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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 10)

Enviado por Ricardo Lomoro


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 En uno de los barracones, amueblado con cuatro baratijas de plástico y sin aislamiento eficaz para el frío invierno, los jornaleros protegen su intimidad con banderas de México manchadas de tierra que cuelgan de las ventanas. Sus inquilinos confirman lo que detalla un extenso informe de Human Right Watch (HRW) sobre las condiciones de trabajo. Además de soportar jornadas extenuantes y temperaturas extremas, los niños están expuestos a herbicidas y pesticidas (que a menudo se rocían sin previo aviso desde avionetas), y cada año se registran unas 100.000 heridas y golpes graves.

Algunos se hacen daño al caer de las escaleras de hasta 6 metros de altura que se utilizan para recolectar las frutas, otros se cortan con las herramientas con las que recolectan las cebollas… "La agricultura es el trabajo más peligroso (…) y la tasa de mortalidad por accidente laboral es ocho veces más alta que la media", asegura el informe, destacando que los niños no disponen de la protección ni las medidas de seguridad adecuadas.

 

Accidentes mortales y abuso sexual

 En total, se calcula que el 20% de los accidentes mortales registrados en el sector agrícola de EEUU tienen como protagonista a un menor. Y tampoco parecen infrecuentes los casos de abuso sexual. Según el testimonio del abogado William R. Tamayo, algunas jornaleras de Florida tienen hasta un nombre para ello. Lo llaman "El Motel Verde".

La ley para prevenir el trabajo infantil en Estados Unidos data de 1938 y hace una excepción para la agricultura, un guiño a las pequeñas explotaciones familiares que en aquel entonces capitalizaban el sector agrícola. "Todo ha cambiado desde entonces y ahora está en manos de grandes corporaciones, que contratan a los niños directamente o a través de intermediarios. Mucha gente no lo entiende, aún se tiene la idea de la granja familiar en la que los niños dan de comer a las gallinas cuando se levantan y aprenden responsabilidades. Eso está bien cuando se hace durante dos horas al día, no lo consideraría trabajo infantil. Pero la realidad no es esa, sino la de niños que trabajan sin horarios, todos los días, en un ambiente corporativo, no familiar, y muy agresivo. Sus padres les hacen trabajar por supervivencia, no para educarlos", incide Bailey.

Las leyes actuales no establecen limitaciones en las pequeñas explotaciones agrícolas, siempre que los niños dispongan del permiso de sus progenitores o tutores. Las grandes empresas, por su parte, pueden contratar a mayores de 12 años fuera del horario escolar. Y a partir de los 14 ya no existen restricciones de ningún tipo, ni siquiera es necesaria una autorización paterna. La laxitud contrasta con el resto de sectores de la economía estadounidense, donde la edad mínima para trabajar son los 16 años, con excepciones muy concretas como la de los actores de cine.

 Los activistas, apoyados por varios miembros del Congreso, exigen un cambio en la legislación que acabe con esta "excepción agrícola", arraigada de cierta manera en la "psique" americana de defensa de las libertades, la propiedad privada y el culto al trabajo. Enfrentan además la oposición de las grandes compañías, de pequeños y medianos propietarios de granjas y de muchas de las propias familias inmigrantes. "Los niños trabajan en su mayoría porque la familia lo necesita, porque no hay más remedio. Sus padres estarían encantados de tener dinero para sacarlos de esta situación, pero para muchos es una cuestión de supervivencia", recuerda Flores. 

Un negocio inviable sin menores y "sin papeles"

 Los granjeros y propietarios que defienden el trabajo infantil también hablan de supervivencia. Si no fuese por el trabajo de los "sin papeles" y de los menores, dicen, su negocio sería inviable y tendrían que vender sus tierras y dedicarse a otra cosa. La solución que proponen organizaciones y economistas pasa por elevar el precio final, tirando hacia arriba los salarios de los trabajadores agrícolas: los peor pagados de la economía americana y, en su mayoría, desprovistos además de sanidad y seguros sociales (8.000 euros anuales brutos de media en Carolina del Norte, según la Farmer Advocacy Network).

 Un estudio de Philip Martin, economista de la Universidad de California, refleja que un incremento salarial del 40% (lo suficiente para poder mantener a la familia sin que los niños trabajen) no tendría apenas impacto para los consumidores americanos, ya que el gasto en frutas y verduras crecería tan sólo en unos 15 dólares anuales de media por unidad familiar. Y es que, por cada dólar que ganan las compañías agrícolas vendiendo a los distribuidores, los trabajadores sólo reciben seis céntimos, un 0,6%.

– "Sobran seres humanos": por qué va a desaparecer el 47% de los puestos de trabajo (El Confidencial – 8/11/13)

(Por Esteban Hernández)

No hace tanto tiempo, la idea de un mundo en el que las tareas más arduas fueran realizadas por robots, lo que permitiría al ser humano dedicarse a labores creativas que le autorrealizasen, fue vista como utopía liberadora, una suerte de cielo en la tierra que nos conduciría a otra etapa como especie. Pero ese futuro brillante, lleno de máquinas que nos descargarían de los trabajos mecánicos, también trajo consigo un buen número de amenazas que la cultura se encargó poderosamente de reflejar en obras que fueron desde 2001, una odisea del espacio hasta Matrix. Los robots, la inteligencia artificial y los programas informáticos que aprendían por sí mismos fueron percibidos como paraíso o como apocalipsis.

Hoy reviven esas mismas esperanzas y otros mismos miedos ante la posibilidad de que las máquinas vuelvan al centro del progreso. La llegada del big data está afectando sustancialmente a los procesos laborales y está transformando el modo en que entendemos el mundo, al igual que lo hace la implantación de un cada vez mayor número de robots en las fábricas. La posibilidad de producir exclusivamente a través de máquinas parece estar a la vuelta de la esquina, afirman los expertos, y aunque no fuera así, los cambios que ya han generado la mecanización y tecnificación acelerada de los procesos de producción está siendo de tal magnitud que hará que en el futuro cercano se destruya gran cantidad de puestos de trabajo.

Esta tendencia, no obstante, no parece haber levantado demasiadas reticencias en Occidente, ya sea porque estamos acostumbrados a que la deslocalización productiva se haya llevado los puestos de trabajo a países que prometen costes más bajos, ya porque no lo entendamos como una amenaza, puesto que la mayoría de los empleos de nuestros países tienen que ver con o tareas de alto valor añadido o con el sector servicios, áreas en teoría nada susceptibles de ser programadas e informatizadas.

Sin embargo, esa visión parece ser demasiado optimista. Según el  informe The future of employment, realizado por los profesores de la Universidad de Oxford Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, el 47 por ciento del empleo total está en situación de alto riesgo, "ya que muchas de sus ocupaciones son susceptibles de ser automatizadas en una o dos décadas".  En una primera fase, la mayoría de los trabajadores del sector del transporte y de la logística, así como los administrativos y, en general, todos los relacionados con la oficina, y los vinculados a los procesos de fabricación y producción, "son susceptibles de ser sustituidos por el capital informático".

Cajeros, asesores fiscales y arquitectos, fuera

Lo que no esperábamos es que, como señala el  informe, una parte importante del empleo en servicios, ventas y ocupaciones de la construcción también cuente con una elevada probabilidad de ser informatizado. El mercado de robots de servicios personales y domésticos ya está creciendo un 20 por ciento anual (2013) y en la medida en que se vayan mejorando las prestaciones de los ingenios mecánicos, disminuirá la ventaja comparativa del trabajo humano. En segundo lugar, aun cuando la actividad comercial requiera de un grado evidente de presencia personal y de inteligencia social, algunas de sus áreas, como los cajeros, los empleados de mostrador y los teleoperadores de marketing verán cómo el número de sus puestos de trabajo desciende sensiblemente. En tercer lugar, la prefabricación transformará las obras de construcción, lo que terminará por reducir sustancialmente la mano de obra empleada.

El sector profesional de alto valor añadido tampoco se libra de estos procesos y está sufriendo sensiblemente los embates de la informatización. Incluso sectores en teoría poco susceptibles de ser reemplazados por máquinas, como los diseñadores de chips de ordenador, los asesores fiscales o los arquitectos están viéndose afectados por los programas de software.

Las negras consecuencias de los avances tecnológicos

Hay áreas en las que el peso de los sistemas informáticos está creciendo, como es la jurídica, en la que los programas están sistematizando y procesando grandes cantidades de información de forma que hacen prescindibles a buena parte de sus profesionales medios. Estas nuevas formas de automatización han renovado el debate sobre las consecuencias económicas de los avances tecnológicos. David H. Autor, profesor de economía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, aseguraba al New York Times que esta tendencia está provocando que se pierdan muchos puestos de trabajo en la parte media de la pirámide económica, y  que el crecimiento del empleo en la parte superior esté desacelerándose.

Las predicciones, pues, son mucho más negativas de lo que creemos. "Los abogados, profesores o periodistas verán cómo se automatiza su trabajo, y con bastante éxito" señala Lord David Finkelstein, Editor Ejecutivo del diario The Times, toda vez que tareas en las que entendíamos que se necesitaba inteligencia humana, como era la calificación de exámenes escritos, es posible ya realizarla, "y bastante bien", a través de ordenadores.

Y dado que el grado de eficacia en la tarea va a ser similar y que las máquinas son más baratas que el trabajo humano, es claro que "se van a necesitar menos personas en el proceso productivo". Una situación que puede intentar paliarse en las sociedades occidentales a través de nuevas políticas redistributivas, y en ese sentido van algunas de las propuestas que se están debatiendo en Gran Bretaña estos días, como la reducir impuestos a aquellas empresas que suban el sueldo a los asalariados peor retribuidos. Pero todo tiene sus límites, afirma Finkelstein, no solamente porque la aplicación de ese tipo de políticas puede generar problemas, sino porque no termina de solucionar un problema de fondo complejo y profundo.

La respuesta más popular

Dado que las políticas fiscales, tanto en lo que se refiere al aumento de la presión como a su rebaja, no son la panacea y que la tendencia a la reducción de puestos de trabajo parece imparable, nos encontramos ante una encrucijada a la que debemos dar respuesta urgente. La más habitual y la más popular es la que señala la necesidad de que nos formemos (y formemos a nuestros hijos) en matemáticas y ciencias, de modo que seamos nosotros los que mandemos sobre las máquinas y no al revés. Pero esta solución tiene mucho de ficticio porque en un entorno de destrucción de empleo poseer un mejor currículo puede ser individualmente útil, pero deja el problema intacto: aun cuando cuenten con mejores armas, mantiene al mismo número de luchadores en la arena compitiendo por los mismos premios.

El empleo en los años próximos va a ser un asunto central, como lo será el manejo de las tensiones sociales que causará el descenso de número de puestos de trabajo. Sin embargo, el asunto parece pasar desapercibido, preocupados como estamos de generar políticas que aseguren la devolución de intereses de deuda y no de generación de puestos de trabajo. El problema sigue ahí: harán falta menos seres humanos…

– "Esto parece ingeniería social": por qué hay poco trabajo y tan mal pagado (El Confidencial – 15/11/13)

(Por Esteban Hernández)

Hemos entrado en una nueva era del trabajo, en un nuevo modelo (un new normal) que está reconfigurando el mapa de trabajos y ocupaciones que se demandan y cuya verdadera dimensión veremos en los próximos años. Para desgracia nuestra, según asegura el informe realizado por el think tank Resolution Foundation y por la London School of Economics, donde se muestra cómo desde el inicio de la crisis han crecido los trabajos de alta cualificación y los que requieren escasa formación pero han desaparecido con preocupante rapidez los situados en el estrato medio.

El estudio, titulado ¿Una crisis polarizante?, señala cómo el Reino Unido se dirige hacia un mercado del empleo que únicamente tendrá dos niveles, con una parte superior de la escala laboral, la de la alta gestión, la consultoría y el trabajo de alta cualificación que está creciendo un 16% desde el inicio de la crisis, y un sector inferior, el de los servicios y hostelería, que ha aumentado un 17% en ese mismo periodo.

El informe señala cómo los empleadores han aprovechado la crisis para que los trabajadores cuyas tareas no son rutinarias (y que por tanto precisan de formación) hayan aceptado rebajas en sus salarios y han despedido a aquellos empleados cuyas tareas se podían automatizar de forma sencilla. Subraya además las fuerzas cíclicas que están transformando estructuralmente el mercado de trabajo, de forma que sectores antes pujantes, como la construcción, están dejando paso a la salud, la asistencia social y las actividades económicas como principales motores del empleo.

Sin embargo, esos sectores que están creciendo y que implican labores no rutinarias, caso del cuidado de ancianos, han ido acompañados de un descenso en las retribuciones. Por el contrario, los sectores cuyas tareas son repetitivas, como es el trabajo de secretaría, que se han llevado la peor parte de la caída en el empleo, apenas han variado en sus retribuciones (en aquellos casos que han logrado sobrevivir).

Un nuevo panorama industrial

En cuanto al mercado laboral estadounidense, que también es analizado en el informe, las conclusiones son aún más negativas, ya que la polarización es mayor incluso que la del Reino Unido. Las industrias que ofrecen bajos salarios han aumentado considerablemente en los últimos años, y son cinco de los seis sectores que peores retribuciones ofrecen a sus trabajadores los que mayor empleo han ofertado entre 2008 y 2012. El tercio inferior en cuanto a salario de la pirámide laboral creció en 1,9 millones de 2008 a 2012 y el tercio de más alta cualificación aumentó en 409.000 empleados, mientras las industrias del estrato salarial intermedio perdieron 4,4 millones de puestos de trabajo.

Esa tendencia, que no es fruto de una situación coyuntural sino de un cambio de rumbo, está afectando especialmente a ese sector que necesitaba de situaciones estables, trayectorias laborales sin sobresaltos y de situaciones sociales que permitían acumular lo conseguido, como era la clase media. Y es también esa tendencia la causante de que haya menos empleos y de que los existentes estén peor pagados. En el primer sentido, porque la desaparición de esos puestos de trabajo no ha generado nuevos espacios de ocupación, sino que ha supuesto la sobrecarga de tareas: como señala Luis Enrique Alonso, catedrático de sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, "lo que esos empleados realizaban es asumido ahora por sus superiores o por los que estaban situados en los escalones más bajos de la pirámide laboral, de forma que se poseen más funciones aunque eso no repercuta en el salario".  

Como segundo aspecto, en la medida en que las ocupaciones medias pierden peso, los salarios también se dualizan: dado que la mayoría de los empleados están menos formados, porque la cualificación no es necesaria, es posible pagarles menos, sobre todo en un contexto de paro. Como señala Alonso, "gran parte de los trabajos manuales requerían cualificaciones medias, que al ser mecanizados, pasan a ser innecesarios. Lo único que necesitas es alguien que atienda las necesidades de la máquina o del sistema informático". Y eso es bastante más barato.

España y sus clases medias

Esa situación, asegura Alonso, "es aún peor en España, ya que la desaparición de los trabajos de cualificación intermedia, habitual en todo Occidente, se agudiza cuando hay una fuerte desindustrialización, como es nuestro caso. De manera que tendremos una economía de hotel, con gestores por la parte de arriba y limpiadores y camareros por abajo".

Y el futuro aparece aún más oscuro para las clases medias en la medida en que hablamos de una tendencia que se va a disparar, como aseguran numerosas voces del entorno de la tecnología y de los negocios. Algo en lo que coincide Alan Milburn, exparlamentario, ex ministro de sanidad y actual "zar" de la Comisión de la Movilidad Social británica, quien ha señalado que "los trabajadores de cuello blanco se convertirán en los nuevos pobres, ya que sus trabajos van a ser sustituidos por ordenadores".  

Como resultado, "los hijos de familias de clase media están en riesgo de ser excluidos de la medicina, el derecho y el periodismo por una élite social que está aplicando algo que tiene todas las características de la ingeniería social".

Esa división entre el empleo de alto valor añadido, escaso y deseado, y el low cost, sostenido por grandes masas de empleados cuyos salarios irán en descenso, y que no siempre superarán el nivel de subsistencia parece que será el new normal de Occidente. En el caso español, todavía peor. Ese es un reto notable, y no sólo de orden económico. La clase media, el estrato que proveía de estabilidad a nuestras sociedades, y que se alimentaba de empleos regulares y estables, tenderá a desaparecer, como señala Milburn, si esta tendencia continúa su progresión, lo cual traería consigo un nuevo mapa político y social cuyas novedades sólo estamos empezando a percibir. Nos adentraríamos en lo desconocido…

– ¿Son las burbujas de activos el único camino hacia el crecimiento? (The Wall Street Journal – 18/11/13)

(Por Alen Mattich | Del blog MoneyBeat, de The Wall Street Journal)

¿Son las burbujas de activos la única manera en que los bancos centrales pueden impulsar la demanda?

Los principales economistas están empezando a preguntárselo. Y tanto los expertos como los gobernadores de bancos centrales se inclinan claramente a favor de mantener los precios de los activos al alza si esa es la única manera de lograr que la economía siga adelante.

Esto resultará ser, indudablemente, un error, aunque dadas las limitaciones con las que operan los gobernadores de los bancos centrales, es un error que probablemente crean que no tienen más remedio que cometer.

Lo cual sugiere que los mercados de renta variable seguirán saltando de un hito -el lunes, el Promedio Industrial Dow Jones rompió el nivel de 16.000 y el S&P 500 tocó los 1.800- a otro.

El debate, que se ha estado filtrando durante los últimos años, llegó recientemente a lo más alto de la lista de conversaciones gracias a Larry Summers, ex secretario del Tesoro estadounidense, después de su discurso a principios de noviembre en una conferencia de análisis del FMI.

En él, Summers hizo dos observaciones fundamentales.

Primera: a pesar de la opinión generalizada de que los bancos centrales habían mantenido los tipos de interés en niveles demasiado bajos y habían fomentado las burbujas de activos, no había indicios de sobrecalentamiento económico en los años previos a la crisis financiera en países como Estados Unidos. El desempleo no estaba en mínimos extremos y la inflación se comportaba de manera adecuada.

Segunda: las escaseces de producción causadas por la crisis financiera y la posterior gran desaceleración mundial no se han recuperado gracias a un repunte sustancial del crecimiento como cabría esperar.

¿Por qué?

Podría ser que las economías, incluida la estadounidense, hayan caído en el "estancamiento secular", como lo calificó Summers. En otras palabras, estas economías se han vuelto japonesas. Debido al exceso de ahorro mundial y al cambio tecnológico, su tipo de interés "natural" a corto plazo -es decir, el interés coherente con el pleno empleo- es desde hace tiempo -2% o -3%. Pero, como los tipos tienen un límite a la baja de cero, la política monetaria ha sido demasiado endurecedora, en lugar de demasiado laxa.

Desde la crisis, para combatir este límite cero a la baja de los tipos, los bancos centrales han tenido que recurrir a la política monetaria heterodoxa. Especialmente, compras de bonos y otros activos por parte de los bancos centrales, la llamada relajación cuantitativa, que, en parte, impulsa la demanda al generar efectos de riqueza positivos por el incremento de los precios de los activos.

Los gobernadores de los bancos centrales creen que sólo con lograr impulsar la demanda hasta un cierto nivel se convertirá en autosostenible. La producción aumenta, las inversiones de capital suben, la oferta se expande, la productividad laboral crece y, finalmente, el empleo se incrementa también hasta que se absorbe el exceso de capacidad. Al mismo tiempo, la inversión impulsa las tasas de crecimiento potenciales, o, en otras palabras, revitaliza la reciente trayectoria decepcionante.

Si el mecanismo primario para generar este crecimiento inicial pasa por los efectos de la riqueza, forzosamente, los bancos centrales tenderán a inflar burbujas de activos.

Esto es así porque la riqueza está distribuida de manera desigual. Debido a que una pequeña minoría de personas posee una gran mayoría de activos y debido a que hay límites en cuánto puede alguien consumir (gran parte de lo que compran los ricos, de hecho, son inversiones más que bienes de consumo), para que el efecto riqueza se traduzca en un aumento general de la demanda hay que aumentar muy sustancialmente los precios de los activos.

Y aquí es donde se materializa el problema.

La mayoría de la gente normal y corriente se ve obligada entonces a pedir prestado o recurrir a sus ahorros o vender algunos de sus activos para lograr nuevas y mayores tasas de consumo. Vender activos los concentra en manos de los ricos. Los ahorros ya se han gastado. Y como vimos en el último ciclo, el crédito para consumir activos inflados es peligroso, aunque los bancos centrales están haciendo todo lo que pueden para fomentar el crecimiento del crédito.

En algún momento, los salarios o los ingresos tienen que crecer hasta donde se justifican los precios inflados de los activos o los precios de los activos bajarán.

En el último ciclo, los precios de los activos bajaron, lo que provocó la crisis financiera. Los gobernadores de los bancos centrales no ven surgir burbujas de activos en este momento porque, según dicen, los actuales precios de los activos se justifican por las expectativas de niveles de crecimiento futuro y esos niveles de crecimiento están dentro del potencial de la economía.

Si se equivocan y están sobreestimando el crecimiento futuro, el resultado será demasiada inflación. Pero la inflación erosionará el valor de las deudas existentes y, con ello, justificará los actuales precios de los activos.

Y quizás los gobernadores de los bancos centrales crean que merece la pena correr el riesgo, demasiada inflación en el futuro es menos mala que demasiado poco crecimiento ahora. Ante la falta de una política fiscal lo suficientemente agresiva para compensar la falta de demanda, los responsables de los bancos centrales podrían creer, con toda razón, que están obligados a correr estos riesgos.

Pero todo esto depende de la capacidad de los gobernadores de bancos centrales de mantener precios muy altos de los activos en ausencia de tasas de crecimiento elevadas y continuas. Aquí se puede uno fijar en Japón. Durante veinte años, los precios de la renta variable y las propiedades japonesas registraron una trayectoria bajista pese a las ingentes cantidades de estímulo fiscal y monetario. Está claro que hubo frecuentes y relativamente prolongados repuntes en esos años, pero la tendencia general fue a la baja.

Antes de la crisis, los gobernadores de bancos centrales se llenaban la boca al hablar de la creación de la Gran Moderación, un período económico de inflación estable y baja y de crecimiento sólido. Resultó que se equivocaban. ¿Se equivocarán igualmente al pensar que pueden generar efectos en la economía real creando precios de los activos ilusorios?

– Los europeos (incluso los españoles) son más ricos que los estadounidenses (El Confidencial – 21/11/13)

(Por Mario Saavedra)

Gran parte de la admiración que muchos profesan por Estados Unidos proviene de su poderío militar, de su cuasi infalibilidad geoestratégica. Otro buen porcentaje se debe a su cultura, floreciente, dominante, imán para los grandes cerebros de todo el mundo. Nueva York, Hollywood y Washington son la nueva corte del planeta, metrópolis como en su día lo fueron Londres, París o Madrid. Y hay también gente que cree, equivocadamente, que los estadounidenses son más ricos que los ciudadanos del Viejo Continente, y por ello se declara admiradora de su sistema político-económico. Sin embargo, su creencia se asienta sobre cálculos falsos. En realidad, Estados Unidos tiene más ricos y sus ricos lo son más, pero el ciudadano medio es más pobre que el europeo.

El error de percepción proviene de la imagen que se proyecta, pero también del uso de indicadores imprecisos, como el PIB per cápita, una mala medida en tanto que es temporal, pues dura tan sólo un año. Además, enmascara las distorsiones de las desigualdades de distribución de la renta, algo clave en Estados Unidos, donde el 10% más opulento posee el 75% de la riqueza total, según un estudio del Congreso.

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Si eliminamos el efecto distorsionador de la élite estadounidense, la mayoría de los norteamericanos es un 20% más pobre que la mayoría de los europeos. Dicho de otra forma: es mejor nacer en Europa, puesto que es mucho más probable uno lo haga en el 90% de los de abajo que en el 10% de los privilegiados.

Pensemos en un linaje familiar, digamos el de los González. Son, supongamos, 100 miembros en total. Sólo los parientes que viven en Estepona son ricos. El resto malvive tratando de llegar a fin de mes. En estas circunstancias, ¿diríamos que los González son ricos? Es cierto que los de Estepona tienen de todo: yates, mansiones, millones en el banco. Su riqueza total es de 500 millones, y son 10 personas.

El resto de los González, 90 miembros, son clase media o pobres: se reparten entre todos 5 millones en total. Cuando se calcula la riqueza media de los González, el valor resultará muy alto, parece que tienen 505 millones entre 100 miembros, y por tanto tocan a 5 millones por cabeza. Pero si se hace un mínimo esfuerzo por aproximarse a la realidad, se tratará de eliminar la distorsión que provoca la riqueza de los familiares de Estepona. En este caso, lo que hay que repartir son 5 millones entre 90 personas: tocarían a 55.000 euros por cabeza. La riqueza media del 90% de los González es de 55.000 euros por persona. No, no se podría decir que la referida familia es rica.

El europeo medio es un 18% más rico

Hay varias formas de eliminar el efecto de distorsión de los más adinerados. La primera, sugerida por este corresponsal, es la de eliminar a los "familiares de Estepona" de la ecuación, sustraer de la media al 10% más potentado y lo que a este le corresponde de riqueza. En ese caso resulta que cada europeo del 90% es, de media, un 18% más rico que el estadounidense. A cada europeo le corresponden unos 70.100 dólares de la riqueza nacional, frente a los 59.200 de cada estadounidense.

"Esta es una idea interesante, porque se acerca al valor mediano" de la distribución de riqueza, nos confirma por e-mail Tony Shorrocks, coautor del Informe de Riqueza Global de Credit-Suisse. "Quizá incluso habría que quitar al 10% más pobre también, porque en Estados Unidos incluye a muchos estudiantes con deudas", explica refiriéndose a los cuantiosos préstamos que los jóvenes deben a las universidades, a menudo durante años después de haberse licenciado.

Ese "valor mediano" que sugiere el informe de Credit-Suisse es la otra forma más adecuada de acercarse al valor real de lo que tienen las clases medias de los países. En este sentido, el valor "mediano" de la riqueza en Estados Unidos es de 45.000 dólares, mientras que el de España es de 120.000 y el de Europa oscila entre 110.000 y 140.000.

"Si se ordena a los ciudadanos por niveles de riqueza, desde el que menos tiene al que más posee, la mediana es lo que posee el que está en medio de ese ranking", explica a El Confidencial el sociólogo Eduard Bonet.  "Así, aunque los más ricos multipliquen por 1.000 su riqueza, o los más pobres empeoren todavía más, la mediana seguirá siendo la misma". Es el valor que mejor se puede utilizar si se quiere saber cuál es la riqueza de la clase media: es, de hecho, lo que tiene justo la persona que está en medio, con igual número de gente que gana más a derecha y a izquierda de la distribución.

La clave es la desigualdad en la riqueza

Estados Unidos está en la posición 27 de la lista de valor mediano de la riqueza, encabezada por Australia, Luxemburgo y Japón, donde España se sitúa en el lugar número 20. ¿Qué tipo de riqueza se está teniendo en cuenta en el informe? "La riqueza de los hogares, la suma de las propiedades inmobiliarias (sobre todo casas) y los activos financieros (ahorros, pensiones, etcétera) menos la deuda", nos explica Shorrocks. Es decir, no se trata de determinar la calidad de las economías, o los estándares de vida y consumo, sino de los activos con que cuentan los ciudadanos de cada país.

Cuesta creerlo. ¿El ciudadano medio español, un país con un 27% de desempleo, es más del doble de rico que el americano? ¿Quizá por la tendencia a poseer más casas? "Ese puede ser un factor: el valor de las casas en Estados Unidos cuando sales de las grandes ciudades es realmente bajo. Pero la clave más importante es la desigualdad en la riqueza", afirma Shorrocks. "El desempleo afecta más a los ingresos que a la riqueza. Por supuesto, se pueden ver los efectos a largo plazo".  

Hay datos que matizan esta realidad. Si se quiere ajustar por el acceso a la salud, a la educación y a los otros valores esenciales de una existencia digna, el mejor indicador es el Índice de Desarrollo Humano Ajustado por Desigualdad de Naciones Unidas. En esta lista, Estados Unidos se sitúa en el número 16 (según datos de 2012), por encima de España (20), Francia (18) y Reino Unido (19), aunque por debajo de Australia, Noruega, Alemania, Holanda o Suiza, entre otros muchos. El efecto de la crisis es claro: si para Estados Unidos lo peor de ella fue en 2009, para Europa llegó en 2011. Hace dos años, de hecho, España aún estaba en el lugar 17; Francia, en el 16; y Estados Unidos, abajo en el 23.

Al menos en EEUU es más fácil medrar en la escala social…

Si la distribución de riqueza hace que el estadounidense medio sea considerablemente más pobre que el europeo, ¿no es al menos cierto que en el país del sueño americano es más fácil medrar en la escala social? No, esto también es falso. La porosidad social, la posibilidad de acabar en un "quintil" (una de las partes si dividimos la sociedad en tramos de 20% de riqueza) superior, es más baja en Estados Unidos. El 42% de los hombres que han nacido en el quintil inferior se quedan ahí para siempre, frente al 25% de los daneses o suecos y el 30% de los ingleses. Francia, Canadá, Alemania, Noruega, Finlandia… todas superan a Estados Unidos, estas últimas incluso triplican esas posibilidades, según Time Magazine.

Estados Unidos es un gran lugar para la mitad de la población, y un lugar inhóspito con pocas salidas para el resto: sin bajas pagadas por enfermedad, con 48 millones de personas sin seguro médico o con seguros precarios, donde el acceso universal gratuito a la educación se ve como una quimera europea. Y es que, aunque la realidad del país es múltiple, al ciudadano medio le va mucho mejor al otro lado del Atlántico.

Nota metodológica

En Estados Unidos, el 75% de la riqueza pertenece al 10% de la cúspide de la pirámide social, según datos de 2010 de la Oficina de Investigación del Congreso de EEUU. En Europa, la cifra cae al 50%, según el Banco Central Europeo.

Para Europa, de los 69 billones de dólares totales de riqueza (según el Informe sobre la Riqueza Global de Credit-Suisse) descontamos el 50% que les corresponde al 10% y lo dividimos entre el 90% de los 503 millones de habitantes totales de la Europa de los 27 en 2012. El resultado es 34,5 billones entre 492 millones de europeos: 70.100 dólares, aproximadamente.

Si se hace lo mismo para los 68 billones de dólares de riqueza estadounidense, menos el 75% que le corresponde al top 10%, y se divide entre el 90% de 313 millones de habitantes, quedan 17 billones a repartir entre 287 millones de personas: 59.200 dólares por cabeza aproximadamente. 

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– El futuro de los universitarios: endeudarse de por vida (El Confidencial – 24/11/13)

(Por D. Grasso)

"Los ilusos que accedimos al Préstamo Renta Universidad durante el curso 2010/2011, aquel préstamo sin necesidad de aval y de bajos intereses que el Instituto de Crédito Oficial (ICO) concedía para estudiar un máster, ahora debemos empezar a devolverlo. Por narices. Da igual que no tengamos trabajo ni dinero para comer". Esta es la encrucijada económica en la que se encuentra David A. Martín, licenciado en periodismo y miembro de la Plataforma de Afectados por el Préstamo Renta Universidad ICO. En su caso accedió a un préstamo estatal, pero se encuentra en una situación idéntica a la de miles de jóvenes españoles que accedieron, y acceden, a préstamos bancarios para poder matricularse en un grado o posgrado. El coste de estas tasas se incrementó el pasado curso en una media del 16,7%.

La disminución de la inversión pública en educación, que se refleja año tras año en los Presupuestos Generales del Estado, está obligando a buscar alternativas para afrontar los estudios universitarios. "Endeudarse para estudiar" es una práctica establecida ya en muchos países del mundo: es el caso de Chile o de Estados Unidos, donde más de la mitad de los estudiantes prestatarios acumulan, de media, 10.000 dólares de deudas tras cursar estudios universitarios. En España, este modelo está avanzando lentamente. Pero ante la dificultad de recibir créditos bancarios, las familias arriman el hombro: el debate sobre la financiación del Programa Erasmus, al que el Estado prevé cortar la ayuda directa desde 2014, ha dejado claro que, cada vez más, la educación son los padres.

"No volveré a endeudarme en mi vida"

La situación por la que está pasando Martín es semejante a la de Inés Casas, licenciada en Comunicación Audiovisual, que solicitó un préstamo para completar sus estudios con un posgrado en una universidad privada de Madrid. "El banco me dio una cantidad suficiente para pagar la matrícula, que era de las más caras, y para cubrir los gastos de manutención durante el año y medio que duraba el máster. Lo acabé y encontré un trabajo de becaria. No estaba muy tranquila por la deuda, pero entendía que aún no tenía que comenzar a devolverla porque no llegaba a la nómina estipulada para ello. Sin embargo, un día me llamaron de la entidad para decirme que podían embargarme la cuenta porque no tenía bastante dinero para pagar".

Desde entonces, recuerda la joven, su vida se ha convertido en una agonía. Todo lo que gana con los trabajos esporádicos que encuentra como freelance va para pagar su deuda. "Quiero quitarme esta pesadilla de mi cabeza lo antes posible. Juro que no volveré a endeudarme en mi vida", apunta arrepentida. El alquiler del piso compartido, y parte de sus gastos, corren a cuenta de sus padres. Una situación que, asegura, "hace que te sientas fatal. Yo siempre fui independiente económicamente, hasta en la universidad me iba apañando con trabajos por horas y los fines de semana".

La tendencia al endeudamiento de los estudiantes "irá sin duda a más", argumenta el politólogo y profesor de sociología en la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, Juan Carlos Jiménez. E implicará cambios radicales. No serán sólo novedades en el modelo educativo, sino también en el laboral. "Esencialmente, cambiará la valoración de la educación, sobre todo de la superior, porque al ser más cara se primará que te proporcione un empleo y que se forme a las élites", vaticina Jiménez. "A medida que se incremente el precio de las matrículas, que tendrán que hacerlo necesariamente, aumentará la tendencia a solicitar préstamos para estudiar, la universidad dejará de ser de masas y tenderemos más al modelo universitario anglosajón", añade.

Los últimos datos disponibles para analizar esta tendencia son los de la encuesta de gasto en educación que el Instituto Nacional de Estadística llevó a cabo a mediados de 2012. En la investigación, las familias españolas declararon gastarse, de media anual, 1.319 euros anuales por alumno que cursa una enseñanza universitaria. Los datos de la OCDE, por su parte, aseguran que las instituciones públicas españolas -el Ministerio, sin contar las comunidades- aportaron alrededor de 990 euros anuales a los costes formativos de cada estudiante.

Cambio de modelo

¿Qué consecuencias puede tener esta tendencia? "Conseguiríamos parecernos más al modelo norteamericano, con un acceso a la universidad menos masivo y una formación profesional más valorada. Sin embargo, en España, el deseo de los padres es que sus hijos acaben en la universidad, independientemente de que vayan a estudiar y si responde a las necesidades del mercado", explica el politólogo de la CEU-San Pablo.

La peculiaridad social a la que se refiere Jiménez, por la que muchos padres anhelan por encima de todo que sus hijos tengan los estudios que ellos no tuvieron por motivos históricos, hace que antepongan la inversión en educación frente a otras cuestiones. Una realidad que hace presuponer que el endeudamiento estudiantil no dejará de crecer, al menos, durante esta generación. Precisamente por esto, el catedrático de economía en la Universidad de Sevilla Juan Torres entiende que los préstamos a estudiantes son un negocio para la banca. "Se dice que no hay dinero suficiente y se suben los precios de las matrículas hasta llegar a niveles que hacen imposible que puedan pagarlos familias de ingresos medios o bajos que, sin embargo, siempre van a estar dispuestas a todo con tal de que sus hijos estudien", explica. De esta forma, "miles de estudiantes piden préstamos y así aumenta aún más el negocio y el beneficio de los bancos".

En Estados Unidos este negocio bancario de los préstamos estudiantiles ha crecido extraordinariamen­te en los últimos años. "La matrícula de los colleges públicos ha subido un 73% de 1999 a 2009, y la de los privados un 34%, mientras que los ingresos familiares medios han descendido un 7%", apunta Torres. De hecho, el 60% de los estudiantes se ve obligado a pedir un préstamo bancario, según los datos de la American Student Assistance, el doble que en 2005 en números absolutos. Sus deudas, apuntan los datos de la Federal Reserve Bank of New York, ya superan las que se generan por créditos concedidos por la compra de coches. Según Torres, "se incentiva un sistema de préstamos a los estudiantes que se presenta aparentemente como muy atractivo y generoso, pero que a la larga se convierte en una losa de la que miles de jóvenes no pueden liberarse".

¿Merece la pena?

Con una entera generación sobrecualificada, la universidad ya no es un passepartout para el mercado laboral. "Las familias de clase media, acostumbradas a considerar los estudios como un valor que dejar en herencia sus hijos, están perdiendo la confianza", analiza José Félix Tezanos, catedrático de sociología de la UNED y coordinador del libro Juventud, cultura y educación. Perspectiva comparada en España y Chile (Biblioteca Nueva). "Hasta ahora nos habíamos acostumbrado a una sociedad basada en una movilidad ascendente, pero de repente esta tendencia ha cambiado: ya vemos que aunque estudiemos, no llegaremos a tener lo que han tenido nuestros padres", argumenta Tezanos. "Es un espejo de la crisis de la sociedad".

En el citado libro, Tezanos compara el estado del sistema educativo en España con el camino que ha tomado Chile. El cambio de modelo educativo llevado a cabo por el último Gobierno de Sebastián Piñera, ante una fuerte contestación social, ha convertido el país en uno de los más caros del mundo para estudiar una carrera. Los bancos conceden la mayoría de los préstamos, con tipos de interés que pueden fácilmente alcanzar el 7%.

Pero la economía está creciendo a un ritmo de un 5% anual, "algo que genera expectativas de futuro, haciendo que los padres puedan pensar en inversiones a largo plazo para el mañana de sus hijos", explica Tezanos a El Confidencial. En la España actual, sin embargo, la realidad es diferente. Los salarios, según los datos de la Agencia Tributaria difundidos esta semana, han caído, de media, 570 euros con respecto a 2011.

Es por ello que un recorte aparentemente pequeño, el de 200 euros de la ayuda estatal a la beca Erasmus para los estudiantes españoles, que será realidad desde el próximo año, ha vuelto a abrir la caja de Pandora. Es un peso que no todas las familias podrán asumir, desvirtuando así la idea fundadora del programa: que cada estudiante de la UE pueda cursar seis meses en otro estado comunitario.

Basándose en los datos del Ministerio de Educación, el profesor Emilio García Prieto ha analizado el peso de esta beca sobre las familias en el libro Qué es el programa Erasmus (Pirámide): "Después de unos años de tendencia alcista del apoyo público, nos encontramos con una situación en la que las familias tienen que aportar el 80% del coste del programa", explica a El Confidencial.

"El dinero europeo empieza así a llegar a menos estudiantes, algo que está provocando las reacciones irritadas de la UE a las decisiones españolas", añade. Los datos lo confirman: las estimaciones de estudiantes que accederán al programa Erasmus en el presente curso prevén una bajada del 6%. El número irá probablemente a más, ya que se estimó antes de que se anunciara el recorte. Será la primera vez desde que instauró el programa que disminuyan los "Erasmus" españoles en la Unión Europea.

Ante la merma de la posibilidad de aguante de las familias, se abren dudas sobre las consecuencias a largo plazo de este cambio de modelo. Tras conocer la realidad de Chile, Tezanos esboza una imagen: "Cuando presentamos el libro, uno de los autores chilenos contó una anécdota. Habló de una joven embarazada que vio en las últimas protestas del país y que llevaba una pancarta con el escrito: "Cuando acabe de pagar mi crédito empezaré a pagar el de mi hijo". Probablemente nos estamos encaminando hacia esto".

– Así será el futuro de los jóvenes de hoy: sin dinero, sin pareja, sin hijos (El Confidencial – 24/11/13)

(Por Héctor Barnés)

La discusión sobre los millenials, o la llamada generación Y (es decir, la de los nacidos durante los años ochenta y noventa, por simplificar), ha copado las portadas de los medios de comunicación durante el último año. Es el caso del ya célebre reportaje realizado por Joel Stine para Time, que aseguraba en su portada que "los millenials son vagos, narcisistas que se creen que tienen derecho a todo y todavía viven con sus padres". En esa en apariencia negativa imagen, Lena Dunham (o, mejor dicho, el papel que interpreta en su serie Girls) se constituye como el epítome de los millenials: malcriados, banales, frívolos y poco preocupados por el futuro, ya que quizá no tengan ninguno.

El artículo dibujaba una visión mucho más positiva de los millenials que la que se desprendía de su titular, ya que realzaba algunas de las virtudes de las que estos disponen en comparación, especialmente, con la generación que los precedió, la generación X (es decir, la de los nacidos durante los años setenta). Stein aseguraba que se trata de una generación que ha mutado para adaptarse a un nuevo mundo, en el que la alta autoestima va de la mano de la conversión del "yo" en una marca personal y en el que las oportunidades que se abren ante ellos son infinitas (y, por eso, la competencia es mayor). Sobre todo, son mucho más positivos e idealistas que la generación anterior, caracterizada por el cinismo de la música grunge y la posmodernidad cinematográfica.

Un nuevo e interesante libro viene a arrojar nueva luz sobre la generación que está llamada a tomar las riendas de la sociedad durante las dos próximas décadas. Se trata de Baby Bust: New Choices for Men and Women and Work in Family (Wharton Digital Press), un breve volumen escrito por Stewart Friedman con un título que no deja lugar a dudas sobre su contenido: el "fiasco" ("bust") del título es un juego de palabras con la "explosión" ("boom") de los "baby boomers", la generación de sus abuelos: si aquella estuvo marcada por la explosión demográfica, el destino de la nueva generación es su decrecimiento de las tasas de natalidad. ¿Por qué?

El auge de las familias que no tendrán descendencia

Friedman explica en las primeras páginas de su volumen que si en 1991 el porcentaje de jóvenes que tenían pensado tener descendencia se encontraba en el 78%, veinte años más tarde, la situación es muy distinta, y la cifra ha descendido hasta el 42%. En España, la tendencia quizá no sea tan acentuada, pero sí existe: según el Instituto de Estadística de Madrid, el 14,5% de las parejas en edad fértil de la región no se plantea tener otro retoño, mientras que en 1991 el porcentaje era únicamente del 6%. Además, según un estudio realizado por la Fundación Acción Familiar a partir de datos del INE y Eurostat, el 51% de mujeres en el mercado laboral no tienen hijos y el 85% de las mujeres trabajadoras renuncian a tener más descendencia.

A tal respecto, Friedman asegura que no se trata, como ocurrió en el pasado reciente, de una reducción del número de hijos -en España, la tendencia a tener un único vástago se acentuó durante las últimas dos décadas-, sino de que cada vez hay más parejas (e individuos) que optan de manera voluntaria por no tener ninguna clase de descendencia.

En opinión del autor, los millenials viven un conflicto que las generaciones anteriores conocieron de manera menos acentuada, debido a dos factores: "los requerimientos temporales del trabajo se han disparado (hasta 14 horas al día) y la deuda estudiantil se ha multiplicado". Precisamente, una reciente encuesta manifestaba que el 80% de los españoles trabaja 10 horas o más al día, a la par que las tasas universitarias han aumentado hasta un 40%. En definitiva, una situación no tan diferente a la de Estados Unidos.

En definitiva, en un panorama en el que el paro juvenil ha aumentado hasta niveles críticos y en el que la formación del individuo puede alargase más allá de los 30 años, resulta cada vez más complicado gozar de los recursos económicos necesarios para mantener una familia antes de cumplir los cuarenta.

E incluso en dicho caso, las exigencias laborales imposibilitan la compatibilidad entre la vida profesional y la personal, incluso aunque se haya alcanzado la tan deseada igualdad de género, que en muchos casos, ha provocado que ambos miembros de la pareja pasen la mitad del día fuera del hogar, algo que imposibilita la formación de una familia.

Como explica Friedman, "la tecnología ha borrado las líneas entre la vida laboral y la familiar, lo que se suele traducir en más horas de trabajo". Según los datos aportados por el autor de Equilibrando trabajo y vida (Deusto), la mayor parte de jóvenes del siglo XXI espera trabajar 14 horas más a la semana que aquellos que ingresaron al mercado laboral hace 20 años. El último factor a tener en cuenta es que, simple y llanamente, tener hijos es caro: en un momento en el que muchos profesionales se comienzan a endeudar para completar su formación, cada vez será más difícil poder hacer frente a los gastos que supone tener un hijo. Tanto más, cuando la inestabilidad personal y profesional impide a toda una generación hacer planes a largo plazo.

Una nueva familia: el caso japonés

La última peculiaridad señalada por Friedman es que los millenials están creando un nuevo concepto de familia, que ya no mira hacia abajo en el árbol genealógico, sino hacia arriba. En otras palabras, y dado que abrir una nueva rama en el árbol familiar es costoso y requiere de un tiempo y dinero que no se tiene, los jóvenes están reconectando con la generación de sus padres y abuelos, así como redescubriendo a los primos o a la familia política. Es el reflejo en la familia del grupo de amigos, que según Friedman se ha revalorizado frente al aislamiento personal al que empuja, en muchos casos, tener hijos.

Al otro lado del planeta, Japón está implantado una nueva tendencia amatoria: la de los "sin sexo", que no sienten el impulso de relacionarse con el sexo contrario. Como han explicado los expertos que han abordado dicho tema, no se trata únicamente de una respuesta a la saturación de sexo en la sociedad, sino a una manera de centrarse en la vida profesional antes que en la personal, considerada como una distracción: un 70% de las mujeres japonesas dejan su trabajo después de tener su primer hijo.

Son los llamados "herbívoros", u hombres heterosexuales que, a pesar de dicha condición, no buscan ni sexo ni pareja. Según los datos de la Asociación para la Planificación Familiar de Japón, el 25% de hombres y el 45% de mujeres de entre 16 y 24 años de Japón no están interesados en tener pareja. La explicación que aduce la periodista de The Guardian Abigail Haworth es que "la cultura empresarial de Japón hace casi imposible para una mujer combinar su carrera con su familia". Una noticia que aparece al mismo tiempo que la directora operativa de Yahoo! Sheryl Sandberg sugiere que las mujeres han de esforzarse aún más para llegar lejos en su carrera.

Una entrada mucho más tardía al mercado laboral, una fuerte inversión tanto temporal como económica en la formación personal, las exigencias de un mercado laboral cada vez más competitivo, la inestabilidad económica y personal y la difícil conciliación entre trabajo y familia despejan un resultado claro en la ecuación de los millenials: cada vez, y hasta que las circunstancias cambien, tendrán menos hijos.

– El impactante discurso de Larry Summers: ¿y si sólo podemos crecer creando burbujas? (Vozpópuli – 24/11/13)

¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó el exsecretario del Tesoro estadounidense y asesor de Obama ante una selecta audiencia en un foro del FMI.

(Por Antonio Maqueda)

Delante de una distinguida audiencia durante una conferencia en el FMI, con personajes de la talla de Ben Bernanke o Martin Feldstein entre los oyentes, el exsecretario del Tesoro estadounidense, excandidato a presidir la Fed y asesor de Obama, Larry Summers, pronunció hace unos días un discurso que conmocionó a la comunidad de académicos y analistas por radical a la par que convincente y estremecedor: ¿y si la economía estadounidense y por extensión la occidental no es capaz de crecer y crear empleo?, ¿y si sólo puede hacerlo a fuerza de crear burbujas con los consiguientes riesgos?

Summers explicó que las autoridades lo hicieron muy bien a la hora de atajar el pánico del 2008-2009. La rapidez con la que suministraron la liquidez consiguió alejar el fantasma de una Gran Depresión y estabilizar las condiciones financieras. Sin embargo, cuatro años más tarde la proporción de gente trabajando no mejora y el crecimiento del PIB en EEUU sigue anémico. Y semejante fenómeno no sólo ocurre en Estados Unidos, también sucede por ejemplo en Japón. ¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó Summers.

El exsecretario del Tesoro con Bill Clinton, a veces criticado por su papel en la liberalización de los servicios financieros, relató cómo una crisis de origen financiero no es igual que las demás: si por ejemplo ocurre un desastre y se recorta de un día para otro el 80 por ciento de la producción eléctrica, entonces la economía se colapsaría igual que con una crisis bancaria y el Producto Interior Bruto se desmoronaría. Sin embargo, a los pocos meses se empezaría a crecer de nuevo. En cambio, la normalización de una crisis financiera no funciona así. Después de una restricción crediticia o credit crunch, se tarda mucho más en reactivar los canales financieros.

Y para explicar el por qué Summers se remonta a la década anterior a la crisis y se pregunta: ¿cómo pudo ser que en los años previos a la debacle hubiese tanta imprudencia financiera, tanto dinero fácil, y aun así todos esos excesos no se tradujesen en un aumento espectacular de la demanda, mayor empleo, un sobrecalentamiento de la economía y, al final, una oleada de inflación rampante? Es decir, incluso con una gran burbuja y todos esos estímulos artificiales, la demanda no se disparó demasiado. Supongamos, dice Summers, que los tipos de interés reales descontando la inflación ya fuesen antes negativos, y que ni siquiera así se logró el pleno empleo. ¿Acaso no será entonces que ya antes de la crisis no se podía crecer pero la actividad se mantuvo a fuerza de burbujas?

Según Summers, cuando los tipos de interés están en positivo se pueden bajar y fomentar la demanda. Incluso con unos tipos a cero, se puede soportar la demanda inyectando dinero e inflando así algunos precios de activos. Pero una vez los tipos de interés descontada la inflación caen por debajo de cero, aunque se pueden mantener los tipos muy bajos para siempre, resulta mucho más difícil tomar medidas extraordinarias que fomenten la demanda durante mucho tiempo o incluso para siempre. Sin embargo, lamentablemente, "el problema de fondo puede estar ahí para siempre", afirmó Summers.

Y de ser correcta esta visión, prosiguió Summers, dado que cuatro años más tarde no hay evidencia de que se haya restaurado el crecimiento, habría que preocuparse en el caso de que la política monetaria reduzca su actividad, se haga menos expansiva y brinde menos estímulos y, en consecuencia, conceda menos crédito. "Podríamos necesitar que en los próximos años se piense sobre cómo se gestiona una economía donde el tipo de interés nominal cero es un inhibidor crónico y sistémico de la actividad económica, manteniendo nuestra economía por debajo de su potencial", remató Summers.

¿Y qué significa lo dicho por Summers? Esta intervención se entiende como un aval para las políticas de estímulos justo ahora que la Reserva Federal estudia si debe rebajar sus inyecciones monetarias y que el BCE baraja si tomar o no nuevas medidas para alejar la amenaza de unas inflaciones muy bajas y, por consiguiente, unos crecimientos muy bajos. Si la teoría de Summers se cumple, se trata de escoger entre el riesgo de sufrir la inflación y nuevas burbujas o el de padecer muchos años con altas tasas de desempleo.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?

Occidente pudo crecer hasta mediados de los 80 gracias a los "baby boomers" y la incorporación de la mujer al trabajo. A partir de ahí, salvo por algunos momentos en los que se aprovechó la globalización y las nuevas tecnologías, el motor del crecimiento ha sido la deuda y, por ende, las burbujas: la puntocom, la inmobiliaria y la del crédito.

Y el proceso comenzó a agudizarse desde la crisis del 98 en los emergentes. Estos países consideran que tuvieron que sufrir la terapia del FMI porque no tenían reservas con las que responder, y desde entonces empezaron a acumular divisas, sobre todo dólares. Y ello supuso que el precio del dólar se revalorizó y fulminó buena parte de la competitividad estadounidense, lo que a su vez se tradujo en que EEUU alcanzó un déficit comercial del orden del 10 por ciento del PIB. Y para financiar ese déficit todos los años tuvo que entrar en la economía un 10 por ciento del PIB prestado desde fuera. Unos fondos que no se destinaron a inversiones productivas, sino a los mercados financieros e inmobiliarios, creando burbujas.

China, Alemania y Japón, los países más volcados con las exportaciones, se convirtieron en los principales suministradores mundiales de crédito, en concreto y sobre todo de Estados Unidos, Reino Unido y la periferia europea. Y ese mar de liquidez provocó que los tipos de interés se mantuviesen artificialmente bajos. La oferta de dinero fue mucha y por ello se abarata. Una vez se resta la inflación, los tipos de interés en la práctica eran negativos y había que ser tontos para no endeudarse. Se podía tomar prestado cuanto se quisiera, ya que se podría devolver porque la actividad brindaba réditos mayores.

Hasta que ocurre el desastre. En una crisis típica, en cuanto se bajan los tipos se reanima la inversión y el empleo. Pero esta vez hay un exceso de capacidad y unos tipos de interés en el entorno de cero que sencillamente no facilitan el crecimiento por varias razones: por un lado, con los tipos tan bajos no se incentiva a la banca a dar crédito, y en vez de concederlo al sector privado prefiere darlo al público que se califica de más seguro, o simplemente dedicarlo a la especulación financiera.

Por otro, se anima la toma de riesgos y la inversión concentrada en mercados con expectativas de grandes crecimientos, esto es, en burbujas, distorsionando y finalmente destruyendo el crecimiento. En definitiva, mediante el uso de la deuda se adelanta tanta demanda traída del futuro que llega un momento en el que con un crecimiento extenuado las empresas y familias ya no pueden seguir endeudándose más, consumiendo más y a la vez amortizando sus plazos.

De modo que los problemas se acumulan. La población occidental envejece y mengua el crecimiento. Las reformas que mejoran la productividad son lentas y tienen un coste político alto. Al tiempo que la austeridad restringe la demanda, todos los países se lanzan a la vez a ganar cuota de mercado exportadora. Y la globalización y la tecnología están causando una redistribución de la riqueza en detrimento de la clase media de los países occidentales y a favor de las naciones más pobres, las multinacionales y las grandes fortunas. Por si fuera poco, las inyecciones monetarias de los bancos centrales también acaban reportando pingües beneficios sobre todo a los más ricos.

Así las cosas, ¿y si ni siquiera una burbuja es capaz de contrarrestar los cambios estructurales que están ocurriendo?, ¿y si se han terminado los ciclos económicos y sólo podemos crear empleo a fuerza de burbujas financieras o estímulos masivos que siempre suelen acabar muy mal?, ¿cómo vamos a poder reanimar la inversión productiva si ahogados por la deuda no tenemos unas perspectivas de consumo que garanticen los retornos?

– La desigualdad de los estúpidos (El Confidencial – 2/12/13)

(Por Kike Vázquez)

Imagínese que un día andando por la calle alguien, sin conocerle demasiado, le llama estúpido, ¿cómo se sentiría? Ahora imaginémonos una segunda situación en donde dicho sujeto sigue sin saber demasiado sobre usted, pero sí conoce su salario y su patrimonio.  ¿Cree justificado que pueda llamarle estúpido en base a dichos datos? En otras palabras, ¿cree que nuestra inteligencia determina cuánto tenemos? No sé qué pensarán, pero hay una persona que esta semana se ha posicionado muy claramente al respecto: Boris Johnson, alcalde de Londres.

¿Qué ha dicho exactamente el Sr. Johnson? Aquí pueden ver los párrafos de la polémica, si bien en resumidas cuentas afirma que la desigualdad es un fenómeno positivo y que al existir individuos con un cociente intelectual muy alto y otros con uno muy bajo, pues es normal que unos tengan éxito y otros no. Algo que en una extrapolación malvada, pero no muy alejada de la realidad, podríamos definir cómo; los inteligentes triunfan, mientras otros son demasiado estúpidos para conseguirlo. ¿Realmente creen que eso justifica que el 39% de la riqueza mundial esté en manos del 1% más rico?

Ahora el Sr. Johnson seguramente contestaría eso de "no atribuyas a la maldad, lo que puede ser explicado por la estupidez", aunque personalmente me inclino más a pensar que las diferencias entre los seres humanos no son tan altas como indica su patrimonio, más bien estamos ante diferencias "artificiales" de un sistema que no funciona todo lo correctamente que debiese. Y ojo, cierta desigualdad es positiva y natural, que todo el mundo cobre lo mismo y tenga lo mismo por decreto no tiene más perspectivas de prosperidad que la URSS, pero tan perjudicial es la igualdad total como la desigualdad extrema.

Actualmente vivimos en un mundo en donde nos piden que escojamos entre más pobreza o más desigualdad, en donde una tienda de Walmart en Ohio pide a los clientes que donen comida ¡para sus propios empleados!, en donde McDonald"s sugiere a sus empleados buscar un segundo trabajo para sobrevivir o bien cortar la comida en más trocitos para sentirse llenos antes (¡!). Antes era pobre quien no trabajaba, pero hoy en día incluso con un trabajo se puede ser igual de pobre, ¿qué está pasando aquí?

Quizá tenga razón el Papa Francisco cuando critica al actual sistema económico por ser "injusto en su raíz", por fomentar la "exclusión y la desigualdad", y por considerar al ser humano "un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar". O quizá la tenga Raghuram G. Rajan, banquero central de la India y execonomista jefe del FMI, cuando afirma que la actual vorágine crediticia no es sino una respuesta fácil ante la desigualdad en lugar de apostar por una mayor educación.

De hecho cada vez hay más indicios de que esta crisis no empezó en el 2007. El último en plantearlo ha sido Larry Summers, en un discurso 100% recomendable, según el cual la capacidad de la economía para generar demanda está tan mermada que obtenemos burbujas financieras antes de obtener pleno empleo. Y es que, si los bancos centrales se han vuelto tan locos en los últimos años, si ha existido tal desmadre financiero, ¿cómo es que la economía estadounidense no mostró una inflación elevada o un desempleo demasiado bajo? La economía real no responde ni con esteroides, lo que en su opinión podría llevarnos a un estancamiento secular.

¿Y por qué no responde? No hay respuesta, si bien existe una línea de debate que lo achaca a la desigualdad. Es sabido que las rentas altas tienen una propensión al ahorro muy superior a las rentas bajas, quienes consumen la práctica totalidad de lo que reciben. Esto es, el exceso de concentración de riqueza en la parte alta provoca que esas rentas que pasan de la parte baja a la parte alta se dediquen a la inversión en lugar de al consumo, debilitando la demanda. Da dinero a un pobre y lo gastará, dáselo a un rico y lo invertirá.

El problema de la desigualdad no es baladí e incluso, como dice el WSJ, comienza a preocupar por primera vez en Wall Street. Y no, no porque tengan miedo a que esto suponga una subida impositiva, sino porque puede suponer un techo al crecimiento. Un ejemplo es Bill Gross, según el cual la desigualdad de la economía estadounidense la convierte en menos productiva, o Jim Chanos, quien ha manifestado que la gente tiene menos incentivos a participar en la economía si ésta cree que el juego "no es justo".

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Aplicamos el "¡exprópiese, exprópiese!"? Pues en algún caso deberíamos aunque, lejos de quitarle a quien se lo ha ganado como en algún país bananero, habría que quitárselo a aquellos que fruto de la corrupción o los tratos de favor se han llenado los bolsillos. Ojalá todo fuese tan sencillo, el problema es que el fenómeno de la desigualdad es algo creciente en occidente y, aunque en unos países más que en otros, solo en parte achacable a la corrupción. Si quieren entender una explicación más plausible observen la siguiente gráfica:

edu.red

Dromedary World

Según un estudio llevado a cabo por un profesor de la universidad sueca Karolinska Institutet el mundo sería hoy mucho más igualitario de lo que creemos, puesto que sentimos más diferencias dentro de un mismo país, pero como agregado hoy el mundo está más repartido de lo nunca estuvo en mucho tiempo. ¿Por qué? Pues voy a aventurarme y a decir, ¡por la globalización!

Al contrario que el alcalde de Londres, no creo que la estupidez determine nuestra riqueza, en realidad creo que el factor más determinante es dónde nacemos. Si nacemos en una familia rica tenemos muchas más probabilidades de serlo que naciendo en una pobre, si nacemos en un barrio rico tenemos muchas más probabilidades de tener amistades con patrimonio que en uno pobre… y si nacemos en un país rico tenemos muchas más probabilidades de vivir bien que naciendo, por ejemplo, en África.

¿Queremos que exista movilidad social y alguien proveniente de una familia humilde pueda llegar a lo más alto o no? ¿Y qué los ciudadanos chinos puedan aspirar a nuestro trabajo y nuestra renta? ¿Es lo justo o no? ¿Igualdad de oportunidades? Si es cierto que el mundo converge lo que estamos empezando a ver no es otra cosa que la formación de una élite global, una clase media global, y una clase baja global. Súper-ricos, súper-pobres y trabajadores españoles o de la China Popular.

Parte de la industria de occidente se ha ido a otros parajes, perdiendo salarios que en general eran altos y reconvirtiéndose al sector servicios, en algunos casos con alto valor añadido pero en general mal remunerados. Antes los principales empleadores eran los industriales, hoy la hostelería o los McDonald"s de turno. Antes una familia vivía con un sueldo y ahora con estos sueldos sigue siendo pobre. Antes los trabajadores competían con otros a en un radio de kilómetros, ahora la competencia es total. Antes éramos locales, hoy globales.

Además el capital ha substituido a gran parte de la mano de obra por la mecanización y los robots, pasando de la productividad del trabajo como forma de prosperar, que decía Taylor, a la productividad del capital como norma y la del trabajo como mal necesario. Muchos trabajos no sustituibles siguen estando bien remunerados, pero son pocos y cada vez menos, y si bien pareciese simplemente una cuestión de ser productivo, lo cierto es que en países como EEUU las mejoras en la productividad no se trasladan a los salarios. Por lo que va más allá.

¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por una hamburguesa? ¿Y por una camiseta básica? Nuestras acciones nos delatan. Si bien el golpe está siendo asimétrico, puesto que mientras unos son golpeados por una competitividad sin precedentes, otros pagan menos impuestos que nunca. Y no, no me refiero a las rentas del trabajo, puesto que las rentas altas del trabajo sostienen gran parte del sistema tributario. Me refiero a todos esos mecanismos que hacen que el trabajador no solo tenga encima la losa de la competitividad, sino también la fiscal. No puede ser que la fiscalidad moderna se construya por, ¿a quién puedo cobrar sin que se escape?

La desigualdad no solo puede suponer un techo al crecimiento, es que por muy local que sea en contraposición a lo que ocurre globalmente, provoca polarización, malestar y dificultades. Y una vez aparecen todos estos síntomas ya no hay vuelta atrás, porque es imposible cambiar en el corto plazo. Necesitamos una educación de calidad global, unas condiciones mínimas de vida, sanidad, y un sistema tributario justo. Si los políticos miran para otro lado tendremos la desigualdad de los estúpidos, pero no de aquellos con bajo cociente intelectual, sino de quienes pudieron hacer algo cuando estaban a tiempo y no lo hicieron.

Por qué la desigualdad es importante (El País – 22/12/13)

(Por Paul Krugman)

El aumento de la desigualdad no es un problema nuevo. Wall Street, la película de Oliver Stone que retrata a una plutocracia en ascenso empeñada en que la codicia es buena, se estrenó en 1987. Pero los políticos, intimidados por los gritos de "lucha de clases", han evitado dar más importancia a la brecha cada vez mayor entre los ricos y el resto.

Sin embargo, podría ser que las cosas estuviesen cambiando. Podemos hablar de la trascendencia de la victoria de Bill de Blasio en la carrera por la alcaldía de Nueva York o del respaldo de Elizabeth Warren a la ampliación de la Seguridad Social. También habrá que ver si la declaración de Barack Obama de que la desigualdad es "el desafío que caracteriza a nuestra era" se traduce en cambios en la política. En todo caso, el debate se ha animado lo bastante como para provocar una airada reacción de los expertos que afirman que la desigualdad no es para tanto.

Se equivocan.

El mejor argumento para restar importancia a la desigualdad es el estado de depresión de la economía. ¿Acaso no es más importante recuperar el crecimiento económico que preocuparse de cómo se distribuyen sus beneficios?

Pues no. Para empezar, aunque solo se tenga en cuenta el impacto directo de la desigualdad creciente en los estadounidenses de clase media, no cabe duda de que el problema es grande. Además, es probable que la desigualdad haya desempeñado un papel importante a la hora de crear el caos económico en que nos encontramos, y crucial en nuestro fracaso para salir de él.

Empecemos por las cifras. Por término medio, los estadounidenses siguen siendo mucho más pobres ahora que antes de la crisis. Para el 90% de las familias que están en lo más bajo, este empobrecimiento refleja que el pastel económico se está reduciendo y, al mismo tiempo, que la participación en él es cada vez menor. ¿Qué es más importante? Sorprendentemente, la respuesta es que las dos cosas son más o menos comparables. Es decir, la desigualdad está aumentando con tal rapidez que a lo largo de los últimos seis años ha lastrado tanto los ingresos del estadounidense medio como pobres han sido los resultados de la economía, si bien el periodo incluye la peor depresión económica después de la década de 1930.

Desde una perspectiva más a largo plazo, el aumento de la desigualdad pasa a ser de lejos el factor individual más decisivo para explicar la caída de los ingresos de la clase media.

Aparte de eso, cuando se intenta entender la Gran Recesión y la no tan grande recuperación que siguió, el impacto económico y sobre todo político de la desigualdad proyecta una larga sombra.

Ahora hay un amplio acuerdo en que el endeudamiento creciente de las familias contribuyó a preparar el terreno para nuestra crisis económica. La explosión de la deuda coincidió con el aumento de la desigualdad, y es probable que ambas cosas estén relacionadas (aunque no es irrebatible). Después de que estallase la crisis, el trasvase continuo de los ingresos de la clase media a una pequeña élite lastró la demanda de los consumidores, de manera que la desigualdad tiene que ver tanto con la crisis económica como con la debilidad de la recuperación posterior.

Ahora bien, en mi opinión, el papel verdaderamente fundamental de la desigualdad en la catástrofe económica ha sido de carácter político.

En los años que precedieron a la crisis, en Washington existía un notable consenso de ambos partidos a favor de la liberalización financiera, un consenso que no justificaban ni la teoría ni la historia. Al irrumpir la crisis, corrieron a rescatar a los bancos. Pero en cuanto la cosa estuvo hecha, apareció un nuevo consenso que suponía dar la espalda a la creación de empleo y concentrarse en la supuesta amenaza del déficit presupuestario.

¿Qué tienen en común los consensos anterior y posterior a la crisis? Los dos han sido económicamente destructivos: la liberalización contribuyó a hacer posible la crisis, y el giro prematuro hacia la austeridad fiscal ha conseguido sobre todo entorpecer la recuperación. No obstante, los dos corresponden a los intereses y prejuicios de una élite económica cuya influencia política se ha disparado al mismo tiempo que su riqueza.

Esto es especialmente evidente cuando se intenta comprender por qué en medio de una sempiterna crisis de empleo, Washington se obsesionó por algún motivo con la supuesta necesidad de aplicar recortes a la Seguridad Social y al Medicare. Esta obsesión nunca ha tenido sentido económico: en una economía deprimida con los tipos de interés más bajos de la historia, el Gobierno debería estar gastando más, y no menos, y una época de desempleo masivo no es momento para andar fijándose en hipotéticos problemas fiscales a décadas vista. Ni tampoco los ataques contra estos programas reflejan lo que quieren los ciudadanos.

Los sondeos entre los muy ricos, en cambio, muestran que, a diferencia de la mayoría, consideran los déficits presupuestarios un asunto crucial y que están a favor de los grandes recortes en los programas sociales. Y no hay duda de que las prioridades de esas élites han tomado el control del discurso político en nuestro país.

Lo cual me lleva a una última consideración. Creo que tras la reacción en contra del argumento de la desigualdad se oculta el deseo de algunos expertos de despolitizar el discurso económico y hacerlo tecnocrático y no partidista. Pero eso es una quimera. Hasta en las cuestiones que pueden parecer puramente técnicas, la clase social y la desigualdad terminan por modelar -y distorsionar- el debate.

Así que el presidente tenía razón. La desigualdad es, sin lugar a dudas, el desafío que caracteriza a nuestra era. ¿Vamos a hacer algo para enfrentarnos a él?

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © 2013 New York Times Service)

– El extraño caso de la desigualdad del ingreso en Estados Unidos (Project Syndicate – 31/12/13)

(Por J. Bradford DeLong)

Berkeley.- A menos que en 2014 ocurra algo muy inesperado, el nivel de PIB real per cápita de Estados Unidos alcanzará y superará el de 2007. No son buenas noticias.

¿Por qué? Consideremos que durante los dos ciclos económicos anteriores a la caída de 2007, el PIB real per cápita de la economía estadounidense creció a un ritmo anual promedio del 2%. De hecho, así fue a lo largo de más o menos un siglo. Así, hoy el producto estadounidense está siete años (o un 14%) por debajo del nivel que se podía esperar razonablemente en 2007. Y no hay nada a la vista que pueda hacerle volver, o siquiera acercarse, al crecimiento anterior a la crisis financiera de 2008. El único consuelo (bastante deprimente, por cierto) es que a Europa y Japón les está yendo mucho peor en comparación con ese año.

Por tanto, la insuficiencia del rendimiento per cápita anual de la economía estadounidense en 2014 equivaldrá a $ 9000 por persona al año que no se habrán destinado a productos de consumo, vacaciones ni inversiones, entre otros. Para fines de 2014 el coste de oportunidad perdida acumulado per cápita debido a la crisis y sus secuelas habrá ascendido a cerca de $ 60.000.

Si lo proyectamos al futuro (sin nada en el horizonte que pueda hacer regresar a los Estados Unidos al ritmo de crecimiento anterior a 2008) con la tasa de descuento anual del 6% que aplicamos a las ganancias de capital, los costes futuros son de $ 150.000 per cápita. Si usamos la tasa de descuento real anual del 1,6% con que el Tesoro de EEUU puede tomar préstamos a través de los bonos de tesorería protegidos a 30 años contra la inflación, los costes per cápita futuros llegan a los $ 550.000. Y si se combinan los costes del empleo y el capital inactivos durante la recesión y el daño al ritmo de crecimiento futuro de la economía estadounidense, las pérdidas oscilan entre 3,5 y 10 años de producto total.

Se trata de una proporción mayor de las capacidades productivas de Estados Unidos que las que se perdieron a causa de la Gran Depresión, y eso que nuestra economía es 16 veces más grande que en 1928 (5,5 veces mayor en términos per cápita). Así que a menos que algo (y tendría que ser de mucho peso) nos haga regresar a la trayectoria de crecimiento previa a 2008, los historiadores económicos del futuro no verán la Gran Depresión como el ciclo económico más desastroso de la era industrial, sino el que estamos viviendo.

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