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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Sin embargo, otros descubrimientos han empezado a influenciar el debate actual sobre el crecimiento: las personas pobres de un país son menos felices que las personas ricas. En otras palabras, una vez satisfechas las necesidades básicas, los niveles de felicidad de las personas dependen mucho menos de su ingreso que de su ingreso en comparación con algún grupo de referencia. Constantemente comparamos nuestro bienestar con el de otros y podemos sentirnos superiores o inferiores cualquiera que sea nuestro nivel de ingreso; el bienestar depende mucho más de cómo se distribuyen los frutos de ese crecimiento que de la cantidad absoluta.

En otras palabras, lo que es importante para el sentimiento de satisfacción es el crecimiento del ingreso mediano y no del ingreso medio -el ingreso de una persona típica. Pensemos en una población de diez personas (digamos, una fábrica) cuyo director ejecutivo gana 150,000 dólares al año y las otras nueve personas ganan 10,000 dólares cada una. La media de sus ingresos es 25,000 dólares, pero el 90% gana 10,000 dólares. Con este tipo de distribución del ingreso, sería sorprendente si el crecimiento aumentara el sentimiento de bienestar de una persona típica.

No es un ejemplo vano. En las últimas tres décadas, los ingresos medios han estado aumentando constantemente en las sociedades ricas, pero los ingresos típicos se han estancado o incluso reducido. Es decir, una minoría -una muy pequeña minoría en países como los Estados Unidos y Gran Bretaña- han absorbido la mayor parte de los rendimientos del crecimiento. En esos lugares no queremos más crecimiento sino más igualdad.

Más igualdad no solo produciría la satisfacción que resulta de más seguridad y más salud, sino también la satisfacción que se origina de tener más esparcimiento, más tiempo para estar con la familia y amigos, más respeto de nuestros semejantes y más opciones de vida. Una gran desigualdad nos hacen ávidos de bienes porque constantemente estamos pensando que tenemos menos que los demás. Vivimos en una sociedad agresiva con padres súper dinámicos y madres protectoras, que se presionan mutuamente e impulsan a sus hijos a "salir adelante".

El filósofo del siglo XIX, John Stuart Mill, tenía una visión más civilizada:

"Confieso que no me fascina el ideal de vida que adoptan aquellos que piensan…que atropellar, aplastar, dar codazos y obstaculizarse mutuamente, que en sí constituye el tipo de vida social existente, sea el destino más deseable para la humanidad… El mejor estado de la naturaleza humana es uno en el que si bien nadie es pobre tampoco nadie desea ser más rico y nadie tiene motivos para temer que los esfuerzos de otros para progresar lo hagan retroceder".

Esa lección ahora la han olvidado muchos economistas, pero no el rey de Bután -o las muchas personas que han entendido los límites de la riqueza cuantificable.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author o…)

La distribución de la renta y la crisis: antes y después (I) (Fedea – 20/6/12)

(Por Javier Andrés)

La OCDE ha publicado recientemente un estudio sobre la evolución de la desigualdad de renta en sus países miembros, sus causas y la relación que las políticas encaminadas a reducirla tienen con el crecimiento económico. La conclusión general es que la desigualdad, medida por los índices de Gini para diversas definiciones de renta disponible -individual, familiar- ha aumentado entre 1980 y 2008, a pesar de que este periodo ha sido uno de los de más rápido crecimiento en la región.

Entre las principales causas de esta evolución el estudio identifica los cambios en las tasas de desempleo, que han afectado de forma desigual a los diferentes grupos sociales, la polarización de los salarios entre los trabajadores empleados a tiempo completo y las diferencias en la situación contractual –contratos temporales, a tiempo parcial. Estos cambios vienen asociados en parte al propio proceso de globalización y al progreso técnico sesgado en favor del empleo cualificado, y ante ellos no todos los países han acertado con el diseño adecuado de las políticas sociales, con lo que la distribución de la renta se ha hecho más desigual incluso una vez corregida por transferencias.

El ritmo de desarrollo de muchas economías emergentes ha permitido una convergencia en renta per cápita a escala global. Sin embargo el aumento de las desigualdades en países que han hecho bandera del estado del bienestar ha sido identificado en una serie reciente del Financial Times sobre "Capitalism in Crisis" como uno de los principales factores de deslegitimación del capitalismo en la actualidad, por lo que la preocupación por la distribución de la renta debe ser prioritaria en el proceso de salida de la crisis.

La desigualdad y la crisis financiera están relacionadas de forma compleja. David Moss muestra en el siguiente gráfico una correlación significativa entre ambos fenómenos para Estados Unidos. No está muy claro qué causa a qué pero se observa que las dos grandes crisis han venido precedidas por una notable concentración de la renta en manos del 10% de la población con los ingresos más altos. Esta concentración alcanzó una de sus cotas máximas precisamente en 1928 para reducirse después paulatinamente hasta los años 70 y aumentar de nuevo continuamente hasta 2007. Una posible explicación de esta observación la aporta Raghuram Rajan en su artículo "The True Lessons of the Recession" para quien los shocks de precios del petróleo y la caída en el crecimiento de la productividad tras la posguerra terminaron con buena parte de la base industrial de las economías avanzadas y con la fase de crecimiento rápido e integrador en la que una mano de obra no excesivamente cualificada era el recurso necesario para el crecimiento. El traslado de muchas de estas actividades a países emergentes, y el shock que supuso la incorporación a la producción industrial de millones de trabajadores en estos países, dieron lugar a una polarización de la demanda de trabajo que abrió la brecha salarial y aumentó las tasas de desempleo y/o la precarización de los trabajadores de cualificación media y baja.

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Los países desarrollados se enfrentaron a este incremento de la desigualdad con estrategias muy diferentes. Algunos fueron a la raíz del problema mediante la aplicación de reformas de mercados diseñadas para mantener una base industrial con costes laborales unitarios competitivos –Alemania por ejemplo- y otros, como los países escandinavos, mejoraron además el diseño de los esquemas de protección social y la eficiencia de su estado del bienestar. En otros países fueron el sector público y el sector financiero los que jugaron este papel mitigador de las diferencias, en ambos casos recurriendo al endeudamiento -lo que es consistente con los resultados de Azzimonti, de Francisco y Quadrini. En el caso de los gobiernos mediante políticas monetarias y fiscales expansivas que mantuvieron el empleo público, compensando la presión de la competencia exterior. Para autores como Brender y Pisani es la preeminencia del objetivo de pleno empleo, más que la superioridad en la producción de activos financieros, lo que explica el elevado déficit exterior de Estados Unidos y de otros países avanzados.

En cuanto al papel del mercado financiero, es cierto que el acceso al crédito barato permitió mitigar las diferencias en consumo -en comparación con las de renta- y la percepción de la desigualdad, pero la dirección de causalidad está siendo objeto de un debate con argumentos más políticos. Así, Rajan defiende que la política de crédito barato fue una respuesta deliberada a la desigualdad por parte de los gobiernos, aplicado por agencias semipúblicas -en el caso de Estados Unidos, Freddie Mac y Fannie Mae. Krugman y Acemoglou consideran, por el contrario, que la acumulación de desequilibrios financieros y la desigualdad fueron el resultado conjunto de la desregulación que favoreció la expansión del crédito y la acumulación de riesgos por parte del sector privado, al tiempo que provocaba una progresiva concentración de rentas en muy pocos perceptores debida a la separación progresiva entre la propiedad y la gestión en muchas grandes corporaciones, en particular en el sector financiero -Wolf.

Independientemente de si el sector público erró por querer favorecer a los más pobres o por hacerlo con los más ricos -cuestión que no es trivial pero que no me toca discutir aquí- el hecho es que el endeudamiento y las disparidades de renta evolucionaron conjuntamente, como lo hicieron en los años previos a la Gran Depresión. La cuestión es si, como entonces, es posible salir de la crisis con una mejor distribución de la renta. Las perspectivas no son muy halagüeñas debido al aumento del desempleo entre los trabajadores menos cualificados. El propio informe de la OCDE clasifica las distintas políticas de crecimiento en función de su efecto sobre la distribución. Entre las que pueden favorecer ambos objetivos están las dirigidas a fomentar el acceso a la educación en todas sus formas -incluidas las políticas activas de empleo- así como la eliminación de las diferencias profundas entre tipos de contratos indefinidos y temporales. Por el contrario, para recuperar la competitividad y reconstruir parte del tejido productivo es necesario un realineamiento rápido entre los ingresos laborales y la productividad que difícilmente puede tener éxito sin ampliar la brecha salarial. Además no parece que la elevada deuda pública acumulada permita que la contribución del estado del bienestar a la reducción de la desigualdad pueda ser tan determinante como lo fue tras la depresión del siglo pasado.

Las ganancias del periodo de crecimiento no se han repartido por igual entre los distintos sectores sociales, siendo los trabajadores menos cualificados del mundo desarrollado los que han visto empeorar su posición relativa. La única solución sostenible al dilema crecimiento y/o igualdad debe provenir de la educación y de un uso eficiente de los recursos públicos destinados al bienestar. Si Europa acaba superando la fase crítica en la integración en la que se encuentra en la actualidad, deberá atender a las disparidades en este terreno con la misma intensidad con la que está empezando a aplicarse en otros tipos de desequilibrios.

– La distribución de la renta y la crisis (II) (Fedea – 31/10/12)

(Por Javier Andrés)

En la primera entrega de Inequality in Focus de abril de 2012 del Banco Mundial se afirmaba que 2011 será recordado como el año en el que la desigualdad en la distribución de la renta volvió a ocupar un lugar central entre las preocupaciones de política económica y social, y el exhaustivo informe reciente de The Economist viene a corroborar esta preocupación. La crisis financiera tiene desde luego buena culpa de este renovado interés, pero la desigualdad en la distribución de la renta lleva más de dos décadas en aumento en la mayoría de los países del planeta, en particular en los más desarrollados.

Son numerosos los estudios que muestran que la distribución de la renta en el mundo ha empeorado en los últimos años. Y esto a pesar de la convergencia entre países que no ha podido compensar el aumento de las disparidades dentro de muchos de ellos. El índice de Gini, que mide la distribución de la renta -con valores extremos 0, cuando todos los individuos de la muestra tienen la misma renta, y 100 si un individuo acumula toda la renta- ha aumentado entre 1995 y 2007 en dos tercios de los 141 países analizados por Ortiz y Cummins. Todavía más preocupante es el hecho de que desde 1980 el 20% de la población mundial con renta más alta acumula más del 80% de la renta total mientras que el 40% más pobre apenas recibe el 3% de la misma y que el índice de Gini de distribución de la riqueza es sustancialmente mayor que el de la renta, lo que indica que estas diferencias pueden ser muy persistentes.

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Por regiones, las disparidades de renta han tendido a corregirse en aquellas en las que las diferencias eran más acusadas –América Latina, África– y a empeorar en la mayoría de los países asiáticos y en particular en los más desarrollados, como se recoge en el Gráfico 1 -de los mismos autores- que refleja el índice de Gini y su tasa de variación desde los años 1990 y 2000 hasta 2008. Esto podría interpretarse como una tendencia a la convergencia en la desigualdad hacia un nivel socialmente aceptable y económicamente eficiente, que incentivaría la especialización y la acumulación de capital humano de quienes quieren escapar de la pobreza, como muestra, por ejemplo, el análisis clásico de West para Estados Unidos -gracias Juanfran por recordarme este trabajo. Sin embargo hay otros datos relativos a la evolución de la desigualdad que no son consistentes con esta interpretación y que indican que las grandes diferencias de renta no van necesariamente asociadas a una mayor eficiencia y por lo tanto que no tienen por qué ser un factor que ayude al crecimiento en el futuro.

Por una parte el incremento de la desigualdad ha tenido lugar fundamentalmente en los extremos de la distribución. Como calcula Bonesmo Fredriksen -Gráfico 2- el rasgo principal de esta distribución es la polarización de la renta con un fuerte crecimiento en el decil superior y un estancamiento cuando no disminución de la renta en el decil más bajo. En este periodo el aumento de la renta disponible ha sido similar para el resto de grupos de la población en la Unión Europea y, en menor medida, en Estados Unidos. De los factores habitualmente citados como explicativos del crecimiento de la desigualdad, la expansión del sector financiero y un tratamiento fiscal más favorable parecen haber contribuido más a la polarización en la parte alta de la distribución que el comercio internacional o el progreso técnico.

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En segundo lugar, esta desigualdad de rentas incorpora un componente nada desdeñable de desigualdad de oportunidades que no sólo no incentiva una mejor asignación de recursos sino que la dificulta perpetuando las diferencias sociales. No resulta sencillo distinguir entre la proporción de la dispersión de rentas que se debe a factores exógenos a los individuos ("circunstancias") de aquella causada por factores sobre los que estos tienen algún control ("esfuerzo"). Los factores circunstanciales conforman lo que entendemos por desigualdad de oportunidades y el propio informe de The Economist señala que su contribución a la desigualdad observada de la renta es muy diferente por países. Así en Noruega y Suecia las circunstancias ajenas a la elección de los individuos explican entre el 3% y el 11% de la dispersión de la renta, mientras que en Guatemala o Brasil esta proporción supera el 30%. E incluso estas estimaciones constituyen un límite inferior porque las circunstancias no son todas fácilmente observables e influyen con frecuencia en el esfuerzo de los individuos por mejorar su posición en la escala social. Como muestran Checchi, Peragine y Serlenga en diversos trabajos las diferencias de oportunidades son también una causa fundamental de la desigualdad de rentas observada en la Unión Europea, en particular en la Europa Mediterránea y Central -con la excepción de algunos países del Este- llegando a explicar el 25% del total en algunos casos.

Y para poner las cosas más difíciles está el efecto de la crisis que muy previsiblemente no seguirá las pautas de la de 1929 en Estados Unidos, tras la cual la desigualdad de la renta, que había empeorado sustancialmente como ahora, mejoró durante varias décadas. En Europa, y aunque no tenemos aún una perspectiva temporal suficiente, los datos de Eurostat -sobre los que me ha llamado la atención Samuel- muestran que la crisis ya ha hecho mella en la distribución de la renta. Como se puede observar en el Gráfico 3 el cociente entre la media de renta del quintil superior y la del inferior -Q80/Q20- de la distribución ha aumentado significativamente entre los países más desarrollados -UE(15) y Eurozona- desde los valores anteriores a la crisis, mientras que disminuye entre los nuevos países miembros de la UE.

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En un estudio muy completo para el Programa de Desarrollo de la Naciones Unidas Atkinson y Morelli, concluyen que no hay un patrón inequívoco sobre la relación entre crisis financieras y distribución de la renta. Las desigualdades sociales efectivamente disminuyeron tras algunas crisis importantes, pero también aumentaron en otros casos, lo que indica que las estrategias alternativas de política económica para combatir la recesión inciden en la desigualdad. En la misma dirección apuntan los resultados del reciente informe del Fondo Monetario Internacional, Taking Stock: A Progress Report on Fiscal Adjustment que señala que el ajuste fiscal -la forma que adopta y su intensidad- es determinante en el impacto que las recesiones tienen sobre la distribución de la renta. El informe analiza una muestra de 48 países emergentes y desarrollados entre 1980 y 2010 y encuentra una clara influencia negativa sobre la igualdad de las tecnologías de la información -como proxy del progreso tecnológico sesgado en favor de la cualificación- del comercio internacional -aunque en este caso la relación con la desigualdad es muy no lineal y la evidencia no es concluyente- y de algunos cambios en los impuestos y en el gasto público que han dado lugar a una estructura fiscal más regresiva. Pero junto a ello, el informe encuentra para el conjunto de la muestra y en especial para la OCDE que las consolidaciones fiscales como tales han contribuido a empeorar la distribución de la renta, en particular cuando el ajuste ha sido muy intenso y cuando este se ha basado fundamentalmente en el gasto productivo y social.

Toda esta evidencia añade otra restricción más -y ya van muchas- a las decisiones de política económica que tienen que tomar los países más afectados por la recesión actual. Entre los muchos deberes que no se hicieron en el pasado está el no haber aprovechado para promover un crecimiento más integrador. El FMI advierte que sus resultados no deben interpretarse como que el ajuste fiscal no es necesario, sino en el sentido de incorporar la variable social y de desigualdad a las decisiones macroeconómicas para evitar un mayor deterioro del equilibrio social en algunos países. El informe de The Economist concluye con una propuesta que denomina True Progresivism cuyo objetivo es compatibilizar la reducción de las desigualdades con el crecimiento necesario para superar la recesión y mantener la senda de crecimiento de años atrás. Algunas de estas medidas, como la educación, son cruciales pero sólo efectivas a largo plazo. A corto plazo es preciso rediseñar el proceso de ajuste fiscal para hacerlo financiera y socialmente sostenible.

La desigualdad está acabando con el capitalismo (Project Syndicate – 21/11/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- Hay un consenso general de que los créditos bancarios excesivos provocaron la crisis de 2008-2009, y que la imposibilidad para recuperarse adecuadamente de dicha recesión radica en el rechazo de los bancos a otorgar créditos debido a sus hojas de balance "quebradas".

La historia típica preferida de partidarios de Friedrich von Hayek y la escuela austriaca de economía cuenta que en el periodo previo a la crisis los bancos ofrecieron más créditos a los prestatarios de lo que los ahorradores habrían estado dispuestos a dar, gracias al crédito barato que dieron los bancos centrales, en particular, la Reserva Federal estadounidense. El dinero de los bancos centrales abundaba en los bancos comerciales, que daban créditos para muchos proyectos malos de inversión, y la explosión de la innovación financiera (especialmente de instrumentos derivados) estimulaba el frenesí crediticio.

Esta pirámide invertida de deuda se colapsó cuando la Reserva finalmente frenó la fiebre de gasto mediante un aumento de las tasas de interés. (La Reserva incrementó la tasa de los fondos federales de referencia de 1% en 2004 a 5.25% en 2006 y así la mantuvo hasta agosto de 2007). Como resultado, los precios de las viviendas cayeron dejando una estela de bancos zombis (cuyos pasivos superaban por mucho sus activos) y arruinaron a los prestatarios.

Ahora parece que el problema es de volver a lanzar los créditos bancarios. Los bancos dañados que no quieren otorgar préstamos de algún modo tienen que sanearse. Este ha sido el objetivo de los vastos rescates en los Estados Unidos y en Europa, seguidos de varias rondas de facilitación cuantitativa, que sirvieron a los bancos centrales para imprimir dinero e inyectarlo al sistema bancario a través de una serie de canales poco ortodoxos. (Los Hayekianos se oponían a dicho método porque señalaban que el crédito excesivo había provocado la crisis y no se podía salir de ella otorgando más crédito).

Asimismo, los sistemas regulatorios se han endurecido en todas partes para evitar que los bancos pongan en riesgo nuevamente el sistema financiero. Por ejemplo, además de su mandato de estabilizar los precios, al Banco de Inglaterra se le ha encomendado la nueva tarea de mantener "la estabilidad del sistema financiero".

Este análisis aparentemente verosímil, depende de la idea de que la oferta de crédito es esencial para un buen funcionamiento de la economía: mucho dinero la arruina, y muy poco la destruye.

No obstante, se puede ver desde otro punto de vista: que la demanda de crédito en lugar de la oferta es un motor crucial de la economía. Después de todo, los bancos están obligados a dar crédito sobre la base de aval adecuado; y previo a la crisis, los precios crecientes de la vivienda fungieron como tal. En otras palabras, la oferta de crédito resultó de la demanda de crédito.

Así pues, la cuestión del origen de la crisis adquiere otro enfoque. La culpa no fue tanto de los acreedores depredadores sino de los deudores imprudentes o engañados. Entonces, la pregunta que surge es: ¿Por qué las personas querían tanto crédito? ¿Por qué en los días anteriores a la recesión el coeficiente deuda-ingreso de los hogares se elevó a niveles nunca antes vistos?

Supongamos que las personas son ambiciosas y que siempre quieren más de lo que les permiten sus posibilidades. Entonces, ¿por qué se manifestó de modo tan obsesivo esta ambición?

Para dar una respuesta debemos ver lo que está pasando con la distribución del ingreso. El mundo se estaba volviendo gradualmente rico, pero la distribución del ingreso entre países se estaba haciendo cada vez más desigual. Los ingresos medios se han estancado o incluso han caído en los últimos treinta años, incluso cuando el PIB per cápita ha aumentado. Esto significa que los ricos han estado acaparando una proporción enorme del crecimiento de la productividad.

¿Y qué hicieron los relativamente pobres para estar a la altura en este mundo de expectativas crecientes? Hicieron lo que los pobres siempre han hecho: endeudarse. En tiempos pasados se endeudaban con los prestamistas; ahora se endeudan con los bancos o con las compañías de tarjetas de crédito. Además, como su pobreza era relativa y los precios de las viviendas aumentaban rápidamente, los acreedores con gusto les permitían endeudarse cada vez más.

Por supuesto, algunos estaban inquietos por la caída de la tasa de ahorro de los hogares, pero pocos estaban demasiado preocupados. En uno de sus últimos artículos, Milton Friedman, escribió que hoy los ahorros se hacen en forma de casas.

Para mí, este punto de vista explica mucho mejor que el enfoque ortodoxo por qué después de todo el dinero que los bancos centrales han inyectado, los bancos comerciales no han reanudado el crédito, y por qué la recuperación económica se ha desacelerado. Así como los prestamistas no obligaron al público a obtener créditos antes de la crisis, ahora tampoco pueden obligar a los hogares fuertemente endeudados a obtener créditos, o a las empresas a solicitar préstamos para expandir la producción cuando los mercados están inactivos o contrayéndose.

En resumen, la recuperación no solo es responsabilidad de la Reserva, el Banco Central Europeo o el Banco de Inglaterra. Necesita la participación activa de los responsables del diseño de políticas fiscales. Nuestra situación actual no requiere prestamistas de último recurso, sino gastadores de último recurso, y ese papel solo lo pueden desempeñar los gobiernos.

Si los gobiernos, con sus ya elevados niveles de endeudamiento, creen que ya no pueden pedir más crédito al público, entonces deben pedir crédito a sus bancos centrales y gastar los fondos excedentes en obras públicas y proyectos de infraestructura. Esta es la única forma de reactivar las grandes economías occidentales.

Sin embargo, más allá de esto, no podemos mantener un sistema que permite que una parte tan grande del ingreso nacional se concentre en tan pocas manos. La redistribución concertada de la riqueza y el ingreso ha sido a menudo esencial para la supervivencia a largo plazo del capitalismo. Estamos a punto de volver a aprender esa lección.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author o…)

El estallido que viene (El País – 30/11/12)

El mundo que prometía un bienestar sostenido está roto y la sociedad avanza hacia mayores cotas de desigualdad. Nos están preparando para aceptar sin violencia un gran retroceso en las conquistas sociales

(Por Adolfo García Ortega)

Lo habrá, tarde o temprano lo habrá. Habrá un estallido social. El mundo que prometía un bienestar sostenido está roto. Los políticos no lo ven, o no lo saben o quizá sea que han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario. Es el bloqueo del poder partitocrático tal como lo conocemos. E intuyo que lo que se prepara es el control del estallido.

Como ciudadano pensante podría hacer un análisis negativo, incluso muy negativo, y no dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o medio-sur, sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el horizonte y no se resiste. Lucha. Esto también es real.

Ahora lo que recorre Europa es una luz. No una de esas luces de final del túnel, sino una luz pequeña, una ligera claridad, una luz de linterna que alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero que ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político que no ha sabido resolver todavía. Y a esto se añade otro aspecto, trágico: los serios problemas de ciertos estratos de su población, tales como los mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados, etcétera, pendientes cada uno de su inhóspito y tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro mayor problema: somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos son más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia y desigualdad.

Aunque surgen recelos por todas partes, y más con el maquillaje del Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en Bosnia aún se ríen de esta broma de mal gusto), hay que reconocer que existe un camino que la sociedad europea en su conjunto ha recorrido modélicamente, un camino común hacia una identidad común, un bienestar común y una cultura diversificadamente común; un camino que no han recorrido por igual los políticos. Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus políticos.

Es más, asumamos de una vez, con decisión, que la clase política es el gran problema que impide modificar la realidad en Europa. ¿Por qué? Porque los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios de unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han articulado los mecanismos reales contra la injusticia, para lo cual, básicamente, estaban elegidos. Han entregado a los ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos: los políticos de derecha y los políticos de izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis, derecha e izquierda han terminado por ser parodias recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.

Y al no haber una política económica verdaderamente común (salvo la malhadada monetaria), se han evidenciado, en cada país, las miserias de esos mismos políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala gestión, la incapacidad práctica e intelectual y el error sistemático. Esto ha llevado a cuestionar, y más que nunca y con más razones que nunca, su papel delegado de representatividad.

¿Cuáles son los verdaderos males que aquejan a Europa? A mi modo de ver, son los siguientes: 1. La fractura del equilibrio económico sostenible, que requiere actualmente redimensionarse. 2. Las diferencias entre Estados, aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 3. La corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan capilarmente extendida. 4. La política estandarizada y necia. 5. La codicia financiera, estimulada por una banca abusiva en extremo. 6. La falta de futuro nítido. 7. El vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que ha de verse en términos no ya económicos sino de población. Y 8. El desvío o traspaso de responsabilidades y cargas a las capas más débiles o clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales, trabajadores, parados) y no a la banca, ni a los grandes empresarios ni a la clase política, con el consiguiente aumento de la injusticia social generalizada.

Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe o no una respuesta a la cuestión capital de la redistribución de la riqueza y del sistema productivo y de consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda revolución debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse una eficaz respuesta política de carácter legislativo. Estamos lejos de esto. Porque esto lleva a pensar (y a propugnar) que es necesaria otra forma de vida, que partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace: ¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que valen y por qué no valen menos? Es decir, ¿por qué prima la ganancia y el beneficio por encima de la vida misma?

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la hemos concebido hasta ahora, y es una crisis sistémica. La representatividad y el modo de acceso a ella, sobre todo en algunos países, está cuestionada, y con razón. Es, por tanto, una crisis política. Una crisis en la que otra vez sobrevuela por Europa el fantasma de la intolerancia, del radicalismo nacionalista (de izquierda y de derecha), y otra vez se silencian las voces que, mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles la categoría de "alternativas", como estigma de lo que no es una opción viable. ¡Y ya lo creo que lo es!

Es urgente preguntarse si hay un futuro real para Europa. Y la respuesta siempre sería positiva, obviamente: hay, sin duda alguna, un futuro porque la gente existe, la gente vive. Sin embargo, no es tan fácil. Hay tres escenarios de futuro: uno deseable, otro indeseable y otro lamentable.

El futuro deseable pasa por una total unión política, la creación de unos Estados Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una globalidad y una corresponsabilidad económica y social, con la creación de un plan de crecimiento y racionalización de recursos, producción y consumo; y no una política de austeridad que suponga la exclusión y la tortura social. En este sentido, faltan nuevas ideas y nuevos nombres que las procuren.

El futuro indeseable es aquel que conlleve ruptura de tratados que garantizan grandes márgenes de libertad, el avance de posturas muy radicales (ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda, Francia…), la negatividad de la multiculturalidad, es decir, su fracaso, y, sobre todo, la desvinculación de la sociedad de los millones de parados, jóvenes en especial, dando por sentada una sobrecogedora falta de solidaridad.

Pero hay un futuro lamentable que me temo más cercano; un futuro probable y resultadista. Será el de una Europa sin influencia estratégica mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales, con un adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que ofrece "lo público". Será una Europa en la que cualquier mejoría se anunciará para plazos cada vez más lejanos, bajo la amenaza de que "lo peor aún está por llegar", causando desaliento. Será una Europa dividida en dos, la que funciona y la que no. Y habrá países de esa Europa fractal en los que invertir será un chollo: ya se podrá comprar a centavo el dólar, ya se podrá comprar un país (y lo que contiene) muy barato, aceptando gustosos una inversión en industrias que exigirán unas condiciones laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos. Que la sociedad vuelva a escalar clases sociales, desde posiciones muy bajas también.

Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable. No de otro modo se entiende la gran presión que sufren las clases medias, una auténtica incertidumbre social, y la brutal represión de todas las manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir, se está controlando el estallido, se está modulando su impacto y su alcance.

Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la única esperanza, la única vía de salida, radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser políticos, porque solo serán imbéciles.

(Adolfo García Ortega es escritor)

– Estados Unidos espera en vano (Project Syndicate – 6/12/12)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- Después de una dura campaña electoral cuyo costo superó holgadamente los 2 mil millones de dólares, para muchos observadores los cambios en la política estadounidense no fueron tantos: Barack Obama aún es presidente, los republicanos todavía controlan la Cámara de Representantes y los demócratas mantienen su mayoría en el Senado. Estados Unidos enfrenta un "precipicio fiscal" -aumentos en los impuestos y recortes en el gasto automáticos a partir de principios de 2013, que muy probablemente llevarán a la economía a una recesión a menos que se logre un acuerdo bipartidario sobre una alternativa fiscal- ¿podría haber algo peor que una parálisis política ininterrumpida?

De hecho, la elección tuvo varios efectos saludables -más allá de mostrar que el gasto corporativo desenfrenado no puede comprar una elección y que los cambios demográficos en EEUU pueden condenar al extremismo republicano. La campaña explícita de los republicanos en algunos estados para privar del derecho al voto a ciertas personas -como en Pensilvania, donde intentaron dificultar que los afroamericanos y latinos se registrasen para votar- resultó contraproducente: quienes vieron sus derechos amenazados encontraron motivos para entrar en acción y ejercerlos. En Massachusetts, Elizabeth Warren, una profesora de derecho de Harvard e incansable defensora de reformas para proteger al ciudadano común de las prácticas abusivas de los bancos, ganó una banca en el Senado.

Algunos de los asesores de Mitt Romney parecieron desconcertados por la victoria de Obama: ¿no se definían las elecciones con los temas económicos? Confiaban en que los estadounidenses olvidarían que el afán desregulador de los republicanos había llevado a la economía al borde de la ruina, y en que los votantes no hubiesen notado como su intransigencia en el Congreso había evitado la implementación de políticas más eficaces tras la crisis de 2008. Los votantes, supusieron, se centrarían solo en el malestar económico del momento.

Los republicanos debieron prever el interés estadounidense por cuestiones como la quita del derecho al voto y la igualdad para ambos sexos, pero no lo hicieron. Si bien estos temas se refieren al núcleo de los valores del país -lo que implica para nosotros la democracia y los límites a la intromisión gubernamental en las vidas de las personas- también son cuestiones económicas. Como explico en mi libro The Price of Inequality (El precio de la desigualdad), gran parte del aumento de la desigualdad económica en EEUU puede atribuirse a un gobierno en el cual los ricos tienen una influencia desproporcionada -y la usan para afianzarse. Obviamente, cuestiones como los derechos reproductivos y el casamiento homosexual también tienen grandes consecuencias económicas.

En términos de la política económica para los próximos cuatro años, la causa principal de celebración poselectoral es que los EEUU ha evitado medidas que hubieran impulsado el país hacia la recesión, aumentado desigualdad, impuesto más penurias a los ancianos e impedido el acceso al cuidado de la salud a millones de estadounidenses.

Más allá de eso, esto es lo que los estadounidenses deberían esperar: una ley sólida de "empleo" -basada en inversiones en educación, atención sanitaria, tecnología e infraestructura- que estimule la economía, restablezca el crecimiento, reduzca el desempleo y genere ingresos impositivos que superen a sus costos con un amplio margen para mejorar la posición fiscal del país. También pueden esperar un programa de vivienda que finalmente se ocupe de la crisis estadounidense de las ejecuciones de hipotecas.

Además es necesario un programa integral para aumentar las oportunidades económicas y reducir la desigualdad -su meta será eliminar durante la próxima década el dudoso honor estadounidense de ser el país avanzado con la mayor desigualdad y la menor movilidad social. Esto implica, entre otras cosas, un sistema impositivo justo, más progresivo y que elimine las distorsiones y los vacíos legales que permiten a los especuladores pagar impuestos a tasas efectivas menores que las que deben afrontar quienes trabajan para ganarse la vida, y que los ricos usen las Islas Caimán para evitar pagar la contribución que les corresponde.

Estados Unidos -y el mundo- también se beneficiarían con una política energética que reduzca su dependencia de las importaciones, tanto por un aumento de su producción local como por la reducción del consumo, y que reconozca los riesgos que implica el calentamiento global. Además, la política de ciencia y tecnología estadounidense debe reflejar que los aumentos de largo plazo en los estándares de vida dependen del crecimiento de la productividad, que refleja el progreso tecnológico que supone cimientos sólidos en la investigación básica.

Finalmente, EEUU necesita un sistema financiero que sirva a toda la sociedad en vez de funcionar como un fin en sí mismo. Eso significa que el foco del sistema debe desplazarse de los intercambios especulativos y las negociaciones con cartera propia a los préstamos y la creación de empleos, algo que implica reformas en la regulación del sector financiero y de las leyes antimonopolio y de gobierno corporativo, junto con la cohesión necesaria para garantizar que los mercados no se conviertan en casinos manipulados.

La globalización ha llevado a que todos los países sean más interdependientes y requieran una mayor cooperación mundial. Podríamos esperar que Estados Unidos muestre un mayor liderazgo en la reforma del sistema financiero global abogando por una regulación internacional más fuerte, un sistema de reserva mundial y mejores formas para reestructurar la deuda soberana; en ocuparse del calentamiento global; en democratizar las instituciones económicas internacionales; y en proporcionar asistencia a los países más pobres.

Los estadounidenses deberían esperar todo esto, aunque no soy muy optimista sobre las probabilidades de que lo obtengan. Es más probable que Estados Unidos continúe con sus enredos –aquí otro pequeño programa para los estudiantes y propietarios en dificultades, allá el final de los recortes impositivos de la era Bush para los millonarios, pero sin una reforma impositiva completa, recortes importantes en el gasto en defensa ni progresos significativos sobre el calentamiento global.

Con la crisis del euro que probablemente continuará incólume, el continuo malestar estadounidense no augura nada bueno para el crecimiento mundial. Lo que es aún peor, en ausencia de un sólido liderazgo estadounidense, los problemas globales de larga data –desde el cambio climático hasta las urgentemente necesarias reformas del sistema monetario internacional– continuarán enconándose. De todas formas, debemos estar agradecidos: es mejor seguir en el mismo lugar que avanzar en la dirección equivocada.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice Pr…)

Los millones olvidados (El País – 9/12/12)

(Por Paul Krugman)

Vamos a dejar clara una cosa: Estados Unidos no se enfrenta a una crisis fiscal. Sin embargo, sigue sufriendo en gran medida una crisis de empleo.

Resulta fácil confundirse con la cuestión fiscal, ya que todo el mundo habla del "precipicio fiscal". De hecho, una encuesta reciente indica que una gran mayoría de los ciudadanos cree que el déficit presupuestario aumentará si caemos por ese precipicio.

En la práctica, cómo no, es justo lo contrario: el peligro es que el déficit se reduzca en exceso y demasiado deprisa. Y los motivos por los que podría suceder eso son puramente políticos; podríamos estar a punto de recortar drásticamente el gasto y subir los impuestos no porque los mercados lo exijan, sino porque los republicanos han estado usando el chantaje como estrategia de negociación, y el presidente parece dispuesto a ponerles en evidencia.

Es más, a pesar de años de advertencias por parte de los sospechosos habituales acerca de los peligros de los déficits y de la deuda, nuestro Gobierno puede adquirir préstamos a unos tipos de interés increíblemente bajos (los tipos de interés sobre los bonos de EE UU protegidos contra la inflación son de hecho negativos, de modo que los inversores pagan al Gobierno para que haga uso de su dinero). Y no me digan que los mercados podrían volverse contra nosotros de repente. Recuerden que el Gobierno de EEUU no puede quedarse sin efectivo (él imprime los billetes), de modo que lo peor que podría pasar sería que cayese el dólar, lo cual no sería tan terrible y de hecho podría ayudar a la economía.

No obstante, hay todo un sector construido en torno al fomento del pánico al déficit. Hay grupos empresariales espléndidamente financiados que no paran de exagerar el peligro de la deuda gubernamental y la urgencia de reducir el déficit ya, ya mismo; solo que, de repente, esos mismos grupos nos advierten de los peligros de una reducción excesiva del déficit. No es de extrañar que los ciudadanos estén confusos. Por otro lado, no hay prácticamente ninguna presión organizada que se ocupe de algo terrible que de hecho está ocurriendo ahora mismo, concretamente, el paro a gran escala. Sí, hemos hecho algunos avances durante el último año. Pero el desempleo a largo plazo sigue a unos niveles que no se habían visto desde la Gran Depresión: en octubre, 4,9 millones de estadounidenses llevaban más de seis meses en paro y 3,6 millones llevaban más de un año sin trabajar.

Cuando vean cifras como esas, tengan presente que estamos contemplando millones de tragedias humanas: a individuos y familias cuyas vidas están quedando destrozadas porque no pueden encontrar trabajo, ahorros agotados, casas perdidas y sueños destruidos. Y cuanto más se prolongue esto, mayor será la tragedia.

Nuestra crisis de empleo aún no superada también tiene un coste económico enorme. Cuando los ciudadanos dispuestos a trabajar tienen que soportar una inactividad impuesta, la sociedad en su conjunto sufre la pérdida de su esfuerzo y de su talento. La Oficina Presupuestaria del Congreso calcula que lo que realmente estamos produciendo está por debajo de lo que podríamos y deberíamos producir, con una diferencia de alrededor del 6% del PIB, o 900.000 millones de dólares al año.

Y lo que es aún peor, hay buenos motivos para creer que el paro elevado está socavando también nuestro crecimiento futuro, a medida que los parados de larga duración pasan a ser considerados imposibles de emplear, ya que la inversión se reduce como consecuencia de la escasez de ventas.

¿Qué se puede hacer? El pánico en relación con el precipicio fiscal ha sido revelador. Pone de manifiesto que incluso los gruñones del déficit son keynesianos encubiertos. Es decir, creen que en estos momentos los recortes del gasto y las subidas de impuestos destruirán puestos de trabajo; es imposible afirmar eso a la vez que se niega que los aumentos del gasto y las bajadas de impuestos temporales crean empleo. Sí, nuestra economía todavía deprimida necesita más estímulo fiscal.

Y, dicho sea en su favor, el presidente Obama ha incluido una pequeña cantidad de estímulo económico en su oferta presupuestaria inicial; la Casa Blanca, al menos, no se ha olvidado por completo de los parados. Desgraciadamente, casi nadie espera que esos planes de estímulo se incluyan en el acuerdo que finalmente se alcance, sea cual sea.

De modo que ¿por qué no estamos ayudando a los parados? No es porque no podamos permitírnoslo. Dados los costes tan bajos que tienen los préstamos y el daño que el paro está haciendo a nuestra economía y, por tanto, a la base tributaria, resulta bastante fácil defender el argumento de que gastar más para crear empleo ahora realmente mejoraría nuestra situación fiscal a largo plazo.

Tampoco es, creo yo, un problema realmente ideológico. Hasta los republicanos, cuando se oponen a los recortes en el presupuesto de defensa, empiezan a hablar inmediatamente de cómo esos recortes destruirían puestos de trabajo (y lo siento, pero el keynesianismo armamentístico, la afirmación de que el gasto público crea empleo, pero solo si se destina al Ejército, no tiene sentido).

No, al final resulta difícil no llegar a la conclusión de que es un problema de clases. A la gente influyente de Washington no le preocupa perder su empleo; la gran mayoría ni siquiera conoce a alguien que esté en paro. La difícil situación de los parados simplemente no ocupa un lugar predominante en sus pensamientos y, por supuesto, los desempleados no contratan grupos de presión ni hacen grandes contribuciones a las campañas electorales.

Así que la crisis del paro se prolonga más y más, a pesar de que tenemos tanto los conocimientos como los medios para resolverla. Es una inmensa tragedia, y también es un escándalo.

(Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2012)

– EEUU: el ascenso social va en descenso (The Wall Street Journal – 17/12/12)

(Por Sean Coughlan)

La idea de ir a la universidad -y la expectativa de que la próxima generación estará mejor educada y será más próspera que su predecesora- ha sido durante años una de las ambiciones innatas de la clase media del país.

Sin embargo, ahora existe una profunda preocupación, debido a que esta movilidad ascendente va en sentido inverso.

Andreas Schleicher, asesor especial de educación en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), dice que Estados Unidos es actualmente la única gran economía del mundo en la que la generación más joven no estará mejor educada que la anterior.

"Es un asunto de gran importancia porque gran parte del poder económico actual de EEUU se basa en el alto grado de capacitación de los adultos, que ahora está en riesgo", dice Schleicher.

"Estas habilidades son el motor de la economía de EEUU y ahora ese motor está fallando", agrega Schleicher, uno de los expertos más influyentes del mundo en educación internacional.

Potencia universitaria

Las estadísticas del informe anual de la OCDE muestran que sólo uno de cada cinco adultos jóvenes de EEUU consigue un nivel educativo más alto que el de sus padres.

Este es uno de los índices más bajos de ascenso social en el mundo desarrollado.

A pesar de ser un país cuya imagen está basada en el optimismo y la oportunidad, EEUU es ahora un lugar en el que es poco probable que un hijo con padres poco educados llegue a la universidad. Mucho menos probable que en cualquier otro país industrializado.

Es exactamente lo contrario a un final feliz de Hollywood.

Además, sólo uno de cada cinco jóvenes adultos en EEUU se identifica ahora en términos educativos con la "movilidad descendente", pues a pesar de tener padres con posgrados, ellos no pueden alcanzar ese nivel universitario.

Mientras la educación superior del mundo busca la rápida expansión y el aumento del número de graduados, una potencia como Estados Unidos está a punto de moverse en el sentido contrario.

Muchas veces se pasa por alto el predominio de la educación universitaria de EEUU en la era posterior a la guerra o en qué medida estaba vinculada a su papel como superpotencia económica, científica y militar.

EEUU tuvo la primera gran participación masiva del sistema universitario. El proyecto de ley GI, que proporcionó subsidios para una generación de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, apoyó a tres veces más personas de las que se encuentran actualmente en todo el sector universitario del Reino Unido.

Un estadounidense nacido en la década de 1950 tenía el doble de probabilidades de convertirse en un graduado que cualquier otra persona del resto del mundo industrializado.

Meritocracia

Pero el sistema universitario de EEUU ya no es el más sobresaliente. En la actualidad, ha sido superado por rivales en Asia y Europa.

Los jóvenes estadounidenses de hoy tienen menos de la mitad de oportunidades de graduarse, en comparación con otras economías industrializadas.

En un discurso reciente, el secretario de Educación de EEUU, Arne Duncan, se preguntó cómo EEUU solía ocupar el primer lugar en cantidad de graduados del mundo y ahora -en apenas una generación- se encuentra en el puesto 14.

¿Qué salió mal?

El creciente costo de la educación superior en Estados Unidos se cita a menudo como uno de los impedimentos, debido a que la deuda colectiva de estudiantes ya supera el billón de dólares.

Sin embargo, Andreas Schleicher sostiene que es un problema más profundo que radica en las desigualdades del sistema escolar.

Schleicher dice que el nivel de segregación social y la excesiva relación entre el contexto familiar y el éxito en la escuela está "cortando el camino" entre la escuela secundaria y la universidad.

La meritocracia ya no opera en el sistema escolar.

"Si se pierde la confianza en la idea de que el esfuerzo y la inversión en la educación puede cambiar las oportunidades de vida, tendremos un problema muy serio", dice Schleicher.

Inseguridad

Un estudio realizado por el Centro Pew examinó el fenómeno del descenso social y encontró que un tercio de los adultos de clase media abandonará ese estatus en algún momento de su vida adulta.

Los hallazgos reflejan una percepción de inseguridad moderna, pues las familias ya no pueden suponer que sus hijos serán prósperos. De hecho, se espera que aproximadamente una cuarta parte de los niños nacidos en la clase media bajen de estatus.

Nada de esto encaja con la imagen de EEUU como lugar ideal para empezar de cero y de millonarios que se hacen a sí mismos.

Las dificultades actuales, sin embargo, no deben asociarse con señales de una supuesta decadencia del imperio, dice Philip Altbach, director del Centro para la Educación Superior Internacional del Boston College.

En su lugar, él cree que es una cuestión más práctica: el creciente costo de la educación superior es un elemento de disuasión. Y hay un problema más amplio de financiación de la educación superior a nivel estatal.

También dice que hay otro "pequeño secreto sucio" de la educación superior en EEUU y es que muchas personas que se matriculan en la universidad no se gradúan, y eso reduce la tasa de graduados.

Recuperación

Andreas Schleicher también dice que hay razones para el optimismo: EEUU cuenta con recursos financieros, capacidad y flexibilidad para cambiar de rumbo rápidamente y ponerse al día, casi más que cualquier otro país.

Y como parte de esta campaña, la American Asociation of Community Colleges posee un proyecto llamado "El reclamo del sueño americano", con un ambicioso plan para crear cinco millones más de plazas universitarias.

Pero es una aspiración, en medio de un panorama sombrío.

"El sueño americano se ha estancado", dice el informe de la asociación que además describe a una sociedad en donde los ingresos familiares han caído durante más de una década.

"Es más probable que un niño que nace pobre en Estados Unidos hoy en día, siga siendo pobre el resto de su vida, mucho más que en ningún otro momento de nuestra historia. Muchas otras naciones ahora nos superan en nivel de estudio y movilidad económica. La clase media estadounidense se está encogiendo ante nuestros ojos"…

– 36 Facts Which Prove The American Dream Is Turning Into A Nightmare For The Middle Class (Business Insider – 4/5/11)

(Michael Snyder, The American Dream)

The U.S. middle class is being shredded, ripped apart and systematically wiped out. If you doubt this, just check out the statistics.

The American Dream is being transformed into an absolute nightmare.

Once upon a time, the rest of the world knew that most Americans were able to live a middle class lifestyle. Most American families had nice homes, most American families had a car or two, most American families had nice clothes, most American families had an overabundance of food and most American families could even look forward to sending their children to college if that is what the kids wanted to do. There was an implicit promise that this was the way that it was always going to be.

Most of us grew up believing that if we worked really hard in school and that if we stayed out of trouble and that if we did everything that "the system" told us to do that there would be a place for us in the middle class too. Well, it turns out that "the system" is breaking down. There aren't enough good jobs for all of us anymore. In fact, there aren't very many crappy jobs either. Millions are out of work, millions have lost their homes and nearly all of the long-term economic trends just keep getting worse and worse. So is there any hope for the U.S. middle class?

No, there is not.

Unless fundamental changes are made economically, financially and politically, the long-term trends that are destroying the U.S. middle class will continue to do so.

The number of good jobs has been declining for a long time. The good jobs that have been lost are being replaced by a smaller number of low paying "service jobs".

Meanwhile, the cost of everything is going up. It is getting really hard for American families to be able to afford to put food on the table and to put gas in the tank. Health care costs are absolutely outrageous and college tuition is now out of reach for millions of American families.

Every single month more American families fall out of the middle class. Today there are 18 million more Americans on food stamps than there were just four years ago. More than one out of every five U.S. children is living in poverty. Things are getting really, really bad out there.

(Read more: http://www.businessinsider.com/american-dream-middle-class-2011-5#ixzz1LSS0Qizg)

36 Statistics Which Prove That The American Dream Is Turning Into An Absolute Nightmare For The Middle Class

The U.S. middle class is being shredded, ripped apart and systematically wiped out. If you doubt this, just check out the statistics below. The American Dream is being transformed into an absolute nightmare. Once upon a time, the rest of the world knew that most Americans were able to live a middle class lifestyle. Most American families had nice homes, most American families had a car or two, most American families had nice clothes, most American families had an overabundance of food and most American families could even look forward to sending their children to college if that is what the kids wanted to do. There was an implicit promise that this was the way that it was always going to be. Most of us grew up believing that if we worked really hard in school and that if we stayed out of trouble and that if we did everything that "the system" told us to do that there would be a place for us in the middle class too. Well, it turns out that "the system" is breaking down. There aren't enough good jobs for all of us anymore. In fact, there aren't very many crappy jobs either. Millions are out of work, millions have lost their homes and nearly all of the long-term economic trends just keep getting worse and worse. So is there any hope for the U.S. middle class?

No, there is not.

Unless fundamental changes are made economically, financially and politically, the long-term trends that are destroying the U.S. middle class will continue to do so.

The number of good jobs has been declining for a long time. The good jobs that have been lost are being replaced by a smaller number of low paying "service jobs".

Meanwhile, the cost of everything is going up. It is getting really hard for American families to be able to afford to put food on the table and to put gas in the tank. Health care costs are absolutely outrageous and college tuition is now out of reach for millions of American families.

Every single month more American families fall out of the middle class. Today there are 18 million more Americans on food stamps than there were just four years ago. More than one out of every five U.S. children is living in poverty. Things are getting really, really bad out there.

The following are 36 statistics which prove that the American Dream is turning into an absolute nightmare for the middle class….

#1 The competition for decent jobs in America has gotten absolutely insane. There have been reports of people actually getting down on their knees and begging for jobs. Many Americans are starting to wonder if they will ever get a decent job again. According to the U.S. Bureau of Labor Statistics, the average duration of unemployment in the United States is now an all-time record 39 weeks….

edu.red

#2 According to the Wall Street Journal, there are 5.5 million Americans that are unemployed and yet are not receiving unemployment benefits.

#3 The number of "low income jobs" in the U.S. has risen steadily over the past 30 years and they now account for 41 percent of all jobs in the United States.

#4 Only 66.8% of American men had a job last year. That was the lowest level that has ever been recorded in all of U.S. history.

#5 Once upon a time, anyone could get hired at McDonald's. But today McDonald's turns away a higher percentage of applicants than Harvard does. Approximately 7 percent of all those that apply to get into Harvard are accepted. At a recent "National Hiring Day" held by McDonald's only about 6.2 percent of the one million Americans that applied for a job were hired.

#6 There are now about 7.25 million fewer jobs in America than when the recession began back in 2007.

#7 The United States has lost an average of about 50,000 manufacturing jobs per month since China joined the World Trade Organization in 2001.

#8 A New York post analysis has found that the rate of inflation in New York City has been about 14 percent over the past year.

#9 The average price of a gallon of gasoline in the United States is now up to $ 3.91 a gallon.

#10 Over the past 12 months the average price of gasoline in the United States has gone up by about 30%.

#11 Spending on energy now accounts for more than 6 percent of all consumer spending. Every time this has happened since 1970 we have also had a recession that followed.

#12 The average American driver will spend somewhere around $ 750 more for gasoline in 2011. Unfortunately, it seems likely that the price of oil is going to go up even higher. Already the price of oil is closing in on the all-time record….

edu.red

#13 In the United States, over 20 percent of all children are living in poverty. In the UK and in France that figure is well under 10 percent.

#14 According to the U.S. Census, the number of children living in poverty has gone up by about 2 million in just the past 2 years.

#15 The wealthiest 1% of all Americans now own more than a third of all the wealth in the United States.

#16 The poorest 50% collectively own just 2.5% of all the wealth in the United States.

#17 The wealthiest 1% of all Americans own over 50% of all the stocks and bonds.

#18 According to a new report from the AFL-CIO, the average CEO made 343 times more money than the average American did last year.

#19 In 1980, government transfer payments accounted for just 11.7% of all income. Today, government transfer payments account for 18.4% of all income.

#20 U.S. households are now receiving more income from the U.S. government than they are paying to the government in taxes.

#21 59 percent of all Americans now receive money from the federal government in one form or another.

#22 The average cost of tuition, room and board at America's public universities is now $16,000 a year. For America's private universities, that figure is, $ 37,000 a year.

#23 The cost of college tuition in the United States has gone up by over 900 percent since 1978.

#24 Approximately two-thirds of all college students graduate with student loan debt.

#25 17 million college graduates are doing jobs that do not even require a college degree.

#26 According to the Bureau of Economic Analysis, health care costs accounted for just 9.5% of all personal consumption back in 1980. Today they account for approximately 16.3%.

#27 One study found that approximately 41 percent of working age Americans either have medical bill problems or are currently paying off medical debt.

#28 Back in 1965, only one out of every 50 Americans was on Medicaid. Today, one out of every 6 Americans is on Medicaid.

#29 Total credit card debt in the United States is now more than 8 times larger than it was just 30 years ago.

#30 During the first three months of this year, less new homes were sold in the U.S. than in any three month period ever recorded.

#31 Now home sales in the United States are now down 80% from the peak in July 2005.

#32 U.S. home prices have now declined 32% from the peak of the housing bubble.

#33 For most middle class families, the family home is the number one financial asset. Unfortunately, U.S. home values have declined an astounding 6.3 trillion dollars since the housing crisis first began.

#34 According to a recent census report, 13% of all homes in the United States are currently sitting empty.

#35 The housing crisis just seems to keep on getting worse. 31 percent of the homeowners that responded to a recent Rasmussen Reports survey indicated that they are "underwater" on their mortgages.

#36 Unfortunately, it looks like millions more middle class Americans could soon be in danger of losing their homes. According to the Mortgage Bankers Association, at least 8 million Americans are at least one month behind on their mortgage payments at this point.

– La clase media paga los errores de la banca (El Economista – 13/1/12)

(Por Simon Johnson)

En un punto, todas las crisis financieras son iguales. Un grupo relativamente pequeño de individuos, normalmente banqueros, encuentra la oportunidad de correr riesgos muy grandes. Durante un tiempo, el sector financiero exhibe beneficios elevados, que justifican los precios al alza de las acciones y las grandes bonificaciones para sus ejecutivos.

Sin embargo, esos beneficios nunca se ajustan como corresponde a lo que se materializará realmente a lo largo de cinco a diez años.

Generalmente, suele haber rendimientos mayores a corto plazo si se corre un mayor riesgo; basta ver el sistema bancario islandés después de 2003. Se autorizó a tres bancos a emprender grandes negocios en el exterior, acumulando un balance general combinado que era diez veces el tamaño del PIB de Islandia, apoyado sobre todo en la financiación a corto plazo.

Los políticos islandeses pensaron que habían encontrado un nuevo camino hacia la prosperidad. Pero en octubre de 2008 descubrieron una verdad eterna: los beneficios gigantescos implican riesgos gigantescos. Los bancos de Islandia se derrumbaron, y hundieron a la economía en una profunda recesión.

El intento islandés de manejar un país como un sofisticado fondo de inversión puede hacernos reír o llorar. Pero la triste verdad es que EEUU y muchos países de la UE hicieron algo similar al permitir o incentivar que algunos segmentos del sector financiero asumieran demasiado riesgo. Y esto se plasmó en préstamos excesivos a Gobiernos, promotores inmobiliarios y hogares.

Alguien debe pagar

Podemos no coincidir respecto a las causas concretas de cualquier crisis. Algunos culpan del reciente ciclo expansión-contracción-rescate en Europa y EEUU a los banqueros por haber cautivado los corazones y mentes de los funcionarios gubernamentales; otros hacen hincapié en la culpabilidad de dichos funcionarios. Más allá de la visión de cada uno, deberíamos coincidir en una cosa: alguien tiene que pagar por el desmadre.

Hay tres potenciales pagadores. Primero, es natural señalar con el dedo a quienes estuvieron en el epicentro del desastre, los que construyeron las grandes instituciones financieras y manejaron mal los riesgos. El problema es que, aunque se pudieran recuperar las ganancias de ese grupo, el hecho es que no cuentan con el suficiente efectivo como para cambiar la situación.

Los profesores de Finanzas Sanjai Bhagat de la Universidad de Colorado en Boulder, y Brian J. Bolton, de la Portland State University, calcularon el año pasado que los máximos responsables ejecutivos de las 14 mayores sociedades financieras estadounidenses recibieron unos 2.500 millones de dólares en efectivo (salario, bonificaciones y opciones de compra de acciones ejercitadas) de 2000 a 2008. Aunque sea una paga sustancial, ésta supone una gota en el océano si se consideran los daños causados en el balance social del país. Según la Oficina Parlamentaria del Presupuesto, el coeficiente deuda/PIB a medio plazo creció un 50%, o sea, aproximadamente unos 7 billones de dólares, debido a la crisis.

Los verdaderos daños económicos son obviamente mucho mayores cuando se tienen en cuenta el crecimiento económico más bajo, la pérdida de empleos y los trastornos en la vida de las personas. Y parte de la deuda más alta será traspasada a las generaciones futuras, con la esperanza de que serán más ricas, o quizá más afortunadas, que nosotros.

De todos modos, los niveles de deuda/PIB en muchos países industrializados ya eran altos, y el aumento repentino de la deuda -en su mayor parte causado por ingresos fiscales perdidos debido a la recesión- nos ha empujado a la zona de los números rojos.

Nunca es suficiente

Necesitamos rebajar nuestro déficit y orientar la deuda por un cauce más sostenible. Pero la triste verdad es que los responsables de la crisis nunca tienen suficiente dinero para satisfacer al resto.

Segundo, se podría gravar a las rentas menos altas. Tal vez parezca una sugerencia escandalosa, pero normalmente quienes se encuentran en el extremo más bajo de la distribución del ingreso y la riqueza son aplastados después de las grandes crisis financieras. No están bien organizados y carecen de influencia política. Sus prestaciones se recortan reduciendo el acceso a la salud, por ejemplo, o despidiendo docentes, lo que afecta la calidad de la educación pública.

El único político al que oí abordar esta cuestión directamente es el ministro de Finanzas de Islandia, Steingrimur Sigfusson. En un contundente discurso durante una conferencia del Fondo Monetario Internacional en Reykiavik el 27 de octubre, Sigfusson dejó bien claro que hará todo lo posible por proteger a la población islandesa de menor renta.

El ministro de Finanzas Sigfusson es geólogo, ex camionero y un político duro. Su partido no está implicado en el fiasco financiero y es posible que se salga con la suya con respecto a sus prioridades políticas. Los otros ministros de Finanzas no tienen, en general, su claridad de pensamiento sobre este asunto.

Demasiado caro

Pero aunque estemos dispuestos a aplastar hasta cierto punto a los pobres, la factura sigue siendo demasiado cara. Grecia no puede llevar su Presupuesto a una posición sostenible simplemente recortando los subsidios a los pobres, razón por la que en las calles se ve a sindicatos del sector público y a gente relativamente acomodada.

El tercer grupo, naturalmente, somos todos los demás. La clase media en EEUU y Europa es grande y, según todos los parámetros, pudiente. La gente podría pagar más impuestos o recibir menos prestaciones del Estado. En el caso de EEUU, no es tan difícil equilibrar el Presupuesto. Con no extender los recortes fiscales de la época de Bush, que vencen a fin de año, se daría un paso muy importante.

¿Cuál es, sin embargo, la legitimidad para tal o cual recorte de los beneficios o un aumento de los impuestos de algún colectivo? Ninguno de nosotros causó la crisis. Y muchos ni siquiera gastamos en exceso durante el auge.

Seamos francos: todos estamos esforzándonos ahora por mantener nuestras prestaciones y nuestros beneficios fiscales. Islandia no tiene más remedio que hacer recortes; la magnitud de su desastre era abrumadora. Grecia camina en la misma dirección. Países como Italia y Francia podrían seguirla pronto. Permitir que los mercados financieros nos inculquen la austeridad no es inteligente. Es una forma muy costosa e ineficiente de hacer ajustes fiscales. Pero a veces es el único modo de salir del atolladero político y obligar a tomar decisiones difíciles, algo de lo que Islandia y Grecia pueden dar testimonio.

(Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, profesor en la Sloan School of Management del MIT, miembro del Peterson Institute y columnista de Bloomberg)

– La trampa de la desigualdad (Project Syndicate – 8/3/12)

(Por Kemal Dervis)

Washington DC.- A medida que crece la evidencia de que en todas partes del mundo está aumentando la desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor atención de los académicos y responsables del diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la población que más gana se ha más que duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no se había alcanzado desde los años veinte.

Si bien hay razones éticas y sociales para inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte relación con la política macroeconómica per se. Esa relación se observó en los primeros años del siglo XX: algunos señalaban que el capitalismo tendía a generar una debilidad crónica de la demanda efectiva debido a la concentración creciente del ingreso que conducía a una superabundancia de ahorros porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto alimentaría "guerras comerciales" porque los países tratarían de buscar más demanda en el extranjero.

Sin embargo, a partir de los años treinta este argumento desapareció porque las economías de mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución del ingreso se volvió más uniforme. Mientras existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las tasas de interés de corto plazo, diría la mayoría de los macroeconomistas, podrían establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar tasas razonables de empleo y demanda.

Sin embargo, ahora, cuando la desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que relacionan la concentración del ingreso con los problemas macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault Lines, que ha sido premiado.

Rajan argumenta que en los Estados Unidos la enorme concentración del ingreso en los que más tienen condujo a diseñar políticas destinadas a promover el crédito insostenible en los grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y garantías de crédito en el sector de la vivienda y una política monetaria laxa. También hubo una explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos, ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde el sector financiero actuó, con métodos agresivos, como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido abruptamente en 2008.

Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente, mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han diseñado una versión matemática formal de la posible relación entre la concentración del ingreso y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento constante de la concentración del ingreso conducirá a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a la inversión.

La política macroeconómica puede servir para compensar mediante un gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda interna. No obstante, si la participación de los grupos de ingreso más altos sigue aumentando, el problema seguirá siendo crónico. Y en algún momento, cuando la deuda pública haya crecido mucho como para permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de interés estén muy cercanas a su límite inferior de cero, el sistema se quedará sin soluciones.

Este argumento tiene una parte contradictoria. ¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es cierto que el déficit sistemático en la cuenta corriente del país refleje un consumo excesivo, en lugar de una demanda efectiva débil?

El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos, que permitió altas tasas de empleo y déficits elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva impidió que el consumo de los Estados Unidos se derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de fondo?

Aunque la dinámica que condujo a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado, ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo, ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por qué ya no están invirtiendo, gran parte de las empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente. ¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna si el ingreso se sigue concentrando en los niveles superiores?

Es improbable que con la demanda de consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además, las tasas de interés no pueden ser negativas en valores nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada vez más la política fiscal.

Entonces, si la dinámica que estimula la concentración del ingreso no se puede revertir, los más ricos ahorran una gran proporción de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no pueden obtener créditos, las políticas monetaria y fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede exportar; la economía se puede estancar.

El temprano repunte de 2012 de la actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho a la política monetaria extraordinariamente expansiva y los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir la concentración del ingreso como se hizo con el déficit presupuestal, la demanda podría financiarse con una amplia base de ingresos privados. Se podría reducir la deuda pública sin temor a una recesión porque la demanda privada sería más fuerte. La inversión aumentaría a medida que las perspectivas de demanda mejoran.

Este tipo de razonamiento es particularmente relevante en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la concentración del ingreso y los desafíos fiscales por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores proporciones del ingreso en los que más tienen es global, y las dificultades que puede representar para la política macroeconómica no deberían seguir sin atenderse.

(Kemal Dervis, ex ministro de Asuntos Económicos de Turquía y director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es vicepresidente y director del Programa de Desarrollo y Economía Global de la Brookings Institution. Copyright: Project Syndicate, 2012)

– El precio de la desigualdad (Project Syndicate – 5/6/12)

(Por Joseph E. Stiglitz)

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