La música no podía faltar en el festejo del casamiento. De la colectividad italiana es el que recuerda Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido. Se ha casado Darío Nicodemi: "el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional" (16).
Además de tocar por gusto, algunos hijos de inmigrantes emprendían estudios formales. María Luisa Cuccetti recuerda su iniciación musical: "ya cuando estaba en el primario, una amiga mayor me empezó a enseñar piano", pero su padre, un clarinetista profesional genovés que se había instalado en La Boca, la anotó en el conservatorio: "Ibamos en tranvía, y como era en el centro, me ponían sombrero… ¡Bah, capotita! Los sombreros eran para las señoritas" (17).
Recordemos que también fue un inmigrante, el italiano Luigi Gusberti, quien tuvo una relevante actuación en la actividad musical de la tierra a la que emigró, donde fue "Director de la Banda Sinfónica en la capital de la provincia del Chaco y fundador de las bandas musicales del colegio Don Bosco" (18). Lo mismo sucedió con Antonino Malvagni -quien fue director de las bandas militares de Tucumán y fundó la Banda Municipal de Buenos Aires y el Conservatorio Alberdi- y con el padre de los Discépolo (19).
Hacía música el galleguito de González Carbalho, quien emigraba solo a los diez años: "la armónica en los labios/ hice todo el viaje" (20).
Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un instrumento muy difundido. El gaitero Carlos Núñez, de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que "los mejores gaiteros no permanecieron en Galicia sino que la mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada". En la Argentina y en Cuba, entraron en contacto con otros ritmos, al punto que "La música gallega se benefició de estas influencias, de estas tradiciones más abiertas" (21).
A escondidas tocaba la gaita un asturiano, pues su hermano, avergonzado del origen de ambos, se lo había prohibido. El anciano "cuando su hermano no estaba en casa, entraba en el dormitorio de los tíos, levantaba la trampa del sótano disimulada bajo la cama matrimonial, bajaba cinco escalones, prendía la luz, cerraba la tapa y tocaba su música en la clandestinidad durante horas" (22).
José Cameán Parcero cuenta que su padre" como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le enseñó a él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y con los Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los conserva en su taller de autos antiguos" (23).
Manuel Castro, descendiente de gallegos, "es fanático de la música celta. En sus viajes por Europa aprendió la historia y las costumbres de este pueblo europeo y ahora difunde sus conocimientos en la Argentina. (…) Fiel a las tradiciones, Manuel se calza la pollerita kilt y el zaragüelle –vestuario típico que usaban los gallegos en el siglo XVIII- para interpretar los temas musicales. (…) Con el grupo Potim (nombre de una bebida irlandesa ilegal) ya grabó un CD y ahora va por el segundo. ‘Soy un coleccionista de gaitas’, dice Castro y cuenta orgulloso que tiene 7 de esos instrumentos. ‘La primera gaita me la compré en un viaje que hice a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros escoceses. La cultura celta me fascina" (24)
"Sete Netos son, como su nombre lo indica, siete nietos de inmigrantes españoles que, puestos a hacer música, decidieron retomar los sonidos de sus ancestros –explica Adriana Franco. Así, Gabriel Ponte, Alberto López, Juan Martín Rodríguez, Juan Martín Pociello, Jorge Sisto, Hugo Reverdito y Hernán Giménez Zapiola, impulsados por gaitas, flautas, guitarras y bandurrias, logran un interesante trabajo en la combinación de instrumentos tradicionales con los más contemporáneos. En el camino de su búsqueda, los Sete Netos encontraron las conexiones de lo que, en los últimos tiempos, se conoció como universo celta. Así, a las composiciones gallegas se sumaron temas asturianos, escoceses e irlandeses, y el toque latino que los inmigrantes llevaron y trajeron en sus viajes" (25).
Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al tango. No es muy amable la impresión que tenía Carlos Gardel sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a Astor Piazzolla: "Mirá pibe, el ‘fueye’ lo tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como un gallego" (26).
Eladia Blázquez agradece que sus padres españoles hayan sido tan amplios de criterio, aunque su formación terminó siendo autodidacta: "En mi casa aprendí a ser libre. Mis padres eran españoles, él obrero y ella ama de casa. Podían haber sido muy cerrados pero no. Vieron pronto que tenían una hija artista, desde que me dieron el primer juguete musical: tuve mis xilofones, mis pianitos, que venían con la escala completa y afinada. Y no me obligaban a sentarme a comer si prefería encerrarme a hacer música. (…) Mis padres, dentro de sus humildes medios, me pusieron profesores de música que al poco tiempo aconsejaban: ‘Déjenla, déjenla cantar y tocar sola, tiene algo innato’ " (27).
"La música klezmer recoge la tradición melódica judía fundiéndola y con el jazz, el tango y el folklore ofrece una propuesta universal. A su vez, la poesía proyecta al plano de la palabra esa universalidad", afirma Santiago Kovadloff . Esta vertiente tiene diestros exponentes en nuestro país. César Lerner y Marcelo Moguilevsky destacan: "La interpretamos con el derecho que nos corresponde por nuestro pasado polaco y ruso" (28). Ellos son autores de "un tríptico notable que da cuenta de la riqueza con que abordan la música klezmer. ‘Klezmer en Buenos Aires’ marcó la primera mirada, fresca e intuitiva, sobre este género surgido en las comunidades judías de la diáspora. En ‘Basavilbaso’, el dúo –que se vale del piano, el acordeón, instrumentos de viento y la voz para interpretarlo- demostró que habían llegado hasta la médula misma del klezmer". La tercera parte, "Shtil", "es el cierre de este círculo perfecto y coherente" (29).
Acerca de Basavilbaso, expresó René Vargas Vera: "Así, como desde la sangre, desandan este camino inverso hacia su ancestro judío mesopotámico los talentosísimos César Lerner, en piano, acordeón y percusión, y Marcelo Moguilevsky en saxo soprano, flautas dulces, clarinete y claron. (…) La imaginería que produce en Lerner y Moguilevsky la memoria ancestral es descomunal. Pero no por lo grandioso sino por las infinitas sutilezas en las melismas orientales, por los mil adornos, los acentos rítmicos, los climas esotéricos de alucinantes introspecciones, por la enorme carga milenaria que encontramos en ese escondite –Basavilbaso- de Entre Ríos. Esta música es como el vuelo de los pájaros: imprevisible, sorprendente" (30).
Hubo muchos judíos en la historia del tango. Lo afirman José Judkovski, en El tango. Una historia con judíos (31), y Julio Nudler, en su libro Diáspora y bandoneón (32). Es precisamente ese instrumento el que intenta ejecutar un nieto de rusos, en el cuento "Historia con tango y misterio", de Oche Califa (33).
Amaban la música quienes se establecieron en la Colonia San José, en Entre Ríos. Eran franceses, suizos, alemanes y piamonteses. "No todos tenían gran preparación intelectual –dice Celia Vernaz. Si bien vinieron médicos, bachilleres y gente que tenía escuela y que pudo dedicarse a enseñar, otros solamente sabían trabajar, aunque algo que llama la atención es que la mayoría conocía música y formaban parte de la Banda" (34).
Una banda surge vinculada a una fábrica. "En 1929 –escribe Jorge Iglesias-, empujada por el primer impulso de sustitución de importaciones, nació cerca de Luján la Algodonera Flandria. Ocho años después, su dueño, Julio Steverlynck, fundó lo que para él sería uno de los más fuertes símbolos de su pueblo-industria: una banda de música". Mariela Ceva, historiadora y docente de la Universidad de Luján, dice al periodista que, para don Julio, "La banda era lo que le permitía traspasar las fronteras de la patria chica, cómo él decía. Era la que llevaba, más allá del pueblo, los valores de Flandria. Eran sus abanderados". Décadas después, "la banda musical Rerum Novarum sobrevive a la ex empresa textil de origen belga, que fue ejemplo de pueblo-fábrica" (35).
El Chango Spasiuk es el responsable de Polcas de mi tierra, "relevamiento de un siglo de música traída por los inmigrantes ucranianos". Ese CD –al decir de Gabriel Plaza-, es "un documento folklórico necesario que es memoria viva". En él, "El Chango Spasiuk construye un recorrido musical que recala en el ambiente, las costumbres y el testimonio de los inmigrantes ucranios que un siglo atrás llegaron a Misiones con sus polcas. Esta edición encuentra al acordeonista metido en la historia de sus propios orígenes donde aparecen canciones populares anónimas con una frescura que las mantiene vigentes. La virtud de esta producción es que se sale del lugar ‘arqueológico’ y son los protagonistas los que cuentan su historia. El músico capta la sencillez y belleza de los antiguos ritmos que se practican en esa región" (36).
Al fallecer su padre, el Chango Spasiuk lo despidió con lo que el hombre amaba: la música: ""Cuando todos se fueron, le pregunté a mamá qué le parecía y ella me dijo que si quería tocar, que tocara. Entonces le metí nomás. Le dí duro. Te imaginás –dice a Leila Guerriero-, a las tres de la mañana, tocando el acordeón en el velorio de mi papá, es una imagen loca y se puede interpretar mal, pero por qué no iba a tocar, si mi papá amaba la música" (37).
Se bailaba durante la travesía. Bailaba la clase alta; cinco hermanas gallegas recuerdan "los oropeles del baile de primera clase que habían espiado colgadas de un ventanuco de la cubierta. En el barco, los brillos y perfumes de los ricos estaban confinados en un salón, bien protegidos de los vahos de la chusma que se apiñaba en la bodega" (38).
Bailaban los inmigrantes. Lo recuerda Johann Bodemann, quien dejó Valais en 1857, y escribe: "Todo cambiaba cuando mejoraba el tiempo: se bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con nosotros viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy bien, más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa alumbraba el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del océano. Hemos visto una gran variedad de animales marinos. A veces bailábamos farándulas dando vueltas por todo el barco. Hemos pasado así muchas noches sobre el puente, hasta las doce o la una de la mañana, tan era eso hermoso" (39).
En el barco se crean lazos que perduran en la nueva tierra; éstos se evidencian, por ejemplo, en la elección de los compañeros de baile. Lo afirma Sergio Pujol: "Uno baila con los de su clase social, sus paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los inmigrantes que llegaron con uno en el barco" (40).
El baile ilumina los últimos momentos de una anciana inmigrante. Cuando "Doña Conce", la gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta. Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño" (41).
La danza era muy importante en los esponsales judíos en el litoral. Máximo Yagupsky dice: "El casamiento judío consistía de grandes celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente había mucha comida y había también comida para los gauchos vecinos, los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el bandoneón o la guitarra y bailaban también. En algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera, con el chamamé, el tango y el pericón" (42).
En la danza se integran las culturas. Esto sucedió, por ejemplo, en el Liceo Franco Argentino Jean Mermoz, donde, para festejar los treinta años del instituto, los alumnos de primaria –muchos de ellos de nacionalidad francesa- bailaron el pericón (43).
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Trajeron en el barco su música y sus danzas. Inmigrantes y quienes de ellos descienden las interpretan hoy día, al tiempo que cultivan la tradición del país que los recibió.
- Villoldo, citado por Colegio Schönthal
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Trabajo enviado por
Lic. María González Rouco
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