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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 9)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Como nos lo recordara recientemente Paul Krugman, tal vez haya sido John Maynard Keynes quien mejor lo describió:

"Esta es una pesadilla que desaparecerá en la mañana. Ya que los recursos de la naturaleza y los dispositivos humanos son tan fértiles y productivos como antes. Nuestros avances para solucionar los problemas materiales de la vida no han perdido velocidad. Somos tan capaces como antes de lograr que un elevado nivel de vida para todos -elevado respecto de, digamos, hace 20 años- y pronto aprenderemos a alcanzar un nivel todavía más alto. No habíamos sido defraudados antes. Pero hoy nos hemos sumergido en un enredo colosal, nos equivocamos en el control de una delicada máquina, cuyo funcionamiento no comprendemos. El resultado es podemos desperdiciar nuestras posibilidades de riqueza durante un tiempo".

Pero, ¿cuál es nuestro destino económico de largo plazo? Keynes anticipaba una época, tal vez 2050, cuando todos (al menos en Inglaterra) podrían tener el nivel de vida de un Keynes. Y, como imaginaba que ninguna persona en su sano juicio podría desear más de lo indispensable, comodidades y lujos de la vida a los que accedía un Keynes, el problema económico estaría resuelto.

Somos más sabios -y tal vez estemos más descorazonados- que Keynes. Sabemos que queremos reemplazos de cadera y trasplantes de corazón, tratamientos de fertilidad y viajes aéreos baratos, calefacción central e Internet con banda ancha, y acceso exclusivo a la playa desde nuestras casas. Ya casi todos en la región del Atlántico Norte tienen comida suficiente para evitar el hambre, vestimenta suficiente para evitar el frío y refugio suficiente para estar protegidos. Pero, sin embargo, queremos más, nos enojamos cuando no lo tenemos, y somos lo suficientemente conscientes como para saber que los lujos se convierten en comodidades, y luego en necesidades -y que tenemos una excelente capacidad para inventar nuevos lujos a los cuales aspirar.

Ciertamente el problema económico, entonces, nos acompañará durante un largo tiempo. Pero al menos podemos contar con la capacidad de generar una sociedad relativamente igualitaria de clase media mientras avanzamos penosamente hacia nuestra utopía consumista, ¿verdad?

Fue Karl Smith, de la Universidad de Carolina del Norte, quien me explicó que probablemente esto no sea así. La prolongada bonanza posterior a la Revolución Industrial, que llevó los salarios de los trabajadores no cualificados a valores antes impensables -y mantuvo a esa gente a una distancia salvable (o, al menos, soñable) de los niveles de vida de los ricos y famosos- no es necesariamente una buena representación de lo que vendrá.

Para crear riqueza son necesarias ideas sobre cómo dar forma a la materia y la energía, energía adicional para llevar a cabo esa tarea, y medios para controlar el proceso mientras se implementa. La Revolución Industrial trajo ideas y energía a la mesa, pero los cerebros humanos continuaron siendo los únicos medios eficaces de control. A medida que la energía y las ideas se abarataron, los cerebros humanos, que eran sus complementos, se valorizaron.

Pero, a medida que avanzamos hacia un futuro de inteligencia artificial, que observadores como Kevin Drum esperan (o incluso la imbecilidad artificial que claramente ya está disponible), y hacia un futuro de biotecnología que se crea a sí misma de la misma forma que los sistemas biológicos, ¿no dejarán los cerebros humanos de ser los únicos medios valiosos de control?

Esto no necesariamente significa que los niveles de vida de los trabajadores «no cualificados» vayan a caer en términos absolutos: los mismos factores que reducen el valor de los cerebros humanos bien pueden ser igualmente eficaces para reducir los costos de las necesidades, las comodidades y los lujos. Pero la riqueza probablemente fluya hacia los propietarios de las ideas productivas -o, tal vez, de las ideas de moda– y hacia los propietarios de aquello que solo pueda ser imitado con gran dificultad y a un costo elevado, incluso con medios de control baratísimos, energía baratísima, y montones de ideas.

La lección es evidente: el mercado no garantiza por su naturaleza la producción de un futuro de largo plazo caracterizado por un nivel razonable de desigualdad de la riqueza y pobreza relativa. A menos que aceptemos esto completamente, y hasta que lo hagamos, seguiremos a merced de la "delicada máquina" de Keynes que tan poco entendemos.

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau for Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury S…)…

– Los juegos del hambre, EEUU (El País – 21/7/13)

(Por Paul Krugman)

Algo terrible le ha pasado al alma del Partido Republicano. Hemos ido más allá de una mala doctrina económica. Hemos ido incluso más allá del egoísmo y los intereses creados. A estas alturas, hablamos de una mentalidad que se regodea infligiendo más sufrimiento a los que ya están destrozados.

La causa de estos comentarios es, como tal vez habrán imaginado, el monstruoso proyecto de ley agraria que la Cámara de Representantes aprobó la semana pasada.

Durante décadas, los proyectos de ley agraria han tenido dos componentes principales. Uno de ellos ofrece subvenciones a los agricultores; el otro ofrece ayuda alimentaria a los estadounidenses con problemas económicos, principalmente en forma de cupones para alimentos (ahora conocidos oficialmente como Programa de Asistencia Alimentaria Complementaria, o SNAP, por sus siglas en inglés).

Hace mucho tiempo, cuando las subvenciones ayudaban a muchos agricultores pobres, se podía defender todo el paquete como una forma de apoyar a los necesitados. Con el paso de los años, sin embargo, los dos componentes corrieron diferente suerte. Los subsidios agrarios se convirtieron en un programa lleno de fraudes que beneficia principalmente a las corporaciones y a los individuos con dinero. Mientras que los cupones para comida se convirtieron en una parte esencial de la red de seguridad social.

Así que los republicanos de la Cámara han votado a favor de mantener los subsidios agrarios -en una escala más alta que la propuesta tanto por el Senado como por la Casa Blanca-, mientras que los cupones para alimentos se suprimen del proyecto de ley.

Para apreciar plenamente lo que acaba de aprobarse presten atención a la retórica que los conservadores suelen usar para justificar la eliminación de los programas de Seguridad Social. Dice algo así: "Ustedes son libres de ayudar a los pobres a título personal. Pero el Gobierno no tiene derecho a robar el dinero a los ciudadanos" -frecuentemente, en este punto añaden las palabras "a punta de pistola"- "y obligarlos a dárselo a los pobres".

Sin embargo, por lo visto, es perfectamente correcto robar el dinero a los ciudadanos a punta de pistola y obligarles a dárselo a las empresas agrícolas y a los ricos.

Ahora bien, algunos enemigos de los cupones para alimentos no citan la filosofía libertaria; en vez de eso, citan la Biblia. El representante por Tennessee Stephen Fincher, por ejemplo, citaba el Nuevo Testamento: "Aquel que no esté dispuesto a trabajar no comerá". Y cómo no, resulta que Fincher ha recibido personalmente millones de dólares en subvenciones agrarias.

Dado este impresionante doble rasero -no creo que la palabra "hipocresía" le haga justicia-, parece casi delusorio hablar de hechos y cifras. Pero supongo que debemos hacerlo. De modo que aquí están: el uso de cupones para alimentos ha aumentado, en efecto, durante los últimos años, y el porcentaje de la población que los recibe ha pasado del 8,7% en 2007 al 15,2%, según los datos más recientes. Sin embargo, no hay ningún misterio en esto. El SNAP se supone que ayuda a las familias con problemas económicos, y últimamente muchas familias los han padecido.

De hecho, el uso del SNAP tiende a seguir la trayectoria de las medidas generales contra el desempleo, como el U6, que tienen en cuenta a los subempleados y a los trabajadores que temporalmente han dejado de buscar trabajo activamente. Y el U6 se ha multiplicado por más de dos durante la crisis, desde, aproximadamente, el 8% antes de la Gran Recesión hasta el 17% a principios de 2010. Es cierto que el paro, en general, ha bajado ligeramente desde entonces, mientras que las cifras de los cupones para comida han seguido aumentando; pero suele pasar algún tiempo antes de que se sienta el efecto, y probablemente también sea cierto que algunas familias se hayan visto obligadas a usar los cupones para alimentos por los drásticos recortes en los subsidios por desempleo.

¿Y qué hay de la teoría, habitual en los círculos de derechas, de que es justo al contrario; que si tenemos tanto paro es por unos programas gubernamentales que, a efectos prácticos, pagan a la gente por no trabajar? (¡los comedores de beneficencia causaron la Gran Depresión!). La primera respuesta que a uno se le ocurre es que tienen que estar de broma. ¿De verdad creen que los estadounidenses llevan una vida de ocio con 134 dólares al mes, el subsidio medio del SNAP?

Aun así, finjamos que nos lo tomamos en serio. Si hay poco trabajo porque las ayudas gubernamentales inducen a la gente a quedarse en casa, si reducimos la mano de obra, debería funcionar la ley de la oferta y la demanda: al retirar a todos esos trabajadores, escasearía la mano de obra y subirían los salarios, especialmente los de los trabajadores peor pagados, que tienen más probabilidades de recibir ayuda. En realidad, claro está, los sueldos están estancados o bajando; y esto se cumple especialmente en los grupos que más se benefician de los cupones para alimentos.

Entonces, ¿qué está pasando aquí? ¿Es solo racismo? No cabe duda de que a los antiguos bulos racistas -como la imagen de Ronald Reagan del "muchachote fornido" usando los cupones de comida para comprar una chuleta-todavía se les da cierto pábulo. Pero hoy en día, casi la mitad de los receptores de cupones para alimentos son blancos no hispanos; en Tennessee, la tierra de Fincher, el que citaba a la Biblia, la cifra es del 63%. Así que no tiene nada que ver con la raza.

¿De qué se trata, entonces? Por alguna razón, uno de los dos grandes partidos de nuestro país se ha infectado de una mezquindad casi patológica, de desprecio por los que el presentador de la CNBC Rick Santelli, en la famosa perorata que señaló el nacimiento del Tea Party, llamaba "perdedores". Si uno es estadounidense y pasa por una mala racha, estas personas no quieren ayudarle; quieren darle otra patada más. No acabo de entenderlo del todo, pero es terrible contemplarlo.

(Paul Krugman, premio Nobel de 2008, es profesor de Economía de Princeton. © 2013 New York Times Service)

"Minijobs", ¿una clave para el paro? (Cinco Días – 2/2/12)

(Por Walther Von Plettenberg)

A principios de año, un periódico español se hizo eco de una encuesta en España en la que se constató que el 49,6% de los jóvenes españoles entre 18 y 29 años apoyaba la introducción de los miniempleos. No extraña que el paro juvenil, con una tasa de paro del 45%, refleje una cifra similar de los que apoyan esta medida. Los miniempleos -en Alemania denominados minijobs- son trabajos a tiempo parcial cuya remuneración no supera los 400 euros al mes y que gozan de un marco privilegiado en el IRPF y la Seguridad Social. Por el momento, no parece que entre las medidas de reforma del marco laboral el Gobierno de Mariano Rajoy quiera legislar en este sentido, aunque la idea fue también propuesta por el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Juan Rosell, hace pocas semanas. ¿Debería plantear el Gobierno su introducción?

Los defensores de estos contratos en Alemania señalan que para muchos un trabajo a tiempo parcial con pocas horas al mes es lo que buscan. A día de hoy, se aprovechan de ello algo menos de siete millones de personas: casi un 20% de los 41 millones de personas asalariadas. Una tercera parte añade estos ingresos a las rentas provenientes de otro trabajo a tiempo parcial para completar el presupuesto familiar, particularmente en el caso de ser ama de casa. Para muchos es la forma de conciliar mejor la vida profesional con la familiar.

Un 25% de las personas tiene más de 55 años, otro 25%, menos de 30 años, más de 200.000 personas prestan su ayuda en casas y particularmente a personas mayores. Al poderse aprovechar esta modalidad a la vez de cobrar una prestación no contributiva, pretende ser también un trampolín para entrar o regresar al mundo laboral. Así, una de tres personas que terminan su relación de trabajo como miniempleado pasa a una situación laboral regular de cotización a la Seguridad Social, el 40% de ellos en la misma empresa. El 70% de los que trabajan en este régimen manifiestan su satisfacción con su situación laboral. Los ingresos medios están en unos 300 euros.

Para los empresarios, el alto grado de flexibilidad que entraña este modelo, cuando el proceso productivo lo demanda, y la mejor relación coste total/ingreso neto para empresario y trabajador comparada con un contrato normal son los mejores argumentos en favor de él. De hecho, en términos puramente estadísticos en cuanto al número de contratos, el miniempleo es una historia de éxito: desde 2003, año de la última gran reforma de este tipo de contrato -en los años noventa se conocían como los contratos de 630 marcos-, el número de este tipo de contratos subió de 5,7 millones a más de 7 a finales del año 2010. Hoy está algo debajo de los 7 millones de contratos.

Su forma actual la recibió en el año 2003 por el Gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder en el ámbito de su famosa agenda 2010. Desde entonces, la clave de su atractivo para empleados y empresa está en el hecho de que solamente tributa con un 2% en el IRPF y que el trabajador no está obligado a aportar su 50% de los costes totales de la Seguridad Social, como normalmente es el caso. En el supuesto del miniempleo, la empresa paga un 15% para el seguro de jubilación de la Seguridad Social y otro 13% para el seguro médico. Si así lo desea el empleado, puede optar por complementar la aportación al seguro de jubilación hasta el máximo previsto de un 19,6% y con ello mejorar su jubilación, siendo esta mejora a cargo suya. El miniempleo como tal no da derecho a las prestaciones del seguro por enfermedad; este derecho lo adquiere el empleado por otros supuestos por los que está legalmente obligado o, en ciertos supuestos, exento de la obligación legal de estar asegurado para casos de enfermedad.

Para los detractores de este tipo de contrato, el tratamiento privilegiado a efectos de la Seguridad Social e IRPF es para las arcas del Estado pan para hoy, hambre para mañana. Señalan que los miniempleos hacen peligrar la primacía de contratos normales a tiempo completo y de mayor envergadura en cuanto a horas y sueldo y que no garantiza una adecuada jubilación al que haya trabajado con esta modalidad.

Una vez más, se ve que la realidad es tozudamente compleja y la decisión sobre introducir o no este modelo en España -tómese la decisión que se tome- requiere un alto grado de valentía.

¿Por qué valentía? Si la decisión es contraria a ello, habría que dar razones para que un modelo que en Alemania empezó a funcionar hace muchos años se descarte como parte de la solución del problema de paro. Habría que dar razones por las que los Gobiernos sucesivos alemanes desde los años noventa, de un color u otro, no han desistido del modelo, sino que lo han ido reformando y, supuestamente, mejorado.

Pero también la decisión contraria sería valiente. Si el Gobierno se decidiera en favor de este modelo, tendría que defenderse de las acusaciones de favorecer una evolución del marco laboral en detrimento de los derechos del trabajador: se le acusaría de dinamitar el marco seguro de la regulación actual de contratos a tiempo parcial, fijos discontinuos o temporales hoy por hoy claramente acotado, de propiciar la sustitución de los contratos a tiempo parcial regulares por los de poca remuneración, de fomentar la exclusión social de segmentos ya de por sí marginados de la población y de hacer peligrar una jubilación digna.

Sea cual fuere la decisión del Gobierno, el miniempleo no es una panacea, pero puede ser un elemento significativo para configurar un mercado de trabajo más de acuerdo a las necesidades de las personas, de la realidad social y del sistema productivo.

(Walther von Plettenberg. Director Gerente de la Cámara de Comercio Alemana para España)

– Camino a ninguna parte: los becarios de Bruselas, ocultos a la mirada de la UE (El Economista – 1/7/13)

Cuando Alex Godson aceptó su primera beca no remunerada en Bruselas, tras graduarse en un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Manchester, pensaba que sólo tardaría unos meses en conseguir un puesto a tiempo completo.

Pero Godson fue saltando de una beca a otra durante tres años antes de lograr en mayo un trabajo adecuado en el Movimiento Europeo Internacional, un grupo con sede en Bruselas que hace presión por una Europa federal.

Es uno de los miles de jóvenes licenciados que se esfuerzan al máximo en el engranaje de Bruselas sin seguridad laboral, beneficios e incluso a veces sin un salario ante unos líderes de la Unión Europea que la semana pasada se reunieron para declarar la guerra al desempleo juvenil.

"Cuando no te mueves de una beca no remunerada a otra, no estás camino a alguna parte", señala Godson, que tuvo que depender del dinero de sus padres. "Siempre hay un becario en la oficina y tú eres simplemente la persona que tiene ese puesto en ese momento".

Los líderes de la UE se han comprometido a asegurar que a cada joven de la UE sin empleo se le ofrecerá un trabajo adecuado, formación o aprendizaje en el plazo de cuatro meses. El viernes anunciaron que destinarían 6.000 millones de euros durante los próximos dos años para ese fin.

Pero con sólo mirar a su alrededor, verán que hay multitud de jóvenes sin remunerar o mal remunerados en la sala de máquinas de Europa.

A menudo dependiendo de becas o donaciones que menguan cuando la economía cae, muchas organizaciones no gubernamentales y grupos de expertos en Bruselas se han vuelto cada vez más dependientes de las contrataciones a corto plazo.

Los graduados que tratan de hacerse un currículum son una buena opción: jóvenes, ambiciosos y dispuestos a trabajar muchas horas por poco sueldo.

Sin sueldo o muy bajo

La Comisión Europea ofrece unas 1.400 becas de cinco meses al año con un salario de 1.074 euros al mes que es lo máximo, según Sophia Kabir, representante de una organización de contactos Young Professionals in Foreign Policy.

La denominada "stage", palabra francesa que significa experiencia laboral, es a menudo el primer peldaño en la escalera laboral de la UE. Aun así, el salario está muy por debajo del salario mínimo belga: 1.500 euros al mes. Muchas otras ofertas de trabajo ofrecen una remuneración de unos pocos cientos de euros o nada en absoluto.

Valentina Mat, con un master en política internacional de la Universidad de Londres, recibía sólo ocho euros al día para comida cuando trabajó en una organización de desarrollo internacional con sede en Bruselas durante un año.

"Incluso en las oficinas de algunos miembros del parlamento hay becarios empleados a los que pagan muy poco o nada", dijo Franz Obermayr, un eurodiputado austriaco en una carta de queja al presidente de la Eurocámara, Martin Schulz.

Se supone que las becas aportan formación, pero la línea entre eso y el empleo real a menudo es difusa.

Cáritas Europa, una organización de la Iglesia católica que defiende la justicia social, anuncia unas becas de abogacía sin remunerar por tres meses para las que los candidatos deben tener una licenciatura o master en derecho o política, hablar con fluidez inglés y francés, "excelentes" habilidades con la informática y experiencia previa trabajando en las instituciones europeas o con ellas: unos requisitos que podría encajar para un empleado a tiempo completo.

Peter Verhaege, el responsable de migración del grupo, dijo a Reuters que aunque los recursos son escasos, dar experiencia a los jóvenes es "lo menos que podemos hacer".

"No todo el mundo está de acuerdo". "Es una esclavitud moderna", dijo Kabir. "La gente de mi generación tiene problemas para comprender su valor de mercado".

– La UE gasta diez veces más dinero por vaca que por cada joven desempleado (El Confidencial – 2/7/13)

(Por Jorge Valero)

Cualquiera que analice por primera vez las conclusiones de una cumbre europea pensará que, entre toda esa farragosa verborrea burocrática, se esconde el esfuerzo definitivo contra los males de la crisis. No sólo por la decidida toma de postura del llamado Consejo Europeo, sino también porque los que la firman son nada menos que los líderes de la UE. Por ello, buenas noticias para los más de siete millones de jóvenes parados europeos, 945.000 en nuestro país en 2012, porque los Merkel, Hollande, Cameron o Rajoy prometieron en el sanedrín celebrado la semana pasada que "la UE movilizará todos los instrumentos disponibles para apoyar el empleo juvenil".

Con un presupuesto de casi un billón de euros para los próximos siete años (2014-2020), y casi 55.000 millones sin gastar del periodo anterior, uno imagina que, cuando Europa compromete "todos los instrumentos", no hay montaña lo suficientemente alta ni valle lo suficientemente profundo.

Pero poco tarda uno en darse cuenta de que las conclusiones de una cumbre no son motivo para descorchar el champán. Primero porque, como queda claro unas líneas más abajo, esa totalidad de recursos se reduce a una lista de promesas por detallar y otras encajadas después de costosas negociaciones, como los 6.000 millones que se han prometido adelantar a 2014 y 2015 para luchar contra el paro juvenil. Una cantidad bien generosa, pensará uno mirando su cuenta, pero no tanto cuando se reparte entre 28 países en siete años. España se llevará 1.900 millones, o lo que es lo mismo, menos de 2.000 euros por joven parado, lo que obligará al Gobierno a obrar el milagro de los panes y los peces.

Una cifra que no parece tan abultada cuando se comprara con los miles de millones de euros que ha gastado la UE en sus bancos (concretar la factura puede dar dolores de cabeza), o se piensa que Europa gasta hoy diez veces más en sus vacas (12,7 euros de media) que en sus jóvenes (1,26 euros), según datos de Eurostat. Más aún cuando uno recuerda que, para financiar apropiadamente la Garantía Juvenil, la "medida estrella" pilotada desde Bruselas, la Organización Internacional de Trabajo estima que se necesitarían 21.000 millones de euros. 

El optimismo sigue desinflándose cuando se hace recuento de la pila de cumbres de fogueo dedicadas al empleo juvenil, que ya arrancaron en enero de 2012, o las iniciativas dedicadas al tema que cogen polvo en la nube comunitaria, como la infrasubvencionada Iniciativa de Oportunidades para la Juventud; o EURES, la red para la movilidad de los que buscan un empleo en Europa.

Suspenso en todos los test de credibilidad 

Y, sobre todo, cuando echa la mirada atrás, uno se da cuenta de que la UE ha suspendido todos los test de credibilidad que ha encarado en el último año y medio, retrasando, aguando, o incluso arrinconando propuestas anunciadas a bombo y platillo de madrugada por los jerarcas europeos, como la unión bancaria o el Pacto por el Crecimiento, como reconoció el propio presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz.

¿Quiere decir eso que la cornucopia europea se quedará en palabras, palabras y más palabras? Probablemente algo llegará del maná europeo, pero la cascada de dinero no será suficiente para un problema que tiene tantos orígenes como propuestas de solución. Porque, como sucede con el futbol y los aficionados, o las obras y los pensionistas, no hay nada que atraiga más a los analistas que un problema complejo para ofrecer su bala de plata.

La OCDE apuesta a corto plazo por políticas activas de empleo, y más asistencia y apoyo en la búsqueda de empleo para jóvenes con dificultades, pero también pide a largo plazo encarar el elevado porcentaje de abandono escolar. El laboratorio de ideas Bruegel, referencia en la burbuja de la UE, descarta directamente medidas dedicadas al empleo juvenil porque "desgraciadamente, es improbable que tuvieran mucha diferencia en el problema" y pide crecimiento, crecimiento y más crecimiento. Por su parte, la Comisión Europea mantiene su letanía de flexibilizar el mercado laboral para terminar con la dualidad de los "insiders y outsiders". Y, por último, los jóvenes europeos han exigido desde hace tiempo la Garantía Juvenil.

Tras la buena experiencia de esta garantía en países como Austria o Finlandia, el Foro para Juventud Europea envió una carta a Van Rompuy ya en enero de 2012 para solicitar un colchón de dinero público, con el que se persigue el ambicioso objetivo de que cualquier joven no tarde más de cuatro meses tras terminar los estudios en tener unas prácticas, un trabajo o estudios suplementarios.

Los líderes han necesitado un año y medio, y dos millones y medio más de parados menores de 25 años, para tomarse en serio el riesgo de una generación perdida, y "comprar" esta garantía. Eso sí, "no estamos bajo ninguna ilusión. El problema no se solucionará de la noche a la mañana", dijo intentando aligerar algo más la presión el tejedor de las cumbres, Herman Van Rompuy. Porque, como se ha visto a lo largo de la crisis, la presión no es bien digerida por el estómago de la Vieja Europa, aunque lo que tenga en sus manos sea su materia prima más importante, su futuro capital humano.

– El "súperbecario" o la lucha mezquina por un trabajo en la jungla empresarial (El Confidencial – 3/9/13)

(Por Marta Jiménez Serrano)

La figura del becario está cada vez más en el punto de mira, debido a que sus obligaciones, derechos, deberes y, en el caso de existir, sueldos, se hallan en un limbo del que nadie sabe mucho. Lo que sí está claro es que los becarios están para ser explotados, o así lo contaba The Times en un reciente artículo, lo que también demuestra que la explotación del joven cualificado no es exclusiva del territorio nacional.

Basta con echar una breve ojeada al mundo del becariado para descubrir un circo de los horrores. Desde los licenciados tan cansados que desconocen en qué día viven, hasta la mujer que dormía sobre un pequeño trozo de gomaespuma tras su escritorio, ya que volver a casa no le compensaba, pasando por la becaria altamente cualificada y sin remuneración a la que se pidió que desatascase el fregadero o el joven que, aterrado como estaba de mostrarse vulnerable, ocultó que tenía una hernia.

Becario hasta la muerte

La alarma la ha disparado la muerte de Moritz Erhardt, joven de 21 años que trabajaba como becario en la sucursal que el Bank of America Merrill Lynch tenía en Londres. Erhardt falleció en la ducha tras haber trabajado 72 horas seguidas, y el acontecimiento hizo que la empresa anunciara una inminente revisión en las condiciones laborales que padecían los trabajadores en prácticas.

El caso de Erhardt ha puesto cara al feroz mundo financiero, en el que los trabajos cada vez son más escasos y la competitividad entre los jóvenes por obtener el premio final no conoce límites. Es lo que se ha dado a llamar el "súperbecario", ese perfil de joven muy cualificado, talentoso, obsesivo con el trabajo y dispuesto a trabajar un número incontable de horas en las condiciones que sean necesarias para salir victorioso (si sale). De hecho, se ha señalado que el lema que presidía el perfil en línea de Ehardt era "La mejora constante y la búsqueda de la excelencia".

No ha quedado aún claro si el fallecido becario tenía una condición médica que ha contribuido a su muerte, pero lo que es un hecho es que estos jóvenes tienen que demostrar una resistencia asombrosa. Una de las prácticas más comunes es la que se llama popularmente como "la rotonda de la magia": el becario en cuestión, tras 24 horas de trabajo intenso, coge un taxi camino de su casa y, una vez en el portal, le pide al taxista que espere; el joven sube, se pega una ducha veloz, un rápido lavado de dientes y en un abrir y cerrar de ojos se halla de nuevo en el asiento trasero del vehículo, pidiéndole al taxista que le devuelva a su lugar de trabajo para empezar una nueva jornada. Jonathan, un abogado que pasó por la becaría, afirma que no sólo es una locura sino, también, muy triste: "Prácticamente sólo hablas con los taxistas, que acaban llamándote por tu nombre de pila".

Alex es un antiguo empleado de otro importante banco, donde su trabajo consistía en supervisar a los becarios. "Nadie dijo nunca "es demasiado, no puedo soportarlo", porque eso sería un signo de debilidad", afirma. "Trabajan hasta altas horas de la madrugada y deben estar constantemente disponibles, de guardia. Terminar a las doce de la noche se considera acabar la jornada temprano". Las condiciones parecen, efectivamente, demasiado drásticas y, aunque muchos lo sobrellevan con la ilusión inicial, al cabo de algunas semanas se hace insoportable. No sólo por la fatiga irremediable, sino también porque esa implicación supone un impedimento para ver a los amigos o la familia, o para disfrutar de alguna afición que sirva como vía de escape.

La ley de la jungla

Como dice un empleado del Departamento de Recursos Humanos del banco, "sólo sobreviven los más fuertes: es la ley de la jungla". Por su parte, el banco declara que sólo están interesados en "estrellas brillantes, la crème de la crème más absoluta".

William es un antiguo becario de la empresa y afirma que "la hora normal de salida era las dos de la mañana, todas las noches, incluyendo los fines de semana. Éramos tres que competíamos por un solo puesto, así que si otro de los becarios se queda hasta las cuatro, ¿qué alternativa tienes? Pues te quedas también hasta las cuatro. O las cinco".

Las consecuencias de este ritmo frenético se traducen en que, al final, los becarios viven en el trabajo. La mayoría de los bancos tienen actualmente duchas y gimnasios, así como dentistas, médicos y fisioterapeutas, de modo que no hay necesidad de dejar la oficina. Algunos han incluido, incluso, "puntos de sueño", en los que se puede echar una cabezada sin perder tiempo para ir a casa. Según comentan los becarios, el sabotaje es exagerado y la competitividad, mezquina: una práctica común es, cuando un compañero deja el escritorio unos instantes, cambiar lo que tiene en pantalla y abrir alguna red social o página superficial, o registrar como su nuevo correo electrónico alguna palabra obscena. Por supuesto, el peloteo a los jefes llega a límites de sumisión: si el jefe fuma, tú también.

Muchos becarios, aun habiendo concluido su labor, no quieren abandonar su puesto de trabajo y se mantienen frente al ordenador fingiendo que trabajan, lo que desemboca en un "presentismo laboral" exagerado y absurdo. Según señala William uno no puede, de ninguna manera, pedir tiempo libre o sugerir que tiene un asunto familiar. Menciona al chico avergonzado de confesar que tenía una hernia y, según él, lo peor es que cuando finalmente pueden descansar, la mayoría de los becarios enferman debido a la brusca ruptura de su descabellada rutina.

La figura del "súper-becario" está tan consolidada que Peter Mattei ha escrito una nueva novela satírica que acaba de publicarse en Reino Unido, titulada The Deep Whatsis y que describe el proceso de conversión de un humilde becario en alguien tan despiadado como su jefe.

Prácticas no remuneradas

Sin embargo, no se trata meramente de un asunto que pueda inspirar a las mentes literarias, sino de un problema real, ya que muchos de estos jóvenes están siendo explotados y su trabajo no se remunera. Lucy Neuberger, de 23 años, ha terminado ya tres contratos de prácticas en los que no percibía ingresos para las principales empresas de relaciones públicas de Londres. La joven cree que es la manera que tienen de obtener mano de obra gratuita. Aunque Lucy tiene una licenciatura en Justicia Penal, algunas de las tareas que le encomendaron fueron limpiar la cocina o desatascar el fregadero. La joven cuenta que la empresa elaboró un horario titulado "Ángeles de la cocina" que eran, fundamentalmente, turnos de limpieza.

Gus Baker, codirector del grupo Intern Aware, reconoce que no es que las empresas no puedan permitirse pagar a los becarios, sino que se ha convertido en parte de la cultura industrial el utilizar descaradamente a los jóvenes para trabajos no remunerados. Asimismo, afirma que ningún becario suele quejarse nunca, ni reivindicar mejores derechos o condiciones más viables. (¿Pueden, realmente? ¿Cómo hacerlo, si están en constante competición unos contra otros? ¿Cuánto se juegan?).

Edward, uno de los banqueros más prestigiados, habla prácticamente como si estos jóvenes debieran estar agradecidos por unas condiciones laborales infames. "Es una oportunidad fantástica para ellos, que puede llegar a hacerles muy ricos".

Muchos, según él, llegan pensando que van a formar parte de las operaciones más importantes. "Vienen vestidos como el cliché, con el pelo engominado y tirantes". Además, añade, los becarios piensan "que tienen que cumplir. Siempre son los primeros en llegar y los últimos en irse. Es difícil decir si la presión viene de arriba o de ellos mismos". El banquero, finalmente, termina reconociendo que lo que sí es cierto es "que la presión es infernal". Además, en cualquier caso parece evidente que, por muy autoexigente que sea el becario, tanto sus condiciones de trabajo como el funcionamiento de la empresa no dependen de él, sino de sus jefes.

En definitiva, estos jóvenes se hallan bajo una presión constante e insufrible las 24 horas del día, y pueden ser reprendidos por la menor falta. Huelga decir que algunos de ellos no sobrevivirán a la criba y serán despedidos sin piedad al final del verano.

La situación en España

Todos estos ejemplos han tenido lugar en Londres, pero el problema parece tener una dimensión mucho más general. Como analizaba recientemente El Confidencial, los jóvenes españoles están sobrecualificados para las actividades que realizan. De una manera o de otra, cada vez más jóvenes europeos que cuentan con educación superior terminan desatascando fregaderos.

Que la situación no es exclusiva de algunos países lo confirma Diego Vicente, profesor de Comportamiento Organizacional de IE Business School, que considera que "estas situaciones se contagian. No es algo de un país o de otro, y menos en el mundo globalizado en el que vivimos". En España se da la misma situación, y con mucha frecuencia. Vicente apunta que la responsabilidad del empresario, que a menudo no tiene ningún escrúpulo, es evidente, pero que no debemos olvidar que "hay que mirar al propio becario, que también tiene responsabilidad: la gente debe aprender a poner sus límites, a decir que no a situaciones abusivas".

Vicente señala la frecuencia con que las empresas, en lugar de apostar por trabajadores consolidados en la propia firma, contratan a gente de fuera. Asimismo, conoce numerosos casos de becarios brillantes que nunca llegan a formar parte de la plantilla: en el momento de renovar su contrario, son reemplazados por un nuevo becario, ya que prima la reducción de costes. Como vemos, España no se libra de la explotación becarial, en la que poco influye el tamaño o la ubicación de la empresa.

El profesor cuenta cómo a menudo los becarios realizan un trabajo propio de un profesional, y se sorprende de que las empresas inviertan tanto capital en publicidad y traten así a sus empleados. Porque el becario, cuando sale, narra su experiencia, y no hay peor manera de anunciarse que esa.

Finalmente, Vicente termina comentando que, por desgracia, casos extremos como la tragedia de Erhardt no tienen por qué ser exclusivos de los becarios: "nadie está exento de esas situaciones; con más frecuencia de la que debería, el trabajo mina nuestra salud. Debemos saber poner límites entre el uso y el abuso".

 Tal vez sea el momento de plantearse si la celebérrima crisis económica no viene de la mano de una profunda crisis de valores.

– Por qué no llegas a fin de mes (si eres de clase media) (El Confidencial – 4/9/13)

(Por Esteban Hernández)

Los avances tecnológicos están alterando radicalmente el mundo profesional al asegurar una productividad creciente con menos mano de obra, asegura David H. Autor, profesor de economía en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y David Dorn, professor de economía en el madrileño Centro de Estudios Monetarios y Financieros, en un artículo publicado en The New York Times.

Así ocurre en Estados Unidos donde, a pesar de haberse perdido en los últimos tiempos dos millones de puestos de trabajo, la productividad ha seguido creciendo. E igual ha sucedido en España: según el Observatorio Económico de BBVA Research, nuestro país ha registrado el mayor incremento de competitividad de la Eurozona desde 2008, un 11%.

Ganadores y perdedores

En este nuevo contexto, quienes peor lo están pasando son las clases medias, porque son sus empleos los que están desapareciendo. Según señalan Autor y Dorn, en la medida en que con las nuevas tecnologías resulta mucho más fácil y barato realizar operaciones rutinarias, como organizar, almacenar, recuperar y manipular la información, muchos empleos ("los relacionados con la contabilidad, el trabajo de oficina, la producción y el empleo repetitivo de calidad") pierden su sentido y desaparecen, obligando a los trabajadores a reciclarse.

El problema es dónde hacerlo, porque sólo parecen existir dos velocidades, como explica Richard Florida en su teoría de las clases creativas. Autor y Dorn se adhieren a esa visión, señalando que aquellos que desarrollan con éxito esas tareas abstractas que requieren intuición, persuasión y creatividad en la resolución de problemas están obteniendo elevadas remuneraciones. Hay profesiones, como el derecho, la medicina, la ciencia, la ingeniería, la publicidad y el diseño, detentadas por personas con altos niveles de educación, gran capacidad de análisis, y que saben beneficiarse de equipos que facilitan la transmisión, la organización y el procesamiento de información, que están viviendo un gran momento.

Además, siguen necesitándose trabajadores manuales que operen en el sector servicios, que suelen ser los más requeridos en número. El problema no reside en esos dos estratos, sino en el de los que están situados en el medio, que han perdido gran parte de sus opciones laborales.

Nuevos productos, nuevos servicios

Las nuevas tecnologías, por tanto, estarían contribuyendo en gran medida a la polarización laboral, repartiendo el mercado entre los empleados de alta cualificación, destinados a la toma de decisiones, y una gran masa de trabajadores manuales que las ejecutan o que prestan servicios a las capas altas.

Lo cual no siempre viene mal, ya que eso es lo que nos ayudará a reinventarnos, aseguran los expertos. No debemos tener miedo a los cambios, ya que siempre acaba apareciendo una salida. Según los autores del artículo, van a surgir nuevos productos y servicios que harán que aumente el producto interior bruto y que generarán una notable demanda de empleo. Los sectores que hoy están en auge no son los mismos que hace cuarenta años y lo mismo ocurrirá en el futuro. Acabará naciendo una nueva clase media en España, como ha surgido en América Latina porque el cambio tecnológico es parte de los ciclos del capitalismo y suele reordenar las posiciones del campo laboral, pero no las destruye. Así, quien sepa reinventarse encontrará un futuro mejor con rapidez. Cuando eso ocurra, surgirán nuevos trabajos, y con ellos, nuevas capas intermedias que estabilizarán la sociedad.

Sin embargo, las cosas son más complejas, por varias razones. La dualización del mundo laboral no es un fenómeno que se dé únicamente a partir de la diferencia entre sectores profesionales de alto valor añadido y trabajo manual convertido en commodity. Las transformaciones del mundo laboral son mucho más confusas, ya que dentro de esos sectores favorecidos, desde el derecho hasta la consultoría pasando por la arquitectura o la medicina, también están apareciendo bolsas de notable precariedad y empleos con salarios ridículos. Además, una buena formación, aun necesaria, ya no garantiza el éxito, y aún menos lo hará en el futuro.

La desigualdad social está aumentando no sólo porque cada vez el mundo esté más dividido entre dos clases de trabajos, sino porque muchos de ellos no ofrecen los recursos necesarios para la subsistencia. Prácticamente una cuarta parte de los puestos de trabajo en los Estados Unidos se remuneran por debajo del umbral de la pobreza, y eso que hablamos de una zona geográfica especialmente favorecida en cuanto a nivel de vida.

Ganas más, gastas mucho más

En segundo lugar, la presión sobre la clase media no sólo proviene de la escasez de empleos o desde retribuciones más débiles. Como señala la profesora de la Harvard Law School Elizabeth Warren cuando compara las capas medias estadounidenses de 1970 con las actuales, su situación económica se ha empobrecido notablemente a pesar de que en aquella época solía entrar en el hogar un solo sueldo, el del varón, mientras que ahora es mucho más frecuente que se ingresen dos salarios. Las familias de ahora ganan más, pero también han de afrontar mayores gastos, como los destinados al cuidado y crianza de los niños o a la atención de personas mayores que mitigan el teórico aumento de poder adquisitivo. Asimismo, la tendencia a escapar del núcleo urbano que les ha permitido acceder a viviendas más baratas y a una mayor calidad de vida, también ha generado que se gaste más en la adquisición y mantenimiento de medios de transporte.

No obstante, la idea socialmente más extendida es que si la clase media gasta más es también porque lo hace de manera innecesaria, dejándose sus recursos en objetos superfluos y ostentosos, desde la pantalla de plasma al móvil de última generación. Warren afirma que la mayor parte de sus ingresos se destinan a esos gastos fijos que nos aseguran una vida digna. Pagamos más por la vivienda, por el agua, la luz o por el gas, pero también por la sanidad y por la educación.  Y a menudo con una contraprestación muy pobre: la gente se gasta más en formación que hace treinta años y obtiene a cambio muchas menos probabilidades de que le sea útil.

En definitiva, el nivel de vida está decreciendo porque las cosas necesarias cuestan mucho más. Y no es un diagnóstico que sea sólo aplicable al ámbito estadounidense. Según un informe de la OCU, emitido una década después de la sustitución de la peseta por el euro, la subida de los precios en España había sido notable mientras que los sueldos permanecían en un nivel similar al de diez años antes.

El pan era un 85% más caro en 2011 que en septiembre de 2001, mientras que los huevos habían pasado de costar 0,07 euros la unidad en enero de 2002 (con el cambio a euros ya operado) a 0,15, la leche de 0,60 euros el litro a 0,89, el arroz de 1 euro el kilo a 1,45, el libro del aceite de oliva de 2,1 a 2,8, la carne de vaca de 7,70 euros el kilo a 10,50, y las patatas de 0,32 euros el kilo a 0,69, una subida del 116%. Además, a finales de 2011, la vivienda era un 66% más cara, el tren un 45%, el autobús un 48% y los carburantes un 82% más. Y eso era hace dos años…. En resumen, que si la clase media no llega a final de mes bien puede ser por esto:

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El malogrado sueño americano (Project Syndicate – 5/9/13)

(Por Carol Graham)

Washington DC.- Desde hace ya mucho tiempo atrás, se percibe a Estados Unidos como la "tierra de las oportunidades", la tierra donde los que trabajan fuerte salen adelante. La fe en esta característica fundamental de la identidad nacional de Estados Unidos ha persistido, a pesar de que la desigualdad se ha venido elevando gradualmente durante décadas. Sin embargo, en los últimos años, la tendencia hacia los extremos de los ingresos y la riqueza se ha acelerado de manera significativa, dicha aceleración sobreviene a consecuencia de los cambios demográficos, el sesgo de la economía en cuanto a las habilidades de las personas, y la política fiscal. La pregunta es: ¿está cerca el colapso del sueño americano?

Desde el año 1997 al año 2007, la proporción de ingresos que acumulan los hogares estadounidense que se encuentran en el 1% superior de la curva de distribución de ingresos se incrementó en un 13,5 %. Esto es equivalente a desplazar $ 1,1 millones de millones de los ingresos totales anuales de los estadounidenses hacia dichas familias -esta cifra representa más que el total de los ingresos del 40% de los hogares estadounidenses en la parte inferior de dicha curva de distribución.

El impacto preciso que la desigualdad tiene sobre el bienestar individual sigue siendo un tema controversial, en parte debido a la naturaleza compleja de los indicadores que se necesitan para medir dicho impacto con exactitud. Pero, no obstante que los indicadores objetivos no ofrecen una visión completa de la relación entre la desigualdad de ingresos y el bienestar humano, la forma como se interpretan dichos indicadores envía señales importantes a las personas dentro y entre las sociedades.

Si la desigualdad se percibe como el resultado de una justa recompensa por el esfuerzo individual, puede ser una señal constructiva sobre las oportunidades que pudiesen encontrarse en el futuro. Pero, si dicha desigualdad se percibe como el resultado de un sistema injusto que premia a unos pocos privilegiados, la desigualdad puede erosionar la motivación individual de las personas para trabajar fuerte e invertir en el futuro.

En este sentido, las tendencias actuales en Estados Unidos han sido, en gran medida, destructivas. La movilidad económica, por ejemplo, ha disminuido en las últimas décadas, y ahora también es menor en muchos otros países industrializados, como por ejemplo en Canadá, Finlandia, Alemania, Japón y Nueva Zelanda. La posición inicial de un trabajador estadounidense en la distribución del ingreso es altamente predictiva de sus ganancias futuras.

Es más, existe una fuerte correlación intergeneracional del ingreso (cerca al 0,5) en los EEUU; es decir, los hijos de padres que ganan un 50% más que el promedio tienen la probabilidad de ganar 25% más que el promedio de su propia generación. De hecho, los EEUU se encuentra ahora aproximadamente en el medio de lista de jerarquización de países según oportunidades económicas (ranking of economic opportunity) del Banco Mundial, muy por debajo de países como Noruega, Italia, Polonia y Hungría.

Algunos sostienen que, siempre y cuando EEUU mantenga su dinamismo económico, su liderazgo en la innovación tecnológica y su atractivo para los inmigrantes, la desigualdad de ingresos es irrelevante. Sin embargo, otras tendencias pertinentes -como escuelas públicas que fracasan, infraestructuras que se desmoronan, tasas de delincuencia que se incrementan y constantes disparidades raciales en cuanto al acceso a oportunidades- parecen desmentir tales afirmaciones. Al fin de cuentas, tener algunas de las mejores universidades del mundo no significa mucho, si el acceso a dichas universidades en gran parte depende del ingreso familiar.

Este tema no es únicamente de importancia para los estadounidenses. En un mundo en el que los destinos individuales de las personas están cada vez más interrelacionados, y la gobernanza efectiva depende de un consenso sobre las normas relacionadas a la justicia social y distributiva, las crecientes diferencias de ingresos en un país -especialmente en uno que ha servido como punto de referencia en cuanto a oportunidades económicas- puede dar forma al comportamiento que se desarrolla en otros lugares. Sin la creencia de que el trabajo fuerte engendra oportunidades, las personas tienen una menor propensión a invertir en educación, lo que socaba el desarrollo del mercado de trabajo; inclusive, puede que dichas personas se vean impulsadas hacia la protesta.

De manera más general, la disminución de la movilidad económica en EEUU podría deteriorar la confianza en los principios relacionados a la economía de mercado y a la gobernabilidad democrática, que son los principios que Estados Unidos ha propugnado durante décadas -y que a su vez son fundamentales para las estrategias de desarrollo de muchos países. Como el ganador del premio Nobel Joseph Stiglitz ha señalado: "La medida en la que sea posible configurar la economía y los sistemas de gobierno a nivel mundial para que los mismos estén en concordancia con nuestros valores e intereses dependerá, sobre todo, de lo bien que funcionen nuestros sistemas económicos y políticos para la mayoría de los ciudadanos". Debido a la creciente evidencia de que el sistema está funcionando mucho mejor para los ciudadanos más ricos que para los pobres, el poder blando de Estados Unidos parece estar destinado a erosionarse de manera considerable.

La reducción de la desigualdad requiere soluciones integrales a largo plazo, como por ejemplo, se necesitan reformas en la política fiscal que recompensen la inversión pública en salud y educación, sin añadir desincentivos a un código fiscal que de por sí ya es engorroso. Sin embargo, trabajar por el logro de estas reformas requiere de una gran voluntad política, que parece que le hace falta a EEUU.

En efecto, dada la parálisis política en el ámbito nacional, el inicio un debate constructivo sobre un tema tan divisivo y que conlleva consecuencias, como es el caso del debate sobre la desigualdad dependerá en gran medida de la opinión pública estadounidense. Si más personas reconocen las limitaciones que la desigualdad impone a sus perspectivas futuras, es muy probable que dichas personas presionen a los formuladores de políticas para que ellos hagan frente a las mencionadas limitaciones. Esto no solamente beneficiaría a EEUU, sino que tendría un impacto positivo en la gobernanza a nivel mundial.

Desde hace ya mucho tiempo atrás los estadounidenses se enorgullecen del estatus que tiene su país como la tierra de las oportunidades: un lugar de destino para llegar al cual las personas sufren adversidades inconmensurables. Una campaña de educación pública destinada a poner de relieve los retos que plantea la desigualdad para los propios fundamentos de dicha reputación es un primer paso de bajo riesgo hacia la reactivación de la promesa americana.

(Carol Graham is Senior Fellow at the Brookings Institution and College Park Professor at the University of Maryland"s School of Public Policy)

– La recuperación de los ricos (El País – 15/9/13)

(Por Paul Krugman)

Hace unos días, The New York Times publicaba un reportaje sobre una sociedad cuyos cimientos estaban siendo socavados por la desigualdad extrema. Esta sociedad proclama que recompensa a los mejores y más brillantes, independientemente de cuáles sean sus antecedentes familiares. En la práctica, sin embargo, los hijos de los ricos se benefician de oportunidades y relaciones inaccesibles para las criaturas de las clases media y trabajadora. Del artículo se desprende que la brecha entre la ideología meritocrática de la sociedad y su realidad cada vez más oligárquica está teniendo un efecto profundamente desmoralizador.

El reportaje explicaba, en pocas palabras, por qué la desigualdad extrema es destructiva, por qué suena hueca la afirmación de que las desigualdades no son importantes siempre que haya igualdad de oportunidades. Si la diferencia entre los ricos y el resto de la gente es tal que los primeros viven en un universo social y material diferente, con esto basta para vaciar de sentido cualquier noción de igualdad de oportunidades.

Por cierto, ¿de qué sociedad estamos hablando? La respuesta es: de la Escuela de Negocios de Harvard, una institución de élite actualmente caracterizada por una profunda división interna entre los alumnos corrientes y una especie de aristocracia de hijos de familias adineradas.

La cuestión, por supuesto, es que en Estados Unidos las cosas funcionan como en la escuela, o incluso peor, algo que parecen confirmar los últimos datos sobre la renta de los contribuyentes.

Los economistas Thomas Piketty y Emmanuel Sáez han recopilado esos datos durante la última década y han utilizado las cifras de la Hacienda estadounidense para calcular la concentración de renta en las clases altas estadounidenses. Según sus cálculos, la parte correspondiente a las rentas más altas sufrió un golpe durante la Gran Recesión, cuando cosas como las plusvalías o las primas de Wall Street decayeron temporalmente. Pero los ricos han vuelto con fuerza, hasta el punto de que el 95% de los ingresos de la recuperación económica desde 2009 han ido a parar al famoso "1%". De hecho, más del 60% fue al 0,1% de la población con los ingresos más altos, gente cuyas rentas anuales superan los 1,9 millones de dólares.

Básicamente, mientras que la gran mayoría de estadounidenses vive aún en una economía deprimida, los ricos han recuperado casi todas sus pérdidas y siguen avanzando posiciones.

Un inciso: estas cifras deberían (aunque probablemente no lo harán) acabar por fin con las pretensiones de que la desigualdad creciente se debe tan solo a que a los que tienen un mejor nivel de instrucción les va mejor que a los menos preparados. Solo una pequeña parte de los licenciados universitarios accede al selecto círculo del "1%", mientras que muchos jóvenes con un alto nivel de formación -la mayoría, incluso- están pasando por momentos muy difíciles. Tienen sus títulos, con frecuencia conseguidos a costa de adquirir deudas importantes, pero una gran parte de ellos siguen sin empleo o están subempleados, mientras que muchos más descubren que acaban realizando trabajos en los que no hacen uso de sus costosos estudios. El licenciado universitario sirviendo cafés en Starbucks es un tópico, pero refleja una situación absolutamente real.

¿A qué se deben estos astronómicos ingresos de las clases más altas? Sobre este punto existe un intenso debate, en el que algunos economistas siguen afirmando que las rentas increíblemente altas reflejan contribuciones igualmente increíbles a la economía. Creo que ya he señalado que una gran parte de esas rentas superaltas procede del sector financiero que, como posiblemente recordarán, es el sector que los contribuyentes tuvieron que rescatar después de que su inminente quiebra amenazase con arrastrar al fondo a toda la economía.

En todo caso, sea cual sea la causa de la concentración creciente de la renta en las clases más altas, el efecto es que está socavando todos los valores que definen a Estados Unidos. Año tras año nos vamos apartando de nuestros ideales. Los privilegios heredados están desplazando a la igualdad de oportunidades, y el poder del dinero está ocupando el lugar de la verdadera democracia.

¿Qué podemos hacer, entonces? Por el momento, un cambio como el que tuvo lugar durante el New Deal -una transformación que creó una sociedad con una clase media, no solo mediante programas gubernamentales, sino aumentando considerablemente el poder de negociación de los trabajadores- parece estar políticamente fuera de alcance. Pero esto no significa que haya que renunciar a avances más limitados, a iniciativas que al menos puedan contribuir en algo a igualar las reglas del juego.

Por ejemplo, la propuesta de Bill de Blasio, que consiguió el primer puesto en las primarias de los demócratas del martes y que probablemente sea el próximo alcalde de Nueva York, de proporcionar una educación preescolar universal, pagándola mediante un pequeño recargo tributario a los que tienen rentas superiores al medio millón de dólares. Por supuesto, los sospechosos de rigor lloran y se lamentan de que se ha herido sus sentimientos; lo han estado haciendo, y mucho, durante los últimos años, aunque estuviesen ganando dinero a manos llenas. Pero, sin duda, es justo lo que habría que hacer: cobrar impuestos a los ricos cada vez más ricos, aunque sea un poco, para que los hijos de los menos favorecidos también tengan oportunidades.

Algunos expertos ya están insinuando que el ascenso inesperado de De Blasio es la punta de lanza de un nuevo populismo económico que sacudirá a todo nuestro sistema político. Parece prematuro afirmarlo, pero espero que estén en lo cierto, porque la desigualdad extrema sigue aumentando, y está envenenando a nuestra sociedad.

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008 © New York Times Service 2013)

El efecto más perverso de la crisis: la clase media está desapareciendo en Europa (Vozpópuli – 3/11/13)

La pobreza está aumentando y los salarios bajando. La clase media española, que crecía desde los años 60 del siglo XX, ha empezado a adelgazar. Pero lo mismo ocurre en Alemania y Francia, dos de los países más ricos de Europa.

(Por Pedro Fernández Barbadillo)

La crisis económica que comenzó en 2008 está sacudiendo la estructura social de los países que la están sufriendo. De la misma manera que en India, Chile, Perú y Brasil, está disminuyendo el número de pobres y creciendo el de gente que entra en la categoría de clase media, en Europa pasa lo contrario; millones de personas están recorriendo el camino contrario que anduvieron sus padres o abuelos: de la clase media a la pobreza.

El consejero delegado de Carrefour, George Plassat, declaró en el Congreso Aecoc 2013, celebrado en Valencia, que la bajada de sueldos no sólo en España sino también en otros países de Europa "ha provocado la desaparición de las clases medias". Plassat añadió que le preocupaba esta tendencia porque las clases medias son las que impulsan el crecimiento de los países, como sucede en las naciones emergentes.

Entre los índices que se pueden consultar en España para fijar la evolución de la clase media destaca el sueldo medio anual declarado en el IRPF. Según un informe publicado por la Agencia Tributaria en enero y referido a 2011, el sueldo medio anual ha caído por primera vez y se sitúa en 22.642 euros. Desde que Hacienda inició la elaboración de esta estadística en 1999, nunca se había registrado un descenso del sueldo medio, que ha caído un 0,3% en comparación con 2010.

Además, el peso de pensionistas y parados alcanzaba el 42% del total de contribuyentes del IRPF que percibe algún tipo de renta (salario, pensión o prestación por desempleo). El número de trabajadores por cuenta ajena representa el 58% del total de los contribuyentes, un porcentaje que antes de la crisis ascendía al 67%.

Los declarantes con rentas inferiores al salario mínimo ascendieron a 5,6 millones de personas. En el lado opuesto, 149.000 contribuyentes declararon ganar más de diez veces el salario mínimo y percibieron más de 89.800 euros. En 2007, el número de empleados con sueldos que decuplicaban el SMI subió a 194.000 contribuyentes.

El VIII Informe del Observatorio de la Realidad Social de Cáritas, organización dependiente de la Iglesia católica, presentó datos estremecedores. Se constataba la pérdida de capacidad adquisitiva de la población debido al descenso de la renta media desde 2007 en torno a un 4% y aumento de los precios en torno al 10%. La pobreza severa (que consiste en vivir con menos de 307 euros al mes) atenaza ya a tres millones de personas, el doble de los que estaban en esta situación antes de la crisis. La pobreza infantil, que afectaba a un 26,7% de la población inferior a 16 años en 2011, ha subido 3,1 puntos de 2007 a 2011: es, además, el triple del aumento registrado en la UE.

Alemanes y franceses también retroceden

En Portugal, vive en la pobreza más del 20% de la población, y los griegos son un 40% de media más pobres que en 2008. Pero esta tendencia no se produce sólo en España y otros países del sur de Europa.

En Alemania, a cuyo Gobierno encabezado por Ángela Merkel (y recién reelegido en las elecciones de septiembre) muchos europeos atribuyen la imposición de políticas de austeridad responsables del empobrecimiento, también está menguando la clase media. Según un estudio de la Universidad de Bremen y del Instituto Alemán de Investigación Económica, encargado por la Fundación Bertelsmann y difundido a finales de 2012, un 58% de la población pertenece a la clase media; pero en 1997 lo hacía un 65%.

Es decir, en Alemania, la clase media se ha reducido en siete puntos en quince años.

A la clase media pertenecen, de acuerdo con el estudio citado, todos los que cuentan con un 70 a un 150 por ciento del ingreso medio. Para una familia común de cuatro personas, eso significaría un ingreso de 2.400 a 5.000 euros por mes.

En Francia, el crecimiento de la pobreza está siendo también arrollador. En septiembre, el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos difundió un informe en el que sostenía que la pobreza afectaba en 2011 al 14,3% de la población (66 millones de personas), su nivel más alto desde 1997. En 2008 ese porcentaje era el 13%. Además, el informe refleja que 8,7 millones de franceses viven por debajo del umbral de la pobreza fijado en un ingreso mensual inferior a 977 euros…

Las consecuencias de la ausencia de la clase media

Los politólogos, sociólogos y economistas coinciden en que la clase media es un factor social de estabilidad tanto política como económica. Y los hechos lo corroboran.

En la Rusia zarista amenazada por los revolucionarios, el último primer ministro inteligente de Nicolás II, Piotr Stolypin (1906-1911), empezó a aplicar una reforma agraria que incluía la venta a bajo precio de tierras a campesinos laboriosos para modernizar la agricultura y fundar una clase media formada por propietarios contrarrevolucionarios. Lenin declaró que de asentarse la reforma de Stolypin sería muy difícil el triunfo del comunismo. Stolypin fue asesinado en 1911 y cuando los bolcheviques tomaron el poder abolieron sus avances.

El general Vernon Walters, intérprete y consejero de varios presidentes de EEUU, fue enviado en 1971 por el presidente Richard Nixon a reunirse con el general Franco para preguntarle qué pasaría en España después de la muerte de éste. Según contó Walters varias veces, la última en 2000, Franco se lo explicó sin azorarse por hablar de su propia muerte: el príncipe Juan Carlos sería rey, "habría democracia, pornografía, droga y qué sé yo" y también "grandes locuras, pero ninguna será fatal para España". Walters le preguntó por qué estaba tan seguro de sus afirmaciones y Franco le contestó que iba a dejar algo que él no había encontrado al llegar al poder: que no era el Ejército, sino la clase media.

Y hoy en muchos países europeos donde la agitación política era un juego entre socialdemócratas, liberales y democristianos, aumentan los partidos de fuera del sistema, como el Frente Nacional en Francia, el UKIP en el Reino Unido, el Partido por la Libertad en Holanda, la Alternativa para Alemania y el Partido Liberal en Austria.

– Una guerra contra los pobres (El País – 3/11/13)

(Por Paul Krugman)

Últimamente, John Kasich, gobernador republicano de Ohio, ha hecho algunas cosas sorprendentes. En primer lugar, sorteó a la asamblea legislativa de su Estado -controlada por su propio partido- para llevar adelante el programa Medicaid, financiado con fondos federales y una pieza importante de la reforma sanitaria de Obama. Luego, en defensa de su actuación, disparó contra sus aliados diciendo: "Me preocupa el hecho de que, en apariencia, se está librando una guerra contra los pobres. O sea, que si eres pobre es que, de alguna manera, eres un incompetente y un vago".

Evidentemente, Kasich no es el primero en hacer esta observación. Pero el hecho de que venga de un republicano bien considerado (aunque, a lo mejor, ya no tanto), precisamente de alguien que tenía fama de ser un agitador de ideas conservadoras, es revelador. La hostilidad republicana hacia los pobres y los desfavorecidos se ha exacerbado hasta tal punto que en realidad el partido ya no defiende otra cosa, y solo un observador obstinado en su ceguera puede ser incapaz de verlo.

La gran pregunta es: "¿Por qué?". Pero antes vamos a hablar un poco de qué está corroyendo a la derecha.

A veces aún veo a algunos expertos declarar que lo que mueve al Tea Party es básicamente la preocupación por los déficits presupuestarios. Fantasías. Lean el chorrero de Rick Santelli, de la CNBC: no hay ni una sola mención a los déficits. En cambio, sí una andanada contra la posibilidad de que el Gobierno ayude a los "perdedores" a evitar la ejecución de sus hipotecas. O lean las transcripciones de Rush Limbaugh o de otros invitados radiofónicos de la derecha. No contienen mucho acerca de la responsabilidad fiscal, pero sí acerca de cómo el Gobierno recompensa a los vagos que no lo merecen.

Los líderes republicanos intentan moderar un tanto su lenguaje, pero es cuestión más bien de tono que de contenido. No cabe duda de que les sigue enardeciendo la idea de asegurarse de que los pobres y los desafortunados reciben la menor ayuda posible, y de que -tal como lo expresó el diputado Paul Ryan, presidente de la Comisión Presupuestaria de la Cámara de Representantes- el colchón de protección social se está convirtiendo en "una hamaca en la que se acuna a gente físicamente sana para que vivan de la dependencia y la complacencia". Sus propuestas presupuestarias incluyen recortes salvajes de los programas de protección social como los cupones para alientos o el programa Medicaid.

Toda esta hostilidad contra los pobres ha culminado con la negativa verdaderamente increíble de muchos Estados a participar en la ampliación de Medicaid. Recuerden que el Gobierno federal pagaría esta ampliación, y que el dinero que se gastase iría en beneficio de los hospitales y de la economía local tanto como de los receptores directos. Pero resulta que la mayoría de los Gobiernos de los Estados bajo control republicano están dispuestos a pagar un alto precio económico y fiscal para asegurarse de que la ayuda no llega a los pobres.

La cuestión es que las cosas no siempre han sido así. Retrocedamos por un momento a 1936, cuando Alf Landon fue nombrado candidato a presidente por los republicanos. En muchos sentidos, su discurso de investidura anticipaba temas que los conservadores hacen suyos hoy día. Se lamentaba de que la recuperación económica era incompleta y de la persistencia del desempleo elevado, y atribuía la debilidad crónica de la economía a una excesiva intervención del Estado y a la incertidumbre que, según él, esta provocaba.

Pero también dijo: "De la Depresión se desprende no solo la dificultad de la recuperación, sino también el problema igualmente grave de la protección de los desempleados hasta que se alcance la recuperación. Darles asistencia en todo momento es simplemente un deber. Nosotros, los miembros de mi partido, nos comprometemos a no descuidar nunca esta obligación".

¿Pueden imaginarse a un candidato republicano decir algo así hoy día? Desde luego, no en un partido comprometido con la idea de que los desempleados lo tienen muy fácil; de que el seguro de desempleo y los vales de comida los tiene tan consentidos que no encuentran ninguna motivación para salir y buscar trabajo.

Entonces, ¿cuál es el quid de la cuestión? En un reciente ensayo, el sociólogo Daniel Little insinuaba que una de las razones es la ideología del mercado: si el mercado siempre tiene razón, entonces la gente que acaba en la pobreza es porque merece ser pobre. Y yo añadiría que algunos dirigentes republicanos representan en sus mentes fantasías libertarias adolescentes. "Es como si en este momento estuviésemos viviendo en una novela de Ayn Rand", decía Paul Ryan en 2009. Pero, como afirma Little, también está el estigma que nunca se borra: la raza.

En un informe reciente citado en múltiples ocasiones, Democracy Corps, una organización de tendencias demócratas dedicada a los estudios de opinión, exponía las conclusiones de los grupos de debate con miembros de diferentes facciones republicanas. Descubrieron que las bases republicanas son "muy conscientes de su condición de blancos en un país en el que esto es cada vez más minoritario", y que consideraban que el sistema de protección social ayuda a los otros, no a la gente como ellos, y vincula a la población no blanca al Partido Demócrata. Y, efectivamente, la ampliación del programa Medicare que muchos Estados están rechazando habría favorecido de forma desproporcionada a los negros pobres.

Así que es verdad que se está librando una guerra contra los pobres, coincidiendo con —y ahondando en— el padecimiento que ocasiona una economía con problemas. Y esa guerra es ahora el asunto central y definitorio de la política en Estados Unidos.

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2013)

– El patrimonio de los multimillonarios se duplicó tras la quiebra de Lehman Brothers (El Confidencial – 7/11/13)

(Por Iván Gil)

La población mundial con rentas superiores a los mil millones de dólares (740 millones de euros) se incrementó en un 0,5% entre julio del 2012 y julio del 2013, hasta alcanzar las 2.170 personas. Los miembros de este selecto club suman en conjunto una fortuna que supera los 6.500 billones de dólares, según refleja el segundo informe sobre el censo mundial de multimillonarios elaborado por las consultoras en gestión de patrimonios Wealth-X y USB. Unos remanentes que superan el PIB de todos los países del mundo, a excepción de China y EEUU, aunque sería suficiente para financiar el déficit presupuestario del país norteamericano hasta el año 2024.

La crisis financiera mundial no parece haber afectado a las grandes fortunas del planeta, más bien todo lo contrario. Desde marzo del 2009 su número y su riqueza se han duplicado. Un lustro en el que los activos totales de estos 2.170 multimillonarios pasaron de sumar 3,1 billones de dólares a 6,5. Como subrayan los propios autores del informe, la crisis global está detrás de una serie de "cambios tectónicos en la distribución de la riqueza mundial", que parece haber incrementado las brechas económicas entre los más ricos y los más pobres. Además, ha puesto en entredicho la existencia en el futuro de una clase media en la que pueda incluirse el grueso de la población.

En la cabeza de la clasificación de las personas más ricas del mundo se encuentran, por este orden, Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega y Warren Buffet. Entre los cuatro superan los 250.000 millones de dólares, unas cifras astronómicas que, como el resto de multimillonarios que los preceden en la lista, no sólo se traducen en dinero en efecto, sino también en activos inmobiliarios, valor de mercado de sus empresas o bienes de lujo.

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Asia es la región del mundo en dónde más rápido ha crecido tanto el número de multimillonarios como el volumen de sus fortunas. En el último año se han sumado 18 asiáticos a este club de la riqueza extrema, lo que supone un acelerado incremento del 18%. De mantenerse esta tendencia, concluye el informe, sólo harán falta cinco años para que el continente asiático alcance a EEUU. América Latina es la región de crecimiento más lento en términos de riqueza multimillonaria, aumentando en un escaso 2,3% en el último año.

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Como contraposición a Asia, Europa es el único continente en el que se ha reducido el número de fortunas personales por encima de los mil millones, con 776. A pesar de todo, sigue siendo la región con más concentración de multimillonarios, mientras que América del Norte se encuentra en la cola. Sin embargo, EEUU acumula la mayor cantidad de riqueza en términos absolutos, como refleja la tabla anterior. Por países europeos, Alemania está a la cabeza, seguida de Reino Unido, Rusia y Francia. España ocupa el octavo lugar con 22 fortunas personas con un valor superior a los mil millones de dólares.

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Trabajo infantil en el campo, el secreto mejor guardado de EEUU (El Confidencial – 8/11/13)

(Por Ángel Villarino)

Doce de junio. Día Internacional contra el Trabajo Infantil. El Secretario de Estado, John Kerry, apela a la comunidad internacional desde Washington. Dice que es urgente "rescatar" a los más de 220 millones de niños que son explotados en todo el mundo ante la mirada indiferente de sus Gobiernos. "Queremos que nuestros aliados se unan al compromiso que hemos contraído con esos millones de niños para que se adopten políticas que eliminen el trabajo infantil", dice, esgrimiendo un argumento con el que su diplomacia saca a menudo los colores de países en desarrollo y cuestiona el sistema productivo de potencias emergentes.

 Ese mismo doce de junio, a María le tocó acarrear cajas de moras. Con sus pequeñas manos, recolectó los frutos durante más de nueve horas y los cargó en un remolque. Lo hizo acompañada de su padre y su hermano mayor, a cambio de un salario miserable, en una enorme explotación agrícola situada al sur del estado de Virginia. La niña tiene doce años y el pasado verano fue el tercero que trabajó de sol a sol en el campo. Fue también el más duro de todos, recuerda, por culpa de un corte que se hizo en el antebrazo (una herida ancha, aunque no demasiado profunda, ya cicatrizada) al engancharse con el clavo de una caja. "A mí me da pena que se acabe el colegio porque es cuando tengo que trabajar más".

María, de padres mexicanos pero con pasaporte estadounidense, no vive en uno de esos países remotos y pobres que retratan los informes sobre trabajo infantil que realiza el Departamento de Trabajo. Tampoco es un caso aislado. Forma parte de una comunidad numerosa y de la que se habla incluso menos que de los obreros infantiles del textil en Bangladesh o de la minería en Bolivia: la conformada por el medio millón de niños que, según cálculos de organizaciones como Human Right Watch, trabajan a sueldo de grandes corporaciones agrícolas en Estados Unidos.

"Hay niños de todas las edades y perfiles. Algunos tienen menos de ocho años, otros están en plena adolescencia. Los hay que acuden a la escuela regularmente y otros que no la pisan. La mayoría son hijos de inmigrantes hispanos y, aunque muchos obtuvieron la ciudadanía estadounidense por nacer aquí, todos carecen de protección, no hay casi herramientas para ayudarlos ni programas federales para ellos. La tasa de fracaso escolar es cuatro veces superior a la media nacional", denuncia Norma Flores, directiva de la  Association of Farmworker Opportunity Programs (AFOP) y presidenta del comité de asuntos domésticos de la Coalición contra el Trabajo Infantil. Flores conoce bien el problema porque ella misma trabajó durante años en el campo cuando era niña.

 El trabajo infantil en tareas agrícolas está tolerado al amparo de viejas leyes diseñadas para las pequeñas granjas familiares. Cuenta también con el apoyo y la presión de un sector, el agrícola, al que le cuesta conseguir mano de obra barata y que desde hace décadas se nutre de jornaleros estacionales y de inmigrantes ilegales que a menudo acuden con sus hijos a los sembrados.

 "A lo mejor es mi ego americano el que me impide creérmelo, pero es imposible que haya gente en este país que conozca la realidad y que no reaccione. Creo que no se sabe bien en qué condiciones se está recolectando la comida", reflexiona Melissa Bailey, activista de NC Field, una ONG de Carolina del Norte que busca alternativas para que los "niños del campo" puedan acabar sus estudios y opten a una vida mejor.

 "Es una forma de esclavitud moderna"

 Las extensiones de cultivo de sitios como Carolina del Norte son inabarcables. En este estado hay más de 50.000 sembrados, la mayoría en manos de grandes empresas. Se transita de un terreno a otro por estrechas carreteras que pasan entre granjas, plantaciones de tabaco, boniatos, maíz, etcétera, sin apenas núcleos urbanos entre medias. En época de recolección, los camiones circulan sin descanso, recogiendo frutas y verduras y transportándolas a almacenes. Los jornaleros temporales, así como muchos trabajadores fijos, se alojan en barracones de chapa o casas prefabricadas, en campamentos tan precarios como los que se ven en países tercermundistas.

"Es una forma de esclavitud moderna porque no ganan suficiente para vivir y, desde luego, no ahorran ni progresan. Los niños van de un lado para otro, sin elección, cambiando de ambiente. Como las familias no pueden permitirse conducir y no hay centros urbanos, dependen del escaso transporte público o de los intermediarios que los contratan. Cosas como ir a una tienda a comprar leche resultan un problema logístico. Así que casi todo lo que ganan lo gastan en pagar a quien los contrató por servicio del transporte, la comida y el techo", nos explica Bailey, al pie de un campo de boniatos donde los trabajadores se afanan en llenar un remolque.

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