El camino de la reflexión: Sobre Heidegger
Enviado por Héctor Valle
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I Inicio
En diálogo con un amigo, me permití apuntar hacia el hombre práctico de nuestros días, aquel individuo que todo lo cosifica y que corre, corre sin más, y en la prisa no inhala el suficiente aire, no se da tiempo para expandir sus pulmones y activar neuronas, provocando meditaciones. Lleva –argüía- fetidez y oscurecimiento. Huye del pensar.
El individuo, ante la huida del pensar, pasa a ser un perpetuador de pesadillas o, como bien definiera Hannah Arendt, el pater-familias que advierte a los suyos: "¡No te metas!" .
Prefiere paganizar la vida antes que soportar el imperio de la libertad. Porque, recordemos, libre es aquella persona que primero dejó de ser individuo –mero átomo irrelacionado- para luego darse al Otro, conocerlo, escucharlo y, junto con ello, reconocerse y encontrar su Yo, logrando unicidad al tiempo que deviene en armonía con sus pares, con elevación de espíritu.
Individuo, pues, que en relación con el Otro pasa a ser persona y esta en posición de percibir lo trascendente, lo inasible de la vida que es, según lo entendemos, la esencia de la misma.
El filósofo Martín Heidegger apunta al meollo del problema de nuestro tiempo: la huida ante el pensar.
II. Intervalo
Visitaremos tres aportes de Heidegger que hacen relación al mismo tema. Tres reflexiones de variada complejidad e intensidad, aunque con un mismo sustrato; sucedidas en el tiempo a través de intervalos de igual o similar duración: cinco años. La primera en 1944/45, la segunda en 1949 y la tercera en el año de 1955. Las dos primeras fueron en el periodo más conflictivo del pensador alemán en que estuvo vigente la prohibición de enseñar.
Por tanto, son para nosotros tres momentos de un único pensamiento que tuvo sus instantes de recogimiento para nacer a la conciencia y dejar su huella para ser visitada por la humanidad.
Pensamos que lo trascendente hizo aquí su parte, a través del intervalo, esa pausa intemporal luego pautada por lo temporal pero nunca mensurable en su duración en tanto sucede mas allá de lo lineal, en el espacio de la creación personal.
Por el intervalo se accede, a posteriori, convenimos nosotros, a lo trascendente, a aquellas regiones del espíritu que nos sustancian y decoran para regresarnos al camino con otra perspectiva que nace de una tal experiencia.
El intervalo, lejos de ser una interrupción es el puente que nos permite acceder a lo creativo, a la esencia de la reflexión a partir de la cual tanto creamos como recreamos; regresamos, sí, pero restaurados. Intervalo, reiteramos, no mensurable aunque sí apreciable, retrospectivamente. Es la fragua donde fundimos metales para quitar impurezas y llegar a crear una pieza pura que imane su luz y proyecte mejores obras.
Intervalo que da paso a la intuición. Por ello, nos valdremos de un esclarecedor ensayo sobre teoría de la creación artística, intitulado La energía del intervalo, en donde sus autores, Mario y Pablo Stratiotis, coinciden, entre otros conceptos que guardan relación directa con nuestro tema, con Bergson, en el sentido de que la intuición es inefable y que a partir de la cual se tiene acceso a la autentica realidad. Intuición creadora que tiene carácter holístico, totalizador, tanto por lo que ella capta como por las aptitudes que en ella confluyen: lo intelectual, lo volitivo, lo emocional, etcétera. Es, asimismo, el puente por el que el sujeto humano pasa al mundo de la libertad, de la plenitud, de la creatividad.
Ahora bien, estamos por iniciar una caminata y ya es tiempo que de comienzo la misma.
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