Teoría y praxis
Enviado por Simón Royo Hernández
"Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo (…). Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere"
(Heidegger Carta sobre el humanismo).
"¡Pero del saber al hacer hay de nuevo un salto!"
(Wittgenstein Investigaciones Filosóficas, 505).
Marx escribió en una época en la que no había ningún socialismo real, casi ningún país del que no le expulsaran, y, sin embargo, hoy parece que no tiene sentido pensar con Marx porque ya no existe la URSS. Muchos realistas políticos, adoradores de los poderes efectivos y reinantes, así argumentan al abandonar el barco o cambiar de chaqueta. ¡Tampoco existía la URSS cuando Marx escribió toda su obra, sino la Rusia zarista y otras monarquías absolutas! Tampoco existía la ONU cuando Kant escribió la Paz Perpetua pero, retrospectivamente y pese a que la institución luego creada esté en crisis y nunca haya alcanzado la suficiente fuerza, no se puede decir que la Paz Perpetua de Kant fue, es y será, mera ideología. ¿Acaso es El Capital de Marx una supuración ideológica del modo de producción capitalista? No lo creemos.
Lo antedicho es prueba suficiente de que no es necesario –para poder defender la relevancia del quehacer teorético de la filosofía escrita a la hora de la transformación del mundo en que vivimos– ir hasta el Fedro y recoger, dentro de la ambivalencia con la que Platón trataba a la escritura, ese extraño poder de las «semillas inmortales», de esas letras escritas que fructifican en el porvenir al ser despertadas por un lector. Puesto que, por una parte, aunque mucha labor escrita acabe en el basurero de la Historia, y, por otra, no pueda decirse que haya poema que deje intacto al mundo, hay bastantes ejemplificaciones de la encarnación no mística del lógos como para tenerla por inane.
Kant, John Stuart Mill o Bertrand Russell, junto a otros, bien pueden ser tomados como ejemplos de una cierta clarividencia respecto a la incidencia práxica de sus respectivos quehaceres teoréticos, volcados en escritura. Y aunque el primero considerase sus textos más políticos como meros divertimentos, en ellos declaraba que: «Esta esperanza de tiempos mejores, sin la cual nunca hubiera entusiasmado al corazón humano un deseo serio de hacer algo provechoso para el bien universal, también ha ejercido siempre su influjo sobre la labor de los bienpensantes». La anticipación en la imaginación de que vayan a darse otras modalidades del pensar –y otras posibilidades del existir– mueven a la acción y otorgan al actor la sensación de que otros mundos son posibles. Y si bien el acto teorético de contemplar lo existente pudiera no tener ulterior consecuencia al permanecer en la mente, no es ya lo mismo al ponerlo por escrito y ofrecerlo a la luz pública. Las ideologías que rodean a todo arte y todo pensamiento y sobre todo a la política, son mucho más densas que las que se aprecian en algunas estructuras en las que se han descubierto desde la antigüedad regularidades geometrizantes. De ahí que la pretensión de hablar en nombre de la razón o en nombre de los otros siempre entrañe la incapacidad de hacerse consciente de los propios prejuicios. Con todo la música, la gramática, las matemáticas o la filosofía no pueden ser, en sí mismas, en su consideración estructural o formal, ni reformistas ni reaccionarias, ni reaccionarias conservadoras ni reaccionarias revolucionarias, sino que depende del contenido determinante que las encarne y del uso pragmático que se haga de ellas el cómo se determine el envoltorio ideológico que las circunda y que, no obstante, las atraviesa por completo.
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