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Potencial reforma judicial y uso progresista del derecho en Costa Rica (página 9)

Enviado por AUGUSTO SILVA ACEVEDO


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

En América Latina la CEPAL, poseía una fuerte influencia de las ideas estructuralistas y reunía a quienes sostenían la inconveniencia histórica y económica de los mencionados modelos. Siendo así que, hasta principios de la década de 1980, las ideas neoliberales no habían pasado de ser una radical propuesta económica y todavía se debatían ampliamente en los círculos académicos, sobre todo latinoamericanos.

El debate en nuestra región, tenía su origen en las medidas económicas llevadas adelante por el gobierno de Augusto Pinochet en Chile, primer impulsor de este tipo de modelos de estabilización y ajuste.

La puesta en práctica de los P.A.E en nuestra región agravó la situación de millones de latinoamericanos que no encuentran respuesta frente al constante descenso de su calidad de vida. Según datos del Banco Mundial, durante el decenio de 1980, la pobreza aumentó del 27 al 31% y la distribución del ingreso empeoró en América Latina y el Caribe.

Según datos del Banco Mundial, la Pobreza Absoluta en el periodo 1980 – 1989 aumentó en la mayoría de los países de la región, mientras que el porcentaje de estos cambios tanto en la zona urbana como la zona rural. Lamentablemente, el empeoramiento es generalizado, con la excepción de Chile, Costa Rica y Colombia, países que en los mencionados años, lograron disminuir la pobreza.

El BID, en su documento "América Latina tras una Década de Reformas", hace un balance del combate a la pobreza en la región de la siguiente forma: "Después de reducirse continuamente a lo largo de los años setenta, la pobreza se incremento espectacularmente en América Latina durante los años ochenta. Para fines de la década, la población que vivía en una situación de moderada pobreza se había incrementado al 35% y la población que se hallaba en una situación de extrema pobreza había aumentado aproximadamente en un 17%".

Por supuesto el fenómeno de la pobreza no golpea a todos los países de la región de la misma manera. En Brasil por ejemplo, la situación se revela de extrema gravedad, ya que en 1989 el 45% de los pobres de toda América Latina vivía en ese país. Además de ello, ese país posee una de los peores coeficientes de distribución del ingreso de toda la región.

Los pronósticos son muy dificultosos de llevar adelante (sino imposibles) pero el rumbo que los gobiernos de la región deben tomar, esta hoy mas claro que nunca. Además, se verán respaldados, por quienes (como el Banco Mundial o el F.M.I), conscientes de las consecuencias del ajuste, hoy, paradójicamente hacen recomendaciones sobre las medidas que deben llevarse adelante para solucionar los propios desequilibrios sociales, que produjeron las medidas que ellos aconsejaron en los recientes años anteriores.

El punto alcanzado en la aplicación del ajuste requiere, urgentemente, las llamadas reformas de segunda generación, las cuales deberán hacer hincapié en el fortalecimiento de la calidad de las instituciones publicas, lo que conlleva un aumento de la lucha contra la corrupción y por supuesto la mejora de la cuestión social (disminución de la pobreza, desempleo y mejora de la distribución del ingreso).

Es claro que ninguna de estas cuestiones puede solucionarse en el corto plazo, ya que llevar adelante las mismas requiere de herramientas (como la mejora del sistema educativo) que dejan ver sus frutos en periodos muy largos de tiempo. Es por ello, que para construir un nuevo consenso social necesario para iniciar esta nueva etapa de transformación, se requiere de una fuerte voluntad política de los gobiernos, respaldada por fuertes programas de carácter social y una coincidencia de la clase política latinoamericana, que será una prueba de la madurez de la misma política interna de cada nación.

Esta innovación en la división del trabajo, acompañada por la nueva política económica centrada en el mercado, ha ocasionado importantes cambios, también en el sistema interestatal; en la forma política del sistema mundo moderno. Los estados hegemónicos, por su lado, por si mismos, o a través de instituciones internacionales que controlan (entidades financieras internacionales), han restringido la autonomía política y la soberanía efectiva de los estados periféricos y semi-periféricos con una intensidad sin precedente, aunque la capacidad de resistencia y de negociación de parte de estos últimos puede variar ampliamente.

Aquí entra en juego la honorabilidad y ética de los políticos que administran las naciones, significa, que muchos gobernantes, negocian financiamiento para estos menesteres, y a la postre esos dineros acaban en otras arcas, que no son las finanzas del Estado. Tal descontrol, que se fundamenta en el grado de corrupción en las políticas de gobiernos, da al traste con programas que pueden ser beneficiosos en niveles sociales, culturales y educativos.

En lo que se refiere a las relaciones sociopolíticas, se ha dicho que, aunque el sistema mundo moderno ha estado siempre estructurado por un sistema mundo de clases, hoy está surgiendo una clase capitalista transnacional cuyo escenario de reproducción social es el planeta, y que sobrepasa con la calidad de la capacidad de maniobra de las organizaciones de trabajadores, que tienen aún una base nacional, y la de los países de la periferia y la semi-periferia, que hacia afuera son débiles.

"Las empresas transnacionales (ETN) son la forma institucional principal de esta clase capitalista transnacional, y la magnitud de las transformaciones que están ocasionando en el mundo de los negocios contemporáneos, múltiples transformaciones; se manifiestan por el hecho de que más de una tercera parte de la producción industrial del mundo proviene de las ETN. Aunque la novedad organizativa de este tipo de empresas puede ser cuestionada desde la perspectiva del sistema mundo, parece innegable que su predominio en la economía mundial y en el grado de eficacia de la dirección centralizada que logran alcanzar las distinguen de forma previas de las empresas internacionales." (DE SOUZA Santos Boaventura, opcit, cap. 6, pp.296).

El impacto de las ETN en la formación de nuevas clases y en la desigualdad mundial se ha debatido en forma intensiva, a finales del siglo XX y a principios de la presente centuria y no habría objetividad si no pusiéramos de manifiesto el hecho de que la crítica sociológica y científica ha apuntado únicamente los efectos negativos del asunto; y considerablemente solo se buscan las causas de ciertos conflictos, no obstante, hace falta entender, que es lógico, que los inversores traten de cubrir sus utilidades y sus propios intereses, para continuar con una actividad que da de comer a muchas familias en el mundo.

Desde es perspectiva es lógico también que estas organizaciones busquen la forma de asegurar y tener garantías en las diversas latitudes, donde tiene inversiones; Peter Evans, dice en su libro Dependent Development The alliance of Multinational, state, and local Capital in Brazil; ("Desarrollo dependiente de la alianza de Estado multinacional, y el capital local en Brasil"); que se produce una triple alianza, cuando habla de las ETN, -. El capital local elitista; 2-. La burguesía estatal, que se desarrolla en 3-. La base de industrialización dinámica y del crecimiento de un país como Brasil; aquí se desarrolla una crítica sustancial de las relaciones que surgen entre las ETN y las burguesías gerenciales emergentes, que sería una nueva sociedad de clase social que nace de esa misma relación, gobernantes y administradores de las ETN.

A pesar de la heterogeneidad de estas alianzas, constituyen una clase, de acuerdo con los autores, comparten una situación común de privilegio socio-económico y un interés de clase común en las relaciones entre poder político y control social intrínseco en un modo de producción capitalista. De Souza Santos, señala esta situación en su libro "Sociología Crítica Jurídica. (Ver DE SOUZA Santos Boaventura, opcit, cap. 6, pp., 297). Peter B. Evans (1944), profesor de sociología y de la Marjorie Meyer Eliaser profesor de Estudios Internacionales de la Universidad de California, Berkeley, recibió su BA magna cum laudo de la Universidad de Harvard, una maestría de la Universidad de Oxford, y una maestría y un doctorado la Universidad de Harvard. Él es un sociólogo político cuyo trabajo se centra en la economía política comparada del desarrollo y la globalización. Ha publicado ampliamente sobre las relaciones Estado-sociedad, el desarrollo industrial económico en Brasil y América Latina, la sociedad civil, y las cuestiones internacionales de desarrollo. Su trabajo es, también es relevante para la comunidad internacional la literatura política de investigación económica.Evans es activo en la sección de la Asociación Sociológica Americana en materia de trabajo y movimientos laborales y se ha desempeñado como presidente de esa sección. También ha trabajado con la Organización Comunista de América en la sección de la opresión burguesa. Él es también un miembro de la junta de las Naciones Unidas de Investigación para el Desarrollo Social.En el año 2000, Evans, fue co-fundador de El Otro Canon, un centro y una red para la investigación en economía heterodoxa, con  otros - Erik Reinert, directore jecutivo y fundador principal [1].Evans ha enseñado en la Universidad de Oxford, la Universidad de Brown, la Universidad de Nuevo México, Universidad de Brasilia, y la universidad Kivukoni en Tanzania, en los últimos años, ha centrado su atención en el estudio de alternativas, y los movimientos contra-hegemónicas de la globalización). 

Una crítica consolidada les hace a la falta de equidad, de acuerdo a los protagonistas de estas críticas sociológicas a nivel del mundo, entre los protagonistas del capitalismo y los que producen los diversos campos industriales y del área agropecuaria. Los países latinoamericanos iniciaron en los años noventa con un estándar de vida más bajo del que poseían en los años sesenta.

En la década de los ochenta, hacia los noventa, se observó una crisis que dejó a un gran porcentaje de las sociedades latinas en pobreza crítica; en esos años se produjo la reducción de créditos de parte de la mayoría de las financieras internacionales, que redujeron sus créditos a países latinos a menos del 50 por ciento; era lógico también pues las mayorías de las economías de estas naciones, mantenían sus productos internos brutos, en niveles críticos; pero también se había producido un aumento sustancial de las tasas de interés que golpeaba la posibilidad de cumplir con las obligaciones de deudas externas.

Eran los tiempos, cuando Rodrigo Carazo en Costa Rica y Allan García en Perú, dijeron que o podían pagar la deuda externa y tampoco endeudarse más con las agencias internacionales, que en su momento exigían múltiples garantías, e imponían implementación de programas, como los PAES, oro planes que golpeaban la hegemonía y soberanía de las sociedades latinas.

Cincuenta y cuatro, de los ochenta y cuatro naciones menos desarrollados del mundo vieron decrecer su producto nacional bruto per cápita en esos años, que aún son recordados por una generación, que antes de los ochenta, tuvieron mejor estabilidad económica y mejores trabajaos. Costa Rica fue una de las naciones, donde la disminución per cápita alcanzo cerca del treinta y cinco por ciento hacia abajo, luego de haber vivido una bonanza sustancial en el Gobierno de Daniel Oduber Quirós, quien fue sucedido en la administración por Rodrigo Carazo Odio, en 1978.

Por enfrentarse a esas entidades internacionales de financiamientos a países como los de América Latina. La Organización de Naciones Unidas, produjo un estudio con cálculos nefastos, en donde se expresaba que alrededor de mil millones de personas, o sea la sexta parte de la población mundial, vive en la pobreza absoluta (con un ingreso inferior de un dólar al día).

Capítulo VI.

Institucionalidad crítica en América Latina

El aspecto económico de América Latina, es como un circulo vicioso, siempre ha habido crisis, y en algunas naciones donde no ha florecido, es que de alguna forma los políticos camuflaron la circunstancia real de la posibilidad de subsistencia que tenían en determinados momentos. Las alternativas que la crisis mundial planteó a las sociedades latinoamericanas de manera aleatoria, no fueron advertidas o utilizadas de la misma manera por las que ostentaban el poder nacional. Los sectores comerciales y exportadores fueron golpeados desigualmente y desde el Estado los grupos de poder representantes de aquellos intereses, no tuvieron fórmulas que pudiesen servir como modelos para todos los grupos sociales.

La improvisación y los yerros se sucedieron, con respuestas vacilantes y basadas en proyecciones equivocadas, de acuerdo a la coyuntura que se vivía; se pensó en soluciones a corto plazo, y la mayoría pensó que eran fases transitorias, los resultados de la crisis; como siempre acudieron a filosofías coloniales, se nutrieron de ideologías, de resoluciones en el sector agrario, por ejemplo, lo que no permitió cuestionar la estructura internacional de divisiones de funciones basadas en la política de los países con el gran poder a nivel del mundo. No se produjeron las condiciones políticas nuevas económicas, que permitieron como desenlaces un mejor desarrollo capitalista.

Las fuerzas sociales y las estrategias organizacionales políticas, incluso, sólo aparecen en forma tardía y se produjeron en sociedades con un mercado interno más reducido y con una diferenciación social exhiben experiencias distintas en países como Argentina, Brasil, Uruguay o chile; donde la hegemonía oligárquica y su dominación por estable que haya sido fue sustituida en el período de la industrialización interna, por sistemas políticos que expresaban alianzas entre fracciones de clases.

La posibilidad de tales alianzas de clases sólo se evidencia a partir de la crisis mundial y de las modificaciones del sistema capitalista internacional. Realmente era necesario, consolidar el producto proveniente del agro e industrializarlo para conseguir mejores mercados en el ámbito del mercado internacional. La continuación del proceso de desarrollo, apoyado en la creación de una base y un mercado interno consumidor suplido nacionalmente, facilitó políticas de compromiso en las que se satisfacían intereses industriales, sin afectar los intereses primarios exportadores.

Pero estos modelos, no significaban nada sin el beneplácito de los poderosos, lo que significa es que a los que tienen el poder económico del mundo, no tienen interés en la consolidación de los mercados internos de los estados, sino fortalecer el mercado de ellos; por eso surge la necesidad de modernizar la política y economía de esos países, y una posible solución es también lograr cambiar los modelos judiciales de esas naciones, que pueden ser claves para el mercado mundial.

El crecimiento económico no va acompañado de estabilidad gubernamental y democracia política. En la fase del modernismo, o sea en la de las formas capitalistas de producción, de la formación del mercado manufacturero nacional, en las actuales condiciones, donde se necesita garantías y seguridad, en las presentes condiciones del desarrollo, las formas de la democracia política se revelan incompatibles o inadecuadas para tal fin.

El propósito de las líneas que siguen es verificar las proposiciones anteriores en la experiencia nacional de los países semi-periféricos de América Latina, en materia jurídica, estableciendo que la globalización de este campo, se fundamentan en la intensidad y práctica de las relaciones económicas, políticas y culturales. Hay un buen número de críticos sociológicos que establecen que el sistema del mundo moderno ha ingresado en una fase de crisis sistémica. La experiencia de una carrera larga de observaciones prácticas, nos subsume en una teoría tangible: la crisis de sistema ha estado presente toda la historia humana.

Porque no es sino hasta la segunda mitad del siglo XVIII, que algunos concienzudos de la necesidad de hacer ciencia, que le otorgan tiempo a la epistemología de la administración y empiezan a poner énfasis en esa necesidad de sistemas, que aún en el umbral del siglo XXI, no se desmenuza estructuralmente y en forma organizacional. El mundo entero ha improvisado, la estadística lo demuestra. Pero no hace falta quedarse en este tema, porque nos aparta de la idea de convocar, cómo es que en la actualidad los que asumen el poder de administrar el mercado mundial, se ven necesitados de sistemas científicos.

Una buena mayoría de escritores, asesores, consultores y críticos sociológicos enumeran bibliotecas enteras con datos históricos, que únicamente sirven para sumar volúmenes literarios, sin soluciones a los problemas de toda una vida; cuando lo que hace falta, no es solamente la crítica, sino la soluciones científicas a los diversos conflictos que tiene la humanidad en su relación cotidiana y en esa necesidad de mantener esos estatus confiables, y con garantía de que no se romperán en su estructura coyuntural que une a las diversas naciones del mundo.

Un gran grupo de autores, consideran que son importantes al escribir ese montón de volúmenes citando las cosas que dijeron otros, pero no aportan sus propias ideas y eso da al traste con la búsqueda de las soluciones. Existe una crisis de sistemas en el mundo, eso produce conflicto en las relaciones humanas del mercado global; si observamos la historia humana, podemos ver, que la creatividad ha sido mínima para solucionar problemas.

Es lógico, no toda la masa tiene la holgura del tiempo para poder crear soluciones a tantos problemas y conflictos de las relaciones humanas. Pero también hay que pensar en esta idea de las relaciones interhumanas, en las cuales siempre se ha podido observar tanta asimetría en esos acercamientos de los hombres, ejemplo: la cultura griega casi toda la vida fue un entrenamiento total para las invasiones de otras poblaciones. Roma, igual, veamos: mientras Julio César conquistaba las Galias, Alejandro el Magno devastaba el ejército de Darío y conquistaba Persia, mientras por otro lado arrancando de Corinto, Espartaco, cruzaba Los Alpes, tratando de derrotar al ejército d Pompeyo, y así consolidar la libertad, que había buscado para más de cien mil hombre y mujeres de su tiempo.

Esa asimetría de poder, de subsistir, de padecer por un lado y de sobrevivir por el otro, a fuerza de lanza y en la actualidad, de misiles y armas químicas letales, de sucumbir a la aculturización de todos los tiempos, como imposición, de los que han manejado el poder de las armas, porque no es solo una relación de mercado, sino de imposición desde todas las perspectivas pensadas. Esa asimetría fecunda, florece, se cosecha y aún el rencor de los que han sufrido viendo morir en la miseria a sus antecesores, pero también a sus nietos, abonan y cuidan ese rencor, para convertirlo en esperanza de vendetta, y así culminar con los ideales de sus antecesores, para terminar con los malditos de siempre.

No es literatura liviana, no es una novela, es una realidad. Desde esa perspectiva, sino se produce una compensación en la voluntad y en las mentes de la globalidad humana, que es una sola, como dice Boaventura De Souza Santos, en su introducción del libro "Sociología Crítica Jurídica," si no se produce un consenso democrático, un razonamiento, que acabe con las desigualdad de todos los tiempos, ¿cómo puede haber armonía y desarrollo de tantos congéneres desiguales en la mente y en la hermenéutica, en los paradigmas, que puedan surgir, en la ciencia y le tecnología, que únicamente buscan el enriquecimiento desmedido, sin equidad para preservar un planeta, repleto de toneladas de maldad y de falta de decencia y ética para la vida? (DE SOUZA Santos Boaventura, opcit, cap. 6, pp., 299).

De Souza Santos dice: "La expansión económica mundial se está acercando a las asíntotas de la total mercantilización y de la total polarización (no solo cuantitativa, sino también socialmente) y, en consecuencia, está usando su último margen de rectificación y pronto agotará ´su capacidad de mantener los movimientos cíclicos que son el latido de su corazón.` El derrumbamiento de los mecanismos de ajustes estructural abre un basto terreno a la experimentación social y a las opciones históricas reales, que por naturaleza, son muy difícil de predecir." ? (DE SOUZA Santos Boaventura,"Sociología Jurídica Crítica, opcit. Cap. 6, pp., 303).

Preguntemos aquí: Cuándo ha sido diferente, pero aseguremos algo tangible y real, en el siglo pasado, muchas colonias fueron liberadas, esto significa que algunas naciones de Occidente de Europa, han dejado de percibir ingresos económicos de suma relevancia para el sostén de sus economías; es bastante lógico que el capitalismo en esas latitudes haya sufrido una crisis sustancial y la imposibilidad de realizar invasiones, como en otros tiempos pues los subsume en una realidad diversa.

España, Portugal, Grecia y otras naciones que surgen dela disolución del Bloque comunista de Rusia, sub-viven una historia muy radical, sus economías están en un punto de quiebra, con soluciones, macroeconómicas de ajustes estructurales, pero dentro de esas perspectivas, los productos internos brutos de cada una de esas naciones, desfallece.

Como se ha apuntado no puede haber expansionismo directo de esas sociedades, que en otro tiempo su quehacer cotidiano era la invasión y de esa forma enriquecían sus arcas y eso hace que el panorama varíe y que la crisis sea tan radical, que amenace con el fin del capitalismo, como modelo tradicionalista. Debe producirse una transición, en el cual se contempla la idea de que los regímenes acumulados deben variar de un sistema a otro y ahí es donde surge la necesidad de cambiar los diversos sistemas judiciales del mundo.

La imposición se puede entender como la doctrina que soporta el dominio de unas naciones sobre otras. Existen imperialismos desde que han existido imperios desde la antigüedad, pero hay una tendencia actual a limitar como "imperialismo" al proceso de expansión económica que tuvo lugar en Europa a mediados del siglo XIX, sobre todo a partir de 1870, y éste fue conocido como imperialismo librecambista.

Durante este periodo, muchos países europeos, especialmente Gran Bretaña, se extendieron, primero de forma no oficial y más tarde anexaron territorios y formando colonias en ÁfricaAsia y el Pacífico. Esta expansión fue consecuencia de la búsqueda fuera de Europa de mercados y materias primas para la revolución industrial y se dio hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914 y permanecieron sus vestigios hasta la descolonización, en los años 70.

A partir de finales del siglo XIX el imperialismo se caracterizó sobre todo por la dominación económica impuesta por las potencias sobre naciones inferiores a éstas, ya que la dominación política cada vez fue más puesta en duda. En los albores del siglo XX y durante la segunda postguerra, en los países subdesarrollados surgieron movimientos nacionalistas que muchas veces acabaron la colonización de otras potencias sobre ellos.

En ese sentido se debe decir que en la actualidad la prepotencia de los países más poderosos se verifica más en el terreno económico que en el político, aunque un análisis exhaustivo de la evolución política del sur muestra la dependencia del norte también en lo político.

No obstante, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, se comienza a usar la denominación de "imperialismo" para referirse a dos nuevas potencias, más tarde enfrentadas en una Guerra Fría; son la Unión Soviética y Estados Unidos. En este sentido, una famosa cita del líder político inglés Winston Churchill, acerca de los vencedores en el conflicto armado, dice: "La historia la escriben los vencedores"; no obstante, surgirían diversas corrientes de opinión y movimientos sociales de distinto signo político o ideológico que mantendrían posiciones críticas o abiertamente contrarias a la visión predominante.

A finales del siglo pasado y comienzos de este (XXI) se imponen las posiciones norteamericanas; la preponderancia económica de los EEUU, conlleva además un predominio cultural, encabezado por industrias del entretenimiento como la cinematográfica y la musical.

Este dominio económico-cultural, unido a la publicidad y en el consumo, se ha valorado por algunos sectores ideológicos como un tipo de colonialismo cultural (ver Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, "Las razones del imperialismo"), mientras que en el campo político, se ha calificado como imperialista la política exterior de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón principalmente, y su intervencionismo en diversos conflictos.

La crisis de 1873 provocó el descenso de los precios, y con ello el proteccionismo, es decir, la protección de los productos propios de cada país prohibiendo la entrada de artículos extranjeros o gravándolos con impuestos. Esto dio lugar a la necesidad de encontrar nuevos mercados que no estuvieran controlados por dicho sistema. Por otra parte, potencias capitalistas europeas como Inglaterra, Países Bajos y Francia necesitan dar salida a su excedente de capital y lo hacen invirtiéndolo en países de otros continentes estableciendo préstamos, implantando ferrocarriles, instalando puertos, etc.

Además estos países necesitan buscar materias primas para sus industrias ya que, empiezan a agotarse o a escasear en Europa. La Segunda Revolución Industrial, por otra parte, necesita de nuevas materias primas de las que Europa no dispone o escasean, como plata, petróleo, caucho, oro, cobre, etc. las causas económicas fueron el fruto de la expansión del capital industrial y se vieron obligados a buscar territorios nuevos donde pudieran invertir el exceso de capitales acumulados, estos capitales encontraron una productiva salida en forma de créditos otorgados a la minoría de los indígenas que colaboraban con la metrópoli, y principalmente a la inversión de infraestructuras, también la apropiación de territorios para obtener materias primas y para dominar espacios donde colocar sus mercados para fines del régimen del monopolio.

Se aclara con este último párrafo, cómo es que la expansión de las mismas naciones de poder económico e ideológico, de siempre, encaminan sus expansiones, para continuar con el poder de siempre y buscar la forma de cubrir sus intereses materiales y de dar garantía a que las obligaciones y responsabilidades jurídicas, puedan tener efectos positivos para ellas.

No es por azar, que Facundo Cabral, en sus participaciones artísticas promulgara la idea de enajenación que se comulga en algunas ciudades latinoamericanas, cuando decía, que en la actualidad, "los jóvenes se sienten estadounidenses y los viejos (adultos), creen que son europeos; entonces, cómo va a estar bien un país, si nadie está donde desearía estar…"

Los territorios dominados sufrieron un mayor o menor grado de dependencia respecto a la metrópoli, en función del tipo de organización administrativa que les fue impuesto. Sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta de conflictos, que fueron el germen de un antiimperialismo protagonizado generalmente por las clases medias nativas occidentalizadas, que reclamaban la toma en consideración de las tradiciones autóctonas. Ello se canalizó a través de las premisas del juego democrático que las metrópolis defendían para sí mismas pero que negaban a sus colonias: libertad, igualdad, soberanía nacional, etc. Un ejemplo temprano donde se plasma el espíritu de estos movimientos es el nacimiento del Partido del Congreso en la India, liderado por Mohandas K. Gandhi, que extendió su base entre los miembros más humildes de la sociedad colonial.

El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y de valores tradicionales de las poblaciones indígenas y a la implantación de las pautas de conducta, educación y mentalidad de los colonizadores. Asimismo, supuso la adopción de las lenguas de los dominadores (especialmente el inglés, el francés y el español). Ello arrastró a una fuerte aculturación.

La religión cristiana (católica, anglicana, protestante, etc.) desplazó a los credos preexistentes en muchas zonas de África o bien se fusionó con esas creencias, conformando doctrinas de carácter sincrético. Sin embargo, en Asia y el mundo musulmán el resultado de la evangelización fue menor que en el África negra, al estar allí firmemente arraigadas antiguas religiones, complejas y muy estructuradas. No hubo diferencia de estos usos y costumbres de los invasores en América Latina.

Los países con estándares religiosos solían expandir su influencia por países cercanos a este para así propagar su religión. Es un sistema de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales como colectivas, de tipo existencial, moral y espiritual.

Se habla de «religiones» para hacer referencia a formas específicas de manifestación del fenómeno religioso, compartidas por los diferentes grupos humanos. Hay religiones que están organizadas de formas más o menos rígidas, mientras que otras carecen de estructura formal y están integradas en las tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se practican.

Es posible que entendamos que a través de la historia de los países dominados, siempre se producirán estos foros de discusión sobre todo lo que se pudo imponer a las sociedades colonizadas y dominadas del mundo y que nunca será redundancia la denuncia en este sentido, en que la educación y la cultura de estos pueblos diezmados, fueron impuestas a punta de lanza y de espada.

El estudio de esta realidad permitirá el entendimiento del significado de la expansión en todos los sentidos de la historia humana y de la forma que en la actualidad los grupos poderosos del mercado global, quieren imponer, como imperio, ciclos económicos, nuevos modelos, nuevas regulaciones, estructurando los poderes judiciales de todos los países del mundo, uniformizando, los procesos, con el objetivo de tener garantías y seguridad en los negocios que fortalezcan las economías del mercado mundial.

La globalización es un proceso histórico incompleto, permanente y   totalizador, aunque geográfica, económica y socialmente desigual como lo es el propio  desarrollo del capitalismo, de otra manera dicha, la globalización no opera de la misma manera en todos los ámbitos de la sociedad ni en todos los países del mundo. La globalización, sin duda, es resultado de un proceso determinado por la concurrencia de diversos factores vinculados entre sí por una relación múltiple, compleja y contradictoria, donde alguno, o algunos de ellos, en distintos y determinados momentos  pueden tener un mayor significado que los demás pero sin llegar a ser ninguno el determinante de las características del proceso, en tanto el todo no puede ser definido por las partes, ni éstas por aquel.

Entre otros, los factores que caracterizan a la globalización, son: la expansión del sistema económico capitalista; la nueva forma de organización territorial y política del sistema mundial como proceso permanente (donde el Estado–nación es desplazado de las tareas que, tradicionalmente, venía desempeñando); el proceso de expansión de las empresas multinacionales y su peso específico en la producción mundial; el desarrollo de las comunicaciones y la rapidez con que transcurre la innovación tecnológica.

Si bien el proceso de globalización es irreversible y, en algunos aspectos, independiente de lo que hagan los gobiernos, otra cosa es la ideología basada en la globalización, la ideología del mercado libre, el neoliberalismo, eso que se ha llamado también "fundamentalismo del libre mercado."

El carácter neoliberal de la globalización, es decir, el sometimiento del proceso de producción, distribución circulación y consumo al "fundamentalismo del libre mercado", así como de la vida social a los valores del individualismo, se impone mediante un proceso político dirigido por la clase dominante, o su fracción hegemónica.

Desigualdad y polarización

Una de los aspectos que los abogados de la globalización utilizan con mayor frecuencia, de manera apologética y sin ofrecer confirmación alguna de sus dichos, es que la globalización en su modalidad neoliberal trae consigo una serie de oportunidades igualitarias. Los hechos, sin embargo, indican todo lo contrario pues, hasta el momento, el proceso globalizador neoliberal en ninguna parte ha acarreado beneficios compartidos, en todo caso ha mantenido y reforzado los aspectos esenciales del capitalismo –la relación de producción, por ejemplo, basada en la explotación del trabajo por el capital –, cuyo desarrollo desigual significa mantener y profundizar las diferencias sociales y regionales que él mismo crea.

En este sentido, el economista egipcio Samir Amin, advierte que: "La expansión capitalista no implica ningún resultado que pueda identificarse en términos de desarrollo. Por ejemplo, en modo alguno implica pleno empleo, o un grado predeterminado de igualdad en la distribución de la renta."

El propio Amin, encuentra la razón de la desigualdad en el hecho de que la expansión del capitalismo se guía por la búsqueda de la máxima ganancia para las empresas, esto es, sin mayor preocupación por las cuestiones relacionadas con la distribución de la riqueza, o la de ofrecer empleo en mayor cantidad y calidad.  (Samir Amin, El Cairo; 3 de septiembre de 1931); economista egipcio. Es uno de los pensadores neo-marxistas más importante de su generación. Desarrolló sus estudios sobre política, estadística y economía en París. En la actualidad reside en Dakar (Senegal). Samir Amin ha dedicado gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre los países desarrollados y los subdesarrollados, las funciones de los estados en estos países y principalmente a los orígenes de esas diferencias, las cuales se encontrarían en las bases mismas del capitalismo y la mundialización. Para Amin, la mundialización es un fenómeno tan antiguo como la humanidad, sin embargo, en las antiguas sociedades ésta ofrecía realmente oportunidades para las regiones menos avanzadas de alcanzar a las demás. Por el contrario la mundialización moderna, asociada al capitalismo, es polarizante por naturaleza, es decir que la lógica de expansión mundial del capitalismo produce en sí misma una desigualdad creciente entre los socios del sistema). (Cita del autor de la tesis).

Tesis de la desconexión.

Uno de los conceptos centrales de los estudios de Amin es la "tesis de la desconexión", el cual desarrolla en su libro La desconexión publicado en 1988. En el marco de esta obra elabora una serie de propuestas acerca de la necesidad de que los países subdesarrollados se "desconecten" del sistema capitalista mundial. Esta necesidad de desconectarse no está planteada, según Amin, en términos de autarquía, sino cómo necesidad de abandonar los valores que parecen estar dados naturalmente por el capitalismo, para lograr poner de pie un internacionalismo de los pueblos que luche contra éste. La necesidad de desconexión es el lógico resultado político del carácter desigual del desarrollo del capitalismo, pero también la desconexión es una condición necesaria para cualquier avance socialista, tanto en el Norte como en el Sur.

Crítica a la globalización.

Crítico de la globalización, Amin ve en ella una coartada detrás de la cual se esconde una ofensiva del capital, que quiere aprovecharse de las nuevas relaciones de fuerza que le son más favorables para aniquilar las conquistas históricas de las clases obreras. Estas relaciones de fuerza favorables están así planteadas desde la caída del bloque Soviético. Para Amin la etapa que va desde el fin de la segunda guerra mundial (1945) hasta el desmoronamiento de la URSS y sus satélites (1989-1991) significó una etapa de ascenso de movimientos de liberación en los países del tercer mundo y de progreso en sus economías ya que se vieron beneficiados por la competencia Este-Oeste. A partir del derrumbe de la URSS el triunfo del capital es total y este encuentra condiciones más favorables para dar marcha atrás en los logros de los pueblos. Amin discute la idea de la mundialización como logro de la humanidad, como máxima meta del progreso humano. Sin embargo, el discurso dominante haría de la mundialización una obligación absoluta, una ley incuestionable contra la que no se puede hacer nada. Aún más, la mundialización sólo tendría un aspecto, la que se nos propone en su nombre, siendo todas las demás forzosamente utopías.

Crítica al comunismo soviético.

Dentro del pensamiento de Amin también pueden encontrarse fuertes críticas al comunismo de tipo soviético. La principal es precisamente que no llegó a ser socialista. Muy por el contrario, lo que hizo fue establecer un nuevo tipo de burguesía (la Nomenklatura) que se miraba, en todas sus aspiraciones, en el espejo de Occidente cuyo modelo ansiaba reproducir. Amin plantea que el socialismo significa no sólo la abolición de la propiedad privada sino también (e incluso más), otras relaciones con respecto al trabajo que las que definen el estatuto del asalariado y la construcción de un sistema que permita a la sociedad en su conjunto (y no a un aparato que opere en su nombre) dominar su devenir social, lo que a su vez implica la construcción de una democracia avanzada, más avanzada que la burguesa. Sin embargo la sociedad soviética no sólo no se diferenciaba de la burguesa en estos puntos sino que cuando se diferenciaba era para peor.

Por su parte, el sociólogo francés Alain Touraine (1994: 10), apelando a la historia del desarrollo capitalista es, aún, más contundente cuando escribe:

"La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí no es más que una ideología constantemente desmentida por la historia […] Más aún, lo que se llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema sobre los actores, no son la normalización y la estandarización las que, después de haber destruido al economía de los trabajadores, se extiende al mundo del consumo y la comunicación […] Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como se extendió la dominación del hombre occidental, varón, adulto y educado sobre el mundo entero." (Alain Touraine, nacido en Francia en 1925, es uno de los pensadores franceses que más han influenciado las ciencias sociales contemporáneas. Fue alumno de la Ecole Normale Supérieure de París y, posteriormente estudió en las universidades de Columbia, Chicago y Harvard. Fue investigador en el Centre Nacional de la Recherche Scientifique (CNRS). En 1958, creó el Laboratorio de Sociología Industrial del' Ecole Pratique des Hautes Etudes (convertido en 1970 en el Centro de Estudios de los Movimientos Sociales). De l966 a 1969, se dedica a la enseñanza en la Facultad de Letras de la Universidad de Paris X Nanterre. Desde 1960 es director de estudios de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París (EHESS). En esta institución, fundó el Centro de Análisis y de Intervención Sociológicas (CADIS), del que fue director hasta 1993. Desde que en 1965 publicó Sociología de la acción, su interés por el análisis del comportamiento humano, a través de los sistemas de trabajo, ha constituido una preocupación central en de sus investigaciones. Con el paso de los años, su campo de estudios ha evolucionado hacia un mayor interés por el sujeto de la acción social. Su trabajo se suele dividir en tres etapas: La primera dedicada a la sociología del trabajo i en particular a la sociología de la consciencia obrera, y está basada, en parte, en los estudios de campo realizados en América Latina. (Cita del autor de la tesis).

 De esta manera, se puede afirmar que la expansión capitalista en su etapa de   globalización neoliberal puede ser cualquier cosa menos un proceso capaz de permitir  mejores niveles de bienestar para la mayor parte de la población. Los siguientes datos permiten aproximarse a las condiciones de desigualdad en el ingreso y la pobreza existentes en el mundo capitalista:

Al finalizar el siglo XX, de acuerdo con el Banco Mundial, una sexta parte de la población mundial, percibe cerca del 80 por ciento del ingreso mundial, lo que implica un promedio de 70 dólares diarios. Al mismo tiempo, el 57 por ciento de los más 6 mil millones de habitantes del planeta que viven en los 63 países más pobres recibe sólo 6 por ciento del ingreso mundial, es decir, sobrevive con menos de dos dólares por día. En América Latina, el número de pobres se mantuvo arriba de los 200 millones de personas. […] En México, los ingresos anuales de los trabajadores cayeron durante 1999 a casi la mitad del nivel alcanzado en la primera mitad de los años ochenta. Entre 1995 y 1999, el ingreso mínimo obtenido por un trabajador mexicano fue de 768 dólares anuales, cantidad inferior en 42 por ciento a los 1,343 dólares anuales registrados entre 1980 y 1984.

Actualmente, reconoce el Banco Mundial (BM), existen mil millones de personas en el mundo que luchan por sobrevivir con menos de un dólar diario (Periódico La Jornada, 27 de mayo de 2004: 25). A su vez, en la Tercera Reunión Cumbre entre los jefes de Estado de América Latina y el Caribe con los de la Unión Europea, celebrada en mayo de 2004 en la ciudad de Guadalajara, Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), advirtió que en 1981, después de la crisis de la deuda y al inicio de las reformas estructurales de orientación al mercado, en América Latina existían 35.8 millones de personas en extremapobreza, cifra que aumento a 50 millones en 2001. (La Jornada, 28 de mayo de 2004:).

Esta situación de empobrecimiento de millones de personas y de regiones en todo el mundo, agudizadas por las políticas de ajuste estructural diseñadas e impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a los países dependientes, con el apoyo entusiasta de buena parte de sus gobiernos, ha logrado, sin embargo, despertar una creciente inquietud entre cada vez más amplios sectores sociales que empiezan a considerar que su condición puede cambiar a condición de establecer los mecanismos necesarios para regular socialmente el proceso de expansión capitalista con el propósito de contrarrestar sus perversos efectos sobre la mayor parte de la población. Lo cual implica, y exige, un proyecto político alternativo.

Es posible otra modalidad de la globalización.

Sí bien la globalización se considera como un proceso histórico concreto del capitalismo, crece la duda entre intelectuales, académicos y diversos grupos sociales, respecto de que tal proceso pueda transcurrir por una vía única –la del libre mercado– y empiezan a demandar a los gobiernos nacionales medidas para su control y dirección para revertir sus resultados, entre otros: la falta de crecimiento, el desempleo, el aumento social y regional de la pobreza, la exclusión, la intolerancia y el aniquilamiento de las diferencias culturales.

Es evidente que dejada a sus anchas la globalización no produce equilibrios y justicia sino exactamente lo opuesto. Por eso hay necesidad de ponerse al frente de ella para conducirla adecuadamente. Este tipo de propuestas que abiertamente plantea la posibilidad de conducir el proceso de globalización hacia objetivos socialmente predeterminados, por supuesto, abre la necesidad de los análisis críticos para encontrar posibles vías alternas para afrontarla, construyendo un Estado capaz de asumir sus responsabilidades como garante del interés colectivo y de satisfacer los derechos sociales, muchos de ellos anulados hoy por la política neoliberal.

Cuando el Estado perdió eficacia para cumplir con los fines de acumulación del capital, el libre mercado se convirtió en la propuesta política del capital financiero transnacional con miras a sostener y, sobre todo, apresurar el proceso de globalización y mejorar las condiciones de la reproducción del capital.

En otras palabras, la globalización es un fenómeno histórico, marcado por la desaparición del llamado socialismo real, vinculado a un proyecto político diseñado e impulsado por una clase social hegemónica propietaria del capital y que, entre otras cosas, implica el desplazamiento del Estado de la actividad económica. En consecuencia, se impone una modalidad capitalista sustentada en el libre mercado, lo que, simultáneamente, implica cambios culturales y políticos que responden a la imposición y desarrollo del proyecto en su conjunto.

Ese proyecto político, sin embargo, pasa por alto la historia del capitalismo cuya constante ha sido el intervencionismo estatal, en ocasiones para asegurar el funcionamiento del mercado, otras veces con el fin de "impedirle (al capitalismo) frustrar de manera demasiado severa necesidades humanas esenciales de estabilidad y seguridad" y, en otros momentos, para cumplir ambos objetivos.

El desplazamiento del Estado y la imposición del mercado en la actividad económica, tal y como previeron correctamente distintos sectores sociales opuestos a la privatización de las empresas públicas y de los recursos naturales, trajo consigo formas crecientes de exclusión social, elevó los niveles de desempleo y pobreza, además de agudizar la polarización en sociedades ya de por sí proclives a la polarización.

Al mismo tiempo, los servicios públicos como la salud, la educación, la vivienda, la energía eléctrica, el agua potable y, en general, todos los referidos a la seguridad social, al dejar de ser bienes y servicios proporcionados por el Estado han empezado a perderse como parte de los componentes inalienables de los derechos ciudadanos y se han convertido en meras mercancías intercambiadas entre proveedores privados y clientes que actúan en el mercado al margen de cualquier consideración social y, mucho menos, de la responsabilidad gubernamental de atender las necesidades de la población, con el fin expreso de disminuir las desigualdades sociales y regionales.

De como se impuso el neoliberalismo.

El neoliberalismo comenzó a imponerse en el mundo a partir de una avasalladora crítica  a la intervención del Estado en la economía, que en los hechos pasaba por anular y mercantilizar los derechos conquistados por las clases trabajadoras a lo largo de muchos años de lucha.

El brutal ataque contra el Estado de benefactor, emprendido por los ideólogos neoliberales en las décadas de los setenta y ochenta, tuvo que ver con la conversión de los derechos sociales en servicios mercantiles que sólo pueden ser adquiridos en el mercado a los precios fijados por la oferta y la demanda.

Al afecto, se fortaleció la idea de que el Estado resulta ineficiente para producir bienes y servicios; por tanto, se defendió la idea de que únicamente los dueños del capital son capaces de reconocer correctamente las señales que envía el mercado y responder a ellas de manera eficiente, lo que garantiza no sólo el uso más productivo de los factores de la producción, sino también producir los bienes y servicios socialmente necesarios en la cantidad y calidad con que los consumidores los demandan.

De esta manera, se concluía: si el mercado todo lo resuelve y, además, lo hace de manera eficiente, el Estado nada tiene que hacer en la actividad económica, cuya forma natural de desarrollo se encuentra en el mercado, donde el equilibrio económico se alcanza sin necesidad de la intervención estatal. Proponen apartar al Estado benefactor delas actividades de producción y de organizaciones privadas, pero a la vez, imponen cambiar los sistemas judiciales, para ser utilizados a su favor.

El desplazamiento del equilibrio entre Estado y mercado en favor de este último, se ha reforzado con una pertinaz ofensiva en el terreno ideológico que, por un lado, "sataniza" al Estado y, por el otro, exalta las supuestas virtudes del mercado y su libre funcionamiento. Incluso, el sentido común neoliberal sostiene que siempre será preferible sacrificar la democracia al bienestar  de la población ("el pueblo quiere comer y luego ser libre"), haciéndolas excluyentes y negando la posibilidad de alcanzar ambas, aunque  nunca se expongan las razones de tal negación.

Declarado el Estado ineficiente, se agregaron otros agravios. A las víctimas de la iniquidad inherente al capitalismo, se les acusó de incompetentes e incapaces de aprovechar las oportunidades que brinda el mercado a quienes se muestren atentos a sus señales y sepan comprenderlas y atenderlas en beneficio propio y de los demás.

Ahora bien, para actuar en el mercado es preciso conocer sus reglas y adquirir las habilidades y competencias que permitan su adecuado diagnóstico y manejo, como la única posibilidad de alcanzar el éxito en una sociedad donde se agudiza la competencia contra los demás. En consecuencia, se exige al gobierno dejar de asumir  actitudes intervencionistas, "paternalistas y populistas" que pervierten el funcionamiento de la economía y terminan inhibiendo la iniciativa individual.

Finalmente, la imposición del neoliberalismo como la modalidad actual de la expansión del capitalismo requiere, también, la homogeneización cultural, es decir, para que la modalidad neoliberal avance es necesario eliminar las diferencias culturales y reconocerla como la única opción. En otras palabras, las costumbres, los hábitos y, aun, las representaciones simbólicas de cada cultura nacional deben desaparecer para asumir las únicas posibles, aquellas que nos permiten una actitud de pasiva ("positiva," dirían los neoliberales) aceptación de la globalización neoliberal: si la economía es global lo debe ser también la cultura. 

¿Cuál es el sustento de la nueva cultura única, globalizad? Para empezar, el concepto de ciudadanía con el que la propia burguesía había igualado a todos los mayores de edad (un ciudadano un voto), ha perdido importancia frente a la noción de consumidor universal: aquel que en Asía o América, África, Oceanía o Europa consume los mismos bienes y servicios proveídos por empresas transnacionales. 

En otras palabras, se propone la una nueva categoría cultural –económica, la de consumidor global, cuyo estatus lo determina su capacidad de adquirir bienes y servicios en el mercado.

Al mismo tiempo, de grado o por fuerza los países empiezan a formar regiones donde se diluye la identidad nacional, lo que provoca el júbilo de quienes sostienen que la cultura ha de ser cosmopolita y universal, o sólo será una mera expresión limitada y provinciana. De esta manera, no se reconoce a las otras culturas y se les niega toda validez pues se las considera como expresiones atrasadas y marginales de la cultura "global" hegemónica, moderna.

El sentido común neoliberal.

Dudar o intentar discutir los principios que sustentan el proyecto neoliberal, enfrenta prejuicios e intereses culturales y políticos fuertemente arraigados entre los sectores hegemónicos de la sociedad, los cuales, una vez adquirida la convicción de que su camino es el único posible, difundieron entre el resto de la sociedad mediante el siguiente y dogmático apotegma: todo lo relacionado con lo estatal es "malo e ineficiente", mientras que el mercado concentra todo lo "bueno y eficiente".

Simultáneamente, desde el poder se forjaron y desarrollaron otras "verdades incuestionables", cuya creencia ha empezado a integrar lo que podemos llamar el "sentido común neoliberal", cercano a la fe, que ha enraizado profundamente en el suelo de las creencias populares y el conocimiento convencional a partir de una poderosa reingeniería de consensos que tiende y fortalece al pensamiento único.

Surgido de los prejuicios y los valores de la clase hegemónica e impulsado socialmente por los sectores medios, el sentido común neoliberal "es infalible", no se equivoca cuando enjuicia y termina enseñando al conjunto de los miembros de la sociedad como deben conducirse racional y moralmente; lo que deben pensar y hasta los límites en que deben pensarlo.

El sentido común neoliberal  parte de varios axiomas fundamentales, como el siguiente: "Lo que es bueno para mí es bueno para todos", por eso sus juicios finales siempre son "acertados" y "sensatos" pues derivan de valores "universales y eternos", es decir, válidos ayer, hoy y mañana.

El sentido común, o la "sensatez socialmente aceptada", considera al modelo neoliberal como el único racional, fuera de él no hay nada, o muy poco y de escasa importancia, a lo más sujeto de redención por el capital o los ejércitos imperiales.

Este racionalismo, asumido por el neoliberalismo como aquello que lo legitima, supone:

Primero. Una visión del mundo que afirma el acuerdo perfecto entre lo racional (coherencia) y la realidad del universo; excluye, pues, de lo real lo irracional y lo irracional.

Segundo. Una ética que afirma que las acciones humanas pueden y deben ser racionales en su principio, su conducta y su finalidad.

 En esta concepción se excluye todo aquello que se presenta como opuesto a la racionalidad a la modalidad neoliberal del capitalismo, así como aquello que le es ajeno (lo irracional) y que escapa a su lógica. Por ejemplo, lo racional en la modalidad neoliberal es orientar al mercado toda acción humana con el fin de obtener el máximo beneficio; por tanto, es irracional la conducta que no persiga ese fin; y será irracional todo aquel que tienda a negar ese principio y esa conducta social.

Por eso, quien se oponga al neoliberalismo, sencillamente está fuera del sistema racional, en el extremo, carece de cualquier racionalidad y los locos no hacen Historia.

Los principios detrás del sentido común neoliberal, son la creencia en "verdades absolutas" y, sobre todo, la validez del "pensamiento único". Ambos forman también parte del sustento ideológico neoliberal, que dispone de un catálogo muy amplio de "certezas" a partir de un principio básico, por supuesto incuestionable, que el sentido común acepta en nombre del realismo y el pragmatismo: lo económico debe predominar sobre lo político, pues lo determina y preside. De esta manera, la razón económica termina sustituyendo a la razón social, la ganancia se convierte en el emblema social por excelencia y nada que se le oponga es admisible.

Las "verdades" del pensamiento único.

a) Los avances ideológicos del neoliberalismo, además de tender a provocar el  conformismo social, se expresan en el terreno más elaborado de las teorías económicas y sociales, ahora influidas por el "pensamiento único" que excluye toda teoría o interpretación si no se sostiene en los valores del mercado, la competencia, la ganancia y el capital.

Esta limitación excluyente e intolerante, se traduce en la ausencia de cualquier debate político, social o económico, que ahora es sustituido por apologías orientadas a exaltar el rostro humano del capitalismo, fortalecer ideológicamente a ese sistema basado en la explotación del trabajo y en la máxima ganancia como fin supremo de la acción económica personal y social.

Una de las "verdades" que con mayor fuerza se ha impuesto y se difunde, al grado que entre amplios sectores de la izquierda "políticamente correcta" se parte de ella para diseñar su estrategia política, consiste en difundir y hacer creer que la sociedad será siempre capitalista y la democracia liberal.

El promotor inicial de esta propuesta, Francis Fukuyama escribe al respecto  de manera enfática y dogmática:

"En tiempos de nuestros abuelos, muchas personas razonables podían prever un futuro socialista radiante, en el cual habían de ser abolidos la propiedad privada y el capitalista, y en el que se habría sobrepasado, en cierto modo la política. Hoy, en cambio, nos cuesta imaginar un mundo que sea radicalmente mejor que el nuestro, o un futuro que no sea esencialmente democrático y capitalista." (FUKUYAMA, Francis. El fin de la Historia y el último Hombre. Opcit. Ed. Planeta, Buenos Aires, 1992). Francis Fukuyama (nacido el 27 de octubre de 1952 en Chicago)

La construcción de este imaginario burgués, particularmente correspondiente a las clases medias con pretensiones económicas e intelectuales pero incapaces de rebasar los límites del consumidor acrítico, de ninguna manera ha sido obra del azar sino resultado de un proyecto tendiente a "manufacturar el consenso", al cual se le han destinado multimillonarios recursos encaminados a manipular los medios masivos de comunicación con el fin de producir un duradero lavado de cerebro que permita la imposición, sin oposición consistente, de políticas promovidas para alentar los valores mercantiles y en beneficio sólo de la hegemonía del capital, aunque parezcan preocupadas y orientadas por el bien común, del que por cierto es la aspiración del hipócrita y del bribón.

Además, el pensamiento único peculiar del neoliberalismo económico lleva inexcusablemente a la democracia; O bien ¡Hay que adoptar el modelo neoliberal, que se impone en todo el mundo!"; también: La intervención del Estado en el mercado, pertenece al pasado sus defensores son dinosaurios ideológicos.

Al mismo tiempo, forman parte del credo neoliberal algunos postulados como los siguientes:

El mercado lo resuelve todo del mejor modo posible. Siempre hubo y habrá corrupción, pero en el liberalismo es marginal y en el estatismo estructural la desigualdad social no es consustancial al capitalismo, sino parte de la naturaleza humana, por eso no se puede acabar con ella. El nacionalismo y la soberanía económica son expresiones retrogradas que deben desaparecer en aras de la eficiencia y la inserción a la globalización. Primero hay que hacer crecer la riqueza y, después, distribuirla. Las privatizaciones son la panacea para la economía nacional.

Una "verdad" más, ésta impuesta tanto por el Banco Mundial, como por el Fondo Monetario Internacional, es aquella que proclama la entrega de los recursos naturales al capital extranjero como la única solución posible al atraso de las economías emergentes.

La aceptación absoluta de estos postulados, es decir sin la menor reflexión, hace que lo necio, inútil y pre-moderno sea investigar y discutir acerca de las contradicciones del capitalismo y, peor aún, intentar reflexionar sobre la posibilidad de que estas contradicciones pudieran llegar a ser de tal magnitud que significaran la posibilidad de su transformación total.

En el mismo sentido, bajo el neoliberalismo se prohíbe dudar sobre la validez de su propuesta de civilización sustentada en valores económicos y de mercado, donde lo social resulta ser "una especie de resabio patético, cuyo peso sería causa de regresión y crisis". O sea comparecer ante el mercado, sería lo vital y lo inevitable. 

La victoria cultural neoliberal:

El neoliberalismo cosechó una importantísima victoria en el terreno de la cultura y la ideología cuando sus teóricos fueron capaces de penetrar los organismos internacionales y convencer, inicialmente, a la casi totalidad de las elites políticas e intelectuales de los países capitalistas, incluso a las del socialismo real y, más tarde, a muy amplios sectores de la sociedad respecto de la inexistencia de alternativas políticas, económicas  y culturales, al capitalismo en general y, en particular, a su modalidad neoliberal.

Creer que la modalidad neoliberal es el único camino se ha convertido en parte esencial del monólogo que desde el poder impide la reflexión sobre otras posibilidades. Una idea muy extendida y recientemente difundida por los medios masivos que apelan a la creencia más que a la reflexión, es que el poderío militar estadunidense es la punta del iceberg que prolonga la superioridad de ese país en todos los dominios, incluido el económico, pero también el político y cultural.

Debido a ello, el sentido común neoliberal explica que la sumisión a la hegemonía norteamericana sobre el mundo es inevitable y que, además, toda resistencia a la expansión económica, política y cultural estadunidense es tarea inútil; en consecuencia, ese mismo sentido común propone que más vale asimilarse rápidamente a la hegemonía norteamericana y recibir así los beneficios de la modernidad capitalista. De esta manera, en los hechos, el sentido común neoliberal es uno de los aspectos ideológicos más importantes para reforzar la sumisión y la dependencia.

Nuevos significados:

En dos décadas, el consenso neoliberal ha impuesto su programa político y cultural ("la democracia representativa liberal es el peor sistema político excepto todos  los demás" y en lo cultural se han impuesto valores como el lucro y el apoliticismo), pero además el neoliberalismo cambió, en su provecho, el sentido de las palabras.

El vocablo "reforma", que antes de la era neoliberal tenía una connotación positiva y progresista que remitía a transformaciones sociales y económicas orientadas a la consecución de una sociedad igualitaria, democrática y donde lo humano fuera el centro de todas las actividades públicas y privadas, incluida la económica, fue apropiado por los ideólogos neoliberales y convertido en un significante que alude a procesos y transformaciones sociales de claro signo mercantil, involutivo y, muchas veces, antidemocrático.

Es el caso de América Latina, las reformas estructurales de orientación al mercado puestas en marcha durante la década de los ochenta, terminaron aumentando la desigualdad económica y social, vaciando de todo contenido político a las instituciones democráticas y al gobierno mismo, convertido ahora con descaro en un mero "administrador de los negocios colectivos de los empresarios". 

Por otra parte, para los dueños del capital y los abogados del neoliberalismo, los países y los estados son simplemente mercados, los ciudadanos consumidores y la globalización neoliberal la única vía posible de modernización en tanto tiene la virtud de eliminar las barreras nacionalidades que impiden el libre flujo de mercancías y capitales. Así, ha dejado de existir, por ejemplo, la inversión extranjera para ser sólo inversión productiva; de la misma manera la diferenciación entre mercado interno y externo ha desaparecido y hoy se habla sólo de mercado.

Realmente todo esto es normal, si los políticos que legan al poder en cualquier nación de América Latina, tienen oportunidad de administrar poder, pero además, son empresarios, y han sido financiados en sus campañas políticas por otros empresarios, que tienen que ver de frente y determinadamente con el neoliberalismo, pues hay que aceptar estas medidas que provienen de otras latitudes y culturas, como si fueran propias.

Pero realmente deben ser aceptadas como propias, porque garantizan y aseguran los capitales propios de políticos, que están involucrados en esas "reformas" impuestas por gremios del mercado, al cual pertenecen, de alguna como socios de la relación comercial global.

Destrucción del Estado Nacional

La extinción práctica de la idea de nación, supuestamente subsumida bajo la corriente "civilizatoria" de la globalización, así como la imposición de políticas "orientadas hacia el mercado", dieron lugar al debilitamiento de los estados nacionales. De esta manera, la expansión de la esfera de actividades económicas más allá de las fronteras nacionales, comienza por degradar el concepto de nación para reducirlo al de mercado.

Así, los estados nacionales, especialmente los ubicados en la periferia capitalista, han sido consciente y pertinazmente debilitados cuando no salvajemente desangrados por las políticas neoliberales con el fin de favorecer el predominio, sin  contrapesos, de los intereses de las grandes corporaciones transnacionales.

Aquel Estado que actuaba para corregir las disfunciones del mercado y alcanzar la estabilidad económica, particularmente en la época de crisis, parece no existir más. La separación de la política de lo económico ha dejado sin responsabilidades al Estado en aspectos tales como la producción y distribución de bienes y servicios. Incluso, la producción y suministro de aquellos servicios, antes considerados públicos, como la salud, empleo, vivienda, agua potable, la energía eléctrica y muchos más, son ahora privatizados y puestos al servicio de la ganancia del capital privado.  

La reducción de la pobreza y la superación de la marginación, la protección de las personas frente a las incertidumbres económico–sociales y la garantía de derechos básicos de los ciudadanos, que en algún momento fueron los pilares fundamentales del Estado de Bienestar, han sido desplazados por un Estado mínimo, de oportunidades individuales y donde los servicios antes públicos son producidos y vendidos como mercancías, es decir, son apropiados sólo por quienes tienen capacidad para adquirirlos en el mercado, lo que necesariamente provoca crecientes desigualdades en su satisfacción social.

Actualmente, en la mayor parte de los países han desaparecido, o tienden a desaparecer, las que se consideraban responsabilidades estatales para cumplir con el derecho de la sociedad a la educación, la salud, vivienda digna, alimentación, el empleo dignamente remunerado, el respeto a las diferencias, o la seguridad de un ingreso, aún sin empleo, capaz de garantizar la satisfacción de las necesidades elementales del trabajador y su familia.

Al mismo tiempo se ha relajado la responsabilidad del Estado en la protección social universal contra los riesgos de la vida, sin discriminaciones o exclusiones, así como en el diseño y puesta en marcha de políticas de distribución del ingreso, o encaminadas a construir un sistema económico democrático que evite la dictadura del mercado y fortalezca la actividad pública de producción y distribución de bienes y servicios públicos básicos.

Todo esto ha vulnerado la validez y vigencia del Estado Nacional, al que se le cantan ya los responsos como entidad soberana y se saluda su creciente participación como gestor de los intereses del capital privado y, particularmente, de las corporaciones trasnacionales mediante la creación de ventajas competitiva.

Estado Nacional y mega-corporaciones:

En estos momentos se generaliza la idea de que los gobiernos nacionales tienen  alguna oportunidad de sobrevivir, sólo si son capaces de producir las condiciones generales de la producción indispensables a la expansión del capital y generar las ventajas competitivas necesarias para atraer a la inversión privada. En esta perspectiva, el papel correcto del gobierno es el de catalizador y estimulador.

Debe como Estado alentar –o incluso empujar– a las empresas a que eleven sus aspiraciones y pasen a niveles más altos de actuación competitiva".    En la globalización neoliberal, donde el Estado es sometido a los intereses del capital, las empresas transnacionales acentúan su posición como la fuerza motriz de la economía mundial, son las principales inversionistas de capital productivo en todo el mundo, así como de las inversiones financieras y comerciales.

 Ante este enorme poder, el sentido común neoliberal recomienda a los gobiernos de las naciones dependientes, específicamente de América Latina, no pretender regular el comportamiento de las mega-corporaciones, por el contrario se sugiere permitirles la propiedad absoluta de los recursos naturales a cambio de la creación de empleos, no siempre bien remunerados y sin prestación social alguna pero, se dice, empleos al fin. De esta manera, se vulnera y limita la voluntad de los gobiernos nacionales para control las actividades de las mega-corporaciones y se entrega la plaza sin condición alguna.

La insistencia del sentido común, abruma a nuestras naciones y se usa la razón y la evidencia, diciendo y reafirmando en todo momento que para los gobiernos nacionales resulta muy limitada la posibilidad de ejercer un control efectivo –pero además innecesario– sobre las mega-corporaciones.

En este caso, los intelectuales y políticos "realistas", pragmáticos y neoliberales, no ponen en duda lo anterior y se preguntan terminantes: ¿Cuáles podrían ser los instrumentos con que puede contar un gobierno democrático, por ejemplo en Guatemala, para negociar con una corporación como la General Motors, cuya cifra de ventas anuales es veintiséis veces superior a la del producto interno guatemalteco? ¿Cómo podrían someter a las grandes empresas los países del África Subsahariana, si su producto interno sumado es apenas similar a las ventas anuales de la General Motors y la Exxon?

Para el sentido común neoliberal, la respuesta y conclusión es sencilla por obvia: no existe otra opción más que rendirse e integrarse de manera individual y subordinada a los países hegemónicos, como éstos quieran y su bondad acepte. Y si es preciso ceder la soberanía o parte de ella, no importa si se cumple el fin último de la integración económica subordinada al gran capital.

En este sentido, la búsqueda de opciones distintas –como la integración de naciones en el libre ejercicio de su soberanía e independencia y, sobre todo, al margen de las grandes economías y mega-corporaciones–, resulta trabajo inútil. En todo caso, para el neoliberalismo el capitalismo no tiene vías alternas y, mucho menos, propuestas transformadoras y además ¿para qué, si la historia llegó a su fin?

Incluso, para muchos intelectuales modernos y modernizantes, la desproporción existente entre las economías de los países dependientes respecto de los metropolitanos no es amenaza, sino reto, que se resuelve en la medida que los países periféricos acepten su condición dependiente y aprovechen la oportunidad de integrarse a la globalización mediante la entrega de su economía y sus riquezas naturales al capital transnacional.

Sobre todo ahora, después de Afganistán e Irak, es decir, conociendo las decisiones  unilaterales para emprender "guerras preventivas", la existencia de las naciones emergentes –incluido su régimen político–, sólo es tolerada por el poder imperial si se ajusta a los cánones establecidos por los centros financieros metropolitanos y si sus gobiernos son capaces de servir dócilmente a los intereses del gran capital.

De otra forma, si esos países no se someten pacíficamente, o sus gobiernos no aceptan rendirse incondicionalmente –y lo mismo da si aceptan, según se pudo constatar con la agresión a Irak–, pueden pasar a engrosar la lista del "Eje del mal" –cuyos requisitos de ingreso nadie conoce, aunque la prioridad la tienen los países que disponen de petróleo en su territorio– y colocarse en situación de ser invadidos militarmente para establecer en ellos la "democracia" liberal sostenida por ejércitos de ocupación.

Aún más, la realidad es que, hoy, nuestros países son mucho más dependientes que antes, debido en mucho a los agobios provocados tanto por una deuda externa que no cesa de crecer como por una "comunidad financiera internacional", que pretende convertir la soberanía en parte de los desechos provenientes del atraso político–social y del desvarío nacionalista.

Pero mientras en los países dependientes el Estado se achica y debilita al ritmo impuesto por los ajustes neoliberales de los finales del siglo XX, el rango y el volumen de operaciones de las grandes compañías transnacionales y su valor se acrecienta de manera extraordinaria y sin límite alguno a costa de una creciente pobreza social y regional en los países dependientes.

Todavía más, ahora se proclama que al primer mundo sólo puede llegarse en la medida que se acepte llevar adelante, diseñadas por los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, (BM), políticas económicas cuyos resultados finalmente han provocado una mayor polarización y dependencia hacia la economía norteamericana.

En efecto, a los países dependientes se les sugiere (tal y como se dice en el críptico lenguaje del BM y el FMI), reforzar la estrategia de cambio estructural de orientación al mercado que ha mostrado ser causante de, por lo menos, tres graves cuestiones para nuestros pueblos: 1) Inestabilidad económica, acompañada de bajas tasas de crecimiento; 2) Aumento social y regional de la pobreza; y 3) Mayor dependencia y creciente pérdida de soberanía nacional.

A lo anterior, debe agregarse que la dependencia intelectual (incluida la científica y tecnológica), también se acentúa y a pesar de reconocerse que nuestros países son ahora más dependientes de lo que lo eran en los años sesenta, por una de esas paradojas del sentido común neoliberal las teorías sobre el significado de la dependencia, o acerca del imperialismo, son hoy desestimadas por buena parte de los intelectuales orgánicos del capital, pero también incluso por académicos que las consideran anacronismos teóricos, precisamente en estos momentos cuando ambas categorías adquieren una vigencia e importancia que, a pesar de todo, no han perdido desde el tiempo de su creación.

Por eso, ahora es preciso reivindicar el estudio de la globalización neoliberal como la expresión actual del Imperialismo en lo económico, lo político y cultural.

 La más reciente reestructuración emprendida por el capitalismo a escala mundial, la globalización misma, ha sido dominada y dirigida por la ideología neoliberal, convertida en especie de sentido común de nuestro tiempo que no deja espacios para ninguna otra forma de pensamiento.

En realidad, el desarrollo de la economía de mercado ha sido, en buena parte del mundo, menos intenso y veloz que el de los principios ideológicos y culturales en los cuales se sustenta. Tal y como ocurría en el pasado, cuando los gobernantes más despóticos y autoritarios exaltaban el valor de la democracia e insistían en asegurar que sus gobiernos eran expresión auténtica de la democracia; en los años recientes, el discurso cambió y los gobernantes del "mundo libre" entraron en una tenaz competencia para ver quien declaraba, con más fuerza y frecuencia, su adhesión a los principios y valores del libre mercado, convertido en paradigma inamovible, aceptado y proclamado como la única vía de crecimiento de las economías sin importar su nivel de desarrollo.

Pero antes, como ahora, esos discursos tienen poco que ver con la realidad y en el caso específico de mercados funcionando libremente su existencia concreta es excedida con creces por la retórica neoliberal sobre sus bondades. Es decir, hay mucho menos mercado libre de lo que se proclama y los gobiernos de las naciones desarrolladas no parecen estar preocupados por la evidente distancia entre su discurso neoliberal conque aturden a los países dependientes, exigiéndoles la implantación del mercado (y, además libre), con una intensidad que ni siquiera existe en sus propias naciones, que en mayor o menor grado siguen siendo intervenidas, subsidiadas, reguladas y protegidas.

En otras palabras, pese a las proclamas en favor de la propuesta neoliberal, los capitalismos desarrollados continúan teniendo gobiernos grandes, interventores, reguladores  y protectores, que organizan el funcionamiento de los mercados, otorgan enormes subsidios a los productores y aplican sutiles, cuando no burdas, formas de proteccionismo, conviviendo con enormes déficit fiscales provocados más por los apoyos a la reproducción del capital, que por los gastos sociales requeridos para mejorar las condiciones de vida de la población.

En síntesis, los países del capitalismo desarrollado son todo aquello que exigen dejen de ser las naciones dependientes, la mayor parte de ellas sus ex colonias, donde los gobiernos nacionales pierden peso en la orientación del desarrollo de la sociedad y su economía, donde crecen –no sin lamentarlo los mismos gobiernos que nada hacen para evitarlo– los niveles de pobreza social y regional, además de imponérseles un conjunto de políticas tendientes a desregular la actividad económica bajo la consideración de que el libre mercado permite alcanzar precios más bajos, mejorar la calidad de los bienes y servicios.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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