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Teoría del Estado – Unidad 8 – Dilemas de superviviencia. La postmodernidad (página 2)


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Estos cambios, novedosos a nivel de la cultura y los valores morales implican una fractura de la sociedad disciplinaria (bien analizada por Michel Foucault) y la instauración de una sociedad mas flexible "basada en la información y en la estipulación de las necesidades, el sexo y la asunción de los "factores humanos", en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del humor"

La cotidianeidad tiende a desplegarse con un mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles, con el mínimo de austeridad y el máximo de goce, con la menor represión y la mayor comprensión posible.

Poder planificar una vida "a la carta". Esta sería la utopía de los tiempos postmodernos donde el mito, tal cual lo señala Lipovetski, no sería Prometeo como en la Modernidad, sino Narciso.

La sociedad disciplinaria si bien correspondía a un sistema político democrático era de tipo autoritario.

Se tendía a sumergir al individuo en reglas uniformes, en eliminar lo máximo posible las elecciones singulares en pos de una ley homogénea y universal, la primacía de una voluntad global o universal que tenia fuerza de imperativo moral que exigía una sumisión y abnegación a ese ideal.

En el contraste se ve la diferencia. Lo interesante de pensar es que la Modernidad plasmada como sociedad disciplinar constituyó una subjetividad y una forma de ejercer un control de esta subjetividad. Como lo señala M.Foucault el control de las mentes y las conciencias permitió el control sobre los cuerpos y las prácticas sociales de los sujetos.

La postmodernidad no implica una liberación del control social, no nos libera de una estrategia de control global. Simplemente la manera de ejercer dicho control varía, ya que ahora dicho control se ejerce a través de la seducción, de una oferta de consumo, de objetos o de imágenes, consumo de hechos concretos o de simulacros.

La cultura postmoderna es en definitiva una pluralidad de subculturas que corresponden a diversos grupos sociales y que adquieren su propia legitimación a existir y a coexistir con otras subculturas con igual o similar reconocimiento social.

Dice G.Lipovetski: "la cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, materialista y psíquica, porno y discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y creativa; el futuro no tendrá que escoger una de esas tendencias sino que, por el contrario desarrollará las lógicas duales, la correspondencia flexible de las antinomias".

Se diversifican las posibilidades de elección individual, se anulan los puntos de referencia ya que se destruyen los sentidos únicos y los valores superiores dando un amplio margen a la elección individual. Lo interesante es pensar esta lógica no como la aspiración a un paraíso terrenal sino como una nueva forma de control social. La posibilidad de la constitución de una nueva subjetividad tal vez más controlable que la subjetividad moderna-revolucionaria. Implican nada más que tecnologías blandas de control.

El fin del trabajo

En el marco del análisis de la postmodernidad no debe soslayarse una problemática que constituye el centro de los debates sociales y psicosociales en el momento actual y que se percibe como una suerte de fantasma del futuro: el fin del trabajo tal como lo conocemos desde hace unos 200 años.

Tanto Jeremy Rifkin en "El fin del Trabajo" y Robert Castel quien editó "La cuestión de la metamorfosis social" muestran datos históricos que resultan sumamente contundentes a la hora de analizar este tema.

Entre las informaciones analizadas destacan que a principio del siglo XIX la agricultura constituía la ocupación fundamental de los hombres. Todas las tareas agrícolas se realizaban "a mano", arar, sembrar, carpir, regar, cosechar, etc. A partir de 1850 las condiciones comenzaron a variar Mc Cormick invento la segadora, John Deere el arado de acero, mas adelante apareció el tractor. En la actualidad solo un 3% de la población laboral se dedica a tareas del agro.

Estos trabajadores se trasladaron a las industrias que se hallaban en pleno auge. Llegaron a ocupar el 35% de la mano de obra de la clase trabajadora. Pero aquí también llegó la tecnología y la robótica y aunque la tecnificación de las industrias aumentaba la producción hacían que disminuyera estrepitosamente el caudal de obreros empleados.

Quedaba aún el sector de Servicios. Desde profesores a abogados, enfermeras y médicos cuidadores varios, funcionarios de gobierno administrativos y guardas de seguridad, este sector permitió salvar a la sociedad del terrible efecto desbastador del desempleo. Pero actualmente el sector de Servicios también se está tecnificando, la computadora, el Internet, la fotocopiadora, el procesador de textos entre otros adelantos, hace que se esté desplazando también de este sector a una masa de trabajadores que generan este gran interrogante: ¿adonde van?

A este interrogante se suma otro que es: ¿que actividad humana va a suplir la multidimensionalidad de efectos, vinculares, culturales, de la vida cotidiana, barriales y subjetivos que produjo el trabajo hasta ahora?.

La ausencia de trabajo y el aumento del ocio forzado pone en evidencia que el trabajo es mucho más que un medio de producción económica. El hecho que falte hace visible su múltiple función de organizar la cotidianidad no solo de un sujeto sino de su familia, genera hábitos, costumbres, horarios, es un medio de ubicación social de sentido para la vida, es generadora de subjetividad.

Si era el trabajo lo que producía todos estos efectos la gran pregunta es ¿qué otra actividad lo va a reemplazar como generadora de estos efectos que corresponden a la dignidad humana?

Desde los distintos autores, incluyendo los mencionados Rifkin y Castel se plantea la necesidad de repensar la cuestión social, la necesidad de pensar las condiciones de un nuevo contrato social, de reformular la concepción de lo equitativo y de lo justo, de crear formas inéditas de solidaridad y a buscar modalidades originales de recomposición del tejido social.

La actual política mundial de exclusión y disgregación produce la segregación de los circuitos sociales de producción, de utilidad y de reconocimiento de una gran parte de la población mundial. Se perfila, así un modelo de sociedad en el que sus miembros no están ya vinculados por aquellas relaciones de interdependencia que teorizó Durkheim, por ejemplo y que permiten que se pueda hablar de una sociedad como un conjunto de sujetos que se reconoce, por rasgos, como "semejantes". Tal es el peligro que comportan los fenómenos de exclusión: el exilio de una parte de la población respecto de la sociedad y la ciudadanía. El peligro no solo es encontrarnos en un nuevo tipo de sociedad sino en la descomposición de las condiciones de la democracia misma.

¿El fin de las ideologías?

El fin de las ideologías fue pronosticado en los años sesenta por Daniel Bell en un libro titulado "Contradicciones culturales del capitalismo". Dos décadas después, Francis Fukuyama publicó un célebre artículo, titulado "¿El fin de la historia?", por la confusión que generó sobre el término "historia", entendida en el sentido convencional de sucesión de acontecimientos. Más adelante, Fukuyama retornó sobre estas cuestiones en su libro: "El fin de la historia y el último hombre".

Un hecho ocurrido en el corazón de Europa en 1989, la caída del Muro de Berlín y la consiguiente desintegración del mundo socialista que giraba en torno a la Unión Soviética, pareció confirmar las tesis expuestas por Bell y Fukuyama. El fin de la guerra fría, que había caracterizado la vida del planeta tras la Segunda Guerra Mundial, marcaba según esas apreciaciones el fin de las ideologías, y había un consenso tácito acerca de la democracia liberal como forma final de gobierno y a la que podían llegar todos los Estados, es decir, se había llegado al techo de la evolución ideológica de la Humanidad o, en otras palabras, al fin de la historia.

Polémicas

En el marco mencionado, se presenta entonces una de las grandes polémicas de estos tiempos y que se relaciona con las ideologías. Efectivamente, algunos opinan que estamos en la era donde las ideologías han tocado a su fin u otros indican que en realidad asistimos a una etapa de redefinición y actualización de las ideologías a la luz de los cambios que se están produciendo.

Con la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría se terminaron los grandes debates entre el socialismo y el liberalismo. Por esa causa, muchos afirman que ya no queda nada por discutir, razón por la cual en el mundo occidental se indica que no existen ideologías y que sólo nos quedan realidades: el progreso, el avance tecnológico, la modernidad, la globalización son realidades, "pero también son parte de una ideología", indica el periodista Ignacio Ramonet, quien remarca que "en las democracias actuales, cada vez son más los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esta doctrina es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía de la opinión" que es la "traducción en términos ideológicos, con pretensión universal, de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en particular las del capital transnacional".

Se trata ese pensamiento único del neoliberalismo, "como única ideología aceptada por los dueños del mundo", que con su discurso racional y totalizador bloquea o ahoga cualquier intento de pensamiento crítico de acuerdo con las expresiones de Ramonet quien remarca que "hoy no existe una polémica fructífera, esclarecedora sobre alternativas ideológicas. Existe un pensamiento unificador, producto del proceso económico de globalización que ante una realidad económica ineluctable y un pragmatismo exagerado antepone la economía a la política". Como ejemplo de esa realidad, en la década de los ochenta, Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra llevaron a la práctica estas ideas neoliberales mediante la aplicación de programas económicos de corte duro. El conservadurismo trajo el debilitamiento y desmoronamiento de los valores que conformaron el Estado de bienestar, en virtud del cual se había institucionalizado la protección social de los ciudadanos por el mero hecho de serlos. En contra el pensamiento único, Joaquín Estefanía escribe que "al autodestruirse definitivamente el sistema alternativo al mercado y poderse contener el miedo al comunismo, el Estado de bienestar ya no fue necesario y la revolución que lo hizo posible se mandó al cuarto trastero".

Las ideologías no han muerto

Es evidente entonces que no es verdad que las ideologías hayan muerto, sí que existe una ideología totalizadora y predominante, enfrentada a "una alarmante carencia de pensamiento crítico", que intenta explicarlo todo, ante la lógica irrebatible de las nuevas realidades económicas, donde todo –política, sociedad, culturaha de supeditarse a la economía. En este aspecto la ideología neo liberal globalizadora asume la forma de un proyecto político global, que pregona el no intervencionismo, la minimización de los estados, la exaltación del mercado como único mecanismo de regulación económica, pero también social, cultural y política. Se hace un mito de la linealidad del proceso de globalización que escapa totalmente a la capacidad de los políticos y por tanto de los Estados, un proceso predeterminado donde todo está interrelacionado y nos lleva al progreso y al bienestar económico de todos. Es un proyecto político que tiene una utopía, la de un mercado global, sin fronteras, donde capitales, personas e información circulan con total libertad configurando un mundo idílico donde todos viviremos mejor. Su principal fuerza está generada en que se basa en realidades, en una lógica económica verificable que no cuenta con alternativas del mismo status. El progreso, la tecnología, las comunicaciones, el consumo, son realidades, pero también forman parte de esta ideología neoliberal que exalta las individualidades e intenta reemplazar las políticas estatales por la nueva tecno-política global.

Lo que ha dado en llamarse como neoliberalismo es una especie de revolución conservadora que exacerba el liberalismo económico, en cuanto sociedad de mercado, pero mantiene vivos los principios filosóficos de los viejos conservadores. Es clasista, excluyente y políticamente autoritario. Ignora totalmente las consecuencias negativas de la globalización y del propio progreso, no le interesan y por tanto no se preocupa en neutralizarlas, más bien la oculta. Utiliza el discurso liberal-económico en varios aspectos pero olvidando que el fin último del pensamiento político debe ser el hombre.

LA GLOBALIZACIÓN

Reemplazo de los Estados Nacionales.

Centralización y Descentralización.

La crisis de las fronteras tradicionales.

La Globalización es concepto que pretende describir la realidad inmediata como una sociedad planetaria, más allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías políticas y condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia de la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos económicos, los conflictos sociales y los fenómenos políticoculturales.

En sus inicios, el concepto de globalización se ha venido utilizando para describir los cambios en las economías nacionales, cada vez más integradas en sistemas sociales abiertos e interdependientes, sujetos a los efectos de la libertad de los mercados, las fluctuaciones monetarias y los movimientos especulativos de capital. Los ámbitos de la realidad en los que mejor se refleja la globalización son la economía, la innovación tecnológica y el ocio.

La caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista ha impuesto una acusada mundialización de nuevas ideologías, planteamientos políticos de "tercera vía", apuestas por la superación de los antagonismos tradicionales, como "izquierda-derecha", e incluso un claro deseo de internacionalización de la justicia.

En todos los países crece un movimiento en favor de la creación de un tribunal internacional, validado para juzgar los delitos contra los derechos humanos, como el genocidio, el terrorismo y la persecución política, religiosa, étnica o social.

Aspectos fundamentales de la globalización

Dos fenómenos centrales caracterizan hoy a nuestro planeta: por una parte, todos los Estados participan de la dinámica globalizadora. Al mismo tiempo, el mundo asiste a la revolución de la información. Se trata de un proceso importante, comparable al del pasaje de la economía agraria al de la economía industrial.

Vivimos una segunda revolución capitalista, cuyo nombre es: globalización. ¿Y qué es en definitiva la globalización? Se trata de la interdependencia y de la imbricación cada vez más estrecha de las economías de numerosos países, sobre todo el sector financiero, ya que la libertad de circulación de flujos financieros es total y hace que este sector domine, muy ampliamente, a la esfera económica.

La globalización llega a todos los rincones del planeta, ignorando o pasando por alto tanto los derechos y reglas de individuos y empresas como la independencia de los pueblos o la diversidad de regímenes políticos.

La globalización es la característica principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Su empuje y su potencia son tales, que nos obligan a redefinir conceptos fundamentales sobre los que reposaba el edificio político y democrático levantado a finales del siglo dieciocho: conceptos como Estado-nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia, Estado benefactor y ciudadanía.

La globalización no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su preocupación no es el control físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las invasiones o los períodos coloniales, sino el control y la posesión de las riquezas.

La consecuencia de la globalización es la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las esferas pública y social por el mercado y el interés privado. Actúa como una mecánica de selección permanente, en un contexto de competencia generalizada. Existe competencia entre el capital y el trabajo, pero como los capitales circulan libremente y los seres humanos son mucho menos móviles, el capital siempre gana.

Los fondos privados de los mercados financieros tienen ahora en sus manos el destino de muchas empresas nacionales y la soberanía de numerosas naciones. También, en cierta medida, la suerte o el destino económico del mundo. Los mercados financieros pueden dictar sus leyes a las empresas y a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, el financista se impone al empresario, lo global a lo nacional y los mercados al Estado.

En una economía globalizada ni el capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí mismos el factor económico determinante, sino que lo importante resulta la relación óptima entre esos tres factores. Para establecer esa relación las grandes firmas globales no tienen en cuenta ni las fronteras ni las reglamentaciones, sino solamente el tipo de explotación inteligente que pueden realizar de la información, de la organización del trabajo y de la revolución en los métodos de gestión.

Esto comporta con frecuencia la ruptura de la cadena de solidaridades en el interior de un país. Se llega así al divorcio entre el interés de las grandes multinacionales y el de las pequeñas y medianas (incluso grandes) empresas nacionales; entre el interés de los accionistas de las grandes empresas y el de la colectividad nacional, entre la lógica financiera y la lógica democrática.

Las grandes multinacionales no se sienten concernidas, ni mucho menos responsables, por esta situación, ya que subcontratan y venden en el mundo entero y reivindican un carácter supranacional que les permite actuar con enorme libertad ya que no existen, por decirlo así, instituciones internacionales capaces de reglamentar con eficacia su comportamiento.

La globalización constituye una inmensa ruptura económica, política y cultural; somete a las empresas y a los ciudadanos a una salida única: "adaptarse", abdicar de su voluntad para obedecer al mandato anónimo de los mercados financieros. La globalización, tal como se desarrolla actualmente, es el economicismo llevado al extremo.

Esta mundialización condena por adelantado, en nombre del "realismo", cualquier veleidad de resistencia e, incluso, de disidencia. Los pujos proteccionistas, la búsqueda de alternativas, las tentativas de regulación democrática y las críticas a los mercados financieros son consideradas "arcaicas" e, incluso, oprobiosas.

La mundialización erige a la competencia en única, exclusiva, fuerza motriz. Helmut Maucher, un ex presidente de Nestlé, declaró en el Foro de Davos: "Tanto para un individuo, como para una empresa o un país, lo importante para sobrevivir en este mundo es ser más competitivo que el vecino".

Y pobre del gobierno que no siga esta línea. "Los mercados lo sancionarían de inmediato -advirtió Hans Tietmeyer, ex presidente del Bundesbank alemánya que los políticos están ahora bajo control de los mercados financieros".

Marc Blondel, secretario del sindicato francés Force Ouvrière, pudo verificar esto en Davos, en 1996: "En el mejor de los casos, los poderes públicos sólo son subcontratistas de las grandes multinacionales.

El mercado gobierna; el gobierno administra", declaró.

Boutros Boutros-Ghali, ex secretario general de Naciones Unidas, señaló por su parte: "La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados. Esto es así porque la globalización implica la emergencia de nuevos poderes, que trascienden las estructuras estatales"

¿Y quiénes son, en este siglo que comienza, esos "nuevos poderes", esos nuevos amos del mundo? Por cierto no constituyen, como algunos imaginan, una especie de estado mayor conspirando en las sombras para controlar al mundo. Se trata más bien de fuerzas que se mueven a su antojo gracias a la globalización. Que obedecen a consignas precisas, cuyo slogan totalitario podría ser: "todo el poder a los mercados".

George Soros, financista multimillonario, sostiene que "los mercados votan todos los días (…) por cierto, fuerzan a los gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero indispensables. Son los mercados los que tienen sentido del Estado". Sin embargo, la globalización mata al mercado nacional -en particular los de los países en desarrolloque es uno de los fundamentos del poder del Estado-nación. Anulando al mercado, modifica el capitalismo nacional y disminuye el papel de las empresas locales y de los poderes públicos.

Las empresas locales, incluso los Estados, ya no disponen de los medios para oponerse a los mercados.

Quedan desprovistas de instrumentos para frenar los formidables flujos de capital, muchas veces puramente especulativos, o para oponerse a la acción de los mercados contra sus intereses y los intereses de los ciudadanos.

En general los gobiernos se someten a los consignas de política económica definidas por organismos mundiales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de

Comercio, que ejercen una verdadera dictadura sobre la política de los Estados.

La globalización no se reduce a la simple apertura de fronteras; traduce sobre todo el creciente poder de los mercados financieros, el retroceso de los Estados nacionales y las dificultades para establecer poderes supranacionales capaces de orientarla hacia el interés general.

Favoreciendo el libre flujo de capitales y las privatizaciones masivas a lo largo de las dos últimas décadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capitales (en materia de inversiones, de empleo, de salud, de educación, de cultura, de protección del medio ambiente), desde el ámbito público nacional hacia el ámbito privado internacional.

Es por eso que actualmente más de la mitad de las doscientas primeras economías del mundo no pertenecen a países, sino a empresas privadas.

Desigualdad y devastación

Si consideramos la cifra de negocios global de las doscientas principales empresas del planeta, vemos que ésta representa más de un cuarto de la actividad económica mundial. Sin embargo, esas doscientas firmas emplean menos del 0,75% de la mano de obra mundial.

Mediante las fusiones se multiplica el número de firmas gigantes, cuyo peso es a veces superior al de los Estados. La cifra de negocios de General Motors es superior al Producto Bruto Interno de Dinamarca; la de Exxon-Mobil supera el de Austria. Cada una de las 100 multinacionales más importantes vende más de lo que exporta cada uno de los 120 países más pobres del planeta. Y las 23 multinacionales más poderosas venden más de lo que exportan algunos gigantes del sur del planeta, como la India, el Brasil, Indonesia o México. Esas grandes firmas controlan el 70% del comercio mundial y amenazan con asfixiar o absorber a millares de pequeñas y medianas empresas en el mundo.

Los dirigentes de las multinacionales y de los grandes grupos financieros y mediáticos mundiales detentan la realidad del poder y, a través de sus poderosos lobbies, se imponen sobre las decisiones políticas, confiscando en su beneficio la economía y la democracia.

El volumen de la economía financiera es 50 veces superior al de la economía real y sus principales actores -los fondos de pensión estadounidenses, británicos y japonesesdominan los mercados financieros. Ante ellos, el peso de los Estados y de las empresas locales, cualesquiera que sean, resulta casi despreciable.

Cada vez más países que han vendido (muchas veces malvendido) sus empresas públicas al sector privado internacional se han convertido de hecho en propiedad de los grandes grupos multinacionales, que actualmente dominan sectores enteros de la economía del sur, sirviéndose de los Estados locales para ejercer presión sobre los foros internacionales y obtener las decisiones políticas más favorables a su dominación global.

Las políticas de ajuste estructural impuestas a los países en desarrollo en los años "80 en el marco del "Consenso de Washington" han dado resultados satisfactorios a escala macroeconómica, pero han significado un costo social exorbitante y contraproductivo. Los gobiernos han "saneado" las economías únicamente para favorecer la inversión internacional y, al mismo tiempo, han destruido las sociedades. La aceleración de la globalización y las crisis financieras de los años 1997 y 1998 aumentaron estos perversos efectos. Provocaron una reducción de los gastos públicos en salud y educación en nombre de la lucha contra el déficit fiscal y un aumento de las desigualdades y de la pobreza. Es cierto que en los países en desarrollo éstas no son producto exclusivo de las políticas de ajuste, pero es innegable que esas políticas han contribuido a acrecentarlas.

Actualmente, tanto las estructuras de Estado como las económicas y sociales de los países en desarrollo han sido barridas. El Estado se desploma un poco en todas partes. Se desarrollan zonas donde no existe el derecho; una suerte de entidades caóticas ingobernables al margen de toda legalidad, donde se ha recaído en un estado de barbarie en el que sólo las mafias imponen su ley. Aparecen nuevos peligros: crimen organizado, delincuencia explosiva, inseguridad generalizada, redes mafiosas, fanatismos étnicos o religiosos, corrupción masiva, etc.

La abundancia de bienes y el progreso de la técnica alcanzan niveles sin precedentes en los países ricos y desarrollados, pero en los países en desarrollo el número de los que no tienen techo, ni trabajo, ni medicamentos, ni lo suficiente para alimentarse, aumenta sin cesar. Sobre los 4.500 millones de personas que viven en los países en desarrollo, más de un tercio (o sea 1.500 millones) no tiene acceso al agua potable. El 20% de los niños no ingiere las calorías o proteínas suficientes y alrededor de 2.000 millones de personas, un tercio de la humanidad, sufre de anemia.

La globalización viene acompañada de un impresionante proceso de destrucción. Desaparecen industrias enteras en todas las regiones, con los sufrimientos sociales que eso comporta: feroz explotación de hombres, mujeres y, más escandaloso aún, de niños; 300 millones de niños son explotados en el mundo, en condiciones de brutalidad sin precedentes.

La mundialización comporta también devastación ecológica. Las grandes firmas pillan el medio ambiente valiéndose de medios desmesurados; se aprovechan sin frenos ni escrúpulos de riquezas naturales que representan el bien común de la humanidad.

Esto se acompaña asimismo de una criminalidad financiera ligada a los negocios y a los grandes bancos, que reciclan sumas que superan el millón de millones de dólares por año, es decir 20% de todo el comercio mundial y más que el Producto Nacional Bruto de un tercio de la humanidad.

La mercantilización generalizada de las palabras y las cosas, de los cuerpos y los espíritus, de la naturaleza y de la cultura, agrava las desigualdades. Las diferencias de ingreso a escala planetaria se ampliaron en proporciones sin precedentes en la historia. La relación entre el país más rico y el más pobre era de alrededor de 3 a 1 en 1816, cuando Argentina se declaró independiente. En 1950 era de 35 a 1; de 44 a 1 en 1973; de 72 a 1 en 1992 y de ¡82 a 1 en 1995!

Si bien gracias a un crecimiento sostenido y los beneficios de la llamada nueva economía el mundo es globalmente más rico, las políticas de ayuda a los más pobres resultan un fiasco evidente. Entre 1990 y 1998 la progresión anual media del ingreso por habitante fue negativa en 50 países en desarrollo. En más de 70 países, el ingreso medio por habitante es hoy menor que hace 20 años. A escala planetaria, uno de cada dos niños sufre de malnutrición. Más de 3.000 millones de personas, la mitad de la humanidad, viven con menos de 2 dólares por día… "Viven" es una manera de decir, porque con dos dólares por día deben comer, alojarse, curarse, vestirse, transportarse…

En América Latina, la pobreza alcanzaba en 1980 al 35% de los hogares; en 1990, al 45%. O sea que pasó de 135 a 200 millones de personas. En 1998, más de 50 millones de personas, que antes pertenecían a las clases medias, habían pasado a la clase de "nuevos pobres".

La desigualdad aumenta entre países ricos y pobres, en materia de acceso a medicamentos y de investigación para el tratamiento de enfermedades prácticamente ausentes en los países desarrollados.

La globalización es cada vez más excluyente. En nuestro planeta, el quinto más rico de la población dispone del 80% de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos del 0,5%. El número de personas que viven en la pobreza es más grande que nunca, y la distancia en términos relativos entre los países desarrollados y en desarrollo nunca fue más importante. La fosa que separa el Norte del Sur es hoy tan grande, que resulta difícil imaginar cómo podría desaparecer.

Podemos verificar con satisfacción que en los últimos veinte años más de 100 países se desprendieron de regímenes militares o de partido único y que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad vive en democracia. Pero el desastre económico pone en cuestión el progreso de las libertades civiles en muchos países en desarrollo. La pobreza disminuye el sentido de la democracia.

Se podría estimar que la clase media global reagrupa a los propietarios de automóviles, o sea alrededor de 500 millones de personas. Si estimamos tres personas por coche, eso hace 1.500 millones, o sea el 25% de la población mundial, de las cuales cuatro quintas partes viven en el Norte y consumen el 80% de los recursos del planeta.

La comunidad mundial de abonados a Internet conoce un crecimiento exponencial y representa actualmente el 26% de la población de Estados Unidos, pero menos del 1% del conjunto de los países en desarrollo. Se considera que el número de utilizadores de Internet, estimado en 142 millones en 1998, debería ser de 700 millones en 2004. La gran batalla del porvenir será entre empresas estadounidenses, europeas y japonesas por controlar las redes. Los países en desarrollo y sus empresas, salvo alguna excepción, están por completo al margen de esta nueva fuente de riquezas y apenas recogerán unas migas del comercio electrónico. Embrionario en 1998, con apenas 8.000 millones de dólares de intercambio, el comercio electrónico llegará a 120.000 millones este año.

Pero en la edad de la globalización, incluso los países ricos no garantizan un nivel de desarrollo humano satisfactorio a todos sus habitantes. Sectores enteros de la sociedad quedan al margen de la aparente prosperidad económica. En Estados Unidos, el 16% de la población -o sea una persona de cada seissufre de exclusión social. El número de niños sin cobertura médica satisfactoria llega al 37%. En Tejas, el Estado de George Bush, llega al 46%. En la primera potencia económica del mundo, 32 millones de personas tienen una esperanza de vida inferior a los 60 años; 44 millones están privadas de toda asistencia médica; 46 millones viven por debajo de los niveles de pobreza y hay 52 millones de iletrados. En el Reino Unido, un cuarto de los niños vive por debajo de los niveles de pobreza: más de la mitad de las mujeres trabaja en condiciones precarias y, en el plano de la asistencia médica, Gran Bretaña está en la última posición en la Unión Europea, después de Grecia, Portugal e Irlanda. A quien estas cifras parezcan asombrosas o desmesuradas, no tiene más que consultar el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Por todas partes la regla es la pobreza y el confort la excepción. La desigualdad creciente es una de las características estructurales de la mundialización. Estimaciones recientes de Naciones Unidas señalan que en 1999 la fortuna acumulada por las 200 personas más ricas del mundo representa más de un millón de millones de dólares. A título comparativo digamos que los 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados totalizaron un ingreso de 146.000 millones de dólares.

Existen individuos más ricos que los Estados: el patrimonio de las 15 personas más ricas supera el Producto Bruto Interno del conjunto del África subsahariana… La riqueza de las tres personas más ricas del mundo es superior a la suma del Producto Nacional Bruto de todos los países menos desarrollados, o sea 600 millones de personas.

La globalización ha favorecido una gigantesca dilatación de la esfera financiera: el monto de las transacciones del mercado de divisas se multiplicó por cinco desde 1980, para llegar a cerca de dos millones de millones de dólares por día. El monto de las transacciones financieras internacionales es 50 veces más importante que el valor del comercio internacional de bienes y servicios. El monto de los activos en poder de los inversores institucionales (compañías de seguros, fondos de pensión, etc.) supera los 25 millones de millones de dólares, o sea más que la totalidad de las riquezas producidas anualmente en todo el mundo.

Y las autoridades no pueden hacer gran cosa ante el poder de la especulación. Por ejemplo Japón, país que posee la más importante reserva de divisas del mundo (más de 200.000 millones de dólares), no es nada ante el poder financiero de los tres primeros fondos de pensión de Estados Unidos: más de 500.000 millones de dólares.

Si un gobierno democrático desea proteger sus empresas nacionales y realizar una política favorable al crecimiento y al empleo reduciendo las ganancias de las grandes empresas y tolerando un pequeño aumento de la inflación, los inversores internacionales lo acusarán de inmediato de proteccionismo y sancionarán al país, sea atacando su moneda, sea vendiendo masivamente las acciones de sus empresas. Esta reacción brutal provoca una crisis y hace imposible la aplicación de una política que ha sido democráticamente elegida por los ciudadanos.

Rubens Recúpero, integrante de la Comisión de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, afirmó alarmado que "es necesario controlar los movimientos de capital volátil. La economía mundial es hoy más inestable que nunca desde la segunda guerra mundial. Los países en vías de desarrollo son los más vulnerables. La reforma de la arquitectura financiera planetaria debe ser la primera prioridad mundial".

También el economista del Banco Mundial, James Wolfensohn, admitió el fracaso de una cierta política, a punto tal que declaró en Ginebra: "Sabemos ahora que la estabilidad macroeconómica, la liberalización y las privatizaciones son importantes, pero no suficientes. El desarrollo tiene múltiples facetas.

Hacer funcionar los mercados apunta a reducir la pobreza, pero demanda un entorno social sólido. La pobreza es multidimensional: una mejor calidad de vida no se traduce solamente por ingresos más elevados, sino que debe representar asimismo más libertades civiles y políticas, más seguridad y participación en la vida pública, más educación, alimentación y salud, un medio ambiente más protegido y un aparato de Estado que funcione realmente".

En conclusión, la globalización construye sociedades duales: de un lado un grupo de privilegiados e hiperactivos y, del otro, una inmensa masa de precarios, desempleados, marginados, es decir, tiempo de la exclusión social. Con todos los riesgos que ello supone, ya que el crecimiento de la pobreza y la desaparición de toda esperanza de salir de ella favorece el aumento de la violencia en los países en desarrollo.

En algunos de ellos la violencia ha adquirido la dimensión de una verdadera guerra. En Brasil, por ejemplo, alrededor de 600.000 personas han muerto asesinadas en los últimos 20 años. En países como Japón o Francia, el número de personas asesinadas es, respectivamente, de 2 y 3 por cada 100.000 personas. En Brasil es de 58 y en Colombia de 78 personas asesinadas por cada 100.000 En ciertas ciudades esa proporción es aún más trágica: en Cali es de 88, y en ciertos barrios de San Pablo de 102.

En ciertas ciudades de América Latina, más del 50% de las personas interrogadas declaran que ya no salen de su casa por la noche, lo que comporta un desastre económico para muchos comercios y empresas.

"¿Cuándo acabaremos por comprender, por aceptar, que la equidad y la justicia social, ejes de constituir frenos al desarrollo, son por el contrario favorables a mediano y largo plazo a la eficacia económica, a la expansión del comercio y a la prosperidad de las empresas?" se pregunta el analista francés Ramonet. Sostiene que deben tomarse "medidas redistributivas destinadas a facilitar el acceso de los pobres a la renta y poner en práctica políticas que estimulen la participación de los pobres en la vida social y económica" y en el plano internacional "se requiere ante todo un entorno de estabilidad que favorezca el crecimiento económico y marcos reguladores que limiten los flujos especulativos y eliminen la volatilidad financiera asociada a la globalización".

"Solo así conseguiremos humanizar la globalización y hacerla compatible con una concepción elevada de la democracia y de la dignidad humana" resalta.

LA GLOBALIZACIÓN Y LA MISIÓN SOCIAL DE LA IGLESIA

El cristianismo aportó una ética social de la dignidad de la persona y una igualdad que trascendía el status social, es decir, la Iglesia se entendió a sí misma desde el principio como una comunidad con una misión social. Esta misión social, como la misma Iglesia, siempre ha estado condicionada por el contexto. Esta contextualización se puede ver con la máxima claridad en el período moderno de la misión social de la Iglesia.

Cuando León XIII escribió la Rerum novarum (1891), el contexto era la rápida industrialización y urbanización de Europa, y la cuestión laboral condujo a una sociedad de dos clases: los empresarios burgueses capitalistas y la clase trabajadora o proletariado urbano. De ahí el tema de la encíclica. En 1931, su sucesor Pío XI conmemoró la encíclica de León XIII con la Quadragesimo anno. La cuestión del momento era la alternativa real a un orden social cristiano planteado por el socialismo de estado o comunismo. Por aquel entonces, el sistema capitalista había llegado a ser tan generalizado que había permitido la acumulación de «un inmenso poder y una dictadura económica despótica» en manos de unos pocos (Quadragesimo anno, n. 105). Desde este momento la Iglesia articuló por primera vez, con toda claridad, el principio de subsidiariedad.

Cuando Juan XXIII articuló su visión de la misión social de la Iglesia en Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963), el contexto era la guerra fría, las armas nucleares, la carrera del espacio. Las cuestiones del momento tenían que ver con problemas internacionales provocados por la nueva energía nuclear, el desequilibrio entre agricultura e industria en la economía de los estados, la disparidad de riqueza entre países. Juan XXIII enunció entonces el principio de la solidaridad de la raza humana y la necesidad de que los estados enfrentasen juntos problemas como la explosión demográfica y la necesidad de ayuda internacional.

Esta perspectiva internacional y universalista pasó a la Gaudium et spes (1965) del Vaticano II. El contexto era el de la transformación social y cultural fruto de la ciencia y la tecnología, un sentido más dinámico y evolutivo de la realidad, la gran prosperidad de algunos países industrializados y la creciente interdependencia de los humanos, con el resultado de que el bien común tenía ahora carácter universal e incluía derechos y deberes respecto a toda la raza humana. La idea de la solidaridad humana, de una única comunidad mundial impregna todo el documento. La misión social de la Iglesia está al servicio de toda la humanidad (Gaudium et spes, n. 3).

Las encíclicas sociales de Pablo VI y Juan Pablo II han continuado esta perspectiva internacional. Marcando el aniversario de la Rerum novarum, Juan Pablo II escribe en Centessimus annus (1991) que «hoy el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su conocimiento, especialmente el científico, su capacidad para una organización interrelacionada y compacta, así como su habilidad para percibir las necesidades de los demás y satisfacerlas» (n.32). El comunismo ya no es una alternativa viable al capitalismo liberal, lo cual no significa que el sistema capitalista sea algo bueno sin más. Las consecuencias del capitalismo (materialismo, consumismo, pobreza continuada de los países subdesarrollados, deuda externa, amenazas ecológicas) deben ser enfrentadas por la comunidad mundial.

La relación de la misión social de la Iglesia con su contexto y su reflejo en documentos oficiales de la Iglesia se ha dado también a niveles regionales y nacionales. El caso más conocido es el de América Latina, con las dos reuniones del CELAM (Medellín, 1968, y Puebla, 1979). La jerarquía latinoamericana proclamó que la misión social de la Iglesia allí era una «opción preferencial por los pobres», con lo que enfocaba la misión hacia los «no personas» más que a los «no creyentes».

Este breve recorrido nos ha permitido ver que la misión social de la Iglesia ha cambiado siguiendo su contexto social, económico y político. Los signos de los tiempos han de ser releídos constantemente.

La vinculación con la Globalización

El término, principalmente aplicado en economía, tiene implicaciones políticas, sociales y culturales, por cuya razón deben subrayarse aquellos aspectos que puedan contribuir a reflexionar sobre la misión social de la Iglesia.

Definición descriptiva: Una definición funcional de globalización podría ser «la extensión de los efectos de la modernidad en el mundo entero, y la compresión del tiempo y el espacio, de modo que todo ocurre al mismo tiempo», a lo que habría que añadir «la intensificación de la conciencia del mundo como un todo» (Robert J. Schreiter).

Schreiter describe positivamente los efectos de la modernidad como «creciente prosperidad material, mejor cuidado de la salud, más oportunidades educativas, aumento de libertad personal y liberación de muchas obligaciones tradicionales», y negativamente como materialismo, consumismo, individualismo al margen de las normas y relativización de los valores. Estos efectos se extienden por todo el mundo gracias a las tecnologías de la comunicación.

Los mismos desarrollos tecnológicos que han extendido la modernidad por todo el globo, han comprimido también nuestro sentido del tiempo y del espacio. Ejemplos de este efecto serían que la misma noticia llega simultáneamente a medio mundo; el correo electrónico permite una comunicación instantánea casi con todas partes; ciudadanos de un país viven y trabajan en otro, y se vuela a Japón o Sudamérica para una reunión de fin de semana. Otras expresiones del mismo fenómeno serían el turismo masivo y, en otro orden, las migraciones de masas en busca de una salida económica.

La «intensificación de la conciencia» es el aspecto subjetivo del proceso de globalización, tan importante como el aspecto objetivo. Se aplica a los individuos y a los colectivos. Nos sentimos parte de la humanidad como un todo, amenazada por un posible holocausto nuclear o por un desastre ecológico originado en tierras lejanas, como Bhopal o Chernobyl. La conciencia global está creando una nueva clase, pequeña pero influyente, de profesionales cosmopolitas, que tienen más en común con sus colegas de otras «ciudades globales» que con los trabajadores de su propia ciudad. En definitiva, en un mundo globalizado, hay un aumento de autoconciencia a nivel de civilización, de sociedad, de etnia, de región y también, por supuesto, a nivel individual (Robertson).

Fuentes y desarrollo histórico: La globalización, tal como la hemos descrito, es considerada un fenómeno relativamente reciente por la mayoría de los autores. lmmanuel Wallerstein, en un análisis básicamente marxista del sistema mundial, sostiene que éste empieza con la expansión del comercio y el desarrollo de una agricultura capitalista en Europa, entre 1450 y 1640, a lo que sigue el sistema mercantilista durante un siglo y medio. El capital se acumuló en manos de mercaderes que comerciaron con regiones que quedaban muy lejos de sus territorios. Dichos territorios pasaron a ser parte de una economía mundial, aunque no de un único dominio político. Wallerstein sostiene que esta economía mundial europea creó sus propias divisiones geográficas: núcleo (donde se concentraba el capital), periferia (proporcionando materia prima y mano de obra barata) y áreas semiperiféricas (que compartían características de las otras dos). Esta economía mundial condicionaba la forma en que se formaban las unidades políticas, y las naciones-estado son una función dependiente de la economía mundial. Para Walierstein, pues, el moderno sistema mundial es la economía mundial capitalista.

Aun apreciando la contribución de Wallerstein a la discusión, Giddens ve la economía capitalista mundial sólo como una de las cuatro dimensiones de la globalización. Las otras son: el sistema de nacionesestado, el orden militar mundial y la división internacional del trabajo. Las naciones-estado son los «actores» principales dentro de la política global, pero sociedades-empresas son los agentes dominantes dentro de la economía mundial. Por orden militar mundial Giddens entiende las conexiones entre la industria de guerra, el flujo de armamento y de técnicas de organización militar de algunas partes del mundo a las otras, el sistema de alianzas militares y, por supuesto, las guerras mundiales. La cuarta dimensión de la globalización Giddens la ve como desarrollo industrial y como «la expansión de interdependencia global en la división del trabajo desde la Segunda Guerra Mundial», y la «difusión mundial de los aparatos tecnológicos».

Roland Robertson, uno de los teóricos de la globalización más atento y penetrante, es crítico con Wallerstein y Giddens por no haber prestado suficiente atención a los factores culturales de la globalización. Concibe su desarrollo como algo multidimensional en cinco fases:

1. La fase germinal (Europa 1400-1750) incluye el incipiente crecimiento de las comunidades nacionales, la caída en importancia del sistema transnacional, la ampliación del dominio de la Iglesia Católica, la teoría heliocéntrica, la difusión del calendario gregoriano.

2. La fase incipiente (principalmente en Europa, 1750-1875), incluye la idea del estado homogéneo, unitario, la legalización de las relaciones internacionales, los individuos como ciudadanos, y las ferias internacionales.

3. La fase de despegue (1875-1925), que da origen a los cuatro puntos de referencia claves en el análisis de Robertson: sociedades nacionales, individuos genéricos, una única «sociedad internacional» y una concepción de la humanidad; globalización de las restricciones a la inmigración, crecimiento en rapidez y formas de la comunicación global, movimiento ecuménico, competiciones globales, por ejemplo, las olimpiadas, los premios Nóbel, la Primera Guerra Mundial.

4. La fase de lucha por la hegemonía (1925-1969), con las Naciones Unidas, el principio de la independencia nacional, concepciones conflictivas de la modernidad (los Aliados contra el Eje), la Segunda Guerra, la Guerra Fría, cuestiones acerca de las esperanzas para la humanidad, planteadas por el Holocausto y la bomba atómica, cristalización del Tercer Mundo.

5. La fase de incertidumbre (fines de 1960 hasta hoy), que incluye el crecimiento de la conciencia global, la llegada a la Luna y las imágenes de la Tierra desde el espacio, fin de la Guerra Fría del mundo bipolar, rápido crecimiento de instituciones, movimientos y medios de comunicación globales, problemas de multiculturalidad y polietnia, los derechos humanos se generalizan, resurge el Islam, reconocimiento de los problemas globales de medio ambiente y la Cumbre de la Tierra.

En resumen, el punto más importante de Robertson «es que el proceso de globalización tiene una autonomía general y una lógica que operan con relativa independencia de los procesos estrictamente sociales y de otros procesos estudiados de forma más convencional. "El sistema global no es simplemente un resultado de procesos de origen básicamente intra-social ni tampoco un desarrollo del sistema interestatal… Es mucho más complejo que todo esto".

Análisis y consecuencias: Si el proceso de globalización remite a algo más que al mundo de la economía capitalista y al del sistema de las naciones-estado, si es complejo y pluridimensional, ¿cómo hemos de entenderlo y cuáles son sus consecuencias?

El análisis de Robertson del proceso de globalización implica la interacción dinámica de cuatro componentes, puntos focales o de referencia que han agudizado sus formas desde la fase de despegue: las sociedades constituidas nacionalmente, el sistema internacional de sociedades, los individuos, la humanidad. Se remarcarán algunos aspectos.

En primer lugar afirma que cada uno de los componentes tiene una relativa autonomía, pero al mismo tiempo es constreñido por los otros tres, y que cargar el énfasis en uno a expensas de los otros es una forma de "fundamentalismo".

En segundo lugar, su perspectiva de la globalización tiene un foco cultural, lo cual significa que, por importantes que sean, las cuestiones económicas y las relaciones transnacionales están considerablemente sujetas a contingencias y codificaciones culturales.

En tercer lugar, en su modelo, la globalización incluye procesos de relativización: de sociedades, de identidades, de ciudadanía, de referencias sociales y también de culturas, doctrinas e ideologías. Al usar el término «relativización» Robertson pretende indicar las formas en que, a medida que avanza la globalización, se presentan cada vez más retos a la estabilidad de las perspectivas particulares sobre el proceso de globalización en su conjunto y a las formas colectivas e individuales de participar en él.

Una de las intuiciones más provechosas de Robertson es que mientras las tendencias hacia la unicidad del mundo son inexorables, esto no implica la desaparici6n de lo local o la homogeneización de lo particular. Es más, la relación entre lo universal y lo particular es central para nuestra comprensión del proceso de globalización. Particularismo y universalismo no son simplemente simultáneos, sino que están interpenetrados.

Finalmente Robertson enfatiza lo que otros no hacen: el aspecto de intensificación de conciencia que acompaña la globalización. En efecto, la misma noción de globalización implica connotaciones que hacen reflexionar. Qué pensamos acerca del mundo, de nosotros, de nuestros países y de la relación entre todo esto, forma parte de lo que entendemos por globalización. Y por esto es importante para entender la posición de la la Iglesia y su misión social.

Para los teóricos, la globalización es un hecho, no necesariamente una cosa buena en y por sí misma; e implica la relativización de identidades individuales y colectivas; rompe modelos establecidos de relaciones políticas y económicas; engendra conflictos culturales al yuxtaponer diferentes formas de vida; en definitiva: plantea problemas y retos a las naciones, al orden internacional, a los individuos y a la humanidad.

Globalización y religión: Hasta aquí no se ha hecho mención de la religi6n. Wallerstein considera todos los factores culturales, incluida la religión, como epifenómenos, funciones dependientes del dominio económico. Y para Giddens la religión tampoco es un factor importante en el proceso de globalización.

Para Robertson, en cambio, la religión es un ingrediente crítico del proceso de globalización y lo es de diversas formas. Se centra en la pregunta de cómo pensamos el mundo como una comunidad de seres humanos, cuestión que, como él mismo reconoce, tiene una larga historia en el pensamiento teológico y metafísico. Es una imagen del orden mundial que coloca a la humanidad como pivote del mundo como un todo. Y Robertson cita explícitamente a la Iglesia Católica, a la que considera la organización más antigua orientada a todo el mundo, en el que recientemente ha sido particularmente efectiva y políticamente influyente reivindicando que la humanidad era su interés principal. Robertson considera la religión como algo crucial para repensar la noción de comunidad en un mundo globalizado.

Pero el tratamiento más completo y sistemático de la relación entre religión y globalización se debe a Peter Beyer, de la Universidad de Toronto. Beyer sostiene que la religión "desempeña uno de sus papeles significativos en el desarrollo, la elaboración y la problematización del sistema global". Beyer está interesado en la influencia pública de la religión, que es otra forma de hablar de su misi6n social.

Beyer define la religión en general como un tipo de comunicación basado en la polaridad inmanentetrascendente, que funciona para dar significado a la indeterminabilidad radical de toda comunicación humana significativa, y que ofrece vías de superación o al menos de dominio de esta indeterminabilidad y de sus consecuencias. Históricamente ha habido una relación estrecha entre grupo cultural y religión, con lo que uno y otro han tenido que hacer frente a distintos contextos. Pero la religión no es sólo algo cultural, también es algo sistémico y, como otros sistemas de comunicación (político, legal, artístico, económico) puede funcionar como un subsistema de la moderna sociedad global. Beyer afirma que la religión es una esfera social que manifiesta a la vez lo particular sociocultural y lo global universal.

En el nuevo contexto, Beyer ve dos posibles maneras de que la religión tenga una influencia pública en una sociedad global. La primera, que él llama opción liberal (la terminología puede más bien confundir que clarificar), es seguida por los ecumenistas, los tolerantes, los religiosamente pluralistas. El principal problema teológico de esta opción es que hace poco reales las demandas religiosas: vehicula poca información específicamente religiosa que marcaría la diferencia en las decisiones de la gente, o que la gente no podría obtener de fuentes no-religiosas. La opción liberal tiene dificultades para especificar los beneficios y los requisitos de la religión en su forma funcional o "pura", lo cual la ha llevado a apoyarse en relaciones de aplicación para restablecer la importancia de la religión. Para Beyer el mejor ejemplo de esta opción es la teología de la liberación: "Esencialmente los teólogos de la liberación responden a la privatización de la religión buscando una revitalización de la función religiosa en aplicaciones religiosas, especialmente en la esfera política".

La segunda opción es la conservadora, que reafirma la tradición a despecho de la modernidad. Beyer considera que esta opción hace más visible la religión en el mundo de hoy y es un aspecto vital de la globalización y no su negación. La religión reafirma la visión tradicional de la trascendencia, pero se encuentra en conflicto con las tendencias dominantes en la estructura social global. Esta opción se concentra en la función religiosa y tiende a la privatización. Y la aplicación, en esta opción, toma con frecuencia la forma de la movilización política (la revolución islámica en Irán, el sionismo en Israel).

A diferencia de la opción liberal, esta opción sostiene que las normas religiosas deberían entrar en la legislación y pretende resolver los problemas sociales otorgando al sistema religioso y sus valores el primer lugar entre las distintas esferas funcionales. Según Beyer, pueden frenar la ola de las consecuencias de la globalización por un tiempo, pero no niegan la estructura fundamental de la sociedad global. En el análisis de Beyer, el contexto moderno y global conlleva implicaciones negativas para la religión como forma de comunicación, pero también un potencial nuevo, pues los subsistemas dominantes dejan en la indeterminación amplias áreas de vida social y crean problemas que no resuelven (de identidad personal o, de grupo, de amenazas medioambientales, de desequilibrio creciente de bienestar y poder). Estos "asuntos residuales" son afrontados hoy por movimientos sociales de base religiosa. Beyer ve en estos movimientos una serie de posibilidades de salvar el hueco entre la función religiosa privatizada y la aplicación religiosa de influencia pública.

La misión social de la Iglesia en su contexto global

¿En qué medida la misión social de la comunidad cristina (y más en concreto la católica) resulta afectada por el fenómeno de la globalización? El Papa Juan Pablo II, en su exhortación Ecclesia in America recogía algunas de estas implicaciones. Positivas podrían ser, dentro de la globalización económica, el aumento y la eficiencia de la producción que, unido al desarrollo de los lazos económicos entre los países, pueden contribuir a una mayor unidad entre los pueblos y a hacer posible un mejor servicio a la familia humana. Entre las negativas, Juan Pablo II menciona la absolutización de la economía, el desempleo, la reducción y el deterioro de los servicios públicos, la destrucción del entorno y de los recursos naturales, la creciente distancia entre ricos y pobres, la competencia desleal que pone a las naciones pobres en situación de creciente inferioridad.

En cualquier caso, si bien no se ha experimentado suficientemente el proceso de globalización como para prever sus ramificaciones y su relación con la misión social de la Iglesia, es dable analizar algunas posibilidades:

Naciones – Estado: Si algo ha puesto rotundamente de manifiesto el proceso de globalización es el cambio que ha supuesto para el papel y las funciones de las naciones-estado. Sigue siendo cierto que controlan el territorio y los medios violentos, pero han perdido el control regulador sobre sectores clave del subsistema económico, como las multinacionales, los precios de las materias primas, el flujo de capitales y de la información económica, o incluso el valor de su propia moneda. Y aunque algunos analistas sostienen que la economía global sigue basándose en lugares geográficamente estratégicos (las ciudades globales) y que el estado sigue siendo el garante definitivo de los derechos del capital global, es decir, de los contratos y de los derechos de propiedad, lo cierto es que las naciones-estado tienen un papel distinto y más limitado del que tenían en el siglo XIX y comienzos de XX.

En consecuencia, la nación-estado no puede ser el destinatario principal de la misión social de la Iglesia como lo fue en el pasado. La Iglesia, pues, sin dejar de lado las naciones, promueve nuevas organizaciones y estructuras transnacionales para hacer frente a las formas de injusticia provocadas por la economía globalizada.

En segundo lugar, la Iglesia ha mantenido la distinción entre estado y sociedad civil, en contra del totalitarismo o del estado que controla todos los aspectos de la vida. En muchas de las naciones-estado emergentes, la Iglesia ayuda a la formación de asociaciones cívicas, organizaciones intermediarias independientes del estado ya que fomentar la democracia y gobiernos democráticos sea una condición previa para el crecimiento de la sociedad civil. Es decir, la misión social de la Iglesia: impulsa ambas cosas a la vez: organizaciones intermediarias de la sociedad civil y formas democráticas de gobierno en las naciones-estado emergentes en las que la relación entre sociedad civil y el estado difiere de la que hay en Occidente.

Sistema internacional de sociedades: Estas limitaciones de las naciones-estado hablan a favor del fomento de los organismos internacionales. La Iglesia apoya el fortalecimiento de las Naciones Unidas de manera que pudiera existir alguna forma de poder policial no sujeto al veto de ninguna naciónestado. El principio de no interferencia debería modificarse legalmente para capacitar a las Naciones

Unidas a proteger a las minorías de la explotación y la opresión, como ponen de manifiesto las atrocidades en Ruanda y la antigua Yugoslavia. La Iglesia apoya y colabora con otros organismos internacionales para controlar las violaciones de los derechos humanos y también graves problemas ecológicos, como el efecto invernadero y la deforestación. También desarrolla su misión social a nivel regional, impulsando la cooperación entre Iglesias en determinadas áreas.

Economía capitalista, división del trabajo y orden militar mundial: Estos aspectos del análisis de Giddens los ha tratado la Iglesia desde Juan XXIII. Pero la situación cambió radicalmente con el colapso de la Unión Soviética y la caída del comunismo en los países de la Europa del Este. Juan Pablo II ya dejó claro en la Centessimus annus (n. 42) que el capitalismo neoliberal actualmente imperante no existiría sin sus propias formas de injusticia, y hacía notar las consecuencias de una forma de globalización dominada exclusivamente por el mercado. El capitalismo neoliberal, en efecto, parece conducir a una mayor desigualdad en la distribución del bienestar, a un cierto nivel de desempleo y de precariedad laboral, a una creciente desigualdad entre ricos y pobres y entre naciones ricas y pobres. Datos sobre esto no faltan: al menos 10 países africanos tienen un producto interior bruto per capita inferior al que tenían en 1960; hay más ordenadores en los Estados Unidos que en todo el resto del mundo y Norteamérica y otros países industrializados poseen el 97 % de las patentes de todo el mundo.

Este vacío creciente entre los países ricos del norte y los más pobres, especialmente de África y Asia, suscita la pregunta de cómo la opción preferencial de la Iglesia por los pobres puede llevarse a cabo en una economía globalizada. Por supuesto se debe hacer atendiendo no sólo a los individuos, sino también a países o regiones enteras del mundo, y debe dirigirse a las estructuras que provocan la pobreza y a las reglas de la globalización para que beneficien a todos y no sólo a las empresas. La Iglesia no puede proporcionar soluciones específicas a estos problemas, pero puede presionar a los países ricos, representados por ejemplo por el Grupo de los Siete, para que escuchen también a los países pobres cuando se trate de crear nuevas estructuras.

En cualquier caso, ya hemos dicho que muchas naciones-estado son incapaces de enfrentarse a estos problemas por sí mismas, y que se requieren nuevas estructuras internacionales para enfrentarse a estos problemas. Para responder a la pregunta de cómo se hace esto, hemos de acudir a los dos componentes mencionados por Robertson: la humanidad y los individuos.

Humanidad: La inclusión de Robertson del aspecto subjetivo de la globalización, la conciencia de globalidad, es muy pertinente para la misión social de la Iglesia. Será necesaria una mayor conciencia de la unidad y la dignidad de todo el género humano si algunas de las sugerencias mencionadas sobre responsabilidad y cooperación se han de hacer realidad. Con los desarrollos tecnológicos en comunicaciones, la globalización hace más posible que nunca la conciencia de solidaridad humana. Los medios están contribuyendo claramente, aunque quizá no deliberadamente, al incremento de esta conciencia. Gentes de muy distintas partes del globo quizá no puedan ayudar, pero se identifican y simpatizan con víctimas del hambre, de los terremotos, de las inundaciones que se pueden ver cada noche en la televisión. Históricamente la Iglesia ha despertado la conciencia de la solidaridad humana por medio de la enseñanza y el testimonio, pero está dispuesta en ir más allá de este despertar conciencias, hacia acciones responsables con sus indispensables estructuras.

Los individuos: Como individuos, a todos nos influye el conocimiento consciente de la globalidad, aunque nos resistamos a ello. Y precisamente, la conciencia de la solidaridad humana tiene que darse en los individuos, no en una abstracta "humanidad como tal". En consecuencia, para ser efectiva, la misión social de la Iglesia ha de dirigirse a los individuos. Históricamente esto se ha hecho con la enseñanza y la predicación, pero ante las modificaciones mencionadas la Iglesia está buscando de forma permanente nuevas formas de comunicación, cada vez más efectivas.

Otra contribución de Giddens y Robertson es su llamada de atención sobre el lugar que ocupan los individuos como agentes conscientes en el cambio social. Las estructuras sociales son producto de la actividad humana y se mantienen o no en función del constante impulso de valores y compromisos por parte de los individuos. La globalización puede hacer que el cambio social parezca una empresa imposible, pero incluso en un contexto global sin esperanza y sin ayuda, los individuos pueden marcar -y marcanla diferencia. Una de las principales funciones de la misión social de la Iglesia es seguir recordándonos que a la visión utópica nosotros la llamamos Reino de Dios y que la esperanza lo engendra. Somos una comunidad de esperanza y resistencia.

Universalismo y particularismo: Quizá uno de los análisis más estimulantes de Robertson es el que concierne a la universalización de lo particular, la particularización de lo universal y la mutua interpenetración de ambos. En el caso de la Iglesia (y de la teología) la atención a la diversidad y pluralidad de culturas, estimulada por el Vaticano II , nos ayudó a centrarnos en lo particular y consecuentemente en la necesidad de inculturación. Pero ahora hemos constatado lo porosas que son las culturas, por aisladas que parezcan geográficamente (por ejemplo, las islas de Micronesia y Oceanía). Desde sus inicios la comunidad cristiana ha vivido con la tensión entre lo particular y lo universal. Para llevar a cabo su misión social, la Iglesia debe simultáneamente afirmar los principios universales de solidaridad y subsidiariedad humana y adaptarlos a los contextos culturales particulares.

Cultura: Ya hemos visto que el proceso de globalización incluye aspectos que básicamente son de carácter cultural. Como dice Robertson, no importa cuánto "interés nacional pueda haber en las interacciones entre las naciones, todavía hay aspectos cruciales de naturaleza cultural que estructuran y modelan muchas relaciones, de las hostiles a las amigables, entre sociedades organizadas nacionalmente…". La mayor parte de los conflictos locales y regionales, por ejemplo, en Ruanda, la antigua Yugoslavia,

Oriente Medio, India y Pakistán, no se deben precisamente a territorios o recursos naturales, sino a la cultura. La misión social de la Iglesia se interesa por las culturas, por una parte, para apoyar las mejores contribuciones de las distintas culturas y, por otra, para criticarlas a la luz del Evangelio. Habiéndose apoyado en la cultura occidental europea respecto a su actividad misionera, la Iglesia adopta la posición de escuchar cada día las culturas no europeas y aprender de ellas antes de iniciar cualquier crítica.

Por otra parte, el análisis de la globalización sugiere que estamos ante la formación de algo parecido a una cultura global y no meramente ante una occidentalización de las culturas. El flujo cultural no va sólo de norte a sur, sino que, como resultado de la globalización, hay elementos de las culturas dominadas que se abren camino en el norte (por ejemplo, el interés por las religiones orientales). Lo cual nos lleva a concluir que si es cierto que está emergiendo una cultura global, será como resultado de una interpenetración de lo local y lo universal.

En cierto sentido, el interés por la globalización por parte de los católicos es una continuación de nuestro interés por la cultura y la inculturación. Hoy, las culturas no sólo implican particularismos y diferencias locales, sino también la cuestión de cómo cada grupo participa en la singularidad global.

La Eclesiología subyacente: Al reflexionar sobre la misión social de la Iglesia en el contexto de la globalización presuponemos una eclesiología de comunión, es decir, que la Iglesia Universal es una comunión de Iglesias particulares. Para entender a la Iglesia a la vez como universal y como local debe recordarse que el Vaticano II, al reafirmar la importancia de las diversas Iglesias particulares, no abandonó la noción de catolicidad de la Iglesia: "Esta variedad de Iglesias locales, con su aspiración común, es una prueba particularmente espléndida de la catolicidad de la única Iglesia" (Lumen Gentium, n. 23). El concilio no podía prever el rápido proceso de globalización que ha tenido lugar desde entonces, pero sí afirmó, con su lenguaje, la interpenetración de lo universal y lo particular, descrito por Robertson y otros sociólogos desde una perspectiva sociológica. Sus análisis pueden ayudarnos a evitar la inútil dicotomización entre las dimensiones particular y universal de la Iglesia.

Conclusión: La globalización, pues, es descripción adecuada de un cambio relativamente reciente de la forma en que las naciones-estado, el sistema internacional de estados, los individuos y la humanidad como un todo interactúan los unos con los otros, y de cómo entienden cada uno de ellos que están en este "único lugar". La globalización describe a la vez una situación objetiva de relaciones y una conciencia subjetiva de las mismas. Es cierto que estas nuevas dinámicas tienen aspectos negativos (amenazan la identidad de los grupos y de los individuos), pero también los tienen positivos (posibilitan la participación de un número cada vez mayor de personas en su propio desarrollo, no sólo desde un punto de vista económico, sino también político y cultural).Y mientras es una cultura global en desarrollo, la globalización no es necesariamente homogeneizadora, sino que también promueve y valora la diversidad. Para los cristianos, comprometidos desde siempre con la promoción del bien común y de la justicia y la paz para todos, el nuevo contexto supone retos y oportunidades.

Entre los retos, mencionaremos los siguientes: repensar el lugar y la función de las naciones-estado en la búsqueda de la justicia; promover y preservar la particularidad cultural capacitando a las distintas culturas para participar en el mercado global; promover la libertad individual sin llevar a un individualismo aislado; fomentar nuevas estructuras internacionales para hacer frente a los problemas que exceden de las capacidades de las naciones-estado; comunicar los principios cristianos de la justicia social de forma persuasiva y que lleve a la conversión del corazón; ejemplificar en la vida de la institución eclesial la justicia que predicamos.

La globalización también ofrece a la misión social de la Iglesia nuevas oportunidades. Las espectaculares nuevas tecnologías de la comunicación ofrecen la mayor posibilidad de aumentar el sentido de la solidaridad humana y permiten llegar a un conocimiento de unos y otros como seres humanos impensable cuando León XIII escribió acerca de "las cosas nuevas". El colonialismo occidental y el imperialismo soviético han cedido el paso a un mundo policéntrico. Culturas durante largo tiempo reprimidas han cobrado nueva vida al interactuar con otras culturas. La Iglesia tiene una nueva oportunidad de fomentar la subsidiariedad y la solidaridad. Su antigua doctrina sobre el uso de los bienes materiales para el bien común puede ahora aplicarse globalmente, pero al mismo tiempo este bien común ha de concretarse en comunidades locales y organizaciones intermediarias: globalización de la misión social.

Y finalmente, debe insistirse que la misión social de la Iglesia es una dimensión constitutiva de su misión fundamental: dar testimonio de la verdad, salvar y no juzgar, servir y no ser servido, ser portador de la esperanza y luz para todas las naciones (Gaudium et spes, n. 3).

Lectura opcional

ECONOMÍA POLÍTICA INTERNACIONAL

Economía política internacional, disciplina científica que analiza la interacción de la política en la economía entre los Estados del mundo. La más importante de estas interacciones está relacionada con el comercio internacional. Los estudiosos de la economía política internacional examinan también las relaciones financieras, la política regional y la cooperación económica, la política medioambiental, los modelos de inversión de las multinacionales, la ayuda extranjera y las relaciones entre las regiones ricas y pobres del mundo.

Los aspectos militares dominaron el estudio de las relaciones internacionales después de finalizar la II

Guerra Mundial en 1945. En las siguientes décadas, la atención se centró en la Guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, desde 1991, los políticos y especialistas han dedicado una mayor atención a la importancia de la economía política internacional en el estudio de las relaciones internacionales.

Los analistas estudian cómo las políticas gubernamentales afectan a las tendencias económicas y por qué los Estados adoptan determinadas políticas económicas. También intentan comprender los fundamentos de la cooperación económica global o regional.

Tendencias en economía política internacional

Desde el final de la II Guerra Mundial, el volumen de las transacciones económicas internacionales ha ascendido de forma constante. Al mismo tiempo, distintas regiones de todo el mundo han experimentado modelos inadecuados de crecimiento económico. Además, han surgido nuevas instituciones internacionales para coordinar esfuerzos y resolver las disputas que han acompañado a esas transformaciones de la economía global.

Comercio internacional

Desde la década de 1990 el comercio internacional ha crecido hasta ocupar casi el 20% de la producción total de bienes y servicios del mundo. Este volumen comercial equivale a casi cinco veces el gasto militar mundial.

Se han desarrollado asimismo nuevas instituciones para promover y dirigir el comercio mundial. De 1948 a 1995 se negociaron una serie de tratados a través del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), que gradualmente redujo los aranceles para la mayoría de productos manufacturados. En 1995 el GATT se convirtió en la Organización Mundial del Comercio (OMC), con mayor autoridad y un mandato más amplio para promover el comercio. Con todo, la mayor actividad política relativa al comercio se concentra en los países industrializados de Norteamérica, Europa occidental y Asia oriental. En conjunto, los países de estas áreas acumulan el 75% del comercio internacional.

Flujo monetario internacional

El gran incremento en el intercambio de divisas en los mercados internacionales ha transformado igualmente la economía política global. Avanzadas tecnologías de telecomunicaciones unen ahora esos mercados en los principales centros financieros (Tokio, Hong Kong, Zurich y Nueva York). A mediados de la década de 1990, el valor de las transacciones diarias de divisas superaba ampliamente el billón de dólares. Este volumen reduce al mínimo el líquido disponible para los gobiernos nacionales, que han perdido parte de su antigua capacidad de influir en los mercados internacionales defendiendo una determinada divisa.

Integración internacional

El aumento de la integración internacional ha sido igualmente notable, ocurriendo sus logros más importantes en Europa. La Unión Europea (UE) dio sus primeros pasos a partir de la coordinación de las políticas del carbón y del acero en seis países que, constituidos como Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en París en 1951, redujeron sus aranceles para permitir el libre comercio entre ellos.

La UE coordina hoy prácticamente todos los aspectos de las políticas económicas de los Estados miembros, desde el comercio y la inmigración hasta la legislación laboral y la política agraria. El 1 de enero de 2002 doce países de la Unión Europea (España, Portugal, Francia, Italia, Grecia, Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda y Finlandia) abandonaron sus monedas nacionales para adoptar el euro. Trescientos millones de ciudadanos pasaron a formar parte de la Unión Monetaria Europea. El Mercosur (integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) y el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (formado por Canadá, Estados Unidos y México) son otros ejemplos recientes de integración internacional, en este caso puramente comercial.

Multinacionales

Partes: 1, 2, 3, 4
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