III. El proceso de la reflexión:
A – El Debate en torno al lugar de la Serenidad está entresacado de un diálogo, escrito en 1944,45, entre un investigador, un erudito y un profesor.
Al ser este texto, la piedra sobre la que se basa la arquitectura de la cual nutrirse del pensamiento del filosofo, vale el resumirlo desde las palabras del propio Martín Heidegger, para luego, sí, proceder con los otros ensayos a un interrelación mas sincopada entre texto y comentario.
La conversación transcurre durante una caminata por un camino de campo durante la cual los tres participantes convienen en afirmar, por ejemplo, que el pensar seria el llegar-a-proximidad de lo lejano (hablamos, claro esta, de la esencia del pensar)
Al avanzar por el sendero y al referirse a la Serenidad, nos hablan de la quietud, dado que el movimiento proviene de la misma y sigue estando introducido en ella. Siendo la Serenidad, tanto el camino como el movimiento, una vez que este no solo procede de la quietud sino que continua, repetimos, introducido en ella, como camino de dialogo que es.
Conversación esta que destaca desde el comienzo dos aspectos centrales a considerar: la palabra y la visión. La primera por apuntar a algo (antes que representarlo) y al hacerlo, al mostrarlo, lo demora en la amplitud de lo que tiene de decible. La segunda, es la visión que se conjuga con la esencia del pensar. Rebasa la figura del representar horizóntico-trascendental, siendo, el horizonte a considerar, el círculo de visión circundado por la vista, que sobrepasa el aspecto de los objetos, así como la trascendencia rebasa el hecho de divisar los objetos. Por tanto, horizonte y trascendencia son determinados por el trascender y el rebasar.
El círculo de visión es algo abierto, cuya apertura no viene dada porque miremos dentro de ella, por cuanto el horizonte del que se habla, es, para empezar, lo abierto que nos rodea.
Y esto ocurre cuando estamos a la espera de la esencia del pensamiento. Hemos dicho espera, no expectativa, en tanto esta conlleva el estar atado a una representación y a lo representado. La espera, en cambio, desiste de esto. Mejor aun: la espera no se deja comprometer en un re-presentar. La espera no tiene, propiamente, objeto. Tiene, sí, compromiso. Un compromiso con lo abierto, en la amplitud de lo lejano, al movernos libremente en las palabras.
De ahí que estar a la espera de la esencia del hombre, sea el estar a la espera en la Serenidad, la que aun oculta su esencia. Serenidad que es el soltarse del representar trascendental y, así, prescindir del querer del horizonte. Luego, colegimos que en todo obrar y causar se nota lo extraño que es a la Serenidad, cualquier carácter de voluntad, al no comprender lo que es natural a la voluntad, cual es tanto el querer operar, como también, la misma realidad.
Serenidad que, como esencia del pensar, es el estar resuelto a la verdad, al ocultar una perseverancia que reposa puramente en que la Serenidad adviene cada vez mas a su esencia y, perseverando, se sostiene en ella. Comportamiento que no se erguiría en una actitud, sino que se recogería en una continencia que seguiría siendo, en todo momento, la continencia de la Serenidad.
Esencia del pensar que es la esencial referencia humana al lugar que presentimos como proximidad a la lejanía, acercándonos, de tal forma, a la morada humana. Esencia que nos hace ir junto a, para representar lo dicho por Heráclito en el fragmento 122. Es la esencia del conocimiento, porque el carácter del proceder y del avanzar hacia los objetos esta resaltado, convincentemente, en ella.
Ahora bien, seríamos más precisos, aun, si en lugar de ir junto a, nos refiriéramos a ir aproximándose, en el sentido de introducir-se-en-la-proximidad, de dejarse comprometer con ella. Ir a la proximidad.
Al llegar los tres caminantes al final del recorrido –y ya siendo de noche- el Profesor advierte que, para el niño que hay en el hombre, la noche sigue siendo la costurera (aproximadora) de las estrellas, al aproximarlas unas a otras. A lo que el erudito agrega que las junta sin ribetes, sin costuras y sin hilo. Es el turno del Investigador quien, seguidamente, dice que tal costurera es la que aproxima porque solo trabaja con la proximidad.
En suma, concluyen que aquella lo hará, en el supuesto de que alguna vez trabaje, y no mas bien descanse, asombrándose de las profundidades de la altura. A partir de ahí podrá entonces el asombro abrir lo cerrado, puesto que por el modo de estar a la espera, si esta es espera serena, el asombro puede abrir lo cerrado. Y el ser humano es a-propiado a aquello desde donde estamos siendo llamados.
B – Camino de campo (Der Feldweg, 1949) para conmemorar el centenario de la muerte de Konradin Kreutzer
Heidegger nos narra que casi al comenzar el camino se encuentra con un roble a cuyo pie hay un banco de rústica carpintería, sobre el que solía haber, algún escrito de grandes pensadores que una joven inhabilidad trataba de descifrar y cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba al guiar, con serenidad, en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña.
Roble: árbol simbolizante de la vida y de la valentía, de la augusta presencia de la naturaleza que a su pie abriga toda esencia. La dureza como el perfume de la madera del noble árbol nos revela, a su vez, perceptiblemente, de la lentitud y de la constancia con las cuales crece. En tal crecimiento está fundamentado lo que perdura. Perdura pues fructifica, en tanto crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo– estar arraigado en la oscuridad de la tierra; que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es, de igual manera, ambas cosas: Dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora.
Camino de bosque que siempre está rodeado por el consejo alentador de lo mismo: Lo sencillo conserva el enigma de lo perenne y de lo grande, sin intermediarios y, repentinamente, penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga maduración. Claro está que, su consejo alentador habla solamente mientras haya hombres que, nacidos en su ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su origen pero no sirvientes de maquinaciones.
Advirtamos, especialmente, que en el aire del sendero, prospera la sabia serenidad, cuyo aspecto parece a veces melancólico, saber amable como lo es que, también, comprende a la serenidad campesina. Aquella que no la adquiere quien no la posee, y estos la tienen del sendero del campo. Como tal, la serenidad es, a no dudar, un portal hacia lo eterno, lo intemporal.
Al retornar al punto de partida por la vuelta que el sendero se da para recomenzar, percibimos al silencio. Lo sencillo se ha vuelto aun más sencillo. Lo siempre igual extraña y libera. El consejo alentador del sendero del campo es ahora muy claro: todo habla de la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo, culmina Heidegger, hace morar en un largo origen.
C – Serenidad (Gelassenheit) alocución pronunciada el 30 de octubre de 1955 en Messkirch, en oportunidad de celebrarse el 175 aniversario de Konradin Kreutzer.
En esta alocución, Martin Heidegger destaca, con preocupación, tanto la pobreza como así también la falta de pensamiento, advirtiendo que la falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes.
Preocupación que expresa en forma por demás nítida al afirmar que La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento.
Porque lo que comúnmente se da es el mero calcular, aquel tipo de pensamiento utilitarista que si bien es de recibo en nuestra vida no lo es cuando pasa a ser la forma única de pensar que arrebata todo proceso de reflexión. Por eso cuando alega que El pensar calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es. Hay dos tipos de pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, justificado y necesario: el pensar calculador y la reflexión meditativa, el maestro de Alemania pone el acento donde duele, en aquella falencia que una vez extendida en nuestra época, pone en riesgo el futuro mismo de la humanidad.
- En recuerdo de Rainer Maria Rilke
Cuando afirma que El pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior. Exige un largo entrenamiento Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio auténtico. Pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar, nos recuerda al poeta Rainer María Rilke quien en carta al joven poeta Kappus, fechada el 23 de abril de 1903, en Viareggio, Italia, le aconseja en los siguientes términos:
Deje usted a sus juicios su propia evolución silenciosa, intacta, que, como todo progreso, debe venir hondamente desde dentro, y no puede apremiarse ni favorecerse con nada. Todo es gestar y luego parir. Dejar cumplirse toda impresión y todo germen de un sentir totalmente en sí, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inaccesible al propio entendimiento, y aguardar con honda humildad y paciencia la hora del descenso de una nueva claridad: esto es lo único que se llama vivir como artista, en la comprensión como en la creación.
Para luego añadir estas maravillosas palabras:
No hay medida en el tiempo: no sirve un año, y diez años no son nada; ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiando en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano. Pero viene sólo para los pacientes, que están ahí como si tuvieran por delante la eternidad, de tan despreocupadamente tranquilos abiertos. Yo lo aprendo diariamente, lo aprendo bajo dolores a los que estoy agradecido: ¡la paciencia lo es todo!
Ese rigor y esa perseverancia que si bien son propias de titanes, resultan cercanos a lo humano cuando la persona, en puridad, se anima y se proyecta. Y, en tal proyectar, vestida de modestia, acude a la cita sin prisas ni expectativas, en la espera que no es inacción, sino ese duro y casi imperceptible madurar. El dejarse aprehender por la hondura del pensar sin método ni cálculo, sin poses ni sorpresas. Sin visitar, únicamente, lo nuevo, lo brillante sino que, por el contrario, aprendiendo a ver desde lo común y desde lo cercano.
Alejarse para acercarse mas a la esencia. Dejarse ir para llegar a buen término. Andar el camino y no asustarse si, por acaso, es un camino de bosque que culmina, en apariencia, abruptamente. Quizá esa culminación haga relación a una visión, a una percepción que debe modificarse ampliando el ángulo de la mirada para que esta sea, tanto más abarcadora, como la instancia lo amerita.
En un ensayo intitulado ¿Y para qué poetas?, Martín Heidegger, conmemora la muerte del genial poeta alemán y se plantea la pregunta de Hölderlin acerca de la razón de ser de la poesía y al visitar el término lo abierto, palabra fundamental en la poesía de Rilke, nos manifiesta qué significa eso que no se cierra o impide el paso. No cierra porque no pone límites, no limita, porque dentro de sí está libre de todo límite. Es decir, lo abierto, para Heidegger, es la gran totalidad de todo lo ilimitado.
Dice luego: El hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión "elevada". Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial.
Johann Peter Hebel escribió una vez: "Somos plantas –nos guste o no admitirlo- que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el éter y dar fruto." El poeta quiere decir: para que florezca verdaderamente alegre y saludable la obra humana, el hombre debe poderse elevar desde la profundidad de la tierra natal al éter. Éter significa aquí: el aire libre del cielo alto, la abierta región del espíritu.
Tenemos, pues, que el pensar, la reflexión pura no precisa de veleidades, no requiere frases altisonantes ni poses, sí implica una actitud de vida, la de detenernos y dejarnos ir. No ocuparnos de poner velocidad máxima sino máxima intensidad a nuestra atención para con la vida, para con las cosas y, fundamentalmente, para con nuestras propias acciones: reflexión sin prejuicios, sin juicios previos y con conciencia moral. Por ese diálogo interior en donde nos miramos a nuestro propio espejo sin dilaciones ni miradas de reojo y advertidos de la cuestión que sobreviene ante un pensar no calculador, despertamos a la vida y a lo verdadero que se da cita en una instancia que presupone entrega y modestia, hondura y comprensión.
Dice más, habla de la abierta región del espíritu, porque lo inefable se da, en una atmósfera de entrega y apertura, sin condicionamientos, sin atajos, de cara al viento, presto a ser sorprendido.
Seguidamente, Heidegger habla sobre el riesgo que se corre ante la pérdida del arraigo, ante la supremacía de las cosas, movidas por un pensar puramente calculador en detrimento de una reflexión que, a todas luces, tiende a disminuir ante el avance de lo efímero, de lo banal.
Remarca la imperiosa necesidad que tiene el hombre de discurrir por los senderos de la reflexión auténtica, acuciado como esta por el embate de lo tecnológico en tanto parece primer el objeto sobre el sujeto, las cosas por sobre el hombre, la dependencia de este de lo que produce y no un uso apropiado del que se valga el hombre para ser en esencia el mismo hacedor y viva en libertad, una libertad tal que lo lleve a explorar las inmensidades de las regiones del espíritu, liberado del yugo de las cosas en tanto cosas producidas por el quien debe merecer su mejor hora y no la oscuridad producida por su propia sombra.
Fue Hannah Arendt quien, al celebrar los ochenta años de su maestro, recordando el texto de Serenidad (Gelassenheit, 1959, s.15), manifestara que:
El pensamiento en cuanto pasión, surge del simple hecho del ser-nacido-en-el-mundo y después "reflexiona sobre el sentido que gobierna en todo lo que es", puede tener una finalidad –los conocimientos o el saber- en tan escasa medida como la tiene la vida misma. Para concluir en su idea, al afirmar que El fin de la vida es la muerte, pero el hombre no vive en interés de la muerte, sino porque es un ser viviente y no piensa en interés de un resultado cualquiera, sino porque es un "ser pensante; es decir, un ser que reflexiona" (ibidem, S.16).
De lo que deviene la crítica relación del pensamiento con sus propios resultados. El filosofar que pone a prueba lo logrado por uno mismo, que abdica de sistemas, en tanto en cuanto puedan obstruir el caudaloso curso del pensar reflexivo anteponiendo barreras y desvíos.
El velo de Penépole
Así ilustra Hannah al proceso de pensar que atiende y puede muchas veces deshacer lo hecho en materia de conclusiones, anteriormente. Todo esto en abono, en refuerzo de lo que anteriormente manifestáramos sobre el filosofar, el libre pensar. Vayamos a sus propias palabras:
Si se compara el pensamiento (en su inmediata y apasionada cualidad de ser viviente) con sus resultados, le pasa lo que al velo de Penélope, que vuelve a descoser por la noche lo que ha hilado por el día, para poder empezar de nuevo al día siguiente.
Ciertamente, constatamos la dificultad que muchas veces lo cercano ofrece en tanto no demos o no nos tomemos la distancia suficiente para ver, en perspectiva, la situación que nos ocupa.
Veamos:
¿Cuáles serían el suelo y el fundamento para un arraigo venidero? Lo que buscamos con esta pregunta tal vez se halla muy próximo: tan próximo que lo más fácil es no advertirlo. Porque para nosotros, los hombres, el camino a lo próximo es siempre el más lejano y por ello el más arduo. Este camino es el camino de la reflexión.
El pensamiento meditativo requiere de nosotros que no nos quedemos atrapados unilateralmente en una representación, que no sigamos corriendo por una vía única en una sola dirección. El pensamiento meditativo requiere de nosotros que nos comprometamos en algo (einlassen) que, a primera vista, no parece que de suyo nos afecte.
Tenemos, para nosotros, que un pensar reflexivo es tal cuando la atmósfera trae consigo apertura, perseverancia, espíritu crítico, compromiso. Atributos estos de la persona que se sabe en el camino, no en la búsqueda afanosa de pasajeras preseas, sino que, imbuida de un tal espíritu, va en busca de lo verdadero, siendo, esencialmente, humano al permitirse dudar y, consiguientemente, escuchar sin restricciones el pulso de la vida.
Al acercarnos al final del texto, leemos lo que el maestro tiene para decirnos a respecto de quien gobierna o quien es gobernado por las cosas. Actitud que hace a lo sustantivo que cada cual estime del caso y que nosotros otorgamos a la persona por sobre las cosas que ella produce. Claro está, ser libres, como dijéramos al comienzo, reporta compromiso y apego a nosotros mismos muchas veces en contra de lo establecido, de lo comúnmente aceptado que nos vemos impelidos a cuestionar en tanto seres racionales que en la pasión de nuestro libre ejercicio de la voluntad, nos atrevemos a exponer a los otros, aunque se esté en franca minoría. Solamente la presentación de una crítica valedera nos hará rever nuestra posición deshilando como Penélope, el hilo del pensar.
La apertura al misterio y la Serenidad para con las cosas
Afirmaba Hannah Arendt que no es la filosofía de Heidegger sobre la que uno se puede preguntar, con razón, si es que siquiera existe, sino sobre el pensamiento de Heidegger, que es lo que ha determinado tan decisivamente la filosofía de nuestro siglo. Pensamiento este que tiene una única cualidad que solo a él le atañe y que, si se quisiera mostrar y captar al nivel del lenguaje, está en el uso transitivo del verbo "pensar".
Apertura al misterio y Serenidad para con las cosas, pues, que instala una cualidad en la persona que la hará merecedora de la luz y la distancia suficiente para aprehender lo cotidiano sin perderse en la inmediatez y cercanía de las cosas y los hechos, al darnos el tiempo y el espacio propicios para reflexionar y recobrar, en tal acto, la centralidad de la acción volviendo a nosotros la facultad de determinar siquiera el curso a seguir en lo que a uno le compete decidir, claro está.
Recordemos que Heidegger no piensa sobre algo sino que piensa algo, sumergiéndose sin más en lo profundo para abrir caminos y poner señales de camino, al contar con la capacidad de asombrarse ante lo simple y lo cotidiano, tomando a este asombro como posición al no tener arraigo que influya en su toma de posición en el sentido de estar condicionado antes de pensar, no teniendo, por tanto, prejuicios que aten y estrangulen su capacidad de movimiento. Esta facultad de asombro ante lo simple y lo cotidiano permite desarrollar, entonces, la capacidad de pensar.
Pensamiento el de Heidegger que, al estar de las palabras finales de Arendt en el citado homenaje, no proviene del siglo, sino de lo ancestral, dejando tras de sí algo pleno que, como todo lo pleno, vuelve a lo ancestral. Pensamiento que refiere a una actividad no contemplativa sino plenamente activa que, si bien puede tratar algo específico, sin embargo, no debe ser su finalidad la solución de asuntos puntuales puesto que su actividad, la del pensar, es incesante y como dijera el maestro al abrir caminos se logra una apertura a otro camino o, como la metáfora de los caminos de bosque no son, al estar de lo que la crónica nos refiere, no son vías que conduzcan a sitios precisos sino que culminar en ninguna parte.
Son senderos diseminados por el bosque, formas de andar, que aparecen y desaparecen con igual facilidad. Aparecen y de golpe ante nosotros se cierra el bosque nuevamente, quedando a nuestra frente la espesura del bosque. Figura metafísica de nuestro Occidente, estos caminos de bosque refieren a la manera en que transitamos en nuestra meditación sobre la esencia de aquello que lo comprende, que lo motiva y lo constituye.
Visitemos uno de los seis caminos que dieran título a la obra publicada con tal nombre. Caminaremos por el segundo camino:
La época de la imagen del mundo
La meditación consiste en el valor de convertir la verdad de nuestros propios principios y el espacio de nuestras propias metas en aquello que más precisa ser cuestionado, nos dice el maestro en este ensayo que viera la luz en el crítico año de 1938.
Vemos en dicho estudio cómo, en toda época, se interpela al pensar mismo, con rigor y con profundidad, desde una mirada tan crítica como pronta a dejarse sorprender por una nueva percepción (de la cosa objeto de análisis)
Dice, a su vez, en este trabajo, que el obrar humano se interpreta y realiza como cultura. Así, pues, refuerza Heidegger, la cultura es la realización efectiva de los supremos valores, por medio del cuidado de los bienes más elevados del hombre. La esencia de la cultura implica que, en su calidad de cuidado, ésta cuida también de sí misma, convirtiéndose en una política cultural.
O sea que, el compromiso personal, también, debe estar volcado hacia el Otro, en armonía con la esencia de la persona y en oposición –en cuanto a representar lo contrario- de lo alienante del individuo que se atiende sólo a sí mismo y a su pequeña y pedestre historia.
A resultas de lo cual y ante la perspectiva de que un día el pensar calculador pudiera llegar a ser el único válido y practicado, conviene recordar este momento final de la conferencia sobre la Serenidad:
Entonces el hombre habría negado y arrojado de sí lo que tiene de más propio, a saber: que es un ser que reflexiona. Por ello hay que salvaguardar esta esencia del hombre. Por ello hay que mantener despierto el pensar reflexivo.
Sólo que la Serenidad para con las cosas y la apertura al misterio no nos caen nunca del cielo. No a-caecen (Zufälliges) fortuitamente. Ambas sólo crecen desde un pensar incesante y vigoroso.
Tal vez la celebración conmemorativa de hoy sea un impulso a ello. Cuando respondemos a su pulso, pensamos entonces en Conradin Kreutzer, al pensar en la proveniencia de su obra, en la savia vital de la tierra natal, Heuberg.
Y somos nosotros los que así pensamos cuando, aquí y ahora, nos sabemos los hombres que deben encontrar y preparar el camino a la era atómica, a través y fuera de ella.
Cuando se despierte en nosotros la Serenidad para con las cosas y la apertura al misterio, entonces podremos esperar llegar a un camino que conduzca a un nuevo suelo y fundamento. En este fundamento la creación de obras duraderas podrá echar nuevas raíces.
Así, de una manera cambiada y en una época modficada, podría nuevamente ser verdad lo que dice Johann Peter Hebel: "Somos plantas –nos guste o no admitirlo- que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el éter y dar fruto."
Es decir que, y antes de acceder a la música como vía para repensar el pensar reflexivo, mencionemos en palabras de Heidegger, lo sustantivo al asunto:
Por eso, el proceder anticipador –viene de argumentar sobre la ciencia y el método investigativo- debe tener la vista libre para la variabilidad de lo que se encuentra.
Y prestemos suma atención a las siguientes palabras: La plenitud de lo particular y de los hechos sólo se muestra en el horizonte de la constante renovación de la transformación.
De modo tal que la constante debe ser la renovación, la libertad de repensar lo pensado y rever sistemas y acercamientos a lo pensado o a pensar.
IV. Messkirch
Todo comenzo desde la imaginacion de un niño.
En la torre de la iglesia que quedaba al lado del castillo y al frente del jardín de los tilos, Martín solía de pequeño pasar buenos ratos entretenido más por las ensoñaciones que despertaban al mirar hacia el campo, que de los juegos que pudiera jugar allí arriba.
Compartía el espacio con el entrañable campanario de siete campanas que marcaban, pausada y rítmicamente, tiempos y circunstancias. Desde allí, desde la torre, primero imagino para luego ver su camino de campo (el que hoy pretendemos recorrer nosotros)
Y lo hizo en momentos en que su padre trabajaba de tonelero del pueblo y como sacristán en dicha iglesia, en una época en la cual comenzaba la lucha entre dos vertientes del catolicismo del lugar: los romanos (a la que perteneciera su padre) y los cultos (de tendencia nacionalista liberal correspondiente a la burguesia). La tradicion y la modernidad.
Estaba en su lugar, la ciudad de Messkirch y el divisar aquel camino fue, a no dudar, un signo de su vida y un amanecer en el pensamiento de Occidente.
Ciudad ubicada en una región de escasos recursos y hermosos paisajes. La cuna del filósofo linda con el lago Constanza, los Alb suabos y el Alto Danubio.
Tantos los alamanes como los suabos, componen las dos corrientes de las que se nutre la población del lugar, con sus peculiaridades que se complementan. Los alamanes: pesados, algo retorcidos y cavilosos; los suabos: mas alegres, abiertos y soñadores. Heidegger toma como sus referentes, justamente a un representante de cada uno. A Johann Peter Hebel, descendiente de alamanes y a Friedrich Holderlin, un suabo.
En ese lugar, en Messkirch, Heidegger halló su sitio, su contrada, donde encara desde las ensoñaciones de una vista elevada, a su camino de campo.
En la fecha de San Martín, el 11 de noviembre, ya mayor, Martin Heidegger solía ocupar el sitio que le correspondía por el origen familiar, en la iglesia. El mismo templo que lo viera como monaguillo y como explorador furtivo.
En su vejentud, disfrutó, por ejemplo, del fútbol –recordemos que de joven practicó este deporte desde el puesto de delantero- viendo partidos por televisión en casas de vecinos, emocionándose por el trámite del encuentro, dejándose llevar, pues, por la emoción de lo cotidiano y común. Permitiendo hablar a las cosas sencillas, escuchándolas incluso sin necesitar de la embriaguez de lo novedoso o llamativo.
Messkirch fue, en suma, su patria.
V. Albert Schweitzer y el pensamiento perdido
El gran humanista Albert Schweitzer, quien diera ejemplo de vida y nos legara, también, un riquísimo pensamiento probado en la acción cotidiana con sus semejantes, es autor de un texto que guarda relación directa con lo aquí tratado, razón por la cual habremos de presentar, a continuación, un resumen del mismo. Se intitula: ¿Qué es una concepción del universo?
Nos manifiesta que, en última instancia, la filosofía debe ser guía vigilante del sentido común, destacando en primer término que la capacidad que posee una persona de ser un portador de cultura, es decir, de comprender la cultura y obrar para ella, depende de su capacidad de ser, al mismo tiempo, un pensador y un ser libre, siendo que la cultura presupone la libertad.
Va de frente y es claro al destacar que el hombre moderno ha perdido tanto la libertad como la capacidad del pensamiento, a lo que se le suma el exceso de tensión, acotando que desde hace generaciones una gran cantidad de individuos han cesado de vivir como personas para vivir como trabajadores.
Es un texto tan actual y frontal, en el que desvela la calidad de no-pensante de quien va en busca, no ya de formación sino de un sostén y, para colmo, de aquel tipo de sostén que menos esfuerzo espiritual le exija.
Una prueba, a su entender, de hasta que punto la falta de pensamiento se ha convertido en el hombre moderno en una segunda naturaleza, lo demuestra el tipo de sociabilidad que habitualmente practica con lo cual nuestra sociedad esta creando una imagen rebajada del hombre.
Y no es que Schweitzer estuviera en contra del trabajo, nada más lejos en una persona que dedico su vida al trabajo y al esfuerzo en pro de las mejores causas de la humanidad. No. A lo que se refiere, es a que no debemos abolir el significado espiritual del trabajo para el trabajador. El trabajo, dice, lo obliga a poner en juego solo una parte limitada de sus capacidades, y no su entera persona.
En cuanto a la juventud, la de su tiempo como la del nuestro, recibe una enseñanza que no es lo suficientemente universal como para permitirle descubrir alguna relación entre las diferentes ciencias, y crearse de este modo, de la manera más natural, un panorama del saber contemporáneo.
Este hombre sin libertad, disperso e incompleto, nos ilustra el hombre de Lambaréné, se encuentra, al mismo tiempo, amenazado por el peligro inminente de caer en la más completa falta de humanidad, al ir perdiendo la capacidad de apreciar nuestras afinidades con los demás hombres, encaminándose, de este modo, por el camino de la inhumanidad al cosificar a gran parte de sus congéneres, al catalogarlos como una acumulación de material humano, de hombres como cosas.
Dice, y uno coincide, que se ha creado en la sociedad una imagen del mundo que ya no es capaz de concebir el destino de la persona individual, porque la considera en su exclusiva cualidad de numero y de objeto.
Enfatiza el hecho de que el hombre moderno se pierde en la colectividad de la manera más increíble, penetrando, de este modo, en una nueva Edad Media.
Una vez que el acto volitivo, aduce, se convierte en regla fija, la libertad de pensamiento ya no sirve para nada, es inútil. Algo singularmente importante que puntualiza Schweitzer es que no sólo desde el punto de vista intelectual, sino también desde el punto de vista ético, es anormal la relación presente entre el individuo y la colectividad. Y lo argumenta en el entendido de que al renunciar a la propia opinión, el hombre moderno renuncia, también, al propio juicio moral. De ahí que cuando se cuestionara ¿Qué es una concepcion del universo?
El médico y filosofo, teólogo y notable músico, se responde afirmando que es el conjunto de ideas que la sociedad y el individuo aislado se han formado sobre la esencia y la razón del mundo, sobre la posición y el destino de la humanidad y del hombre dentro de ella.
- El hombre común y una esperanza
Finalmente, Albert Schweitzer, al hablar sobre la concepción del universo, o Weltanschauung, apunta, en lo medular, a que, de por sí, existe en el individuo medio una capacidad dada de reflexión, que no sólo le permite crearse una Weltanschuung propia a través de su pensamiento sino que, además, hace de ella una necesidad normal.
Culmina manifestando que los grandes movimientos de opinión que tuvieron lugar en las épocas antiguas y modernas, permiten sostener con confianza la tesis de que en el individuo normal existe un pensamiento elemental capaz de despertar de su letargo, siendo que la observación cotidiana de las personas que nos rodean confirma esa creencia.
La persona, entonces, está destinada a desarrollarse hacia una verdadera personalidad a través de su propia Weltanschauung nacida del propio pensamiento.
¿Estamos realmente facilitando que tal posibilidad sea probable? ¿Significativamente nuestras acciones personales y cotidianas, se compadecen con un tal pensar? ¿Es dable aguardar en medio de nuestras miserias humanas, una reconsideración del sentido de nuestras vidas que conlleve una valoración ética y moral sobre el sentido ultimo de las mismas?
VI. Kreutzer, la música y la persona
El músico Konradin Kreutzer -1780-1849- a propósito del cual Heidegger diera dos conferencias, aquí estudiadas. (La primera al cumplirse el centenario de su muerte y la segunda en el 175 aniversario de su nacimiento)
Guarda relación con lo tratado, tanto por su obra, cuanto por pertenecer a la ciudad y estar, a la vez, emparentado con Heidegger.
Kreutzer, que fuera llamado el pensativo por sus contemporáneos, pasó a ser uno de los más reconocidos compositores del Romanticismo germánico, habiendo trabajado a la sombra de los grandes de su época para luego, él mismo, recibir el merecido reconocimiento por su obra que lejos de limitarse a componer, le tuvo, en primera fila, como cantante, concertista de piano e instructor vocal (recordemos que su hija y discípula, Cäcilia, se convirtió en su momento en una famosa cantante) Kreutzer, en fin, fue un prolífico compositor musical, al haber visitado casi todos los géneros, si bien sobresalió por sus lieder. Composiciones de enorme éxito tanto en conciertos como para la gente común que las tomó para sí. Fue, consiguientemente, un hombre que siendo importante en su medio supo ser comprendido y aceptado por el hombre común de su época, habida cuenta de la sensibilidad que lo ligaba a su medio.
Quizá, si volvemos sobre lo apuntado al inicio, vista la intención de Heidegger de no asociar el pensar a lo exclusivo sino a lo común, a lo que nos circunda y acaece, habremos de culminar esta reflexión sobre un aspecto cumbre, ya señalado:
El hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión "elevada". Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial.
A lo que asentimos, en silencio, dejando que nuestra mente prosiga por el sendero, sin rumbo, aunque con la determinación de que la apertura al misterio se de cita, sin prisa, a su tiempo, que será, a no dudar, el nuestro. El propio.
Pensemos, pues, reflexivamente.
VII. Versos libres
Es tiempo de silencio, es hora de encuentros. Instancia e instantes para dejarnos ir, para reencontrarnos en unidad de cordialidad y de razón, abogando por un pensar reflexivo en el hombre de a pie, en la mujer de a pie. Pensar generador de una mayor hondura y una mejor visión, una cosmovisión mas abarcadora de lo inefable, esencia de lo humano.
En la torre de la iglesia
Siete campanas marcan un sino
Espacios y tiempos
De un inaugural lugar
Tiempo de ensueños
Momento creador
Se proyecta un camino
Y un bosque por descubrir
Un niño trama en silencio
Lo que un mundo aprehenderá
El Instante ya no es medida
Sí no un modo de soñar.
Arendt, Hannah Martín Heidegger o el pensamiento como
actividad pura, Cuarderno Archipiélago nr. 9
Safranski, Rüdiger Un Maestro de Alemania, Tusquets Editores
Heidegger, Martín Serenidad, Ediciones del Serbal
Heidegger, Martín Caminos de bosque, Alianza Universidad
Heidegger, Martín De camino al habla, Ediciones del Serbal
Bibliografía
Heidegger, Martín El camino del campo, La Prensa 1979-Horacio Potel
- Heidegger, Martín Arte y poesía, Breviarios FCE
- Höslinger, Clemens El universo romántico de Kreutzer, Orfeo I.M. Gmbh
- Liberman-Schöffer El pentagrama secreto, Gedisa editorial
- Rilke, Rainer Maria Cartas a un joven poeta, Alianza Editorial
Schreier, Peter CD: Conradin Kreutzer – Lieder, Orfeo
Schweitzer, Albert El pensamiento perdido, Revista Sur
Schweitzer, Albert Aceptación del Premio Nobel de la Paz
Storr, Anthony La música y la mente, Paidós de música
Stratiotis, Mario y Pablo La Energia del Intervalo, Editorial Intervalo
Héctor Valle
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