En esta monografía me refiero al canto, la música y la danza interpretada por los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, y a algunas de las bandas y cuerpos de baile en las que se agrupan sus descendientes. Tomo como fuente textos de escritores, críticos, e inmigrantes que se expresaron al respecto.
A los inmigrantes les gusta cantar. Cantan en su tierra, en el barco, y cantarán también en la tierra nueva.
Villoldo evoca al gringo que canta: "Sos para el canto, che, gringo/, como para el bofe el gato/ tomá una grapa d’Italia/ y descansemos un rato" (1). En el tango "La Violeta", de Nicolás Olivari, encontramos al inmigrante nostálgico que bebe y canta: "Canzoneta de pago lejano/ que idealiza la sucia taberna/ y que brilla en los ojos del tano/con la perla de algún lagrimón…" (2). En el poema "Antiguo Almacén ‘A la ciudad de Génova’", evoca al italiano Miquelín, quien "Mientras le duraba la plata cantaba,/ cantaba las lejanas canciones milanesas de su tierra/ y hombreaba recuerdos como hombreando cereal…/" (3).
Gustavo Riccio, en el poema "Elogio de los albañiles italianos", asocia el canto con la realidad social de los inmigrantes. Ellos cantan mientras trabajan, pues "en lo alto sienten ellos/ que una canción de Italia se les viene al encuentro" (…) Más líricos que el pájaro son estos que yo elogio:/ el nido que construyen no es para su reposo,/ el lecho que levantan no es para sus retoños…/ ¡Ellos cantan haciendo las casas de los otros!" (4).
En la colonia entrerriana, cantaba una vidalita Jacobo, uno de los gauchos judíos de Gerchunoff (5).
La afición por la música se heredaba en la familia de Julia Zenko: "El abuelo de Julia cantaba en los templos judíos y era actor aficionado. El papá era carnicero y cantante de tangos. Ella jugaba a ser cantante desde que aprendió a hablar (…) ‘Yo fui criada con muchas músicas en mi cabeza’, reflexiona" (6).
Cantaban los picapedreros en Tandil: "Siempre se cantaba en las canteras: en las fiestas, en las huelgas, en las calles, en las casas, en el trabajo, en la soledad y en la compañía" (7).
De su tierra trajo el croata Kovacic los villancicos. Los transcribe en sus memorias, para que en América también puedan cantarlos (8).
No sólo las ocasiones alegres se acompañan con música. Enrique Novick evoca, en "Balada para un padre ausente", el efecto que la música de su tierra tenía en el padre enfermo de Alzheimer: "Cuando le/ cantaba,/ próximo/ a su lecho,/ canciones/ antiguas/, sin nombre/ ni dueño,/ que hablan/ de una aldea/ con hornos/ de piedra,/ cerca de las/ casas,/ sus pisos/ de tierra,/ Marc Chagall/ brotando/ de acequias/ y techos;/ que él/ acompañaba/ con su voz/ pausada,/ rescatando/ estrofas/ tras un gesto/ austero,/ y un temblor/ extraño/ que escurría/ en su cuerpo,/ peces abismales/ y negros,/ hasta ser un eco/ más/ entre los ecos,/ que suelen/ merodear/ por mi cerebro" (9).
Otra canción es la que evoca, en "Celestes ojos italianos", el poeta Francisco de Madariaga, quien pregunta a su madre fallecida: "¿Estarás cantando la canción que cantaban/ tus celestes ojos italianos?/ ¿O estarás escuchando cómo canta mi corazón,/ que fue la única maravilla en tu terror a/ los viejos gauchos bandoleros y en tu/ fracaso?" (10).
En el cantar se advierte una espontánea vocación artística, y una memoria que no quiere fenecer.
Ya en el Martín Fierro, publicado en 1872, aparece un italiano que hace música: "Allí un gringo con un órgano/ Y una mona que bailaba/ Haciéndonos ráír estaba/ cuando le tocó el arreo./ ¡Tan grande el gringo y tan feo!/ ¡Lo viera cómo lloraba!" (11). También encontramos un inmigrante en "El alma del suburbio", de Evaristo Carriego: "Soñoliento, con cara de taciturno,/ cruzando lentamente los arrabales,/ allá va el gringo… ¡Pobre Chopin nocturno/ de las costureritas sentimentales!" (12).
Traían desde su tierra la inclinación por este arte. A pesar de la tristeza, "La música y las danzas abundaban en el barco –escribe Scotti. Algunos tocaban el acordeón, otros la flauta, y por encima de la baraúnda, el violín diáfano de Padrazo" (13).
Los Podestá, conocidos como actores, fueron también músicos. Lo destaca María Esther Podestá, en Desde ya y sin interrupciones, su libro de memorias, cuando escribe: "como la mayoría de los Podestá, mi padre era músico, además de autor de comedias" (14).
En uno de sus poemas, María Teresa Andruetto recuerda la afición musical de su padre: "El padre toca el banjo en la cocina/ de la casa (…) El padre toca rumbas,/ habaneras, canciones italianas" (15).
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