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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 6)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15

A continuación se presenta una selección de "Lecturas recomendadas" de prestigiosos académicos "nobelados" y, algún que otro "novelero", que opinan sobre el desempleo, la distribución de la renta, la desigualdad en la crisis, la disparidad de oportunidades, el avance del malestar, los juegos del hambre y el nuevo mapa de la pobreza.

Anexo: "Lecturas recomendadas" (la opinión de los que saben, o eso se supone)

– La peor década económica de Estados Unidos está a punto de comenzar (El Economista – 5/1/11)

Muchos han escrito que los diez últimos años que hemos dejado atrás han supuesto la década perdida para la economía de Estados Unidos. Cambiábamos de siglo con la explosión de la burbuja tecnológica y despedíamos 2010 todavía recuperándonos de la peor recesión desde los años 30. A día de hoy, con aires renovados, cierto optimismo comienza a aflorar entre inversores y economistas sin embargo, para otros, lo peor todavía está por llegar.

A modo irónico, Paul B. Farrell, columnista de MarketWatch viajaba al futuro y se situaba en 2020 para hacer balance de los próximos diez años que nos esperan, basando sus cábalas en posibles predicciones que desde ya mismo circulan en la trastienda del sector financiero norteamericano. Un cúmulo de acontecimientos que desatará nuevas crisis y pondrá de nuevo al capitalismo al borde del abismo.

Según cita el profesor de Economía de Columbia, Robert Lieberman, en el Foreign Affairs Journal, "la economía de EEUU comienza a mostrar grietas que presagian su ruptura". "El desempleo se sitúa casi al 10%, su mayor nivel en 30 años, mientras que los ingresos sólo aumentan para la clase adinerada y se estanca para la clase trabajadora", añade.

Bajo estas circunstancias, Farrell señala que comenzamos la nueva década como antes del descalabro de 2008: liderados de nuevo por Wall Street, la euforia alcista y sin pensar a largo plazo. No hay que olvidar que el sector financiero perdió en la primera década del siglo XXI cerca del 20% de los ahorros de los estadounidenses, por lo que esta misma historia corre el riesgo de repetirse.

¿Tropezaremos dos veces sobre la misma piedra?

Pero, ¿cómo llegaremos de nuevo a repetir de nuevo los errores y acabar peor de lo que estábamos? Farrell resume año por año lo que podría desencadenar una nueva hecatombe para la primera economía del mundo. Realidad o ficción, el desenlace no es nada optimista.

2011: Wall Street invierte miles de millones de dólares para controlar Washington

Con un nuevo Congreso republicano y el Supremo revocando la ley que obligaba a las empresas a dar conocimiento de cuánto dinero invertían en campañas electorales, la astucia de los lobbistas financieros volverá a imponerse en el Capitolio, controlando así en cierta forma las decisiones que los legisladores lleven o no a cabo.

2012: Las clases adineradas se hacen con el poder político de EEUU

Debido a la labor de los lobbys, las rentas más altas se hacen con el control a través de sus donaciones políticas tanto de la presidencia, el Congreso, el Senado… Volvemos a la era de Reagan donde el dinero y el poder van íntimamente relacionados. Las elecciones presidenciales cobran un segundo plano, al fin y al cabo el presidente es una mera marioneta de las rentas altas.

2013: La III Guerra Mundial: la batalla de las commodities

No, la III Guerra Mundial no será un conflicto geopolítico. Vendrá determinado por los cambios climáticos, su impacto en la agricultura y, por supuesto, el aumento de la inflación en productos alimenticios y agrícolas. Esta situación desatará tensiones mundiales.

2014: La burbuja del crecimiento mundial se dispara

La población mundial se dispara creciendo a un ritmo de más de 100 millones de personas al año, algo que la clase alta aprovecha para enriquecerse a través de la globalización. Sin embargo, un aumento desmesurado de la población también implica un reparto limitado de recursos, que puede ligarse al aumento del precio de las commodities… una bomba de relojería.

2015: El imperio de EEUU comienza su decadencia

Como ya predijo el historiador Kevin Phillips, las grandes naciones se vuelven arrogantes en el punto álgido de su poderío económico. A estas alturas, EEUU comienza su decadencia, ha desperdiciado recursos, cuenta con una gran deuda y ha quemado sus últimas balas de influencia internacional.

2016: Wall Street se autodestruye y un efecto dominó destruye al sector financiero

Como ya apuntaba el economista Robert Schiller en su libro "Irrational Exhuberance", el excesivo optimismo financiero desata una nueva depresión y una nueva tormenta financiera. Por su parte, el economista Niall Ferguson apunta que quizás la próxima ralentización ocurra de forma repentina, sin ser esperada y desate el colapso financiero.

2017: La revolución de la clase media: Buffett y los multimillonarios pierden la batalla

Warren Buffett ya lo veía venir. Finalmente la clase media y obrera desata una guerra de clases contra los multimillonarios y la economía de EEUU se colapsa.

2018: El capitalismo colapsa, adiós a las clases adineradas

La bautizada como "Crisis de 2018" desata una nueva revolución cultural. Una llamada de atención a los políticos que a partir de ahora deberán centrarse en los intereses públicos a largo plazo y no en su enriquecimiento personal.

2019: La guerra de las commodities se recrudece y mueren millones de personas

Con una deuda que supera los 30 billones de dólares, el mercado de deuda y el sistema fiscal de EEUU se desintegran. El alto precio de los alimentos, el aumento de la población, y la falta de recursos provocan cientos de millones de muertes. Esto provoca, además, la desaparición de programas sociales como pensiones, seguridad social, etc.

2020: El dominio del hombre desaparece y comienza un nuevo matriarcado

Las mujeres se erigen como las nuevas figuras del poder. Los líderes masculinos han conseguido sabotear la prosperidad mundial y las mujeres se perfilan como las personas más capacitadas para pensar a largo plazo y recuperar a EEUU de la peor década de su historia…

– ¿Los pobres son los causantes de la crisis? (Project Syndicate – 19/1/11)

(Por Simon Johnson)

Washington, DC.- Estados Unidos sigue desgarrado por un acalorado debate sobre las causas de la crisis financiera de 2007-2009. ¿Hay que echarle la culpa al gobierno por lo que salió mal? Y, si fuera así, ¿de qué manera?

En diciembre, la minoría republicana en la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (FCIC, por su sigla en inglés) intervino con una narrativa de disenso preventiva. De acuerdo con este grupo, las políticas equivocadas del gobierno, destinadas a aumentar la cantidad de propietarios de viviendas entre la gente relativamente pobre, empujó a demasiada gente a contraer hipotecas de alto riesgo que no podían pagar.

Potencialmente, esta narrativa puede ganar mucho respaldo, especialmente en la Cámara de Representantes controlada por los republicanos y en las vísperas de la elección presidencial de 2012. Pero, mientras que los republicanos de la FCIC escriben elocuentemente, ¿tienen alguna prueba para respaldar sus aseveraciones? ¿La gente pobre en Estados Unidos es responsable de causar la crisis global más grave en más de una generación?

No, según Daron Acemoglu del MIT (y autor junto conmigo en otros temas), que presentó sus conclusiones en la reunión anual de la Asociación de Finanzas de Estados Unidos a principios de enero. (Las diapositivas están en su sitio web del MIT.)

Acemoglu desglosa la narración republicana en tres interrogantes diferentes. Primero, ¿hay pruebas de que los políticos estadounidenses responden a las preferencias o deseos de los votantes de menores ingresos?

La evidencia en este punto no es tan definitiva como a uno le gustaría, pero lo que tenemos -por ejemplo, a partir del trabajo de Larry Bartels de la Universidad de Princeton- sugiere que, en los últimos 50 años, prácticamente toda la élite política estadounidense dejó de compartir las preferencias de los votantes de ingresos bajos o medios. Las opiniones de los funcionarios se acercaron mucho más a las que comúnmente se hacen oír en la cima de la distribución de ingresos.

Existen varias teorías con respecto a por qué se produjo este cambio. En nuestro libro 13 banqueros, James Kwak y yo destacamos una combinación del creciente papel que juegan los aportes de campaña, la puerta giratoria entre Wall Street y Washington, y, sobre todo, un cambio ideológico hacia la idea de que las finanzas son buenas, que más finanzas es mejor y que lo mejor son las finanzas sin control. Existe un corolario claro: las voces e intereses de la gente relativamente pobre poco cuentan en la política norteamericana.

La evaluación que hace Acemoglu de la investigación reciente sobre el lobby es que las partes del sector privado querían que se relajaran las reglas financieras -y trabajaron duro e invirtieron mucho dinero para obtener este resultado-. El ímpetu por un gran mercado de hipotecas de alto riesgo surgió del interior del sector privado: "innovación" por parte de prestadores hipotecarios gigantes como Countrywide, Ameriquest y muchos otros, respaldados por los grandes bancos de inversión. Y, para hablar sin rodeos, fueron algunos de los mayores jugadores de Wall Street, no los propietarios excesivamente endeudados, los que recibieron rescates gubernamentales después de la crisis.

Acemoglu luego pregunta si existen pruebas de que la distribución de ingresos en Estados Unidos empeoró a fines de los años 1990, lo que llevó a los políticos a aflojar las riendas en lo que concierne a prestarle dinero a gente que estaba "rezagada". Los ingresos en Estados Unidos, efectivamente, se volvieron mucho más desiguales en los últimos 40 años, pero el momento elegido no encaja con esta historia en absoluto.

Por ejemplo, a partir del trabajo que hizo Acemoglu con David Autor (también del MIT), sabemos que los ingresos correspondientes al 10% que más gana subieron marcadamente durante los años 1980. Los ingresos semanales crecieron lentamente en el caso del 50% que menos gana y del 10% que menos ganaba en ese momento, pero al sector menos favorecido en la distribución de ingresos en realidad le fue relativamente bien en la segunda mitad de los años 1990. De modo que nadie tuvo que pelearla más que este segmento en la víspera de la locura de las hipotecas de alto riesgo, que se produjo a principios de los años 2000.

A partir de datos de Thomas Piketty y Emmanuel Saez, Acemoglu también señala que la dinámica de la distribución de ingresos para el 1% que más gana en Estados Unidos parece diferente. Como sugirieron Thomas Philippon y Ariell Reshef, el marcado incremento de este grupo en el poder de ingresos parece más relacionado con la desregulación de las finanzas (y quizás otros sectores). En otras palabras, los grandes ganadores de la "innovación financiera" de todo tipo en las últimas tres décadas no fueron los pobres (ni siquiera la clase media), sino los ricos -la gente que ya cobraba mucho.

Finalmente, Acemoglu examina el papel del respaldo del gobierno federal a la vivienda. Sin duda, Estados Unidos durante mucho tiempo ofreció subsidios a la vivienda ocupada por sus dueños -principalmente a través de una deducción impositiva para los intereses hipotecarios-. Pero este subsidio en absoluto explica el momento del auge del sector inmobiliario y de los descabellados préstamos hipotecarios.

Los republicanos de la FCIC acusan con firmeza a Fannie Mae, Freddie Mac y otras empresas patrocinadas por el gobierno que respaldaron los préstamos para la vivienda mediante garantías de diferentes tipos. Tienen razón cuando dicen que Fannie y Freddie eran "demasiado grandes para quebrar", lo que les permitió pedir dinero prestado a un menor costo y asumir más riesgo -con un escaso financiamiento de capital para respaldar su exposición.

Pero, si bien Fannie y Freddie se lanzaron a hipotecas dudosas (particularmente aquellas conocidas como Alt-A) e hicieron operaciones con prestadores de alto riesgo, esto representaba algo relativamente pequeño y surgió tarde en el ciclo (por ejemplo, 2004-2005). El principal ímpetu para el auge surgió de toda la maquinaria de la securitización de "sello privado", que era justamente eso: privado. De hecho, como señala Acemoglu, los poderosos jugadores del sector privado consistentemente intentaron marginar a Fannie y Freddie y excluirlas de los segmentos de mercado en rápida expansión.

Los republicanos de la FCIC están en lo cierto al ubicar al gobierno en el centro de lo que salió mal. Pero este no fue un caso de sobrerregulación o de exceso de alcance. Por el contrario, 30 años de desregulación financiera, que fue posible gracias a que se cautivó el corazón y la mente de los reguladores, y de políticos tanto republicanos como demócratas, le dieron a una estrecha élite del sector privado -principalmente en Wall Street- casi todas las ventajas del auge inmobiliario.

La parte negativa recayó en el resto de la sociedad, en especial en las personas de bajo nivel educativo y mal remuneradas, que ahora perdieron sus casas, sus empleos, las esperanzas para sus hijos o todo a la vez. Esta gente no causó la crisis. Pero está pagando por ella.

(Simon Johnson, ex economista principal del FMI, es cofundador de un importante blog de economía, http://BaselineScenario.com, profesor en el MIT Sloan y miembro sénior en el Instituto Peterson para la Economía Internacional. Su libro, 13 banqueros, que escribió junto con James Kwak, está actualmente disponible en tapa blanda. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Atravesando como sonámbulos la crisis de desempleo de Estados Unidos (Project Syndicate – 1/5/11)

(Por Mohamed A. El-Erian)

Newport Beach.- Fue relegada a una sesión de preguntas y respuestas, en lugar de quedar expuesta de manera prominente en la declaración de apertura, en la primera conferencia de prensa de la historia que ofreció Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, la semana pasada. Es una cuestión que muchos en Washington D.C. están deseosos por descartar como "transitoria", a pesar de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es extremadamente vulnerable a los elevados precios del petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones operacionales que apuntalan la caracterización de larga data de la economía estadounidense como una economía vibrante y receptiva.

La cuestión es la magnitud y la composición del desempleo en Estados Unidos -un problema que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del país, su potencial económico y su posición fiscal y dinámica de deuda, ya bastante frágil.

Empecemos por los datos:

· En un 8,8% casi tres años después del estallido de la crisis financiera global, la tasa de desempleo de Estados Unidos sigue tenazmente (e inusualmente) alta;

· En lugar de reflejar una creación de empleos, gran parte de las mejoras de los últimos meses (con respecto al 9.8% en noviembre del año pasado) se deben a los trabajadores que salieron de la fuerza laboral, lo que llevó la participación de la fuerza laboral a un mínimo de 64,2%, que no se registraba desde hacía muchos años;

· Si se incluyen los trabajadores de tiempo parcial ansiosos por trabajar jornada completa, casi uno de cada seis trabajadores en Estados Unidos están subempleados o directamente desempleados;

· Más de seis millones de trabajadores han estado desempleados durante más de seis meses, y cuatro millones, por más de un año;

· El desempleo entre los jóvenes de 16 a 19 años está en un asombroso 24%;

· Prácticamente sin ingresos generados y con ahorros menguantes, los desempleados están en peores condiciones para poder hacer frente al alza de los precios del combustible y los alimentos, decididamente no tienen acceso al crédito y muchos tienen una deuda hipotecaria que excede el valor de sus viviendas.

Estos y otros muchos factores hablan de una realidad desagradable e inusual para Estados Unidos. El país ahora tiene un problema de desempleo que es grande en magnitud y cada vez más estructural en naturaleza. Las consecuencias son multifacéticas e implican una angustia personal inmediata, crecientes tensiones sociales y políticas, pérdidas económicas y presiones presupuestarias.

Esto es mucho más que un problema para el aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable tiene serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan con volverse exponencialmente peores. Esto es una crisis.

La investigación internacional sustancial demuestra que cuanto más tiempo uno está desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona la base de habilidades de una economía y mina sus capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren el riesgo de volverse inempleables.

Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis financiera global contribuyó a agravar esta situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es mucho más profundo, ya que se venía gestando desde hacía mucho tiempo.

En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es el resultado de muchos años de desinversión en recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene registrando una caída. Y se ha dedicado una atención insuficiente a mantener una adecuada red de seguridad social.

Estas realidades se vieron empañadas por la locura que caracterizó a la "Edad de Oro" del apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge gigantesco pero insostenible en la construcción, la vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a los responsables de las políticas hasta caer en la complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos de cualquiera que se preocupara por mirar, y son alarmantes.

Librado a sus propios mecanismos, el problema del desempleo de Estados Unidos se profundizará. Esto ampliará la ya importante brecha entre los que tienen y los que no tienen en el país. Socavará las capacidades y la productividad del mercado laboral. Acentuará la carga impuesta a la cantidad cada vez menor de personas que permanecen en la fuerza laboral y tienen empleos. Y hará que resulte aún más difícil encontrar una solución a mediano plazo para la dinámica de deuda pública y déficit que es cada vez peor en Estados Unidos.

El gobierno estadunidense tiene poco tiempo que perder si quiere evitar un problema de desempleo más prolongado y arraigado. Debe tomar medidas ahora para abordar las causas del problema a través de programas de muchos años que van desde la reestructuración educativa y el reentrenamiento de los trabajadores hasta una mejora de la productividad y una reforma del sector de la vivienda. Y debe hacerlo al mismo tiempo que protege mejor a quienes están desempleados desde hace mucho tiempo, muchos de los cuales tienen escasa responsabilidad por sus aprietos actuales, alguna vez impensables y desafortunadamente de larga data.

Ya es hora de que Estados Unidos se despierte y enfrente de una manera holística su crisis de desempleo. Como sabe cualquiera que alguna vez haya tenido un trabajo indigerible, apagar el despertador y taparse la cabeza con la sábana no es la solución.

(Mohamed A. El-Erian es máximo responsable ejecutivo (CEO) y máximo responsable de información (CIO) de PIMCO, y autor del éxito de ventas When Markets Collide. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– A tropezones con el trabajo (Project Syndicate – 19/5/11)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- Mientras el mundo se recupera de la Gran Recesión, se ha vuelto cada vez más difícil discernir la verdadera tendencia de los acontecimientos. Por un lado, medimos la recuperación según nuestro éxito en volver a los niveles de crecimiento, producción y empleo previos a la recesión. Por otro lado, existe la inquietante sensación de que la "nueva normalidad" de hoy puede ser un crecimiento más lento y mayores niveles de desempleo.

Así que el reto ahora es formular políticas para dar trabajo a todos quienes lo deseen en las economías que, tal como están organizadas en la actualidad, pueden no ser capaces de hacerlo. Este problema es mucho más agudo en los países desarrollados que en los países en desarrollo, si bien la interdependencia hace que, en cierta medida, se trate de un problema común.

El problema tiene dos aspectos. A medida que los países se vuelven más prósperos, cabe esperar que sus tasas de crecimiento sean más lentas. En épocas anteriores, el crecimiento era impulsado por la escasez de capital: la inversión de capital atraía una alta tasa de retorno, y esto creaba un círculo virtuoso de ahorro e inversión.

Hoy, el capital en el mundo desarrollado es abundante; la tasa de ahorro disminuye a medida que la gente consume más, y la producción se centra cada vez más en los servicios, donde los aumentos de productividad son limitados. Por lo tanto el crecimiento económico el aumento de los ingresos reales se desacelera. Esto ya estaba ocurriendo antes de la Gran Recesión, por lo que la generación de empleos a tiempo completo que paguen salarios decentes se estaba volviendo cada vez más difícil. De ahí el crecimiento de empleos informales, discontinuos y a tiempo parcial.

El otro aspecto del problema es el aumento a largo plazo del desempleo impulsado por la tecnología, en gran parte debido a la automatización. En cierto modo, esto es un signo de progreso económico: la producción de cada unidad de trabajo está en constante aumento. Pero también significa que se necesitan menos unidades de trabajo para producir la misma cantidad de bienes.

La solución del mercado es redistribuir la mano de obra desplazada hacia el área de servicios. Sin embargo, muchas ramas del sector de servicios son un sumidero de puestos de trabajo sin proyecciones ni esperanza.

La inmigración exacerba ambos aspectos del problema. Gran parte de la migración, especialmente en la Unión Europea, es casual: hoy aquí, mañana no, con ninguno de los costos asociados con la contratación a tiempo completo. Esto la vuelve atractiva para los empleadores, pero se trata de un trabajo de baja productividad y aumenta la dificultad de encontrar un empleo estable para la mayoría de los trabajadores de un país.

Entonces, ¿estamos condenados a una recuperación sin empleo? ¿Es el futuro uno en el que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo, y volverse cada vez más dependientes de las transferencias sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo del nivel de subsistencia? ¿O deberían las sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia tecnológica, como la revolución de Internet, que produzca una nueva ola de creación de empleo y prosperidad?

Sería insensato descartar a priori la última posibilidad. El capitalismo tiene un gran talento para reinventarse a sí mismo. Ha visto desaparecer a todos sus rivales y no hay otros nuevos a la vista. Más aún, nadie puede predecir el descubrimiento de nuevos conocimientos; si se pudiera, ya habrían sido descubiertos. Pero también hay una posibilidad más inquietante: si, por proseguir nuestro actual camino de despilfarro, acabamos por hacer escasos los recursos naturales, necesitaremos una nueva ola de la tecnología que, sin importar el coste, nos rescate de la calamidad.

Pero hagamos a un lado estas sombrías perspectivas y reflexionemos sobre lo que sería una solución civilizada al problema del desempleo generado por la tecnología. La respuesta, sin duda, es compartir el trabajo. Para el economista anglo-estadounidense típico, cualquier propuesta de este tipo equivale a anatema, porque suena a la temida falacia de la "masa de trabajo": la idea, una vez popular en los círculos sindicales, que existe sólo una cierta cantidad de trabajo que debe ser compartida de manera justa.

Por supuesto, esto es una falacia cuando los recursos son escasos, pero ni siquiera los economistas han pensado que el crecimiento prosiga por siempre. Los fundadores de la disciplina esperaban que, en algún momento en el futuro, la humanidad pudiera alcanzar un "estado estacionario" de crecimiento cero. Entonces sólo requeriríamos una cierta cantidad de trabajo -mucho menos de lo que se realiza ahora- para satisfacer todas las necesidades razonables. Las opciones serían un desempleo ilimitado impulsado por la tecnología o distribución del trabajo por hacer.

Sólo un adicto al trabajo preferiría la primera. Lamentablemente, personas así parecen estar a cargo de las políticas en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Muchos países europeos están adoptando la segunda solución. Los sistemas de trabajo compartido, en muchas formas diferentes, se están convirtiendo en la norma en Holanda y Dinamarca, y han hecho avances en Francia y Alemania.

El elemento clave en este enfoque es separar el trabajo de los ingresos. Una ley promulgada en 1993 en Dinamarca reconoce el derecho a trabajar de forma discontinua, al tiempo que reconoce el derecho de las personas a un ingreso continuo. Permite a los empleados elegir un "año sabático", que se puede dividir en períodos más cortos, cada cuatro o siete años.

Las personas desempleadas tomarían el lugar de quienes están ausentes, que por su parte recibirían el 70% de la prestación por desempleo que obtendrían si perdieran sus puestos de trabajo (por lo general, el 90% de su salario). Los sindicatos daneses han logrado utilizar estos derechos individuales establecidos por ley para reducir las horas de trabajo de la plantilla de empresas enteras, y así aumentar el número de puestos de trabajo permanentes. La idea de una renta básica universal que reciben todos los ciudadanos, independientemente de su posición en el mercado de trabajo, es uno de los pasos que se derivan lógicamente de esto.

Esto no será del gusto de todos. Y, como ya he sugerido anteriormente, todos los planes destinados a aliviar la carga de trabajo y aumentar la cantidad del tiempo de ocio corren el riesgo de fracasar ante nuestra gran habilidad para conjurar nuevos desastres. Después de todo, tanto el capitalismo y la economía necesitan la escasez para justificar su existencia y no renunciarán a ella fácilmente.

(Robert Skidelsky, miembro de la Cámara británica de los Lores, es Profesor Emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– La verdad sobre la economía de EEUU (El Economista – 4/6/11)

(Por Robert Reich)

El ex secretario de Trabajo con Clinton y canciller de la Universidad de Berkeley, Robert Reich, sostiene que no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante, por lo que insta a "restaurar la enorme clase media estadounidense" para volver a la senda de la recuperación económica.

La economía estadounidense sigue estancada. El consumo es bajo. Los salarios, también. Es vital que comprendamos cómo hemos pasado de la Gran Depresión a 30 años de Gran Prosperidad; de ahí a 30 años de ingresos estancados y crecientes desigualdades, para terminar en la Gran Recesión, y de ésta a una recuperación anémica.

Desde 1947 a 1977, la nación aplicó lo que podría denominarse una negociación básica con los trabajadores estadounidenses. Los empresarios les pagaban lo suficiente para comprar lo que producían. La producción y el consumo en masa demostraron ser complementos perfectos. Casi cualquiera que quería un trabajo podía encontrarlo con un salario decente. Durante estas tres décadas crecieron los sueldos de todos, no sólo de quienes estaban arriba. Y el Gobierno hizo cumplir esa negociación básica de muchas maneras. Utilizó una política keynesiana para conseguir casi el pleno empleo. Brindó a los trabajadores comunes más capacidad de negociación. Proporcionó el seguro social. Y amplió la inversión pública. Por consiguiente, creció la parte de los ingresos que iba a la clase media mientras mermó la porción destinada a lo más alto. Pero no consistía en un juego de suma cero: a medida que la economía crecía, casi todo el mundo mejoró, también los que estaban en lo más alto.

La paga de los trabajadores incluidos en el 20 por ciento más pobre creció un 116 por ciento en estos años, más rápido que los ingresos del 20 por ciento más rico (que subió un 99 por ciento). La productividad también subió más rápido. El rendimiento por hora trabajada se dobló, así como los ingresos medios. Expresadas en dólares de 1997, las rentas de una familia media se elevaron de unos 25.000 a 55.000 dólares. La clase media tenía los medios para comprar, y al hacerlo creaba nuevos empleos. A medida que la economía crecía, la deuda nacional reducía su peso.

La Gran Prosperidad también trajo una reorganización del trabajo. A los empresarios se les exigía por ley dar una paga extra -la hora y un 50 por ciento más- por lo que rebasara las 40 horas a la semana. Esto creó un incentivo para que se contrataran más trabajadores cuando la demanda repuntaba. Además, estaban obligados a abonar un salario mínimo, lo que mejoró los sueldos más pobres. Cuando se despedía, normalmente durante una recesión, el Gobierno concedía prestaciones por desempleo que solían durar hasta la recuperación. Lo que no sólo sacaba a las familias del apuro, sino que les dejaba seguir comprando, un estabilizador automático para una economía en receso.

Quizá lo más significativo sea que el Gobierno elevó la fuerza negociadora del trabajador común. Se le garantizaba el derecho a afiliarse a sindicatos, con los que los empresarios tenían que negociar de buena fe. A mediados de los 50, más de un tercio de los empleados del sector privado estaba afiliado. Y los sindicatos exigían una ración justa del pastel. Las compañías sin sindicatos, temiendo que sus trabajadores quisieran uno, ofrecían tratos similares.

Los estadounidenses también disfrutaban de una seguridad económica frente a los riesgos, no sólo con prestaciones de desempleo, sino también a través de la Seguridad Social, el seguro por discapacidad, por pérdida del sostén económico de la familia, por lesión en el lugar de trabajo o por incapacidad de ahorrar lo suficiente para la jubilación. En 1965, llegó el seguro sanitario para las personas mayores y pobres (Medicare y Medicaid). La seguridad económica fomentó la prosperidad. Al exigir a los estadounidenses compartir los costes de la adversidad, les permitía compartir los beneficios de la tranquilidad. Y eso los dejaba libres para consumir los frutos de su trabajo.

El Gobierno patrocinó los sueños de las familias estadounidenses de tener su hogar en propiedad, facilitando hipotecas de bajo coste y deducciones de los intereses. En muchas zonas del país, subvencionó la electricidad y el agua para que las casas fueran habitables. Y construyó carreteras que conectaban sus hogares con los principales centros comerciales.

El Gobierno también amplió el acceso a la educación superior. Pagó la de quienes volvían de la guerra. Y la expansión de las universidades públicas hizo que la clase media pudiera acceder a ella. El Estado sufragó todo con los ingresos fiscales procedentes de la creciente clase media. Los ingresos también se vieron impulsados por quienes estaban en lo alto de la escala de ingresos, cuyos impuestos marginales eran mucho más altos. El tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta durante la II Guerra Mundial era superior al 68 por ciento. En los años 50, con Eisenhower, a quien pocos llamarían un radical, subió al 91 por ciento. En la década hasta 1970, el tipo marginal máximo estaba en torno al 70. Incluso después de explotar todas las posibles deducciones y créditos, el contribuyente medio de ingresos altos pagaba un impuesto federal marginal de más del 50 por ciento. Pero en contra de lo que los conservadores habían predicho, los altos tipos no redujeron el crecimiento. Al contrario, permitieron ampliar la prosperidad de la clase media.

Durante la Gran Prosperidad de 1947-1977, la negociación básica había garantizado que la paga de los trabajadores estadounidenses coincidiese con su rendimiento. Pero después de este punto, el rendimiento por hora siguió subiendo. Sin embargo, se dejó que la retribución real por hora se estancase. Es fácil echarle la culpa a la globalización, pero los avances tecnológicos han desempeñado un papel equivalente. Las fábricas que quedan en EEUU han ido echando trabajadores según se automatizan. Y lo mismo le ha ocurrido al sector servicios. Pero en contra de lo que dice la mitología popular, el negocio y la tecnología no han reducido el número de trabajos estadounidenses. Su efecto más profundo ha sido sobre la paga. En lugar de quedarse sin empleo, la mayoría de los estadounidenses se ha contentado con salarios reales inferiores o que se han elevado más lentamente que el crecimiento de la economía. Aunque el desempleo que vino después de la Gran Recesión sigue siendo alto, los puestos de trabajo lentamente vuelven. Pero, para conseguirlos, muchos tienen que aceptar una paga inferior.

Hace más de tres décadas, el comercio y la tecnología empezaron a abrir una brecha entre las ganancias del nivel más alto y las demás. La paga de los titulados por prestigiosas universidades ha remontado el vuelo. Pero la paga y prestaciones de la mayoría de los trabajadores se han mantenido o bajado. Y la consiguiente división también ha hecho que las familias estadounidenses de clase media se sientan menos seguras.

El Gobierno podría haber hecho cumplir la negociación básica. Pero hizo lo contrario. Redujo drásticamente los bienes públicos y las inversiones, golpeando los presupuestos escolares, incrementando el coste de la educación pública superior, reduciendo la formación laboral, recortando el transporte público y dejando que los puentes, puertos y autopistas se deterioraran.

Hizo trizas las redes de seguridad, reduciendo la ayuda para las familias desempleadas con hijos, endureciendo las condiciones para optar a los cupones de alimentos, y recortando el seguro de desempleo tanto que, en 2007, sólo el 40 por ciento de los parados estaba cubierto. Redujo a la mitad el tipo máximo del impuesto sobre la renta, pasando del ámbito del 70-90 que prevalecía durante la Gran Prosperidad al del 28-35 por ciento; permitió a muchos ricos tratar sus ingresos como ganancias de capital sometidas a un impuesto del 15 por ciento; y contrajo los impuestos de sucesiones que sólo afectaban al 1,5 por ciento de los asalariados del máximo nivel. Pero al mismo tiempo, EEUU impulsó los impuestos sobre el consumo y las nóminas, que se llevaron un trozo de la paga de la clase media y los pobres mayor que de los ricos.

Tres mecanismos de supervivencia

Pero Estados Unidos siguió comprando mediante tres mecanismos de supervivencia. El primero: las mujeres entran en el trabajo retribuido a partir de finales de los 70, y subiendo en los 80 y 90. Para la parte relativamente pequeña de mujeres con títulos universitarios, era la consecuencia natural de oportunidades educativas más amplias y de las nuevas leyes contra la discriminación, las cuales abrieron posibilidades profesionales. Pero la gran mayoría lo hizo para aumentar los ingresos familiares cuando los hogares se vieron golpeados por el estancamiento de los salarios de los hombres. Esta transición de la mujer al trabajo remunerado ha sido uno de los cambios sociales y económicos más importantes de las últimas décadas. En 1966, el 20 por ciento de las madres con hijos pequeños trabajaba fuera de casa. A finales de los 90, la proporción se había elevado al 60. Para las mujeres casadas con hijos de menos de 6 años, la transformación ha sido aún más dramática, del 12 de finales de los 60 al 55 por ciento a finales del siglo XX.

Mecanismo de supervivencia número dos: todos trabajan más horas. En 2005, no era extraño que los hombres trabajaran más de 60 horas a la semana y las mujeres, más de 50. Es decir, el estadounidense medio hacía más de 2.200 horas al año, 350 por encima del europeo medio, más incluso que un japonés.

Mecanismo de supervivencia número tres: gastarse los ahorros y tomar prestado hasta las cejas. Tras agotar los dos primeros mecanismos, era la única forma en que los estadounidenses podían seguir consumiendo como antes. Durante la Gran Prosperidad, la clase media ahorraba el 9 por ciento de sus ingresos. A finales de los 80 y principios de los 90, esa parte se había cercenado al 7 por ciento. Después, la tasa de ahorro cayó al 6 en 1994, y siguió bajando hasta el 3 en 1999. En 2008, los estadounidenses no ahorraron nada. Mientras, la deuda de los hogares explotó. En 2007, el estadounidense medio debía el 138 por ciento de sus ingresos después de impuestos.

Los tres mecanismos se han agotado. El desafío consiste en restaurar la enorme clase media estadounidense. Esto exige resucitar la negociación básica que relaciona los salarios con las ganancias generales, y facilitarle a la clase media una porción de la tarta suficiente. Como deberíamos haber aprendido de La Gran Prosperidad, no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante.

"The Truth About the Economy"

En un video llamado "The Truth About the Economy" (17/6/11) Robert Bernard Reich un economista que estuvo en el gobierno de Bill Clinton, antiguo profesor de Harvard y actualmente en la Universidad de California en Berkeley, expone lo que considera es la verdad sobre la economía actual, sobre cuál es el principal error que estamos cometiendo.

El razonamiento que se realiza, con datos válidos para Estados Unidos, es el siguiente. En los últimos 30 años el PIB se ha doblado, pero, paradójicamente, los sueldos se han estancado y son prácticamente iguales que por aquel entonces. ¿Quién es el responsable? La inflación, ganamos más nominalmente pero no realmente. Entonces, ¿a dónde van las ganancias? Según el Sr. Reich a los "super rich" (súper ricos), que identifica como los que están en la cima de la pirámide cuando de dinero hablamos. Lo justifica con los datos de ingresos, hace treinta años el 1% más rico de la población se llevaba a su casa el 10% de los ingresos totales, hoy es el 20% y poseen el 40% de la riqueza del país.

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Vemos que el "top 20%" gana un 59.1% de los ingresos totales, pero por la contra paga el 64.3% de los impuestos.

La cuestión no son tanto los tipos impositivos como la creciente divergencia entre "ricos y pobres", no es que los ricos paguen poco, es que "los pobres" ganan poco.

Más datos interesantes, cómo evoluciona el sueldo de un CEO en relación al empleado medio:

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¿Curioso, no? Actualmente un CEO gana unas 350 veces más que un empleado medio mientras el ratio histórico es inferior a las 100 veces. Además vemos que los sueldos en la parte alta de la jerarquía suben muy por encima de los beneficios a la par que los de los trabajadores se estancan. Y si bien es simplificar demasiado centrarse en los "CEO" vamos enfocando el problema.

¿En dónde converge todo esto? Globalización… Observen el siguiente gráfico.

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Si bien los resultados del 40% son puntuales, el progresivo menor porcentaje sobre el total por el impuesto de sociedades es un hecho. A raíz de la Segunda Guerra Mundial y coincidiendo con la apertura de mercados y fronteras parece que las empresas han buscado la forma de "optimizar" su carga fiscal aprovechando esta circunstancia, llegando a mínimos del 10% sobre el total o incluso menos.

Claro, con un tipo marginal de los más altos del mundo en Estados Unidos la "optimización" puede entenderse, donde ya jugamos a algo peligroso es cuando una empresa como Google tributa el 2.4% gracias a Irlanda pero sus beneficios vienen de otros lugares con altos impuestos. Es decir, hago mis negocios gracias a unos pero les doy el dinero a otros. Y si bien es injusto personificar en Google porque muchas lo hacen, es un ejemplo que muestra perfectamente lo que está ocurriendo globalmente.

Los viejos paradigmas tributarios están "KO". Es cierto que las empresas crean riqueza, pero el Estado no puede sustentarse gracias a los sueldos que generan, salvo aplicando tipos de tinte confiscatorio, y por tanto se necesita también una parte de sus beneficios. Algo francamente difícil tal y como están las cosas.

– ¿Por qué falla la máquina de empleos de EEUU? (The Wall Street Journal – 29/7/11)

Las empresas producen y ganan más, pero no aumentan su personal

(Por David Wessel)

He aquí algunos números del desempeño de las empresas y el mercado laboral en Estados Unidos que sirven de barómetros clave de la economía del país. En los últimos 10 años:

– La producción de bienes y servicios se ha expandido 19%.

– Las ganancias de las empresas que no pertenecen al sector financiero han aumentado 85%.

– La fuerza laboral ha crecido en 10,1 millones de empleos.

– El número de puestos de trabajo del sector privado, sin embargo, se ha reducido en casi dos millones.

– Y el porcentaje de adultos estadounidenses con trabajo se ha reducido a 58,2%, un nivel que no se había visto desde 1983.

¿Por qué está fallando la máquina de empleos estadounidense? Como señaló hace poco Greg Hayes, director financiero de United Technologies Corp., "las ventas han regresado, pero la gente no".

En gran parte, eso ocurre porque la economía crece demasiado despacio o como para absorber la fuerza laboral disponible, y los sectores que suelen contratar en las primeras etapas de la recuperación -como la construcción y la pequeña empresa- se vieron paralizados por el descalabro del crédito.

También hay que considerar el factor de la confianza. Si los empleadores estuvieran seguros de que podrían vender más, contratarían a más personas. Si estuvieran menos inseguros de la durabilidad de la recuperación y otros factores, estarían más inclinados a incrementar sus niveles de contratación.

Hay, además, un fenómeno que precede a la recesión y que ha persistido a lo largo de ella. Se trata de los cambios en la forma en que funciona el mercado y cómo los empleadores ven a su fuerza laboral.

Trabajadores desechables

Los ejecutivos lo llaman "reducción estructural de costos" o "flexibilidad". El economista Robert Gordon, de la Universidad de Northwestern, lo llama el surgimiento de "los trabajadores desechables", una abreviación de una estrategia de las empresas para reducir costos laborales dondequiera que puedan, a un nivel sin precedentes.

El economista Alan Krueger, de la Universidad de Princeton, calcula que 70% de la escasez de trabajo actual es simplemente cíclica, el resultado de una decepcionante recuperación de una profunda recesión. Sin embargo, atribuye 30% a cambios en el mercado laboral que comenzaron una década atrás o más.

Consideremos lo siguiente:

En la recesión más reciente y en las dos anteriores -1990-91 y 2001- los empleadores han sido más rápidos a la hora de despedir empleados y recortar sus horas de trabajo que en las recesiones que las habían precedido. Muchos de ellos también fueron más lentos para volver a contratar. Como resultado, la "recuperación sin empleo" se ha convertido en la norma.

En el pasado, cuando los negocios se desplomaban, las empresas reducían personal y aceptaban menos trabajo por empleado. Durante la profunda recesión de principios de la década del 70, la producción estadounidense de bienes y servicios se redujo en 5% y el empleo en 2,5%. Los economistas trataban de comprender el "acaparamiento laboral", la tendencia de las empresas a retener a los empleados que no necesitaban.

Pero ya nadie piensa así. Entre finales de 2007 (cuando el empleo estadounidense alcanzó su mayor pico) y finales de 2009 (cuando tocó fondo), la producción estadounidense de bienes y servicios disminuyó 4,5%, pero el número de trabajadores se redujo mucho más: 8,3%. El rompecabezas de hoy es entonces: ¿cómo y por qué los empleadores lograron aumentar la productividad, o la producción por hora de trabajo, como nunca antes durante la peor recesión en décadas?

La nueva norma

En una época anterior, cuando más estadounidenses trabajaban en líneas de ensamblaje, muchos despidos eran temporales. Cuando el negocio se recuperaba, los trabajadores volvían a ser convocados, a menudo debido a garantías sindicales.

En el peor momento de la recesión de 1980-82, uno de cada cinco desempleados correspondía a un "despido temporal". En la reciente recesión, la proporción de despidos temporales nunca fue superior a uno de cada 10. Eso se debe en parte a que menos estadounidenses trabajan en fábricas. Hoy, en cambio, si un restaurante no tiene suficientes clientes, quiebra.

"Cuando los despidos son temporales, las recontrataciones pueden realizarse muy rápido", comentan los economistas Erica Groshen y Simon Potter, de la Reserva Federal de Nueva York.

Cuando los despidos son permanentes, la recuperación del empleo es lenta, añaden. Si el empleador quiere contratar, debe embarcarse en la tarea de revisar currículos, lo que consume mucho tiempo.

Las empresas, con sus ojos fijos en el precio de las acciones y en las ganancias, valoran más que nunca la flexibilidad encima de la estabilidad. La recesión les demostró que podían hacer más con menos trabajadores de lo que muchos de ellos creían.

En una encuesta a 2.000 empresas a principios de este año, McKinsey Global Institute, el centro de estudios de la enorme empresa de consultoría, encontró que 58% de los empleadores esperaba tener más trabajadores a tiempo parcial, temporales o subcontratados en los próximos cinco años y más de 21,5% trabajadores "tercerizados o externos".

"La tecnología", señala McKinsey, "permite a las empresas gestionar el empleo como un aporte variable. Con el uso de nuevos sistemas de programación de recursos, se pueden proveer de personal sólo cuando lo necesitan, ya sea por un día completo o unas pocas horas".

Las agencias de ayuda temporal juegan un papel cada vez más importante, desde la provisión de personal fabril y administrativo hasta enfermeras e ingenieros.

Black & Veatch, una empresa de ingeniería de Missouri, que antes de la recesión contaba con 9.600 empleados y los redujo luego a los 8.700 que tiene hoy, contrata alrededor de 100 trabajadores por mes. Cerca de 10% de sus empleados son temporales, indica Jim Lewis, jefe de recursos humanos de la empresa. "Esa es una forma rápida de traer gente, y da un poco de tiempo para saber si el crecimiento se mantendrá o no", explica.

También facilita volver a recortar en tiempos difíciles. Los trabajadores, en pocas palabras, ahora pueden ser contratados "en el momento preciso". Y aparentemente, muchos empleadores no creen que todavía sea el momento. Debido a que "pueden contratar personal temporal casi al instante, hay poca necesidad de contratar a la espera de una recuperación en los negocios".

Cuando sí reclutan personal, las grandes empresas multinacionales con sede en EEUU están en mejor condición de y más dispuestas a contratar en el exterior, en parte porque los salarios son a menudo más baratos, pero también porque es allí donde están sus clientes.

En la década de los 90, las multinacionales incorporaron en EEUU casi dos puestos de trabajo por cada nuevo empleo fuera del país; en tanto que en la década siguiente, recortaron 2,9 millones de empleos estadounidenses, mientras que aumentaron 2,4 millones en el extranjero, de acuerdo con el Departamento de Comercio de EEUU.

Hal Sirkin, de Boston Consulting Group (BCG), afirma que el aumento de los salarios en China resta un poco de atractivo al país. En 2000, los salarios de los trabajadores chinos promediaron 3% de los de sus contrapartes estadounidenses. Hoy en día, representan 9%, y la firma de consultoría espera que la cifra llegue a 15% en 2015. Sirkin predice que ello impulsará a muchos fabricantes a devolver el trabajo a EEUU. ¿Cuántos? Sirkin todavía trabaja en un cálculo.

Aun cuando el gobierno cuenta 4,68 trabajadores desempleados por cada puesto que se abre, algunos empleadores insisten en que no pueden encontrar empleados con las habilidades que necesitan a los salarios que pueden pagar…

– El declive de los empleos industriales en EEUU (BBCMundo – 8/8/12)

(Por Jonny Dymond)

En la planta de AMI, una productora de pilas de combustible con base en Michigan, Estados Unidos, se puede escuchar el futuro de la manufactura.

Es muy, muy silencioso.

El ruido más fuerte es el sonido de un ascensor hidráulico utilizado para reemplazar bombillas.

El contraste con la manufactura tradicional es fuerte: casi no hay ruido, casi no hay mugre, hay poco esfuerzo físico. Y los requisitos para los trabajadores son muy diferentes.

"Hay que tener personas listas que ayudan a construirla de abajo a arriba", dice el presidente de AMI, Aaron Crum.

"No forjamos más las cosas. Usamos láser para cortar metal, extrudamos cerámica, hacemos cosas que son diferentes. Y entonces, por eso, necesitamos una fuerza laboral distinta para hacerlo realidad".

Décadas de pérdidas

En Estados Unidos, la industria manufacturera está experimentando la misma revolución tecnológica que envió a los trabajadores de la agricultura a la industria al final del siglo XIX, dice Lou Glazer, del grupo consultor Michigan Future Inc.

En los años 50, dice, los trabajos de fábrica correspondían a un tercio del trabajo total en Estados Unidos. Ahora son menos del 10%.

Aunque el empleo industrial ha aumentado ligeramente en los últimos meses -añadiendo 30.000 empleos desde marzo- los beneficios palidecen junto a las pérdidas de la última década.

En diez años han desaparecido 3,5 millones de empleos en el sector, lo que lleva el total a poco menos de 12 millones.

Pero mientras el empleo ha caído, la productividad se ha disparado.

No en vano, la Asociación Nacional de Manufactureros de Estados Unidos se precia de que los trabajadores de fábrica estadounidenses sean "los más productivos del mundo".

A unos 30 minutos en auto de la planta de AMI está el fantasma del pasado manufacturero: Willow Run.

Es una planta increíblemente grande con más de 460.000 metros cuadrados, que alguna vez produjo aviones bombarderos Liberator, luego autos Kaiser, luego transmisores y cuerpos de vehículos para General Motors.

Willow Run cerró en 2010 cuando General Motors quebró y buena parte de la fábrica es un recordatorio impresionante de lo que era la manufactura: pesadas prensas del tamaño de una casa de tres pisos se llenan de polvo, los corredores serpentean sin fin aparente hacia la penumbra y el aire es denso por el olor del aceite para máquinas.

"No se necesitaba diploma"

Reunidos en una mesa en un restaurante cercano, antiguos trabajadores de Willow Run recuerdan sus primeros días en la planta.

Ahora cuando tienen alrededor de 50 años, ellos explican cómo consiguieron el trabajo en la planta.

"No se necesitaba un diploma de secundaria", dice Sterling Mullins.

"Uno sólo debía ser un buen trabajador", dice Gerry Gardner, "y debía ir todos los días, pues no era un trabajo fácil".

Tom White creció en una finca, "así que las habilidades que tenía no eran muy aplicables".

Era la época en que la manufactura servía a los hombres poco educados para incluirse en la clase media industrial de Estados Unidos.

"Uno podía meter a los hijos a la universidad, teníamos un par de semanas de vacaciones", dice Gardner.

"Y uno tenía suficiente dinero para salir a comprar un auto nuevo. No éramos ricos -no conduzco un Rolls Royce ni nada- pero sí me compré un auto de General Motors".

Cambios

Los trabajos manufactureros todavía son bien remunerados, con un promedio en 2010 de US$ 77.186 en pagos y beneficios. Pero hay muchos menos y están cambiando, según Glazer, el consultor.

"La vía hacia el trabajo masivo de clase media se ha ido", dice.

"El único trabajo de fábrica con altos salarios va a ser para personas que pueden programar y mantener máquinas. Ese trabajo va a ser bien remunerado pero requiere habilidades más desarrolladas".

Estados Unidos todavía es un jugador importante en la industria manufacturera. Más del 18% de la producción global manufacturera viene de fábricas estadounidenses.

E incluso aunque la manufactura en Estados Unidos ha tropezado un poco recientemente a causa de la caída en órdenes de trabajo desde la eurozona, muchos de los fabricantes de Michigan son optimistas sobre el futuro.

Pero el genio no puede volver a meterse en la botella.

La manufactura en Estados Unidos ya cambió y continuará cambiando, presionada por un lado por la tecnología y por el otro por la globalización.

Será muy difícil que los trabajadores estadounidenses menos hábiles obtengan un estilo de vida similar al que obtuvo la generación que los precedió.

¿Podrá el nuevo iPhone impulsar la economía de EEUU? (The Wall Street Journal – 11/9/12)

(Por Sudeep Reddy)

El próximo iPhone, que Apple Inc. planea dar a conocer el miércoles, podría lograr lo que le ha costado trabajo a la Casa Blanca, el Congreso y la Reserva Federal de Estados Unidos: impulsar la principal economía del mundo.

Las ventas del nuevo teléfono podrían sumar entre un cuarto de punto porcentual y medio punto porcentual a la tasa anual de crecimiento económico en EEUU en el cuarto trimestre, estima Michael Feroli, economista jefe para el país de J.P. Morgan Chase & Co. Esto podría proteger la débil economía estadounidense frente a otros riesgos durante los últimos meses del año.

En una nota enviada a clientes (titulada "¿Puede un pequeño teléfono tener un impacto sobre el PIB?"), Feroli hace las cuentas: los analistas de valores de J.P. Morgan esperan que Apple venda unos ocho millones de unidades del nuevo iPhone en los últimos tres meses del año. Si el teléfono se vende por unos US$ 600, con unos US$ 200 que se cuentan como componente importados, entonces US$ 400 por teléfono figurarían en la medida del gobierno de Producto Interno Bruto.

Aunque los consumidores no pagan esa cifra por el aparato, gracias a los subsidios que aplican los operadores de telefonía celular, Feroli explica que las empresas a menudo reportan las ventas de los teléfonos con base en el precio independiente del producto.

En conclusión: las ventas del nuevo iPhone podrían representar un auge de US$ 3.200 millones para el PIB en el cuarto trimestre, o US$ 12.800 millones a una tasa anual. Esto es un aumento de 0,33 puntos porcentuales en la tasa anualizada de crecimiento del PIB. El analista dice que el incremento podría ser incluso mayor. Un tercio de un punto porcentual limitaría el riesgo de que la economía se expanda más lento que las proyecciones de crecimiento de 2% para el cuarto trimestre que tiene J.P. Morgan.

Feroli advierte que la estimación "parece bastante amplia, y por ese motivo debería ser tratada con escepticismo" pero agrega: "Creemos que la evidencia reciente es consistente con esta proyección".

Una pista es que cuando el iPhone 4S salió al mercado en octubre de 2011, más de la mitad del aumento de 0,8% en las ventas básicas minoristas (que excluyen autos, gasolina y materiales de construcción) se registraron en las categorías de ventas en línea y ventas de computadoras y software. Las dos categorías combinadas registraron su mayor aumento mensual registrado. El analista estima que el crecimiento de las ventas se debió al iPhone, que impulsó el PIB entre un décimo y un quinto de punto porcentual. El lanzamiento del nuevo iPhone será aún mayor que eso, proyecta, lo que haría que la estimación más reciente sea "razonable".

Durante el cuarto trimestre de 2011 la economía de EEUU se expandió rápidamente a una tasa anualizada de 4,1%, y luego se desaceleró significativamente a 2% durante el primer trimestre de este año y a 1,7% en el segundo trimestre.

Muchos analistas han reducido sus previsiones de crecimiento económico para el segundo semestre por razones que incluyen la sequía en zonas agrícolas, el alza en los precios del petróleo e incertidumbre sobre las políticas presupuestales de EEUU. La semana pasada, la firma de pronósticos Macroeconomic Advisors redujo sus previsiones para el crecimiento del PIB de EEUU en el tercer trimestre a 1,5% y el cuarto trimestre a 1,4%.

La dura verdad sobre el crecimiento mundial (Project Syndicate – 14/9/12)

(Por Michael Spence)

Nueva York.- Los países con altos ingresos tienen problemas económicos, en su mayoría relacionados con el crecimiento y el empleo. Actualmente, sus dificultades se extienden a las economías en desarrollo. ¿Qué factores subyacen a los problemas actuales y cuán apropiadas son las probables políticas de respuesta?

El primer factor importante es el desapalancamiento y la consiguiente reducción en la demanda agregada. Desde el comienzo de la crisis financiera en 2008, varios países desarrollados, luego de mantener la demanda con apalancamiento y consumo excesivos, tuvieron que recomponer tanto sus balances públicos como privados, algo que lleva tiempo –y que los perjudicó en términos de crecimiento y empleo.

El sector no transable de cualquier economía avanzada es importante (aproximadamente dos tercios de la actividad total). Para este gran sector, no hay posibilidad de sustituir la demanda local. El sector transable podría contrarrestar parte del déficit, pero no es lo suficientemente grande como para compensarlo completamente. En principio, los gobiernos podrían eliminar esa brecha, pero la elevada (y creciente) deuda limita su capacidad para ello (si bien el grado de las limitaciones es cuestión de acalorado debate).

En definitiva, el desapalancamiento implicará que el crecimiento sea modesto, en el mejor de los casos, en el corto y mediano plazo. Si la situación en Europa se deteriora, o se llega a un punto muerto respecto del "precipicio fiscal" estadounidense a principios de 2013 (cuando expiren los recortes impositivos y entren en vigor las restricciones automáticas del gasto), será mucho más probable que la economía empeore.

El segundo factor que subyace a los problemas actuales está relacionado con la inversión El crecimiento de más largo plazo requiere inversión por parte de las personas (en educación y habilidades), de los gobiernos y del sector privado. La inversión insuficiente eventualmente disminuye el crecimiento y las oportunidades de empleo. La dura verdad es que la contracara del modelo impulsado por el consumo que prevaleció antes de la crisis ha sido una inversión deficiente, en especial por parte del sector público.

Si se recorta la inversión para reequilibrar las cuentas fiscales, sufrirá el crecimiento en el mediano y largo plazo, reduciendo las oportunidades de empleo para los jóvenes que se incorporen al mercado laboral. Mantener la inversión, por otro lado, tiene un costo inmediato: implica posponer el consumo.

¿Pero el consumo de quién? Si casi todos están de acuerdo en la necesidad de más inversiones para aumentar y mantener el crecimiento, pero la mayoría cree que otros deben pagar por ello, la inversión será víctima de un impasse en términos de la responsabilidad sobre la deuda -que se reflejará en el proceso político, las decisiones electorales, y la formulación de medidas de estabilización fiscal.

El tema principal son los impuestos. Si la inversión del sector público tuviese que aumentar sin incidir sobre los impuestos, los recortes presupuestarios necesarios en otras partidas para evitar el crecimiento insostenible de la deuda serían inverosímilmente abultados.

El desafío más difícil es el de la inclusión: ¿cómo se distribuirán los beneficios del crecimiento? Se trata de un desafío de larga data que, especialmente en Estados Unidos, se remonta al menos hasta dos décadas antes de la crisis; no fue atendido y ahora atenta contra la cohesión social.

El crecimiento del ingreso de la clase media en la mayoría de los países avanzados se mantuvo estancado, y las oportunidades de empleo han disminuido, especialmente en el sector transable de la economía. La porción del ingreso que se destina al capital ha aumentado, a expensas del trabajo. En especial en EEUU, la generación de empleo ha sido desproporcionada en favor del sector no transable.

Estas tendencias reflejan una combinación de las fuerzas tecnológicas y de mercado globales, que actuaron durante las últimas dos décadas. En cuanto a la tecnología, las innovaciones para ahorrar mano de obra en el procesamiento de la información basado en redes y la automatización de transacciones han ayudado a abrir una brecha entre el crecimiento y la generación de empleo, tanto en el sector transable como en el no transable.

En el sector transable de las economías avanzadas, la automatización de la manufactura -que incluye la ampliación de las capacidades robóticas y la eventual impresión 3D- se ha combinado con la integración de millones de nuevos participantes a las cadenas globales de aprovisionamiento en rápida evolución para limitar el crecimiento del empleo. La creciente capacidad de las empresas multinacionales para descomponer estas cadenas globales de aprovisionamiento según sus funciones y geografía para luego reintegrarlas con costos de transacción aún menores, elimina la protección de los mercados de trabajo que solía provenir de la competencia local por los trabajadores.

Este desafío es especialmente difícil, ya que la política económica no se ha centrado en las tendencias distributivas adversas que surgen de los cambiantes resultados de los mercados globales. Sin embargo, las distribuciones del ingreso en las economías avanzadas, presumiblemente sujetas a fuerzas tecnológicas y de mercado globales similares son, de hecho, sorprendentemente diferentes. Esto sugiere que una combinación de políticas sociales y normas sociales diferentes efectivamente tiene un impacto distributivo. Si bien la teoría del impuesto óptimo sobre los ingresos se ocupa directamente de la relación inversa entre los incentivos a la eficiencia y sus consecuencias distributivas, aún falta mucho para alcanzar el equilibrio adecuado.

Un balance estatal saludable podría ayudar, ya que parte del ingreso que fluye hacia el capital iría al estado. Pero, con la excepción de China, las posiciones fiscales en todo el mundo son actualmente débiles.

Como resultado, el desapalancamiento continúa como una clara prioridad en muchos países, reduciendo el crecimiento, con contramedidas fiscales limitadas por las elevadas o crecientes deudas y déficits gubernamentales. Hasta ahora, hay poca evidencia de la voluntad por parte de los políticos, responsables de políticas y, tal vez, del público, para reducir aún más el consumo actual mediante impuestos y obtener margen para mayores inversiones orientadas al crecimiento.

De hecho, con presión fiscal, es más probable que ocurra lo contrario. En EEUU pocas medidas prácticas que se ocupan del desafío distributivo parecen haber sido incluidas en la agenda electoral de ambos partidos mayoritarios, más allá de la retórica en sentido contrario.

En la medida que esto también sea así en otras economías avanzadas, la economía mundial enfrenta un período extendido de varios años de bajo crecimiento, con un riesgo residual de resultados peores de lo previsto proveniente de los errores y el punto muerto en las políticas europeas, estadounidenses y de otros sitios. Ese escenario implica un menor crecimiento –posiblemente entre 1 y 1,5 puntos porcentuales menos– para los países en desarrollo, incluida China, nuevamente con preponderancia del riesgo a la baja.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is currently Chairman of the Commission on Growth and Development, an international body charged with charting opportunities for global economic growth. He is also Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was previously Dean of Stanford"s School of Business and Professor of Economics at Harvard University)

– Un caso de mala praxis macroeconómica (Project Syndicate – 30/9/12)

(Por Stephen S. Roach)

New Haven. – A la economía de Estados Unidos le están dando el remedio equivocado. Los responsables políticos diagnosticaron mal la enfermedad y recetaron una medicina experimental, de eficacia no comprobada y que podría tener efectos secundarios graves.

El paciente es el consumidor estadounidense, el mayor del mundo con creces, pero debilitado ahora por los rigores de la peor crisis que ha habido desde la Gran Depresión. Los últimos datos sobre el gasto de los consumidores en Estados Unidos son desalentadores. En el segundo trimestre de 2012, el crecimiento del consumo personal de los estadounidenses (ajustado según la inflación) cayó hasta el 1,5%, y todo indica que en el tercer trimestre seguirá igual de alicaído.

Por si fuera poco, estas cifras son solamente las últimas dentro de una tendencia que ya lleva cuatro años y medio. Entre el primer trimestre de 2008 y el segundo trimestre de 2012 incluido, el crecimiento anualizado promedio del gasto real en consumo llegó apenas al 0,7%, una cifra incluso más extraordinaria si se la compara con el 3,6% de la tendencia previa a la crisis, durante el decenio terminado en 2007.

La enfermedad es una prolongada recesión de balances que convirtió a una generación de consumidores estadounidenses en zombis: muertos vivientes en términos económicos. Es como lo que pasó en Japón en los noventa, solo que allí los zombis eran las corporaciones, que entonces prefiguraron lo que sería la primera de varias décadas perdidas en Japón; y ahora los consumidores estadounidenses están haciendo lo mismo con la economía de Estados Unidos.

Todo empezó después de una década de consumo excesivo, alentada por dos burbujas (la inmobiliaria y la crediticia). En 2007 las dos burbujas estallaron y las familias estadounidenses quedaron comprensiblemente concentradas en reparar los daños, es decir, pagar las deudas y volver a acumular ahorros, lo que explica la prolongada caída de la demanda de los consumidores.

Pero el remedio recetado sólo empeoró las cosas. La Reserva Federal se obstina en tratar la enfermedad como si se tratara de un problema cíclico y está empleando toda su capacidad de flexibilización monetaria para compensar lo que en su opinión es una caída transitoria de la demanda agregada.

Esta estrategia esconde una lógica retorcida, muy preocupante no solo para los Estados Unidos, sino también para la economía global. No hay nada de cíclico en los efectos duraderos de una recesión de balances que ya llevan casi cinco años. La realidad es que las familias estadounidenses apenas están empezando a sanear sus balances. En agosto de 2012, la tasa de ahorro personal no superó el 3,7%; si bien esto representa un alza respecto del mínimo de 1,5% registrado en 2005, es apenas la mitad del 7,5% promedio de las últimas tres décadas del siglo XX.

Encima, sobre las economías familiares aún gravita el peso de una deuda enorme. A mediados de 2012, el nivel general de endeudamiento de los hogares se redujo hasta el 113% de la renta personal disponible, lo cual representa una disminución de 21 puntos porcentuales respecto del máximo de 134% registrado antes de la crisis en 2007, pero sigue muy por arriba del 75% aproximado que fue la norma del período 1970-1999. Dicho de otro modo, a los estadounidenses todavía les falta andar mucho camino antes de sanear sus balances, y eso difícilmente puede ser señal de una caída temporal o cíclica de la demanda de los consumidores.

Además, el método empleado por la Reserva Federal enfrenta un obstáculo serio, el llamado límite inferior cero de la tasa de interés. Como ya no tiene margen para reducir más las tasas, ahora la Reserva Federal se volcó a la dimensión cuantitativa del ciclo crediticio y procura inyectar enormes dosis de liquidez en las ya maltrechas venas de los consumidores zombis.

Para justificar la eficacia de este método, la Reserva Federal cambió el discurso sobre el mecanismo de transmisión de la política monetaria cuantitativa. Si antaño se decía que reducir las tasas de interés incentiva la toma de préstamos, hoy se supone que la "flexibilización cuantitativa" actuará como estímulo para los mercados financieros y de activos, y que en los así revigorizados mercados financieros se generarán efectos riqueza que despertarán los adormecidos "espíritus animales" (las expectativas económicas) y estimularán a los consumidores a volver a gastar, cualesquiera sean las restricciones impuestas por sus problemas de balance pendientes.

No solo eso: según este razonamiento, una vez resuelto el problema de la demanda, las empresas comenzarán otra vez a contratar personal. Entonces, como por arte de magia, una solución no convencional habrá servido para cumplir con el largamente descuidado mandato de la Reserva Federal de combatir el desempleo.

Pero la apuesta política de la Reserva Federal está llevando a los Estados Unidos por el camino equivocado: es insistir con un método que nos conduce a recrear la locura de un modelo de consumo dependiente de los mercados de activos y de crédito, el mismo error que llevó a la economía estadounidense al borde del precipicio durante el período 2003-2006.

Si dos rondas previas de flexibilización cuantitativa no pudieron ayudar a las familias estadounidenses a sanear sus balances más rápido, nada indica que la tercera sea la vencida. La flexibilización cuantitativa es como mucho un arma sin filo, con un mecanismo de transmisión muy retorcido y, por ende, imprevisible. Y sobre todo, no hace prácticamente nada por resolver los problemas gemelos del apalancamiento excesivo y la falta de ahorro. Si en cambio se aplicaran políticas que apunten directamente al perdón de las deudas y a aumentar los incentivos al ahorro (que sin duda serían medidas controvertidas) al menos así se atacarían los problemas financieros de los consumidores zombis.

Además, la flexibilización cuantitativa tiene serios efectos secundarios. Uno que preocupa a muchos es que haya una escalada de la inflación, pero la economía mundial experimenta en este momento una caída de la actividad de tal magnitud (y que probablemente perdurará varios años más) que a mí no me parece tan importante.

Incluso más desconcertante es la facilidad con que los grandes bancos centrales (no solamente la Reserva Federal, sino también el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón) están dispuestos a inyectar en los mercados de activos excesos de liquidez enormes, que las debilitadas economías reales no pueden absorber. Esto coloca a los bancos centrales en la desestabilizadora posición de renunciar al control de los mercados financieros. Y en un mundo acosado por lo que parece ser una inestabilidad financiera endémica, tal vez esta sea la peor de las noticias.

Los países en vías de desarrollo han cerrado filas contra las tácticas imprudentes de los grandes bancos centrales. Los líderes de las economías emergentes temen que se produzcan efectos derrame sobre los mercados de commodities y distorsiones de los tipos de cambio y de los flujos de capital que supongan un riesgo para aquello que más les preocupa, la estabilidad financiera. Seguir la pista de los flujos transfronterizos que pueda impulsar la flexibilización cuantitativa en los países llamados avanzados es sin duda difícil, pero estos temores no están para nada infundados. Inyectar liquidez en los países desarrollados, donde las tasas de interés son nulas, alentará a los inversores famélicos de rendimientos a irse a competir por oportunidades de crecimiento en otra parte.

La economía global lleva varios años de crisis en crisis, y el remedio ya es parte de la enfermedad. En una época de tasas de interés nulas y flexibilización cuantitativa, la política macroeconómica perdió contacto con la dura realidad que nos dejó la crisis. Y mientras los médicos usan una medicina no comprobada para tratar la dolencia equivocada, nadie le presta atención al paciente, que sigue tan enfermo como siempre.

(Stephen S. Roach was Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's Chief Economist, and currently is a senior fellow at Yale University"s Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer …)

– La felicidad es igualdad (Project Syndicate – 19/10/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- El rey de Bután quiere hacernos felices a todos. Señala que los gobiernos deberían dedicarse a maximizar el Producto Nacional de Felicidad de sus poblaciones en lugar del PNB. ¿Este nuevo hincapié en la felicidad representa un viraje o solo es una moda pasajera?

Es fácil entender por qué los gobiernos deberían dejar de centrarse en el crecimiento económico cuando éste se vuelve inaprensible. Las perspectivas de crecimiento este año para la eurozona son nulas. La economía británica y la griega se están contrayendo, aunque en Grecia llevan más años de contracción. Incluso las previsiones apuntan a una desaceleración de la economía china. ¿Por qué no dejar de lado el crecimiento y mejor disfrutar lo que tenemos?

Sin duda, este sentimiento pasará cuando se restablezca el crecimiento, lo que seguramente sucederá. No obstante, se ha producido un cambio profundo en la forma de concebir el crecimiento, que probablemente le quitará importancia al crecimiento en el futuro –en especial en los países ricos.

El primer elemento que influyó para dejar de lograr el crecimiento fue la preocupación en torno a su sostenibilidad. ¿Podremos seguir creciendo a tasas como las de antes sin poner en riesgo nuestro futuro?

Cuando las personas empezaron a hablar de los límites "naturales" del crecimiento en los años setenta, se referían al inminente agotamiento de alimentos y recursos naturales no renovables. Recientemente el debate se ha centrado en las emisiones de carbono. Como se destaca en el Informe Stern de 2006, debemos sacrificar crecimiento ahora para asegurar que en el futuro no terminemos fritos.

Curiosamente, un tema tabú de este debate es la población. Entre menos personas haya menor será el riesgo de calentamiento del planeta. Sin embargo, en lugar de aceptar el declive natural de sus poblaciones, los gobiernos de los países ricos absorben más y más personas para frenar los salarios y por ende crecer más rápidamente.

Hay inquietudes más recientes que se refieren a lo decepcionante que resulta el crecimiento. Se va entendiendo cada vez más que el crecimiento no necesariamente aumenta nuestro sentido de bienestar. Entonces, ¿por qué seguir creciendo?

La base de este planteamiento se hizo hace tiempo. En 1974 el economista Richard Easterlin publicó un famoso artículo, "Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence." (¿Mejora el crecimiento económico el bienestar humano? Evidencia empírica). Después de correlacionar el ingreso per cápita y los niveles de percepción de felicidad en varios países, llegó a la asombrosa conclusión: tal vez no.

Easterlin no encontró correlación entre la felicidad y el PNB per cápita una vez logrado superar un nivel bajo de ingresos (suficiente para satisfacer las necesidades básicas). En otras palabras, el PNB es una medida insuficiente del sentimiento de satisfacción personal.

Ese resultado fomentó nuevos esfuerzos para concebir índices alternativos. En 1972, dos economistas, William Nordhaus y James Tobin introdujeron una medida que denominaron "Bienestar Económico Neto (BEN)", que se calcula descontando las "malas" entradas del PNB, como la contaminación y se le suma las actividades externas del mercado como el esparcimiento. Mostraron que una sociedad con más esparcimiento y menos trabajo podría tener el mismo bienestar que una con más trabajo -y por ende más PNB- y menos esparcimiento.

Medidas más recientes han tratado de incorporar una serie más amplia de indicadores de "calidad de vida". El problema es que uno puede medir muchas cosas pero no la calidad de vida. Cómo podemos combinar cantidad y calidad en algún índice de "sentimiento de satisfacción personal" es una cuestión de moral y no de economía, por lo que no sorprende que la mayor parte de los economistas se apeguen a sus medidas cuantitativas de "bienestar".

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