Descargar

Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 14)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

Y con efecto, el Dr. Zaldua nunca hizo uso de esa autorización legal y la ley reservada fué archivada en una de las gavetas de mi Despacho oficial. Al separarme algún tiempo des-pués del Ministerio, por el fallecimiento del Dr Zaldua, entregué el pliego en que se hallaba escrita dicha ley al Sr. Julio E. Pérez, Oficial Mayor de la Secretaría, nombrado por mí desde que tomé posesión del puesto. El Dr. Pérez continuó en su de-licada plaza en la administración siguiente, presidida por El Dr. Otálora y guardó el documento reservado, respecto del cual nunca se conservó secreto alguno, como era natural, puesto que la ley emanaba de una Corporación de mas de 60 individuos, irrespon-sables y en lo general indiscretos.

Creo haber leído en alguna publicación que hizo el Dr. Cár-los Holguin, en contestación a cargos insidiosos que le hizo el Sr. José Maria Nuñez Uricoechea, después de que Holguin dejó la presidencia de la República, que en la Administracion Otálora el Gobierno dispuso de los fondos de la expresada siu generis ley. Ignoro su destinación.

Terminadas todas las labores relativas al proceso de li-mites con Venezuela nos ocupamos en los trabajos referentes al asunto de límites con la República de Costa – Rica, so-metido a la decisión del Presidente de la República france-sa. La Administración pasada, o sea la del Dr. Nuñez, había confiado al eminente Dr. Felipe Zapata la redacción del alegato de Colombia en ese interesante asunto. La Administración Zal-dua ratificó como era de suponerse la acertada designación del Gobierno anterior; pero el Dr. Zapata declinó irrevocablemente el encargo porque, habiendo sido improbado su nombramiento de Ministro por el Senado y habiendo manifestado la mayoría de éste que, ni aun para Oficial Mayor, se le permitía que entrara al Ministerio, creía el Dr. Zapata que el Senado, Suprema cor-poración constitucional en materia de Relaciones Exteriores, no quería que él tomase la menor ingerencia en asuntos de ese ramo.

Encontrando el Presidente muy fundada la excusa del Dr. Zapata, se nombré en su lugar para redactar el alegato al Dr. Francisco de P. Borda, quien, además de su probada competen-cia en asuntos internacionales, era poseedor de preciosos docu-mentos relativos a la cuestión de límites con Costa-Rica.

El Dr. Borda a cuya disposición se pusieron todos los ar-chivos públicos y empleados auxiliares, emprendió el trabajo de esa redacción que fué coronado por dos libros, dignos de todo encomio y que fueron remitidos oportunamente a la Legación de Colombia en Francia para presentarlos al Presidente de la Repú-blica Francesa. Cuando murió el Dr. Zaldua, no había terminado el Dr. Borda la redacción del alegato. Así es que el Presidente no pudo hacer el estudio de él como lo había hecho con el del Dr. Galindo.

En el proceso seguido ante el Gobierno de la República francesa, tomaron parte, como abogados de Colombia, el Sr. Ray-mond Poincaré, el gran jurisconsulto francés actualmente Presi-dente de esa gran República, y el Sr. Silvela, el primer abogado español, quien vino a Paris, contratgido por el Gobierno de Colombia para presentar por su parte un alegato ante el Gobierno Francés.

Antes de terminar sus sesiones el Congreso en la segunda mitad del año de 1882, expidió una ley cruel e infame contra el Presidente Zaldua que equivalió a una sentencia de muerte con-tra el noble magistrado.

El Presidente de la República no podía ejercer antes su alto empleo fuera de la capital de la nación; pero en tiempo del Dr. Nuñez, y por insinuaciones de éste se expidió una ley que permitía al primer Magistrado salir de Bogotá en ejercicio de la Presidencia a cualquier lugar del Estado de Cundinamarca. En virtud de esta autorización, el Dr. Nuñez solía pasar algunas tem-poradas de campo en la región cálida del occidente del Estado para huir de los fríos y destemplanzas atmosféricas que reinan periódicamente en la capital, situada en la altiplanicie andina a 2.700 metros sobre el nivel del mar y cuya temperatura nunca excede de 150 centígrados y suele bajar hasta 8 o ¡no.

Teniendo conocimiento los Senadores nuñistas de que el Dr. Zaldua había sido aconsejado por los médicos de pasar algunos días en su hacienda de Tena, de temperatura templada, para re-poner su salud quebrantada por las faenas oficiales y por su afec-ción pulmonar de carácter crónico, resolvieron derogar la ley que autorizaba al Presidente para salir de la ciudad en ejercicio de sus funciones

Como durante la discusión del proyecto homicida, los Sena-dores de la minoría observaran que era indigno del Senado expedir un acto legislativo semejante, con intención agresiva y per-sonal contra el anciano Presidente, la mayoría modificó el proyecto, para establecer que el Magistrado podría ausentarse de la capital con licencia, pero continuando en el goce de su sueldo y dejando en su lugar al Designado.

Nunca había visto al Presidente tan indignado ni encolerizado como al tener noticia de tan inicuo proyecto, puesto que suponían que él no quería ausentarse de la ciudad por no perder "el insignificante sueldo que recibía del Tesoro, él, que era hombre acaudalado y que había aceptado la Presidencia como un deber patriótico y como su sentencia de muerte, solamente por ser útil a su país y a la causa política de sus convicciones.

La ley no solamente contenía una agresión personal y cruel contra el Presidente sino también un interés político manifiesto, porque, siendo segundo designado para ejercer la Presidencia (y estando ausente en la Costa el Dr. Nuñez, primer Designado) el Dr. José Eusebio Otalora, leader del Senado, entraría aquel a go-bernar la República durante la transitoria ausencia del Presidente, en uso de licencia.

Hizo saber el Dr. Zaldua su indignación al Senado y su re-solución de no separarse hasta la muerte del puesto de Presidente para no complacer a sus enemigos, a pesar de que varias veces, hallándose tan fatigado y contrariado, tuvo conatos de hacer su dimisión, porque como me lo decía en momentos de expansión, él se sentiría mas tranquilo en el Panóptico que en el Palacio Presidencial.

El Dr. Zaldua me hacía llamar por las noches con el objeto de entretenerse en conversaciones conmigo, dando un respiro a las labores oficiales, y como para distraer su cerebro de tantas preocupaciones.

Los viejos nos complacemos, cuando encontramos oyentes atentos, en rememorar los hechos importantes de nuestra vida pública pasada como para consolarnos de los infortunios presentes. Así pues el Dr. Zaldua experimentaba un ligero solaz cuando> sentado en su sillón y abrigado de la cabeza a los pies, pues hasta guantes de lana conservaba durante el día, me refería epi-sodios interesantes de su vida pretérita.

Recuerdo que me contaba con emoción la partida del Liber-tador Bolívar en 1830, cuando pobre, demacrado como un indi-viduo salido de una prisión o de un hospital, y encorvado sobre una mula vieja y flaca, siguió para el destierro en medio de la rechifla de los muchachos (entre los cuales se contaba el mismo -Zaldua), que arrojaban piedras y gritaban « abajo el viejo Lon-ganiza, escarneciendo así al grande hombre que había consagrado su fortuna y su existencia en medio de una cruenta y constante faena militar y política, a fundar cinco repúblicas y dar libertad a todo un continente. ! Cuántos desengaños! y cuántas amarguras devorarían en esos momentos negros el alma del Libertador de América, quien> como una irrisión del destino, fué a morir en ese? año en la playa del Atlántico bajo el techo hospitalario de un hidalgo español!

En otra velada pregunté al Dr. Zaldua cual era su opinión respecto del asesinato del Gran Mariscal de A>acucho y si él creía que el principal responsable de este horrible crimen era el General José María Obando.

En respuesta a esta pregunta me refirió el Dr. la siguiente historia, muy valida en 1830, y cuando existía organizado un grupo de jóvenes liberales exaltados enemigos de Bolivar y de sus tendencias políticas que creían cesaristas.

En Bogotá se había establecido el Comité directivo antibo-liviano que tenía sus sucursales o dependencias en diversos puntos de la República. Este Comité que existía desde 1827 y que se había organizado para combatir la dictadura de Bolivar, estaba formado por hombres notables del partido liberal de entonces, o sea de los que intentaron asesinar al Libertador en la nefanda noche del 25 de Septiembre de 1828. Sabido es que entre los conspiradores de esa época figuraron jóvenes de los mas distin-guidos de la sociedad de Bogotá y hasta individuos que mas tarde figuraron en primera línea en las filas del bando conserva-dor, tales como D. Mariano Ospina Rodríguez, Presidente de 1857 a 1861 y el General Emigio Briceño, Comandante General de las fuerzas del Gobierno en esa época.

El Comité directivo del partido liberal o anti-boliviano tenía sus reuniones, por la noche, en la gran casa que queda situada en la esquina que forman la plaza de Bolívar y la calle real de Bogotá y en frente de la Catedral. Esta casa pertenecía entonces a los Señores Arrubla, acaudalados propietarios y enemigos po-líticos del Libertador.

En una de las reuniones nocturnas del Comité, los directores contemplaron la situación política en relación con el viaje del General Sucre para el Ecuador, con el objeto ostensible, según se decía, de impedir la separación de ese departamento de la gran Colombia como lo había hecho ya Venezuela; pero con el fin reservado de levantar la opinión en todo el Sur de la República a favor de la dictadura de Bolívar. Juzgaba el Comité Directivo que, aunque Bolívar se hubiese separado del Gobierno y estuviese moralmente muerto después del 25 de Septiembre, podría el General Sucre con su inmenso prestigio político y mi-litar, reemplazar al Libertador en sus planes liberticidas y resta-blecer la dictadura bajo el mando supremo del Mariscal de Aya-cucho.

Después de una larga deliberación que duró hasta las cuatro de la mañana, el Comité directivo decretó, por unanimidad, la muerte del General Sucre. Para ejecutar esta terrible sentencia se dirigieron tres pliegos> uno dentro de otro, a los Agentes del Comité en los puntos mas a propósito para el asesinato en el largo trayecto que debía recorrer el General Sucre desde Bogotá hasta Quito, por los Departamentos de Cundinamarca, Tolima y Cauca.

El primer pliego (que contenía otro) fué dirigido al General

José Hilario López, quien, en la ciudad de Neiva, desempeñaba las funciones de Agente del Comité liberal nacional radicado en; Bogotá. El pliego que recibió el General López contenía la or-den de ejecutar la sentencia de muerte contra el General Sucre en un punto llamado Barrandillas, que es una vereda estrecha a orilla inmediata del río Magdalena por un lado, y con unas escar-padas rocas por el otro. En ese lugar solitario era fácil, por medio de una emboscada, asesinar al General Sucre y arrojar su ca-dáver al río.

El General López recibió el pliego y no quiso ser el eje-cutor de la terrible sentencia. Cumpliendo las instrucciones del Comité de Bogotá dirigió el pliego que había recibido adjunto iría el General José María Obando, Agente del Comité en la ciudad de Popayán.

A Obando se le prevenía que, en caso de haber fallado el golpe en el Tolima, ejecutara él la sentencia de muerte en algún punto del trayecto del Sur de la República que debía recorrer el General Sucre.

El General Obando no quiso tampoco prestarse al asesi-nato y se limitó a enviar el pliego que recibió adjunto al General Juan José Flores, Presidente a la sazón del departamento del Ecuador, pero, según se dice, indicó a Flores los individuos que podrían servirle de Agentes en el Sur de la República.

Flores recibió la orden de Bogotá para asesinar a Sucre y dictó sus instrucciones a los Agentes del Comité en la ciudad de Pasto y en el trayecto comprendido entre esta población y la de Popayán por donde debía pasar precisamente el General Sucre. Conocidos son todos los detalles de este horrible crimen, el mayor que registran los sangrientos anales de la América la-tina, porque el joven Mariscal, vencedor en Ayacucho, fué quien; coroné la obra de emancipación del Continente y consolidé la li-bertad de América, y fué además el primer militar de la jnde-pendencia y una de las figuras mas altas y mas puras de la plé-yade gloriosa de la Epopeya americana.

De esta relación deduzco yo agregó el Dr. Zaldua, que no fue el General Obando el responsable del asesinato del Mariscal. de Ayacucho y que si tuvo alguna parte en él al enviar el pliego al General Flores y quizá -al indicarle los que podían ser agentes de él en el Sur de la República, su responsabilidad fué mk nima y proveniente únicamente del espirh"u de disciplina y obe-diencia al Comité liberal de Bogotá.

Mucho se ha discutido este asunto por los historiadores y

cronistas. Sabido es que en 1840, cuando el General Herran en su marcha victoriosa contra los rebeldes del Sur encontró entre una petaquilla de mimbres un papel de vieja data guardado entre un terruño de Patía, se revivió la causa contra el Gene-ral Obando que había sido iniciada en 1830 por los partidarios del Libertador.

El papel contenía una orden sin fecha de año, pero sí con expresión del mes de Mayo firmada por el General Obando y dirigida al Comandante militar del Río Mayo.

La orden decía: « Próximamente pasará nuestro hombre por el camino real de Berruecos. Es un punto a propósito para dar el golpe. Reúne pues tus hombres y presta este servicio al país ».

Este papelito comprometedor fué conocido por los principa-les oficiales del General Herran y propalado inmediatamente en el ejército y en el público, a pesar de los esfuerzos que hizo el General Herrán para que se mantuviese en reserva, porque creía que el General Obando, perseguido por segunda vez, se pondría en armas nueva mente y la guerra se prolongaría mucho en momentos en que estaba próxima a terminar Con efecto así sucedió. La renovación del juicio contra Obando y la actitud de éste en la revuelta, prolongó esa espantosa guerra hasta fines de 1841.

Posteriores publicaciones sobre el asesinato del General Su-cre, han demostrado hasta la evidencia la inocencia de Obando en este triste drama y todo ha convergido a hacer recaer la responsabilidad del asesinato sobre el General Juan José Flores, quien estaba doblemente interesado en la muerte de Sucre, por interés privado y por interés político. Por interés privado, por-que es sabido que la esposa del General Sucre le había sido infiel durante la ausencia del Gran Mariscal, y por interés polí-tico porque Sucre llevaba la misión al Ecuador de impedir la separación de este departamento de la Unión colombiana para establecer Flores su feudo personal en el Ecuador, como asi sucedió.

Se ha demostrado, principalmente por una interesante pu-blicación del General Buenaventura Reinales, que ese terrible pa-pelito encontrado en Patía contenía una orden de Obando para su agente con el fin de dar muerte al empedernido guerrillero español llamado Agualongo, quien había sido declarado fuera, de la ley por el Gobierno republicano. Con efecto la orden de dar muerte a ese tremendo guerrillero fué dirigida al Comandante militar del Mayo en 1827 y está demostrado que en 1830, cuando tuvo lugar el asesinato del General Sucre, no existía ya la « Co-mandancia militar del Mayo ».

Agualongo estaba como llevo dicho declarado fuera de la ley y el Gobierno de la República y todos los militares de alto mando, inclusive el General Sucre, habían ordenado a sus agen-tes que matasen a Agualongo dondequiera que le encontraren, haciendo con esto un gran bien a la causa de la jndependencia.

Yo he estudiado mucho todo lo que se ha publicado con relación al horrible drama de Berruecos y he adquirido la pro-funda convicción de fue el General Flores fué el único respon-sable de la muerte del Gran Mariscal de Ayacucho, y que la me-moria del General Obando está limpia de la noble sangre del segundo Libertador de América.

Uno de los asuntos mas escabrosos que tuvieron lugar du-rante la corta administración del Doctor Zaldua fué el referente a un pequeño vapor llamado « Cántabro », aparejado por los e-nemigos políticos del General Guzman Blanco, Presidente de Ve-nezuela, cuya extradición fué decretada por el Presidente Zaldua con aprobación unánime de su Consejo de Ministros y del mismo Congreso, enemigo del Dr. Zaldua.

La extradición del Cántabro ha sido el único pretexto que tuvieron los adversarios políticos del Dr. Zaldua para hacer un cargo a esa Administración sin tacha. Y aun cuando yo he saltado siempre a la palestra para desvanecer ese falso cargo, quiero muy en concreto repetir en este libro la relación exacta de ese asunto.

En la primera mitad del año 1882, el General Guzman Blanco imperaba en completa paz en Venezuela y sus relaciones con Colombia eran cordiales y correctas.

En esa época, algunos enemigos del Gobierno de Venezuela residentes en la Isla de Cuba compraron, en la ciudad de Santiago, un pequeño vapor al Señor Juan García y lo equiparon para promover una revolución contra Guzman Blanco en las costas venezolanas.

El vapor sin pasavante, y habiendo cambiado el nombre de Cántabro por el de Colon, se puso en marcha para las costas de Venezuela. Llegó a un puerto venezolano llamado Iguerote, ocupó por la fuerza la población, saqucó la aduana y tomó a viva fuer-za a individuos para que sirviesen militarmente en el buque.

El General Guzman Blanco se dirigió al Gobierno Ameri-cano y a los Gobiernos de Inglaterra> de España, de Holanda y de Colombia para que no diesen asilo al vapor Cántabro o Colon », porque estaba declarado pirata por el Gobierno en vir-tud de los actos perpetrados por aquel, hallándose como se hallaba, en plena paz la República de Venezuela, circunstancia que hacía desaparecer todo carácter o tinte político las agresiones de los tripulantes del expresado buque.

Los Gobiernos inglés, americano y español, dictaron órde-nes a sus agentes para impedir el arribo a los puertos de sus colonias antillanas, al expresado vapor. Perseguido éste por los buques del Gobierno de Venezuela y no encontrando asilo en las Antillas, se refugié en el puerto colombiano de Colon.

El jefe inspector de este puerto no, hallando pasavante ni papel ninguno que autorizase la libre navegación de este buque, resolvió detenerlo en el expresado puerto y dió cuenta inmediata de lo acontecido al Gobierno del Doctor Zaldua.

El Presidente Zaldua, después de haber estudiado deteni-damente este asunto, dictó, con fecha 17 de Junio de 1882, una resolución que, en su parte motiva, termina así: que los due-ños del buque no han tenido razón ni derecho para comprometer la neutralidad de Colombia, usurpando como han usurpado su nombre y su bandera, infiriendo así una injuria a ésta, para hostilizar a una nación con la cual aquella conserva amistosas re-laciones; que estos hechos no pueden autorizarse ni disimularse por el Gobierno de Colombia sin hacerse responsable de su eje-cución y, por último, que un buque que no pertenece a nación alguna y que navega sin bandera ni patente legítima, no tiene de-recho a reconocimiento y protección de ningún gobierno y debe "ser considerado como una amenaza para todos:

Se resuelve

El Gobierno de los Estados Unidos de Colombia considera como pirata al vapor nombrado ahora Colon y anteriormente Cán-tabro que navega, según se asegura con bandera Colombiana.

En consecuencia, los inspectores jefes de los resguardos de los puertos del Atlántico, procederán, en su calidad de funciona-rios de instrucción, a detener el expresado buque, a embargar sus papeles y a practicar las diligencias sumarias correspondien-tes, las cuales pasarán al juez competente una vez comprobado el delito.

Comuníquese directamente a dichos inspectores y a los Gobiernos de los respectivos Estados para que presten a aquellos el apoyo necesario e invigilen que esta resolución sea puntualmente cumplida.

Sáquese copia de lo conducente y remítase al ciudadano.

Presidente del Estado soberano de Panamá para que promueva y se averigüe con quienes corresponda la responsabilidad en que haya incurrido el colombiano Sr. Juan García, por violación de la neutralidad.

Por el ciudadano Presidente

firmado BENJAMÍN NOGUERA

Secretario de Gobierno del Presidente Zaldua.

Cuarenta días después de dictada esta resolución por el Dr. Noguera, Secretario de Gobierno, tomé yo posesión de la Se-cretaría de Relaciones Exteriores, o sea el 24 de Julio de 1882.

Entre los asuntos que encontré pendientes para resolver, hallé una demanda de extradición del vapor Cántabro, hecha directa-mente por el Gobierno de Venezuela con la firma del Sr. Ra-fael de Seijas, el eminente internacionalista de la República her-mana que a la sazón desempeñaba el puesto de Ministro de Relaciones Exteriores.

Además de esta fundada demanda la gestionaba y apoyaba el Sr. D. Simón B. Oleary, Enviado Extraordinario y Ministro" Plenipotenciario en Bogotá del Gobierno del General Guzman Blanco.

La demanda de extradición era neta, clara y fundada. Tanto el Gobierno de Venezuela como el Gobierno de Colombia habían; declarado oficialmente que el buque llamado Cántabro o Colon era un vapor pirata que había cometido actos piráticos en aguas de Venezuela. En virtud de estos hechos, suficientemente comprobados, el Gobierno Venezolano pedía la entrega del buque con sus tripulantes como responsables de actos piráticos, recono-cidos oficialmente por los dos Gobiernos, y para hacer la demanda se apoyaba en las estipulaciones del Tratado o Convención de extradición, vigente entre las dos naciones. Como los dos gobier-nos estuviesen de acuerdo en la calificación y declaratoria del delito, la extradición debía decretarse por la vía administrativa y no por la judicial, según el mismo Tratado.

No obstante que estas disposiciones eran sumamente claras y terminantes y que al Gobierno de Colombia no le cumplía otra cosa que decretar la extradición, o sea la entrega del buque y de sus tripulantes después de la declaratoria de piratería hecha por el Secretario de Gobierno, Dr. Benjamin Noguera, con fecha 17 de Junio de aquel año, yo tuve mucha repugnancia a firmar-ía resolución de extradición inmediatamente que fué solicitada.

Para ganar tiempo, pedí un concepto al Señor Procurador

de la Nación, Dr. Climaco Calderón, quien estuvo de acuerdo en que el asunto debía resolverse administrativamente. Yo deseaba encontrar una salida para pasar la demanda al Poder ju-dicial. Además, solicité los Códigos venezolanos para apoyarme en sus disposiciones respecto de la legalidad de la declaratoria de pirata hecha por el Gobierno de Venezuela.

Solicité del Dr. Zaldua que prestase su atención personal al asunto y la de sus ilustrados colaboradores, entre los cuales se contaba al eminente Dr. Miguel Samper.

Tanto el Dr. Zaldua, como los otros Ministros, estuvieron de acuerdo en que la entrega del buque y de sus tripulantes debía decretarse sin demora.

Siempre con el deseo de aplazar, por lo menos, esta reso-lución, dirigí al Senado una Nota, dando cuenta del asunto, y esta alta Corporación en, sesión secreta declaró que el proceder del Ejecutivo era perfectamente arreglado a las disposiciones constitucionales y a las estipulaciones del Tratado con Venezuela. Por consiguiente opinaba el Senado que debía decretarse la extradi-ción por la vía administrativa.

La Cámara de Representantes, en donde se discutió el presupuesto, apropié una partida de « 10.000 pesos para los gastos de entrega del vapor pirata Cántabro » (palabras textuales de la disposición legislativa).

Todavía, y con el objeto de retardar la entrega del buque pedí a Caracas por conducto del Ministro venezolano O´ Leary los Códigos de leyes de Venezuela, con el fin de estudiar con su propia legislación la clasificación del delito de piratería, puesto que los actos considerados como piráticos se habían ejecutado en las aguas y en los puertos de Venezuela.

Entre tanto, yo di orden al Jefe del puerto de Colón que tratara con mucha benevolencia a los tripulantes del Cántabro, detenidos en el puerto colombiano, entre los cuales se contaba al General Eleazar Urdaneta, hijo del ilustre prócer de la Inde-pendencia, y célebre General D. Rafael Urdaneta, dejándoles toda la libertad posible para que fuese menos penosa la residencia en Colón.

El Jefe del puerto cumplió las recomendaciones con dema-siada amplitud y todos los tripulantes del Cántabro detenidos en- Colón, se fugaron, de manera que no quedó sino al casco del bu-que para entregar al Gobierno de Venezuela.

En estas circunstancias y habiéndose surtido todas las dili-gencias de este proceso de extradición administrativa, hallándose

de acuerdo los miembros del Gobierno ejecutivo con las Cáma-ras legislativas y en cumplimiento del Tratado con Venezuela de 1842, el Presidente Zaldua, con la autorización de mi firma como Secretario de Relaciones Exteriores, ordenó con fecha 19 de Octubre de 1882 la entrega al Gobierno de Venezuela del vapor Cántabro, considerado como pirata por ambos gobiernos y de los tripulantes que aun quedaren en el puerto de Colón.

También se ordenó que se exigiera la responsabilidad al jefe de dicho puerto por la fuga de los detenidos, como queda expre-sado.

Tal fué la resolución sobre extradición del vapor Cántabro que se ha hecho célebre en los anales diplomáticos de Colombia, por haber sido la única sombra de pretexto que tuvieron los adversarios y enemigos políticos del Dr. Zaldua para atacar su Administración ejecutiva. También ha sido el caballo de batalla que han tenido mis adversarios para enrostrarme ese acto, que no obstante haberse conformado a las disposiciones constitucio-nales y a las cláusulas del Tratado de 1842, no fué en realidad ejecutado por mí, puesto que la declaratoria de pirata del vapor Cántabro fué dictada antes de que yo entrara al Ministerio de Relaciones Exteriores por el Dr. Benjamín Noguera, Secretario del Dr. Zaldua, como lo tengo referido.

En 1883 bajo la presidencia del Señor Otálora, muerto el Dr. Zaldua, ausente en Cartagena el Dr. Noguera y separado yo de toda posición oficial, el Sr. Ricardo Becerra, orador vehemente escritor vibrante, pero político apasionado y voluble, y el mismo Senador que en 1882 había propuesto que se aprobara la reso-lución del Gobierno del Dr. Zaldua sobre la piratería del Cántabro, levantó en el Senado una terrible polvareda parlamentaria contra la extinguida Administración Zaldua y contra mí especialmente por el difunto asunto del Cántabro. En su discurso declaró el orador que se habían infringido la Constitución, las leyes y el Tra-tado de 1842, y todos los principios del Derecho de gentes por haber declarado el Gobierno pirata al vapor Cántabro y haberlo mandado entregar al Gobierno de Venezuela.

Referiré incidentalmente que, como todos los tripulantes del Cániabro se habían fugado, la entrega del casco se efectué en la Administración Otálora. y que el Gobierno de Venezuela no quiso recibir el viejo buquecito y lo, regaló al Hospital de Colón.

Al tdner yo noticia de la vehemente oración del Sr. Becerra elevé un Memorial al Senado, recapitulando todos los incidentes relativos al vapor Cántabro y haciendo presente que la declaratoria de pirata, base fundamental e inconmovible de la extradición ha-bla sido dictada por el Dr. Noguera, Secretario de Gobierno antes de que yo entrara al Departamento de Relaciones Exteriores, pero que no obstante yo estaba dispuesto a ser juzgado por el Senado por la parte adjetiva de responsabilidad que me correspon-diera en el asunto del Cántabro. Al efecto pedí que se abriera una investigación en el Senado para poner en claro y determinar la responsabilidad.

El Senado, después de un detenido estudio que hizo una respetable comisión de su seno, formada por los Señores Felipe Zapáta, Salvador Camacho Roldán y Juan de Dios Ulloa, resolvió que no había ningún fundamento ni motivo para exigir responsa-bilidad alguna ni al Sr. Noguera ni a mi, pero que no obstante se pasara el asunto a la Cámara de Representantes para que como fiscal supremo ampliara las investigaciones a fin de acusar a los que resultaren responsables, La Cámara de Representantes no en-contró tampoco motivo alguno ni fundamento legal para intentar acusación contra los dos ex- Ministros del Dr. Zaldua y el expedien-té fué archivado,

Tal es la historia de la célebre extradición del Cántabro único acto que se me ha enrostrado siempre que he tenido polé-micas por la prensa o luchas parlamentarias en los tiempos poste-niores. Diez y siete veces, y últimamente en 1912, en la Cámara de Representantes, me hicieron el cargo de que yo había sido el Secretario de Zaldua, quien había declarado la piratería del vapor Cántabro y otras tantas veces he demostrado ante el púbblico como lo hago ahora, por la ultima vez, que fué el Dr. Benjamin No-guera quien hizo la expresada declaratoria la cual por otra parte siempre he considerado perfectamente ajustada al Tratado de 1842 y a los Principios universales del Derecho de gentes.

No deja de inspirarme un sentimiento de patriótica vanidad la consideración de que en mi extensa actuación política y admi-nistrativa, no se haya podido hacerme ningún cargo de mal pro-ceder ni de error, que hoy reconocería como lo he hecho respecto- del que cometí cuando en 1877 contribuí en el Congreso a la expa-triación de cuatros Prelados colombianos.

Disuelto el Congreso de 1882, pudo el Dr. Zaldua y su Ministerio proceder a ocuparse de los graves asuntos de adminis-tración que tenían a su cargo y que estaban suspendidos por causa de la violenta oposición parlamentaria contra el Gobierno- ejecutivo. Desgraciadamente al tiempo que terminaba la lucha, el lu-chador sucumbía ante el peso y las fatigas del combate. La cróni-ca afección broncopulmonar de que adolecía el Dr. Zaldua, se agravé por la rudeza de la estación en el mes de Diciembre y por no haber podido salir a reposarse unos días bajo el benigno y templado clima de su hacienda de Tena, a causa de la reciente inicua ley del Congreso que prohibía al Presidente salir de la capital en ejercicio del Gobierno. El 21 de Diciembre, este varón noble, santo y justo ante Dios y ante los hombres, ante su Patria y ante la Historia, exhalé su postrer aliento en los brazos de su familia y de sus amigos y en el seno de la religión católica que siempre había profesado y asistido por su digno hijo, el eminente sacerdote Dr. Francisco Javier Zaldua, que ha llevado con gloria el nombre egregio de su ilustre padre.

El Dr. Zaldua, modelo de Magistrados, murió sobre el ara de la justicia como antes muriera el gladiador sobre su escudo y enarbolando la bandera de la patria.

Tan luego como los Secretarios del Dr. Zaldua hicieron cons-tar en los libros oficiales el fallecimiento del Presidente de la República, llamaron al Dr. Climaco Calderón, Procurador General de la nación, y personalidad emérita del partido independiente, para que por ausencia de los Designados entrara a ejercer la Pre-sidencia hasta la llegada del Dr. Otálora, quien se hallaba en una Hacienda de la Sabana de Bogotá.

El Sepelio del cadáver del Dr. Zaldua tuvo lugar el día si-guiente en medio de una inmensa concurrencia, después de haberse celebrado las exequias en la Catedral de Bogotá.

Para el entierro que fué casi una ovación funebre, yo fui encargado por el Ministerio del Dr. Zaldua de llevar la palabra en la tribuna funeraria, y, en cumplimiento de esta honrosa comisión, pronuncié un discurso, escrito mas con el corazón que con el cerebro, del cual copio los siguientes apartes:

Ayer no mas los partidos todos aclamaban como candidato para la Presidencia de la Unión al ciudadano eminente cuyas cenizas veneramos hoy. El noble anciano, accediendo a repetidas instancias, aceptó la Presidencia con estas tristes y sublimes pa-labras: « Puesto que la Patria lo exige, ahí le entrego mi nombre, mi tranquilidad y mi vida, como el último sacrificio que le hago porque la Presidencia es compañera de la muerte para mí »

"Sus tristes presentimientos se cumplieron- bien pronto. Su grande alma fué suficientemente valerosa y enérgica para soportar el turbión de la política, pero su flaca naturaleza no pudo resistir la lucha ardiente de su espíritu, y, después de nueve meses de sufrir la Presidencia, ha caído bajo el peso de la muerte; pero envuelto en la bandera del deber, que firme enarbolé durante su vida, y pudiendo decir como el girondino en la víspera de subir al cadalso, ni la luz del sol es más pura que el fondo de mi corazón.

Los resultados de su política sabia y generosa, empezaban a obtenerse. A pesar de los elementos de agitación que se acu-mularon progresivamente al principio de su Gobierno, y que el patriotismo desconsolado veía como presagios de una revo-lución inevitable, la calma se restableció; los partidos y los ciu-dadanos tuvieron completa fe en la probidad de la Administración, y hoy que ha desaparecido su ilustre jefe, ha dejado como heren-cia a la República la paz que siempre disfruté en la tierra su conciencia y que ahora arrulla su alma inmaculada en la morada de Dios.

Los últimos momentos de este grande hombre fueron el coro-lario de su existencia. Hasta a la muerte misma inspiré respeto su frente coronada por las canas y por la mas acrisolada probi-dad, puesto que lenta y dulcemente fué extinguiendo la llama, de su vida. La última palpitación de su corazón, fué impulsada por el amor a la Patria, y la postrer palabra que sus labios, cár-denos ya, pudieron articular, fué un voto por la paz de la República.

Inclinémonos ante esta tumba que encierra las cenizas del varón esclarecido que amaba tanto cuanto honraba a la República. Como lo mas digno que podemos ofrendarle formemos sobre su tumba el altar de la conciliación entre los hijos de Colombia y no perturbemos su tranquillo sueño con nuestras discordias, para que la paz y la felicidad de la Patria, que fueron su constante an-helo, y a las cuales consagró su postrer suspiro, sean la apoteosis que la Nación consagra a su memoria.

CAPITULO XXXIII.

1883

SUMARIO. – El segundo Designado Dr. Otalora toma posesión de la Presidencia de la República por estar ausente el Dr. Nuñez, primer Designado. El Dr. Roldán, mi sucesor en la Secretada de Relacio-nes Exteriores, acepta sin reserva la Memoria que yo había escrito y la presenta al Congreso, recomendando las reformas que yo indicaba -Con tal motivo se erigen los Consulados en administraciones de hacien-da y se obtiene una pingüe renta en el Exterior. – A virtud de mis indicaciones, es enviado el Dr. Colunje a hacer una reclamación a la empresa del Canal de Panamá, la cual fracasa como todas las re-clamaciones diplomáticas de Colombia. Separado de la política, fundo un Banco Hipotecario en Bogotá en compañía de los principales capi-talistas de la ciudad, el cual tuvo que liquidarse poco tiempo después por las medidas dictadas por el Consejo de Delegatarios y por el Gobierno contra los Establecimientos de crédito. – Recuerdos a dos de los prin-cipales colaboradores míos en la fundación del Banco, Sres. Vicente A. Vargas y Pablo Valenzuela.

Con el fallecimiento del Doctor Zualda, murieron también las esperanzas de restauración liberal de la Comunidad política que había gobernado la República con tanto tino administrativo, aun cuando no político, en la década de 1867 a 1877. Siendo los Designados para ejercer el Poder Ejecutivo el Dr. Nuñez y el Dr. José Eusebio Otálora, personalidad importante del bando independiente, y contando también con la mayoría del Congreso que debía reunirse el 1 de Febrero de 1883, la reacción antiliberal promovida y encabezada por el Dr. Nuñez, no tuvo dique alguno y continué su curso hasta la caida de la Constitución de Rio Negro en 1885.

Como el Dr. Nuñez se hallaba ausente en Cartagena al tiem-po de la muerte del Dr. Zaldua y manifesté por telégrafo que no se encargaría del Gobierno (pues él no quería imposibilitarse constitucionalmente para ser elegido Presidente titular en el próximo periodo), fué llamado a ejercer la Presidencia el segundo Designado, Dr. Otálora.

El Ministerio que éste formé fué bien escogido y en él figu-raron el Dr. Galindo, personalidad emérita del liberalismo doctri-nario. como Ministro de Hacienda, y el General Alejandro Posada, uno de los jefes del partido conservador militante, caballero cum-plido y honorable, cuya ilustración, talento y valor corrían parejas con una gran benevolencia y una cortesanía exquisita.

Para el Ministerio de Relaciones Exteriores fué designado el Dr. Antonio Roldán, una de las figuras mas distinguidas del Independentismo, por sus eximias dotes intelectuales y por su dis-creción, noble carácter y honorabilidad.

Debiéndose reunir el Congreso 40 días después de la muerte del Dr. Zaldua, el Dr. Roldán me pidió los datos que yo hubiera recogido para la memoria de Relaciones Exteriores que debía ele-varse al Cuerpo Legislativo. Yo le presenté el texto completo de dicha Memoria con todos los documentos anexos y el nuevo Mi-nistro lo aprobó en todas sus partes y lo presentó al Congreso en cumplimiento del precepto constitucional, manifestando al Cuerpo Legislativo que mi Memoria estaba adoptada sin modificación al-guna por el Ministerio del cuál él era titular y recomendó la adop-ción de las reformas trascendentales que yo proponía, entre las cuales, como la principal, se contaba la de erigir en Administra-ciones de Hacienda los Consulados de la República

Esta importantísima reforma que tenía por objeto establecer nuevas y seguras fuentes de renta en el Exterior, fué acogida sin vacilar por el Congreso y ha dado los mejores y más benéficos resultados para la República.

Sin comprender por qué motivo o razón, desde la fundación de la República los Cónsules derivaban como emolumentos o sueldos todos los productos de las facturas consulares de las mercaderías que se importaban a Colombia. Así, pues, algu-nos Consulados eran verdaderas sinecuras y por la tanto muy solicitados por los que conocían las rentas en oro que esos puestos producían. El Consulado de Liverpool, por ejemplo, llegó a pro-ducir hasta 4.000 libras esterlinas por año, que embolsaba el Cónsul exclusivamente, gozando asi de un sueldo tres veces mayor que el del Presidente de la República. El de Nueva – York también alcanzó a tener hasta 20.000 dollars por año, y así en graduación descen-dente los Consulados del Havre, Saint – Nazaire, Hamburgo, Sout-hampton etc. etc.

Con la reforma que yo propuse, existe desde aquella época una pingüe renta para el Tesoro público en monedas extranjeras, que le ha servido pata el sostenimiento del Cuerpo Diplomático y Consular y aun para subvenir en parte a otros gastos de Co-lombia en el Exterior.

Otra de las medidas importantes que adoptó el Dr. Roldán y que yo había presentado en la Memoria, fué la de reclamar de la Compañía del Canal de Panamá la mitad de la indemnización que se debía al Ferrocarril del Istmo por los perjuicios que a la vía ferroviaria debía causar la apertura de la acuática. De esta cuantiosa indemnización> fijada por árbitros, la mitad correspondía a Colombia como co-propietaria del Ferrocarril y según lo estipu-lado en el contrato de 1851.

El derecho de la República era perfectamente claro y valioso y aun el Sr. de Lesseps, quien para evitar el pago de la indemnización a la Compañía del Ferrocarril, haciendo una compensación de los derechos de ésta con las responsabilidades de la del Canal, compró la mayoría de las acciones del Camino de hierro, tuvo que reco-nocer que los derechos de Colombia no podían ser olvidados a virtud de la confusión de obligaciones y deberes entre las dos Compañías.

En virtud de mis indicaciones y de las del Dr. Roldán el Gobierno del Sr. Otalora envió a Europa para hacer la reclamación a la Compañía del Canal al renombrado abogado y muy honorable hombre público Dr. Gil Colunje, quien había sido Ministro de Relaciones Exteriores en la segunda Administra-ción del Dr. Murillo.

Nada pudo conseguir el Dr. Colunje en sus gestiones ante la Compañía del Canal, pues el Sr. de Lesseps se denegó a re-conocer a Colombia su perfecto derecho a la indemnización y se contenté con hacer un préstamo a la República de s millones de francos.

Mas tarde, cuando la Compañía francesa del Canal de Pana-má resolvió sigilosamente vender al Gobierno americano la em-presa y todos sus derechos emanantes del contrato con Colombia, pidió una prórroga al Gobierno de la República por cierto número de años, porque de otra manera todo lo que existía como elemento de la empresa, pertenecía de pleno derecho a la República de Colombia. Y esta prórroga, tan inoportuna como desgraciada, fué acordada impremeditadamente por el Gobierno colombiano. De esta manera, la empresa del Canal fué vendida al Gobierno ame-ricano por la suma de 200 millones de francos que debieron cor-responder en su totalidad a Colombia, puesto que ésta, en posesión

de todos los derechos y elementos de la empresa, sin la malhadada piórroga, los habría podido vender a los Estados Unidos por la enorme suma mencionada. Y sin embargo, la prórroga fué acor-dada por la miserable cantidad de 5 millones de francos, que ni siquiera llegaron a Colombia porque se emplearon en pagar al-gunas viejas deudas de la República.

¡ Cuán desgraciada ha sido la República de Colombia en sus gestiones financieras en el Exterior! La valiosa empresa del Canal, en la cual fincaba tan risueñas esperanzas para el porvenir y que de derecho le pertenecía por no haber cumplido los empre-sarios sus obligaciones, le fué escamoteada por una suma insig-nificante; y mas tarde los Estados Unidos, quienes no podían tener titulo perfecto a la Empresa del Canal, sin la aprobación del Gobierno colombiano, no solamente no le han pagado nada por el derecho de traspaso de las acciones del Canal, sino que le arrebataron con inaudito atropello el Istmo de Panamá, la porción mas valiosa e importante, por su situación geográfica excepcional, del territorio de la República, la finca de mayor precio del dominio nacional.

Y hasta las 50.000 acciones que Colombia tenía en la em-presa del Canal, fueron a parar mas tarde en su mayor parte a poder del Fisco francés como derecho de registro del contrato.

Los valiosos derechos que tiene Colombia como accionista en la empresa del ferrocarril de Panamá, conforme al contrato de 1851 y que no han desaparecido con la soberanía sobre el Istmo, puesto que son derechos que tiene la República de ca-rácter privado como persona jurídica y parte contratante tampoco han sido reconocidos por la Empresa del ferrocarril, ni por el gobierno americano poseedor de la mayoría de las acciones de éste. Y lo mas extraño es que ningún gobierno de Colombia ha querido hacer esta justa y clara reclamación, a pesar de los esfuerzos que yo he hecho por la prensa y como miembro del Congreso, repetidas veces.

El negociante italiano Ernesto Cerruti tomó parte en la revolución de 1877, desconociendo su carácter de neutral y formó una Compañía en la cual figuraron socios colombianos. La com-pañía fué establecida con carácter nacional bajo el imperio de la ley civil y del Código de Comercio del entonces Estado soberano del Cauca.

A pesar de que Cerruti había perdido su carácter de neutral y de que la Compañía comercial colectiva – que él había formado no podía en ningún caso considerarse como Compañía italiana, el Gobierno de Colombia, después de haber cometido una serie de errores diplomáticos (entre otros los de reconocer a Cerruti su carácter de neutral y permitir que la Compañía nacional se considerase como Compañía extranjera) se vió forzada a aceptar la reclamación y a pagar a Cerruti una enorme suma, en virtud de la sentencia arbitral del Presidente Cleveland.

Pero aun mas. Cuando el Almirante Candiani vino á recla-mar la indemnización de Cerruti, el Gobierno de Colombia le en-tregó 20. 000 libras esterlinas como garantía o prenda de que se pagaría la suma reclamada por Cerruti. Estas 20. 000 libras fueron depositadas en un Banco de Londres y, a pesar de que fué pa-gado íntegramente Cerruti, estas 20.000 libras con sus intereses también se perdieron por errores de nuestra Cancilleria.

Lo mismo ha acontecido con los asuntos de Cherry-Punchar y varios otros de menor importancia.

Al separarme del Ministerio de Relaciones Exteriores y considerando que, con la muerte del Dr. Zaldua, entraría en la agonía política la parcialidad liberal, porque la reacción iniciada por Nuñez en 188o no tendría ya dique alguno, resolví sepa-rarme de la politica militante y buscar en las especulaciones lícitas y activas del comercio los medios de acrecentar mi pequeño capital, para proveer a las necesidades de la subsistencia y for-mación de mi tierna familia.

Las leyes del Estado soberano de Cundinamarca, por inicia-tiva de un distinguido cuanto modesto hacendista, Dr. Tomás Castellanos, contenían disposiciones protectoras de Establecimientos de crédito que tuvieran por base de responsabilidad la propiedad raíz. Estudiando dichas leyes, concebí el proyecto de establecer en Bogotá un Banco de Crédito territorial o Hipotecario como existía en casi todos los países civilizados y aun en la República vecina del Ecuador.

Después de madurar bien el asunto y formar el plan de organización del Banco, invité a los principales capitalistas de la capital, tales como los Señores Alfredo y Pablo Valenzuela, Kop-pelí y Schloss, José María Urdaneta, Rafael Rocha Castilla; Gabriel Vengoechea, Cecilio Cárdenas, Francisco Vargas, Vicente Antonio Vargas, Gutiérrez y Escobar y otros cuyos nombres escapan a mí memoria, para establecer el expresado Banco.

Después de la exposición que hice yo a estos caballeros, el proyecto de establecer el Banco fué aceptado con entusiasmo y entre los concurrentes se suscribió el capital de un millón de pesos oro.

Firmada la escritura de asociación y arreglado el local del Banco en la hermosa casa del Sr. Saravia, situada en la esquina que forman la Calle Real y la Plaza de Bolívar, diagonalmente frente a la Catedral, el Establecimiento empezó a funcionar bajo mi Administración y Gerencia, y teniendo por Consejeros Directores a los Sres. Salomon Koppel, Francisco Vargas, Vicente Antonio Vargas. Pablo Valenzuela y Cecilio Cárdanas.

Por Vía de ensayo, el Banco expidió Cédulas hipotecarias con responsabilidad de las fincas raíces que recibía en hipoteca de los préstamos, pero estas Cédulas no eran amortizables por sorteo como en el Crédit Foncier de Francia y en otros Esta-blecimientos similares, sino que se pagaban a determinados y largos plazos. El interés para los préstamos hipotecarios se fijó al 8% anual y los plazos se otorgaron a términos indefinidos, según la voluntad de los prestatarios.

Los préstamos se hicieron al principio con garantía hipote-caria, mitad en dinero y mitad en Cédulas, para ir aclimatando la circulación de estos papeles de crédito. También se ocupaba el Banco en operaciones prendarias y prestaba los servicios de mantener los fondos de los clientes en depósitos en cuenta cor-riente, y en todas las demás funciones que le permitían las leyes de Cundinamarca.

Los éxitos que tuvo el nuevo Establecimiento fueron sorpren-dentes. Inmovilizada la propiedad raíz no prestaba mas servicio que el propio de criar ganados y producir artículos alimenticios, en lo rural, y de habitaciones y servicios de alojamiento en lo urbano. Con el nuevo Banco, las propiedades procuraron a sus dueños el servicio peculiar de ellas y el del capital que repre-sentaban, puesto en movimiento por medio de los préstamos del Banco. El interés bajó del 12 al 8% lo cual fué un alivio para los necesitados de capitales para empresas comerciales y agrícolas. Las Cédulas aumentaran el medio circulante por ser dichos pa-peles convertibles por dinero a sus plazos y prolongados estos hasta por 4 y mas años, los préstamos pudieron acometer em-presas que no les permitían los préstamos de los bancos comer-ciales de giro y descuento, los cuales nunca prestaban a mas de 6 meses. La seguridad de los préstamos, garantizados por la mitad del valor de propiedades, de títulos sanos, previamente estudiados y avaluados, revistieron de un crédito ilimitado al Establecimiento, y los capitales ociosos acudieron en sumas ingentes al Banco, en calidad de depósitos y de cuentas corrientes. El Banco Hipotecario, que fundamos en 1883, tuvo una exis-tencia fecunda y brillante, pero muy corta, porque la Regene-ración del Dr. Nuñez, que todo lo trastorné> sobre todo en el campo económico, tuvo a bien declarar derogadas las leyes pro-tectoras del Banco en virtud de las cuales éste se había fundado. Por otra parte, el establecimiento del curso forzoso del papel moneda y, peor aun, la prohibición de estipular moneda en los contratos, so pena de nulidad de éstos (atentado y escándalo eco-nómico inaudito que solamente se ha perpetrado en Colombia), hirieron de muerte al Banco Hipotecario. Imposible era que un Establecimiento que daba dinero prestado a largos plazos, pudiese hacer la recaudación de sus caudales, entregados en oro, en una especie depreciada de papel como era el billete del Banco Na-cional.

Además, el Banco ya no tenía los privilegios legales para hacer los cobros. La ruina del Establecimiento era inevitable cuando los deudores empezaran a hacer sus pagos en papel moneda, que cada día se depreciaba más y más. En tal virtud, los accio-nistas resolvieron, después de la guerra de í88~, liquidar el nuevo y floreciente Establecimiento, lo cual tuvo lugar en 1886, como lo referiré mas tarde.

El primer Banco Hipotecario, pues, que se fundó en Co-lombia, fué una de las primeras víctimas de la Regeneración ad-ministrativa fundamental proclamada por el Dr. Nuñez en 1880. Durante la guerra de 1885, también recibió el Establecimiento un golpe directo y terrible de parte del Gobierno, como lo referiré con detalles adelante.

En lo general, el Gobierno del Dr. Nuñez y el Consejo de Delegatarios que él congregó dictatorialmente para dar una nueva Constitución al país, después que él había derogado por sí y ante si la de Rio-Negro, fueron adversarios declarados, no sola-mente del Banco Hipotecario, sino de los demás Establecimientos de crédito de la República, quitándoles todas sus prerrogativas legales. Probablemente entraba en el pensamiento del Dr. Nuñez dejar únicamente en Colombia, como Centro del Crédito de la República, el Banco oficial que llevó el nombre de Banco Nacional y que Pié la causa eficiente y primera de la ruina general y del trastorno económico producido por el papel moneda y por la prohibición de estipular la moneda en los contratos. Hoy toda-vía, después de mas de 30 años de sufrir el terrible flagelo, no ha podido la República curarse de las profundas heridas que el causó en su organismo económico.

Quiero hacer un boceto en esta parte de mis Memorias de dos de los mas entusiastas y activos fundadores del Banco Hi-potecario, que, al propio tiempo, eran mis mejores amigos. Su prematura muerte ha sido uno de los golpes mas crueles que he recibido en mi larga existencia, y esos dos hombres que yacen en el lugar del eterno reposo, conservan vivo en mi corazón el recuerdo de su noble carácter y de su invariáble y leal amistad. A su memoria tnibutaré un culto inalterable en el fondo de mi espíritu, mientras no llegue la hora ya cercana de reunirme con ellos en la tumba. Esos dos nombres queridos son los de los Señores Vicente A. Vargas y Pablo Valenzuela.

Era Vicente un hombre alto, flexible y bien proporcionado. Sobre un cuerpo elegante, siempre ágil y recto, se destacaba una hermosa cabeza, coronada por espesa cabellera negra y en la cual brillaban dos grandes ojos oscuros y una boca agraciada, bajo una tez pálida y mate que realzaba sus hermosas facciones y era manifestación de la distinción de su linaje y de su bello carácter.

Pero si las dotes físicas con que lo favoreció la naturaleza salían de la órbita de lo común en el campo de la belleza mas-culina, sus facultades intelectuales y morales rayaban en lo ex-traordinario.

De una actividad infatigable, Vicente, aunque vástago de una familia muy honorable de la aristocrática San Gil, en el Estado de Santander, fué un joven pobre y desde temprana edad tuvo necesidad de abandonar los claustros del Colegio para buscar en el trabajo los medios de subsistencia y los elementos que son indispensables para la lucha por la vida.

Asociado a un joven capitalista, hijo de un amigo de su familia, el acaudalado negociante y propietario D. Pedro Dor-delly, Vicente se dedicó a la Carrera del comercio, en la cual bien pronto obtuvo el primer puesto por sus raros talentos para las especulaciones mercantiles, su actividad y consagración incompa-rables, su rectitud severa y su alta, incontrastable honorabi-lidad.

Al rayar el alba, Vicente abandonaba el lecho y, después de asistir al sacrificio de la misa y practicar sus actos religio-sos, acudía a su almacen para trabajar sin descanso durante todo el día> exceptuadas las horas da las comidas hasta la caída de la tarde hora en la cual, después de cambiar de vestido, hacía un largo paseo a pié por la que es hoy Avenida de la República, casi siempre en mi compañía.

La labor constante de Vicente, sus hábiles combinaciones comerciales, su talento casi genial para esta clase de trabajo y su asiduidad inquebrantable, dieron bien pronto sus benéficos fru-tos. Vicente en pocos años levantó uña bella fortuna, que lo co-locó siendo joven en la primera línea del Comercio y de la Sociedad de Bogotá. Contrajo matrimonio con una distinguida señorita, hija del célebre médico inglés Dr. Cheyne, instalé su hogar con magnífico mobiliario "en una de las mejores casas de la ciu-dad, la cual vino a ser uno de los primeros Centros de reunión y de obsequios espléndidos para sus numerosos amigos y relacio-nados,

Tanto en su modo de vivir, como en su porte social, en los vestidos. Vicente se distinguía por la elegancia, el buen gusto y el esplendor. El ajuar de su casa y la ropa del uso de su familia, importados de Europa, eran de primera calidad y del mas alto valor. Constantemente reunía en su casa para obsequiar con banquetes y saraos a lo más selecto de la Sociedad bogotana, y era acicalado, pulcro y exquisito en los detalles del comercio social.

Además de las bellas cualidades que adornaban al hombre de familia, de sociedad y de negocios, poseía Vicente un corazón de oro, en el cual se anidaban los más nobles sentimientos y una caridad infinita. Generoso hasta la prodigalidad, de su bolsa salían constantemente auxilios para los menesterosos y dinero para los miserables. Piadoso sin ostentación, cumplía sus deberes religiosos como el mas severo católico. Generoso sin reser-vas, sus amigos y sus parientes estaban siempre colmados por muníficos regalos. Su caridad, que se manifestaba en todos sus actos y proyectos, lo condujo al sepulcro a los 42 años de edad, cuando estaba en la plenitud de su vida y de su posi-ción, disfrutando ampliamente de la fortuna que había adquirido a fuerza de inteligencia, actividad y perseverancia. Habiendo a-ceptado el puesto de Síndico del Hospital de Caridad, sin remuneración alguna, consagró al desempeño de este puesto de labor y de peligro la misma consagración y actividad que a sus negocios de comercio, y allí en el Hospital fué contagiado de terrible epidemia de tifo reinante en Bogotá, que en pocos días cortó la existencia de una de las figuras mas brillantes, mas no-bles y mas virtuosas del comercio y de la sociedad de Bogotá.

Como amigo, Vicente era incomparable y yo, que tuve la fortuna de ser su amigo predilecto, puedo dar testimonio treinta años después de su muerte, de que nunca he encontrado un in-dividuo que, sin ser ligado por vínculos de sangre, se hiciera tan partícipe de los éxitos y fortunas de otro para regocijarse, y de sus vicisitudes y desgracias para condolerle, como Vicente, quien no conocía la envidia y poseía esa excelsa y rara caridad que con-siste en sentir placer por la fortuna de los otros y pesar por sus infortunios.

Es, pues, todavía, mas con el corazón que con el pensamiento que consagro este recuerdo a la memoria venerada de Vicente.

Pablo Valenzuela que sobrevivió muchos años a Vicente, me pudo proporcionar largo tiempo todos los encantos de su leal e inalterable amistad, puesto que hace apenas seis años que murió en París, víctima de un atropello de automóvil.

Era Pablo un hombre de hermosa y distinguida figura. De elevada estatura sin ser exagerada, de bellas proporciones, de fac-ciones que acusaban la nobleza de su nacimiento y de su corazón, dos hermosos ojos negros brillaban con intensidad al través de sus anteojos que nunca abandonaba porque era excesivamente miope. Su magnífica dentadura, cuidada con esmero, blanqueaba en medio de los labios rojos de una boca llena de gracia y mo-vimiento, bajo la sombra de espesos y negros mostachos. Si se quisiera buscar- el tipo moderno de la elegancia física, moral y social de un hombre, seguramente se encontraría completa en Pa-blo Valenzuela.

Miembro de una de las familias mas distinguidas y de mejor posición de Bogotá, Pablo había recibido una educación esmerada que nunca se desmintió, ni en su porte social, ni en ningún de los actos de su vida. De maneras exquisitas, esmerado y pulcro en su vestido, hablando siempre en voz baja y en tono mesurado, no contradiciendo nunca, Pablo había podido servir de modelo a Lord Chesterfield para educar a su hijo.

Pero si sus dotes físicas y de educación eran insuperables, no lo eran menos las de su intelectualidad y de sus sentimientos. Pablo había hecho estudios y lecturas, bien aprovechados y dige-ridos, que habían colocado su cultura intelectual a la altura de su cultura social, de tal manera que Pablo, a pesar d~ su retraimiento y de su modestia genial, habría podido ocupar «par droit de naissance et par droit de conquete » un sillón académico.

Y no solamente Pablo era un hombre ilustrado: su talento y su criterio, casi siempre acertado y sólido en su discernimiento

y en sus juicios, hacían de él un excelente y provechoso con-sejero. En su familia, era el Director de todas los asuntos que pudieran interesarles con sus consejos, siempre oportunos y desin-teresados.

Además de sus eximias dotes físicas e intelectuales era Pablo poseedor del corazón más noble que pudiera abrigar un ser hu-mano. Absolutamente extraño a todo sentimento de emulación, de envidia o de cualquier móvil vil o bajo, Pablo se complacía con los éxitos y triunfos de sus amigos como sí fueran propios y los pregonaba entre sus relacionados con tanto placer como sinceridad.

La caridad de Pablo, como la de Vicente, era infinita. Todos los desgraciados que ocurrían a buscar la bolsa de Pablo eran socorridos sin que su mano izquierda supiera nunca los auxilios que había prodigado la diestra,

Pablo huía siempre de las fiestas sociales y de las reuniones públicas, sobre todo si eran ruidosas, pero cuando un amigo se hallaba enfermo, sus visitas cotidianas, sus cuidados y su interés por él, eran infalibles. Nunca dejaba de concurrir a los funerales de sus relacionados y siempre regaba con lágrimas sinceras los des-pojos mortales de sus parientes y amigos.

En resumen: elegancia física, cultura intelectual cultura so-cial, nobleza de corazón y verdadera caridad cristiana, eran los elementos que formaban la personalidad exquisita de Pablo Va-lenzuela.

Alguna vez, que, en una comida que ofrecí a algunos amigos en mí casa, me propuse, como pasatiempo de sobre-mesa, consagrar a cada uno de los comensales una octava real im-provisada para que los otros adivinaran a quien estaba dedicada; todos los concurrentes de uno y otro sexo, exclamaron

«: ese es Pablo Valenzuela » cuan4o recité la siguiente estrofa:

Forma su ser conjunto de armonía

En que no se percibe nota falsa

Y la mas refinada cortesía

Su cultivado espíritu realza.

Rechaza en singular filosofía

La sociedad que a su pesar le ensalza;

Mas bajo ese exterior indiferente

Un corazón muy noble está latente ».

CAPITULO XXXIV

La Revolución de 1885

SUMARIO. El Doctor Otálora termina el periodo presidencial del Dr. Zal-dua. – Violenta oposición de los conservadores. – Sus amigos lo im-pulsan a la reelección. – No se atreve a entrar en esta aventura. El Dr. Nuñez es elegido nuevamente Presidente de la República y se posesiona en 1884. – En el Estado de Santander se elige Presidente al Dr. Francisco Ordoñez, no obstante haber obtenido la mayoría de los sufragios el General Eustorgio Salgar. – Conservadores y liberales de Santander protestan contra la elección de Ordoñez y piden al Presi-dente Nuñez la rectificación del escrutinio. – Nuñez envía dos comisio-nados a Santander. – Convócase una Convención electoral para rectifi-car el escrutinio. – La Convención desconoce su mandato, no rectifica los escrutinios y elige Presidente del Estado al General Camargo. – El co-misionado de Nuñez González Lineros disuelve la Convención. – El Gene-ral Hernández inicia en Cúcuta la revolución contra el Gobierno de Nuñez. La revuelta prende pronto en la República. Gaitan Obeso, Jefe liberal, se apodera de los buques del Magdalena y ocupa a viva fuerza a Barran-quilla. – Expedición de Ayapel. Camargo asume la Jefatura de la guerra en el Norte de la República. – Batalla sangrienta de la Humareda, en la cual quedan destrozadas las fuerzas de la revolución. – Triunfo com-pleto de Nuñez, quien declara por sí y ante sí abolida la Constitución de Rio-Negro. Convoca una Asamblea o Consejo de Delegatarios para dar un nuevo Estatuto al país.

La Administración del Dr. Otalora fué pacífica, a pesar de la violenta oposición que algunos corifeos del bando conservador le hicieron, porque él no quiso hacer avanzar la reacción iniciada por el Dr. Nuñez y no proveyó en gran número los puestos ad-ministrativos a individuos de esa parcialidad política. La prensa tronó contra el Designado y llevó su saña hasta perseguirlo des-pués de que terminó su período constitucional y se retiró a una población de clima cálido llamada Anapoima.

La diputación conservadora encabezada en la Cámara por el General Manuel Briceño, inteligente, valeroso y activo adalid del conservatismo militante intentó una extensa y violenta acusación contra el ex-Presidente Otálora que lo llenó de amargura hasta causarle una muerte prematura.

Bajo la faz política, la administración Otalora fué muy agi-tada porque estuvo colocada entre dos corrientes violentas y con-trarias. La de los conservadores que exigían del Presidente una marcha rápida hacia la reacción y los liberales que lo contenían, para que gobernara solo con el partido independiente. Entre tanto el liberalismo doctrinario o sea el radicalismo como se le llamaba, reunía sus tribus dispersas después de la muerte de Zaldua para entrar en juego mas o menos tarde, en la lucha activa de la po-lítica.

Algunos liberales independientes que temían una nueva elec-ción del Dr. Nuñez, la cual se esbozaba en el horizonte político y se preparaba de un modo formidable, formaron el proyecto de reelegir al Dr. Otalora para el próximo período constitucional, basándose en que, no siendo Presidente titular sino un Desi-gnado, que ejercía accidentalmente la Presidencia, no era aplica-ble a él la disposición que prohibía la reelección del primer Ma-gistrado en el período siguiente.

Esta intriga política, que era patrocinada por el alto prestigio del General Trujillo, quien, como ya lo he dicho, se había sepa-rado del Dr. Nuñez para tornarse en implacable adversario de su política, alarmó vivamente a los conservadores, quienes fincaban las mas halagüeñas esperanzas en la próxima elección de Nuñez.

Los conservadores de la capital, encabezados por el General Posada, Secretario de Otálora, llamaron por cable al Dr. Carlos Holguín, quien se hallaba en Europa en el ejercicio de sus fun-ciones diplomáticas, para que viniese a apoyarlos en su campaña de resistencia a la reelección.

Otálora, tentado por la ambición y quizá animado de un sentimiento inspirado por su viejo credo liberal, pero temiendo por otro lado hasta una guerra civil, vacilaba en decidirse a a-ceptar la candidatura y apoyarla por todos los medios de su po-sición oficial.

Holguín pidió licencia para separarse de sus puestos diplo-máticos y marchó inmediatamente para Bogotá.

Bajo la dirección de este jefe, los conservadores redoblaron sus esfuerzos para impedir que Otálora fuera reelegido y para asegurar la elección de Nuñez.

No obstante, Otálora parecía decidido a entrar en la lucha electoral, a la cual lo impulsaban irresistiblemente sus sentimien-tos de viejo liberal y su natural ambición de continuar en el ejer-cicio del Poder; pero un suceso desgraciado, la muerte del ilustre General Trujillo, principal apoyo de ese proyecto político, que fué llamado la Evolución le hizo retroceder y le obligó a desistir por completo de la reelección.

Casi al mismo tiempo que murió el General Trujillo, falleció el General Evaristo de la Torre, meritorio liberal de Pur sang y entusiasta partidario de la reelección de Otálora.

Con este motivo, el Dr. Januario Salgar, uno de los próce-res de la Revolución de Santander, prisionero del Oratorio y hombre de mentalidad fina, dijo, con su habitual espiritualismo, que en el juego de ajedrez de la política los liberales habían per-dido la reina (aludiendo a la muerte de Trujillo) y la torre (con alusión al General de este nombre); pero que los independientes triunfaron porque habían logrado coronar un infante.

Con el fracaso de la Evolución o sea el proyecto de reelegir a Otálora, la elección de Nuñez no tuvo oposición y ese eminente hombre de Estado entró al ejercicio del poder en el año siguiente de 1884, con el apoyo decidido y entusiasta de todo el partido conservador.

Durante esta segunda administración de Nuñez tuvieron lu-gar los graves acontecimientos políticos, promonitores de la caída definitiva del liberalismo, en su mayor parte causados por la im-paciencia y falta de criterio político de los directores de esta Comu-nidad decapitada por la muerte del Dr. Murillo.

No obstante su inmenso prestigio y el apoyo decidido e in-condicional que le ofrecía el bando conservador, Nuñez no se atrevía a afrontar decididamente la lucha con el liberalismo el cual, aunque separado del ejercicio del Gobierno general, contaba aun con el Poder en siete de los nueve Estados soberanos que for-maban entonces la Unión colombiana. Persiguiendo el propósito de procurar una reforma fundamental en las instituciones del país organizó su Ministerio con elementos radicales de alta posición en la República y amigos personales, cómo eran los Genera-les Eustorgio Salgar y Santos Acosta exPresidentes de la U-nión, dejando los otros puestos del Ministerio para los indepen-dientes y conservadores.

Quizá, y por segunda vez, si entre los liberales de esa é-poca hubiera habido cordura y tino político, se habría evitado la guerra de 1885, la caída del liberalismo y la terrible reacción conservadora que surgió en 1886, porque apoyando a Nuñez en sus proyectos de reforma constitucional, habría continuado en el Poder la Comunidad liberal bajo la suprema e inteligente direc-ción del Presidente y con reformas saludables de las instituciones. Nuñez era un verdadero hombre de Estado, político oportunista, sin principios fijos en materias políticas, y espíritu flexible y ma-leable que se adaptaba fácilmente a todas las situaciones y con-veniencias políticas. En tal virtud, no es aventurado afirmar que Nuñez hubiera continuado de jefe del liberalismo y hubiera lle-vado a cabo el cambio o reforma de la Constitución de acuerdo con los anhelos y necesidades de la nación.

Desgraciadamente, la carencia de cálculo político y quizá el egoísmo de algunos de los corifeos del liberalismo, precipitaron los acontecimientos en sentido contrario y produjeron la catástrofe de 886, como paso a referirlo.

En repetidas ocasiones, Nuñez conferenció con el Doctor Fe-lipe Pérez, uno de los principales directores del liberalismo doc-trinario y el primer periodista liberal de la época, y encontró en este político eminente las mejores disposiciones para enten-derse con el Presidente en materias políticas y de reforma cons-titucional. No sucedió así con el Dr. Parra espíritu inflexible, quien no quiso ni siquiera asistir a una conferencia a la cual lo invitó Nuñez.

A fines de 1884 debía hacerse la elección popular de Pre-sidente del Estado soberano de Santander, que era entonces con-siderado como el Centro principal del liberalismo doctrinario. Los liberales mas notables de esa importarte sección de la República presentaron la candidatura del General Eustorgio Salgar, con be-neplácito y apoyo de Nuñez, porque, además de ser un amigo personal, ocupaba el primer puesto en su Ministerio como Secre-tario de lo Interior y Relaciones Exteriores.

Desgraciadamente, el General Solon Wilches, Gobernador a la sazón de Santander, repugnaba la elección de Salgar porque comprendía que sobre este hombre ilustre, no podría conservar las influencias que esperaba tener sobre un sucesor de mediana importancia política y deudor de su elección. Impulsado por es-tos sentimientos, el General Wilches presentó la candidatura oficial del Señor Francisco Ordoñez, su amigo estrecho y leal.

La lucha electoral se empeñó con vehemencia, y, a pesar de que la mayoría de los electores votaron por el General Sal-gar como era de esperarse, y de que éste era el legítimamente elegido, el Presidente Wilches desplegó toda especie de influen-cias oficiales, y por medio de anulación de registros legítimos y de validación de registros apócrifos, logró que la Junta escruta-dora declarase elegido al Sr. Ordoñez Presidente del Estado para el periodo siguiente.

Este fraude electoral, que por primera vez se cometía en el Estado de Santander, en donde siempre se había conservado con hermosa tradición, la pureza del sufragio, despertó en todo el Estado una violenta conmoción popular que lo puso al borde de la guerra civil. Liberales doctrinarios y conservadores levantaron protestas enérgicas contra el fraude electoral, y se dirigieron al Dr. Nuñez para pedir su ingerencia inmediata a fin de que se anulara la pseudoelección de Ordoñez.

Nuñez amigo personal del General Salgar, amigo político de Wilches y de Ordoñez, independientes acogió, no obstante, con be-nevolencia las justas demandas del pueblo de Santander y con el fin de impedir que la exaltación popular se desatase en una lucha fratricida interna, envió dos comisionados a Santander para propo-ner a los partidos que se aviniesen y reunieran una Convención elegida libremente que rectificara los escrutinios y declarase la legitima elección de Presidente del Estado. Estos dos comisio-nados fueron escogidos por Nuñez entre los dos bandos liberales, sin elemento ninguno del partido conservador. Como a liberal radical designó Nuñez a Felipe Zapata, de quien he hablado varías veces en este libro, y como a liberal independiente al Dr. Narciso Gonzalez Lineros, redactor del periódico llamado « La Reforma » y distinguida personalidad política, por su ilus-tración y su laboriosidad.

Estos dos Embajadores de paz (ambos naturales ú origi-narios de Santander) llevaban amplias instrucciones de Nuñez para arreglar los disturbios del Estado. Y justo es consignarlo en los fastos de la Historia, pocas veces un Magistrado obré con mas tino, cordura y sinceridad que Nuñez en esa emergencia política.

Los dos comisionados llegaron a la capital de Santander y persuadieron a Wilches que, para evitar una guerra interna apoyada por el Gobierno nacional y que triunfaría indudable-mente, era necesario que aceptase la propuesta de reunir una Convención para rectificar el escrutinio y declarar con libertad y justicia el futuro Presidente del Estado.

Wilches se sometió a las proposiciones de Nuñez y se dejó convencer fácilmente por los dos inteligentes comisionados y por la verdad de sus razonamientos. Desistió de la pretensión de imponer a Ordoñez y aceptó la convocatoria de la Convención. Las elecciones para este Cuerpo se hicieron con toda calma y legalidad, y como era de esperarse, fueron elegidos miembros de ella los mas distinguidos radicales de Santander, contando entre estos al mismo Felipe Zapata.

Desgraciadamente este hombre, de talento insuperable y de incontestable prestigio; especialmente en Santander, no quiso esperarse a ver el resultado de la Convención, la cual habría sido dirigida por él con la sindénisis y el acierto que requerían las circunstancias, y se volvió a Bogotá, dejando solo a Gonzales Lineros para representar a Nuñez y presidir el arreglo po-lítico electoral. Zapata, quien poseía facultades superiores, tenía el defecto de ser frío e indolente en los asuntos políticos.

La Convención de Santander, que había sido formada gra-cias a la intervención de Nuñez, no estuvo a la altura de su misión ni comprendió todo el alcance político que entrañaba su labor, casi exclusivamente electoral puesto que había sido ele-gida con el mandato exclusivo de rectificar las elecciones y pro-clamar la elección del candidato que hubiera obtenido la ma-yoría de los sufragios. Y en vez de declarar elegido al General Salgar, quien además de haber sido Presidente de Santander y de la República y de ser radical de pura sangre, había obteni-do una gran mayoría de votos en la elección popular la Convención se declaró Cuerpo Constituyente Soberano y desconoció a su turno la elección de Salgar.

Y no solamente se limité a este atentado, con desconoci-miento de su mandato, sino que entró abiertamente en un camino revolucionario, porque se declaró enemiga del Dr. Nuñez, a quien debía su creación, y eligió Gobernador del Estado, contra todo derecho constitucional y legal, al General Sergio Camargo quien a la sazón era enemigo político y adversario de Nuñez y se halla-ba muy resentido porque el Presidente había improbado el Con-venio de modus vivendi con la Santa Sede, de que he tratado extensamente en este libro.

Gonzalez Lineros, como representante del Gobierno Nacional, hizo presente a la Convención que ella había extralimi-tado sus facultades y había desconocido su mandato al arrogarse atribuciones que no tenía ni debía ejercer. Le hizo también pre-sente el comisionado de Nuñez que el desconocimiento de la elección era tan graVe como el atentado de Wilches que ella estaba llamada a reparar, y que estos procederes facciosos po-drían acarrear muy graves consecuencias políticas.

La Convención se mantuvo sorda a estas justísimas admonestaciones y siguió dictando leyes y disposiciones contrarias a su mandato y agresivas, contra Nuñez y su Gobierno.

En tal situación y, para prevenir un nuevo conflicto Gonza-lez Lineros, por orden de Nuñez, declaró disuelta la Convención, desconoció sus actos revolucionarios, e impidió materialmente la congregación de sus Miembros.

La disolución de la Convención Santandereana, aunque justa y conveniente en esos momentos fué la chispa que encendió la hoguera revolucionaria en que ardió la República durante el año de 1885 y en la cual quedó reducida a cenizas la Constitución de Rio-Negro y el edificio liberal levantado en la República a costa de tantas labores pacíficas y guerreras y de grandes sa-crificios, durante muchos años.

El valeroso General Hernández, Miembro de la Convención se fue a Cúcuta, desenvainé la espada y proclamó la revolución contra el Gobierno de Nuñez.

Muy pronto la guerra cundió en el Estado y tuvo eco en el interior de la República y en la Costa Atlántica.

Entre los grandes errores que ha cometido el liberalismo por su falta de previsión política y por su impaciencia para re-cuperar el predomino en la República, ninguno ha sido tan grave ni tan fatal para la Comunidad como el que cometió al lanzarse en la guerra de 1885.

En esa época, estaba avanzado el período bienal del Presidente. En el Congreso, desde la época de Otálora, se había ve-rificado una reacción favorable al liberalismo y aquel Cuerpo -le era hostil, especialmente en la Cámara de Representantes. Siete Gobernadores de Estados soberanos eran radicales. En tal si-tuación, Nuñez no habría podido realizar la reacción que medi-taba. Declarada la elección de Salgar en Santander e inteligen-ciado éste con el Presidente, el mismo Salgar habría sido el su-cesor de Nuñez y ambos habrían consolidado el predominio del liberalismo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente