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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 11)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15

Uno podría pensar que un desastre macroeconómico de tal envergadura, que arrebata a una familia estadounidense promedio de cuatro miembros $ 36.000 al año en bienes y servicios útiles y que amenaza con hacer que los estadounidenses sean más pobres de lo que podrían, y a lo largo de varias décadas, sería un toque de alerta para las autoridades. Se podría suponer que los líderes de Estados Unidos se apresurarían a formular políticas que apunten a que la economía retome su rumbo previo a 2008: recuperar los niveles de empleo, despejar las hipotecas sin valor comercial actual, restaurar la capacidad de toma de riesgos de los mercados financieros y estimular la inversión.

No es el caso. Parte del motivo es que en la cima no hay crisis. Según las mejores estimaciones, la proporción del ingreso general del 10% más rico de EEUU superó el 50% en 2012 por primera vez en la historia, mientras que 22% del ingreso que correspondió al 1% más rico se superó solamente en 2007, 2006 y 1928. Los ingresos del 10% más rico son dos tercios más altos que hace 20 años, mientras que los del 1% más rico se han más que duplicado.

De este modo, quienes forman parte de los estratos superiores sienten que les está yendo bien en las actuales circunstancias de la economía estadounidense, y de hecho así es. Solo quienes dedican más tiempo que lo recomendable a hablar con macroeconomistas competentes saben que nos podría ir incluso mejor si se requilibrara la economía con pleno empleo. De manera que se entiende la falta de apuro entre los 10% y 1% más ricos de Estados Unidos y, por consiguiente, la ausencia de presiones políticas para hacer que la economía recupere el rumbo anterior a 2008.

Pero para todo el resto, es decir cerca de un 90% de los estadounidenses, no se ha elevado el ingreso en comparación con el de hace 10 o 20 años, para compensar lo que ahora parece una década que se ha perdido del todo. Al contrario, han seguido perdiendo terreno.

Cuando la desigualdad del ingreso comenzó a ampliarse en los años 80 y 90, quienes nos devanamos los sesos estudiando la historia del Atlántico Norte esperamos ser testigos de una reacción política. Creíamos que la interacción democrática crearía contrapesos al poder en ascenso de una clase económica privilegiada y, en gran medida, parasitaria. En especial si su influencia hacía que los gobiernos incumplieran sus compromisos de crear pleno empleo y generar una prosperidad cada vez mejor distribuida.

Después de todo, en la Inglaterra de principios del siglo diecinueve la creciente desigualdad causada por la Revolución Industrial dio origen a movimientos que promovieron la regulación estatal en favor de los intereses de las clases media y trabajadora, y que los ingresos reales se reequilibraran para evitar su concentración en los terratenientes ricos. De manera similar, la Gran Depresión generó enormes presiones políticas para que se produjeran reformas y cambios (a menudo destructivos y peligrosos, pero cambios al fin y al cabo).

¿Por qué Estados Unidos no puede generar movimientos similares hoy? Ahora que hemos llegado al punto en que esta es una interrogante válida, la mayoría de los estadounidenses deberíamos estar tan preocupados por la calidad de nuestra democracia como por la desigualdad de nuestros ingresos.

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade…)

Las sorpresas que encontré durante 25 años de cubrir la economía de EE.UU. (The Wall Street Journal – 2/1/14)

(Por David Wessel)

Llegué a la oficina de Washington de The Wall Street Journal poco después del colapso bursátil de 1987. Excepto por un breve periodo como jefe de la corresponsalía de Berlín, he seguido a la economía desde ese balcón desde entonces.

Ahora, al dar una mirada a ese cuarto de siglo, cuatro sorpresas se destacan.

La clase media estadounidense no ha mejorado su situación.

En un libro de 1998, mi colega Bob Davis y yo argumentamos que Estados Unidos estaba al borde de una era de prosperidad compartida que impulsaría a la clase media. Estábamos equivocados. Vimos correctamente el potencial de la tecnología de la información, pero esperábamos que la brecha entre ganadores y perdedores se redujera. No fue así.

La producción de bienes y servicios por persona se ha incrementado en cerca de 45% desde 1987. Eso es sustancial, pero el incremento porcentual es tan sólo la mitad del incremento de 90% en los 26 años anteriores (1961-1987)

Para aquellos en la mitad, el cuarto de siglo anterior no se ve muy bien. Los ingresos en efectivo de una familia media, una que está en la mitad estadística, apenas se mantuvieron a la par con la inflación. Sume a eso el seguro de salud y otros beneficios que no se entregan en efectivo y verá que ha subido mucho más. Sin embargo, he aquí un hecho llamativo: Al ajustar por inflación, un trabajador típico a tiempo completo ganó menos en 2012 (US$ 49.398) que su equivalente de 1987 (US$ 50.166). Debido a que más mujeres fueron educadas y obtuvieron empleos con mejores salarios, su situación fue mejor: sus ingresos medios subieron 16%.

¿A dónde se fue todo ese dinero? Desproporcionadamente a los que están en mejor situación, los mejor educados, a las parejas de dos profesionales, los ganadores en Wall Street y Silicon Valley. La tecnología y la globalización favorecen a los mejor educados. El auge de las finanzas pagó muy bien a unos pocos. Los ingresos de aquellos en la cúpula de casi cualquier campo subieron más rápido que aquellos en el medio.

Diferentes medidas muestran variaciones en la gama, pero la tendencia es clara: los datos más recientes del censo estadounidense muestran que la participación de los ingresos antes de impuestos que van al 5% de las familias más acaudaladas subió de 15,7% en 1962 a 17,2% en 1987 a 21,3% en 2012. Las tasas impositivas más altas sobre los ricos y los beneficios dirigidos a los más pobres limitan esta tendencia, pero esa redistribución de la riqueza no ha compensado las fuerzas de mercado que aumentan la inequidad.

A China le ha ido mejor de lo esperado.

Lawrence Summers, el ex secretario del Tesoro de EEUU, lo pone de esta manera: cuando EEUU estaba creciendo a su tasa más rápida, doblaba sus estándares de vida cada 30 años. China ha doblado sus estándares casi cada década por los últimos 30 años y lo ha hecho sin seguir el esquema de Washington para el desarrollo.

En 1987, la gran amenaza económica asiática era Japón. China ha demostrado un crecimiento impresionante, pero pocos en aquel entonces previeron lo mucho que este período de crecimiento duraría. "El crecimiento súper rápido de China ya ha durado tres veces más que un episodio tradicional (en la historia mundial) y es el más largo que se haya registrado", dijo Summers recientemente.

Él duda que China pueda mantener este ritmo y probablemente tiene razón. Pero eso no le resta a su impresionante éxito. El Banco Mundial estima que desde que iniciaron las reformas de mercado en 1978, China ha sacado a más de 500 millones de personas de la pobreza.

El 11 de septiembre no tuvo un impacto negativo duradero en la economía

Cuando los aviones chocaron contra el World Trade Center y el Pentágono el 11 de Septiembre de 2001, todos supimos que EEUU nunca volvería a ser igual, y no lo es. Los ataques llevaron a guerras en Afganistán e Irak, a una vigilancia y rastreo por parte del gobierno que habría sido tolerada anteriormente y a todas esas requisas en los aeropuertos.

En aquel momento, parecía que esta seguridad extra sería un palo en la rueda de la economía. Ha sido un costoso fastidio y es difícil determinar si valió la pena ya que nadie sabe cuántos terroristas han sido disuadidos por los controles en aeropuertos y edificios.

Pero si vemos a la economía como un todo, es difícil ver al 11 de septiembre como una carga para la productividad. La producción por hora de trabajo ha subido en 2,1% en los 12 años desde los ataques. Aumentó en 2,2% en los 12 años anteriores. Otros factores resultaron ser mucho más importantes que la reducción en productividad resultante del aumento en la seguridad.

EEUU es muy vulnerable a las sacudidas financieras.

Una de las pocas cosas en las que la mayoría de economistas y los encargados de trazar políticas estaban de acuerdo en 1987 era que EEUU nunca sería amenazado por algo parecido a la Gran Depresión. Éramos demasiado inteligentes como para que pasara de nuevo. El desplome del mercado bursátil de 1987 reforzó eso ya que el impacto económico duradero fue mínimo. Así sucedió con la crisis financiera asiática de 1997 y el estallido de la burbuja tecnológica en 2000.

La Reserva Federal se convenció, y convenció a muchos otros, de que limpiar el desorden después de una crisis financiera era mejor que tratar de prevenirla.

Eso estaba equivocado. La crisis financiera de 2007-2009 destruyó la ilusión de que EEUU tenía un sistema financiero bien regulado o bien administrado o que podría absorber un golpe así. Resultó que todo el sistema financiero era una casa de naipes que descansaba sobre la creencia de que los precios de las casas en todo el país nunca caerían.

Una segunda Gran Depresión fue evitada gracias a una agresiva política de gobierno, pero la economía sufrió su peor recesión desde entonces. En 7% actualmente, el desempleo se mantiene en niveles que antes sólo se veían en recesiones y hasta que el sistema sea puesto a prueba de nuevo, nadie puede estar seguro que los cambios en la regulación y las prácticas de negocios hayan sido suficientes para evitar que se repita.

Esta es mi última columna de capital. Aunque continuaré contribuyendo a The Wall Street Journal, asumiré el cargo de director del Centro Hutchins de Política Monetaria y Fiscal de Brookings Institution.

– El miedo a "L" (Project Syndicate – 5/1/14)

(Por Kaushik Basu)

Washington DC.- En los últimos años, los economistas han estado repasando el alfabeto para describir la forma de la tan esperada recuperación… empezando por una optimista V, continuando con una más pesimista U y acabando con una desesperante W, pero ahora una ansiedad más profunda está empezando a acechar a la profesión: el miedo a lo que yo llamo una recuperación "en forma de L".

Visto a la luz de los deprimentes cinco últimos años, 2013 no ha sido malo para las economías avanzadas. La zona del euro salió, técnicamente, de la recesión, la tasa de desempleo en los Estados Unidos fue inferior a la de años anteriores y el Japón empezó a moverse después de un largo letargo y el negativo golpe del terremoto y del maremoto en 2011.

Pero, si miramos debajo de la superficie, resulta evidente que seguimos asomándonos al borde del precipicio. En el tercer trimestre de este año, el PIB se contrajo, con carácter interanual, no sólo en casos muy conocidos como los de Grecia y Portugal, sino también en Italia, España, los Países Bajos y la República Checa, y en algunos países, como Francia y Suecia, el PIB creció con tasas menores que la de aumento de la población, lo que quiere decir que los ingresos por habitante disminuyeron.

Además, las condiciones del mercado laboral se deterioraron hacia el final del año. El número de desempleados en Alemania aumentó durante cuatro meses consecutivos hasta noviembre. Entre los países industrializados, los Estados Unidos son los únicos que tienen una buena ejecutoria, pero incluso en este país, aunque la tasa de desempleo ha bajado durante el año y ahora asciende al siete por ciento, el desempleo de larga duración representa un 36 por ciento, inhabitualmente alto, del desempleo total, lo que amenaza con erosionar la base de aptitudes y hacer que la recuperación resulte tanto más difícil.

Entretanto, la reactivación del Japón se ha debido a una muy necesaria inyección de liquidez, pero la mejora del Japón no durará demasiado, a no ser que el gobierno del Primer Ministro, Shinzo Abe, llegue hasta el final con su promesa de reformas estructurales más profundas.

Así las cosas, algunos comentaristas han hablado recientemente de la posibilidad de una desaceleración prolongada en los países industrializados. No es una opinión que se acoja con agrado, pues otros critican a quienes la profesan de alimentar el pesimismo, pero no se puede rechazarla sin más ni más.

El miedo a una recuperación en forma de L es legítimo. La tecnología moderna ha permitido a los trabajadores de las economías en ascenso participar en un mercado laboral mundial; a falta de una importante innovación en materia de políticas, es probable que ese fenómeno represente un prolongado lastre para los países ricos y hay pocas señales de innovación.

En cambio, hay una crisis en la profesión de los economistas, que refleja la crisis de los países avanzados. Gracias al cambio tecnológico y a la incesante mundialización, en los 50 últimos años el carácter de enteras economías ha cambiado espectacularmente sin que ese fenómeno haya ido acompañado de cambios en el pensamiento de las autoridades.

¿Por qué esa estasis? Una posibilidad es la de que los mismos factores que están volviendo a los empresarios excesivamente cautelosos sobre nuevas iniciativas están inclinando a las autoridades a la prudencia. Un interesante trabajo de las economistas del Banco Mundial Leora Klapper e Inessa Love muestra que una consecuencia importante de la crisis financiera ha sido la renuencia de los empresarios a crear nuevas empresas. Sus autoras muestran que, después de un aumento constante de 2004 a 2007, la creación de empresas se redujo marcadamente. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de sociedades de responsabilidad limitada de nueva creación bajó de 450.000 en 2007 a 372.000 en 2008 y 330.000 en 2009.

Lo interesante es que, si bien esa reducción es más pronunciada en las economías avanzadas, que dependen particularmente de los mercados financieros, se aprecia en casi todos los 95 países que las autoras estudiaron. La razón no es difícil de entender. Una recesión es una época en la que tenemos tendencia a adoptar una actitud prudente, atenernos a lo conocido y renunciar a proyectos nuevos.

La misma actitud ha resultado patente entre los economistas y las autoridades. En tiempos de profunda incertidumbre la tendencia es a mantenerse en el ámbito de lo conocido y evitar el pensamiento innovador. Resulta particularmente desafortunado en la actualidad, cuando la estructura de la economía mundial está cambiando rápidamente.

Una señal reveladora de la excesiva cautela que exhiben los economistas y las autoridades ha sido su propensión a convertir la necesidad de documentación en una aversión a la creatividad analítica. Naturalmente, debemos utilizar la mejor documentación disponible para la formulación de políticas, pero hay sectores en los que no se dispone de ella. En esos territorios inexplorados, debemos basarnos en una combinación de intuición y teoría. Objetar nuevas políticas con el argumento de que no se basan en pruebas sólidas es quedarnos atrapados en el statu quo.

Para comprender el error de esa crítica, imaginemos que, a partir de una teoría y algunos supuestos, recomendemos una nueva política X, aun cuando no haya pruebas sólidas sobre si funciona o no. Y ahora utilicemos Y para referirnos a la actitud de "no aplicar X". Si no hay pruebas sobre si X funciona, resulta claro que tampoco las hay sobre si Y funciona. Así, pues, si se considera la falta de pruebas una buena razón para no aplicar X, también lo es para no hacerlo en el caso de Y, pero se trata de una contradicción, porque es imposible no aplicar ni X ni Y.

La propensión a recurrir a ese argumento incoherente refleja una proclividad en pro del statu quo y una parcialidad contra la innovación en materia de políticas, pero ahora necesitamos precisamente la clase de pensamiento analítico que espoleó los grandes avances de la economía como disciplina durante los dos últimos siglos y medio… y que propició importantes avances en materia de políticas durante la Gran Depresión.

La falta de ese pensamiento creativo es la que ha abocado la profesión de los economistas a un atolladero y ha obligado a los economistas y las autoridades a tener en cuenta el miedo a "L".

(Kaushik Basu is Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank and Professor of Economics at Cornell University)

El mensaje que la clase media envió a los que mandan: "Nos podéis seguir robando" (El Confidencial – 7/1/14)

(Por Esteban Hernández)

Thomas Frank (Kansas, 1965) ha escrito la crónica de un tiempo confuso, en el que la clase media y los trabajadores se revolvieron contra quienes mandan de verdad, enviándoles un mensaje inequívoco y radical: "Podéis seguir robándonos, que nosotros os defenderemos". Un tiempo en el que el desmoronamiento de las capas medias dejó paso al individualismo de masas gracias al marketing del descontento. Un tiempo, en resumen, donde el Tea Party se convirtió en la fuerza política que representaba al hombre común, apoyando a muerte a aquellos que estaban acabando con él. O eso es lo que Frank cuenta en Pobres magnates (Ed. Sexto Piso) un recorrido por la política estadounidense de los últimos años, en el que retrata en especial ese movimiento populista de derechas que tan popular se ha hecho, y que tanta presencia e importancia ha tenido en el suelo político estadounidense en los últimos años. El periodista estadounidense, que ha colaborado con Harper"s, Wall Street Journal, Washington Post o The Nation, habló con El Confidencial sobre este y otros extremos.

Usted aseguró que la catástrofe financiera fue el resultado directo de la presión ideológica más intensa que ha visto en su vida, con la posible excepción del colapso de la Unión Soviética.  ¿Es así? ¿Todo lo que llaman gestión eficiente y decisiones técnicas en el sector financiero no son más que pura ideología?

Gran parte de sus decisiones lo son. Hace muchos años escribí un libro sobre la teoría de la gestión como un género ideológico. Pero lo que quería subrayar con esta afirmación en Pobres magnates no eran tanto las decisiones de inversión o de gestión que hicieron que Wall Street nos llevara a la crisis, cuanto las condiciones que la hicieron posible. La desregulación de Wall Street en la década de 1990 fue un acto de fe ideológica casi puro. La negativa de Alan Greenspan a regular el mercado hipotecario fue otra. El tercer acto claramente ideológico fue cuando la Administración Bush anuló los esfuerzos de los gobiernos de diferentes estados para regular los préstamos abusivos. Por supuesto, había dinero involucrado en todas estas decisiones, pero la ideología fue muy importante.

Wall Street está ganando más dinero tras la crisis que antes. ¿Cómo ha sido posible?

Debido a que los principales políticos estadounidenses de ambos partidos no han aprendido la lección obvia de la crisis de 2008. No pueden borrar su fascinación por la ideología dominante de los últimos treinta años. E incluso cuando entienden la situación (muchos de ellos son, después de todo, gente inteligente) no son capaces de enfrentarse al sector más rico y poderoso de América.

La recuperación de Wall Street es un asunto sencillo. Consiguieron ser rescatados. Da igual lo que hagan, su bienestar está garantizado esencialmente por el gobierno de los Estados Unidos.

¿El secreto del éxito del conservadurismo es su rebeldía y su atrevimiento?

Es un ingrediente importante, en dos sentidos. Por una parte, utiliza la retórica militante, diciendo cosas que suenan superficialmente como si fueran anti-Wall Street e incluso anti-grandes empresas, mientras que los demócratas no se atreven a decir nada de eso. En segundo lugar, sus militantes son incansables emprendedores en sus propias vidas, e inician movimientos, mientras que los demócratas ven cómo sus movimientos sociales desaparecen.

¿Cuál es la importancia de los modelos populistas hoy en el mundo? ¿Veremos cómo crecen? La clase media está en declive y encuentra estos movimientos muy atractivos.

Yo creo que es porque el populismo real  -en el sentido de una democracia de masas real- es lo que necesitamos, y todo el mundo se da cuenta. Es fácil hoy convencer a la gente de que forme parte de movimientos contra la "élite" exactamente por la razón que usted menciona, porque las cosas se están poniendo muy mal para los trabajadores. El problema es saber a quiénes se refieren cuando hablan de la élite.

La retórica del Tea Party es la misma que utilizaron los movimientos progresistas en los sesenta, sólo que desde otro punto de vista ideológico. ¿Por qué se produce esta imitación?

Creo que deben más a la década de 1930 que a los 60, pero tienes razón, están constantemente imitando los grandes movimientos progresistas del pasado. Una de las razones, en mi opinión, se debe a que sus dirigentes están obsesionados con los años 30 y los años 60, momentos en que les fue muy mal. Anhelan utilizar las ideas de aquellos años contra sus oponentes y así finalmente obtener su venganza. Creo, además, que muchos de quienes forman su base no saben que los héroes de los años treinta fueron de izquierdas. Malinterpretan constantemente las imágenes, los dichos y las canciones de esa época, creyendo que fue algún valeroso empresario el que salvó la situación.

¿El Tea Party es el cortafuegos de Wall Street? ¿Es el mecanismo que les protege?

Sí, pero no puedo decidir si salvó a Wall Street por conquistar el Congreso en 2010 o simplemente por existir. En el pasado, la gente siempre fue hacia la izquierda después de una crisis financiera, y esta vez no, y fue por la existencia del Tea Party. Sólo por eso, puede decirse que salvaron, al menos en parte, a Wall Street de las consecuencias reales de sus actos.

¿Los republicanos sacan partido del Tea party y los demócratas de Occupy Wall Street?

El Tea Party fue puesto en marcha por los grupos de presión conservadores, y después se convirtió en algo más auténtico, mientras que los grupos demócratas de presión no tuvieron nada que ver con el inicio de Occupy Wall Street. Unos pocos políticos demócratas se presentaron en el parque Zuccotti en las semanas de la protesta para intentar sacar partido, pero no tuvieron ningún éxito, porque la gente que estaba allí no se interesaba por esa clase de política. Y los efectos de los dos movimientos han sido muy diferentes. Hoy en día hay un gran caucus del Tea Party en el Congreso y nadie de Occupy.

Me llamó mucho la atención de ¿Qué pasa con Kansas? (Ed. Antonio Machado) la forma en que describía cómo los conservadores se habían ganado a la gente común. Hablaban en su lenguaje, hacían campañas puerta a puerta, construían comunidades. ¿Qué es lo que han perdido los progresistas y por qué ya no saben hacer esas cosas que antes les eran propias?

Hay un montón de razones, pero una de las más importantes es que los demócratas hoy en día se imaginan a sí mismos como el partido de los profesionales liberales. Todavía creen que los trabajadores les votarán en las urnas, aunque no tengan ninguna importancia en el partido. Todo se centra en los profesionales y en su visión del mundo, y hacer las cosas como mencionas no tiene nada que ver con cómo los profesionales se comunican.

¿El problema de la clase media es que sigue actuando según las reglas en un mundo en el que aquel que triunfa no las sigue nunca?

Esa es una muy buena pregunta. El mensaje filosóficamente más importante que nos han transmitido con los rescates y con la incapacidad para hacer cumplir las normas a Wall Street es que las reglas ya no cuentan. Cuando ves a los muy ricos robando a todo el mundo con impunidad, comienzas a preguntarte por qué tú sí debes seguir las normas en tu vida. Al no actuar en contra de los magnates, me temo, los políticos nos han demostrado que las reglas no tienen ninguna importancia. Nos han corrompido a todos.

La economía mundial en 2014 (Project Syndicate – 6/1/14)

(Por Klaus Schwab)

Ginebra.- Al comienzo de un nuevo año, el mundo está inmerso en varias transiciones épicas. Los modelos de crecimiento económico, el paisaje geopolítico, el contrato social que une a las personas y el ecosistema de nuestro planeta están experimentando, todos ellos, transformaciones simultáneas y radicales que engendran ansiedad y, en muchos lugares, agitación.

Desde un punto de vista económico, estamos entrando en una era de menores esperanzas y mayor incertidumbre. En cuanto al crecimiento, el mundo tendrá que vivir con menos. Para entender las repercusiones de ese fenómeno, pensemos en lo siguiente: si la economía mundial creciera al ritmo anterior a la crisis (más del cinco por ciento al año) en el futuro previsible, su tamaño se duplicaría en menos de 15 años; al tres por ciento, la duplicación del PIB requeriría 25 años.

Así se produce una diferencia importante según la velocidad con la que aumente la creación de riqueza, con efectos profundos en las esperanzas de la población. Pasar por alto la capacidad que entraña la creación de riqueza nos perjudica.

En cuanto a la incertidumbre, las cuatro economías mayores del mundo están experimentando actualmente transiciones importantes. Los Estados Unidos están esforzándose por impulsar el crecimiento en un ambiente político fracturado. China está substituyendo un modelo de crecimiento basado en la inversión y las exportaciones por otro impulsado por la demanda interna. Europa está esforzándose por mantener la integridad de su moneda única y al tiempo resolver una multitud de cuestiones institucionales complejas. Y el Japón está intentando luchar contra dos decenios de deflación con políticas monetarias enérgicas y heterodoxas.

En todos esos casos, la formulación y el resultado de decisiones normativas complejas y delicadas entraña muchas incógnitas, pues la interdependencia mundial intensifica el riesgo de grandes consecuencias no deseadas. Por ejemplo, la política de relajación cuantitativa (RC) de la Reserva Federal de los EEUU ha tenido importantes repercusiones en las divisas de otros países y en las corrientes de capital hacia los mercados en ascenso y procedentes de ellos.

Cuando se lanzó la RC, era la menos defectuosa de las políticas disponibles y evitó una catastrófica depresión mundial, pero ahora resultan patentes sus inconvenientes y su atenuación en 2014 podría aumentar aún más la incertidumbre.

La política de RC de la Reserva Federal y las variantes de ella en otros países han hecho que los balances de los más importantes bancos centrales aumentaran espectacularmente (de entre cinco y seis billones de dólares antes de la crisis a casi 20 billones ahora), con lo que los mercados financieros se han vuelto adictos al dinero fácil, lo que ha propiciado, a su vez, una búsqueda mundial de réditos, una inflación artificial de los precios de los activos y una asignación inapropiada del capital.

A consecuencia de ello, cuanto más dure la RC, mayor será el daño colateral causado a la economía real. Ahora la preocupación estriba en que, cuando la Reserva Federal comience a reducir progresivamente la RC y disminuya la liquidez en dólares de los mercados mundiales, resurgirán los problemas estructurales y los desequilibrios. Al fin y al cabo, las reformas que aumentan la competitividad en muchas economías avanzadas distan aún de haber concluido, mientras que la relación entre el total de deuda pública y privada y el PIB es ahora un 30 por ciento mayor que antes de la crisis.

Esa causa de incertidumbre coincide con el debilitamiento de los resultados en muchos países en ascenso. En 2007, se esperaba que el ritmo de crecimiento de los mercados en ascenso fuera superior al de las economías avanzadas en un gran margen, antes de converger. Actualmente, las economías avanzadas contribuyen más al crecimiento del PIB mundial que los países en ascenso, donde se prevé un crecimiento medio del cuatro por ciento en los próximos años.

Las condiciones económicas están mejorando lentamente en los países de ingresos elevados, pero durante años pueden persistir diversas presiones reductoras. La economía de los EEUU, por ejemplo, sigue empantanada en una recuperación insuficiente: la inflación es demasiado baja y el desempleo demasiado elevado. Los datos oficiales han sido con frecuencia mejores de lo esperado, lo que refleja lo resistente, adaptable e innovadora que es la economía de los EEUU, pero no es probable que se recuperen los tipos de gasto de consumo y de crecimiento anteriores a la crisis.

Las mejoras en la zona del euro son reales, pero tenues. Lo bueno es que se ha evitado el desastre predicho por muchos expertos y la recesión toca a su fin, pero mejorar no equivale a resurgir: la consecución del sólido crecimiento necesario para reducir el desempleo elevado, disminuir la relación entre la deuda y el PIB y mejorar las perspectivas fiscales sigue mostrándose esquiva. El riesgo mayor para la zona del euro en el futuro previsible no es una salida desordenada de algunos países, sino un período prolongado de crecimiento estancado y desempleo elevado.

Entretanto, la desaceleración de los mercados en ascenso podría perfectamente persistir, en particular en las economías mayores. A lo largo de los 15 últimos años, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) han logrado avances notables, pero sus reformas -incluidos nuevos reglamentos bancarios y regímenes cambiarios- han figurado entre las más difíciles de aplicar.

Las llamadas reformas de segunda generación, que son de carácter más estructural, son decisivas para el crecimiento a largo plazo, pero mucho más difíciles de realizar. La eliminación de subvenciones, las reformas de la justicia y del mercado laboral y las medidas eficaces contra la corrupción tienen una carga política y con frecuencia quedan bloqueadas por poderosos intereses creados.

La desaceleración del crecimiento mundial se está produciendo sobre un fondo de aumento de la desigualdad económica, debido a una menor participación de la mano de obra en los ingresos nacionales, fenómeno mundial resultante de la mundialización y del progreso tecnológico, que constituye una grave amenaza para las autoridades. Los sistemas que propagan la desigualdad o que no parecen poder detener su aumento contienen el germen de su propia destrucción, pero en un mundo interdependiente no hay una solución evidente, porque la gran movilidad de las corrientes de capital alimenta la competencia mundial entre sistemas tributarios.

Incluso en países que obtienen resultados importantes, como, por ejemplo, los EEUU y el Reino Unido, un crecimiento más rápido del PIB no ha aumentado aún los ingresos reales. En los EEUU, por ejemplo, la renta media de los hogares se ha reducido en más del cinco por ciento desde que comenzó la recuperación. De forma más general, un crecimiento menor está alimentando las protestas populares y los disturbios sociales, en particular en países que estaban creciendo rápidamente (por ejemplo, el Brasil, Turquía y Sudáfrica), por la repercusión del aumento de los niveles de vida en las esperanzas de la población.

En semejante marco social y políticamente cargado, la reanimación del crecimiento económico de calidad reviste importancia decisiva, pero, ¿de dónde procederá? El progreso tecnológico es una posibilidad clara, pero muy incierta. Muchas tecnologías que causan grandes modificaciones (por ejemplo, la robótica avanzada, la genómica de próxima generación, el almacenamiento de energía, la energía renovable y la impresión en tres dimensiones) podrían impulsar el crecimiento venidero, pero sólo en un futuro lejano se podrán hacer realidad todas sus posibilidades.

Como la mayoría de los gobiernos afrontan restricciones fiscales, las autoridades se muestran reacias a examinar proyectos que podrían aumentar la deuda pública, pero hay alguna medida al alcance de la mano: las inversiones productivas que impulsen el crecimiento a largo plazo y, por tanto, sean rentables. Centrarse en cuatro sectores, en particular -las infraestructuras, la educación, la energía verde y la agricultura sostenible- podría rendir grandes beneficios económicos y sociales.

Sin embargo, en última instancia la vía del crecimiento sostenido no requiere sólo nuevas políticas, sino también una nueva mentalidad. Nuestras sociedades deben volverse más emprendedoras, más centradas en la consecución de la paridad sexual y más orientadas a la eliminación de la exclusión social. Sencillamente, no hay otra forma de devolver la economía mundial a la vía del crecimiento fuerte y sostenido.

(Klaus Schwab is Founder and Executive Chairman, World Economic Forum)

– La pesadilla de la desigualdad (Project Syndicate – 8/1/14)

(Por Donald Kaberuka)

Abu Dhabi.- "Los pobres no pueden dormir porque tienen hambre", es la famosa cita del economista nigeriano Sam Aluko, dicha en 1999, "y los ricos no pueden dormir porque los pobres están despiertos y con hambre". A todos nos afectan las profundas desigualdades de los ingresos y la riqueza, ya que el sistema económico del que depende nuestra prosperidad no puede seguir enriqueciendo a unos mientras empobrece a otros.

En tiempos difíciles, los pobres pierden fe en sus líderes y en el sistema económico, y en tiempos de vacas gordas son demasiado pocos los que disfrutan de los beneficios. El coeficiente GINI, un indicador de la desigualdad económica, se ha ido elevando en los países en desarrollo y en los desarrollados, como Estados Unidos. En Europa ha crecido la desigualdad debido al rápido aumento del desempleo, especialmente entre los jóvenes. Algunos han reaccionado con manifestaciones callejeras, otros han respaldado a partidos xenófobos de extrema derecha; muchos más observan en silencio, cada vez más enfadados y resentidos con los políticos y el sistema que representan.

El problema se aprecia crudamente en las megaciudades del mundo, que representan cerca del 80% del PIB global. Pero hasta en las más desarrolladas las disparidades pueden saltar a la vista. Por ejemplo, si se viaja en el metro de Londres apenas 6 millas (o 14 paradas) hacia el este, desde el centro del gobierno en Westminster hasta Canning Town, la esperanza de vida de los habitantes va reduciéndose seis meses en cada estación.

Sin embargo, la desigualdad es más aguda en las economías emergentes donde la urbanización ha sido más rápida. Se estima que para 2030, unos 2,7 mil millones más de personas habrán emigrado a ciudades, casi siempre en países en desarrollo. Lo que muchas encontrarán allí será desesperanza y exclusión, en lugar de los buenos empleos y la mayor calidad de vida que buscaban.

Las megaciudades como Mumbai, Nairobi y Kinshasa son, en esencia, ciudades pequeñas rodeadas de enormes barrios de chabolas: bolsillos de riqueza en un mar de desesperanza. Ninguna se asemeja a Tokio, Nueva York o Londres, que, a pesar de tener áreas empobrecidas, se caracterizan por contar con una distribución más equitativa de la riqueza.

Tales disparidades son igual de evidentes a nivel nacional, especialmente en algunos de los países africanos ricos en recursos naturales. Si bien la demanda de aviones privados no deja de aumentar, un 60% de la población vive con menos de $ 1,25 al día. A medida que aumenta la riqueza en el mundo, los beneficios siguen abrumadoramente quedando en manos de una pequeña elite.

Como resultado, se han vuelto cruciales las iniciativas para promover un crecimiento más incluyente, no solo por razones morales sino para asegurar la supervivencia del sistema económico global. Para ello es necesario más que distribuir la riqueza, sino dar mayor participación a las personas (o representantes de grupos regionales, étnicos y religiosos específicos) en la toma de decisiones sobre políticas públicas, a fin de apaciguar su sensación de marginalización o fracaso perpetuo. Significa crear trabajos reales que permitan sacar a los trabajadores de la economía informal, para que puedan beneficiarse de la protección en el lugar de trabajo (y pagar impuestos). Y significa establecer políticas adecuadas a las condiciones reales que existen en terreno.

Cada país tendrá sus prioridades específicas, y es bastante amplia la gama de posibles medidas políticas, como la mejora o creación de redes de seguridad social, la promoción de la igualdad de género, apoyo a los agricultores, la mejora del acceso a los servicios financieros, o innumerables otras iniciativas.

Pero hay dos conjuntos de políticas generales que parecen poder aplicarse en casi todos los casos, según un reciente debate en el Foro Económico Mundial sobre cómo mejorar la distribución de la riqueza. La primera apunta a que los niños pobres tengan acceso a una educación de calidad razonablemente buena como forma de reducir la pobreza intergeneracional. El segundo grupo de política, particularmente relevante en los países ricos en recursos naturales, quiere garantizar que todos los ciudadanos (especialmente los más pobres) tengan acceso a una proporción de las utilidades de lo que son indudablemente bienes nacionales.

Se ha podido ver estas políticas en acción en países como Brasil, cuyo programa pionero Bolsa Familia (o asignación familiar) transfiere dinero en efectivo a familias pobres a condición de que sus hijos vayan a la escuela, coman adecuadamente y cumplan otros criterios de mejora de su bienestar. El programa "Oportunidad" de México hace algo similar. Alaska, rica en petróleo, paga dividendos de las utilidades obtenidas por sus recursos a todos sus ciudadanos, en un modelo que varios países en desarrollo están intentando imitar.

Aunque los economistas siguen debatiendo las ventajas y desventajas de estos programas, no es demasiado complejo ponerlos en marcha. El reto está en establecer alianzas y acordar metas. Tanto los gobiernos como las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los ciudadanos individuales, ya sean ricos o pobres, tienen un papel que desempeñar. Si seguimos pasando por alto los peligros de la disparidad en la distribución de la riqueza, las consecuencias serán mucho más alarmantes que un par de noches en vela.

(Donald Kaberuka is President of the African Development Bank)

– Desigualdad con cada clic (Project Syndicate – 8/1/14)

(Por Adair Turner)

Londres.- El Papa Francisco advirtió en noviembre que "las ideologías que defienden la autonomía absoluta del mercado" están impulsando al crecimiento rápido de la desigualdad. ¿Está el Papa Francisco en lo correcto?

En un sentido, Francisco estuvo claramente errado: en muchos casos, la desigualdad entre los países está disminuyendo. El hogar chino promedio, por ejemplo, ahora está alcanzado al hogar estadounidense promedio (aunque todavía tiene un largo camino por recorrer).

Pero tales ejemplos no niegan la importancia del aumento de la desigualdad dentro de los países. Tanto China como Estados Unidos son sociedades dramáticamente desiguales -y se están tornando aún en más desiguales.

En los EEUU, las estadísticas son sorprendentes en ambos extremos de la distribución del ingreso. La cuarta parte inferior de los hogares estadounidenses casi no ha recibido ningún aumento en su ingreso real (ajustado a la inflación) durante los últimos 25 años. Ellos ya no están compartiendo los frutos del crecimiento de su país. El 1% de los estadounidenses, sin embargo, han visto que sus ingresos reales casi se han triplicado durante este período, y su participación en el ingreso nacional ha alcanzado el 20%, una cifra que no se veía desde la década de 1920.

En muchos países emergentes, el rápido crecimiento económico ha elevado el nivel de vida para casi todas las personas, en al menos un cierto grado, pero la proporción de los ricos y de los ultra ricos está aumentando dramáticamente. Una vez que estos países se acerquen a los niveles de ingreso promedio de las economías desarrolladas, y sus crecimientos se desaceleren a las tasas típicas de los países ricos, su futuro puede lucir como el de los Estados Unidos de hoy en día.

La globalización explica algo del estancamiento de ingresos en el cuarto inferior en EEUU y en otras economías desarrolladas. La competencia de los trabajadores chinos con salarios más bajos ha reducido los salarios en Estados Unidos. Pero el cambio tecnológico puede ser un factor más fundamental – y un factor que conlleva consecuencias para todos los países.

El cambio tecnológico es la esencia del crecimiento económico. Nos volvemos más ricos debido a que encontremos la forma de mantener o aumentar la producción con menos empleados, y debido a que la innovación crea nuevos productos y servicios. Las nuevas tecnologías exitosas siempre causan pérdidas de puestos de trabajo en algunos sectores, que son compensadas por nuevos puestos de trabajo en otros sectores. Por ejemplo, los tractores destruyeron millones de empleos agrícolas, pero los fabricantes de tractores, camiones y automóviles crearon millones de nuevos empleos.

Sin embargo, las nuevas tecnologías vienen en formas sutilmente diferentes, con consecuencias económicas que son intrínsecamente diferentes. Las nuevas tecnologías en la actualidad pueden tener efectos distributivos mucho más preocupantes que aquellas de la era electromecánica.

Imagine que hace 30 años, alguien hubiese descubierto un conjunto de palabras mágicas que nos hubiese permitido hablar con cualquier amigo en cualquier parte del mundo -"abracadabra Juan" y hubiésemos podido hablar con Juan, dondequiera que él estuviera. Si se hubiesen registrado los derechos de propiedad intelectual de tal invento, el inventor se hubiese convertido en la persona más rica del mundo, y sus abogados y aquellos que hubiesen actuado como sus proveedores de bienes y servicios de lujo también se hubiesen enriquecido bastante. Pero, más allá de eso, no se hubiesen creado nuevos empleos.

Las tecnologías de la información y las comunicaciones no son una magia sin costo; pero están más cerca de este concepto de lo que estuvieron las innovaciones en la era de la electromecánica. El costo del hardware de computación se desploma con el tiempo de acuerdo con la ley de Moore del implacable aumento de la potencia de procesamiento. Y, una vez que un software ha sido desarrollado, el costo marginal de copiarlo es prácticamente cero.

Los beneficios que recibe el consumidor de estas tecnologías son grandes en relación a su precio: el costo de cada computadora, tableta o teléfono inteligente del modelo más reciente del año es trivial en comparación al costo de un nuevo automóvil en el año 1950. Pero, el número de puestos de trabajo creados es también trivial.

En 1979, General Motors empleaba a 850.000 trabajadores. Hoy en día, Microsoft emplea a 100.000 personas en todo el mundo, Google emplea a 50.000, y Facebook emplea solamente a 5.000. Estas son meras gotas en el océano del mercado laboral mundial, que reemplazan muy pocos de los puestos de trabajo que la tecnología de la información ha dejado cesantes debido a la automatización.

Pero el aumento del desempleo no es inevitable. No hay límite en el número de empleos de servicios que podemos crear en el comercio minorista, los restaurantes y servicios de comida para llevar, hoteles, y una enorme variedad de servicios personales. Wal-Mart, por ejemplo, emplea a dos millones de personas, y la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU predice que se crearán más de un millón de empleos adicionales en el sector de esparcimiento y hospitalidad de Estados Unidos en la próxima década.

Pero los salarios que los mercados establecerán para estos puestos de trabajo pueden resultar en aún mayor desigualdad. Y no hay ninguna razón para creer que la respuesta genérica que dan los políticos al problema -"se debe aumentar las habilidades de la fuerza laboral"- vaya a compensar esta tendencia. Sin embargo muchas personas aprenden habilidades superiores en el ámbito de tecnologías de la información, pero Facebook nunca necesitará más que meramente unos pocos miles de empleados. Y el acceso a empleos bien pagados es probable que sea determinado no por el nivel absoluto de habilidades, sino por la habilidad relativa en un mundo donde el ganador se lo lleva todo.

Sin embargo, por lo menos los productos y servicios relacionados a las tecnologías de la información son muy baratos, por lo que incluso los relativamente pobres podrán comprarlos. Eso podría hacer que las sociedades muy desiguales sean más estables, compensando parcialmente la inestabilidad que muchos temen. En su reciente libro Average is Over (Lo promedio pasó de moda), el economista Tyler Cowen realiza afirmaciones deliberadamente provocativas sobre que si bien las tecnologías van a producir una desigualdad extrema, los perdedores relativos estarán saciados por los juegos de computadora y el entretenimiento vía Internet, y estarán provistos con los elementos básicos para llevar una vida mínimamente aceptable, por lo que estas personas serán demasiado dóciles por lo que no se rebelarían.

Cowen podría estar en lo cierto: puede que los pobres no se rebelen. Pero la desigualdad extrema todavía nos debe preocupar. Más allá de un cierto punto, la desigualdad de resultados impulsa, de manera inevitable, una mayor desigualdad de oportunidades; y la desigualdad extrema ya sea de resultados o de oportunidades pueden socavar la idea de que todos debemos ser iguales como ciudadanos, si bien no lo somos en el nivel de la vida material.

Por lo tanto, el Papa Francisco estaba en lo cierto: a pesar del éxito indiscutible del capitalismo como un sistema que genera crecimiento económico, no podemos confiar en las fuerzas del mercado por sí solas para generar resultados sociales deseables. Todas las nuevas tecnologías crean oportunidades, pero los mercados libres distribuirán los frutos de algunas nuevas tecnologías en maneras dramáticamente desiguales. Compensar tales resultados hoy será un reto de más grande de lo que fue en el pasado.

(Adair Turner is Senior Fellow at the Institute for New Economic Thinking and former Chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority)

– Malestar Avanzado (Project Syndicate – 13/1/14)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- La economía recibe a menudo el mote de «ciencia lúgubre» y durante la última media década ha honrado firmemente su reputación en las economías avanzadas. Desafortunadamente, el año próximo no traerá alivio.

El PBI per cápita real (ajustado por inflación) en Francia, Grecia, Italia, España, el Reino Unido y Estados Unidos es menor que antes de la Gran Recesión. De hecho, el PBI per cápita griego cayó casi el 25 % desde 2008.

Hay unas pocas excepciones: Después de más de dos décadas, la economía japonesa parece estar experimentando un giro bajo el gobierno del primer ministro Shinzo Abe, pero, con la herencia de deflación que se acumula desde la década de 1990, el camino de regreso será largo. El PBI real per cápita alemán fue mayor en 2012 que en 2007, aunque un aumento del 3,9 % en cinco años no es algo de lo que se pueda alardear demasiado.

En otras partes, sin embargo, las cosas son verdaderamente lúgubres: el desempleo se mantiene testarudamente alto en la zona del euro y la tasa de desempleo de largo plazo en EE. UU. aún excede por mucho sus niveles previos a la recesión.

Parece que el crecimiento volverá este año a Europa, aunque con tasas verdaderamente anémicas: el Fondo Monetario Internacional proyecta un aumento anual del producto del 1 %. De hecho, los pronósticos del FMI han resultado excesivamente optimistas una y otra vez: el Fondo predijo un crecimiento del 0,2 % para la zona del euro en 2013, cuando probablemente el resultado sea una contracción del 0,4 %; y un crecimiento del 2,1 % para EEUU, que parece haber resultado más próximo al 1,6 %.

Con los líderes europeos comprometidos con la austeridad y moviéndose a ritmo glacial para ocuparse de los problemas estructurales debidos a los errores de diseño institucional de la zona del euro, no sorprende que las perspectivas sean tan lóbregas para el continente.

Pero, del otro lado del Atlántico hay motivos para un silencioso optimismo. Los datos revisados para EEUU indican que su PBI real creció a una tasa anual del 4,1 % durante el tercer trimestre de 2013, al tiempo que la tasa de interés finalmente llegó al 7 % en noviembre: su menor nivel en cinco años. Media década de escasa construcción se ha ocupado en gran medida del exceso de edificación que se produjo durante la burbuja inmobiliaria. El desarrollo de vastas reservas de energía de pizarra (shale) dio a Estados Unidos un impulso en dirección a su tan ansiada meta de independencia energética y redujo los precios del gas a mínimos récord, lo que permitió un atisbo de reanimación de la producción manufacturera. Y la bonanza del sector de alta tecnología se ha convertido en la envidia del resto del mundo.

Aún más importante es que un mínimo de sanidad se ha incorporado al proceso político estadounidense. Los recortes presupuestarios automáticos -que redujeron el crecimiento de 2013 hasta en 1,75 puntos porcentuales respecto de lo que hubiera sido sin ellos- continúan, pero de manera mucho más atenuada. Además, la curva de costos de atención sanitaria -una importante fuente de déficits fiscales en el largo plazo- ha cedido. Ya la Oficina de Presupuesto del Congreso proyecta que el gasto en Medicare y Medicaid (los programas gubernamentales de atención sanitaria para ancianos y pobres, respectivamente) para 2020 estará aproximadamente el 15 % por debajo del nivel proyectado en 2010.

Es posible, e incluso probable, que el crecimiento estadounidense en 2014 sea lo suficientemente rápido como para crear más puestos de trabajo de los necesarios para los nuevos ingresantes a la fuerza laboral. Como mínimo, debiera caer la enorme cantidad (aproximadamente 22 millones) de quienes desean un empleo de tiempo completo y no han podido encontrarlo.

Pero debemos poner freno a nuestra euforia. Una cantidad desproporcionada de los puestos de trabajo que están siendo creados son de baja remuneración, tal es así que el ingreso mediano (el de quienes se encuentran en el medio) continúa disminuyendo. Para la mayoría de los estadounidenses no hay recuperación: el 95 % de los beneficios va al 1 % más rico.

Incluso antes de la recesión, el capitalismo al estilo estadounidense no funcionaba para una gran parte de la población. La recesión solo puso más al descubierto sus asperezas. La mediana del ingreso (ajustada por inflación) aún es menor que en 1989, casi un cuarto de siglo atrás; y la mediana del ingreso de los hombres es menor que hace cuatro décadas.

El nuevo problema estadounidense es el desempleo de largo plazo, que afecta a casi el 40 % de los desempleados, sumado a uno de los sistemas de seguro contra el desempleo más pobres entre los países avanzados, con beneficios que habitualmente finalizan a las 26 semanas. Durante las depresiones, el Congreso estadounidense extiende esos beneficios y reconoce que la situación de los desempleados no es tal porque no buscan empleo, sino porque no hay empleos que encontrar. Pero ahora los congresistas republicanos se rehúsan a adaptar el sistema de desempleo a esta realidad. Con el receso por los feriados, el Congreso entregó al desempleo de largo plazo el equivalente a un telegrama de despido: a inicios de 2014, los casi 1,3 millones de estadounidenses que perdieron sus beneficios de desempleo en diciembre quedaron abandonados a su suerte. Feliz Año Nuevo.

Mientras tanto, uno de los principales motivos por los que actualmente la tasa de desempleo estadounidense es tan baja es que muchas personas han abandonado la fuerza laboral. La participación en la fuerza de trabajo se encuentra en niveles que no se veían desde hace más de tres décadas. Algunos dicen que esto refleja en gran medida la demografía: una mayor porción de la población en edad laboral tiene más de 50 años de edad y la participación en la fuerza de trabajo siempre ha sido menor entre este grupo que en cohortes más jóvenes.

Pero esto simplemente cambia el problema: la economía estadounidense nunca fue buena para reentrenar a sus trabajadores. Los trabajadores estadounidenses son considerados productos básicos descartables, se los deja de lado si no pueden mantenerse al día con los cambios tecnológicos y el mercado. La diferencia ahora es que estos trabajadores ya no constituyen una pequeña fracción de la población.

Nada de esto es inevitable. Es el resultado de malas políticas económicas e incluso peores políticas sociales, que desperdician el recurso más valioso del país –su talento humano– y causan inmenso sufrimiento a las personas afectadas y sus familias. Ellos desean trabajar, pero el sistema económico de EEUU les ha fallado.

Así que, con el Gran Malestar que continuará en Europa en 2014 y la recuperación en EEUU que excluirá a todos excepto a los más ricos, considérenme lúgubre. A ambos lados del Atlántico, las economías de mercado han fallado a la mayoría de sus ciudadanos. ¿Cuánto tiempo más se puede seguir así?

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book is The Price of Inequality: How …)

El nuevo mapa de la pobreza en Europa (BBCMundo – 16/1/14)

(Por Marcelo Justo)

A más de cinco años del comienzo de la gran recesión del siglo XXI, Europa exhibe un nuevo mapa de la pobreza.

En la eurozona, Grecia vive "al borde de una catástrofe humanitaria", España tiene tres millones de personas que sobreviven con ingresos mensuales de menos de 307 euros (US$ 417), las cifras oficiales de Portugal colocan a un 18% de la población por debajo de la línea de la pobreza, y en países fundadores del proyecto paneuropeo como Italia, el número de pobres se duplicó entre 2007 y 2012.

La situación va más allá de la llamada periferia. En Alemania casi ocho millones de personas sobreviven con unos 450 euros (US$ 611) mensuales de salario y, por fuera del euro, en Reino Unido, los bancos de alimentos, administrados por organizaciones caritativas, se han multiplicado por 20.

Los datos de la agencia de estadísticas europea, Eurostat, o del Banco Mundial, coinciden con los de ONGs que luchan contra la pobreza como Oxfam.

"Hay un nuevo mapa de la pobreza como consecuencia de las medidas de austeridad. Desde el aumento del desempleo hasta el desalojo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar están contribuyendo a este nuevo panorama", señaló a BBC Mundo la directora de Oxfam Internacional, Natalia Alonso.

¿Qué es ser pobre en Europa?

La pobreza se mide en términos absolutos y relativos. En el primer caso se trata de una virtual incapacidad de supervivencia. En el segundo es relativa al ingreso promedio y las expectativas de una época (no tener heladera o electricidad o agua corriente, etc.) que puede ser diferente en Europa que en América Latina, a principios del siglo XX o del XXI.

En Reino Unido la ONG Trussell Trust suministra dos semanas de alimentación de emergencia en más de 400 bancos de alimentos.

En 2011-2012, unas 128.697 personas recurrieron a estos bancos. En 2012-2013 la cifra casi se triplicó: 346.992.

"Es gente que tiene que elegir entre comer y prender la calefacción. Gente que come una vez al día. Padres que apenas comen para alimentar a sus hijos. Muchas veces uno se olvida lo fácil que es caer en esa situación. Pérdida de empleo, una cuenta muy alta de electricidad, una reducción de los beneficios sociales, dramas familiares y una persona se queda con poco o nada. A esto se suman salarios bajísimos, empleos temporales o de medio tiempo que hace que la gente entre y salga de situaciones de extrema necesidad", señaló a BBC Mundo Chris Mould, director de la Trussel Trust.

En Reino Unido se ha acuñado el término "pobreza energética" (fuel poverty) para un creciente porcentaje de la población que sobrevive el eterno y durísimo invierno británico sin calefacción, porque no pueden hacer frente a las cuentas.

Geraldine Pool, diagnosticada con depresión, divorciada, con un hijo y sin trabajo es una de las personas que no pueden prender la calefacción este invierno y han recurrido a los vales de los bancos de comida del Trussell Trust.

"Con el vale me dieron carne y pescado envasado, pasta, azúcar, leche, té. Eso me ayudó a sobrevivir por un tiempo. Pero no puedo prender la calefacción: no podría pagar las cuentas. No tengo agua caliente, así que para bañarme tengo que calentar el agua y asearme cómo puedo", señaló a BBC Mundo.

Los PIIGS

Según Eurostat, en 2012 unos 124 millones de personas -24.8% de los 28 países de la UE- estaban en "peligro de pobreza o exclusión social", definición que incluye tanto la pobreza relativa como la absoluta. En 2008 la cifra era del 17%.

Esta situación es particularmente visible en los países más golpeados por la crisis de la eurozona y los programas de ajuste, agrupados bajo el burlón acrónimo de PIIGS ("Pigs" es cerdos en inglés y abarca a Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).

El economista griego Costas Lapavitsas, académico de la Universidad de Londres, y autor de "Crisis in the Eurozone", describe la situación en su país.

"Grecia vive una crisis humanitaria peor que la Argentina del fin de la convertibilidad en 2002. Ha crecido la pobreza absoluta y relativa. El sistema de salud ha colapsado, la gente no puede prender la calefacción, los bancos de comida están a la orden del día", señaló a BBC Mundo.

Es una historia que parece sacada de una moderna picaresca de la pobreza, uno de cada diez hogares griegos a los que se les cortó el suministro eléctrico el año pasado por no abonar las cuentas recurrió a la inventiva, "colgándose" ilegalmente del suministro general para poder tener acceso a luz y energía eléctrica.

En Italia, el presidente del Instituto de Estadísticas, el ISTAT, Antonio Golini, indicó al Parlamento en octubre que la pobreza pasó de 2,4 millones a 4,8 millones entre 2007 y 2012.

Con una caída del Producto Interno Bruto (PIB) del 1,8% en 2013 no hay mejora a la vista.

"Pero esto va más allá de los PIIGS. Está pasando en el centro. En Francia, por ejemplo", subraya Costas Lapavitsas.

Vivir con menos

En septiembre del año pasado el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos de Francia (INSEE) reveló que en 2011 la pobreza en Francia afectó al 14,3% de la población total, su nivel más alto desde el año 1997.

Según el INSEE unas dos millones de personas viven con menos de 645 euros por mes (US$877), unos 3,6 millones tienen problemas de vivienda y unos 3,5 millones reciben ayuda alimentaria.

El caso más emblemático de esta "pobreza de los ricos" es Alemania, exhibido siempre como modelo a seguir en la eurozona por su crecimiento económico y su flexibilización laboral.

La cara oscura de este crecimiento son los casi ocho millones de personas que sobreviven con los llamados minijobs que dan unos 450 euros mensuales (US$ 611) y prestaciones sociales nulas.

Desde los orígenes de la flexibilización germana con el gobierno social demócrata de Gehrard Schroeder en 2002 hasta su actual versión con la canciller Angela Merkel, los bancos de alimentos se han triplicado de 310 a 906.

Una situación similar se da en otro de los modelos de sociedad equitativa de antaño, Holanda.

En diciembre la Agencia Oficial de Estadísticas señaló que en 2012 el porcentaje de holandeses que vivía por debajo del umbral de la pobreza había saltado al 9,4%, equivalente a unos 664.000 hogares. En 2010 el porcentaje era el 7,4%.

No a todos les va mal

En 2007 Europa era ya más desigual que en 1970: esta realidad se ha profundizado vertiginosamente desde entonces.

Según el Observatorio de la Realidad Social de la organización católica Cáritas, el número de millonarios en España aumentó en un 13% entre mediados de 2012 y 2013 hasta superar las 400.000 personas.

En 1976, el presidente de la tercera entidad bancaria española ganaba ocho veces más que el empleado medio; hoy gana 44 veces más.

"En Grecia, Irlanda, Italia, Portugal, España y el Reino Unido se ha visto un crecimiento de los niveles de desigualdad comparables con el 16% de aumento en Bolivia en los seis años que siguieron al programa de ajuste de los 90. En estos países europeos o el 10% más rico gana más o el 10% más pobre gana menos o ambas cosas", señaló a BBC Mundo desde Oxfam Natalia Alonso.

El impacto no es sólo social o humanitario: el mismo modelo de crecimiento europeo de la posguerra está en juego.

Este modelo incluyente y con fuertes tendencias niveladoras en lo social permitía un crecimiento basado en un alto consumo doméstico. El modelo no ha desaparecido, pero está en crisis.

"Si no cambian estas políticas, Europa necesitará 25 años para recuperar el nivel de vida que gozaba antes de la crisis. Hay un desmantelamiento de un modelo en marcha. Hoy la desigualdad en Reino Unido es igual que en Estados Unidos", indicó Alonso a BBC Mundo.

– ¿Crisis? No para los ricos: sólo las clases medias y bajas la están sufriendo (El Confidencial – 16/1/14)

(Por Héctor Barnés)

Los efectos de la crisis financiera que arrancó en el verano 2008 tras la caída del banco Lehman Brothers han afectado de manera sensible a todas las clases sociales de España, menos a las más adineradas, que apenas han notado sus efectos. Esta es una de las conclusiones que se extraen de un nuevo informe publicado por la Fundación Alternativas, que indica que el número de hogares en situación de pobreza severa se ha duplicado, pasando del 4% al 8%, mientras que la proporción de hogares más ricos se mantiene constante.

El informe, titulado ¿Cómo afecta la crisis a las clases sociales?, señala que la desigualdad ha aumentado sobre todo por el empobrecimiento de los trabajadores no cualificados, los que más han retrocedido tras la crisis, y que tan sólo representan el 2,8% de la ocupación según los datos de 2011. Este grupo se ha visto reducido a la mitad en las últimas tres décadas, algo que también ha ocurrido con los obreros cualificados, cuyo porcentaje ha descendido del 31,0% del año 1977 al 15,5% de 2012. Una evolución que da fe de los cambios estructurales en el panorama laboral español.

Vuelve la lucha de clases

El estudio, realizado por el sociólogo José Saturnino Martín García del Laboratorio de Alternativas y que utiliza el esquema de clases de Max Weber como marco referencial, señala que esta evolución se debe, ante todo, a la crisis de la construcción, que empleaba a un gran número de trabajadores de baja cualificación.

El objetivo del informe es, además, poner de relieve que la clase no debe pensarse únicamente como una cuestión de renta, sino que depende también del nivel de cualificación, el sector de actividad, la propiedad de los medios de producción o la jerarquía en la empresa. "Algunos entienden el paro como que hay gente que ofrece trabajo y otros lo buscan pero estos no se llegan a encontrar", explica a El Confidencial Martín García, aludiendo a los habituales análisis económicos.

"Pero, en España, los volúmenes tan altos de paro se suelen deber a la destrucción de sectores y no a que la gente esté menos dispuesta a trabajar", añade el sociólogo. Algo que ya ocurriese en su día tras la reconversión industrial y el declive del sector agrario y que ahora ha sucedido con la construcción. "Por mucho que se hable de la importancia de los individuos, y de que una buena formación facilita encontrar trabajo, si se ha destruido el sector en el que trabajas, lo tendrás mucho más difícil".

Martín García añade una dificultad añadida a aquella que hubieron de sufrir los trabajadores no cualificados de los años sesenta y setenta, cuando el paro de la agricultura se trasladó al sector servicios, es la dificultad de adaptación. "Es fácil adaptarse a un empleo de camarero", indica el sociólogo. "Pero es mucho más complicado pasar de ser un albañil al sector de nuevas tecnologías, y esto es aún más difícil a cierta edad".

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El futuro de la clase media

Los datos señalan que el porcentaje de los extremadamente pobres ha aumentado en apenas un lustro del 3,7% al 8,0%, mientras que los pobres han pasado del 16,6% al 18,4%, conformando en total un 26,4% de españoles en situación de pobreza. Por su parte, la considerada como clase alta también ha crecido, del 8,4% al 8,9%. Esta polarización de la sociedad española parecería explicarse por la disolución de la clase media y media alta.

"El análisis puramente económico a menudo oscurece hechos como que realmente algunos albañiles y camareros no eran de clase media, aunque cobrasen lo mismo que los ingenieros", explica el sociólogo. Ello provoca que los que tuvieran mejores recursos -es decir, formación académica o puestos de trabajo más altos en la jerarquía- hayan afrontado de manera satisfactoria la crisis, mientras que aquellos que gozaban de rentas semejantes pero peores recursos se hayan visto enfrentados a grandes dificultades.

El autor matiza que determinados sectores laborales han sido especialmente perjudicados, como ocurre con los periodistas, que han notado aún más la crisis que la construcción, sólo que representan un porcentaje mucho menor que aquel por lo que no han resultado tan significativos en el cómputo global.

Buenas noticias para los profesionales liberales

Los que han mejorado su posición son los pertenecientes a las profesiones liberales, que es el grupo en el que menos ha bajado el poder adquisitivo, un 2,9%. Se trata del grupo social que, junto a los directivos, menos está notando la crisis ya que, como explica Martín García, tiene más capacidad de negociación.

Por el contrario, los que más están notando los efectos de las dificultades económicas en lo que concierne a su poder adquisitivo es la clase de servicio bajo, formada por los que poseen diplomaturas o formación profesional superior. En ese grupo, explica Martín García, se clasifican los empleos como enfermeros o trabajadores de imagen y sonido, y se trata de aquel en el que encaja un amplio porcentaje del paro juvenil.

Son los obreros no cualificados los que sufren un mayor desempleo, un 35,2%, en contraste con el 12,3% del año 1977. Les siguen los obreros cualificados (19,5%), los servicios no cualificados (16,6%) y los administrativos-comerciales (12,2%), según los datos de la Encuesta de Población Activa realizada por el INE que recoge el estudio.

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Un país más igualitario

"Una sociedad más igualitaria no es sólo una sociedad en la que las diferencias de ingresos son altas o bajas, también es una sociedad en la que el nivel de vida no está determinado por la clase social", explica el informe, poniendo de manifiesto que en España la adscripción a determinados orígenes aún influye de manera sensible en la vida posterior del ciudadano. "Por mucho que se hable de la importancia de los individuos, las reglas sociales de cada clase siguen siendo muy importantes", añade el autor.

Martín García concluye que las razones de esta divergencia tienen también un origen político, ya que en esta evolución de la sociedad española influye "cuánto dinero se recauda y de qué manera se reparte". España es, a ese respecto, uno de los países donde los ricos han perdido menos dinero durante la crisis y los pobres más, a diferencia de Islandia, donde la destrucción del sector financiero conformó un panorama completamente opuesto. 

– La desigualdad definirá la próxima década (The Wall Street Journal – 22/1/14)

(Por Stephen Fidler)

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La globalización ha hecho del mundo un lugar más igualitario, elevando las fortunas económicas de miles de millones de personas de escasos recursos en los últimos 25 años. Pero, al mismo tiempo, ha hecho que los países ricos sean más desiguales, reduciendo los ingresos de la clase media y baja.

Durante un tiempo, la crisis financiera parecía haber revertido la tendencia hacia una mayor desigualdad en los países industrializados. Pero los datos más recientes sugieren que fue sólo una breve interrupción.

En torno a 2010, las tendencias previas a la crisis se restablecieron, a medida que el estímulo del gobierno dio paso a la austeridad, las prestaciones por desempleo se agotaron y las medidas de los banqueros centrales impulsaron los retornos sobre los activos financieros, ayudando más que nada a los acaudalados.

Las cifras compiladas por Emmanuel Saez, de la Universidad de California en Berkeley, y Thomas Piketty, de la Escuela de Economía de París, mostraron que en 2012 el 10% con mayores recursos se quedó con la mitad de todos los ingresos generados en EEUU. Esa cifra es la más alta desde 1917, el primer año del que se dispone información.

"Creo que tenemos un problema político. En algún momento, las clases medias en países ricos podrían oponerse a la globalización", apunta Piketty. Un orden mundial en el que una mayoría se beneficia -pero una minoría influyente, no- podría no ser sostenible por mucho tiempo.

Algunos expertos prevén que estas disparidades se arraiguen más en las economías más pudientes y que las divisiones entre los muy ricos y el resto dependerán de si tienen acceso a capital. De tener razón, las sociedades desarrolladas regresarían de alguna manera al mundo de los siglos XVIII y XIX. En ese mundo, la verdadera riqueza vendría de encontrar a un cónyuge rico o heredar propiedad. La idea del siglo XX de que la riqueza en gran parte depende de una carrera de trabajo duro bien remunerada se desvanecerá.

El Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, publicado en anticipación a la reunión anual de esta semana en Davos, Suiza, y basado sobre una encuesta entre expertos de todo el mundo, identifica la severa disparidad en los ingresos como el riesgo mundial más propenso a manifestarse en la próxima década.

Los miembros de la "exprimida" clase media en los países desarrollados ya están alzando sus voces, y algunos están apoyando movimientos que se oponen a la globalización.

Branko Milanovic, un ex economista del Banco Mundial, indica que los datos de encuestas a hogares muestran que, de 1988 a 2008, los ingresos reales del 50% con menos recursos en EEUU crecieron apenas 23%.

A sus pares en el 50% más necesitado en Alemania y Japón les fue incluso peor: los japoneses más pobres experimentaron un descenso de 2% en sus ingresos reales. Entretanto, los ingresos del 1% más adinerado de EEUU ascendieron 113%.

"Las desigualdades nacionales, en casi todos lados menos América Latina, han aumentado", asegura Milanovic.

Sin embargo, a nivel global, las nuevas clases media y obrera en economías emergentes como China, India y Brasil han surgido como las grandes beneficiarias de los últimos 20 años. Los mayores perdedores son el 5% más pobre del mundo, muchos de ellos en África.

– Las auténticas dificultades para el crecimiento (Project Syndicate – 23/1/14)

(Por Michael Spence)

Milán.- La experiencia de las economías avanzadas desde la crisis financiera de 2008 ha impulsado un debate en rápida evolución sobre el crecimiento, el empleo y la desigualdad de ingresos. No debe extrañar: para quienes esperaban una recuperación relativamente rápida de la crisis, cuanto más inmutable se mantiene la situación, más cambia.

Poco después de que el sistema financiero estuviera a punto de desplomarse, la opinión de consenso en pro de una recuperación cíclica bastante normal se disipó al resultar evidente la magnitud de los daños en los balances y el efecto del desapalancamiento en la demanda interna, pero, pese a que el desapalancamiento está muy avanzado, el efecto positivo en el crecimiento y el empleo ha sido decepcionante. En los Estados Unidos, el crecimiento del PIB sigue siendo inferior a lo que, hasta hace poco, se había considerado su tasa potencial y el crecimiento en Europa es insignificante.

El empleo sigue siendo menor y está retrasando el crecimiento del PIB, configuración que comenzó a darse al menos hace tres recesiones y que ha llegado a ser más pronunciada con cada una de ellas. En las economías más avanzadas, el sector de bienes comercializables ha engendrado un crecimiento del empleo muy limitado, problema que hasta 2008 "resolvió" la demanda interna al emplear a muchos trabajadores en el sector de bienes no comercializables (Administración, atención de salud, construcción y venta al por menor).

Entretanto, las tendencias negativas en la distribución de los ingresos precedieron a la crisis y le han sobrevivido. En los Estados Unidos, el desfase entre los ingresos medios (por habitante) y los ingresos medianos ha llegado a ser de más de 20.000 dólares. Los aumentos de ingresos resultantes del crecimiento del PIB se han concentrado primordialmente en el cuartil superior de la distribución. Antes de la crisis, el efecto de riqueza producido por unos precios altos de los activos mitigó la presión hacia abajo del consumo, del mismo modo que, gracias a los bajos tipos de interés y la relajación cuantitativa desde 2008, ha habido aumentos importantes de los precios de los activos que, dados los débiles resultados económicos, probablemente no durarán.

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La concentración en aumento de la riqueza, junto con una calidad educativa desigual, está contribuyendo a descensos en la movilidad económica intergeneracional, lo que, a su vez, amenaza la cohesión social y política. Aunque la causalidad no está clara, históricamente ha habido una gran correlación entre desigualdad y polarización política, una de las razones por las que las estrategias de crecimiento logradas de los países en desarrollo se han basado en muy gran medida en la reducción de la exclusión.

La tecnología que ahorra mano de obra y las tendencias cambiantes del empleo en el sector de bienes comercializables de la economía mundial son factores importantes de desigualdad. Los trabajos rutinarios de trabajadores manuales y oficinistas están desapareciendo, mientras que el empleo con menor valor añadido en el sector de los bienes comercializables está trasladándose a un conjunto de economías en desarrollo que van en aumento. Esas potentes fuerzas paralelas han alterado el equilibrio a largo plazo de los mercados laborales de las economías avanzadas, que han invertido demasiada educación y demasiadas capacidades en una modalidad de crecimiento anticuada.

Todo ello está causando sufrimiento, consternación y confusión, pero el estancamiento en los países avanzados no es inevitable, si bien para evitarlo hace falta superar un conjunto ingente de dificultades.

En primer lugar, las esperanzas no han estado en consonancia con la realidad. Hace falta tiempo para que se manifiesten plenamente los efectos del desapalancamiento, la reequilibración estructural y la reparación de los déficits de los activos tangibles e intangibles mediante la inversión. Entretanto, quienes están soportando la mayor parte de los costos de la transición -los desempleados y los jóvenes- necesitan apoyo y los que somos más afortunados debemos soportar los costos. De lo contrario, la intención declarada de restablecer modalidades de crecimiento no excluyentes carecerá de credibilidad, lo que socavará la capacidad para adoptar decisiones difíciles, pero importantes.

En segundo lugar, para lograr plenamente el crecimiento potencial hace falta corregir la tendencia generalizada a una inversión insuficiente del sector público. El paso del crecimiento impulsado por el consumo al impulsado por la inversión es decisivo y debe comenzar en el sector público.

La forma mejor de utilizar la capacidad fiscal que queda en los países avanzados es la de restablecer la inversión pública en el marco de un plan de estabilización multianual y creíble. Ésa es una vía mucho mejor que otra basada en el apalancamiento, unos tipos de interés bajos y unos precios elevados de los activos para estimular la demanda interna más allá de su nivel natural de recuperación. No toda la demanda se crea igual. Necesitamos aumentar el nivel y lograr una composición idónea.

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