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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 12)

Enviado por Ricardo Lomoro


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En tercer lugar, en las economías flexibles como la de los EEUU ya está en marcha un cambio estructural importante en pro de la demanda exterior. Las exportaciones están aumentando rápidamente (y superan el aumento de las importaciones) gracias a unos costos menores de la energía, nuevas tecnologías que favorecen la relocalización y un tipo de cambio real eficaz y en disminución (la depreciación nominal del dólar combinada con un débil aumento de los ingresos y los salarios internos y una inflación mayor en los más importantes países en desarrollo que son sus socios comerciales). Con el tiempo, esos cambios estructurales compensarán un nivel menor (y más sostenible) de consumo respecto de los ingresos, a no ser que unos aumentos inapropiados de la demanda interna frustren el proceso.

En cuarto lugar, las economías con rigideces estructurales deben adoptar medidas para eliminarlas. Todas las economías deben tener capacidad para adaptarse al cambio estructural a fin de apoyar el crecimiento y la flexibilidad resulta más importante para modificar las modalidades de crecimiento defectuosas, porque afecta a la velocidad de la recuperación.

Por último, se necesita capacidad de dirección para crear un consenso sobre un nuevo modelo de crecimiento y el reparto de la carga necesario para aplicarlo con éxito. Muchos países en desarrollo dedican demasiado tiempo a un equilibrio estable y sin crecimiento y después pasan a otro más positivo. En eso no hay nada automático. En todos los casos con los que estoy familiarizado, una capacidad de dirección eficaz hizo de catalizador.

Así, pues, si bien podemos esperar un proceso multianual de reequilibración y reducción del desfase entre el crecimiento real y el potencial, su duración exacta dependerá de las opciones normativas y la velocidad del ajuste estructural. En la Europa meridional, por ejemplo, el proceso requerirá más tiempo, porque en esos países faltan más componentes de la recuperación, pero el retraso en la determinación de las dificultades -por no hablar de la reacción para afrontarlas- parece bastante largo en casi todas partes.

Naturalmente, los factores tecnológico y demográfico que sustentan el crecimiento potencial experimentan altibajos en períodos más largos (multidecenales) e, independientemente de si los EEUU y otros países avanzados han entrado en un período de deterioro prolongado, la realidad es que no hay forma de influir en esas fuerzas.

Pero la cuestión inmediata que afrontan muchas economías es diferente: el restablecimiento de una modalidad de crecimiento resistente y no excluyente que logre todo lo que permita la tendencia del crecimiento potencial.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in…)

– Cómo alcanzar la velocidad de escape (Project Syndicate – 21/1/14)

(Por Mohamed A. El-Erian)

Newport Beach.- No es frecuente que uno pueda afirmar, con confianza, que un remedio por sí solo podría mejorar significativamente la vida de miles de millones de personas alrededor del mundo, que dicho remedio podría alcanzar este cometido de una manera perdurable y de apoyo mutuo, y que por lo tanto, podría mejorar el bienestar de las actuales y futuras generaciones. Sin embargo, esa es la afirmación que hago hoy.

El remedio que tengo en mente, por supuesto, es un crecimiento económico más rápido – la única cosa que puede elevar los niveles de vida, reducir las desigualdades excesivas, mejorar las perspectivas de empleo, aliviar las tensiones relativas al comercio internacional, y que incluso puede moderar las presiones geopolíticas. Y la mayoría de los analistas – incluyéndose entre los mismos a los analistas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial – ahora predicen que el crecimiento a nivel mundial se acelerará en el año 2014, y que el mismo será más equilibrado entre las principales regiones económicas del mundo.

Tales predicciones reflejan tres acontecimientos que son muy bienvenidos. Para empezar, Europa saldrá de la recesión, y las economías periféricas se beneficiarán de una muy fuerte mejora relativa en las perspectivas de crecimiento. Simultáneamente, un 3% de crecimiento anual del PIB ya no será algo inalcanzable para Estados Unidos. Y las economías emergentes se verán sostenidas por el crecimiento anual del 7% de China, que aunque es más lento, sigue siendo robusto.

Pero, a pesar de que la perspectiva de un crecimiento más rápido a nivel mundial es, en verdad, una buena noticia, especialmente teniendo en cuenta las aún elevadas tasas de desempleo en muchos países y las presiones asociadas a las mismas que sufren las redes de seguridad social; es aún demasiado temprano para celebrar. Existe el riesgo de que, debido a tentadoras políticas que complacen temporalmente, el repunte económico de este año podría llegar a ser contraproducente.

Esto no se debe a que la prevista aceleración del crecimiento sea aún muy modesta. Después de todo, incluso un repunte limitado puede marcar una diferencia significativa si es parte de una alentadora dinámica de crecimiento a mediano plazo. Al contrario, el riesgo radica en la forma en la probablemente se materialice dicho crecimiento – es decir, que se materialice dependiendo demasiado en modelos de crecimiento anticuados y agotados, en lugar de que se acojan de manera integral nuevos modelos de crecimiento.

En Europa, el crecimiento de este año reflejará en gran medida el impacto de la estabilización financiera, y no el impacto de las reformas estructurales profundas. Debido a que los diferenciales de tasas de interés se han constreñido fuertemente, y se ha evitado la amenaza de colapso, tanto los inversionistas nacionales como los extranjeros continúan regresando hacia las economías periféricas, y con ello alivian el severo racionamiento de crédito en dichas economías. Esto es, sin duda, una buena noticia, sobre todo si la fuente de la estabilización se desplaza de las políticas no convencionales del Banco Central Europeo a curas endógenas para los balances financieros, curas que son suministradas por un amplio grupo formado por instituciones financieras, empresas no financieras y hogares.

Sin embargo, pocas de estas economías están preparadas para emprender el tipo de reformas internas que prometen sostener altas tasas de crecimiento y reducir sustancialmente el desempleo, que se ha ubicado en niveles alarmantes en cuanto al desempleo juvenil y en términos de su duración. Mientras tanto, la apreciación del tipo de cambio está empezando a socavar las exportaciones en los países centrales de la eurozona, en particular en Alemania, que ha sido el motor de crecimiento de la región durante los últimos años.

La pronosticada aceleración del crecimiento en EEUU para este año es más notable debido a que refleja el impacto positivo de un proceso, de varios años de duración, para alcanzar la cura económica y financiera. También estamos empezando a ver el impacto a nivel macro de algunas revoluciones de productividad -en particular en los sectores energéticos y tecnológicos- que, hasta el momento, eran en su gran mayoría solamente fenómenos industriales y sectoriales.

Sin embargo, el crecimiento económico real de Estados Unidos en el año 2014 se mantendrá muy por debajo de su potencial. Es más, el desempeño de la economía de EE.UU. sigue siendo demasiado dependiente de las políticas monetarias experimentales de la Reserva Federal, que con valentía se adoptaron en ausencia de medidas adecuadas dictadas por otras autoridades económicas.

La economía de EEUU es ciertamente capaz de llegar a la "velocidad de escape" que el país necesita si el desempleo va a caer de una manera más definitiva y duradera. No obstante, esto requiere que el Congreso apoye a la administración del presidente Barack Obama en tres áreas: en la mejora de la composición y el nivel de la demanda agregada, en la mejora de la capacidad de respuesta de la oferta en la economía, y en la eliminación de sobreendeudamientos residuales que continúan inhibiendo la actividad económica.

Sólo un avance decidido en estos frentes desbloqueará los millones de millones de dólares que, en lugar de ser invertidos en plantas y equipos, permanecen varados en los balances financieros de las empresas o son entregados a los accionistas a través de mayores dividendos y recompra de acciones.

Los problemas en los países emergentes son más complejos y diversos. Algunos países constantemente hacen esfuerzos por modernizar los agotados modelos de crecimiento. En China, por ejemplo, esto implica una menor dependencia de las exportaciones y de la inversión pública, y más dependencia en los componentes privados de la demanda agregada interna.

Otros países, sin embargo, han respondido a la desaceleración de sus crecimientos en los años 2012 y 2013 regresando a viejas prácticas que ofrecen la tentación de una expansión inmediata a costa de que más tarde se acarren consecuencias en la forma de disminuciones del crecimiento. Esto ocurre, por ejemplo, en Brasil y Turquía.

Todo esto implica que es muy poco probable que en el año 2014 el mundo emergente en su conjunto retome su papel como un motor importante de la economía mundial, y también implica que la calidad del crecimiento que se llegue a lograr en dicho mundo emergente va a estar muy lejos de ser óptima.

De hecho, cuanto más detallado sea el análisis que uno realice de las actuales dinámicas de crecimiento a nivel mundial, es más probable que llegue a la conclusión de que las perspectivas más alentadoras que se tienen para este año van a ser solamente eso – perspectivas alentadoras para el año 2014. Hay todavía mucho que se puede (y que se debe) hacer si el repunte previsto para este año va a ir a proporcionar un trampolín para el arranque de un significativo crecimiento a mediano plazo, crecimiento que mejore las perspectivas de la actual y de las futuras generaciones. A menos que los formuladores de políticas recuerden las tareas más grandes que tienen entre manos, ellos corren el riesgo de caer en una trampa de logros mediocres y cómodos.

(Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in assets under management. He previously worked at the International Monetary Fund and the Harvard Management Company, the entity that manages Harvard University's…)

Los ricos indignos (El País – 26/1/14)

(Por Paul Krugman)

La realidad de la creciente desigualdad estadounidense es crudísima. Desde finales de la década de 1970, los salarios reales de la mitad de los trabajadores que menos ganan se han estancado o reducido, mientras que los ingresos del 1% en lo alto de la escala casi se han cuadruplicado (y los ingresos del 0,1% en lo más alto han crecido aún más). Aunque podemos y debemos debatir qué hacer frente a esta situación, el hecho en sí -que el capitalismo estadounidense tal como está constituido actualmente está socavando las bases de la sociedad de clase media- no debería cuestionarse.

Pero, por supuesto, sí se cuestiona. Esto es en parte un reflejo de la famosa máxima de Upton Sinclair: es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda. Pero creo que también refleja una aversión por lo que implican las cifras, que parecen casi una invitación abierta a la lucha de clases, o, si lo prefieren, una demostración de que la lucha de clases ya ha empezado, y los plutócratas han tomado la ofensiva.

La consecuencia ha sido una campaña decidida de confusión estadística. En su expresión más burda, esta campaña se acerca a una falsificación pura y dura; en su versión más elaborada, supone usar trucos ingeniosos para difundir lo que yo llamo el mito de los ricos que merecen serlo.

Para ver un ejemplo de falsificación de facto, solo hay que leer una columna reciente de Bret Stephens en The Wall Street Journal que primero acusaba (sin razón) al presidente Barack Obama de cometer un error fáctico y luego pasaba a afirmar que el aumento de la desigualdad no tenía tanta importancia, porque todo el mundo ha estado obteniendo grandes beneficios. Qué problema hay, si los ingresos de la quinta parte de la población estadounidense que menos gana han crecido un 186% desde 1979.

Si esto les suena a equivocación, están en lo cierto: esa es una cifra nominal, no está corregida en función de la inflación. Se puede encontrar la cifra corregida según la inflación en la misma tabla de la Oficina del Censo; muestra que, en realidad, los ingresos de la quinta parte en la parte baja de la escala están reduciéndose. Ah, y para que conste: en el momento de escribir estas líneas, ese error tan elemental no se había corregido en el sitio web del periódico.

Bien, ese es el aspecto que tiene el falseamiento más burdo. ¿Y qué hay de la versión más elaborada?

He señalado otras veces que los conservadores parecen tener una fijación con la idea de que la pobreza es, en esencia, la consecuencia de los problemas de personalidad de los pobres. Puede que en su día hubiese algo de verdad en esto, pero durante las tres últimas décadas y más, el principal obstáculo al que se han enfrentado los pobres es la falta de puestos de trabajo que ofrezcan sueldos decentes. Pero el mito de los pobres indignos persiste, y también lo hace un mito equivalente, el de los ricos que merecen serlo.

La historia es la siguiente: los ricos de Estados Unidos lo son porque tomaron las decisiones vitales acertadas. Tuvieron una buena formación, se casaron y siguieron estando casados, y así sucesivamente. En resumen, la riqueza es una recompensa por poseer las virtudes victorianas.

¿Dónde está el fallo de esta historia? Incluso en sus propios términos, da por supuestas oportunidades que no existen. Por ejemplo, ¿cómo se supone que los hijos de los pobres, o incluso de la clase trabajadora, van a recibir una buena educación en una época en la que disminuye el apoyo que reciben las universidades públicas y las matrículas suben? Hasta los indicadores sociales como la estabilidad familiar son, en buena medida, un fenómeno económico: nada se ceba tanto con los valores familiares como la falta de oportunidades de empleo.

Pero la principal pega de este mito es que se equivoca al identificar a quienes salen ganando con el aumento de la desigualdad. A los trabajadores administrativos, aunque se casen entre ellos, les va regular nada más. Los grandes beneficiarios son un grupo mucho más pequeño. El movimiento Ocupad popularizó el concepto del "1%", que es una buena forma de referirse a esa élite en auge pero que, si acaso, abarca a demasiada gente: la mayoría de los beneficios del 1% superior van a parar de hecho a una élite aún más reducida, el 0,1% en lo alto del todo.

¿Y quiénes son estos pocos afortunados? Principalmente, ejecutivos de la clase que sea, especialmente, aunque no únicamente, de las finanzas. Podemos debatir si estas personas merecen ganar tanto dinero, pero una cosa está clara: no llegaron a donde están solo por ser prudentes, puros y austeros.

Entonces, ¿cómo puede mantenerse el mito de los ricos que merecen serlo? Básicamente, mediante una estrategia de distorsión por dilución. Casi nunca vemos a los apologetas de la desigualdad dispuestos a hablar del 1%, y no digamos ya de los que de verdad más ganan. En vez de eso, hablan del 20% superior, o como mucho del 5%. Puede parecer que estas elecciones son inocentes, pero no es así, porque equivalen a meter en el mismo saco a matrimonios de abogados y lobos de Wall Street. La película de Di Caprio con ese nombre, por cierto, tiene un éxito tremendo entre las gentes de las finanzas, que aclaman al personaje del título; otra pista sobre las realidades de esta nueva Edad Dorada.

Repito que sé que estas realidades incomodan a algunas personas, no todas ellas mercenarios de la plutocracia, que preferirían ofrecernos una imagen diferente. Pero aunque los hechos tengan un claro sesgo populista, siguen siendo hechos; y hay que afrontarlos.

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © 2014 New York Times News Service)

– Cómo la desigualdad asfixia a EEUU (BBCMundo – 28/1/14)

(Por Thomas Sparrow)

A juzgar por declaraciones recientes, uno de los discursos más esperados en la agenda presidencial de Estados Unidos, el del Estado de la Unión, tendrá como tema principal la lucha contra la desigualdad…

US$ 27.000: la diferencia de ingresos entre blancos y negros

Está previsto que Obama presente propuestas concretas para mejorar la situación económica de la clase media.

En agosto del año pasado, cuando Estados Unidos conmemoró el aniversario número 50 del famoso discurso de Martin Luther King en Washington, no fueron pocos los que resaltaron que aún persisten las diferencias económicas entre los blancos y los negros en el país.

La división de tendencias demográficas y sociales del Centro de Investigación Pew, un instituto de investigación con sede en Washington, explicó en su momento que las mediciones de los ingresos familiares, la riqueza familiar y la propiedad de viviendas revelan que las brechas hoy son "tan amplias o más amplias que en los años 60 y 70".

Lo ejemplifica con una cifra: la diferencia entre los ingresos familiares de blancos y negros creció de US$ 19.000 en 1967 a casi US$ 27.000 en 2011.

Las diferencias también se hacen evidentes cuando se comparan los ingresos de otros sectores de la población. El centro Pew resalta que la brecha de ingresos entre hispanos y blancos también ha crecido desde 1970.

Según cifras de la Oficina del Censo, el ingreso familiar promedio de los blancos fue US$ 67.175 en 2011; US$ 39.760 de los negros; US$ 68.521 de los asiáticos y US$ 40.007 de los hispanos.

Pero también ha habido avances en la situación económica de muchos grupos en Estados Unidos desde la época de Martin Luther King. En el marco del histórico aniversario, la Oficina del Censo resaltó que el ingreso promedio de los negros se ha duplicado, la pobreza ha caído en 14% y ha aumentado la participación educativa de esa población. 

46,5 millones: el número de pobres en EEUU

La Oficina del Censo reportó en septiembre del año pasado que el número de estadounidenses que viven en la pobreza aumentó levemente en 2012 hasta los 46,5 millones.

Pese a que la economía del país mejoró a nivel macroeconómico, el número de personas a las que se considera pobres aumentó en 300.000. La misma entidad indicó que unos 16,1 millones de niños están en la pobreza, así como 3,9 millones de adultos mayores de 65 años.

El documento indica que la pobreza en 2012 fue más pronunciada entre negros (27,2% o 10,9 millones de personas), hispanos (25,6% o 13,6 millones) y asiáticos (11,7% o 1,9 millones) que en los blancos no hispanos (9,7%).

Los autores del informe situaron el umbral de la pobreza en los hogares que tienen ingresos anuales de menos de US$ 23.492 para una familia de cuatro personas.

Esta problemática ha cobrado importancia en 2014 por el aniversario 50 de la "guerra contra la pobreza" que proclamó el presidente Lyndon B. Johnson en su discurso del Estado de la Unión.

Hay más ricos que antes

Un análisis del Centro Pew sobre las estadísticas reveladas por la Oficina del Censo reveló, en abril del año pasado, que la riqueza aumentó para los más ricos y cayó para el resto.

Entre 2009 y 2011 -los dos primeros años de recuperación económica tras la crisis– el valor promedio neto de los hogares en el 7% más rico creció en 28%, mientras el valor neto de los hogares en el restante 93% cayó en 4%.

El análisis explicó que las diferencias se deben al repunte en los mercados de valores -donde concentran sus riquezas los más ricos- en comparación con el rendimiento del mercado inmobiliario, donde las familias menos adineradas tienen puestas las suyas.

Por esas diferencias, el centro Pew concluyó que la desigualdad en las riquezas se incrementó durante esa fase de la recuperación económica.

El impacto de una educación menos desigual

Una de las conclusiones de un informe preparado para el Departamento de Educación de Estados Unidos, hace un año, fue contundente: "Ninguna otra nación desarrollada tiene desigualdades tan profundas o sistémicas; ninguna otra nación desarrollada ha generado, a pesar de algunos esfuerzos, tantas condiciones desfavorables para muchos de sus niños".

El argumento se refiere al sistema colegial en el país y el informe resalta las disparidades educativas que existen entre los distintos grupos sociales.

"Si el rendimiento de los estudiantes hispanos y afroestadounidenses creciera a niveles comparables al de los blancos y permaneciera así durante los siguientes 80 años, la evidencia histórica indica que el impacto sería asombroso, al añadir US$ 50 billones (en valores actuales) a la economía".

El documento resalta que el sistema educativo está "segregado" tanto en temas de ingresos y riqueza como de raza. Y explica que hay 10 millones de estudiantes en las comunidades más pobres que están afectados por un sistema que los vincula a los profesores y escuelas de menor rendimiento, así como a expectativas y oportunidades menores.

Las desigualdades en la educación son claves porque, como explica el Instituto Brookings en un estudio de junio de 2013, una mejor educación es una forma para transformar las circunstancias económicas.

Ese estudio explica que si bien los niños de familias ricas y pobres nacen con habilidades similares, los padres más adinerados invierten más en sus niños, lo que aumenta la brecha educativa colegial y las posibilidades de ir a la universidad.

En cuanto a esto último, Brookings resalta que "un grado universitario puede ser un boleto para salir de la pobreza": una persona de ingresos bajos sin un grado muy probablemente permanecerá en la parte baja de la escala social, mientras una persona de ingresos bajos con un grado puede "fácilmente" llegar a otro nivel, incluyendo el más alto.

No obstante, "las tasas de graduación de la universidad se han incrementado considerablemente para los estudiantes adinerados, pero se han estancado para los estudiantes de bajos ingresos".

47%: quienes creen que la desigualdad es muy grave

Para muchos estadounidenses, la brecha entre ricos y pobres no es un problema muy grave.

La desigualdad en Estados Unidos no se refiere solo a las cifras económicas, sino también a la percepción que hay sobre el problema.

Poco después de que Barack Obama pronunciara un discurso importante sobre su política económica, a finales del año pasado, el Centro Pew analizó el impacto que tiene la desigualdad para los estadounidenses.

"En la mayoría de países avanzados hay una correlación entre la preocupación pública sobre la brecha entre ricos y pobres y la realidad económica subyacente".

"Pero en Estados Unidos, en comparación con las otras naciones ricas encuestadas, la desconexión entre la preocupación pública y el tamaño de la brecha es grande".

Mientras en las economías en desarrollo la brecha es considerada un problema muy grande por el 74%, en Estados Unidos es el 47%.

Otra encuesta del Pew encontró que el 76% de los estadounidenses está de acuerdo con la frase "hoy es realmente cierto que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres".

En el país, la quinta parte más alta de la tabla de ingresos gana 16,7 veces más que la quinta más baja, según el Pew.

– La caída de la movilidad ascendente (Project Syndicate – 24/1/14)

(Por Richard N. Haass)

Nueva York.- La preocupación por la desigualdad económica está en el aire, casi en todas partes. El problema no es la desigualdad entre países, que en realidad ha disminuido durante las últimas décadas, en gran parte gracias a las mayores tasas de crecimiento y expectativas de vida en muchos países emergentes (especialmente en China e India). Por el contrario, el foco hoy día está en la desigualdad -a veces llamada disparidad del ingreso- al interior de los países.

Un motivo es que el problema de la desigualdad es real, y está empeorando en muchos lugares. En las últimas décadas, la riqueza y el ingreso se han concentrado más en la cima -el así llamado 1 %- mientras que los ingresos reales y niveles de vida de los pobres y la clase media se han estancado o han caído en muchos países desarrollados.

Esto era así antes de la erupción de la crisis financiera mundial en 2008, pero la crisis y sus repercusiones (incluidos los elevados y prolongados niveles de desempleo) han empeorado las cosas. A pesar de unas pocas excepciones notables en el norte de Europa y partes de Latinoamérica, el aumento de la desigualdad ha afectado tanto al mundo desarrollado como a los países en desarrollo.

Personas destacadas están llamando la atención sobre este problema como nunca antes. El Papa Francisco exhorta al mundo a "negarse a una economía de exclusión y desigualdad", porque "esa economía mata". El presidente estadounidense Barack Obama habla de una economía estadounidense que "se ha tornado profundamente desigual". El recientemente electo alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, puso el tema en el centro de su campaña, refiriéndose reiteradamente a una "historia de dos ciudades" y una "crisis de desigualdad".

El énfasis es comprensible, pero enmarcar el problema como uno de desigualdad presenta un peligro real. Lo que debe importar no es la desigualdad en sí -para parafrasear el Evangelio según Mateo, los ricos siempre estarán con nosotros- sino la existencia de una posibilidad genuina para los ciudadanos de tornarse ricos o, al menos, estar sustancialmente mejor. Es la falta de movilidad ascendente, no la desigualdad, lo que constituye el problema central.

Considerar a la desigualdad como el problema puede llevar a todo tipo de «remedios» contraproducentes que, en realidad, empeorarían la situación. La tentación más obvia es la de intentar reducir la desigualdad a través de impuestos a los ricos. El error en la política redistributiva es que enfatiza el desplazamiento de la riqueza en vez de su creación. Empobrecer a los ricos no enriquecerá a los pobres.

Por supuesto, este principio tiene sus excepciones. Por ejemplo, en casos de corrupción extrema y capitalismo amiguista, los recursos estatales son secuestrados por unos pocos. Muchos países productores de energía pertenecen a esta categoría, por lo que muchos observadores hablan de las dotaciones energéticas y minerales como una «maldición» más que un beneficio.

Pero, afortunadamente, esos casos son excepciones. Por lo general, una política inteligente consiste en mejorar la situación de los pobres y la clase media en vez de empeorar la de los ricos. Reducir (o, mejor aún, eliminar) la discriminación por raza, religión, género y orientación sexual es una forma de lograrlo, así como garantizar los derechos sobre la propiedad, en parte para que la gente pueda obtener créditos para iniciar sus emprendimientos ofreciendo sus hogares como garantía.

La educación también es fundamental. Pero esto no implica la necesidad de gastar mucho más en educación; aquí (y en todas partes) la forma en que se usa el dinero es más importante que cuanto se gasta. La variable más crítica que afecta el desempeño de los estudiantes es la calidad de la enseñanza. Los recursos necesarios para la capacitación adicional de los docentes y para pagar más a las personas talentosas -para qué se dediquen a la enseñanza y continúen en ello- pueden ser compensados con la voluntad para eliminar a los docentes que no están a la altura de las circunstancias. Incluso si algunos costos aumentaran, valdría la pena si el resultado fueran ciudadanos mejor educados y más productivos.

Reformar los planes de estudio es igualmente importante. Las escuelas secundarias y los institutos terciarios conocidos en Estados Unidos como community colleges -instituciones postsecundarias que habitualmente ofrecen títulos después de dos años de estudios- deben ofrecer cursos orientados a empleos que ya existen o que pronto estarán disponibles. Debe fomentarse la estrecha cooperación entre los empleadores y los establecimientos educativos, como ocurre a menudo en países como Alemania. Y la educación debe estar al alcance de la gente durante toda su vida, en forma accesible y eficiente, no solo al principio de sus carreras.

También es importante mostrar cautela frente a algunas ideas que a menudo se presentan como soluciones, como la exigencia de grandes aumentos en el salario mínimo para los trabajadores por hora. El problema es que eso desalienta la contratación por parte de las empresas. Sería mejor mantener los aumentos salariales en niveles modestos para que la gente pueda encontrar empleo, y buscar otras formas de subsidiar la educación y la salud para quienes lo necesitan.

La desigualdad es real. Pero solo puede ser enfrentada eficazmente con políticas y programas que fomentan el crecimiento y crean oportunidades significativas para aprovecharlo. Hay mucho en juego, ya que el crecimiento económico y la cohesión social dependen de que logremos una solución satisfactoria. Pero para ello hay que entender que la desigualdad no es tanto la causa como la consecuencia de nuestros pesares.

(Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush"s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His most recent book is…)

La primera generación de clase media que vivirá mucho peor que sus padres (El Confidencial – 3/2/14)

(Por Héctor Barnés)

"Esta es la primera generación que vivirá peor que la de sus padres". Todos hemos oído esta afirmación con relativa frecuencia durante el último lustro, desde que la crisis económica comenzó a golpear las expectativas de las generaciones más jóvenes, que ahora mismo se enfrentan a tasas de paro que superan el 50%. Sin embargo, apenas existen estudios que demuestren una tesis que necesita atender a variables muy diferentes para ser demostrada.

Por primera vez, una investigación británica ha sido capaz de responder en una encuesta a dicha cuestión y afirmar que los nacidos durante los años sesenta y los setenta tienen unas expectativas de futuro mucho peores que las de sus padres, especialmente en lo que concierne a la jubilación. El estudio, realizado por el Instituto de Estudios Fiscales (IFS) inglés, recuerda que la tendencia instaurada tras la Segunda Guerra Mundial por la cual cada generación esperaba vivir mejor que la precedente puede haberse revertido.

Un cambio ¿permanente?

El estudio señala que la generación analizada, la de los nacidos en los sesenta y los setenta -es decir, lo que en Estados Unidos equivaldría a los baby boomers-, que ahora tienen entre 43 y 53 años, necesitarán apoyarse en la herencia familiar si quieren disfrutar de una jubilación más relajada que la de sus padres. El cambio se ha producido durante la última década, ya que aquellos un poco más mayores no se han visto perjudicados en el mismo grado que estas generaciones.

Tres factores principales explican el cambio de tendencia: la reforma de las pensiones, el estancamiento de los sueldos y la subida de precio de los hogares. El estudio asegura que la generación analizada tiene menos casas en propiedad que sus predecesoras. Además, sugiere que si bien no goza de datos sobre las generaciones más jóvenes, las de los ochenta y los noventa, es poco probable que la situación cambie de manera significativa para ellos.

Andrew Hood, uno de los investigadores que han participado en el estudio, señala que "desde la Segunda Guerra Mundial, sucesivas generaciones han disfrutado de mayores ingresos y estándares de vida más altos que los de sus padres". Algo que parece haber terminado para siempre, ya que "las generaciones más jóvenes probablemente tendrán que recurrir al dinero heredado para vivir mejor que sus padres en el retiro".

La quinta que no pudo ahorrar

La encuesta pone de manifiesto una peculiaridad de la nueva generación que la distingue de sus mayores. Los nacidos entre 1960 y 1980 gozaron de más ingresos durante su juventud, pero gastaron todo el dinero adicional que recibieron a lo largo de toda su carrera profesional. A los 30 años, indica el estudio, los ingresos medios de alguien nacido durante los años setenta era un 20% superior a los de alguien nacido durante los 60, un 52% superior a alguien nacido durante los 50 y un 77% superior a los de alguien nacido durante los 40.

¿Qué pasó entonces? El grupo de investigación cree que aún hay que investigar más para conocer este desfase generacional a la hora de ahorrar, aunque el cambio en las costumbres y en la mentalidad de consumo que se produjo en los años ochenta puede tener mucho que ver. Como explica Hood, esta quinta no ahorró apenas nada del dinero que ganaron cuando eran "jóvenes adultos", quizá por confiar en recibir una herencia más cuantiosa que la que generaciones previas disfrutaron.

"Sólo un 28% de las personas nacidas durante los años cuarenta podían esperar recibir herencia, pero la cifra se eleva al 70% entre las personas nacidas en los años setenta", explica el autor. Curiosamente, aquellas personas que esperan recibir una herencia suelen juntarse en una relación con otras personas que también creen que recibirán una significativa cantidad de dinero. "El destino económico de las generaciones nacidas en los sesenta y los setenta depende de manera relativa de la fortuna de sus padres".

La encuesta señala que las familias que procedían en un pasado de entornos más privilegiados notarán en un menor grado el efecto de este cambio de tendencia. "Las herencias esperadas se distribuyen de manera desigual y son más altas para aquellos que ya son ricos", explica Hood. "El resultado sugiere que la rápida mejora en los resultados económicos de las nuevas generaciones que hemos visto en las últimas décadas puede haberse detenido".

Un debate internacional

Dicha investigación sale a la luz en un momento en el que Reino Unido debate sobre algunos de los aspectos sensibles que toca, especialmente en lo que respecta a la continua escalada del coste de la vida en el país británico. Ed Miliband, líder del Partido Laborista inglés, se ha mostrado particularmente crítico con el empobrecimiento de las clases bajas y medias británicas.

Una encuesta realizada en España a comienzos de este mismo año por el II Barómetro de la Familia puso de manifiesto que el 64% de los jóvenes considera que va a vivir peor que sus padres. Una opinión refrendada, en el sentido inverso, por estos últimos, que comparten en un 64,2% la opinión de sus descendientes. Sin embargo, se trata de apreciaciones subjetivas.

Según la Encuesta de Condiciones de Vida realizada en 2012, de los adultos que llegaban a fin de mes con dificultad cuando eran adolescentes, el 13,5% se encuentra actualmente en riesgo de pobreza. Además, los datos de paro juvenil, que más del 20% de los españoles vivan por debajo del nivel de la pobreza o la desaparición de los ahorros familiares de generaciones  pueden ser pistas de aquello que depara a los más jóvenes españoles en un futuro.

Pero no sólo a ellos. Libros como Baby Bust: New Choices for Men and Women and Work in Family (Wharton Digital Press) de Stewart Friedman ya anticipan un futuro en el que la incertidumbre vital y económica a la que han de enfrentarse los millenials de todo el primer mundo hará descender las tasas de natalidad.  

– Recortar el gasto sin perjudicar a los pobres (Project Syndicate – 30/1/14)

(Por Jean Pisani-Ferry)

París.- ¿Por qué algunos gobiernos gastan más que otros? La pregunta es más compleja de lo que parece, sobre todo en el caso de los gobiernos europeos.

La respuesta puede parecer obvia al comparar, por ejemplo, Dinamarca (donde el gasto público, excluyendo los pagos de intereses de la deuda, alcanzó el 58% del PIB en 2012) y Estados Unidos (donde la misma cifra fue de un 35%).No hay duda de que la explicación está en la amplitud de los servicios públicos y el alcance del estado de bienestar. Los datos parecen reivindicar la famosa frase de la canciller alemana, Ángela Merkel, de que el problema de Europa es que tiene el 7% de la población, produce el 25% del PIB y debe financiar el 50% del gasto social del planeta.

Desde esta perspectiva, los gobiernos europeos se enfrentan a una elección incómoda. La mayoría está buscando maneras de limitar el endeudamiento público, recortar los déficits y reducir el gasto sin perjudicar a sus ciudadanos más pobres. Pero, a juzgar por la experiencia de EEUU y otros países no europeos, es posible que se vean ante la disyuntiva de elegir entre la insolvencia y la desigualdad. Tras haber alcanzado el punto en que apenas pueden seguir aumentando los impuestos, les resulta imposible pagar sus deudas manteniendo en simultáneo el gasto social en los niveles actuales.

La respuesta es menos evidente cuando se comparan los países europeos entre sí. En su mayoría prefieren socializar el riesgo y evitar la desigualdad (ambos rasgos son los pilares del "modelo social europeo"). Y, no obstante, sus niveles de gasto público difieren de modo importante.

El país que más gasta es Dinamarca, con el 58% del PIB… ¡13 puntos porcentuales más que España! Quizás sea todavía más sorprendente el hecho de que los organismos públicos franceses gastan 12 puntos porcentuales del PIB más que los de Alemania, sin que haya diferencias significativas en los resultados de sanidad, educación o reducción de la pobreza. Esto indica que algunos países son más eficientes que otros en cuanto a proporcionar bienestar social.

Más aún, algunos han logrado reducir su gasto público de manera significativa sin cambiar el conjunto de su modelo social. El gasto público sueco es nueve puntos porcentuales inferior al registrado en 1995. Desde entonces ha habido recortes al gasto en bienestar social, y aun así el país sigue en los primeros lugares de la mayoría de los indicadores de desarrollo y se lo continúa viendo como un modelo de democracia social.

Esto no quiere decir que todos los países europeos proporcionen la misma red de seguridad social. Las prestaciones por desempleo o las pensiones públicas no son idénticas en Irlanda y Finlandia, por ejemplo. Pero no hay una estricta correspondencia entre los niveles de gasto público y los resultados sociales.

Una de las explicaciones es la relación entre costes y eficacia de los programas públicos. Algunos sistemas de atención de salud están sencillamente mejor gestionados que otros: por ejemplo, un equipo costoso se utiliza con mayor frecuencia, se da a los pacientes medicamentos genéricos en lugar de otros de marcas de laboratorios más establecidos o se hace prevención de manera oportuna para evitar tener que recurrir a tratamientos costosos. Lograr una atención sanitaria más eficiente no presupone una mayor desigualdad: por el contrario, puede reducirla.

Una segunda razón de las importantes diferencias en los niveles de gasto de los países europeos es que el gasto público y privado pueden ser altamente sustituibles. Las contribuciones a un sistema público de pensiones por retenciones son muy similares a las que se hacen a un sistema de seguro privado obligatorio. Por ejemplo, una de las razones de que Francia gaste mucho en pensiones públicas es que en el país prácticamente no existen planes de pensiones privadas. Si los empleados tuvieran que suscribirse a un fondo empresarial o sectorial, el gasto público se reduciría mecánicamente sin que se produjeran muchos cambios.

Es cierto que, en general, los regímenes públicos de pensiones implican un cierto grado de redistribución. Pero en su mayoría retienen dinero de los empleados cuando están activos para redistribuírselos cuando jubilen. La pregunta difícil es si ven estas contribuciones como sus propios ahorros o simplemente como impuestos, en cuyo caso pueden desalentar el empleo o incentivar el trabajo en negro. En cualquier caso, si se desea, la sustitución de los planes de pensiones públicos por privados puede ayudar a reducir el gasto público sin afectar demasiado la distribución.

Una tercera razón de las diferencias en los niveles de gasto público europeo es que a menudo los gobiernos apuntan, sin lograrlo, a paliar las consecuencias de las ineficiencias del mercado.

Por ejemplo, en el ámbito de la vivienda los programas públicos son necesarios para dar un acceso asequible a los pobres y los jóvenes y contribuir al fomento del ahorro de energía. Sin embargo, a menudo hacen mucho más: dan una ayuda innecesaria a los hogares de clase media (o, peor aún, subsidian indirectamente a los propietarios al ayudar a los inquilinos a pagar el alquiler). Lo mismo se puede decir de las políticas para las empresas o el mercado laboral.

En estos casos, el gasto público no sirve a sus objetivos declarados, sino que financia la seguridad social de la clase media o incluso de los propietarios de capital. Puede ser difícil recortarlo en el corto plazo, pero se puede lograr sin consecuencias sociales adversas en el mediano.

En último término, resulta difícil distinguir entre las diversas causas de que en algunos países haya un mayor gasto público que en otros. Está claro que ciertos modelos sociales son más generosos y eficientes. Pero aunque algunos gobiernos no tienen otra opción que recortar programas de reducción de la desigualdad y a otros les puede resultar más conveniente en términos políticos cambiar la distribución del ingreso que implementar medidas en pro de la eficiencia, es mucho lo que se puede hacer para mejorar la relación entre coste y eficacia del gasto público antes de dar marcha atrás en el contrato social. Los gobiernos europeos todavía pueden encontrar modos de reducirlo sin afectar adversamente su modelo social.

(Jean Pisani-Ferry teaches at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General for Policy Planning in Paris. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)

– La pobreza oculta del "milagro alemán" (BBCMundo – 5/2/14)

(Por Marcelo Justo)

En una eurozona estancada, la locomotora alemana parece haber encontrado la fórmula para repetir el milagro de la posguerra: baja tasa de desempleo, crecimiento económico y aumento de las exportaciones.

Pero este brilloso escaparate esconde una realidad social impensable para la cuarta economía mundial y segundo exportador del planeta.

Unos 7,4 millones de trabajadores sobreviven con miniempleos que ofrecen un máximo de 15 horas semanales y remuneraciones que no pasan de los 450 euros mensuales (US$ 607).

Este mercado laboral flexibilizado explica una aparente paradoja reflejada en el Informe Social de 2013 publicado por la Oficina Federal de Estadística alemana.

Según el informe, el nivel de empleo alcanzó en 2012 un récord histórico de 41,5 millones de personas, pero el número total de horas trabajadas estaba por debajo del alcanzado en 1991.

"Cada vez hay más gente que trabaja a medio tiempo sea voluntariamente o porque no le ofrecen otra cosa", señalaba el informe.

La pobreza de un país rico

Esta precariedad laboral se ha visto acompañada por un aumento del "riesgo de pobreza".

Según el indicador oficial "se considera precaria la situación de una unidad familiar cuando sus ingresos no superan el 60% de los ingresos medios de todo el país".

En moneda constante y sonante se trata de todo el que se encuentre por debajo de 848 euros por mes (equivalente a US$ 1.158).

En términos estrictamente numéricos es evidente que un pobre en Alemania no es tan pobre como en América Latina.

Pero si se toma en cuenta el costo de la vida en Alemania, la dureza del invierno europeo y el salario mensual de los miniempleos (450 euros) la película cambia.

A pesar de que el empleo ha crecido en los últimos diez años, hoy más de un 16% de la población se encuentra en "riesgo de pobreza" en comparación con el 15,2% de 2007.

El incremento puede parecer mínimo, pero refleja una nueva premisa social: no basta tener empleo para escapar de la pobreza.

Según el investigador alemán Sebastian Dullien, autor de "Capitalismo decente", los cambios de la última década están creando un nuevo modelo.

"La doble reforma del sistema de seguridad social y el mercado laboral ha aumentado enormemente la pobreza y la desigualdad. Nos estamos convirtiendo en un país de bajos salario"", indicó Dullien a BBC Mundo.

Mundo global, trabajo flexibilizado

El punto de partida fue la Agenda 2010, una reforma impulsada por el canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder en 2002 para combatir los retos de la globalización.

Ese año el crecimiento germano fue 0% y había una alta tasa de desempleo considerada "crónica". Muchos economistas llamaban a Alemania el "enfermo de Europa", impotente para hacer frente a la competencia de China y los países asiáticos.

Según el jefe de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Hans Kundnani, la Agenda 2010 favoreció a los empresarios en detrimento de los trabajadores.

"Para competir globalmente los empresarios estaban trasladando su producción a países con costos laborales más bajos. Esto forzó a los sindicatos a aceptar una moderación salarial. De manera que los que no trabajaban vieron una caída de su nivel de vida por la reforma de la seguridad social y los que sí tenían trabajo no sintieron que se beneficiaban de este llamado "segundo milagro" alemán. A esto se sumó el empleo flexibilizado que contribuyó a bajar más el costo laboral germano", indicó a BBC Mundo Kundnani.

El sistema de negociación tripartito sindicatos-empresas-gobierno, instaurado después de la Segunda Guerra Mundial, allanó el camino para que se hiciera este ajuste, pero si se considera que el aumento del PIB entre 2002-2012 fue del 1,2%, el desempeño económico está lejos de ser un "milagro".

"Tuvimos un par de años bastante buenos, pero el crecimiento no ha sido tan fuerte. El estancamiento salarial produjo una caída del nivel de vida y de nuestro consumo doméstico", indicó Dullien a BBC Mundo.

El largo plazo

A los índices de pobreza, hay que añadir una crisis que está golpeando muy fuerte a los jubilados.

El cálculo oficial es que un 30% recibe una pensión de 688 euros por mes (US$ 928).

La intervención de la seguridad social ayuda a complementar este ingreso, pero la actual flexibilización del mercado laboral pasará a la sociedad una cuenta sombría.

Según un reciente informe del Ministerio de Trabajo las cotizaciones de las personas con miniempleos a los fondos de pensiones públicas les darán un derecho de unos 3,11 euros al mes (US$ 4,19) por año trabajado.

Con la edad jubilatoria a los 67 años, se puede calcular que alguien que haya tenido miniempleos en hotelería o restaurantes, tendrá una pensión mensual de unos 140 euros (US$ 189) al jubilarse.

Según Sebastian Dullien es una situación que no solo afecta a los miniempleos.

"Hay trabajos de tiempo completo que pagan unos 5 euros la hora (US$ 6,75). La pensión de este tipo de salarios también se situará por debajo de la línea de la pobreza", indicó a BBC Mundo.

Un modelo en aprietos

A pesar de estos datos Alemania ha sido calificada como un "milagro" debido a que atravesó dos crisis internacionales -el estallido financiero de 2008 y la de la deuda soberana de 2010- con un nivel de crecimiento que, sin ser excepcional, fue notable si se lo compara con el resto de la eurozona.

Pero este milagro está comenzando a disiparse. En 2010 y 2011 la economía creció un 4,2% y 3% respectivamente en parte recuperando el terreno perdido durante la recesión económica mundial de 2009 (contracción del 5,1%).

Desde entonces la historia ha cambiado. En 2012 el crecimiento fue del 0,7%. En 2013 un 0,5%. Son porcentajes comparables con los años de crisis de principios de siglo.

Aun así, la canciller Angela Merkel fue reelecta en septiembre, aunque se vio obligada a formar una coalición con los social demócratas para gobernar.

El precio que los social demócratas pusieron al pacto fue un mejoramiento de las condiciones sociales, entre ellas, un salario mínimo, un aumento de las pensiones e inversión en infraestructura.

Este nuevo pacto no significa el fin de la flexibilización. Según Hans Kundnani, la globalización seguirá imponiendo condiciones.

"Este es un dilema para todas las economías desarrolladas. El problema es que Alemania intentó competir con las economías emergentes en base a los precios y no en base a la innovación y la inversión. Las nuevas medidas impulsadas por los social demócratas es posible que aumenten el consumo. El argumento de la derecha es que con este salario mínimo habrá pérdidas de trabajo", indicó a BBC Mundo Kundnani.

– "Los nuevos ricos se han metido en su castillo y han levantado barricadas" (El Confidencial – 5/2/14)

(Por Esteban Hernández)

Sonríe feliz cuando encuentra un cenicero en la sala que la Fundación Rafael del Pino ha habilitado para las entrevistas de prensa. Fumador empedernido, tiene su pipa (apagada) a mano durante la conversación, en la que muestra una vitalidad inesperada para sus casi noventa años. Zygmunt Bauman, nacido en Polonia en 1925, reside en el Reino Unido desde 1971, donde fue profesor en la Universidad de Leeds, pero fue a partir de los 90 cuando su obra se popularizó, convirtiéndose en el sociólogo de referencia, gracias a aportaciones conceptuales como sociedad líquida. Autor prolífico de éxito tardío, asegura escribir lo mismo que antes, sólo que ahora se lo publican. España le concedió en 2010 el premio Príncipe de Asturias de Humanidades, exaequo con Alain Touraine.

En su último libro publicado en España, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (Paidós), Bauman refuta esas tesis populares según las cuales vivimos en un mundo mejor porque hay más riqueza global. "Podemos valorar cómo está el mundo haciendo una media, pero el ser humano medio no existe, es una ficción estadística. Una investigación muy iluminadora, realizada por Richard Wilkinson y Kate Pickett (editada por Turner en España con el título Desigualdad), muestra cómo la calidad de vida de una sociedad no se mide a través del ingreso medio, sino mediante el grado de desigualdad en los ingresos. El alcoholismo, la violencia, la criminalidad y demás patologías sociales aumentan cuando lo hacen las desigualdades aunque la riqueza global se incremente".

No nos encontramos en un buen momento, asegura el sociólogo, porque estamos de repliegue, regresando a cotas de desequilibrio que creíamos haber abandonado para siempre. Bauman señala que en los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las políticas estatales intentaron que aumentase la riqueza total, pero también que su distribución alcanzase al mayor número de gente posible, de modo que cada vez más personas pudieran incorporarse a una situación de bienestar. Sin embargo, a partir de los 70, esa tendencia cambió de sentido, acelerándose ahora de modo preocupante. Bauman recurre a palabras del Papa Francisco para señalar cómo esas diferencias en los ingresos se han hecho demasiado evidentes: "las ganancias de una minoría están creciendo exponencialmente, lo que provoca que también crezca la brecha que separa a la gran mayoría de la prosperidad que disfrutan esos pocos felices".

"Nadie se siente seguro hoy. Nadie confía en el porvenir"

Las consecuencias sociales de esa separación son notables. En primera instancia, porque construyen una perspectiva vital radicalmente distinta. Según el autor de La posmodernidad y sus descontentos, en las sociedades de mediados de siglo XX existía una clase media que miraba confiada hacia el futuro, en el cual se veía viviendo mejor, y un menguante proletariado integrado por personas que vivían muy cerca o por debajo de la línea de pobreza. Pero hoy "esa distinción se está borrando. La clase media y los proletarios forman parte ya de una clase conjunta, el precariado, gente que no está segura de su futuro. Las leyes del mercado implican que tu compañía pueda ser devorada por otra y tú te vayas a la calle, perdiendo de pronto todo lo ganado en una vida. Nadie se siente seguro hoy. Nadie confía en el porvenir". 

Un ejemplo significativo de esa pérdida de horizonte vital aparece en las nuevas generaciones "que son las primeras desde 1950 que no inician su trayectoria a partir de lo logrado por sus padres, sino que están preocupadas tratando de alcanzar y recrear las condiciones bajo las que han vivido. No miran al futuro, están replegadas y a la defensiva, y ese es un cambio muy poderoso".

En segundo lugar, porque una brecha de tal magnitud provoca que la sociedad pierda toda cohesión. El autor de Trabajo, consumismo y nuevos pobres señala que los buenos indicadores macroeconómicos eran celebrados "porque antes pensábamos que la riqueza que se generaba arriba iría filtrándose hacia abajo y acabaría beneficiando al conjunto. Pero los nuevos millonarios han construido una barricada respecto del resto de la población. Se han encerrado en el castillo y han levantado los puentes levadizos".  

Esa actitud implica también la ruptura del pacto no escrito según el cual los privilegios conllevaban también obligaciones. Ese deber moral que los más favorecidos tenían respecto de las personas que convivían con ellos se concretó en una serie de acciones políticas y empresariales que Bauman ejemplifica en el instante en que Henry Ford, a principios del siglo XX, "dobló el salario a sus trabajadores argumentando con humor que quería tener empleados que pudieran comprar los coches que fabricaba. Al hacer eso, consiguió que fueran fieles a su empresa, pero al mismo tiempo estableció una relación de dependencia mutua. Ahora esa relación ha sido cancelada de forma unilateral".

Un "doble vínculo" fatal

Ese sentido de la responsabilidad se pierde porque las nuevas élites se han desvinculado de los territorios en los que residen. "Carecen de sentimiento de pertenencia, por lo que no tienen ningún lazo con la que gente que les rodea. Les basta con un portátil para trasladar toda su fortuna a otro país más complaciente…". La separación de este deber moral hace las sociedades mucho más inhóspitas, ya que los lazos sociales se rompen inevitablemente cuando el objetivo pasa a ser la mera supervivencia. "Hemos entrado en un mundo sin piedad en el que tienes que demostrar a tu jefe que eres irremplazable, y donde tu principal objetivo es que no te echen cuando llegue la siguiente ronda de recortes". En ese contexto, también las posibilidades de resistencia se debilitan, "porque cuando rebelarte sólo conlleva que te despidan y hacer huelga sólo provoca que los dueños cierren la empresa y se la lleven a un país en el que los sueldos son muy bajos, es más que probable que nadie se movilice".

Esta situación de manos atadas que vivimos en lo laboral es una característica que define plenamente a nuestras sociedades, en las que el gran problema ha pasado de ser "qué podemos hacer" a "quién va a hacerlo". Según Bauman, nos metemos con los políticos diciendo que son corruptos, que no tienen corazón o que sólo se preocupan de su propia agenda, pero aunque fueran honestos y sabios seguirían teniendo que enfrentarse a lo que Gregory Bateson llamó doble vínculo, un mandato en el que deben realizarse dos órdenes contradictorias al mismo tiempo. Por una parte, "los políticos saben que tienen que someterse a la reelección, y por tanto deben escuchar a la gente y prometerles aquello que les piden, pero por otro tienen que lidiar con ese estrato que Manuel Castells llamó espacio de los flujos, donde habitan desde el capital financiero hasta las mafias, y que resiste muy fácilmente a los poderes locales. Si no hacen lo que quieren, se marchan a otro sitio más hospitalario. Si los políticos siguen el deseo de sus votantes, serán reelegidos, pero no podrán llevar a cabo lo que prometieron; si se someten a lo que se les pide desde este poder transnacional, serán alabados, pero no reelegidos. Tienen que reconciliar lo irreconciliable".

Según Bauman, hace treinta años, los gobiernos nacionales tenían en sus manos los resortes necesarios para activar las políticas que decidían. Hoy sin embargo, "vivimos un divorcio entre el poder y la política. Ésta se mantiene local, igual que en siglo XX, mientras que el poder real, el que se reside en los flujos, es extraterritorial. Los estados fueron creados para que las naciones controlaran sus propios destinos, pero ahora no están preparados para manejar la nueva situación". 

– Desmontando a Bernanke (El Confidencial – 11/2/14)

(Por J. M. López Zafra)

Our hero, Ben Bernanke – Z. Karabell, The Atlantic

Ben Bernanke accedió al cargo de presidente de la Reserva Federal de los EEUU el 1 de febrero de 2006. Hasta el 3 de febrero de 2014, fecha en la que fue sustituido por Janet Yellen, ha sido el principal brazo ejecutor de la política monetaria del presidente Obama, su principal valedor y apoyo. Su tarea inicial (sustituir al mitificado Alan Greenspan) parecía cómoda, pues nadie veía asomar por la puerta la mayor crisis financiera desde el crack del 29. Bueno, lo de nadie es otro de los mitos que los economistas habituales tratan de colocar, con bastante éxito por cierto, dejando de lado a todos los economistas de una escuela de pensamiento, la austriaca, que venían advirtiendo de ello desde tiempo atrás (valga como ejemplo el prefacio a la tercera edición española de Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos del profesor Huerta de Soto, fechado el 28 de agosto de 2005). No es este el tema que nos ha traído aquí, sin embargo.

Muchos economistas, la mayor parte seguidores de la escuela keynesiana y valedores de las políticas de demanda, han apoyado sin dudar la política de expansión monetaria (Quantitative Easing, QE) del republicano Bernanke. "Ha dejado de lado los prejuicios ideológicos", escuchamos como gran elogio (es curioso cómo, cuando Hollande enunciaba en enero la Ley de Say señalando que la oferta crea su propia demanda, esos mismos le acusaban de abandonarse en los brazos del neoliberalismo…)

¿Tanto ha hecho Bernanke por la economía norteamericana, y por ende la mundial, como para ser tratado como héroe, como para que los keynesianos se tornen monetaristas por un rato al menos? Tres son los hitos fundamentales en los que se apoyan unos y otros. Tres son los mitos que trataré de desmontar.

Mito nº 1. Las QE han creado (ponga aquí su cifra) millones de puestos de trabajo.

Este es quizá el mito más extendido y el que más daño está haciendo, pues introduce una sensación de ansiedad en los parados y en el resto de la población que no se conjuga con la realidad, que desgraciadamente es otra.

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Fuente: Elaboración propia a partir del Bureau of Labor Statistics.

Desde la 1ª QE, en noviembre de 2008, se han creado 1 millón de empleos; en el mismo período, más de 11 millones de norteamericanos han abandonado el mercado laboral; ya no computan como buscadores de empleo. Son los not in labor force (NILF).

NO existe una sola fuente habitual entre los economistas que refrende la creación de más de un millón de empleos. Decir lo contrario es faltar a la verdad.

Mito nº 2. Las QE no han creado inflación.

Muy extendido también, y asimismo falso. La base del mito radica en la confusión (habitual) de la inflación (alza generalizada de los precios) con su medida (el IPC). Que un economista actúe así es como un físico confundir la temperatura con el termómetro. Pero mientras que un termómetro mide correctamente, de forma objetiva, el IPC es constantemente "adaptado" por las autoridades políticas "para reflejar la realidad". La que en cada momento conviene reflejar.

El posterior gráfico muestra la evolución del índice SP500 reflejando en distintos colores las distintas QEs y la Operación Twist (una medida por la que se cambiaron los títulos de deuda inferior a tres años por activos a 6 y 30 años). No cabe duda de que el mercado bursátil norteamericano ha sido el primer beneficiado por la política de Bernanke.

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Las distintas QEs y análogas y evolución del índice SP500. Fuente: sierrachart.com

Pero para quien insista en que los activos financieros no forman parte de la inflación, que no están sujetos a ella (por cierto, ¿no fue la inflación de los activos inmobiliarios, la burbuja de las subprime, la que según los mismos nos trajo hasta aquí? ¿Esa sí es inflación y la de la bolsa no?), vean la evolución del IPC calculado con la metodología de 1980 y la actual; la inflación actual estaría en casi el 10%. Vaya.

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Evolución del IPC calculado con la metodología 1980 (azul) y la actual (rojo).

Mito nº 3. El principal beneficiado de las QE ha sido el trabajador norteamericano.

Este es un mito que se apoya en la pretendida benevolencia social de la política monetaria. Confunde doblemente, pues la política monetaria de los bancos centrales se concentra básicamente en el control de la inflación (precisamente para proteger al pueblo de los abusos de los políticos gobernantes), aunque en el caso de la Fed se le añade un objetivo de empleo (que hemos visto ha fracasado estrepitosamente, pero que ciertamente existe).

De acuerdo con este mito, el poder adquisitivo de los norteamericanos ha mejorado gracias a las políticas de Bernanke. Recodemos que, para la mayor parte del pensamiento económico, sin consumo no hay economía, que el ahorro es secundario y que por tanto el poder adquisitivo (para destinarlo a ese consumo) es básico.

Bueno, pues tampoco este mito se compadece con la realidad. La renta mediana de los norteamericanos se ha recuperado ligeramente desde su mínimo a finales de 2011, pero sigue muy alejada de sus valores precrisis. Para ello, es necesario distinguir, como siempre hacemos los economistas, de la variación nominal de la real. 

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Salario mediano real y nominal desde 2000 en los EEUU. Fuente: SentierResearch.com

Como muestra el anterior gráfico, en cuanto pasamos la alegre recuperación del salario mediano por el tamiz del ajuste por la inflación la consabida recuperación salarial queda en nada; peor aún, es negativa.

Sin embargo, sí ha ocurrido un efecto colateral perfectamente compatible con la extraordinaria subida de los índices bursátiles que las QE han provocado, y que hemos señalado previamente: las ganancias del 10% y del 1% más rico de los norteamericanos se encuentran a niveles históricamente altos.

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El 10% más rico de los norteamericanos controla hoy el 50% de la renta total de los norteamericanos. Fuente: The New York Times citando a Saez y Piketty

Así pues, la conclusión es sencilla:

Las QE

  • NO han generado empleo

  • NO han contenido la inflación, sino que la han exacerbado vía activos financieros e inmobiliarios

  • NO han ayudado al trabajador, que ha visto disminuir su renta.

Todos los procesos de aumento de la masa monetaria, desde los assignats revolucionarios hasta las QE de Bernanke, no han hecho sino empobrecer a quienes pretendía ayudar y enriquecer a quienes pretendía castigar. Quizá es tiempo de dedicarle algo más de tiempo a la historia, y algo menos a la demagogia.

– Estancamiento diseñado deliberadamente (Project Syndicate – 5/2/14)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- Poco después de que estallara la crisis financiera mundial en el año 2008, advertí sobre que a menos que se adopten políticas adecuadas, se podía asentar un malestar al estilo japonés -es decir, un crecimiento lento e ingresos casi estancados durante muchos años. Si bien los líderes a ambos lados del Atlántico afirmaron que habían aprendido las lecciones de Japón, rápidamente procedieron a repetir algunos de los mismos errores. Ahora, incluso un ex funcionario clave de Estados Unidos, el economista Larry Summers, realiza advertencias sobre el estancamiento secular.

El punto básico que planteé hace media década fue que, en un sentido fundamental, la economía de EEUU se encontraba enferma, incluso antes de la crisis: fue sólo una burbuja de precios de los activos, creada a través de regulaciones laxas y tasas de interés bajas, la que hizo que la economía aparentara estar robusta. Debajo de la superficie, numerosos problemas supuraban: una creciente desigualdad; una insatisfecha necesidad de reforma estructural (la necesidad de un desplazamiento desde una economía que se basa en la manufactura a una que se base en los servicios y que se adapte a las cambiantes ventajas comparativas a nivel mundial); persistentes desequilibrios a nivel mundial; y, un sistema financiero que está más en sintonía con la especulación que con la realización de inversiones que crearían puestos de trabajo, aumentarían la productividad, y redistribuirían los superávits con el objetivo de maximizar la rentabilidad social.

La respuesta a la crisis de los formuladores de políticas no abordó estos problemas; peor aún, agravó algunos de ellos y creó otros nuevos – y no sólo en EEUU. El resultado ha sido un aumento del endeudamiento en muchos países, debido a que el colapso del PIB socavó los ingresos de los gobiernos. Además, la falta de inversión, tanto en el sector público como en el privado, ha creado una generación de jóvenes que han vivido durante años en un estado de inactividad y que se tornan cada vez más hostiles, en una etapa de sus vidas en la que ellos deberían estar perfeccionando sus destrezas y aumentando su productividad.

A ambos lados del Atlántico, es probable que este año el PIB crezca mucho más rápido en comparación con el crecimiento del año 2013. No obstante, antes de que los líderes que adoptaron las políticas de austeridad descorchen botellas de champán y brinden felicitándose a sí mismos, ellos deberían examinar la posición en la que nos encontramos y deberían considerar el daño casi irreparable causado por dichas políticas.

Cada desaceleración en algún momento llega a su fin. La característica que distingue a una buena política es que ella logre que la desaceleración sea más corta y menos profunda de lo que hubiese sido si dicha política no se hubiese implementado. La característica que distingue a las políticas de austeridad que muchos gobiernos adoptaron es que ellas hicieron que la desaceleración sea mucho más profunda y más larga de lo necesario, causando además consecuencias de larga duración.

El PIB real per cápita (ajustado por la inflación) es más bajo en la mayoría de los países del Atlántico del Norte en comparación a su nivel en el año 2007; en Grecia, el tamaño de la economía se ha reducido en aproximadamente un 23%. Alemania, el país europeo con mejor desempeño, ha registrado un mísero crecimiento anual promedio del 0,7 % durante los últimos seis años. La economía de EEUU continúa teniendo un tamaño 15% menor al que hubiese tenido si su crecimiento hubiese continuado, aún en caso de que dicho crecimiento se hubiese mantenido en la trayectoria moderada que registraba antes de la crisis.

Pero incluso estas cifras no relatan la historia completa sobre cuán mal están las cosas, debido a que el PIB no es una buena medida del éxito. Mucho más relevante es lo que está sucediendo con los ingresos de los hogares. La mediana del ingreso real en EEUU se encuentra por debajo del nivel en el que se encontraba en el año 1989, es decir hace un cuarto de siglo atrás; la mediana del ingreso para los trabajadores varones que trabajan a tiempo completo en la actualidad es más baja en comparación a la de se registró hace más de 40 años atrás.

Algunos analistas, como por ejemplo el economista Robert Gordon, han sugerido que deberíamos adaptarnos a una nueva realidad en la que el crecimiento a largo plazo de la productividad estará muy por debajo del nivel en el que se ubicó durante el último siglo. Dado el pobrísimo historial que tienen los economistas -mismo que se refleja en lo ocurrido durante el período previo a la crisis- en cuanto a la exactitud de sus predicciones, aún en el caso de predicciones para períodos de tres años, nadie debería tener mucha confianza en una bola de cristal que realiza predicciones para las futuras décadas. No obstante, una cosa parece estar clara: a menos que las políticas de los gobiernos cambien, tenemos por delante un largo período de decepciones.

Los mercados no se autocorrigen. Los problemas fundamentales subyacentes que he descrito anteriormente podrían agravarse -y muchos de ellos se están agravando. El aumento de la desigualdad debilita aún más la demanda; y, en la mayoría de los países, incluyéndose entre ellos a EEUU, la crisis sólo ha agravado la desigualdad.

Los superávits de las balanzas comerciales de los países del norte de Europa han aumentado, incluso mientras el superávit de China se ha moderado. Lo más importante es que los mercados nunca han sido muy buenos en cuanto a lograr por su propia cuenta transformaciones estructurales de forma rápida; la transición de la agricultura a la manufactura, por ejemplo, no fue de ninguna forma suave y calmada; al contrario, estuvo acompañada por una importante desarticulación social y por la Gran Depresión.

Esta vez no ocurre algo distinto, pero en algunos aspectos la situación podría ser más grave: los sectores que deberían estar creciendo, reflejando las necesidades y deseos de los ciudadanos, son los sectores de servicios, como por ejemplo los sectores de salud y educación, que tradicionalmente se financian con fondos públicos, porque existen buenas razones para que se financien de esa manera. Pero, en lugar de que los gobiernos faciliten la transición, la austeridad la está inhibiendo.

Un malestar general es mejor que una recesión y una recesión es mejor que una depresión. Pero las dificultades que enfrentamos ahora no son el resultado de las leyes inexorables de la economía, a las cuales nosotros simplemente nos debemos adaptar, como lo haríamos en el caso de ocurriese un desastre natural, como ser un terremoto o un tsunami. Las dificultades que enfrentamos no son ni siquiera una especie de penitencia que tenemos que pagar por los pecados cometidos en el pasado -aunque, sin duda, las políticas neoliberales que han prevalecido durante las últimas tres décadas tienen mucho que ver con los trances que actualmente enfrentamos.

En cambio, nuestras dificultades actuales son el resultado de políticas erróneas. Existen alternativas. Pero no las vamos a encontrar en la complacencia autosatisfecha de las élites, cuyos ingresos y carteras de acciones una vez más se disparan al alza. Aparentemente, sólo algunas personas deberán ajustarse a un estándar de vida más bajo de forma permanente. Desafortunadamente, lo que ocurre es que dichas personas conforman la gran mayoría de la población.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book is The Price of Inequality: How …)

– Dar por perdidos a los parados (El País – 16/2/14)

(Por Paul Krugman)

Allá por 1987, mi compañero de Princeton Alan Blinder publicaba un estupendo libro titulado Hard heads, soft hearts. Era, como pueden imaginar, una defensa de una política económica tenaz, pero compasiva. Por desgracia, lo que en realidad hemos conseguido -especialmente de los republicanos, aunque no solo de ellos- ha sido lo contrario. Y es difícil encontrar un mejor ejemplo de la naturaleza despiadada y necia del actual Partido Republicano que lo que sucedió la semana pasada, cuando los republicanos del Senado emplearon una vez más el obstruccionismo para bloquear las ayudas a los parados de larga duración.

¿Qué sabemos del paro de larga duración en Estados Unidos?

Primero, que sigue estando casi más alto que nunca. Históricamente, los parados de larga duración -los que llevan 27 semanas o más sin trabajo- solían representar entre el 10% y el 20% de los parados totales. Hoy la cifra asciende al 35,8%. Pero ahora hemos dejado que prescriba la ampliación de las prestaciones por desempleo, que entró en vigor en 2008. En consecuencia, hay pocos parados de larga duración que estén recibiendo algún tipo de ayuda.

Segundo, si creen que el típico parado estadounidense de larga duración es una de esas personas -de color, con poca formación, etcétera-, se equivocan, según un estudio de Josh Mitchell, del Urban Institute. La mitad de los parados de larga duración son blancos no hispanos. Los titulados universitarios tienen menos probabilidades de quedarse sin trabajo que los trabajadores con menos formación, pero cuando esto sucede, tienen más probabilidades que otros de unirse a las filas de los parados de larga duración. Y los trabajadores de más de 45 años corren un mayor riesgo de pasar mucho tiempo parados.

Tercero, en un mercado laboral decaído, el paro de larga duración tiende a perpetuarse porque, en la práctica, los empresarios discriminan a los parados. Muchos sospechaban que esto estaba ocurriendo, y el año pasado, Rand Ghayad, de la Universidad Northeastern, nos ofrecía una confirmación espectacular. Envió miles de currículos ficticios en respuesta a distintas ofertas de empleo y descubrió que la probabilidad de que los empresarios respondiesen se reducía drásticamente si el solicitante ficticio llevaba más de seis meses sin trabajar, aunque estuviera más cualificado que otros solicitantes.

Lo que todo esto da a entender es que los parados de larga duración son en su mayoría víctimas de las circunstancias, estadounidenses corrientes que han tenido la mala suerte de quedarse sin trabajo (cosa que le puede suceder a cualquiera) en un momento de extraordinario debilitamiento del mercado laboral, en el que el número de personas que buscan trabajo triplica el número de ofertas de empleo. Una vez que eso ocurre, el propio hecho de que estén desempleadas hace muy difícil que encuentren un nuevo trabajo.

¿Y cómo pueden los políticos justificar la supresión de una pequeña ayuda económica a sus conciudadanos más desafortunados?

Algunos republicanos justificaban el obstruccionismo de la semana pasada recurriendo al manido argumento de que no podemos permitirnos una subida del déficit. En realidad, los demócratas supeditaban la ampliación de las prestaciones a unas medidas destinadas a incrementar los ingresos fiscales. Pero en cualquier caso, esta es una objeción extraña en un momento en el que los déficits federales no solo están bajando, sino que claramente están bajando demasiado deprisa, lo cual está frenando la recuperación económica.

En la mayoría de los casos, sin embargo, los republicanos justifican su rechazo a ayudar a los parados afirmando que la razón por la que tenemos tanto paro de larga duración es que la gente no se esfuerza lo suficiente por encontrar trabajo, y que la ampliación de las prestaciones es uno de los motivos por los que no se hace ese esfuerzo.

Quienes dicen esta clase de cosas -gente como, por ejemplo, el senador Rand Paul- probablemente imaginan que están siendo tenaces y realistas. Lo cierto, sin embargo, es que están defendiendo una fantasía que no concuerda con la realidad. Por ejemplo: si el paro está alto porque la gente no está dispuesta a trabajar, lo que reduciría la oferta de mano de obra, ¿por qué no suben los salarios?

Pero es bien sabido que la realidad tiene un sesgo liberal. Cuanto más falla su doctrina económica -recuerden que se suponía que las medidas de la Reserva Federal iban a conducirnos a una inflación descontrolada-, con más fuerza se aferran los conservadores a dicha doctrina. Más de cinco años después de que la crisis financiera sumiese al mundo occidental en lo que cada vez se parece más a una depresión casi permanente, y convirtiese la ortodoxia del libre mercado en un sinsentido, resulta difícil encontrar un republicano destacado que haya cambiado de opinión sobre… bueno, sobre lo que sea.

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