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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 8)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Nueva York.- A los estadounidenses les gusta pensar en su país como una tierra de oportunidades, opinión que otros en buena medida comparten. Pero aunque es fácil pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus propios medios, lo que en verdad cuenta son las estadísticas: ¿hasta qué punto las oportunidades que tendrá una persona a lo largo de su vida dependen de los ingresos y la educación de sus padres?

En la actualidad, estas cifras muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa (y de hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del que tengamos datos).

Esta es una de las razones por las que Estados Unidos tiene el nivel de desigualdad más alto de cualquiera de los países avanzados. Y la distancia que lo separa de los demás no deja de crecer. Durante la "recuperación" de 2009 y 2010, el 1% de los estadounidenses con mayores ingresos se quedó con el 93% del aumento de la renta. Otros indicadores de desigualdad (como la riqueza, la salud y la expectativa de vida) son tan malos o incluso peores. Hay una clara tendencia a la concentración de ingresos y riqueza en la cima, al vaciamiento de las capas medias y a un aumento de la pobreza en el fondo.

Sería distinto si los altos ingresos de los que están arriba se debieran a que contribuyeron más a la sociedad. Pero la Gran Recesión demostró que no es así: hasta los banqueros que dejaron a la economía mundial y a sus propias empresas al borde de la ruina recibieron jugosas bonificaciones.

Si examinamos más de cerca la cima de la pirámide encontraremos allí sobreabundancia de buscadores de rentas: hay quienes obtuvieron su riqueza ejerciendo el monopolio del poder; otros son directores ejecutivos que aprovecharon deficiencias de las estructuras de gobierno corporativas para quedarse con una cuota excesiva de la ganancia de las empresas; y hay todavía otros que usaron sus conexiones políticas para sacar partido de la generosidad del Estado, ya sea cobrándole demasiado por lo que compra (medicamentos) o pagándole demasiado poco por lo que vende (permisos para explotación de minerales).

Asimismo, parte de la riqueza de los financistas proviene de la explotación de los pobres, por medio de préstamos predatorios y prácticas abusivas con el uso de tarjetas de crédito. En estos casos, los que están arriba se enriquecen directamente de los bolsillos de los que están abajo.

Tal vez no sería tan malo si hubiera aunque sea un grano de verdad en la teoría del derrame: la peculiar idea de que enriquecer a los de arriba redunda en beneficio de todos. Pero hoy la mayoría de los estadounidenses se encuentran peor (con menos ingresos reales ajustados por la inflación) que una década y media atrás en 1997. Todos los beneficios del crecimiento fluyeron hacia la cima.

Los defensores de la desigualdad estadounidense argumentan que los pobres y los que están en el medio no tienen por qué quejarse: puede ser que la porción de torta con la que se están quedando sea menor que antes, pero gracias a los aportes de los ricos y superricos, la torta está creciendo tanto que en realidad el tamaño de la tajada es mayor. Pero una vez más, los datos contradicen de plano este supuesto. De hecho, Estados Unidos creció mucho más rápido durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando el crecimiento era conjunto, que después de 1980, cuando comenzó a ser divergente.

Esto no debería sorprender a quien comprenda cuál es el origen de la desigualdad. La búsqueda de rentas distorsiona la economía. Por supuesto que las fuerzas del mercado también influyen, pero los mercados dependen de la política; y en Estados Unidos, con su sistema cuasicorrupto de financiación de campañas y el ir y venir de personas que un día ocupan un cargo público y al otro están en una empresa privada, y viceversa, la política depende del dinero.

Por ejemplo, cuando la legislación de quiebra privilegia los derivados financieros por encima de todo, pero no permite la extinción de las deudas estudiantiles (por más deficiente que haya sido la educación recibida por los deudores), es una legislación que enriquece a los banqueros y empobrece a muchos de los que están abajo. Y en un país donde el dinero puede más que la democracia, no es de extrañar la frecuencia con que se aprueban esas leyes.

Pero el aumento de la desigualdad no es inevitable. Hay economías de mercado a las que les está yendo mejor, tanto en términos de crecimiento del PIB como de elevación de los niveles de vida de la mayoría de sus ciudadanos. Algunas incluso están reduciendo las desigualdades.

Estados Unidos paga un alto precio por seguir yendo en la otra dirección. La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía (su gente) no se emplea a pleno. Muchos de los que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan pocos servicios públicos y temen que un gobierno fuerte redistribuya los ingresos, usan su influencia política para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto lleva a una subinversión en infraestructura, educación y tecnología, que frena los motores del crecimiento.

La Gran Recesión agravó la desigualdad, provocando recortes en gastos sociales básicos y un alto nivel de desempleo que presiona sobre los salarios a la baja. Por añadidura, tanto la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional, que investiga las causas de la Gran Recesión, como el Fondo Monetario han advertido que la desigualdad conduce a inestabilidad económica.

Pero, lo que es más importante, la desigualdad en Estados Unidos está corroyendo sus valores y su identidad. Cuando llega a semejantes extremos, no es sorprendente que sus efectos se manifiesten en todas las decisiones públicas, desde la política monetaria a la asignación del presupuesto. Estados Unidos se ha convertido en un país que en vez de "justicia para todos" ofrece favoritismo para los ricos y justicia para los que puedan pagársela: esto quedó demostrado durante la crisis de las ejecuciones hipotecarias, cuando los grandes bancos creyeron que además de demasiado grandes para quebrar, eran demasiado grandes para hacerse responsables.

Estados Unidos ya no puede considerarse la tierra de oportunidades que alguna vez fue. Pero no tenemos por qué resignarnos a esto: todavía no es demasiado tarde para restaurar el sueño americano.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics, has pioneered pathbreaking theories in the fields of economic information, taxation, development, trade, and technical change. As a policymaker, he served on and later chaired President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers, and was Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. He is currently a professor at Columbia University, and has taught at Stanford, Yale, Princeton, and Oxford. He is the author of The Price of Inequality: How Today"s Divided Society Endangers our Future)

– La sociedad mala (Project Syndicate – 19/7/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- ¿Cuánta desigualdad es aceptable? A juzgar por los niveles anteriores a la recesión, mucha, particularmente en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Peter Mandelson, del Nuevo Laborismo, expresó el estado de ánimo de los últimos treinta años cuando comentó que se sentía "tranquilo" por el hecho de que la gente se enriqueciera de forma "desmedida". El enriquecimiento era el objetivo de la "nueva economía". Y los nuevos ricos se quedaron con una parte creciente de sus ganancias, a medida que se redujeron los impuestos para alentarlos a enriquecerse aún más y se abandonaron los esfuerzos para repartir el pastel de forma más justa.

Los resultados fueron predecibles. En 1970, los ingresos brutos de un alto ejecutivo estadounidense eran aproximadamente treinta veces más elevados que los del trabajador medio; actualmente son 263 veces más elevados. En Gran Bretaña, el salario básico (sin bonificaciones) de un alto ejecutivo era 47 veces superior a la del trabajador medio en 1970. En 2010 fue 81 veces superior. Desde finales de los años setenta, los ingresos netos del 20 por ciento más rico de la población han aumentado cinco veces más rápido que el del 20 por ciento más pobre en los Estados Unidos y cuatro veces más rápido en el Reino Unido. Aún más importante es la creciente brecha entre el promedio de los ingresos y la mediana de los ingresos, es decir que la proporción de la población que vive con la mitad o menos de la mitad del ingreso medio en los Estados Unidos y Gran Bretaña ha estado aumentando.

Aunque en algunos países esta tendencia no se ha impuesto del todo, la desigualdad ha estado aumentando durante los últimos 30-40 años en todo el mundo. Ha crecido la desigualdad dentro de los países, y las diferencias entre ellos aumentaron considerablemente después de 1980, hasta equilibrarse a finales de los noventa y comenzar a disminuir después de 2000, cuando el crecimiento en los países en desarrollo comenzó a acelerarse.

El crecimiento de la desigualdad no incomoda a los defensores ideológicos del capitalismo. En un sistema de mercado competitivo, se dice que se paga a las personas lo que valen, es decir, los altos ejecutivos agregan a la economía estadounidense 263 veces más valor que sus empleados. Pero se aduce que los pobres siguen estando mejor que si los sindicatos o el gobierno hubieran reducido la brecha artificialmente. La única forma de lograr que la riqueza se reparta más rápido es mediante una reducción adicional de los impuestos marginales o, alternativamente, mejorando el "capital humano" de los pobres, de modo que valgan más a ojos de sus empleadores.

Esta es una forma de razonamiento económico diseñada para que resulte atractiva a quienes están en la cúspide de la pirámide de los ingresos. Después de todo, no hay ninguna forma de calcular los productos marginales de diferentes individuos en actividades productivas cooperativas. Los salarios más altos sencillamente se fijan comparándolos con otros que se pagan para puestos similares.

Anteriormente, las diferencias de los salarios se establecían según lo que era justo y razonable. Mientras mayores conocimientos, habilidades y responsabilidades exigiera un puesto, mayor era el salario aceptable y aceptado para ocuparlo.

No obstante, todo lo anterior sucedía dentro de límites en los que se conservaba cierta relación entre los más altos y los más bajos. Los salarios en el sector privado rara vez eran superiores a 20 o 30 veces el salario medio y en el caso de la mayoría de las personas las diferencias eran mucho menores. Así pues, el ingreso de los médicos y abogados solía ser aproximadamente cinco veces superior al de los trabajadores manuales, no diez veces o más, como sucede actualmente,

Lo que ha conducido a los métodos espurios que se utilizan hay en día para calcular los salarios ha sido el fin del sentido común y de un modo de evaluar las actividades humanas que no se basa en criterios económicos y que toma en cuenta el contexto social más amplio.

Hay una consecuencia extraña, que no se aprecia mucho, de no distinguir entre el valor y el precio: la única forma que se ofrece a la mayoría de las personas para aumentar sus ingresos es mediante el crecimiento económico. En los países pobres eso es razonable, puesto que no hay suficiente riqueza. Sin embargo, en los países desarrollados la concentración en el crecimiento económico es una forma extraordinariamente ineficiente de aumentar la prosperidad general, porque significa que una economía debe crecer en, digamos, 3% para aumentar los ingresos de la mayoría un 1%, por decir algo.

Tampoco es seguro que el capital humano de la mayoría pueda aumentarse más rápido que el de la mayoría, que obtiene todas las ventajas educativas que se derivan de una mayor riqueza, mejores condiciones familiares y más contactos. En estas circunstancias, la redistribución es una forma más segura de lograr una amplia base de consumo, que es en sí misma una garantía de estabilidad económica.

La actitud de indiferencia ante la distribución del ingreso es de hecho una receta para un crecimiento económico sin fin en el que los ricos, los muy ricos y los súper ricos se alejan cada vez más del resto. Esto está mal por motivos morales e incluso prácticos. En términos morales, hace que las perspectivas de una vida mejor queden para siempre fuera del alcance de la mayoría de las personas. En términos prácticos, está destinado a destruir la cohesión social en la que se basa en última instancia la democracia – o, en efecto, cualquier tipo de sociedad pacífica y satisfecha.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in both history and economics, is a working member of the British House of Lords. The author of a seminal three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, before helping to found the short-lived Social Democratic Party and eventually becoming the Conservative Party"s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords. He was forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO"s intervention in Kosovo in 1999)

– "Te levantas un buen día y descubres que eres pobre" (El Confidencial – 28/6/12)

(Por Héctor G. Barnés)

"La nueva pobreza es invisible y puede cohabitar en un mismo espacio con situaciones estables. No se trata tanto del caso del señor que rebusca en los cubos de basura después de haberse quedado sin trabajo, esa pobreza espectacular y extrema que explota la televisión, sino un proceso poco visible que está afectando a muchas familias o al vecino de al lado aunque no nos demos cuenta". De esta forma recuerda la profesora de sociología e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid Araceli Serrano Pascual cómo está evolucionando la percepción de la pobreza en el presente y desfavorable contexto económico, y que se caracteriza por su escasa visibilidad.

José Félix Tezanos, director de la Fundación Sistema y catedrático de Sociología en la UNED señala que "en nuestros estudios nos hemos dado cuenta cómo entre el 60 y el 70% de las familias no están mentalizadas para pedir ayuda. "Yo no soy un necesitado", es la percepción habitual. Hemos visto a gente llorando mientras rellena la encuesta". Por su parte, Luis Enrique Alonso Benito, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que "antes la pobreza se encontraba localizada en bolsas físicas, como podía ser un barrio determinado. Ahora ya no, sino que se está desplazando hacia las clases medias y se está diluyendo".

Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2011 el 21,8% de la población española se encontraba por debajo del nivel de pobreza. Un aumento del 1,1% respecto al año anterior y un dato que, recuerda Tezanos, "es uno de los más altos de toda la Unión Europea". Para Alonso Benito, la novedad de este tipo de pobreza es "su velocidad e intensidad. Puede ocurrir de la noche a la mañana, no es un proceso a largo plazo. Por ejemplo, tenemos casos como el de una contratada de la Administración que tenía dos empleos precarios y que al perder uno, cayó en la pobreza. Algo que ni podía imaginarse medio año atrás".

Una situación nueva para la clase media

"Se trata de un sector de población que anteriormente tenía cierta estabilidad. Es decir, aunque su trabajo era precario, podía acceder al consumo, y disponía de un techo bajo el que vivir. Vivían en una especie de "precariedad estable", a veces incluso con un consumo alto", señala Araceli Serrano Pascual, explicando que la mayor parte de este grupo está formado por la franja más baja de la clase media. Luis Enrique Alonso señala que el hecho de que esté afectando a un sector que en el pasado reciente habían gozado de cierta estabilidad es un problema a la hora de proporcionar ayuda: "Al no ser colectivos minoritarios, la vergüenza que provoca hace que se intente ocultar. Por ello, la intervención y la asistencia son más complicadas. Es lo que ocurre con tantos profesionales al perder sus trabajo, que pasan de la normalidad a la dependencia".

Serrano señala que esto también ocurre dentro de la familia, "a la que no se le dice nada para no preocuparla, o por pura vergüenza". Tezanos añade que el sentimiento más común es el de ""qué he hecho yo para merecer esto", la sensación de haber recibido un castigo y de no ser capaces de obtener los frutos deseados a pesar de haber trabajado y haberse esforzado. Parece que no llevamos las riendas de nuestra vida".

Un problema terminológico

Una de las grandes dificultades que señala la mayor parte de expertos es la que atañe al concepto de "pobre" en sí, una imagen muy fijada en el imaginario colectivo y conferido de ciertas características negativas que impide que muchos de los que estadísticamente lo son se consideren como tales. "La pobreza no es un homeless radical, con todos los estigmas que tiene asociado, sino que se trata de algo más relacional", señala Luis Enrique Alonso. "No todos los pobres son excluidos. Parece que se traza una barrera entre el "dentro" y "fuera" que no nos afecta. Lo que la nueva pobreza sugiere es que dicha frontera es mucho más borrosa de lo que parece y que un amplio porcentaje de la población corre el riesgo de atravesarla".

Serrano Pascual coincide en que "a sí mismos no se consideran pobres, no digamos ya excluidos. Los pobres son los que rebuscan en la basura, los que recurren a los beneficios sociales". Por ello, gran parte de esta pobreza permanece fuera de la vista: "El concepto de pobreza se solía vincular a minorías étnicas, inmigrantes, problemas de salud, mentales y de adicción. Ahora ha cambiado mucho. La ropa es normal y no hay detalles externos que la señalen. En los barrios de las grandes ciudades o en sus periferias se produce esta mezcla heterogénea de gente de muy distintos niveles económicos que conviven juntos". Alonso añade que "hay que olvidar esa idea del pobre relacionada con la maldición divina, la indolencia o la falta de esfuerzo, desdramatizarla para que se tome con mayor normalidad y sea más fácil pedir ayuda".

Tezanos añade que frente al de pobreza, "el concepto emergente es el de "precario"". Aunque matiza que la percepción "ha cambiado en los dos últimos años: la tendencia es que cada vez una mayor proporción de nuestros encuestados se considera clase baja". La profesora Serrano Pascual recuerda que "a un nivel mundial, la gente sí se considera pobre. Entre ricos y pobres, la mayor parte de la población se considera del segundo grupo".

Repercusión en la familia

Entre algunos de los perfiles afectados por esta situación se encuentran los profesionales que no disponían de una situación laboral fija pero que podían mantenerse gracias a una retribución más o menos importante, y que ahora tienen más difícil encontrar una regularidad en su trabajo. Araceli Pascual Serrano señala que la coyuntura también afecta a "las familias monoparentales. Por ejemplo, las mujeres que se quedan solas después de la ruptura de su matrimonio, que no se pueden incorporar al mercado laboral tras la separación, y que dependen completamente de la pensión de su marido, si es que llega, puesto que estos también están teniendo dificultades".

"Por otro lado, se han roto las redes de solidaridad familiar por la hipersaturación. Por ejemplo, hay muchos pensionistas que pagan la hipoteca de sus hijos y los mantienen. Algo relativamente fácil si el hijo es único, pero más complicado si hay dos", prosigue la profesora señalando una de las grandes dificultades de dicha situación: que los ahorros que muchas familias habían almacenado generación tras generación, ese colchón familiar, está desapareciendo, lo que empeorará la situación en el medio plazo. "Los mecanismos de compensación están fallando (la familia, el Estado de Bienestar)", recuerda Tezanos.

El caso de las nuevas generaciones

Uno de los grandes afectados por la nueva pobreza son los más jóvenes que, como apunta Serrano Pascual, "por primera vez ya no tienen fe en el progreso y en que el futuro sea cada vez mejor. Ese mito de las últimas décadas ha desaparecido". Tezanos recuerda que "la edad media de la pobreza se ha reducido año tras año, hemos visto bastante gente menor de cuarenta años sin techo".

Una de las razones se debe a que hace relativamente poco tiempo "las clases estabilizadas podrían permitirse las largas esperas de los jóvenes para entrar en el mercado laboral. Si ahora se requiere que estos contribuyan, la situación se dramatiza", señala Luis Enrique Alonso. "Lo raro fue lo que ocurrió durante los últimos veinte años. Se podía subvencionar a los hijos, por así decirlo. Ahora, los niños de estas familias pueden ver truncado su futuro". Tezanos recuerda la última gran diferencia con esa pobreza tradicional es que la antigua "estaba relacionada con sectores más pasivos, como eran los drogadictos. Ahora, en cambio, los afectados son más activos, como ocurre con estos jóvenes. La perplejidad es el sentimiento común, y por ello están apareciendo movimientos de protesta".

– En Grecia, la crisis revierte una generación de progreso (The Wall Street Journal – 21/11/12)

(Por Gordon Fairclough y Nektaria Stamouli)

Aristomenis, Grecia.- Durante décadas, Panagiotis Triantafyllopoulos trabajó en Atenas como diseñador gráfico. En sus últimos encargos, producía sofisticados envases para farmacéuticas transnacionales.

Ahora Triantafyllopoulos se pasa el día recogiendo leña, atendiendo a sus pollos y preparándose para la cosecha de aceitunas en este pueblo en las colinas del Peloponeso griego.

Incapaz de encontrar trabajo dos años después de haber sido despedido, el diseñador sintió que no le quedaba otra alternativa que volver al pueblo donde nació y tratar de salir adelante con lo que pueda sacar del pequeño terreno de su familia.

"Soy un nuevo pobre", dijo Triantafyllopoulos, quien se mudó a la capital siendo adolescente en 1975, parte de un éxodo de jóvenes que dejó el corazón agrícola de Grecia para trasladarse a las ciudades. "Volver fue una decisión difícil. Teníamos sueños de algo más grande".

Después de casi cinco años de recesión implacable, que ha empujado el desempleo nacional por encima de 25%, el motor de desarrollo de Grecia está en reversa. Las familias que habían logrado incorporarse a la clase media en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial están en retroceso.

Profesionales desempleados y empresarios quebrados están mudándose a casa de sus padres ancianos o regresando a pueblos ancestrales. Otros vuelven a trabajos menos atractivos o peligrosos, como pastores o marineros en buques de carga, que los griegos abandonaron conforme el país se enriquecía. Muchos incluso están emigrando.

Al tiempo que los líderes europeos sopesan cómo aligerar la pesada deuda fiscal que carga Grecia y evalúan si concederle nuevos fondos de rescate, la constante contracción de la economía del país amenaza con evaporar el progreso de una generación.

El poder adquisitivo de las personas que ganan el salario mínimo se ha precipitado a niveles que no se veían desde los años 70 -durante una era de rápido desarrollo que creó la clase media urbana-, según un estudio del Instituto del Trabajo, un centro de estudios con afiliaciones sindicales. El ingreso promedio ha descendido a donde estaba hace más de 10 años.

La crisis ha arrastrado a Triantafyllopoulos literalmente a donde comenzó. Ahora duerme en la cama donde nació en 1958. Algunas veces, cuando no puede dormir, se queda mirando la misma mancha en el techo de madera que miraba de niño, cuando se preguntaba qué le depararía el futuro.

Antes de que él y su esposa, Eleni, se quedaran sin trabajo en 2010, la familia tenía un ingreso anual de más de 30.000 euros, o casi US$ 40.000. Vivían en una casa espaciosa con jardín en Atenas. Salían a cenar fuera con frecuencia e iban de vacaciones.

Sin embargo, ahora, cuando es invierno en Grecia, ni siquiera pueden permitirse tener calefacción. Su madre de 81 años, Sofia, está aceptando encargos como costurera para intentar contribuir. Su mayor temor es que la hija de Triantafyllopoulos no pueda terminar la universidad.

"No me importa tener que ser pobre. Nací pobre", confiesa el padre de 54 años. "Lo que no puedo soportar es ser incapaz de ayudar a mis hijos a prepararse para algo mejor".

Tras décadas tratando de reducir la brecha que la separaba de otros miembros más acaudalados de la Unión Europea, Grecia vuelve a alejarse. La producción per cápita, que alcanzó 94% del promedio de la UE en 2009, retrocedió a 82% el año pasado, un nivel que se vio por última vez a principios de los 90. La situación es parecida en España y Portugal, conforme los países de la franja sur de la zona euro se hunden más en la crisis.

La clase media asalariada de Grecia no sólo está perdiendo empleos y agotando ahorros sino que también está sufriendo impuestos cada vez más altos sobre la renta, las compras y la propiedad, según el gobierno trata de cumplir con las metas de déficit impuestas por los acreedores internacionales.

La pérdida de ingresos y riqueza acumulada de estas familias está drenando el combustible necesario para impulsar el nuevo crecimiento. Los expertos afirman que la crisis financiera también está elevando la tasas de delincuencia y suicidios, y reduciendo el número de matrimonios y nacimientos.

La clase media, que en su día formaba una sólida base para la estabilidad democrática se está volviendo cada vez más radical, tal como sugiere la creciente popularidad de los extremos del espectro político. El partido radical de izquierda Syriza ocupa el primer lugar en las encuestas de opinión pública recientes, mientras que el ultranacionalista Amanecer Dorado está tercero.

Para Dimitris Stathis y Aggeliki Katsimardou, la velocidad del declive ha sido asombrosa. Katsimardou fue despedida como agente de seguros a principios de 2010. Este año, su marido perdió su empleo en una petrolera internacional y el auto que ésta le dejaba usar.

Ahora Stathis trabaja en una gasolinera. Gana 800 euros al mes, en torno a la mitad de su sueldo previo. Sin embargo, tienen que pagar una hipoteca de 900 euros al mes.

"No podemos comprar carne", dijo Katsimardou. "Incluso la leche es difícil. O el yogurt. Y estamos en Grecia, por el amor de Dios".

Un día reciente en Zerbisia, un pueblo cerca de la casa de Triantafyllopoulos en Aristomenis, Giorgos Leventis, de 22 años, amarraba una cabra negra a una valla para ordeñarla.

Nunca se imaginó que acabaría ganándose la vida en una granja. Pero después de perder su trabajo en Atenas como plomero -y dada la tasa de desempleo de 58% entre los trabajadores griegos entre 15 y 24 años- el joven se fue a vivir con su abuela en el pueblo de la familia. Ahora cría pollos, gansos y corderos además de sus cabras.

"Mucha gente de mi edad, que se crio en Atenas, no podría imaginarse nunca hacer algo como esto", dijo Leventis. Sin embargo, a él le gusta el trabajo y no tener jefes. Gana entre 300 y 400 euros al mes vendiendo pollos, huevos y aceite de oliva y echando una mano en las granjas de vecinos. De momento, no tiene ninguna esperanza de volver a Atenas.

Cuando Triantafyllopoulos era niño, Grecia estaba sumida en un auge de más de 20 años de crecimiento e industrialización, conforme repuntaba tras la catastrófica ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial y consiguiente guerra civil entre el gobierno griego de derecha y las fuerzas comunistas.

El pueblo de Aristomenis seguía en la pobreza en los años 60. Los niños iban descalzos en verano y la electricidad tardaría otra década en llegar. Pero Atenas y otras ciudades se expandían y atraían a la gente de las zonas rurales ofreciendo salarios más altos y una mejor calidad de vida.

A los 17 años, con el apoyo de sus padres, Triantafyllopoulos empacó una mochila e hizo dedo hasta llegar a la capital.

"Queríamos que se marchara para que tuviera más oportunidades", dijo su madre. "No salió como nos imaginamos".

Sin embargo, durante muchos años la vida en Atenas lo trató bien. Trabajó para periódicos, revistas y compañías de empacado. Se casó y tuvo dos hijos. "No teníamos una vida lujosa, pero no nos faltaba nada", señala su hija de 18 años, Eleftheria.

Hace unos días, Triantafyllopoulos estaba en una pequeña cafetería en el pueblo cuando sonó su teléfono. Era Eleftheria. Su solicitud para residencia estudiantil gratuita había sido rechazada. Sus ojos se llenaron de lágrimas. "¿Qué podemos hacer? Tendrás que arreglártelas con 400 euros al mes", le dijo en voz baja. "No hay más dinero".

Por ahora, está saliendo adelante pese a tener que pagar unos 300 euros al mes por su pequeño apartamento y servicios básicos; para comer y todo lo demás le quedan apenas 3 euros al día.

Triantafyllopoulos dedica mucho tiempo a pensar en qué hacer ahora. Sin un capital para invertir en la granja, sus posibilidades de ganancias son mínimas. Una posibilidad, dijo, es buscar trabajo en Australia, donde vive su hermano. Pero la pregunta es cómo conseguir el dinero para llegar hasta ahí.

La generación perdida (El Confidencial – 4/9/12)

(Por José M. de la Viña)

Las revoluciones son provocadas por ideas jóvenes, jóvenes con ideas, viejas ideas desvirgadas o todavía sin acanallar, que regurgitan mentes que desean mantenerse lozanas y frescas.

Por los escasos especímenes que reniegan de la complacencia, que se resisten a que se les pudra mezquinamente el intelecto a base de ideas preconcebidas o cascajo ideológico, trascendental o espiritual, que de eso abunda en este estercolero terrenal y no solo mediático.

Jóvenes viejos o viejos jóvenes con ganas de cambiar el mundo, hacerlo mejor y más limpio, aunque a menudo el resultado rechine e incluso despeñe a poblaciones enteras en sangre, en los infiernos del caos durante un tiempo, para emerger otra vez con renovada vitalidad y vigorosos ideales.

Las sufrieron los franceses, donde la Ilustración dio paso al terror y la guillotina, la posterior desolación en toda Europa, a manos de un pequeño iluminado. Quedó algún poso y unas pocas ideas aprovechables, como el código de Napoleón o la Enciclopedia, que dignificó algo al corso triturador y enceró en gloria a algunos filósofos desenjundiados.

En toda Europa hubo durante el siglo XIX infinidad de revoluciones a cargo de las generaciones que iban pidiendo paso, descontentas con el siempre injusto mundo que les tocaba vivir. Alumbraron ciencia, literatura, progreso, bienestar, arte.

Culminaron con la Revolución Rusa. Sueño de todo joven de bien de la época que, pretendiendo acabar con la pobreza y la servidumbre zarista, acabó convertida en la mayor pesadilla del siglo XX junto con el antagónico pero, en el fondo, calco fascista.

Escritores e intelectuales modernos jalearon tales aberraciones durante casi un siglo, exceptuando unas pocas mentes preclaras, afortunadamente atormentadas o controvertidas. Como las de Albert Camus, George Orwell y unos cuantos por aquí, como Chaves Nogales y tantos otros miembros de la virtuosa tercera España, presta a volver a emerger si la providencia la apadrinara y la mediocridad patria no lo impidiera.

Al ser humano no le ha gustado conformarse con su destino. Mejorar, o al menos intentarlo, ha sido una constante a lo largo de la historia, asumiendo que en el interregno a veces se produciría caos, violencia o incluso más injusticia.

El imperio de Occidente ya solo produce gentes que…

Desgraciadamente, esta etapa gloriosa de la evolución del homo-sapiens ha finalizado, al menos en el opulento Occidente quebrado. Las generaciones que piden el relevo lo hacen desde el sofá, con el mando a distancia, no sea que se agoten con el ímprobo esfuerzo. Han nacido nada más que con derechos. El destino de los papás, y de toda la sociedad, es complacer sus traumas, necesidades y caprichos.

Rememoramos con la ayuda de Internet, o a causa suya, la caída del Imperio Romano, la desintegración del griego saber, nuestros ancestros, obsesiones y melodramas. Los entrópicos bárbaros siguen acechando envueltos entre perritos, hamburguesas y ojos rasgados, entrecruzados en su siniestro galopar hacia ninguna parte.

Antes de comenzar esta crisis higiénica e indispensable, que esperemos obligue a dignificar este consumista y depredador andar errante, un experto en marketing de automoción comentaba que el objetivo de los fabricantes de coches no eran los padres, sino los hijos mayores.

Según él, había que abordarlos a ellos en vez de a sus progenitores porque eran vulnerables a la cadena del deseo: "lo veo, lo quiero, lo tengo". Bastaba superar el primer eslabón y parte del segundo, lábil y huérfano de principios, para perfeccionar el tercero: la venta del coche. Crédito al señor y asunto concluido. Solo quedaba pagarlo. Siguen en ello.

… ni trabaja, ni siquiera piensa…

Transcurridos los años, los despreocupados miembros de la "generación ni-ni" ven cosas y quieren artefactos, pero no pueden obtenerlos. Papá ya no puede pagarlos. No han aprendido nada. Siguen viendo y deseando lo mismo que hace un lustro. Y, si no, lloriqueo y pataleta al canto. Son solo Damocles sin espada y con obsolescente i-pod de este caduco Occidente estrellado.

¡Lástima de criaturas simples! Maldición de sociedad indolente y desnortada, de pedagogos execrables, de planes de estudio infames, de infectos másteres (horrible palabreja, la maestría no la proporciona ningún diploma) ahuecados de rigor, huérfanos de conocimiento profundo, de sensibilidad presente, de prosperidad helada.

A los nenes ya maduros se les acabará terminando la paciencia, cual niños malcriados que son. No podemos dudar que muchos de ellos escogerán el camino más rápido aunque sea el más reprobable y demencial. ¿O no?

En Londres padecieron tal generación con los disturbios de hace apenas un año. En el fondo los mocosos, aunque muchos ya hubiesen traspasado la treintena, destrozaban todo aquello a lo que no podían acceder porque papá no se lo podía comprar. Allí quemaban o rompían, aquí levitan en autocomplacencia.

… solo se queja…

Los huevones patrios se conforman con indignarse. En todos los sitios cuecen habas aunque más bien sean guisantes. Ni lo uno, ni lo otro. ¿Qué tal trabajar un poco, emprender, luchar, esforzarse, frustrarse, estrellarse? Indignarse con el vacío mental autoinfligido, con las propias carencias causadas por la sociedad, por los políticos, los progenitores, las retrógradas vanguardias simples en su simple vacuidad y yermo vacío.

Si los síntomas son preocupantes habrá que analizar las causas. ¿El exceso? ¿Tener todo gratis y a mano? ¿No necesitar más que quejarse para conseguir lo que desean? O no valorar el esfuerzo. No haber tenido jamás responsabilidades porque papá o mamá, Venus hermafrodita o Apolo ambidiestro, se lo daba todo hecho, evitando malsana frustración.

Por egoísmo de los padres, no sea que viesen a sus retoños compungidos si "sufrían" por razones nimias, aunque fuese una tarde. ¡Qué desgraciados! Los hijos. ¡Pobrecitos! Los padres.

¿Acaso no aprendieron nada de los suyos, de cómo la mayoría se ganó con sudor y esfuerzo todo lo que consiguieron? Es ese el drama. No inculcar el valor de lo efímero.

Todo se acaba o se marchita si la fortuna no se ara, si la razón no se abona, si no se riega el intelecto cada día. Sea la sensibilidad, la imaginación, el cerebro, la valía, el sustento, la riqueza, el alma, la suerte y hasta la vida.

Difícil es crear. Más fácil es mantener. Pero incluso lo pretendidamente perenne se diluye si no lo cuidamos. Eso es lo que está pasando con la educación, entendida no como una acumulación de saberes más o menos útiles para la sociedad, de destrezas o aptitudes para producir más y contaminar mejor.

Sino como un permanente deseo de aprender, de asimilar, de gozar; de alimentar el raciocinio, la belleza efímera, la curiosidad infinita, la vitalidad esforzada, la capacidad de forjar; de fomentar una actitud positiva hacia la vida, aunque a menudo se vuelva añorado, y el amenazante futuro, que podría ser brillante; de respeto a todos, nuestros semejantes y los que no lo son; de enriquecer el entorno con la exaltación, la protección de la armonía virtuosa, la cultura andrógina, la naturaleza doblegada, el planeta exprimido, la diversidad agotada.

Bastantes chistes nos cuentan cada día políticos y druidas supuestamente sabios en estos solares, ya enladrillada cloaca global, en la cual han alparceado el mutuo beneficio, que no es el del ciudadano. La ineducación es parte de esta chanza suicida y algún día fúnebre, que se está volviendo macabra con su inanidad.

Dicen que esta es la generación mejor preparada de la historia. Monsergas. Demasiado diploma enmarcado para tan poca sustancia, ni siquiera vívida o estimulante verdad, aunque no sea tal.

… mientras entierra saber y sabiduría

La sabiduría agoniza, la razón se pudre, el discernimiento encoge, la ilustración se difumina, la iluminación se apaga. Rectificar tal deriva existencial es necesario. No lo haremos. Esto es España. El resto de Occidente está igual de perjudicado, aunque su altivo ombligo le impida verse los pies de barro con los que se desliza hacia el inclemente muro encalado de albas calamidades: la piedra de Sísifo sigue rodando.

Oriente no está mejor. Ha asumido nuestro peor desarbolado moral. Se ha negado a aprender nada de los errores cometidos durante más de dos siglos de innovación científica y tecnológica, de Revolución Industrial y social; cien años de apenas evolución filosófica; y medio siglo con el pensamiento económico enquistado en su simpleza primigenia, matemática y floja de ínfimo alcance temporal.

Que Dios nos coja confesados si no revertimos tan triste devenir y enderezamos la decadencia que amenaza a esta entrópica sociedad, con cambio o sin cambio climático, que menudo veranito llevamos entre deshielos y sequías, por un lado, y calcinaciones arborícolas, pero sobre todo mentales y financieras, por otro. La culpa de todo, como siempre, del empedrado.

Volvemos a la carga. Lo siento. Están a tiempo de salir corriendo.

– Las generaciones perdidas (Project Syndicate – 24/10/12)

(Por Jeffrey D. Sachs)

Nueva York.- El éxito económico de un país depende de la educación, las aptitudes y la salud de su población. Cuando sus jóvenes están sanos y bien educados, pueden encontrar empleos bien remunerados, lograr la dignidad y conseguir ajustarse a las fluctuaciones del mercado laboral mundial. Las empresas invierten más cuando saben que sus trabajadores serán productivos. Sin embargo, muchas sociedades de todo el mundo no cumplen con el imperativo de garantizar una salud básica y una educación decorosa para todas las generaciones de niños.

¿Por qué no se cumple con el imperativo de la educación en tantos países? Algunos son, sencillamente, demasiado pobres para disponer de escuelas decorosas. Los propios padres pueden adolecer de una educación insuficiente, lo que les impide ayudar a sus hijos más allá del primer o segundo año de escuela, con lo que el analfabetismo y la falta de conocimientos básicos de aritmética se transmiten de una generación a la siguiente. La situación más difícil es la de las familias numerosas (de seis o siete hijos, pongamos por caso), porque los padres invierten poco en la salud, la nutrición y la educación de cada uno de los hijos.

Sin embargo, también los países ricos fallan. Los Estados Unidos, por ejemplo, permiten cruelmente el sufrimiento de sus niños más pobres. Los pobres viven en barrios pobres con escuelas pobres. Con frecuencia los padres están desempleados, enfermos, divorciados o incluso encarcelados. Los niños quedan atrapados en un persistente ciclo generacional de pobreza, pese a la riqueza general de la sociedad. Con demasiada frecuencia, los niños que se crían en la pobreza acaban siendo adultos pobres.

Un nuevo y notable documental, The house I Live In ("La casa en la que vivo"), muestra que el caso de los Estados Unidos es incluso más triste y cruel, a consecuencia de unas políticas desastrosas. Hace unos cuarenta años, los políticos de los Estados Unidos declararon una "guerra a las drogas" aparentemente para luchar contra el uso de drogas adictivas como la cocaína. Sin embargo, como muestra claramente el documental, la guerra contra las drogas se convirtió en una guerra contra los pobres, en particular los grupos minoritarios pobres.

En realidad, la guerra contra las drogas provocó la encarcelación en masa de jóvenes pobres de grupos minoritarios. Actualmente en los Estados Unidos hay 2,3 millones de personas encarceladas en todo momento, una mayor parte de los cuales son pobres que fueron detenidos por vender drogas para poder costearse su adicción. A consecuencia de ello, los EEUU han acabado con la tasa más elevada de encarcelación del mundo: ¡la escandalosa de 743 personas por 100.000 habitantes!

El documental retrata un mundo de pesadilla, en el que la pobreza de una generación se transmite a la siguiente, con la facilitación del proceso por la cruel, costosa e ineficiente "guerra contra las drogas". Los pobres, con frecuencia afroamericanos, no pueden encontrar empleos o han vuelto del servicio militar sin aptitudes ni contactos laborales. Caen en la pobreza y se entregan a las drogas.

En lugar de recibir asistencia social y médica, son detenidos y convertidos en delincuentes. A partir de ese momento, no cesan de entrar y salir del sistema penitenciario y tienen pocas posibilidades de conseguir jamás un puesto de trabajo legal que les permita escapar de la pobreza. Sus hijos crecen sin un padre en casa… y sin esperanza ni apoyo. Los hijos de los usuarios de drogas con frecuencia llegan a serlo, a su vez; también ellos acaban con frecuencia en la cárcel o sufren violencia o una muerte temprana.

Lo demencial de esta situación es que los EEUU no han advertido una evidencia… y durante cuarenta años. Para acabar con el ciclo de la pobreza, un país debe invertir en el futuro de sus hijos, no en el encarcelamiento de 2.3 millones de personas al año, muchas de ellas por delitos no violentos que son síntomas de pobreza.

Muchos políticos son cómplices entusiastas de esa locura. Juegan con los miedos de la clase media, en particular con el miedo de la clase media a los grupos minoritarios, para perpetuar ese extravío de las medidas sociales y el gasto estatal.

La cuestión general es la siguiente: a los gobiernos corresponde un papel excepcional para velar por que todos los jóvenes de una generación -los niños pobres igual que los ricos- tengan una oportunidad. Si no existen programas estatales sólidos y eficaces que apoyen la enseñanza y la atención de salud de la máxima calidad y la nutrición adecuada, no es probable que un niño pobre se libre de la pobreza de sus padres.

Ése es el genio de la "democracia social", la filosofía cuya adelantada fue Escandinavia, pero que también se ha plasmado en muchos países en desarrollo, como, por ejemplo, Costa Rica. La idea es sencilla y sólida: todas las personas merecen una oportunidad, por lo que la sociedad debe ayudar a todo el mundo a conseguirla. Lo más importante es que las familias necesitan ayuda para criar a niños sanos, bien alimentados y educados. Las inversiones sociales son importantes, se financian con impuestos altos, que los ricos pagan de verdad, en lugar de evadirlos.

Ése es el método básico de acabar con la transmisión intergeneracional de la pobreza. Un niño pobre en Suecia tiene subsidios desde el principio. Sus padres tienen una licencia de maternidad o paternidad para ayudarlos a criar al niño. Además, el Estado brinda guarderías de la máxima calidad, lo que permite a la madre -por saber que el niño se encuentra en un ambiente seguro- volver al trabajo. El Estado vela por que todos los niños tengan una plaza en la enseñanza preescolar, a fin de que estén listos para la escolarización oficial a la edad de seis años, y la atención de salud es universal, para que el niño pueda criarse sano.

Así, pues, una comparación entre los EEUU y Suecia es reveladora. Si recurrimos a datos y definiciones comparables facilitados por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos, vemos que los EEUU tienen una tasa de pobreza del 17,3 por ciento, el doble, aproximadamente, de la de Suecia, que es del 8,4 por ciento. Y la tasa de encarcelación de los Estados Unidos es diez veces la de Suecia, que asciende a 70 personas por 100.000 habitantes. Los Estados Unidos son, por término medio, más ricos que Suecia, pero el desfase en ingresos entre los más ricos y los más pobres de los Estados Unidos es mucho mayor que el de Suecia y los EE.UU. tratan a sus pobres con una actitud punitiva y no de apoyo.

Una de las realidades escandalosas de los últimos años es la de que los Estados Unidos tienen ahora el menor grado de movilidad social de los países con grandes ingresos. Lo más probable es que los niños nacidos pobres sigan siendo pobres y que los niños nacidos en la abundancia sean adultos acomodados.

Esa distancia entre generaciones equivale a un profundo despilfarro de talentos humanos. Los Estados Unidos pagarán el precio a largo plazo, a no ser que cambien de rumbo. La inversión en sus niños y jóvenes brinda el mayor rendimiento que una sociedad puede obtener, tanto económica como humanamente.

(Jeffrey D. Sachs, Director of the United Nations Millennium Project from 2002 to 2006, is a professor at Columbia University, Director of its Earth Institute, and a special adviser to UN Secretary-…)

La rebelión de los ricos y su "teoría de la fuente del poder" (El Confidencial – 9/11/12)

(Por Miguel Ayuso)

A principios del siglo XIX Estados Unidos presumía de ser una de las sociedades más igualitarias del planeta. En una carta fechada en 1814 Thomas Jefferson aseguraba que en su país no había pobres: "La mayor parte de nuestra población es trabajadora; nuestros ricos, que pueden vivir sin trabajar, son pocos, y tienen una riqueza moderada. La mayoría de la clase trabajadora tiene propiedades, cultiva su propia tierra, tiene una familia, y puede establecer precios competitivos que les permiten alimentarse abundantemente, vestir muy por encima de la mera decencia, trabajar moderadamente y criar a sus familias". Para Jefferson esta equidad era la esencia misma del recién independizado país: "¿Puede ser cualquier estado de la sociedad más deseable?"

El tercer presidente de los Estados Unidos estaba obviando la situación de toda la población afroamericana que vivía en la esclavitud pero, al margen de esto, tenía razón en una cosa: pese a lo que podría parecer, la sociedad estadounidense del siglo XIX era relativamente igualitaria en términos económicos. Mucho más que hoy en día. Tras el revulsivo que supuso la revolución industrial, donde una gran oligarquía controlaba toda la producción, y la desigualdad alcanzó una de sus cotas más altas, la situación fue estabilizándose hasta los años ochenta del siglo XX. Desde entonces, la brecha entre ricos y pobres no ha dejado de crecer: entre 1980 y 2007 la desigualdad ha aumentado en un escandaloso 135%. Hoy en día, en EEUU, el 1% de la población controla el 23,5% de la riqueza. Y las cifras son similares en el resto de los países industrializados. En España, en 2008, el 1% más rico de la población controlaba el 18,3% de la riqueza del país (Davies, J., Sandström, S., Shorrocks, A., y Wolff, E., 2008).

Este auge de la desigualdad es el que trata de analizar un nuevo estudio, "The Rise of the Super-Rich" ("El auge de los súper-ricos") publicado en la revista American Sociological Review, que, centrándose en el caso estadounidense, asegura que, a partir 1980, los ricos supieron imponer sus criterios en el Congreso, los sindicatos perdieron fuelle, disminuyeron los impuestos a las rentas altas y, en definitiva, el 1% más adinerado no dejó de acumular riqueza, mientras el resto de la sociedad la perdía. Una tendencia que no ha disminuido ni un ápice desde entonces, y que es similar a la que están viviendo las sociedades europeas.

La desigualdad vuelve a niveles de la era industrial

La situación no es nueva. Con la llegada de la industrialización se vivió una situación parecida en todo el mundo occidental: la brecha de la desigualdad creció enormemente, auspiciada por gobiernos y élites. Entre 1913 y hasta que finalizó la II Guerra Mundial, el 1% de la población acumuló entre el 11,3% y el 23,9% de la riqueza de Estados Unidos. Tal como el propio Franklin D. Roosevelt argumentó en un discurso en 1932, durante una reunión de la Commonwealth, la revolución industrial había sido posible "gracias a un grupo de titanes financieros cuyos métodos no habían sido examinados con demasiado cuidado". El presidente justificó esto tirando de pragmatismo, en su opinión Estados Unidos tenía el derecho de aceptar esta realidad "agridulce". El resultado, tal como reconocía el propio presidente, era que la igualdad de oportunidades había desaparecido.

En 1928 la diferencia entre ricos y pobres de Estados Unidos alcanzó su cenit: el 1% de la población controlaba cerca del 25% de la riqueza. Desde entonces, pese a la "agridulce" visión de Roosevelt, la brecha empezó a disminuir. La lucha por los derechos civiles, los sindicatos -que pese la represión de la Guerra Fría tuvieron una gran fuerza en los Estados Unidos- y, en definitiva, la extensión de cierto estado del bienestar, lograron que en 1975 la diferencia entre ricos y pobres disminuyera notablemente: en 1975 el 1% más rico "solo" acumulaba el 8,9%. La brecha había disminuido en un 63%. La situación ha dado un vuelco desde entonces, al menos a nivel estadístico: ¿Qué ha ocurrido en los últimos 30 años para que la brecha de la desigualdad sea similar a la de la revolución industrial?

El ejemplo veneciano

Para la experiodista del Financial Times y actual redactora jefe de Reuters, Chrystia Freeland, el hecho de que la brecha entre ricos y pobres sea la mayor desde la época dorada de la industrialización no es accidental: "Ahora, como entonces, los titanes están buscando tener una mayor presencia en la política, que coincida con su poder económico. Ahora, como entonces, el peligro inevitable reside en que van a confundir su propio interés con el del bien común". Esta es la teoría que traza en su último libro, Plutocrats: The Rise of the New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else ("Plutócratas: el auge de los nuevos súper-ricos globales y la caída del resto del mundo", Pinguin Press).

Para Freeland la situación que estamos viviendo se parece en gran medida a la que se dio en la República de Venecia en el siglo XVI, y que acabó para siempre con la prosperidad de la ciudad de los canales. Una lección histórica que utiliza para ilustrar el peligro al que nos enfrentamos si no se trata de atajar rápidamente esta desigualdad.

A principios del siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas de Europa. Su sistema económico se regía por la colleganza, una forma básica de sociedad anónima, creada para financiar una expedición comercial. Estas primeras empresas tenían una particularidad esencial, estaban abiertas a todo el mundo, lo que permitía a cualquier emprendedor participar en las finanzas junto a hombres de negocios ya establecidos, que financiaban sus viajes comerciales.

Este sistema llevó a la prosperidad a la República Veneciana, que se convirtió en el centro neurálgico del comercio mundial. En 1315, justo cuando Venecia se encontraba en el punto más alto de su poder económico, las personas más adineradas de la República presionaron para que se legislara a su favor. Se creó un veto oficial a la movilidad social, El libro de oro, un registro de la nobleza, que dejaba fuera del sistema a todo aquel que no estuviera inscrito en el mismo.

Bajo el control de los oligarcas Venecia empezó a recortar las oportunidades económicas de la población general y la prosperidad de la República entró en barrena. La ciudad se estancó: en 1500 la población de la ciudad era menor que la que tenía en 1330. Nunca volvió a recuperar su esplendor.

La desigualdad proviene de decisiones políticas

El caso de Venecia sirve para ilustrar una idea clara: si las élites económicas toman partido en las decisiones políticas estas irán encaminadas a su propio beneficio, que no es el del conjunto de la sociedad. "La ironía del auge político de los plutócratas", cuenta Freeman, "es que, como los oligarcas de Venecia, están amenazando el sistema que han creado".

Para Thomas W. Volcho y Nathan J. Kelly, autores del estudio de la American Sociological Review, cuya tesis es similar a la de Freeman, el aumento de la desigualdad no es casual, y no tiene que ver con la crisis (aunque ésta ha aumentado la brecha), sino con unas determinadas decisiones políticas, fruto de la presión del 1% más rico. El fundamento teórico de su trabajo se basa en la Power Resource Theory ("la teoría de la fuente del poder"), según la cual la distribución de la riqueza y el poder se debe al éxito o fracaso de las distintas ideologías políticas. En su opinión, los trabajadores y la clase media solo tienen dos formas de lograr una distribución progresiva de la riqueza: a través de la política y el mercado. Esta desigualdad iría de la mano, por tanto, del declive de los partidos de izquierda (que empujaban a favor de la redistribución de la riqueza en la esfera política) y los sindicatos (que empujaban en el mercado). En EEUU, desde 1978, los tipos impositivos máximos han bajado del 39% al 15%, lo que en su opinión es decisivo para entender el aumento de la brecha entre ricos y pobres.

En definitiva, lo que Kelly y Volcho quieren dejar claro es que, pese a lo que muchos piensan, la desigualdad no es fruto de los vaivenes del mercado, que se escapan del control, sino de unas determinadas decisiones políticas. Es cierto que el mercado influye en las decisiones gubernamentales (algo que se ha hecho evidente en los últimos tiempos), pero esas decisiones repercuten a su vez en la economía. Un círculo vicioso destinado a crear mayor desigualdad, si no se toman medidas para atajar la tendencia…

– La disparidad de oportunidades, un desafío mundial (Project Syndicate – 21/1/13)

(Por Brad Smith)

Seattle.- Una tragedia económica global se desarrolla frente a nuestros ojos. En todo el mundo se están creando nuevas oportunidades laborales que ofrecen una promesa de prosperidad, pero cientos de millones de personas no pueden aprovecharlas porque no tienen la educación y las habilidades necesarias.

Si no se revierten las tendencias actuales, esta disparidad de oportunidades se profundizará, lo que aumentará las diferencias en los ingresos de la gente y asfixiará la recuperación económica mundial. Para evitarlo, es vital que empresas y gobiernos de todo el mundo se pongan de acuerdo en una estrategia para mejorar las oportunidades educativas, la capacitación y la movilidad internacional de la siguiente generación de trabajadores.

Se estima que para compensar los empleos que se perdieron durante la reciente crisis económica será necesario crear 600 millones de puestos de trabajo en todo el mundo a lo largo de la próxima década. Muchos de estos nuevos empleos estarán en sectores donde los avances científicos, ingenieriles y tecnológicos siguen siendo los motores de la innovación y el crecimiento.

Entre 2009 y 2013, la industria informática habrá ayudado a crear más de 75.000 empresas nuevas y 5,8 millones de empleos nuevos en todo el mundo. Pero este acelerado crecimiento de la cantidad de empleos en industrias que requieren trabajadores altamente capacitados está creando un mercado global de talentos que en gran medida sigue vacante.

Por ejemplo, según la Oficina de Estadísticas de Empleo de los Estados Unidos, este año se crearán en Estados Unidos unos 120.000 nuevos empleos que demandarán al menos un título de grado en ciencias de la computación. Pero los institutos terciarios y las universidades de Estados Unidos solamente producirán, en conjunto, 40.000 graduados calificados.

Esta brecha entre la oferta y la demanda no es exclusiva de Estados Unidos. En Brasil (sexta economía del mundo), más del 40% de las empresas no encuentran personal calificado. Informes recientes de McKinsey & Company explican de qué manera este faltante de mano de obra calificada (que según algunas estimaciones supondrá de aquí a 2020 un déficit de hasta 40 millones de trabajadores con educación universitaria) ahogará el crecimiento económico en todo el mundo.

Mientras empresas y gobiernos analizan la manera de responder a estos cambios en la dinámica del mercado laboral internacional, lo que está en juego es nada menos que el futuro de nuestros jóvenes. La franja etaria juvenil comprende la mayor fuente de talento desaprovechado del mundo; al mismo tiempo que abundan las oportunidades, demasiados jóvenes no tienen acceso a la educación y capacitación que necesitan para hacer realidad su potencial.

En la actualidad, hay más de 2.200 millones de personas de entre seis y 24 años (la mayor cantidad en toda la historia) y se espera que esta cohorte siga creciendo. Pero la tasa global de desempleo juvenil es 12,7%, el doble de la tasa general del 6%. Solo en la Unión Europea, la tasa de desempleo juvenil alcanzó un impresionante 22%, y en algunos países llega aproximadamente al 50%; según algunos informes, en este momento 75 millones de jóvenes experimentan desempleo, subempleo o estancamiento salarial.

Está claro que si no hay cambios pronto, esta disparidad de oportunidades seguirá creciendo y causará una crisis humanitaria y económica, que afectará a ciudadanos, empresas y gobiernos de todo el mundo.

Para resolver el desequilibrio entre la oferta y la demanda de trabajadores capacitados se necesita adoptar en forma conjunta una agenda política correcta en materia de educación, capacitación e inmigración. Crear una fuerza laboral internacional capaz de impulsar el crecimiento económico y reducir el desempleo a largo plazo solo será posible equipando y empoderando a los trabajadores con las habilidades correctas.

Esto demandará una considerable inversión en educación y capacitación de la fuerza laboral, tema central en el último informe de McKinsey, que señala la importancia del desarrollo de habilidades y de vincular la educación con el empleo. Esta inversión dará frutos a su tiempo, pero mientras tanto, los países deberán emparejar la disponibilidad de trabajadores capacitados y la oferta laboral presente para poder mantener la vitalidad de sus economías. Por eso, además de inversiones educativas que mejoren las oportunidades futuras, se necesitan políticas de inmigración progresistas que faciliten la entrada de trabajadores capacitados para resolver los faltantes de personal calificado de la actualidad.

La solución de estos problemas no puede ser tarea exclusiva de los gobiernos. A las corporaciones mundiales les toca un papel fundamental, no solo en lo que atañe a la creación de los empleos que cambiarán el rumbo de nuestras economías, sino también en dar a la gente oportunidades de formar parte de esa fuerza laboral capacitada. Creemos que si logramos que trabajadores, empresas y gobiernos colaboren con un enfoque unificado para el cambio, podremos crear una economía mundial más saludable y mejorar las vidas de las generaciones actuales y futuras. Si los líderes mundiales se ponen de acuerdo para encarar los desafíos y las oportunidades a los que se enfrentan nuestras economías en la actualidad, podremos reforzar nuestra capacidad de construir y mantener canales internacionales sostenibles para la generación y obtención de mano de obra calificada.

Microsoft ha propuesto que Estados Unidos adopte una "estrategia nacional de talentos", que podría servir de base para un debate internacional sobre el tema. Esta estrategia incluye aumentar la movilidad internacional de trabajadores calificados, ampliando la entrega de visas de entrada a Estados Unidos para trabajadores de cuatro campos fundamentales a los que en inglés se identifica con la sigla "STEM" (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática); aumentar el acceso a las ciencias de la computación en la educación secundaria; e incrementar la capacitación de maestros y los programas de grado en los cuatro campos citados, para que las futuras generaciones estén preparadas para satisfacer las necesidades de un mercado laboral cambiante.

Sin duda hay otras ideas y estrategias que también pueden servir de aporte a esta importante discusión. Pero tomar las decisiones correctas requiere que nos hagamos preguntas difíciles, que intentemos comprender en forma colectiva los cambios que se necesitan y que nos comprometamos a implementarlos. ¿Qué papel cabe a gobiernos, ONG y empresas en la creación de las oportunidades educativas necesarias para preparar a las futuras generaciones? ¿Estamos prestando suficiente atención a los campos "STEM" en nuestros sistemas educativos y, si no, qué podemos hacer para reforzar esas disciplinas? ¿Qué políticas de inmigración son más favorables al crecimiento económico?

El Foro Económico Mundial de este año será una importante oportunidad para debatir estas cuestiones críticas junto con líderes de todo el mundo. El momento de adoptar una estrategia global de talentos (que nos beneficiará a todos) ya llegó.

(Brad Smith is General Counsel and Executive Vice President of Microsoft)

El empleo flexible es la clave (Project Syndicate – 21/1/13)

(Por Rolf Dorig)

Glattbrug, Suiza.- El aumento del desempleo juvenil, especialmente en Europa, es noticia en todo el mundo. Aproximadamente 5,5 millones de europeos menores de 25 años se encuentran desempleados. Más de 7,5 millones de personas entre las edades de 15 a 24 años son personas "Ni-ni" -es decir, son personas que no se encuentran empleadas, ni estudiando o en periodo de formación. La tasa de desempleo juvenil supera el 25% en 13 países europeos: asciende a aproximadamente el 30% en Italia, Irlanda, Bulgaria, Chipre, Letonia, Hungría y Eslovaquia, y supera el 55% en Grecia y España.

Al mismo tiempo, más del 30% de los solicitantes de empleo menores de 25 años han estado desempleados por más de 12 meses, y sus posibilidades de encontrar empleo siguen siendo bajas. Menos de un tercio de los jóvenes que se encontraban desempleados en el año 2010 encontraron trabajo el 2011, y sus posibilidades continúan disminuyendo.

De acuerdo con un reciente informe de Eurofound, el costo económico (beneficios pagados más ingresos fiscales perdidos) de los jóvenes Ni-ni excede los €150 mil millones ($ 196 miles de millones de dólares) al año -más de 1,2% del PIB total de la Unión Europea. En algunos países- como por ejemplo Bulgaria, Chipre, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Letonia y Polonia -el desempleo juvenil tiene un costo que asciende a más del 2% del PIB.

Si se permite que esto continúe, la crisis del mercado laboral europeo infligirá un daño duradero en toda una generación, con imprevisibles efectos a mediano y largo plazo en materia de empleo, productividad y cohesión social. Revertir esta tendencia requerirá de propuestas concretas y acciones determinantes. Los países deben buscar soluciones que ayuden a que las empresas creen puestos de trabajo al hacerse flexibles, y de este modo acrecienten su nivel de competitividad.

La Comisión Europea ha puesto el desempleo juvenil como un tema de prioridad en su agenda. De hecho, el mes pasado, el comisario europeo László Andor anunció la adopción del "Paquete de Empleo Juvenil", formado por un conjunto de propuestas destinadas a ayudar a que los Estados miembros de la UE y las partes interesadas aborden el desempleo juvenil y la exclusión social.

Una recomendación clave es la creación de "sistemas nacionales de garantía juvenil", los cuales asegurarían que todos los ciudadanos menores de 25 años puedan obtener un empleo, un puesto como aprendices o un período de prácticas dentro de un plazo de cuatro meses a partir de la finalización de su educación formal o de convertirse en desempleados. Dado el potencial de estos esquemas para reducir la brecha entre la educación y el trabajo, y con el fin de mejorar la capacidad de los jóvenes para obtener y mantener un empleo, los Estados miembros deben aplicar esta recomendación con seriedad, mediante la puesta en práctica de medidas dirigidas a permitir la inserción laboral y el establecimiento de asociaciones con las partes interesadas.

Las agencias de empleo privadas ya se encuentran ayudando a desarrollar soluciones integrales que conectan a las industrias y a las empresas con las instituciones y organismos rectores en todos los niveles -incluyendo la UE, la OCDE, el G-20, y la Organización Internacional del Trabajo- a través de mecanismos nacionales y regionales e inclusive plataformas mundiales como el Foro Económico Mundial. Dado que lograr que las personas trabajen se constituye en la piedra angular de su modelo empresarial, tales agencias son ideales para proporcionar dicho enlace. Ellas saben que las oportunidades de empleo constituyen un derecho humano fundamental, y que el trabajo es fuente de dignidad que confiere a los individuos un sentido de propósito y fortalece las comunidades.

Además, al equilibrar las necesidades de las empresas con las habilidades de los trabajadores, las agencias de empleo privadas adquieren un conocimiento integral sobre el mercado laboral. Ellas ayudan por igual a los trabajadores y a las empresas para que enfrenten los retos del mercado laboral, mientras al mismo tiempo cumplan con la necesidad de flexibilidad (un importante catalizador potencial tanto para las empresas como para los trabajadores) -esto ocurre, si se ponen en práctica ciertos requisitos estructurales y normativos.

No obstante que la normativa plantea, entre otros, importantes desafíos para el rubro del reclutamiento laboral, los mercados laborales debidamente regulados son cruciales para garantizar protección para los trabajadores, como también la competitividad perdurable de las empresas. A menudo, las consecuencias de las políticas de austeridad obstaculizan reformas en el mercado laboral que son necesarias, esta es una tendencia que se debe revertir.

La industria del empleo privado se ha comprometido a ayudar a que 75 millones de jóvenes ingresen al mercado laboral. Sin embargo, esta promesa sólo puede cumplirse si las empresas multinacionales apoyan el esfuerzo, potenciando a las agencias de empleo para que estas ofrezcan empleos de calidad. Las empresas de todo el mundo -tanto en los países que atraviesan por una recuperación económica con desempleo o con poco empleo, o en países prósperos donde la falta de correspondencia entre las vacancias disponibles y las habilidades de los trabajadores empeora cada día- deben reconocer que la creación de puestos de trabajo adicionales que sean flexibles hará que sus negocios progresen y se incremente su competitividad.

El empleo -especialmente para los jóvenes- debe encabezar la agenda económica mundial. Con las herramientas adecuadas y el apoyo, las agencias de empleo privadas pueden ayudar a detener la espiral descendente del desempleo juvenil. Pero no pueden hacerlo solas. Es hora de que todas las partes interesadas diseñen y pongan en práctica medidas que proporcionen a los jóvenes la oportunidad de tener una mejor vida a través de un mejor trabajo.

(Rolf Dorig is Chairman of the Addecco Group)

– BT: "Los jóvenes deben desterrar la idea de tener un trabajo fijo y seguro" (El Economista – 25/1/13)

El desempleo juvenil es el principal riesgo económico de España, que tiene que dinamizar a su juventud y desterrar la mentalidad de que el objetivo en la vida es tener un trabajo fijo, seguro y de formación universitaria.

Así lo afirma en una entrevista con Efe Luis Álvarez, consejero delegado de BT Global Services, que participa en el Foro de Davos, donde el paro juvenil está siendo uno de los temas centrales. La canciller alemana Angela Merkel destacó en su intervención del jueves la gravedad de la situación en España, con una tasa de desempleo juvenil de más del 50%, y el comisario europeo de Empleo, Laszlo Andor, advirtió del riesgo de una generación pérdida.

Álvarez coincide en esa preocupación, afirmando que "si no somos capaces de dinamizar a nuestra juventud corremos un riesgo tremendo" y pidiendo a Gobierno y empresas que lo conviertan en su prioridad. "El autoempleo es algo que podríamos fomentar en los jóvenes, facilitándoles que encontraran mecanismos para hacerlo", dice Álvarez, que cree posible potenciar el espíritu emprendedor de los jóvenes españoles, pero admite que hay que cambiar de mentalidad.

"Hay que crear una mentalidad de que el objetivo en la vida no es tener un trabajo fijo, seguro y de formación universitaria (…). También hay que potenciar empleos de nivel intermedio, de formación profesional, que son tan dignos como cualquier otro. Son una opción perfectamente válida para ganarse la vida y ser feliz", dice. En este sentido, afirma que el sistema educativo español "no facilita que los jóvenes tengan iniciativa".

Hay que recuperar el esfuerzo

Para Álvarez, que trabaja desde hace 30 años en el sector de las telecomunicaciones, "la clave es el esfuerzo, recuperar el concepto de que las cosas que salen bien cuestan trabajo, promover el esfuerzo en la formación, en el trabajo y en la dedicación".

El alto ejecutivo piensa que los jóvenes españoles deben asumir que "van a empezar su carrera profesional en peores condiciones de lo que esperaban" y lamenta que les cueste hacer los sacrificios que afrontan sus coetáneos en otros lugares, como el de dejar su lugar de residencia o tener que hacer desplazamientos largos.

No obstante, asegura ser optimista: "veo ejemplos de muchos jóvenes dispuestos a hacer ese esfuerzo adicional, algo a lo que creo que damos poca publicidad, igual que damos poca visibilidad a las empresas que se están creando, a los jóvenes que se están buscando la vida y a los que se reinventan a sí mismos"…

Vivimos un mercado de incertidumbre

Durante su estancia en Davos tiene previsto mantener medio centenar de encuentros bilaterales con otros ejecutivos y empresarios, aprovechando la gigantesca oportunidad de "networking" que ofrece anualmente el Foro Económico Mundial.

De sus reuniones se lleva una conclusión principal: "que tenemos que vivir en un mercado de incertidumbre permanente. Eso de que esta incertidumbre va a pasar no es así. La incertidumbre está para quedarse y tenemos que atraer a nuestras empresas empleados que sepan vivir y tomar decisiones en una situación de ambigüedad".

Este ingeniero de telecomunicaciones madrileño nacido en 1961, casado y con cuatro hijos, es consejero delegado de BT Global Services desde el pasado mes de octubre (2012), después de dirigir las operaciones de BT en Europa, Oriente Medio, África y América Latina.

Conoce bien esta última región, sobre la que no quiere hablar de manera genérica -"son muchos países con una complejidad muy diversa"-, pero en la que confía mucho, debido sobre todo a la estabilidad política y económica conseguida en los últimos años.

"Es clave la creación de una clase media, que es un elemento de estabilidad tremenda, decenas de millones de personas que han accedido a un poder adquisitivo que le dan a la economía una sostenibilidad en el tiempo. Brasil y Colombia son el paradigma".

– America the Unequal (Project Syndicate – 31/1/13)

(By Naomi Wolf)

Park City, Utah.- The last documentary film that used dry charts and statistics to make an abstract argument about a global issue and nonetheless became a pop-culture hit was Al Gore"s An Inconvenient Truth. But the hit of this year"s Sundance Film Festival was a low-key affair called Inequality for All, in which Robert Reich, a labor secretary in the Clinton administration, explains how rising income inequality and the demise of the middle class is causing so many Americans to suffer.

President Barack Obama recently taking up some of these themes in his second inaugural address, it is worthwhile to examine the message of Inequality for All more closely. The film"s charts are not boring, but actual showstoppers: Reich makes the point that the mid-1940"s to the mid-1970"s were decades of relative income equality, which corresponded with overall affluence. (The last time that income inequality in the United States was as deep as it is now was immediately before the 1929 stock-market crash.)

But the last 20 years have witnessed a spike in the difference between the top earners and the middle class: the "1%" really are living in a stratospheric bubble. As the journalist Chrystia Freeland has recently argued, a meta-class of global "plutocrats" is emerging – people who have little in common with the rest of us.

Inequality for All makes the case that the wealthiest 1% simply cannot consume enough, no matter how hard they try, to generate the revenue that an affluent middle class could. The secret to a strong economy is to invest in education, strengthen household incomes with a decent minimum wage and strong unions, and raise skill levels, thereby generating sustained consumer demand. This, Reich argues, is the "virtuous cycle" that we see in strong economies such as Germany, in which workers are highly skilled and educated, unions are protected, and the middle class has leisure and money to spend.

Reich also persuasively describes the "vicious circle" -with falling wages undermining consumer demand and leading, in turn, to shrinking output- that has made the US economy fragile and boosted social instability. He analyzes a middle class that is skating on the thinnest of ice, with employment coming at the price of lower wages and benefits. Moreover, millions of middle-class American homes are "underwater" (the mortgage is more than the home"s underlying value).

The film interviews one of the rich, a charming millionaire who owns a pillow company and points out that he and his fellow rich guys and their families simply cannot spend enough to offset the lost demand of a strong middle class. In fact, the richest save rather than spend their dollars, and send them around the globe in transnational hedge funds rather than using them to create more jobs at home.

So, the "trickle-down" story that the middle and working class are told every election cycle in America -that cutting wealthy people"s taxes means more job creation in America- is simply not true. Those wealthy people"s untaxed dollars stay in hedge funds and out of the revenue stream. The cost to social programs, infrastructure, and public schools intensifies stress on the middle class, who end up poorly educated, work long hours in dual-career ill-paid jobs, lack leisure time and money to spend, and so on.

Are we stuck with this vicious circle, which advocates of laissez-faire globalization have told us for 15 years is an inevitable consequence of the "invisible hand"? Or could Reich"s retro prescriptions, which he has affirmed for decades, be taken up again? Could they bring back the affluent years of the early Clinton era, when it seemed as if domestic policies could actually influence and even benefit the US economy?

I asked Reich what three policy prescriptions he would give to an American president and Congress today, especially drawing on the lessons of other countries. "I"d like to see what we did so successfully in the first three decades after World War II, when prosperity was widely shared". That means large investments in public education, including higher education; substantial investments in infrastructure, funded by a highly progressive tax whose top marginal effective rate never fell below 50%; and strong labor unions.

"Anyone who thinks these policies are no longer feasible in a global economy", Reich told me, "hasn"t looked at modern Germany, which features all of them, and where the median wage is higher than ours".

It sounded great – but it also seemed to contradict the conventional wisdom, according to which cut-rate labor in Pakistan or Mexico is the inescapable death knell for $ 25-an-hour union jobs, with benefits, in Detroit.

"How do you keep US labor unions strong if Mexico, for example, undercuts US hourly wages", I asked. Reich replied in more detail: "Strengthen labor unions in industries sheltered from global competition – workers in retail chains, hotel chains, restaurant chains; childcare and elder-care; hospital workers; and so on. Attract manufacturing and manufacturing engineering back to the US by improving the skills and productivity of US workers (as Germany has done for German workers). And encourage trading partners to improve their own wages and labor standards (for example, by requiring in all trade treaties that a country"s minimum wage be half its median wage)".

Is this agenda feasible in America today? To be sure, one would have to mend the broken political system first. But, looking at the affluent German middle class from the US, where a quarter of jobs pay wages that place workers at or below the poverty line, Reich"s recommendations seem worth fighting for.

(Naomi Wolf played a leading role in so-called "third-wave" feminism and as an advocate of "power feminism," which holds that women must assert themselves politically in order to achieve their goals…)

La desigualdad y un futuro de privaciones (Project Syndicate – 30/5/13)

(Por J. Bradford DeLong)

Berkeley.- No importa qué indicadores económicos consideremos, esta es una época de desilusión. En Estados Unidos, el 7,2 % de la fuerza laboral disponible está ociosa; la brecha del empleo aumenta en Europa y se prevé que superará a la estadounidense para fines de este año. Es importante entonces dar un paso atrás y recordarnos que la "década perdida" que actualmente sufrimos no constituye nuestro destino económico de largo plazo.

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