Descargar

Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 13)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

En compañía de este simpático joven arquitecto y del Sr. Flageolet, Secretario de la Legación francesa, emprendí viaje para Colombia a fines de 1880. Varios compatriotas tomaron pasaje en el vapor « Labrador »de la Compañía Transatlántica con rumbo a Sabanilla. Cuando llegamos a Fort-de-France, el Comandante del vapor dió orden de que anclara el buque a con-siderable distancia del muelle, porque los vigías habían visto, por medio de los anteojos de larga vista, que en la capital de Marti-nica ondeaba en todas partes una bandera gualda, lo cual indicaba que en el puerto reinaba la epidemia de fiebre amarilla y que en tal virtud debíase evitar a todo trance el contacto con el lugar infestado.

Al efecto, el buque ancló a considerable distancia y se proce-dió á recibir el carbón de que tenía necesidad de proveerse, el buque por medio de botes conducidos por negros que no po-dían aproximarse al casco del vapor y que debían echar su carga a las canastas del buque. El capitán prohibió rigurosamente toda comunicación con los conductores del carbón para evitar el con-tagio y aun la correspondencia se desinfectaba antes de abrirse, pues todavía se ignoraba que el medio de contagio de la fiebre amarilla es el mosquito tropical que trasmite el bacilus de un enfermo a un sano.

La permanencia en Fort-de-France fué muy larga, duró mas de tres días por la lentitud con que se recibía el carbón y por las precauciones que se tomaban para evitar el contacto con los conductores.

Al fin terminó la desagradable estación en medio de ese sol canicular de las Antillas, y emprendimos viaje para las cos-tas de Venezuela y Colombia.

Pocos días después de hallarnos en marcha a bordo del vapor, alguno de mis compatriotas me dijo que se hallaba enfermo con fiebre uno de los jóvenes colombianos llamado Rafael Lopez Santamaria, simpático joven antioqueño de 25 años de edad. In-mediatamente fui a visitarlo a su camarote y lo encontré con violenta fiebre, y muy abatido y angustiado.

Se hallaba en un camarote de tercera categoría en el centro del buque, cerca de Ja máquina y con tres compañeros más, todo lo cual contribuía a hacer mas fatigante y desagradable su situación en el vapor.

Inmediatamente busqué al médico de a bordo 31 le hice exa-minar a López, para saber cual era la enfermedad que aquejaba a mi joven compatriota.

El facultativo, después de examinar cuidadosamente el en-fermo y las materias que vomitó durante el examen, diagnosticó una fiebre biliosa, proveniente, en su opinión, de un exceso de helados y de frutas que había tomado a bordo.

En virtud de este diagnóstico, resolví hacer trasladar al en-fermó a mi amplio camarote de popa, en donde yo estaba solo, gracias a la deferencia del Director de la Compañía Transaltlán-tica, con quien había entrado en arreglos para establecer una lí-nea de vapores de Marseille a Sabanilla,

El joven enfermo se encontró muy aliviado al instalarse en mí camarote, relativamente cómodo y ventilado, pero la enfermedad no cedía y tuve que soportar los accidentes de ella hasta llegar a Sabanilla, sirviendo de enfermero para sacar las vasijas en que arrojaba el enfermo sus excrecencias, particularmente de vómito. Durante el trayecto, dos veces hice examinar por el médico las materias que arrojaba el joven López, pues yo tenía la sospecha de que la enfermedad fuese fiebre amarilla.

« No diga Ud. eso, Señor, me dijo el médico, porque puede Ud. alarmar a los pasajeros. Conozco mucho los síntomas de la liebre amarilla y yo le garantizo que lo que este joven tiene es una fie-bre biliosa de carácter grave, que no es absolutamente contagiosa y que desaparecerá sin duda cuando llegue a tierra

Después de tocar en los puertos de Venezuela, llegamos a Sabanilla, que es hoy el mismo que lleva el nombre de Puerto-Colombia, y que está servido por el magnífico muelle que cons-truyó el Sr. Cisneros.

Cuando desembarcamos, la situación de López parecía suma-mente grave y fué preciso llevarlo en brazos hasta al ren que nos condujo a todos a Barranquilla, En esta ciudad me alojé yo en un cuarto del Hotel Vieco, y en virtud de la súplica que me hizo el pobre enfermo casi moribundo, hice colocar en mismo cuarto y frente a mi, una cama para él.

Por la noche me recogí muy temprano y en la cama recibí la visita del Dr. Joaquín María Vengoechea, afamado médico y político distinguido de la ciudad de Barranquilla. Cuando nos hallábamos en animada conversavion sobre asun-tos públicos, el joven López se quejó y arrojó abundante vómito sobre el vaso de noche, que se hallaba al pié del catre en que yacía. Quien está allí enfermo, me dijo Vengoechea?

« Un joven colombiano, le respondí, que ha venido conmigo desde Europa y que se halla enfermo con fiebre biliosa, según dijo el médico de a bordo. Quiere Ud. examinarlo?

Vengoechea después de haber examinado con mucha atención al enfermo y las materias que había arrojado, pasó a la mesa de toilette, se lavó cuidadosamente las manos y la boca, se acercó a mí cama, y me dijo en voz baja: « Lo que tiene este joven es fiebre amarilla y creo que no pasará de mañana. Se halla en el peor periodo para el contagio. Es una imprudencia que Ud. esté aquí. Levántese y váyase a cualquier parte esta misma noche. Yo cuidaré mañana de ver que lleven al enfermo a un lugar aislado, "porque por casualidad soy Presidente de la Junta de Higiene.

Salté yo de la cama, como tocado de corriente eléctrica, y le contesté en voz baja: » Hace siete días que estoy durmiendo en la misma pieza con este enfermo, aspirando su aliento y los eflu-vios de las materias que arroja constantemente. No creo que me escaparé del contagio de la terrible enfermedad. »

Inmediatamente me vestí y, ayudado por Vengoechea, arreglé la cuenta del Hotel y abandoné el local para ir a buscar aloja-miento a las 9 de la noche en el Hotel Victoria, eh donde se hallaban alojados los alumnos del Dr. Escobar que seguían para Europa.

Gracias al Dr. Felipe Paul encontré en su cuarto una cama para poder pasar la noche, sin decirle bien entendido que yo me refugiaba allí huyendo del contagio de la fiebre amarilla. Me li-mité a decirle que estaba muy mal alojado en el Hotel Vieco y que no habia encontrado otro recurso que acudir a su generosa hospitalidad.

Como es de suponer, pasé una noche sin dormir un momento porque estaba persuadido que yo iba a ser víctima de la fiebre amarilla, y como deseaba vivamente llegar cuanto antes a Bogotá para ver mi tamilia, me levanté a los primeros rayos del alba, tomé un baño de regadera en el jardín del Hotel y me fui a la casa de Alzamora, mi comisionista en Barranquilla, con el fin de ver si era posible tomar pasaje en el vapor «Montoya » que debia partir para el interior a las 8 ó 9 de la mañana de ese día, llevando al Dr. Rafael Nuñez, Presidente de la República, a sus Secretarios de Estado, Eustasio Santamaria y Eliseo Payán y a los Sres Sa-lomon y Bendix Roppell, al Dr. Paul y empleados del Gobierno que habían venido a Barranquilla, a hacer los últimos arreglos para la fundación del célebre y funesto Banco Nacional, que, como el Arbol del Jordan dió después tan amargos frutos. El banco debía fundarse con los productos del empréstito que obtuvo Nuñez en Nueva York por medio de los Sres Koppell, con el descuento de las anualidades del Ferrocarril de Panamá;

Antes de continuar la narración de mi viaje, referiré que el jóven López Santamaria murió en Barranqui!la en un hospital y en el plazo que había fijado el Dr. Vengoechea.

He referido este episodio como una nueva demostración de que la fiebre amarilla no es contagiosa por la vía atmosférica o de contacto con la persona enferma, sino por la transmisión del bacilus que verifican los mosquitos de las regiones tropicales.

Después supe que López se había ido clandestinamente a Fort-de-France en uno de los botes carboneros, y había pasado dos días con sus noches, en la ciudad infestada.

Cuando desperté al Sr. Alzamora para rogarle que me buscara pasaje a bordo del « Montoya» porque tenía urgencia de seguir al interior ,aquel caballero me contestó: « Es imposible que Ud. puede embarcarse hoy, tanto porque el vapor se pondrá en marcha a las 9 de la mañana y no tenemos mas de 3 horas para sacar el equipaje del trén, hacerlo examinar y embarcarlo, como porque el buque está especialmente destinado al servicio de Dr. Nuñez y de su séquito, y sin el permiso de él nadie puede tomar pasaje a bordo.

Interésele vivamente para que hiciera las diligencias de transportar el equipaje al puerto, gastando cuanto fuere necesario para este objeto, que yo me encargaría de buscar el pasaje. No pudiendo pedir el favor al Dr. Nuñez con quien yo estaba resen-tido a causa de no haber esperado éste mi renuncia del puesto diplomático que tenía en Italia, y de haberme nombrado un reem-plazo (al Dr. Eugenio Baena) antes de mi separación de Roma, me dirigí a los Sres. Santamaria (Secretario de Re Iones Exte-riores) y Eliseo Payán (Secretario de Guerra) a suplicarles que me consiguieran siquiera fuese un pasaje de segunda clase en el vapor, pues yo estaba sumamente nervioso y angustiado con la idea de hallarme contagiado de la fiebre amarilla y quería a todo trance llegar a Bogotá para morir, si era necesario, en el seno di mi familia.

Incidentalmente referiré que el proceder del Dr. Nuñez para conmigo. motivado sin duda por no haberme prestado yo a hacer gestiones en Roma para la anulación de su matrimonio canónico como lo he referido antes, fué la causa de la ruptura del Presi-dente con el General Trujillo, su amigo y protector, y a quien debía la elección dé Presidente, pues, deseoso el General Trujillo de que yo continuara en Roma hasta concluir mi misión reser-vada ante el Vaticano, le había pedido a Nuñez que me man-tuviese en el puesto diplomático que tenía. Nuñez se lo prometió, pero burló a Trujillo y esto produjo viva indignación en el á-nimo de aquel noble y leal amigo.

Los Sres. Payán y Santamaria me manifestaron que el Dr. Nuñez se había reservado el derecho exclusivo y personal de permitir o no los pasajes a personas extrañas y que a nadie le había concedido ese permiso.

Como eran cerca de las 8 de la mañana y a las 9 debía partir el buque, el tiempo que me quedaba para embarcarme era muy corto. Volví donde Alzamora, quien se hallaba en lps di-ligencias del equipaje y le expresé las angustias en que me ha-llaba.

No le queda mas recurso, me dijo Alzamora, que ocurrir donde Mr. Joy, dueño de los vapores del Magdalena, quien pa-rece va embarcarse también, y pedirle un pasaje de carácter ex-traordinario acomodándolo á Ud. en su cabina o en la del Capitán del buque.

Desgraciadamente yo me hallaba en entredicho con Mr. Joy, a quien no había podido reconocer como Secretario del Tesoro del Sr. Parra una fuerte reclamación que había hecho por el al-quiler de los vapores del río durante la revolución de 1877. Esto había motivado publicaciones un tanto agresivas de parte de Joy, y severas contestaciones de la mía. No obstante resolví ir a la Oficina del Empresario inglés. A las 8 de la ma-ñana me presenté en su despacho con el sombrero en la mano y, sin preceder el saludo formulario de buenos días etc. le dije:

Mr Joy, yo vengo, como Napoleón, a entregarme a un caballero inglés como al mas grande, al mas noble y al mas generoso de mis enemigos.

Mr. Joy se hallaba ocupado delante de la mesa de su despacho, y sorprendiéndose de mi aparición y de mi estrambótico saludo, se levantó, me dió la mano y me ofreció un asiento. Cuando le expuse el objeto de mi visita matinal, me dijio: « Con mucho gusto, Señor Doctor, le daré pasaje en el vapor y se alojará Ud. en la cabina que tenía yo reservada. Yo me acomodare con el capitán del buque, pues mi viaje es muy corto, porque debo de-sembarcar mañana o pasado en Paturia a. Inmediatamente dió las órdenes del caso para que se me recibiese en el buque con mi equipaje.

Después de expresarle con efusión mis mas vivos agrade-cimientos por este servicio, volví a encontrar a Alzamora para activar la traslación del equipaje. Ya el buque había dado dos veces la señal de partida y después de estar yo instalado en la parte baja del vapor y al rodar el último bulto de mi equipaje emprendió su marcha el Montoya.

Gran alivio y satisfacción experimenté con haber dejado a Barranquilla, pero el viaje que duró siete días estuvo para mi lleno de zozobra que ocultaba porque me hallaba persuadido que de un momento a otro estallaran los síntomas de la fiebre a-marilla.

Tan luego como se puso en marcha el vapor, ocurrí a donde el Contador para pagar el valor del pasaje. Este empleado me contestó que tenía orden del Sr. Joy de no cobrarme nada por el pasaje ni por cualquier gasto que hiciera en el vapor.

Yo estuve retirado en la cabina de Mr. Joy, que, como la del capitán, se hallaba en el piso mas alto del buque.

A la hora del almuerzo bajé en compañía de Mr. Joy quien me colocó a su derecha en la mesa del vapor, presidida por el Dr. Nuñez. Este me saludó con mucha afabilidad y me hizo muchas preguntas sobre la marcha de los asuntos políticos en Europa.

El viaje hasta Caracolí no tuvo contratiempo alguno y durante él observé yo que Nuñez vivía encerrado en su camarote y que apenas se le veía a las horas de comer y por la tarde, cuando sentado en una silla de tijera recibía el fresco de la brisa del río en la proa del vapor. Casi siempre se acercaba a departir conmigo sobre política, finanzas y literatura. Alguna vez me dijo : Qué libros interesantes ha traído Ud.?

Al tiempo de venirme compré la célebre obra de Littré in-titulada « La tercera república, su última producción, y el Conde de Camors, de Feuillet.

« Yo he leído la novela, pero no la obra de Littré, la cual reservo para cuando me halle en Bogotá. Quiere Ud. leerla?

Aceptó mi ofrecimiento y leyó los dos libros con la consa-gración que él gastaba en sus lecturas.

Al tiempo de despedirnos en Caracolí, me dijo: « Muy grata me ha sido la compañía de Ud. en este viaje y desearía que continuaran como antes nuestras buenas relaciones de amistad. Cuanto a los libros que me ha dado prestados, me ha compla-cido mucho su lectura, sobre todo la interesantísima obra de Littré. Quisiera que Ud. me hiciera el favor de permitirme guar-darla por algún tiempo, porque quiero volver a leerla en Bogotá.

Yo le contesté que podía tener el libro todo el tiempo que quisiera y que yo correspondería debidamente sus amables expre-siones.

Nuñez era hombre impresionable, sobre todo en los asuntos de estética literaria y artística, como todos los espíritus superiores y los grandes intelectuales. La obra de Littré le llamó mucho la atención, de tal manera que a los amigos que lo vi-sitaban les hablaba de ella y, en discurso que pronunció en la Universidad en el año escolar que terminaba, habló de Littré y de Jesúcristo.

Pocos días después de mi llegada a Bogotá, Nuñez me mandó ofrecer el puesto de primer Suplente de los Magistrados de la Corte Suprema, con derecho a entrar en ejercicio de la Magistratura Principal, que se hallaba vacante. Yo le agradecí, pero rehusé el ofrecimiento porque me consideraba todavía muy joven para un puesto en la Magistratura, que siempre se halla ocupado por los viejos, y porque no quería recibir ningún nom-bramiento del Doctor Nuñez, cuya política se esbozaba ya con tendencias anti-liberales.

A fines del año 1880, murió el Doctor Murillo, como lo tengo referido. Y tres meses antes había tenido la inmensa des-gracia de perder a mi padre en Popayán. Así, pues, en ese año funesto, la República perdió dos hombres de los mas nota-bles que ella había producido, y yo a mi amado padre por la naturaleza, y a mi padre político, por los principios y las ense-ñanzas.

CAPITULO XXXI.

Administración Nunez de 1880 a 1882 y principio de la de Zaldua

SUMARIO. Primeros actos de la Administración Nuñez. – Aumenta los sueldos de los empleados públicos y multiplica los puestos diplomá-ticos y consulares. – Descuenta las anualidades del Ferrocarril de Pana-má para obtener una fuerte suma con la cual funda el funesto Banco Nacional. Los principales hombres del antiguo nuñismo se separan dcl Pr¿sidente y proclaman la Unión liberal para oponerse a las ten-dencias reaccionarias de Nuñez. Cinco ex-Presidentes de la Repú-blica entre ellos el General Trujillo y los Sres. Camacho Roldán, Aro-cemena y Wílson, ex-nuñistas. proclaman la unión liberal y ofrecen su apoyo a la candidatura del Dr. Zaldua, presentada por Nuñez. – El Dr. Zaldua elegido Presidente por unanimidad inaugura su Adminis-tración en 1882. – Boceto biográfico de este ilustre magistrado. -Zaldua forma su Ministerio escogiendo hombres eminentes entre los dos bandos liberales. – El Senado nuñista imprueba los nombramientos de los Ministros liberales radicales – Nombrado yo Secretario de Relaciones Exteriores, el Senado suspende la consideración de mi nom-bramiento y algún tiempo después lo aprueba por unanimidad en vir-tud de un arreglo con el Presidente. -En el año de 1882 Nuñez empezó a desarrollar su política reaccionaria y fundó en esa época el célebre Banco Nacional, del cual se prometía el mismo los mas espléndidos resultados, como lo manifestó en un artículo que escribió en « La Luz », intitulado:

« Las Mil y una noches », aludiendo a las maravillas económicas que debía realizar el Banco a semejanza a las que la Lámpara de Aladino producia en los fantásticos cuentos orientales, de aquel título.

El Banco Nacional que se estableció con fondos de la nación para especular con los mismos dueños de esos fondos, puesto que los contribuyentes eran al mismo tiempo los clientes, es uno de los cargos mas graves que la Historia pueda hacer al Dr. Nuñez

ya su sistema político llamado « La Regeneración ».

El Banco Nacional no tenía mas accionista que el Fisco, por consiguiente era un Banco netamente oficial, puesto que aun los de Rusia y Turquía son autónomos y aun cuando tienen al Fisco hay también accionistas particulares y gozan de verdadera independencia. Pero en un Banco que no cuenta sino un solo accionista, el concepto de acción que supone sociedad desaparece y cuando no hay sociedad en una empresa al accionista único se le llama simplemente el dueño.

Proviniendo los fondos del Banco de lo que pagan los contribuyentes, es un absurdo que el pueblo capitalista especule con el mismo pueblo prestatario.

El lorincipal mal que causó el Banco Nacional fué el establecimiento del papel moneda, arma corrosiva que destruyó todas las fibras orgánicas del sistema económico de la República, que causó tan hondas perturbaciones en la nación y que subsisten aun.

Además del papel moneda, el Banco Nacional fué el Centro de la corrupción administrativa y de muchas especulaciones inde-bidas que pí-odujeron la fortuna inesperada de algunos, la ruina de otros, y el descrédito interior y exterior de la nación.

Así pues, de las Mil y una Noches con que fué saludado en su aparición por su padre y fundador el Banco Nacional, para pintar con los ricos colores de su imaginación cíe poeta las riquezas y prosperidades que proporcionaría al país el nuevo estableci-miento, solo quedaron, después de trece años, (cifra fatídica) una sola noche profunda y tenebrosa, que extendió su manto de sombra sobre toda la nación. Cuando la luz y la justicia empezaron a hacer desaparecer las tinieblas de esa noche, el ojo de la sanción pública pudo contemplar con horror, pero sin asombro, revolver(e entre los antros del Banco las emisiones clandestinas, los balances falsos y el abuso y el escándalo.

Trascendentales acontecimientos políticos, dignos de memoración, tuvieron lugar en el curso del año 1881.

Triste y al mismo tiempo solemne es el derrumbamiento de un sistema religioso o político que ha imperado durante largo tiempo y echado profundas raides en el seno de una sociedad organizada. Un cambio radical de régimen político o de religión y el establecimiento de uno nuevo produce conmociones violentas y hondas perturbaciones, y como todo alubramiento está siempre acompañado de dolores y fatigas.

Tal aconteció en Colombia en el período corrido de 1881 a 1885, cuando el Dr. Nuñez, sea por convicciones sinceras o por ambición personal, o por ambas cosas, llevo a cabo una reforma política consistente en el cambio del régimen federativo por otro esencialmente centralista, por la repudiación de la Constitución liberal que había jurado defender y sostener y bajo cuyo régimen había hecho su carrera pública.

En 1881, el Dr. Nuñez echó las bases de la gran transformación que tenía el propósito de llevar a cabo. Al efecto en su discurso de posesión de la Presidencia en el año anterior, de-claró, después de una requisitoria contra el régimen de la década liberal, que el país tenía necesidad imperiosa de una regenera-ción administrativa fundamental, so pena de una catástrofe na-cional.

Sus primeros actos revelaron tendencias reaccionarias. Tanto en sus medidas administrativas como en nombramientos mani-festé su acercamiento al bando conservador. Los dos mas nota-bles corifeos de esta parcialidad política, los Sres. D. Miguel Antonio Caro y D. Carlos Holguín fueron nombrados el uno Bibliotecario Nacional, con pingue e ¡inusitado sueldo, y el otro Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Inglaterra y en España.

Nuñez, multiplicó los puestos diplomáticos y consulares y los destinos públicos de la administración interior.

Los sueldos de los empleados públicos fueron aumentados considerablemente, contra lo cual clamé en elocuentes artículos el ilustrado sacerdote Federico C. Aguilar.

Y como para todos estos empleos y sueldos necesitaba de dinero, descontó varias anualidades del Ferrocarril de Panamá y logró importar al país una suma de dinero, que si mal no recuerdo, montaba a 3 millones de pesos oro americano, y fundó con el Banco Nacional como llevo dicho, nueva fuente de gene-rosos despilfarros para captarse partidarios personales por medio del interés, móvil supremo de todas las acciones humanas, sobre todo en los tiempos modernos.

Al mismo tiempo qué Nuñez derramaba a manos llenas el Tesoro Público en sueldos de empleados nombrados indistinta-mente entre conservadores y liberales partidarios personales de él, escribía en « La Luz », periódico que sostenía con fondos pú-blicos, bajo la dirección del ilustrado escritor cubano D. Rafael María Merchan, y en « La Reforma », periódico inspirado por él y redactado por uno de sus mas ardientes partidarios, D. Nar-ciso Gonzalez Lineros artículos vehementes contra el régimen liberal y contra el sistema federativo pára preparar la opinión

pública a la gran transformación política que él meditaba.

El partido liberal que en 1875 se dividió profundamente durante el debate electoral entre Nuñez y Parra se había unido bajo la Presidencia de este último para hacer frente a la terrible revolución conservadora de 1877. El General Trujillo, hombre valeroso y espíritu noble y honrado, pero cuya intelectualidad sobre todo en asuntos políticos no se hallaba al altura de su elevada posición, se dejo sugestionar por los hombres superiores de quienes se rodeó como fueron Nuñez y Camacho Roldán y cometió grandes errores políticos durante su administración. En vez de seguir la política de unión y de conciliación entre las fracciones liberales como lo hiciera Parra durante la revuelta, abrió de nuevo la cisión y se rodeó casi exclusivamente de los corifeos del antiguo nuñismo. Los gobiernos seccionales fueron combatidos porque no se doblegaron ante las tendencias del nu-flismo, que revivía con todos sus rencores por el fracaso electo-ral de 1875. El ilustre Dr. Luis A. Robles, Gobernador del Magdalena, uno de los espíritus mas nobles y mas ilustrados de la juventud liberal, cuya alma era tan blanca como morena su piel, tostada por los soles del Atlántico, fué derrocado de su gobierno del Magdalena por los batallones de la guardia colom-biana durante la administración Trujillo.

Después de un corto período de ejercicio del Ministerio de Hacienda y cuando Nuñez había provisto entre sus amigos per-sonales los muchos puestos públicos que dependen de ese Minis-terio, Nuñez se separó de esa Secretaría para no gastarse en el ejercicio y se retiró a Cartagena para preparar su elección como sucesor de Trujillo y bajo la protección de éste.

Elegido Nuñez presidente, empezó a desarrollar su política reaccionaria, que tendía a formar un partido adicto a él perso-nalmente y compuesto de los elementos liberales y de unidades conservadores, halagando los primeros con puestos públicos y lo-grerías de contratos o préstamos del Banco Nacional, y a los conservadores con las perspectivas de una reacción que los llevara al poder con él mismo a la cabeza.

Como era natural de este nuevo partido en el cual figura-ban única mente los liberales de segunda fila, se apartaron los hombres mas notables del liberalismo que habían formado en las filas del antiguo nuñismo, como eran el Dr. Zaldua, el Dr. Sa vador Ca macho Roldán, Pablo Arocemena, Teodoro Valenzuela Hermógenes Wilson etc. etc.

El General Trujillo, a quien Nuñez había querido halagar

con el nombramiento de General en Jefe del Ejército con un sueldo doble del de Ministro de Estado, comprendió también su error en haber patrocinado la elección de Nuñez, y con motivo de haberle burlado cuando le prometió continuarme en el puesto diplomático que tenía en Roma> rompió decididamente con el Presidente, re-nuncié el puesto de Jefe del Ejercito, y formó en la oposición.

Estas diversas corrientes políticas convergieron a la unión de todos los elementos liberales que repudiaban la política de Nuñez, la cual se cristalizó en la candidatura para Presidente de la República en 1881, puesto que el periodo bienal debía terminar en lo de Abril de 1882.

Nuñez, como llevo dicho, se había rodeado de los hombres de menor importancia del liberalismo porque comprendía que a los principales corifeos de esta histórica comunidad política no podría ni amendrentar ni corromper para llevar a la práctica su anhelada reforma y su perpetuación en el poder, que era el de-sideratzum de sus ambiciones.

No contando Nuñez entre sus partidarios liberales con nin-guna personalidad saliente y de reputación nacional para poder escogerlo como candidato para la próxima elección presidencial, volvió sus miradas hacia el Dr. Zaldua, patricio ilustre, magistrado intachable e intachado, el primer jurisconsulto de la República, Ministro de Gobierno en la célebre administración del Gral. Jose Hilario López en 1851 y primer Presidente de la Convención de Rio Negro. Y lo proclamó candidato oficial.

En los cálculos certeros de Nuñez para escoger este candi-dato, militaban las consideraciones de que Zaldua, su antiguo y ferviente copartidario, se le había separado, pero en silencio y se hallaba retirado de los asuntos públicos, y Núñez esperaba volver a estrechar sus relaciones personales y políticas porque no había habido ningún motivo para una ruptura violenta y pú-blica. Además, la avanzada edad y la salud quebrantada del Dr. Zaldua hacían prever a Nuñez que el nuevo Presidente seria fácil de dominar o de sugestionar, y en caso contrario, exasperar hasta el punto de hacerle renunciar o de causar su muerte, como así sucedió desgraciadamente.

La proclamación de la candidatura del Dr. Zaldua presentó la ocasión propicia a los liberales disidentes u oposicionistas para proclamar y consolidar la unión de las dos fracciones en que ha-bía dividido desde 1875 el partido liberal, y que entonces se denominaban independientes o nuñistas los unos, y liberales doctri-narios o radicales los otros.

Para llevar a efecto este pian político se reunieron en casa del General Salgar cuatro ex-Presidentes radicales, a saber: San-tiago Pérez, Eustorgio Salgar Santos Acosta y Aquileo Parra, con cuatro individuos de los mas salientes de la parcialidad lla-mada independiente, a saber: General Julian Trujillo; ex-Presi-dente de la República, Salvador Camacho Roldán, Pablo Arose-mena y Hermogenes Wilson, uno de los iíltimos Ministros de Trujillo.

Los ocho personajes que dejo mencionados proclamaron la unión de los liberales y promovieron un gran meeting en la Plaza de Bolivar, el cual tuvo lugar el Domingo de Quasimodo en el mes de Abril de 1881.

Llamados los liberales de la capital por todos sus doctores, concurrimos con entusiasmo al punto señalado para la reunión con el mayor entusiasmo para sellar la unión entre las fracciones del liberalismo.

No recuerdo haber presenciado nunca una reunión política mas numerosa, ni entusiasta ni espontánea que la que tuvo lu-gar en esa época para sellar y jurar la unión liberal.

En la Plaza y frente al Capitolio Nacional se había colocado una tribuna para los oradores y allí proclamaron la unión liberal con el objeto de combatir la amenazante reacción nuñista, los mejores oradores del liberalismo. Recuerdo que el Dr. Rojas Gar-rido, el mas vibrante y el mas elocuente de los tribunos de su época, llevado de entusiasmo en su peroración, llegó hasta declarar que, antes que permitir el advenimiento al Poder del bando conser-vador, era preferible que no quedase en la República ni piedra sobre piedra:

La multidud llenaba literalmenle la espaciosa Plaza de Bo-livar, o sea un área de 1oo metros cuadrados.

Terminados los discursos en medio de un entusiasmo frené-tico, la multitud encabezada por el Dr. Aquileo Parra, se dirigió a casa del Dr. Zaldua, situada en la calle 11 o sea el camellón de los carneros para proclamarlo candidato del partido liberal.

El Dr. Zaldua había rehusado la candidatura presidencial que le ofrecía Nuñez, y los liberales unidos aprovecharon esta conyuntura para robarle la dama al Presidente y hacer propio el candidato oficial.

Hallándose el meeting, o parte de él, frente a los balcones de la casa del Dr. Zaldua, el venerable anciano se asomó a éstos muy conmovido por la ovación popular de que era objeto. A la

vista del ilustre patricio, la multitud que ocupaba toda la calle hasta el puente de San Francisco y hasta la Casa de la Capu-china por el otro, prorrumpió en vivas entusiastas a Zaldua y en frenéticos aplausos durante mas de un cuarto de hora.

Silenciado el meeting, el Sr. Parra pronunció a grito herido un elocuente discurso para ofrecerle la candidatura presidencial en nombre de los concurrentes y del partido liberal unido. des-pués de recorrer a grandes pasos la historia política y la brillante carrera pública del Dr. Zaldua. Conmovido el anciano hasta der-ramar lágrimas por esa manifestación popular tan imponente, con-testó que puesto que él era el símbolo de unión de la gloriosa parcialidad política a quien él había servido con lealtad y abne-gación desde su primera juventud, aceptaba la terrible carga. Re-cuerdo que él terminó con éstas o semejantes palabras:

« He consagrado a la causa liberal todas mis facultades y mí existencia entera. Hoy en la tarde de la vida no tengo otra cosa que ofrendarle que los pocos días que me restan, y acepto la candidatura como mi sentencia de muerte, porque creo que el ejercicio de la Presidencia, superior a mis fuerzas físicas y mo-rales, acortará la escasa vida que me resta. No obstante, hago el sacrifico de ella con toda voluntad. Y puesto que vosotros todos me la ofrecéis, acepto la candidatura y os invito a gritar:

« Viva la unión y la salvación del liberalismo colombiano ». Fácil es comprender cuál sería el entusiasmo de los concur-rentes al oír las palabras del noble anciano.

Al día siguiente se instaló el Comité directivo de la Unión liberal, se nombraron sucursales en toda la República y se fundó un periódico con el título de la Unión » en la tradicional im-prenta liberal de José Benito Gaitan.

Este periódico, que tenía por objeto desarrollar la política de, unión liberal y sostener la candidatura Zaldua como Jefe de ella; fué puesto a mi cuidado como Director y Administrador de él pero redactado por las primeras plumas de la Unión liberal, como aparecía en el encabezamiento del periódico, a saber: Santiago Pérez, Pablo Arosemena, Felipe Zapata y Salvador Camacho Roldán.

Estos nombres ilustres (dos radicales y dos independientes) eran el símbolo mas espléndido de la unión.

El periódico fué redactado casi exclusivamente por el Dr. Camacho Roldán, obrero entusiasta, infatigable de toda causa política que él abrazaba con su vehemencia y sinceridad geniales.

Como una ducha de agua helada cayó sobre Nuñez la unión del liberalismo y el rapto que éste le hiciera de su candidato oficial.

No pudiendo retirar el nombre de Zaldua después de habérselo proclamado, ni teniendo ningún hombre que poder enfrentar al gran patricio, fingió hallarse satisfecho de la unión y quiso contemporizar con el candidato por medio de frecuentes visitas y atenciones personales y políticas.

La candidatura Zaldua fué recibida con grande entusiasmo en toda la República por el liberalismo unido. Los liberales inde-pendientes obedeciendo a su Jefe también la acogieron aunque sin entusiasmo ya, y por último los conservadores, por medio del vocero del partido, Dr. José María Samper, redactor de « El De-ber » también la aceptaron porque dijeron que entre todos los hombres de una y otra fracción liberal no había un solo que podía igualarse al Dr. Zaldua por sus condiciones morales e intelectuales y por su larga vida pública sin sombra alguna.

Así, pues, la candidatura Zaldua no tuvo competidor y por primera vez presentó nuestra Democracia un suceso inaudito, como era el de una candidatura para Presidente de la República de la cual fueron partidarios todos los colombianos.

Nuñez entre tanto comprendiendo que el edificio político que él meditaba para la reforma de las instituciones y para su ambicionado cesarismo, se desplomaba al empezar a levantarlo, redobló sus influencias en el Congreso elegido al mismo tiempo que él para la Presidencia, con el fin de tomar medidas defensi-vas contra la reacción liberal que tan amenazante se preparaba. Al efecto hizo dictar leyes en que poderse apoyar para combatir la actuación que tenía de parte de Zaldua y preparó la candida-tura de los designados en personas de su íntima confianza, como eran los Señores José Eusebio Otalora y José María Camposerrano, reservándose para él la primera designatura porque preveía que el período del Dr. Zaldua no concluiría bajo la Presidencia de este, pues contando con su mayoría en el Senado esperaba con una vehemente oposición lograr que Zaldua se separarse del Go-bierno, o que la carga del Poder fuese superior a su flaca y gas-tada naturaleza.

El año de í88í se pasó en plena paz, y los periódicos todos especialmente el de La Unión, no publicaban otra cosa que adhesiones a la candidatura del Dr. Zaldua.

Proclamada la elección y como para manifestar la opinión unánime del país, se resolvió que la posesión del nuevo Presidente

tuviera lugar en la Catedral porque los edificios Públicos en que se reunían las Cámaras no darían abasto a la multitud que quería presenciar ese acto solemne.

Así el lo de Abril de 1882, el ilustre anciano acompañado da una multitud entusiasta se dirigió al Templo metropolitano y en presencia de una inmensa concurrencia prestó el juramento de sostener y defender la Constitución de Rio-Negro, que él habla firmado como Presidente de la Convención que la expidió, y leyó muy emocionado con voz un tanto cascada un admirable y extenso discurso de posesión, obra de D. Santiago Pérez> en res-puesta al que le dirigió con su elocuencia habitual el Dr. Ricar-do Becerra, Presidente del Senado.

Después de la posesión fué llevado en triunfo el Dr. Zaldua por la entusiasta multitud al Palacio histórico de Bolivar en la Carrera 60, conocido con al nombre de Palacio de San Carlos.

Allí recibió el Presidente al Arzobispo de Bogotá, quien le dirigió un discurso muy expresivo que fué contestado por el Dr. Zualda en términos sinceros y conciliadores como lo hubiera hecho un magistrado conservador de pura sangre, porque el nuevo Pre-sidente, además de ser por sus principios políticos como buen li-beral doctrinario muy tolerante con las opiniones y creencias aje-nas, era cristiano sincero y católico practicante, de tal manera que él miró de buen grado que su hijo único, el eminente sacer-dote, Dr. Francisco Javier Zaldua, su único hijo varón abrazase la carrera eclesiástica en donde ha culminado por sus grandes dotes de inteligencia e ilustración.

El Presidente saliente, el Dr. Nuñez, también concurrió des-pués de la posesión a saludar al Dr. Zaldua, por medio de un discurso escrito y meditado con maestría política, como todo lo que hacía este hombre superior cuando se trataba de hablar o de escribir, por lo cual se decía con el esprit propio de los bo-gotanos, que el Dr. Nuñez no tenía acción buena ni palabra mala.

El Dr. Zaldua, hombre recto e inflexible y de ruda franque-za, que pensaba siempre en voz alta, no correspondió en su res-puesta a Nuñez con frases suaves y diplomáticas como acaso era de esperarse en esa entrevista, puesto que al Magistrado entran-te le convenía no romper lanzas desde el primer día con un hom-bre de la talla política y de las dotes intelectuales del Dr. Nuñez, quien conservaba el prestigio entre sus fervientes copartidarios y quien disponía de la mayoría del Senado. Zaldua (cuyo discurso en esa ocasión fué obra de Felipe Zapata, según se dijo) contestó con suma aspereza a las frases melifluas de Nuñez y le en rostró sus tendencias reaccionarias y desleales al credo liberal y a la Constitución que había jurado defender.

Desde ese momento, Nuñez y Zaldua formaron campamentos enemigos y entraron tesueltos a la lisa.

Era el Dr, Zaldua un hombre alto, seco, y enhiesto, de tez pálida, gruesos labios, ojos apagados y cabeza patriarcal. Severo y correcto en el vestir, de maneras afables pero serias, de porte majestuoso y de aspecto venerable, parecía un miembro distin-guido de la Cámara de los Pares británicos.

Descendiente de familia honorable de Bogotá y emparentado con el ilustre General Pedro Alcantara Herrán, hizo brillantes estudios y según entiendo fué discípulo del eminente Dr. José Ignacio de Márquez, Presidente que fué del Congreso de Cúcuta en muy tierna edad y Presidente de La República de 1837 a 1841, como sucesor del General Santander.

Brillante fué la carrera de Zaldúa como colegial y más bril-lante aun y fecunda fué su carrera profesional de abogado. Zal-dúa llegó a ser el primer jurisconsulto de la República, y como Profesor el mas sabio de los catedráticos en materia de Derecho. Los abogados mas notables de la nación, como fueron Francisco Eustaquio Alvarez, Ramón Gómez y Anibal Galindo, fueron sus discípulos.

Además de ser profesor por muchos años y de ejercer la profesión que le procuró una fortuna, ejerció la Magistratura ju-dicial, dejando en ese ejercicio una huella de rectitud y de sa-biduría que no tuvo par en su época, y que hacía recordar a

D. Felix Restrepo y a otros eminentes jueces de la primera época de la República.

A pesar de hallarse emparentado con familias conservado-ras, Zaldua se afilió desde su juventud en la escuela liberal e hizo parte del célebre Ministerio que organizó el General José Hilario López en 1849, para llevar a cabo la transformación po-lítica de esa época memorable.

Cuando se reunió la célebre Convención de Rio-Negro para constituir sobre nuevas bases la República, después del triunfo de la revolución de 1860, Zaldua fué escogido para presidir ese célebre Cuerpo en competencia con Mosquera, el caudillo vence-dor, y entre todos los hombres mas distinguidos del liberalismo triunfante que concurrieron a ese histórico Congreso.

En 1878 Zaldua fué nombrado por el General Trujillo Mi-nistro del Interior y Relaciones Exteriores y su nombramiento fué aprobado por unanimidad en el Senado de Plenipotenciarios y con el aplauso de toda la nación.

De ese puesto se separó Zaldua poco tiempo después de haber entrado a desempeñarlo, pues su avanzada edad y su mala salud le obligaban a permanecer durante largas temporadas en su hacienda de Tena, la cual, además de ofrecer las ventajas higiénicas del aire del campo goza de una temperatura suave de 18 a 200 centigrados y se halla cerca de la capital de la República.

Retirado de los quehaceres oficiales y de los afanes de la vida pública fué obligado el Dr. Zaldua a abandonar su tran-quilidad para aceptar la candidatura presidencial, como lo tengo referido y para hacer según él mismo lo dijo en su discurso en contestación al Dr. Parra, el sacrificio de su vida, como la úl-tima ofrenda que podía hacer a su patria, porque estaba per-suadido que el ejercicio de la Presidencia era compañero de su muerte.

Como tuve yo el honor de acompañar al Dr. Zaldua du-rante casi todo el corto periodo de su Presidencia, puedo decla-rar que si este ilustre patricio no tenía la erudición literaria de los tiempos modernos ni la instrucción en lo que se llama hu-manidades, que siempre se descuidaba en los antiguos estable-cimientos de educación, yo no he conocido ningún individuo de más sólidos y profundos conocimientos en todos los ramos de jurisprudencia, materia en la cual era verdaderamente maestro consumado.

Pero si su ilustración gramatical y literaria no era vasta, en cambio su criterio y su talento especulativo para penetrarse de todos los asuntos de carácter administrativo y público eran insuperables.

Mas sobre las dotes intelectuales del Dr. Zaldua, se erguía el espíritu mas recto y mas inflexible en el cumplimiento de sus deberes que había podido producir la República, Zaldua como el acero podría romperse, pero jamás doblegar ante nin-guna consideración o interés que repugnara su conciencia. Cuando alguno de sus amigos eminentes le aconsejaba en mí presencia, durante la terrible lucha que sostuvo contra el Senado nuñista, que procurara formar una mayoría en esa corporación para poder ejercer con tranquilidad la Presidencia, por medio de dádivas y destinos diplomáticos a alguno de los miembros de la mayoría que estaban dispuestos a venderse, Zaldua le contestó:

« Yo no puedo hacer eso porque mí conciencia lo rechaza.

Cuando yo entré a este palacio puse un letrero sobre su puerta que dice: « En esta casa ni se compra ni se vende ».

El primer Ministerio que nombró el Dr. Zaldua fué formado por hombres eminentes de las dos fracciones liberales que ha-bían contribuido a su elección. No quiso Zaldua buscar perso-nalidades que habían figurado en los últimos acontecimientos para no herir susceptibilidades y su Ministerio se formó si mal recuerdo con los nombres siguientes:

Benjamín Noguera, hombre ecuánime y moderado, recto e ilustrado, Senador de la Costa, partidario y amigo personal del Dr. Nuñez; fué designado para ejercer el primer Ministerio o sea el de Gobierno con lo cual dió el Presidente una prenda irreprochable al bando nuñista o independiente. Para el Ministerio de Relaciones Exteriores que casi no tiene ingerencia en la política interna fué nombrado el Dr. Felipe Zapata, el hombre de mayor talento en su época y maestro especialista en asuntos internacionales.

Para la Secretaría de Guerra y Marina fue escogido el Sr. General Wenceslao Ibañez, valeroso y gallardo militar, nieto del gran Nariño y heroico defensor de San Agustín.

La Secretaria de Instrucción Pública fué confiada al Dr. Manuel Uribe Angel, el sabio antioqueño, cuya ciencia estaba á la altura de su cultura, de su modestia y de su patriotismo.

Al Ministerio de Hacienda fué llamado el Dr. Miguel Sam-per, tan ventajosamente conocido en la República, el centurión del comercio de Bogotá, el gran ciudadano, como fué llamado con justicia por un eminente escritor conservador, Dr. Carlos Martínez Silva.

Secretario de Fomento fué nombrado el Sr. Felipe F. Paul hombre moderado, laborioso e ilustrado, perteneciente al bando nuñista y Gerente, que había sido del Banco Nacional.

Y, por último, para el Departamento del Tesoro y Crédito

Nacional se fijó con gran acierto el Presidente en el Dr. Jose

María Villamizar Gallardo, jefe del liberalismo doctrinario de

Santander y modelo de probidad pública y privada.

Para cualquiera que conozca la historia patria de esa época resaltará a primera vista la atinada organización de este Mi-nisterio ejemplar, en el cual estaban representadas las dos frac-ciones liberales por individuos de la mas alta honorabilidad política y social, y que se distinguían por su espíritu conciliador y moderado. Así, pues, cuando fue presentada la lista al Senado para su aprobación, conforme a los trámites constitucionales todo el mundo esperaba un voto aprobatorio inmediato y uná-nime. Pero no sucedió así. La mayoría del Senado, dirigida por el Dr. Nuñez, desde su retiro en la casa del Sr. Cualla, cercana al Capitolio, resolvió comenzar las hostilidades en la guerra implacable que declaró al Dr. Zaldua, improbando los nombra-mientos de los Ministros o Secretarios radicales, como eran los Sres. Zapata, Ibañez y Willamizar Gallardo.

El Dr. Miguel Samper se escapó de la siega senatorial porque, aunque antiguo nuñista separado de la política del Pre-sidente saliente, sin hacer ruido, se había consagrado exclusivamente a sus labores comerciales. No obstante, su nombre ilustre fué tiznado con algunos balotas negras.

No tengo recuerdo cual fué la suerte del nombramiento del Dr. Manuel Uribe Angel, el hombre mas ilustrado de la Repú blica, pero si puedo asegurar que él no entró a ejercer el Mi-nisterio de Instrucción Pública, el cual mas tarde ocupó transi-toriamente el Dr. Napoleón Borrero.

La intransigencia y la ignoble guerra que el Senado desató bajo las inspiraciones del Dr. Nuñez, levantaron una ola de indi-gnación general y aumentó el prestigio y la popularidad del nuevo Presidente.

El Dr. Zaldua recibió impasible el artero golpe del Senado nuñista y nombró, para reemplazar a los hombres que habían sido rechazados por el Senado, a individuos de filiación liberal doctrinaria, a quienes él consideraba dignos del puesto y quienes eran en efecto personalidades eminentes. Para reemplazar al Dr. Zapata en el Ministerio de Relaciones Exteriores, nombró al Dr. Bernardo Herrera, jefe de una de las familias mas respetables de Bogotá, padre del actual Arzobispo primado de Colombia, acaudalado propietario, hombre de sólidos estudios en ciencias económicas y políticas, – y tipo perfecto de honorabilidad a quien entonces podría considerarse como el decano de los patricios bo-gotanos. Vivía él retirado de la vida pública y consagrado a sus trabajos agrícolas y comerciales desde el año de 1863, época en la cual ocupó un puesto en la célebre Convención de Rio-Negro.

Nadie dudaba que este nombramiento, recibido por la opi-nión pública con unánime aplauso, obtuviera la inmediata ad-quiescencia oficial. Pero cosa inaudita: ese Senado, verdadera-mente tiberiano, tuvo la audacia de manchar con la mayoría de las balotas negras la figura procera del Dr. Bernardo Herrera.

Igual suerte corrieron los nombres preclaros de Eustorgio Salgar, el célebre Presidente de la Républica de 1870 a 1872, Pablo Arosemena publicista y orador de primera línea 9 la figura mas saliente del radicalismo costeño, Eugenio Castilla, an-tiguo y distinguido Presidente del Tolima y varios otros de la misma talla, hasta completar según entiendo el número de 15 o 17 improbaciones, tanto para puestos diplomáticos como para las plazas vacantes del Ministerio.

Firme el Dr, Zaldua en no doblegarse ante la imposición del Senado nuñista, el cual pretendía que el Ministerio se com-pusiese únicamente de individuos pertenecientes al círculo perso-nal de Nuñez, encargó a los Sub-Secretarios de Estado de la di-rección de los Departamentos administrativos que se hallaban va-cantes.

Se dijo entonces que el Dr. Zaldua tenía el pensamiento de nombrar oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores al Dr. Felipe Zapata para encargarle de la dirección de ese importante ramo de administración pública. Inmediatamente los Agentes parlamentarios del Dr. Nuñez expidieron una ley que obligaba al Presidente a someter al Senado los nombramientos de Sub-Secre-tarios u oficiales mayores. y notificaron al Presidente que el nom-bre del Dr. Zapata sería reprobado por segunda vez.

Esta ley, a todas luces inconstitucional, puesto que la Cons-titución no exigía la aprobación del Senado, sino para los nom-bramientos de Ministros de Estado y de Agentes diplomáticos, fué el principio de una serie de leyes que tenían por objeto en-trabar la acción ejecutiva y que obligaban al Presidente a so-meter a la consideración del Senado los nombramientos de los administradores de Aduana y de Hacienda y de los Jefes y ofi-ciales del ejército de capitán para arriba, pues temía Nuñez que los cambios personales del ejército contrariasen en lo futuro sus ambiciosos planes.

Esta guerra implacable del Parlamento faccioso contra el Presidente elegido por el voto de todos los partidos y que cons-tituía al Congreso en abierta rebeldía contra la Patria y contra las instituciones, no alteró en lo mínimo la probidad política in-mutable del Dr. Zaldua, quien, a pesar de la injusticia manifiesta de esa antipatriótica guerra desoyó las sugestiones de sus amigos cuando le aconsejaron que prescindiera de sus relaciones con el Congreso y gobernara apoyado en el inmenso prestigio popular de que disfrutaba. «No, respondió el honrado magistrado. Soy el esclavo de la ley y de la Constitución, y estas me imponen el deber de someterme incondicionalmente a la voluntad del Poder Legislativo y así la haré, porque nunca a los esclavos les es permitido discutir ni desobedecer las órdenes de sus amos ».

Pretendiendo el Congreso hostilizar por todos los medios al Dr. Zaldua, negó todos los proyectos que pudieran procurarle recursos para subvenir a los gastos públicos y no expidió en el tiempo fijado por el Código Fiscal la ley de presupuestos.

Entonces, el comercio de Bogotá ofreció espontáneamente un cuantioso empréstito al Gobierno porque tenía fé en la palabra del Dr. Zaldua.

El Presidente no aceptó el empréstito y siguió con dificul-tad la marcha de su administración,

Así transcurrió el mes de Abril y la mitad del de Mayo; pero urgía proveer en propiedad los puestos importantes del Mi-nisterio de Relaciones Exteriores> Guerra e Instrucción Pública, del cual se había separado por motivos de salud el Dr, Borrero, distinguido caballero y hombre público del Tolima.

A mediados de Mayo pasó el Dr. Zaldua un mensaje al Se-nado para anunciarle, después de un largo lapso de reposo, que había nombrado Ministro de Guerra al Sr. D. Luciano Restrepo, uno de los hombres mas ricos y respetables de Antioquia, Jefe del liberalismo de esa importante sección de la República y su Gobernador después del triunfo del Gobierno en 1877; Ministro de Instrucción Pública al Dr. Antonio Ferro, hombre distinguido y culto, tanto en lo intelectual como en lo social, Presidente que había sido del Senado y Gobernador de Boyacá que gozaba de una reputación sin mancha, y como Ministro de Relaciones Ex-teriores el oscuro y humilde escritor de estas líneas.

Declaro que yo recibí con entusiasmo el honroso nombra-miento, aun cuando estaba convencido de que sería improbado inmediatamente por el antropófago Senado. Como yo era muy joven, me consideré muy honrado por colocar mi nombre al lado de los personajes que habían sido nombrados anteriormente para ese puesto, como eran los Señores Felipe Zapata, Bernardo Herrera, Eus-torgio Sagar, etc. etc. Al tener noticia de que el Senado había recibido el nombramiento, concurrí regocijado a la barra de esa corporación para presenciar la improbación de mi nombramiento, como lo hizo el girondino cuando marchaba cantando al patíbulo.

Después de que el Sr. Julio E. Pérez con su timbrada voz, leyó el mensaje del Poder Ejecutivo, el Dr. Carlos Calderon R., Senador por Boyacá, el mas joven de la corporación, hombre de gran talento y de vasta ilustración, a quien tributo un homenaje de respeto en los momentos en que escribo estas líneas porque acabo de saber que ha fallecido en Bogotá, el Doctor Calderón R. repito, pidió la palabra para proponer. Todos los concurrentes a la barra esperábamos oír leer la tan repetida resolución de proceder a considerar los nombramientos para recibir sobre los nombres la granizada de bolas negras en la votación. Y con gran asombro escuchamos una proposición de suspensión hasta que el Senado tuviera a bien considerar los nombramientos. Mayor fué nuestra sorpresa al ver que la corporación aprobó en silencio dicha proposición.

Diversos sentimientos se produjeron en mi espíritu con esta inesperada resolución del Senado. La satisfacción que me había producido el nombramiento fué hasta cierto punto contrariada, porque creía que la no improbación inmediata del Senado signi-ficaba algo como indiferencia o desprecio respecto de mi humilde personalidad; pero la esperanza de que la suspensión pudiera dar lugar a una aprobación me halagaba porque debo confesarlo era para mí motivo de regocijo el ser el jefe del Departamento mas importante de la Administración pública, bajo la dirección de un hombre como era el Dr. Zaldua.

La explicación de esta inesperada resolución del Senado y los acontecimientos posteriores se explican de la manera siguiente.

Comprendiendo Nuñez y su círculo que era inútil continuar en la lucha contra el Gobierno, porque todas sus baterías se es-trellaban contra el estoicismo inmutable del Dr. Zaldua, y que se acercaba el término de las sesiones parlamentarias, resolvió hacer suspender la consideración de los nombramientos para tra-tar de entrar en transacciones con el Presidente.

Con tal fin una comisión de la mayoría del Senado se acercó al Presidente de la República a proponerle que mi nom-bramiento para Ministro de Relaciones Exteriores sería aprobado, pero no así los de los Sres. Luciano Restrepo y Antonio Ferro, para que quedaran vacantes estos puestos y pudiesen ser rempla-zados por personas que no se hubieran manifestado tan hostiles al Dr. Nuñez y a sus amigos. Y una vez vacante el puesto de Ministro de Guerra seria nombrado para desempeñarlo el Dr. Benjamín Noguera titular del Ministerio de Gobierno, y hombre que gozaba de la confianza del Dr. Nuñez y del Dr. Zaldua. Para llenar el puesto que dejaría el Dr. Noguera en el Ministerio de Gobierno, el Dr. Zaldua podría nombrara alguno de sus amigos personales o políticos, pero que estuviesen alejados de la política militante y que no residiese en la capital. Cuánto al Ministerio de Instrucción Pública se adjudicaría a alguno de los Senadores que escogiera el Dr. Zaldua, siempre que no fuese decidido enemigo del Dr. Nuñez y de su sistema político.

El primer impulso del Dr. Zaldua fué rechazar la combina-ción que se le ofrecía; pero, dominándose, les dijo a los comisio-nados que pedía un largo plazo para meditar sobre ella.

El mes de Junio y parte del de Julio las empleó el Dr. Zaldua en asuntos de administración sin volverse a ocupar en la transacción que le proponía la mayoría del Senado, pero a me-diados de Julio y cuando se habían acumulado graves asuntos en el Ministerio de Relaciones Exteriores sobre todos, resolvió el Pre-sidente aceptar la transacción ofrecida porque él meditaba que, nombrando a un Ministro de Gobierno ausente de la Capital podría, encargarme a mí, en quien tenía plena confianza, del Ministerio de Gobierno para dar desarrollo a su política de conciliación, y evasión a los diversos asuntos administrativos que estaban en suspenso con motivo de la lucha del Poder Ejecutivo con el Congreso.

En virtud de haberse terminado el acuerdo, el Senado aprobó por unanimidad mi nombramiento y yo tomé posesión de mi elevado puesto el 24 de Julio de 1882.

Los nombramientos de los Señores Luciano Restrepo para la Secretaría de Guerra y Antonio Ferro para la Instrucción pública fueron improbados y en su lugar el Gobierno hizo los siguientes nombramientos:

Secretario de Guerra, Dr. Benjamin Noguera, quien desem-peñaba la cartera de Gobierno;

Secretario de Gobierno, José de Jesús Alguiar. hombre de avanzada edad antiguo colega del Dr. Zaldua; notable abogado, de intachable probidad, retirado en Antioquia hacia muchos años y cuya actuación política como liberal no se había acentuado du-rante las precedentes luchas de las dos fracciones liberales. El Dr. Alguiar aceptó la designación, pero pidió un plazo para poder preparar su viaje y trasladarse a Bogotá. De esta manera el nuevo Secretario de Gobierno, quien llegó en los últimos meses del año de 1882 y no pudo desempeñar sino por poco tiempo sus importantes funciones, a consecuencia de la muerte del Dr. Zaldua.

Secretario de Instrucción Pública fié nombrado el Dr. Rufo Urueta, distinguida personalidad de la Costa, hombre de cultura intelectual y de probada honradez, quien había presidido el Senado en las últimas sesiones y cuyos procederes políticos moderados y conciliadores no inspiraban animosidades a ninguna de las fracciones liberales enemigas.

Estos dos últimos nombramientos también fueron aprobados

por el Senado por unanimidad de votos.

Al fin respiró el Dr. Zaldua después de la prolongada lucha

que había sostenido con el Senado para organizar su Ministerio de conformidad con el principio que lo había animado, a saber:

rodearse de hombres honorables y de reputación inmaculada pertenecientes a las dos fracciones liberales que estaban en lucha.

Gran sorpresa causó al público y causará la lector de estas Memorias, que ignore los acontecimientos políticos que relato, la aprobación de mi nombramiento por el Senado, pero esto se explica muy fácilmente.

Mi poca importancia política; mi alejamiento de la Repú-blica durante toda la administración del General Trujillo y en la primera época de la del Dr. Nuñez, y mi actuación moderada después de haberme separado del Dr. Nuñez, no inspiraban temores al partido nuñista cuando yo desempeñaba la Secretaría de Re-laciones Exteriores como podían inspirarlos los hombres presti-giosos que fueron llamados a ocupar ese alto puesto en la admi-nistración ejecutiva.

Constituido en su totalidad el Ministerio con sus respectivos titulares, pero hallándose vacante transitoriamente la Secretaria de Gobierno, el Presidente Zaldua me encargó de ella para que la desempeñara durante la ausencia del Dr. Alviar, al mismo -tiempo que el despacho de Relaciones Exteriores.

CAPITULO XXXII.

Administración Zaldúa

SUMARIO. – Mis labores como Canciller de la República. – Incidentes interesantes cuando el Dr. Galindo leía al Presidente Zaldua su magis-tral alegato sobre Límites. – Rasgos de la inflexible rectitud y de la nobleza del carácter de Zaldua. – Interesantes episodios que me refirió sobre la marcha del Libertador Bolivar en 1830 y sobre la muerte del Mariscal de Ayacucho. – Resolución del Gobierno del Dr. Zaldua para declarar pirata al vapor Cántabro, refugiado en Colombia. -Orden de extradición del expresado vapor dictada por el Gobierno del Dr. Zaldua por mi conducto. – Falsas apreciaciones que se han hecho sobre este asunto. – Grave enfermedad del Dr. Zaldua. – Su muerte. -Algunas de las palabras pronunciadas por mí delante de su cadáver.

Como asuntos de Gobierno, recuerdo tres acontecimientos políticos dignos de ser memorados en este libro.

Fué el primero un atentado contra la vida del General Da-niel Aldana, héroe de la revolución de 1860, hombre honrado, de dotes administrativas prácticas y liberal pur-sang; A las 8 de la mañana de cierto día, cuando el General Aldana, Gobernador de Cundinamarca, se dirigía de su casa de habitación al despacho oficial de la Gobernación fué atacado por la espalda por un malhe-chor, quien le disparó dos tiros de arma de friego que le cau-saron graves heridas.

Cuando el Presidente Zaldua tuvo conocimiento (leí atentado, se indignó y abrió el proceso del sumario para la investigación del delito, constituyéndose el primer Magistrado en funcionario de instrucción y teniéndome a mí por secretario. Con un funcio-nario de instrucción de los conocimientos y práctica del Dr. Zaldua fácil es comprender con qué rapidez y perfeccionamiento se for-maría ese célebre sumario. El General Aldana se restableció de sus heridas y el criminal fué castigado.

Como se acercaban las elecciones para Diputados a la Asamblea de Cundinamarca, hubo mucha agitación popular porque el Gobierno de ese Estado, contaba con un personal que era hasta cierto punto hostil al Dr. Zaldua. Se dictaron disposiciones para dar seguridad al sufragio> que de tiempo inmemorial no había sido respetado escrupulosamente por los conductores de la política de Cundinamarca. Dichas medidas dieron lugar a una polémica ardiente oficial con la Secretaría de Gobierno del Estado de "Cundinamarca, cuyo titular era el Dr. Próspero Pereira Gamba, uno de los mas notables miembros de esa célebre familia, a la cual pertenecieron los Señores Nicolás, Guillermo y Benjamín, todos hombres de grandes luces y que ocuparon puestos elevados en la política y la sociedad de Colombia.

La polémica entre los dos gobiernos terminó satisfactoria-mente, y las elecciones tuvieron lugar en orden, conforme a las prescripciones de la ley. Recuerdo que el Dr. Zaldua salió de su palacio por la mañana, sin guardia ni aparato y acompañado por mí únicamente, a buscar en la ciudad la mesa de votación que correspondía a su nombre para consignar en las urnas su voto de ciudadano elector.

Este proceder sencillo, democrático y desusado digno de Suiza, causó muy grata impresión en el público bogotano y todo el mundo se apartaba para dar paso al venerable Presidente quien, correctamente vestido y con paso firme, se dirigía a su respectiva mesa de votación para cumplir con el deber de ciuda-dano en la elección. Todas las personas que presenciaron la marcha del Presidente lo saludaron y aclamaron con entusiasmo y respeto, pues era la primera vez que lo veían en la calle después de la posesión de la Presidencia.

Cuando el Dr. Zaldua llegó a la mesa correspondiente a su nombre, que si mal no recuerdo se hallada instalada en la plaza del mercado, se descubrió y procedió a consignar el voto, después de suplicar al Presidente del Jurado que constatara si su nombre se hallaba escrito en la lista de electores.

Todos los miembros del jurado se descubrieron y se pusieron de pié para recibir al Presidente; pero éste les dijo con acento sincero:

« Conservad vuestros asientos y vuestros sombreros porque os hallais a la intemperie, y tened en cuenta que no es el Pre-sidente de la República quien viene ante vosotros a ejercer su derecho electoral, sino el ciudadano Francisco Javier Zaldua. Por consiguiente no tenéis obligación ni siquiera el derecho de hacerme a mí un recibimiento especial.

Una tromba de aplausos fué la respuesta a estas palabras,

dignas de un Washington o de un Franklin.

Durante los conatos de colisión que hubo entre el Gobierno nacional y el de Cundinamarca al tiempo en que el General Aldana se reponía de sus heridas, los Secretarios del Gobierno -seccional pretendieron enfrentarse al Presidente como en otra época, siendo Gobernador el Dr. Gutiérrez Vergara, contra el General Santos Gutiérrez, Presidente de la Unión.

La exaltación de los funcionarios cundinamarqueses llegó hasta el punto de reunir las pocas tropas con que contaba el Estado y atrincherarse en el Palacio de San Francisco.

Algunos amigos del Presidente, propusieron al Dr Zaldua que se enviase un batallón de la guardia colombiana a ocupar el Palacio de San Francisco y deponer por la fuerza a los pre-suntos rebeldes del Estado.

El Dr. Zaldua desoyó esas sugestiones porque él debía respetar la soberanía de Cundinamarca hasta en sus errores y resolvió enviarme a mí con plenos poderes para tratar con los funcionarios de Cundinamarca y establecer un acuerdo entre los dos Gobiernos, lo cual tuvo lugar con suma facilidad porque las promesas que el Presidente Zaldua hizo por mi conducto a los gobernantes seccionales fueran tan amplias que satisficieron por completo al Sr. D. Alejandro Borda, Encargado del Gobierno de Cundinamarca como el primer Secretario de la Gobernación, y caballero cumplido e inteligente, tan patriota cuanto gallardo y simpático.

En el Ministerio de Relaciones Exteriores, mi labor fué mas intensa y mi actuación mas importante.

Ampliamente autorizado por el Presidente, empecé por hacer una poda general de todas los destinos diplomáticos y consulares, inútiles é inoficiosos, que había creado el Dr. Nuñez para favo-recer sus amigos y adeptos políticos. Recuerdo que hasta en Ostende, puerto de Bélgica y lugar de veraneo mas que Centro comercial había creado un Consulado con sueldo, el cual no de-sempeñó ninguna función durante el ejercicio del puerto, porque, según el mismo Cónsul lo refería cuando regresó al País, de Os-tende no se exportaban sino las afamadas ostras.

Los numerosos puestos diplomáticos se redujeron a los puramente necesarios y a los que permitía la partida reducida del presupuesto que había sido Tajada a los mas estrechos límites por el Congreso oposicionista.

El personal diplomático quedó reducido a dos Legaciones en Europa, en Francia la una, y en España e Inglaterra la otra. En esta última fué conservado el Dr. Carlos Holguín, leader conser-vador de quien me he ocupado en estas Memorias, y a cuya la-bor, sobre todo en Madrid, se debió en parte el éxito que tuvo el proceso de límites con Venezuela.

Con el nombramiento de Holguín dió el Dr. Zaldua una prenda de conciliación al partido conservador.

57 Consulados con sueldo había creado el Dr. Nuñez. Este número exorbitante quedó reducido a 14 0 15. En muchos Cen-tros europeos establecí Consulados ad Honorern, siempre desem-peñados por altas personalidades comerciales de los respectivos distritos consulares. Esta práctica, que ha sido seguida invariable-mente por otros gobiernos de la República, ha dado muy satisfactorios resultados, porque los Cónsules extranjeros ad honorem se consagran a desempeñar sus puestos con la mayor escrupulo-sidad y probidad posibles, en tanto que los nacionales que vienen a Europa, se fastidian en las ciudades o puertos secundarios en donde deben desempeñar sus funciones y generalmente dejan un encargado para despachar los buques, y van a Paris a disfru-tar de los grandes atractivos que ofrece esta capital del mundo, de las ciencias, las letras y los placeres.

También redacté extensas circulares, compilando en ellas to-das las disposiciones legales ejecutivas vigentes para formar un Código completo de las obligaciones consulares.

Respecto del servicio diplomático comuniqué instrucciones detalladas para el buen desempeño de estas importantes funcio-nes, e impusé la obligación a los Ministros de dar un informe detallado al Gobierno de todas sus gestiones cuando regresaran al país, como lo hice yo al terminar mi Misión en Italia. No tengo noticia de que ningún otro empleado diplomático haya se-guido esta práctica.

El asunto mas importante que tuvo lugar en la Administra-ción Zaldua por conducto de la Secretaria de Relaciones Exte-riores, fué el relativo al proceso de límites entre Venezuela y Co-lombia, que había sido sometido al arbitramiento de su Majestad el Rey de España y que se ventilaba en esos momentos. Como los hechos relacionados con ese proceso histórico « único triunfo que ha obtenido nuestra diplomacia en los tiempos modernos (¡)»no es bien conocido por la juventud colombiana y se han for-mado a su alrededor falsas historias sobre él, quiero dar algunos (Uribe-Uribe. Discurso parlamentario detalles que yo conocí intimamente como Secretario de Relacio-nes Exteriores en esa época.

La Administración Zaldua prestó mucha atención a recoger documentos en los archivos nacionales para servir al proceso de límites. Nombró además al ilustrado y laborioso jóven D. Ri–cardo S. Pereira, (hijo de D. Nicolas) Cónsul General en Madrid, con orden e instrucciones de que en los archivos españoles, y es-pecialmente en el de Simancas, buscara, y copiara todos los do-cumentos que pudiesen ser útiles para el esclarecimiento de la verdad en el complicado e importante proceso de límites.

El Dr. Zaldua nombró abogado de la República para la re-dacción del alegato ante el Rey de España al Dr. Anibal Ga-lindo, el eminente orador y jurisconsulto de quien me he ocupado en este libro.

Conocida es del público colombiano esta obra magistral del Dr. Galindo, a la cual no fué extraña la intervención directa y profesional del Dr. Zaldua, como paso a referirlo.

Terminado el trabajo de redacción que formó un extenso libro, el Dr. Galindo pidió al Presidente una audiencia diaria de dos horas, por lo menos, para leer el alegato y someterlo a su alta aprobación.

Fijáronse las mañanas de los días laborables entre 8 y 10 para las audiencias acordadas al Dr. Galindo.

Varias semanas empleamos en este interesante trabajo y esas conferencias matinales a puerta cerrada en la Cámara de dormir del Dr. Zaldua convertida en salón de despacho para evi-tar al achacoso y anciano Magistrado las transiciones atmosféri-cas; fueron los únicos ratos de solaz que éste experimentó du-rante el ejercicio de la Presidencia.

Instalados el Presidente, el Dr. Galindo y yo en nuestras respectivas butacas y teniendo al lado un tablero de cuero empizarrado, como el que se usa en las clases de matemáticas, empezaba el Dr. Galindo con su poderosa voz a leer el alegato. El Dr. Zaldua escuchaba con suma atención, con los ojos cerra-dos detrás de los cristales de sus lentes verdes y de doble juego que nunca abandonaba por la crónica irritación de sus ojos.

Cuando encontraba alguna observación que hacer al trabajo de Galindo, asumía el Presidente la actitud de un profesor en la cátedra y explicaba el fundamento de su observación, con tal claridad que el Dr. Galindo y yo quedábamos convencidos de la verdad de la observación y admirados de la sabiduría del maestro.

Inmediatamente yo apuntaba las correcciones al escrito, sobre

una carpeta extendida sobre mis rodillas.

Durante estas sesiones, que eran tan agradables para el Maes-tro como para sus discípulos, Galindo y yo aprendimos muchas interesantes cosas en materia de jurisprudencia. Mas de una vez el Dr. Galindo me dijo al salir de la Casa de Gobierno:

« Qué agradable y qué útil es servir de Secretario al lado de un hombre tan recto y tan sabio como el Dr. Zaldua ».

Terminado el estudio del famoso alegato y convenientemente editado, teniendo al frente del libro mis instrucciones, lo envia-mos al Dr. Holguín, Ministro en España con un considerable acopio de libros y documentos, que habíamos reunido.

Yo mantenía una activa correspondencia con Holguin, tanto oficial como privadamente y sabía correo por correo la marcha del asunto. En una de sus cartas me dijo Holguin que el alegato de Galindo había parecido a los abogados que intervenían en el juicio y a otros grandes jurisconsultos a quienes lo había presen-tado, empezando por el célebre Silvela, una obra admirable 31 concluyente en pro de los intereses de Colombia. También elogogió mucho mis instrucciones a Galindo, respecto de las cuales me dijo, en carta que conservo, las frases siguientes:

« Te felicito por las instrucciones que comunicaste a Galindo y que deberían colocarse con marco de oro sobre el portal de nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores. Hablando anoche en el Casino con el Conde de Casa valencia, me dijo: «Esas instrucciones de su Ministro de Estado de Uds., son dignas de todo elogio y creo que ellas decidirán el pleito en favor de Colombia, porque un Estado que habla y procede así es acreedor a que se tenga entera fé a su palabra ».

Conocido es del público colombiano el resultado de ese célebre proceso. Cuando ya terminaron los trabajos y alegatos y se concretaron los jurisconsultos regios al estudio final para dic-tar el laudo, Holguín se fué para Inglaterra, en servicio de la nación como Ministro en Londres.

Hallándose ausente, se dictó el regio fallo de acuerdo con las justas pretensiones de Colombia, tan brillantemente expuestas y desarrolladas en el alegato de Galindo.

El laudo fué comunicado al Gobierno de Colombia por cable y por el Sr. Julio Betancourt, Secretario de la Legación y En-cargado de Negocios por ausencia de Holguín.

Esta circunstancia presentó a Nuñez la ocasión de exaltar a su pariente político, (pues éste estaba casado con la hija de la segunda señora esposa del Dr. Nuñez) al elevado puesto de En-viado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Colombia; dejando a Holguín encargado únicamente de la Legación en Londres.

Durante las sesiones del Congreso, implacable adversario del Presidente Zaldua, se expidió una Ley que revela la confian-za que tenían sus enemigos en la probidad del noble magistrado. El Congreso acordó un acto legislativo para gastos imprevistos, hasta por la suma de 60 u. 80.000 dólares (no recuerdo con precisión la cifra) para que el Presidente la emplease discrecio-nalmente en servicios reservados del Estado. En el texto de la ley se disponía que el Tesorero u otros empleados que intervi-nieran en la percepción, entrega o aplicación de esos fondos (de todo lo cual no se dejaría constancia alguna) estaban obligados a guardar reserva bajo sanción penal.

Ese acto legislativo no constaba sino de un solo ejemplar manuscrito que se pasó al Presidente por mi conducto como Mi-nistro de Relaciones Exteriores, para la sanción ejecutiva,

El Dr. Zaldua repugnó esa ley, y la objetó. El Congreso in-sistió en la expedición de ese acto legislativo, negando las ob-servaciones, y el Dr. Zaldua tuvo que conformarse con la volun-tad de los legisladores.

Cuando el Presidente recibió por segunda vez el texto único de la ley expresada, me dijo:

« Guarde Ud. ese papel, cuyo objeto no alcanzo a penetrar. Yo no haré uso de la autorización que me concede. Me repugna invenciblemente decretar gastos cuyo motivo justificativo no pueda comprobar ».

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente