo enriquece el espíritu humano y la sociedad. Afirma que la visión del mundo que se tiene no es segura porque su confrontación con otras puede hacerla cambiar y la verdad es la que surge del debate, del conflicto. En la concepción de pluralidad ve un mayor alcance para el desarrollo del pensamiento y señala que debatir el pensamiento del otro con respeto es ya una vieja idea enunciada por Platón en la Carta Séptima a los amigos de Dión de Siracusa en donde afirma que en un debate seriamente llevado no hay perdedores: quien pierde gana, sostenía un error y salió de él: quien gana no pierde nada: sostenía su teoría que resultó corroborada. Allí se da una disputa muy distinta a las guerras, en la que el que pierde nunca gana. La estrategia que hace posible ponerse en el lugar del otro es el diálogo. Afirma Zuleta que en el diálogo tenemos que identificarnos de algún modo con él para saber cómo podemos hablarle y qué impresión le va a dar lo que le vamos a decir. Una enseñanza en la que se sienta el enriquecimiento y la espontaneidad es importante para el desarrollo del nivel educativo en tanto se reconoce el valor del reconocimiento y el respeto por el otro. La racionalidad en la educación implica que los discursos no sean dogmáticos y para que no sean dogmáticos es necesario la demostración, porque la demostración es una gran enseñanza, en tanto concluye Zuleta, es una lección práctica que trata a los hombres como iguales. En América Latina no son muchos los pensadores y filósofos que han abordado este concepto de tolerancia y no porque no sea un concepto que se pueda abordar desde la filosofía política sino porque su horizonte teórico tiene otras líneas de investigación. En Enrique Dussel hay una formulación de una ética para la liberación latinoamericana aunque hay un acercamiento acerca de "oír la voz del otro", que sólo es posible suprimiendo el capitalismo en América Latina.En Francisco Miró Quezada hay una preocupación por el proyecto y despertar latinoamericano del filosofar. En Augusto Salazar Bondy hay una preocupación por el sentido y problema del pensamiento filosófico latinoamericano, etc., etc. Articular el concepto de tolerancia a la luz de un período determinado en la historia de las ideas en América Latina, rebasa la dimensión de este trabajo en tanto que se carece de una producción intelectual en esa línea de investigación y de una existencia bibliográfica pertinente, no obstante, creemos que los pensadores y filósofos latinoamericanos que se han explorado aquí en torno a este tema, son representativos por la dimensión intelectual con la que asumieron la formulación de este problema desde una filosofía política latinoamericana. Francisco Romero señalaba el carácter de proyección social que debía tener una historia de las ideas en América Latina y Germán Marquínez Argote afirma que la historia de las ideas estudia no sólo las estrictamente filosóficas sino las que tienen relación con toda clase de acontecimientos políticos, sociales o económicos; como las aptitudes y comportamientos colectivos, creemos por lo tanto que la necesidad de construcción de una cultura de la democracia tiene la proyección social en la misma línea del problema de la identidad del hombre latinoamericano y de la necesidad de una filosofía propia y de liberación en América Latina, en la dirección de una perspectiva filosófico – social como lo ha señalado Arturo Andrés Roig en su obra Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano.

    Por una cultura de la tolerancia La sociedad contemporánea debe estar fundada sobre una cultura de la tolerancia, el pluralismo ideológico y el respeto por la diferencia, la facultad de pensar distinto de los demás sin tener que asesinar al otro para imponer una idea, una causa o una razón. Una cultura de la tolerancia nos permitirá pensar una sociedad abierta, democrática, pluralista y participativa que realice los sueños y la imaginación de los hombres con todas sus potencialidades y audacias desde las diferentes perspectivas de pensar la sociedad, la realidad, el mundo y la vida. Desde las diferentes perspectivas de pensar la vida se hace más humana y sensible fundar una sociedad basada en la defensa de los derechos humanos como un proyecto político que permita consolidar en la sociedad la vida como el estado más natural y necesario para fundar la posibilidad de una utopía en la sociedad, construida desde un pluralismo político – ideológico para el consenso como un "nuevo discurso filosófico de la modernidad", en una acción orientada al entendimiento para la creación de espacios de consenso y participación. Un diálogo para la tolerancia implica fundar una sociedad con capacidad de lenguaje y diálogo para que armonice en el mundo. La relación de los individuos en la sociedad tiene que darse sobre la base de que el mundo no se divide en blanco y negro, la vida tiene muchos matices y perspectivas sobre lo mismo y en donde quiera que cada individuo se sitúe, siempre es posible pensar dentro de una "racionalidad comunicativa" acaso no mediada por una "acción estratégica" para la búsqueda de un acuerdo con un mínimo de entendimiento para que la interacción de la sociedad y los individuos tenga sentido. La dictadura del pensamiento lleva a pensar la realidad y la sociedad desde una sola perspectiva que fomenta formas autoritarias y unilaterales que recortan los procesos de desarrollo y limitan la posibilidad de explorar otras formas para la convivencia y la creación de nuevos modelos para la economía y la política, creando la sociedad radical donde el ejercicio del poder está fundado sobre la perspectiva del partido o el primer ministro. En Habermas, cultura es el acervo de saber del que los agentes, al extenderse en la acción comunicativa sobre algo en el mundo, se proveen de interpretaciones susceptibles de consenso y la sociedad, como componente del mundo de la vida, a los órdenes legítimos de donde los agentes al entablar relaciones interpersonales extraen una solidaridad apoyada en pertenencia a grupos. Una cultura de la tolerancia en la sociedad garantiza el no – surgimiento de la violencia de la intolerancia conformada por el sicariato y los escuadrones de la muerte, que niegan la posibilidad de pensar la vida y la realidad desde otras perspectivas que no sean las de la defensa de los valores tradicionales del establecimiento que son tenidos como valores sacrosantos y perpetuos para la existencia de su denominado "mundo libre". Ahora bien, una cultura de la tolerancia tendría sus propios límites en el marco de la existencia de la sociedad que desarrolla esta cultura de lo humano, porque en el ámbito de lo político o en lo económico pueden surgir formas autoritarias que no aseguran el ejercicio de la tolerancia. Las dictaduras políticas y económicas generan intolerancia hacia otras formas más humanas de orientar la sociedad. Si la humanidad hubiese sido tolerante con la maquinaria de muerte y terror que fue el Nacional – Socialismo, el mundo se hubiese convertido en un campo de concentración y una "raza" que se postulaba como "superior" hubiese generado los más atroces experimentos de laboratorio para su creación y la socialización dentro del nuevo orden del poder, como efectivamente se intentó realizar. La legitimación de una cultura de la tolerancia tiene que pasar por ese entendimiento y diálogo de los individuos que conforman la sociedad en tanto el consenso garantice su ejercicio y la internalización en el corazón de la sociedad. Una sociedad sensibilizada en la cultura de la tolerancia hará que los individuos se sitúen en la perspectiva del otro, en la cosmovisión del "mundo de la vida" al que pertenece la cultura y la sociedad, en una nueva racionalidad que no vea el mundo en una sola dirección, en tanto que mi perspectiva, situada en la perspectiva del otro y a su vez la perspectiva del otro situada dentro de mi perspectiva, enriquecerá nuevas perspectivas del mundo y los individuos serán más consecuentes, porque racionalmente habrán desarrollado la facultad de pensar por cuenta propia, situarse en la perspectiva del otro enriquece su propia perspectiva en los términos de los principios de una racionalidad kantiana. La diferencia es el respeto por el otro, por su perspectiva, saber que podemos pensar la realidad y la sociedad desde perspectivas opuestas sin que por ello genere un conflicto por la diferencia de nuestras perspectivas. El respeto por la diferencia nos sitúa en el más alto grado de desarrollo de la cultura de una sociedad y nos proporcional el conocimiento, la sensibilidad y la madurez intelectual necesaria para alcanzar una mayoría de edad en el ámbito político y filosófico en la concepción de la vida. La descentralización de las perspectivas de los individuos acerca de la manera de pensar la sociedad permitirá ir en la búsqueda de la verdad como la única posibilidad real de construir la sociedad donde la cultura de la tolerancia, el pluralismo ideológico y el respeto por la diferencia sean los aspectos naturales y esenciales de la existencia de una sociedad humana y solidaria. Un individuo capaz de lenguaje y acción comunicativa, estructura una personalidad que garantiza situarlo en condiciones de participación en procesos de entendimiento, para configurar una cultura de la tolerancia con un individuo de conciencia crítica que afirma su propia identidad en un proceso de interacción con los demás individuos y con la sociedad, generando la "reproducción cultural" que asegura una continuidad del ejercicio del saber y la tolerancia en la vida cotidiana, creando una "integración social" que consolida la legitimidad e identidad de los diferentes grupos sociales que interactúan en la sociedad como un proceso de "socialización" de los individuos que aseguran a otras generaciones la capacidad de una acción comunicativa. La sociedad contemporánea tiene que educar al hombre desde su primer estadio de desarrollo para asumir la razón de la tolerancia y el respeto por las diferentes perspectivas que circulan en el mundo de la cultura, sobre el ordenamiento económico y político de una sociedad, sobre las múltiples concepciones del mundo y la vida, sobre la manera de asumir el deseo, la muerte o el amor. La utopía de una sociedad de entendimiento sólo es posible mediante la cultura. Ella será el cimiento sobre la que se construirá la tolerancia y el pluralismo con el respeto que las perspectivas ajenas nos merecen como una manera de que nos respeten nuestras propias perspectivas. Si pisoteamos las perspectivas del otro, no tenemos derecho a exigir que se nos respete la nuestra, este principio básico debe guiar los presupuestos sobre los que se asuma la tolerancia. Si nuestra perspectiva es falsa debemos tener el suficiente coraje intelectual para abandonar y decantarla en la perspectiva del otro y en el mundo de la cultura. El conflicto que podría generar la confrontación de las perspectivas sólo puede ser atenuado también mediante la cultura. La cultura es el hombre, su manera de pensar no autoritaria sin agredir la perspectiva ganada por el otro, es esa realización y reconocimiento en el otro en tanto que el otro se realiza y se reconoce en mí. La cultura es el espacio mental y físico que permite el encuentro de las diferentes maneras de concebir la vida; es esa facultad de acercarnos lúcidamente a las múltiples concepciones de conocimiento y pensamiento humano que hace afirmar al hombre su propia identidad y afirmarse en la memoria de los hombres porque el hombre es el único animal que sabe que se va a morir y por ello se inventa la cultura como una manera de aprender a morir. Cultura es todo lo que nos acerca socialmente a la posibilidad de un encuentro para la tolerancia, el pluralismo y la libertad. Es todo lo aprendido socialmente y compartido por todos los hombres de la sociedad. El individuo recibe una cultura como parte de una herencia social y a su vez puede introducir cambios que luego forman parte de la herencia de las siguientes generaciones. La tolerancia tiene que ser aprendida socialmente y compartida por el conjunto de la sociedad como un principio fundamental de la cultura. Una inmersión de la conciencia de los individuos en el mundo de la cultura anulará toda forma de dogmatismo que es falsa conciencia. Educar para la tolerancia es educar para la libertad. Educar para la libertad es educar para el pluralismo. Una educación para la tolerancia es una educación para la cultura. En los espacios construidos por la libertad es posible la cultura como realización humana y emancipación individual y social. La cultura es la salida del hombre de su estado de barbarie. El ejercicio de la tolerancia permite reconocer al otro como un igual haciendo posible el entendimiento racional con el otro. Este reconocimiento de la alteridad a su vez permite ir en la búsqueda de la verdad, saber que no esta la verdad en el ámbito de mi perspectiva sino también en la perspectiva del otro y en ese sentido es posible un diálogo sobre la sociedad que vivimos y queremos construir. Reconocerse en los otros es salir de mí para afirmarme en tanto que los otros me dan plena existencia. La subjetividad u objetividad en las interpretaciones del mundo tiene que reconocerse en la cultura desde donde emerge las diferentes perspectivas que hace la diferencia. La pluralidad ideológica permitirá hacer una lectura del mundo desde diversas perspectivas que enriquecerá el espectro del conocimiento y el pensamiento humano y asegurará la libertad social para poner en tela de juicio las concepciones teóricas que no posibilitan el desarrollo del mismo conocimiento y el de la sociedad que se fundamente en una participación democrática, libre y autónoma. La utopía de una sociedad tolerante tiene que resolverse en la distribución equitativa de sus bienes materiales y espirituales, porque mientras persista la desigualdad y la contradicción de la producción social y la apropiación privada, el conflicto que genera el no – acceso a la cultura y al disfrute de los bienes que produce la sociedad, se mantendrá socialmente y nunca será posible una "acción comunicativa" sobre la base del entendimiento o el consenso. Una solución política al conflicto tiene que fundarse sobre los presupuestos de una "ética argumentativa" donde las opciones políticas fuera del marco de la legalidad constitucional serán reconocidas como fuerzas políticas que también hacen parte del escenario del ejercicio de la política, entendiéndola como la facultad de pensar las soluciones económicas, sociales y culturales para la consolidación de la sociedad. Negar el reconocimiento político al movimiento insurgente, por ejemplo, como fuerza política alternativa que también quiere acceder al poder y hacer parte de la sociedad como partido, es negar la posibilidad de la existencia del pluralismo como fuente de reflexión y participación, a las diversas opciones políticas a las que puede aspirar un país, una sociedad. El exterminio de fuerzas políticas alternativas por parte de oscuras y reconocidas fuerzas paramilitares es el más vivo ejemplo de intolerancia política que persiste sobre la sociedad. Del odio por opciones políticas diferentes, por la defensa de privilegios y dogmatismos, se ha pasado al odio por la alegría y la ternura que movimientos sociales asumen cuando asumen la defensa por la vida. Una cultura por la defensa de la vida son los valores humanos universales que ya no tendrá retroceso en la sociedad porque se habrá ganado una lucha contra la muerte que quieren imponer los que no se pueden imaginar la vida y el mundo de otra manera.

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