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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 11)


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Galindo fué un orador elocuentísimo. A su voz fuerte y so-nora, agregaba la apostura y los gestos del tribuno, y la fluidez, soltura y elegancia de la expresión. Exponía sus razonamien-tos en los discursos con la misma claridad y nitidez que en los escritos, salpicando unos y otros con frases grandilocuentes.

En su trato social, Galindo era culto y efusivo. Nunca con-tradecía a su interlocutor, porque estaba convencido de que la contradicción es una de las manifestaciones mas certeras de una mala educación. Por el contrario, casi siempre al contestar repe-tía las frases de quien se las dirigía. En medio de su genial mo-destia a veces lanzaba expresiones arrogantes en conversaciones fa-miliares y amistosas. Cuando fué encargado de una misión diplo-mática al Perú le dijo a nuestro noble amigo, el hidalgo e ilus-trado Pablo Valenzuela, modelo de cultura y de distinción> estas palabras: »

«En 1882 rescaté para Colombia, el Orinoco: ahora voy al Perú a recuperar para mi Patria, el Amazonas»

Galindo era de un carácter franco, noble y benévolo. El Dr. Rafael Nuñez lo pintó con una pincelada magistral en un artí-culo que escribió en «El Porvenir» de Cartagena, respecto de las candidaturas del Dr. Salvador Camacho Roldán para Gobernador de Cundinamarca y de Galindo para Gobernador del Tolima. Nu-ñez estimaba mucho a Galindo, y creía al Dr. Camacho hombre de pasiones fuertes en materias políticas. Así, pues, en uno de los apartes del referido artículo, se expresó asi;

«En el fondo del espíritu del Dr. Camacho Roldán hay siem-pre alguna cosa dispuesta a convertirse en hiel, en tanto que en el alma de Galindo rebosa siempre la miel híblea».

Galindo ocupó varios puestos importantes en los Parlamentos y en la Administración pública, hasta llegar al sillón de Minis-tro de Finanzas (ambición constante de su vida) en la Adminístra cion Otálora. Sus interesantes Memorias autobiográficas, me excusan dé hacer de ese distinguido amigo un boceto relativo a su vida pública.

El Señor Caro, Presidente conservador, lo nombró Magistrado de la Suprema Corte federal, y el Dr. Nuñez, lo envió de Ministro Plenipotenciario al Perú. Por haber aceptado estos puestos, los liberrles intransigentes y feroces de su tiempo lo abrumaron de reNioches y de cargos, como lo hicieron también con los Dres. pacolas Esguerra y Carlos Arturo Torres, quienes fueron comisio-nados por el Presidente Sanclemente para gestionar en Europa las cuestiones relativas a la prórroga del" Contrato para la exca-vación del Canal de Panamá, y como me censuraron acremente a mí por haber asistido a una comida de carácter privado, a la cual me hizo 0 honor de invitarme el Presidente Caro.

Desgraciadamente, siempre ha existido en nuestra Comunidad política, un grupo, mas o menos numeroso de pseudos liberales, adoradores de la violencia y de la intransigencia que han que-rido resolverlo todo por el impulso de sus pasiones, o por la fuerza material, obrando así en contra de la pura doctrina liberal cuya base cimental es la tolerancia. Y! cosa rara! Esos mismos Señores liberales que criticaron los nombramientos hechos a los Seño-res Galindo, Esguerra y Torres por haber aceptado puestos públicos al servicio de su Patria, en virtud de nombramientos de Gobiernos conservadores, clamaban por los órganos de su prensa contra el exclusivismo del Gobierno que no daba ninguna entrada a las pla-zas de la Administración pública a los adversarios políticos!.

Después de una larga vida, plena de luz y de honradez, murió Galindo en el seno de su familia y de la religión católica.

Con su muerte, las emulaciones y las censuras terminaron y cada día que pasa brillan mas los rayos de su intelectualidad y los rasgos de su patriotismo.

Teodoro Valenzuela, oriundo de una familia noble de Santander y nacido en Buga importante ciudad del Estado del Cauca fué el tipo perfecto del hombre distinguido y de cultura intelec-tual y social. Abogado eminente, labró una pequeña fortuna en trabajos del Foro. El Dr. Murillo 10 llamó en su primera Admi-nistración a desempeñar la primera de las carteras del Gobierno:

la del Interior y Relaciones Exteriores, en la cual dió expansión y vuelo a sus grandes talentos, y a sus profundos conocimientos en las Ciencias políticas, y especialmente en Derecho internacional. Sus trabajos en ese Ministerio pueden servir de modelo para la instrucción de la juventud, como los de Felipe Zapata.

Valenzuela ocupó varias veces una curul en el Senado de la República y desempeñó en dos épocas distintas la Legación de la República en el Perú, en donde ocupó una altísima posición so-cial y diplomática, y en donde fué considerado como el primero del grupo de Ministros residentes en Lima. Allí le cupo el honor de ser árbitro en una grave cuestión de Estado que tenía el Perú con alguna otra nación.

Valenzuela fué un escritor insigne. Si es cierto que el estilo es el hombre, nunca se comprobaría mejor esta verdad que con relación a Valenzuela, porque su manera de escribir era tan pul-cra, tan correcta y tan elegante como la persona y el porte so-cial del escritor. Sus frases son concisas, nerviosas, aceradas, y de tina forma de exquisita belleza. Desgraciadamente nunca fué labo-rioso para los trabajos de pluma puramente especulativos. No que-dan de él sino artículos de periódicos y pequeños folletos. Re-cuerdo que alguna vez unos de esos desheredados dé la fórtuna, especie de bohemios literarios y políticos, cuyo carácter agriado por los reveces en la existencia que atribuyen a mala suerte, y no a su falta de méritos, y cuyas pasiones innobles se desatan en rencor y contumelia contra los hombres de posición social y po-lítica elevadas, publicó un folleto inmundo que, bajo el nombre de «Retratos instantáneos» contenía en versos que no carecían en verdad de ingenio> una serie de diatribas y de injurias contra los personajes principales de su época, y entre ellos contra Teodoro Valenzuela.

Este, ofendido por las alevosas injurias del panfletario, tomó la pluma y escribió bajo el nombre de « Literatura Famélica », uno de los artículos mas hermosos, mas intencionados> y mas vio-lentos no obstante su forma cortés, admirable y elegante, que registran nuestros anales de literatura periodística. La Literatura Famélica de Valenzuela puede considerarse como una joya de nuestro tesoro literario, y ese escrito, que habría podido ser firmado por Juvenal o Sainte-Beuve, tuvo para el venal detractor una pesa-dumbre tan abrumadora que lo obligó a huir avergonzado de Bogotá.

No se distinguió Valenzuela como orador parlamentario, Ca-recía del fuego en la oración, de las inflexiones de voz y de la soltura en la expresión, que son indispensables para el verdadero orador. En cambio, su conversación familial y entre amigos, tenía encantos y atractivos insuperables, porque era una continua mú-sica intelectual. Constantemente nos reuniamos en el Club, Teo-doro, Pablo Valenzuela y yo, para deleitarnos los dos últimos con la instructiva y exquisita conversación del primero. Era un « causeur » incomparable. Y Pablo, único hombre que en distin-ción y cultura podía compararse a nuestro amigo, me dijo algu-nas veces: « Yo quisiera ser hombre muy rico para poder seña-lar una ingente pensión a Valenzuela, únicamente para que me hiciera disfrutar todos los días durante algunas horas de su de-liciosa conversación.

Como llevo dicho, en la personá y en los modales de Va-lenzuela, no se notaba el mas ligero reproche, ni la falta mas leve, como no había ni un pliegue en su blanca camisa, ni una

mancha en su calzado, ni un ripio en sus escritos.

Valenzuela fué un espíritu de alta distinción. Esa fué la constante de su carácter que se reveló en todas las circunstancias de su vida

Retirado del Foro en la tarde de la vida, y sin ocupar pues-tos públicos por la caída del partido liberal, Valenzuela consu-mió sus economías en su propia subsistencia y en la de su fa-milia, a la cual educó con esmero y estableció con acierto en la sociedad de Bogotá.

Mayor de 70 años, Valenzuela murió pobre de bienes; pero dejando una memoria pura y brillante, como fué su vida.

CAPITULO XXIV.

Los Gobiernos Radicales

SUMARIO. Consideraciones Generales sobre las Administraciones liberales de 1867 a 1877. – El liberalismo cometió errores en el campo de la política, pero como administrador de los asuntos públicos fué siempre puro, patriota y acertado. – Todos los Presidentes liberales murieron pobres.

Después de los bocetos de algunos personajes políticos que acabo de trazar en las páginas anteriores, y antes de entrar a escribir los preludios de la Regeneración, paso a hacer una rápida relación del estado de pobreza en que vivieron y murieron los hombres públicos que estuvieron a la cabeza de la Admi-nistración pública, durante la década de 1867 a 1877.

En esa época, que bien puede calificarse de gloriosa, en ese ciclo memorable, el Liberalismo hecho Gobierno, dirigió los destinos de Colombia. Incurrió en errores y hasta en faltas en el campo de la política porque en vez de atemperar los ele-mentos anárquicos de la Constitución de Rio Negro, trató de darles extensión y desarrollo, y porque durante la Administración de Pérez, conculcó el sufragio popular para elegir a Parra y esca-motear la elección de Nuñez; pero como Administrador de los intereses públicos, especialmente en el orden económico y fiscal, el Liberalismo fué siempre patriota, sabio, acertado y eminente-mente honrado y puro. En el libro de la contabilidad histórica tiene a su Debe cargos de carácter político que provinieron del deseo de dar expansión exagerada al principio del individualismo, deseo emanado, como floración natural, de su índole generosa; pero en su Haber, como administrador público se registran pá-ginas de oro, que ni el olvido, ni la ingratitud ni la pasión políti-ca, ingénitas en nuestras Democracias, podrán ocultar, ni des-lustrar.

Y así como los antiguos hidalgos españoles, de ricos pergaminos pero de escasa hacienda, se consolaban en medio de su ruina material, con rememorar su claro linaje y las épicas haza-ñas de sus progenitorés, de esos que tenían derecho de cu-brirse delante del rey y obligación de descubrir sus cicatrices delante de) Pueblo, el Liberalismo, despojado de su haber po-lítico, pero opulento en glorias, debe hacer públicas de tiempo en tiempo y cuando se presente la ocasión, algunas páginas au-ténticamente ilustres de su historia, ya, sea para la edificación y ejemplo de la generación que se levanta en el hogar político de la República, o bien para avivar, con la frotación del recuerdo, el lustre y esplendor de sus blasones.

En el curso de este libro he hecho mención de los princi-pales actos oficiales de las Administraciones de Acosta, de Mu-rillo, de Santiago Pérez y de Salgar. He omitido todo lo refe-rente a la Administración del General Santos Gutiérrez el gran Caudillo liberal el jefe invicto y una de las primeras figuras mi-litares de la República, porque yo no tuve ocasión de conocerlo personalmente, y por consiguiente no pude tratarlo de cerca, puesto que durante su Administración me hallaba yo en los claustros del Colegio de Popayán. No obstante viene a mi memoria alguna anécdota que me refirió el Dr. Camacho Roldán, y que revela su rectitud, su sinceridad y la inflexible honradez del Ge-neral Gutiérrez.

Siendo Camacho Roldán Ministro de Hacienda, en aquella época, el telegrafista de uno de los puertos del Rio Magdalena, cercano a la ciudad de Honda (término del viaje en la subida del Río), dirigió un despacho al Dr Camacho para manifestarle que el correo del Exterior no podría llegar a tiempo a la Ca-pital porque el caudal de las aguas del río había disminuido mucho, a causa del largo verano, y los vapores no podían ar-ribar a Honda.

El Ministro de Hacienda ordenó al Agente respectivo que alquilase una canoa para conducir el correo hasta la ciudad de Honda, pues era urgente recibir la correspondencia. Esta medida costó doce pesos de ley.

Cuando la Corte de Cuentas examinó las de la Secretaría de Hacienda, dedujo un alcance de doce pesos contra el Secre-tario que había ordenado un gasto que no estaba previsto enel presupuesto, y que era violatorio de disposiciones expresás del Código fiscal.

Presentóse emocionado el Dr. Camacho ante el Presidente Gutiérrez y le manifestó el fallo de la Corte de Cuentas de que he hecho mención. Gutiérrez sin vacilar le dijo: « Lo único que queda por hacer es pagar el alcance y renunciar el puesto.

Eso mismo había pensado yo hacer, le dijo Camacho, y me complazco mucho en que estemos de acuerdo.

Y así sucedió.

Respecto de la probidad en el manejo de los intereses na-cionales y especialmente de los dineros públicos, al cual quiero consagrar un homenaje en este libro, no me ocuparé de los hombres que gobernaron la República de 1830 a 1860, limitán-dome únicamente a las Administraciones transcurridas desde la época de mi primera infancia (1860) hasta 1880 época en qué comenzó el período político conocido con el nombre de Regene-ración, y durante el cual dirigió los destinos del País el Dr. Ra-fael Nuñez.

Desde la Administración del Dr. Ospina hasta la época de la Regeneración> los Presidentes y sus Secretarios se distinguie-ron por la escrupulosidad, por la pureza y por la probidad inma-culada en el manejo del Tesoro público.

Don Mariano Ospina, que gobernó el País hasta 1861 y Don Ignacio Gutiérrez Vergara su Ministro de Hacienda, fueron mo-delos de honradez personal y oficial. Ya he hecho mención del acto de suprema probidad que ejecutó aquella Administración cuando no quiso vender las reservas del Ferrocarril de Panamá, a pesar de las críticas circunstancias financieras que le imponía la borrasca revolucionaria, por no comprometer el porvenir de la República. Esos dos insignes mandatarios murieron casi en la pobreza después de haber administrado la Hacienda nacional con facultades discrecionales, impuestas por la situación de guerra.

El Gran General Mosquera que gobernó desde í86í hasta 1864 como Dictador supremo, y después fué Presidente constitu-cional en dos períodos murió pobre, sin dejar de herencia a su fami-lia otra cosa que su casa de habitación en Popayán y el Dominio improductivo de Coconuco, bienes de poco valor que había he-redado de sus padres.

El Doctor Andrés Ceron, Ministro que fué de Gobierno del Gran General en esa época, murió pobre y su familia llegó, después de su fallecimiento a los mas tristes extremos de pobroza.

El General Julian Trujillo dejó al morir, como lo he dicho ya, empeñados en un Banco los valiosos objetos que le obse-quiaron los antioqueños en 1877.

El Dr. Rojas Garrido falleció también sin bienes de fortuna.

Los Generales Santos Gutiérrez y Santos Acosta, apenas dejaron al morir pequeñas propiedades que habían adquirido, sea por herencia de sus padres, o como fruto de su trabajo per-sonal, antes de entrar a la vida pública y administrativa.

El Dr. Murillo, que ocupó dos veces el sillón presidencial, murió igualmente pobre> sin dejar mas herencia que una casa de reducido valor, en la cual estaba representada la pequeña dote de su esposa. Durante la última enfermedad de Murillo, se discutió un proyecto de ley en el Congreso para asignarle una pensión alimenticia al viejo y moribundo Magistrado.

El Dr. Santiago Pérez murió en París, como lo llevo dicho, en extrema pobreza. Alguna vez que fui a visitarlo en un triste y pequeño apartamento del rez-de-ckaussóe de una casa excéntrica, salió él mismo a abrirme la puerta. Sorprendido que un hombre tan respetable hiciese en su propia casa el oficio de por-tero, no pude evitar el preguntarle la causa. Lo hago, me res-pondió> porque no tengo como pagar un portero.

– Y quién le hace el « ménage »,le respondí.

– Tadea, mi mujer, me contestó con mucha naturalidad.

Y con efecto, la noble y santa esposa del Dr. Pérez, que hoy todavía existe en Bogotá, cargada de años y de virtudes, le ayudó eficazmente a su esposo, tanto en las labores del Cole-gio en Bogotá, como en las vicisitudes y en el infortunio de su destierro en Paris.

El General Salgar, que había adquirido a fuerza de econo-mías una casa en Bogotá y una hacienda en el Norte de la Sa-bana, las dejó al morir gravadas con cuantiosas hipotecas, que había tenido que constituir para la adquisición de esas mismas fin-cas. Su digna esposa las vendió para pagar las deudas y pre-firió quedarse en la pobreza a aprovechar las facultades que, las leyes de Nuñez, permitían a los deudores de pagar en papel moneda depreciado, las sumas que habían recibido en moneda me-tálica, de oro y plata.

El Doctor Aquileo Parra, Dictador constitucional, de 1876 a 1877, no tuvo recursos para subsistir durante los tres meses de licencia del ejercicio de la Presidencia en 1877, y se vió obli-gado a pedir una suma prestada al Banco de Bogotá, porque yo, como Secretario del Tesoro, no pude anticiparle el sueldo que debía devengar, según lo tengo ya dicho en estas Memorias.

Poco después de terminado su período, el Dr. Parra se vió obli-gado a hipotecar su pequeña hacienda de San Vicente para ha-cer frente a sus gastos personales, y ésa finca de reducido valor, adquirida por su trabajo durante varios años en el comercio, fué la única herencia que dejó a su familia.

El Dr. Felipe Pérez había recibido un pequeño legado de familia, con el cual, unido a sus economías en muchos años de trabajo, pudo comprar una finca de campo de reducido precio y construir una casa modesta de un solo piso, únicos bienes que pudo dejar al morir a su familia.

El Dr. Galindo dejó por toda herencia una casa en Bogotá a pesar de haber recibido la dote de su primera esposa, y de haber trabajado como abogado de fama durante muchos años.

El Dr. Valenzuela se vió en la necesidad de vender su casa de habitación, sus cuadros, su servicio de comedor y su escogida biblioteca para poder subsistir con su familia en los últimos años de su vida. Cuando este colombiano eminente murió, no se en-contraron en su casa particular sino 200 pesos papel moneda que equivalían entonces a dos pesos oro. Su yerno, el Sr. D. Leonidas Gutiérrez, hizo los gastos del entierro.

Yo fui Secretario del Tesoro del Sr. Parra y después de la guerra, cuando empecé a pagar todas las deudas originadas por la revuelta, no quise incluir mi nombre en la lista de los que habían prestado voluntariamente sumas de dinero al Gobierno y a quienes se les devolvió en Pagarés del Tesoro las expresadas sumas, porque creí indelicado el ser pagado por una orden mía. No habiendo aprovechado el pago de mi crédito en un papel tan valioso como el Pagaré del Tesoro, que circulaba casi a la par, tuve que resignarme mas tarde, en la Administración si-guiente, a ser cubierto de mi acreencia en libranzas de 30/a, que tenían entonces un demérito de mas de 50%

Alguna vez que hubo necesidad, durante la revolución, de hacer un gasto extraordinario que nó estaba previsto en el pre-supuesto, Parra y los Secretarios hicimos una colecta para el expresado gasto. En esa época no había ni tradición ni concepto de la concusión o el peculado, ni siquiera de la indelicadeza en el manejo de los dineros públicos. Por la mente de ninguno de los Presidentes y de los Ministros o Secretarios liberales de 1867 a 1877 no cruzó jamás el pensamiento de que fuera posible poner al servicio de los propios intereses, o para labrar la fortuna per-sonal, la posición y las influencias oficiales, como aconteció, con raras excepciones por fortuna, en algunas épocas posteriores.

Colombia se distinguió siempre por el espíritu legalista y por la escrupulosidad y la pureza de los administradores de los in-tereses nacionales y de los fondos públicos, tanto baje la domi-nación conservadora como bajo la dominación liberal hasta que llegó la época de la Regeneración, cuando como llevo dicho, hubo varias vituperables excepciones.

CAPITULO XXV.

La Administración Trujillo

SUMARIO. El General Trujillo es elegido Presidente de la República y marcha a la Capital. – Sus sentimientos y propósitos de conservar la Unión liberal cambian durante el viaje. – Entrada de Trujillo a Bo-gotá en medio de una inmensa ovación popular. – Incidentes del día de su llegada. – Trujillo proclama ante un meeting los nombres de los individuos que deben formar su Ministerio, escogidos todos en el partido nuñista. – Incidentes. – El Senado no se atreve a improbar los nombres de Nuñez y Camacho Roldán por temor a las barras. – El General Trujillo acepta la dimisión del Dr. Camcho Roldán y me propone volver a la Secretaria del Tesoro. – Rehuso el nombramiento y acepto el puesto de Agente diplomático en Italia para promover confidencial-mente un Convenio de modus vivendi con la Santa Sede.

El Gobierno del Sr. Aquileo Parra, del cual tuve el honor de hacer parte como Secretario del Tesoro y Crédito Nacional, se consagró, en la segunda mitad de su período constitucional, a cicatrizar las heridas causadas a la República por la terrible guerra que había terminado con el triunfo del Gobierno. En esa tarea reparadora, alcanzó un triunfo pacífico tan completo como lo había obtenido en los campos de batalla.

El Gobierno pudo reparar los quebrantos causados por la guerra. Los servicios públicos continuaron con regularidad. El ser-vicio de la deuda exterior no fué interrumpido ni por un solo día. Las deudas de carácter extraordinario que había contraído el Go-bierno durante la revuelta fueron cubiertas con sus intereses. Los bienes embargados a. los rebeldes se devolvieron a sus dueños. Una ámplia amnistía cubrió como con un velo el pasado san-griento. Las finanzas se restablecieron; los presupuestos se equilibraron y, como llevo dicho en otra parte de estas Memorias, al terminar la Administración quedó un sobrante en oro sonante y contante de cerca de medio millón de pesos, depositado a inte-rés en el Banco de Bogotá.

El país convaleció rápidamente en ese corto período de paz. Se reanimaron el Comercio y las demás industrias del país. Las exportaciones y las importaciones aumentaron y el cambio sobre el Exterior descendió a menos de la par.

Pero si en el orden social y económico hubo completa tran-quilidad al terminar la Administración Parra, no lo fué así en el orden político, porque la división del liberalismo reapareció en la paz después de que cesaron los combates y las faenas mili-tares.

El General Julian Trujillo, vencedor en los Chancos, Otun, Arenillo y Manizales, Pacificador principal de la República, fué elegido por la Victoria, según la expresión de Parra> sin concur-rencia ni contradicción alguna. Declarada su elección, dejó el Go-bierno Seccional de Antioquia para venir a ocupar en Bogotá el sillón presidencial de Colombia.

Durante más de un año, el General Trujillo había mantenido activa correspondencia conmigo, pues además de ser el antiguo amigo de mi casa, mi padrino y mi camarada en el Gobierno del Cauca, yo formaba el trait-d"union entre el Jefe victorioso, perteneciente al partido nuñista y el Presidente de la República, Sr. Parra, en cuya Administración había yo servido como Secre-tario de Estado.

En todas sus cartas se manifestaba el General Trujillo en-teramente de acuerdo con el Presidente Parra y con su Gobierno, y revelaba el propósito firme de mantener en su próximo Go-bierno la concordia entre los elementos liberales que, unidos, ha-bían podido dominar la revolución conservadora.

Yo me complacía en hacer ver al Sr. Parra las cartas ín-timas que me dirigía el General Trujillo, y ambos abrigábamos la halagueña esperanza de que la unión liberal no sería rota.

El General Trujillo se dirigió a Popayán para reunirse a su familia y emprender con ella viaje a Bogotá.

Los liberales pertenecientes al antiguo círculo nuñista o independiente, resolvieron enviar una comisión desde Bogotá a cargo de los Señores Wenceslao Ibañez y Angel María Céspedes, res-petables y prestigiosos caballeros del circulo nuñista, para en-contrar al General Trujillo en la ciudad de Neiva y preparar su animo en contra del Gobierno del Sr. Parra, contra el cual que-rían revivir los antiguos odios, latentes, pero no extinguidos, du-rante la revolución.

Los comisionados acompañaron al General Trujillo desde

Neiva hasta el puerto fluvial de Girardot influyendo sobre su alma honrada y cándida, para promover la desunión del liberalismo triunfante.

Al llegar a Girardot fué recibido el General Trujillo por el Dr. Salvador Camacho Roldán, quien lo alojó en la casa de su hacienda de Utica.

El Dr. Camacho, hombre eminente, de gran prestigio político y amigo de Trujillo, era antes de las revolución uno de los prin-cipales corifeos del independentismo o nuñismo, y, aun cuando había manifestado su adhesión al Gobierno de Parra durante la revuelta, conservaba su animosidad contra el Círculo llamado ra-dical u oligarca por los adversarios.

La permanencia en Utica del General Trujillo durante dos días bajo la influencia irresistible del Dr. Camacho Roldán, acabó le prédisponer el ánimo de aquel en contra de los liberales go-biernistas que habían logrado dominar la Revolución con la unión con los liberales y que deseaban ardientemente conservar dicha unión.

En una de las cartas que me escribió el General Trujillo desde Medellín, al felicitarme por el éxito que había alcanzado mi labor en la Secretaría del Tesoro y Crédito Nacional, me exi-gía con empeño que continuara en el mismo puesto durante su Administración. Yo no deseaba seguir en las faenas del Gobierno y tenía el propósito de hacer un nuevo viaje a Europa con mi familia, ya que el primero había sido muy rápido y se había enlutado con la muerte de una niña. No obstante, no pudiendo excusarme a la exigencia del General Trujillo, a quien yo respetaba y estimaba mucho, convine con él en continuar al frente del Ministerio del Tesoro.

La llegada del General Trujillo a Bogotá a tomar posesión de la Presidencia, fué una verdadera entrada triunfal y una inmensa ovación popular. Desde por la mañana partieron para el pueblo de Cuatro Esquinas (Mosquera) grandes pelotones de in-dividuos liberales de todos los matices y de todas las clases so-ciales a encontrar y saludar al jefe vencedor en los campos de batalla y en las urnas. El Sr. Parra, y sus cuatro Secretarios, se dirigieron en coches al encuentro del Presidente electo, y en la expresada población se cruzaron con Trujillo discursos de cor-tesía y de etiqueta oficial. Las palabras del Sr. Parra, sinceras y cordiales, expresaban el anhelo de que el nuevo Presidente continuase su labor de reparación, apoyando principalmente su Gobierno en la sólida base de la unión liberal. Trujillo sugestio-nado ya por sus consejeros nuñistas, contestó con frialdad a los votos patrióticos del Sr. Parra y dejó deslizar algunas frases in-tencionadas contra la política del Gobierno que terminaba.

El Sr. Parra ofreció a Trujillo un puesto que tenía vacante en el coche presidencial para entrar juntos a la capital. Trujillo se excusó de acompañar al Presidente y prefirió seguir a Bogotá en un magnífico caballo que le leyó el Sr. D. Miguel Gutiérrez Nieto, antiguo y ardoroso partidario del General Mosquera y del Dr. Nuñez, y hombre de grande actividad y energía.

Las palabras del General Trujillo y el desaire que él hizo al Presidente Parra, fueron el preludio de la política que los con-sejeros de Trujillo le hicieron seguir en mala hora, y que contribuyó a hacer tan tempestuosa su Administración y a echar las bases de la Regeneración con la elección de Nuñez, como lo había previsto el Dr. Murillo.

En medio de una delirante muchedumbre y entre victores y aplausos llegó el General Trujillo a Bogotá, pocos días antes de la fecha en que debía tomar posesión de la Presidencia. Se hospedó en una casa de la calle de San Miguel y empezó comó era natural a recibir innumerables visitas.

En la noche del día de su llegada el General me detuvo a comer con su familia. Después de la comida se encerró en su despacho conmigo y, con la franqueza que era de esperarse, me manifestó que a pesar de sus vivos deseos de que yo continuase como Secretario de Estado en su Gobierno, las exigencias de la política lo obligaban a prescindir de mis servicios porque no que-ría que ninguno de los Secretarios del Sr. Parra hiciera parte del nuevo Gabinete. Que su intención habla sido hasta la llegada a Cundinamarca de continuar en sus puestos al General Salgar y a mí; pero que por consejos de los Sres. Nuñez y Camacho Roldán, tenía que formar un Ministerio enteramente nuevo, y que tenía el propósito de enviarme en una Misión diplomática en Europa para un asunto de suma importancia para el País

Yo le contesté que le agradecía mucho el cambio de pro-yectos respecto de mí porque yo me hallaba muy fatigado con las faenas del Gobierno> y mi deseo primitivo era el de hacer un nuevo viaje a Europa.

En una de las biografías del Dr. Murillo se asegura que éste manifestó que como leader del Senado, no se opondría al nombramiento que hiciera Trujillo en los Señores Nuñez y Camacho Roldán para Secretario, de Estado. Tal aseveración es inexacta porque a mí me consta lo contrario, como paso a demostrarlo.

Hallándome una tarde en el Despacho de la Secretaria del

Tesoro, arreglando los papeles de mi escritorio para entregarlos a mi sucesor el Dr. Salvador Camacho Roldán, según me lo había dicho confidencialmente el General Trujillo, se presentó el Dr. Mu-rillo para tener conmigo una entrevista importante.

Me dijo el Dr. Murillo que sabía de buena tinta que el Ge-neral Trujillo nombraría a los Señores Nuñez y Camacho Roldán para Secretarios de Hacienda y del Tesoro, y venía a recomen-darme que hablara con Trujillo para interesado en no hacer esos dos nombramientos> o, por lo menos, que prescindiera del de Nuñez, porque él contaba con una mayoría en el Senado para improbarlo, (pues según la Constitución de Rio-Negro los nombramientos de Secretarios de Estado y de Agentes Diplomá-ticos debían someterse a la aprobación de la Cámara Alta, y que era conveniente que el General Trujillo no inaugurara su Adminis-tración con un rechazo a sus nombramientos de parte del Senado. Me agregó que hasta Camacho Roldán se podría tolerar, pero que de ninguna manera a Nuñez.

Ofrecí al Dr. Murillo desempeñar la comisión ante el General Trujillo y esa misma noche fui a comer a la casa de este amigo> a quien le manifesté con toda franqueza lo que el Dr. Murillo me había dicho.

El General recibió con cólera e indignación la amenaza ve-lada que contenía la notificación del Dr. Murillo y en vez de acep-tarla, decidió convocar al pueblo a las barras del Senado para im-poner con una especie de coacción la aprobación del nombramiento de Nuñez y Camacho Roldán.

Y así sucedió. Al día siguiente un gran meeting popular se formó para ir a aclamar al General Trujillo por la noche Salió el General al balcón de la casa que ocupaba en la calle de San Mi-guel y al contestar a los oradores del meeting y a sus aclama-ciones, les manifestó que tenía el propósito de formar su Ministe-rio así:

Ministro del Interior y Relaciones Exteriores, al Dr. Fran-cisco Javiez Zaldua:

Secretario de Hacienda, al Dr. Nuñez;

Secretario del Tesoro y Crédito Nacional, al Dr. Camacho Roldán.

y Secretario de Guerra al General Ezequiel Hurtado, quien había sido su Jefe de Estado Mayor en las campañas del Cauca y Antioquia.

Estruendosos aplausos resonaban a cada nombre que anun-ciaba el General Trujillo, quien terminó su discurso exhortando

al pueblo para que concurriese a la barra del Senado, a fin de impedir que la mayoría radical u oligarca tuviese el atrevimiento de manchar con bolas negras los nombres de tan ilustres perso-najes.

Tres días antes de tomar posesión de la Presidencia el Ge-neral Trujillo, el Ministerio de Parra había ofrecido a este un gran banquete en la antigua casa de las Secretarías de Estado. A dicho banquete también había sido invitado el General Trujillo pero éste se excusó de asistir porque se le dijo que hasta su vi da podía correr peligro durante la comida.

Por mi parte yo ofrecí una comida en mi casa particular al General Trujillo, la víspera de la posesión, mas con carácter amistoso que oficial> y en el seno de mi familia. A esa comida concurrieron el General Salgar, Ministro de Relaciones Exterio-res, el Dr. Felipe Pérez y otros amigos personales de Trujillo.

No obstante que hubo empeño de parte de Nuñez y otros consejeros de Trujillo para que éste no aceptase mi invitación, Trujillo que era mi amigo, muy leal y muy sincero, se apresuró a aceptarla.

La comida fué cordial y animada. El General se manifestó muy expansivo con Salgár y con Pérez, y varias veces, excitado por el champaña, dejó traslucir el sentimiento que le causaba no poder tener en su Ministerio elementos radicales. Se traducía muy bien, en sus palabras que su ánimo se hallaba supeditado por sus consejeros para no continuar la política de unión del liberalismo. Tan sincero era ésto de parte del jefe victorioso que, pocos años, después, se declaró enemigo político de Nuñez y de su política regeneradora.

Después de levantarnos de la mesa y de tomar el café y los licores que a éste siguieron, el General Trujillo sacó de su bolsillo una carta anónima que había recibido antes de llegar a casa y en que le decían que se abstuviera de tomar vino y licores, porque yo estaba combinado con los oligarcas para enve-nenarlo en el vino y en el « pousse café ».

Sonreído el General Trujillo me enseño el anónimo, como hizo Alejandro cuando después de haber apurado la bebida en que se le aseguraba que iba a ser envenenado, mostró a su médico la carta denunciadora, Aun cuando todos soltamos la carcajada por la amenaza, no dejamos de pensar con tristeza hasta donde llegaban el interés y las malas artes del círculo nuñista para producir la desunión de los liberales.

Al día siguiente supe también que, durante la comida, indi-viduos armados habían pasado la noche en la puerta de mi casa para velar por la vida del General Trujillo.

Refiero estos incidentes para hacer conocer el estado de los espíritus de los disidentes liberales en la inauguración de la Administración Trujillo.

El día dei sometimiento de los nombramientos de Secretarios de Estado a la aprobación del Senado, las barras estaban reple-tas y amenazantes.

Oportunamente había manifestado yo al Dr. Murillo la resolución de Trujillo de insistir en el nombramieno de Nuñez para Secretario de Hacienda, y la cólera que había manifestado cuando yo le había hecho la notificación ya mencionada. Recuerdo que dije al Dr. Murillo: « Uds., Doctor, van a librar una batalla decisiva, Si imprueban el nombramiento de Nuñez vendrá una lucha ardiente contra el Gobierno; pero es posible que éste se someta al fin a la voluntad del Congreso, a quien apoyarán el ejército y los Gobiernos seccionales de norte y centro de la Re-pública; pero si ceden ante las amenazas de las barras y aprueban el nombramiento quedarán perdurablemente vencidos » « Asi lo creo, me dijo con tristeza el Dr. Murillo; pero es preciso evitar un choque sangriento en el Senado que puede ser el principio de una nueva revolución entre las fracciones del liberalismo. Re-cuerde Ud. lo que le dije a Parra cuando le supliqué que impi-diera la elección de Trujillo, porque éste, como precursor de Nuñez sería el sepulturero inconsciente del liberalismo ».

Los nombramientos de Zaldua y de Hurtado fueron aproba-dos por unanimidad en el Senado. Al leerse los nombres de Ca-macho Roldán y de Nuñez, las barras prorrumpieron en amenazas y cuando se repartieron las balotas para la votación, Murillo tomó una balota blanca y la mostró al público, en tanto que Gil Colunje y Hernández (quien fué después uno de los jefes de

la revolución de 1885), caracteres enérgicos y valerosos, desafiando las barras y sus improperios, mostraron también al público las balotas negras. El nombramiento de Camacho Roldán fué aprobado con pocas balótas negras; pero el de Nuñez fué bastante teñido.

Pocos días después dirigió el Gobierno un extenso y minu-cioso Mensaje al Congreso para fijar su plan de Gobierno y de Administración. Dicho Mensaje redactado por el Doctor Camacho Roldán, contiene algunas apreciaciones amargas contra el Señor Parra que revelaban bien el espíritu del nuevo Gobierno, ad verso al que había terminado en 31 de Marzo.

No obstante que el Dr. Camacho declaró en dicho Mensaje

que era notable la habilidad y el acierto con que la Administra-ción Parra había dirigido las finanzas del País, no quiso seguir el sistema adoptado de emitir los Pagarés del Tesoro, o sean papeles de crédito sin interés para convertir con dotes en dinero los papeles antiguos de Credito público, combinación que presentaba la triple ventaja de pagar a un precio reducido documentos de deuda antigua, de cambiar papeles por interés por otros que silo disfrutaban y de procurar una nueva entrada de dinero a la Tesorería El Dr. Camacho dispuso de los fondos que el Gobierno de Parra había dejado en el Banco de Bogotá, comenzó a recoger los Pa-garés del Tesoro, y entró por el camino de las economías.

A estas medidas que disgustaron a los Penedores de Deuda Pública que se hallaban satisfechos por poder colocar sus papeles de crédito en cambio de Pagarés del Tesoro y a los empleados públicos, a quienes se les retuvo los pagos o ajustamientos de créditos viejos, se agregó la disposición de obligar a los pensio-nados a presentar su retrato en las respectivas oficinas destinadas a pagar las pensiones.

Esta medida produjo gran descontento entre el numeroso grupo de inválidos y menesterosos obligados a hacer un desem-bolso extraordinario para poder presentar su desgraciada efigie al respectivo Jefe de la Sección de pensiones.

Los descontentos se juntaron y en meeting numeroso se di-rigieron al Palacio Presidencial, para pedir al Presidente Trujillo que se suspendieran estas medidas y se volviera el régimen fis-cal de la Administración pasada.

Con tal motivo, el General Trujillo me llamó a su Palacio para que explicara el sistema que yo había seguido como Se-cretario del Tesoro del $r. Parra.

Hice yo una extensa y detallada exposición al Presidente, y, con tal motivo, me suplicó que concurriese tres días después por la noche para tener una conferencia con el Dr. Camacho, con el fin de ver si éste no repudiaba mi sistema financiero.

Mi entrevista con el Secretario delante del Presidente me fué penosa y embarazosa por el respeto profríndo que yo pro-fesaba y profesé siempre al eminente Dr. Camacho. Este, con su inalterable cultura, contestó algunas de mis observaciones y asin-tió a otras, pero sintiéndose mortificado por esa conferencia a que lo había sometido el General Trujillo, al día siguiente pre-sentó su dimisión de Secretario del Tesoro.

El General Trujillo aceptó la dimisión y nombró al Dr. Camacho Secretario del Interior y Relaciones Exteriores vacante por la separación del Dr. Francisco Javier Zaldua, quien, a causa de su edad avanzada y de su mala salud, no quiso continuar en las faenas del Gobierno.

Aceptó el Dr. Camacho el cambio de posición y entonces me llamó el General Trujillo para rogarme que me hiciera cargo de la Secretaría del Tesoro, porque así se lo pedía un número considerable de amigos y de liberales, contándose entre otros los Tenedores de Deuda Pública y los pensionados.

Yo rehusé el honroso nombramiento que me ofrecía el Ge-neral Truijílo, fundándome en que, después del trastorno que se había verificado en el sistema fiscal por mí establecido, no era fácil volver a él y en que por otra parte, tenía yo preparado ya mi viaje para Europa.

La Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores fué desempeñada por poco tiempo por El Dr. Camacho Rodán, quien hizo renuncia irrevocable del elevado puesto. En su reemplazo fué nombrado el Dr. Pablo Arosemena, figura culminante de la Po-lítica, orador fluido y elocuente y hombre de exquisitas maneras y de gran cultura intelectual y social.

En esa época se decidió uno de los asuntos mas importan-tes de la "Administración Trujillo. A insinuación del Presidente, la mayoría del Senado radical dirigió al Gobierno un Manifiesto firmado por los principales miembros de la Oposición como eran el Dr. Jacobo Sanchez, el Dr. Ramon Gómez, el Dr. José Araujo, el Dr. Ignacio Diaz Granados, y varios otros notables radi-cales. En dicho Manifiesto expresaron los signatarios una especie de compromiso para aprobar un Convenio de Modus vivendi con la Santa Sede, a fin de poner término a las dificultades sociales y financieras que ofrecía la pugna latente existente entre el clero colombiano y el Poder civil, desde la época en que el General Mosquera había decretado la Desamortización de bienes eclesiás-ticos y se habían expedido las leyes de Tuición y de Inspección de cultos.

Apoyado en este Manifiesto de los Senadores radicales del Senado, el General Trujillo me ofreció el nombramiento de En-cargado de Negocios y Jefe de Misión ante el Gobierno del Rey de Italia, establecido en la Ciudad Eterna, después de la ocupa-ción por las tropas del Rey Víctor Manuel.

No tenía por objeto mi Misión a Italia prestar algún ser-vicio diplomático ante el Rey Umberto I que acababa de ocupar el trono por muerte de su augusto padre, porque no había ningún asunto importante entre Colombia e Italia. Se proponía el General Trujillo que yo pudiese entenderme, privada y confiden-cialmente, con el nuevo Pontífice Leon XIII para ver de acordar un Modus vivendi entre el Jefe Universal de la Iglesia Católica y el Gobierno de Colombia, que consolidase la paz y evitase nuevas y desastrosas guerras civiles como la que acababa de pasar y que hiciera cesar esa desarmonía y aun hostilidad sorda y constante que existía entre las Potestades religiosa y civil de Colombia y entre el Clero y el Gobierno. Para esto era menes-ter arreglar todo lo relativo a la Desamortización de bienes de manos muertas, hecho consumado e irrevocable, al matrimonio civil, a los cementerios y a la instrucción primaria oficial con intervención del clero católico para la enseñanza de religión en dichas escuelas.

No pudiendo el Gobierno, conforme a la Constitución nom-brar un Agente diplomático ante la Santa Sede, yo debía re-vestir aparentemente la representación ante el Quirinal, para en-tenderme con la Santa Sede de manera enteramente privada y oficiosa.

La Ley de servicio diplomático y consular no permitía sos-tener en Europa mas de una Legación de primera clase, la cual desempeñaba a la sazón el General Sergio Camargo ex-Presidente de la República uno de los Jefes victoriosos de la Revolución y a quien era imposible retirar sin causa justificativa de su puesto diplomático. En tal virtud el General Trujillo me propuso el nombramiento de Ministro de tercera clase o sea Encargado de Negocios Jefe de Misión y no ad inzferim en reemplazo de un Ministro. Esta posición diplomática, que ya no existe en la nomenclatura jerárquica, estaba reconocida por nuestra Ley orgánica, de tal manera que ese funcionario Encargado de Negocios, podía tener Credenciales de Plenipotenciario y a su servicio un Secretario. Así se constituyó mi Misión en Italia, para donde seguí llevando por Secretario al Doctor Pedro Gutiérrez Portilla> uno de los Ayudantes de campo del General Trujillo.

Con mi nombramiento de Agente diplomático, Jefe de Misión, y mis Credenciales de Plenipotenciario, recibí de la Secre-taria de Relaciones Exteriores las Instrucciones de carácter pú-blico que tenían por objeto presentar los homenajes del Gobierno de Colombia al nuevo Rey de Italia, hacer propaganda en be-neficio de los intereses de la República> celebrar Tratados de amistad y comercio, Convenciones consulares, y de Extradición y promover la organización de una Compañía de vapores entre Génova y Sabanilla y otras comisiones por el estilo, para el de-sempeño de mi Misión ante el Gobierno italiano. Al mismo tiempo, la Secretaría de Relaciones Exteriores me comunicó las siguientes instrucciones reservadas.

1º. Estudiar el estado de las relaciones entre los Gobiernos europeos, principalmente los de Alemania e ltalia con el Sumo Pontífice; las disposiciones de S. S. Leon XIII a consentir una solución satisfactoria a las cuestiones que surgen de la resistencia del Clero católico a acatar ciertas leyes nacionales.

2º. Procurar ponerse privada o confidencialmente en con-tacto con el Secretario de Estado del Papa Leon XIII para tra-tar de obtener el acuerdo de un Modus vivendi entre el Poder Civil y la Iglesia católica en Colombia.

3º. En el Acuerdo de un Modus vivendi debe reconocerse el hecho consumado por la Desamortización y el levantamiento de las censuras eclesiásticas que pesan sobre los rematadores de bie-nes desamortizados. Así mismo, se comprometerá el Clero católico a enseñar la religión en los establecimientos públicos de instruc-ción primaria y a dar aviso a los empleados civiles de los bau-tismos y funerales que celebren, para que puedan hacer las nece-sarias inscripciones en los respectivos registros.

Yo recibí esta importante misión con sincero entusiasmo, porque estaba persuadido de que toda medida tendiente al sosiego de las conciencias en Colombia, era el mejor factor para una paz estable y duradera.

CAPITULO XXVI.

Mi Misión ante el Quirinal

SUMARIO. – En mi carácter de Encargado de Negocios Jefe de Misión llego con mi Secretario a Roma. – Entrevista con el primer Mi-nistro Depretis. Mi presentación al Rey, a la Reina y al Duque de Aosta. – Episodios interesantes relativos al Rey Umberto I – Prospe-ridad y grandeza de la Unión Italiana. – Recuerdo de una gran fiesta que tuvo lugar en la Embajada española. – Mis principales trabajos como Agente diplomático ante el Quirinal.

Animado por la esperanza de alcanzar el éxito en mi comi-sión, me puse en marcha para Italia sin mi familia, porque no creí conveniente exponerla a los azares de un nuevo viaje, una vez que en el primero había tenido la desgracia de perder una niña.

Cuando llegué a Roma me puse inmediatamente en comu-nicación con el Señor Depretis, Presidente del Consejo y Ministro de Negocios Extranjeros del Reino de Italia, y al mismo tiempo jefe del partido conservador, que tenia mayoría en el Parlamento.

Al presentar mis credenciales, el Sr. Depretis me recibió con mucha cordialidad por ser la primera Misión que recibía del Go-bierno de la República de Colombia. Al felicitarle por la Unión italiana, que puede considerarse como la obra mas grande y trascen-dental de la época, me dijo: « Ciertamente, después de una lucha secular, hemos logrado reunir toda la familia Italiana ».

Después de ser recibido por el Ministro de Negocios Extran-jeros, fui presentado al Rey Umberto I, quien, acababa de ocu-par el trono de los Príncipes de la Casa de Savoya, por muerte de su ilustre padre el Rey Victor-Manuel II, fundador, con Ca-vour, de la Unidad italiana.

El Rey me recibió en su Despacho privado, casi sin cere-monia y con la sencillez y simplicidad que podría emplear un Presidente de Suiza. El monarca entonces era muy joven, pero por su fisonomía un poco enjuta,, su tez tostada por el sol de mediodía o por las campañas, sus recios cabellos plateados en parte y sus largos y espesos mostachos, revelaba tener mayor edad que la que entonces tenía, poco mas de 30 años.

La primera impresión que yo recibí al ver al Rey no me fué agradable porque su mirada demasiado penetrante y casi dura comunicaba a su fisonomía la expresión de un militar severo mas que la de fin Príncipe de la antigua y gloriosa dinastía de Sa-voya.

Después de las frases protocolarias que nos cruzamos en fran-cés> me preguntó el Monarca en donde había yo desempeñado, otras Misiones. Es la primera, le contesté, por y lo cual me enor-gullezco de ser Ministro ante el Gobierno glorioso de Vuestra Majestad.

Pero qué posición oficial ocupaba Ud. en Colombia antes, de venir a Roma? me preguntó de nuevo.

– Era Ministro de Finanzas, respondí.

– ¡ Cómo, Ud. es demasiado joven para haber sido Minis-tro de Finanzas,

– Pero Vuestra Majestad es casi tan joven como yo, y sin embargo es Rey, le repliqué.

– Los Reyes debemos el trono a la casualidad o al naci-miento, pero para ser Ministro, y especialmente en el ramo de Finanzas, se necesita de la experiencia y de los conocimientos que dan los años, repuso sonriéndose.

La entrevista situada en un terreno cordial y casi familiar se prolongó mas de lo que permitía el protocolo. El Rey me hizo muchas preguntas respecto de Colombia, a todas las cuales di completa satisfacción.

Mi presentación a la Reina Margarita, tipo completo de la belleza del Mediodía, tuvo lugar después, y fué tan sencilla nues-tra entrevista como la del Rey.

La Reina, quien veía por primera vez a un colombiano y quizá a un sur americano, me exigió que hablara en español, porque ella, me dijo, gustaba mucho de oír este hermoso idioma, mas enérgico y expresivo que el italiano, por lo cual se compla-cía siempre en conversar en castellano con su cuñado el Duque de Aosta, ex Rey de España. Con esta autorización me fué mas agradable la entrevista con la Reina. Entre otras cosas me dijo que ella creía que los colombianos tenían el tipo de los Orien-tales pues suponía que los Indios del Occidente eran los mismos que los del Levante y que sin embargo yo (quien era el primer colombiano que ella veía) parecía un español o un italiano de mediodía de la península. Expliqué a la Reiná que los colombianos éramos descendientes de españoles por haber sido nuestra Patria una colonia de España y que éramos de origen latino como a los habitantes de Italia.

La Reina como para disimular su falta de conocimiento del tipo colombiano. « me dijo: » En su país de Ud. las mujeres son muy hermosas.

– No tanto como en Italia, Patria de Vuestra Majestad, le contesté.

La conferencia terminó haciendo votos la Reina porque yo contrajera matrimonio, (pues me suponía soltero) con alguna de las lindas damas que brillaban en la sociedad romana.

El Duque de Aosta, el célebre Amadeo, antiguo Rey de España, me recibió aun con mayor afabilidad y sencillez, si es posible, Hablaba correctamente el castellano y como dos anti-guos camaradas nos entretuvimos en hacer apreciaciones sobre la nación española y sobre los acontecimientos políticos de Italia, que habían sido coronados por la unidad de la nación después de tantos siglos de labores y de luchas. Era un hombre alto, mo-reno, deligado y elegante. Llevaba la barba negra que armoni-zaba con sus ojos oscuros. Era verboso y afable y tanto en sus apreciaciones como en sus modales de príncipe y soldado, revelaba bien ser vástago de aquella raza de héroes que ni « bus-can ni esquivan el peligro » como lo dijo en el célebre Mani-fiesto, cuando renunció al trono de España, Umberto I heredó de su padre la mayor parte de sus grandes cualidades, sin ser, empero, el Rey Galantuomo

De marcados instintos liberales, Umberto respetaba la opinión pública procurando rodearse de hombres populares y de verdadero mérito aun cuando careciesen de títulos nobiliarios. Sencillo y afable por carácter, o por estudio, salía sin ostentación de su palacio, con menos aparato que cualquiera de sus corte-sanos y a todos saluda y a todos atendía. Visitaba frecuente-mente los establecimientos industriales, era protector" de la classe obrera y Presidente honorario de muchas sociedades populares, organizadas para el trabajo.

Cuando yo llegué a Roma, el Rey era muy popular porque acababa de tener lugar su noble y generosa conducta con el re-gicida Pasanante y su recibimiento a Garibaldi.

Pasanante, como es sabido, atacó al Rey en su carruaje al entrar, después de su coronación, a Nápoles. El atentado fue tan alevoso como torpe. La presencia de ánimo de Umberto y la entereza de su Ministro Cairoli, ilustre Jefe, la Democracia italiana, prócer de Sicilia, hicieron infructuosa la audacia del asesino.

Condenado éste a muerte no quiso apelar de la sentencia, pero ésta vino en consulta a la Corona. Algunos políticos aconsejaron al Rey que confirmase el veredicto de muerte para iniciar el reinado con un acto de represión ejemplar. « No, contestó el Monarca, quiero iniciarlo con actos de magnanimidad y clemencia y perdonó al regicida

Garibaldi, obligado por sus achaques a salir de su retiro de Caprera, vino a Roma en los momentos en que yo me hallaba en la Ciudad Eterna. El pueblo recibió con entusiasmo al nebí veterano, quien pública y francamente empezó a trabajar por la popularización de las mas avanzadas reformas democráticas.

No obstante, el Rey quiso ir personalmente a visitar al Jefe republicano. Los Ministros se opusieron porque no era correcto que el Monarca tributara un homenaje social al individuo que se consideraba como al Jefe de la Oposición a la dinastía de Sa-voya. No es al leader de un partido » a quien voy a visitar »contestó Umberto, sino al compañero de las glorias de mi pa-dre ». E instalándose en su carruaje, fué sin acompañamiento ni ceremonia, a saludar en su humilde vivienda al ilustre veterano.

Garibaldi correspondió la visita al Monarca, quien para evi-tarle la subida de escaleras, lo recibió en los jardines del palacio del Quirinal, en donde el público pudo contemplar, al través de las verjas, que el Príncipe y el Repúblico departieron amistosa-mente cerca de una hora.

De allí salió Garibaldi a ratificar su fé republicana, a fun-dar una nueva Sociedad popular y a desarrollar su avanzado programa liberal. Recuerdo que, en la Piazza Colonna, se habla levantado una tribuna al pie de la columna Antonina para escu-char a Garibaldi. El guerrero y tribuno expresó con toda fran-queza su profesión de fé republicana, por lo cual fué estrepíto-samente aplaudido por sus oyentes, quienes prorrumpieron en vivas a la República y mueras a la Monarquía.

Los policías municipales quisieron disipar el tumulto y ar-restar a los sediciosos; pero la Policía de la Casa Real, que osten-taba sobre su pecho la banda de Savoya, lo impidió y dio ga-rantía a los concurrentes para sus expresiones y sus vivas in-correctos.

En compañía del Señor D. Pablo Antonini y Diez, dis-tinguido e ilustrado Ministro del Uruguay ante el Quirinal, visité a Garibaldi. Era un hombre hermoso y fornido, de mirada dulce y expresiva al mismo tiempo. Su hermosa cabeza rodeada de una barba blanca y coronada por cabellos de plata, parecía que se inclinaba bajo el peso de sus laureles, y encor-vaba su cuerpo. Nos recibió con suma afabilidad y en perfecto castellano nos manifestó el cariño que profesaba a la América española, por haber ésta establecido al independizarse el régimen republicano y el sistema democrático en su mas amplia exten-sión. Recordaba con gratitud el generoso asilo que le habían dado en Montevideo cuando por las vicisitudes políticas se había refugiado en el Uruguay.

De las monarquías constitucionales de Europa, Italia es una de las mas avanzadas en el camino del liberalismo y una de las mejor organizadas. El régimen representativo está tam-bién establecido como en Inglaterra. El monarca reina útopicamente, es decir conserva el símbolo de la tradición dinástica y es el punto de partida. el centro de organización del mecanismo administrativo: pero el Parlamento es quien gobierna y dirige la política y la Administración del Reino, ya por medio de sus leyes, u ora valiéndose de la Comisión ejecutiva que forma el Gobierno

o Ministerio del Rey, siempre escogido entre la mayoría de las

Cámaras o cambiado según los vaivenes de las mayorías.

En Italia se disfruta de completa libertad: todas las ga-rantías tutelares del hombre están consagradas in la Constitución y se hacen efectivas lealmente por los Gobiernos.

En Italia no existen las desigualdades sociales de Ingla-terra y hay tanta libertad y seguridad como en esta avan-zada nación. Así, pues, puede decirse que la grande y bella nación italiana formada por Víctor Manuel II y por Cavour, Masini y Garibaldi, es el modelo perfecto de la Monarquía cons-titucional y democrática.

Como Agente Diplomático ante el Quirinal, celebré varios Tratados. Uno de Comercio, amistad, y otro sobre Extradición de reos. Con los representantes de los países de la América meri-dional, celebré una Convención para el canje de publicaciones oficiales, y, en resumen, cumplí estrictamente todas las instruc-ciones que me dio el Gobierno cuando fui nombrado Agente di-plomático en Italia.

Recientemente llegado a Roma, en el mes de Enero de 1879, tuvo lugar una fiesta espléndida, de perdurable memoria, porque de ella oí hablar veinte años después, y de la cual quiero ha-ces una ligera descripción en esta obra.

Desde los tiempos de Alejando VI, Pontífice español, el mismo que dividió la América entre españoles y portugueses después de la conquista y colonización de ese Continente, fué adjudicada a España una zona de la ciudad de Roma, formada por lo que hoy se llama « Piazza de España» y algunos grupos de>casas adyacentes. Sobre ese pequeño territorio, incrustado en el corazón de la ciudad de Roma, tenía absoluto dominio el Go-bierno español> quien nombraba sus autoridades, políticas, admi-nistrativas y judiciales.

En el centro de este minúsculo Estado español, en su plaza principal, se había levantado un soberbio Palacio para la resi-dencia del Representante del Monarca español.

Este Palacio que lleva el nombre de « Palacio de España », ha continuado, después de la desaparición del domino de España en Roma, como residencia de las dos Embajadas que mantiene Es-paña, una ante el Vaticano y otra ante el Quirinal (¡).

Las habitaciones del Representante ante el Papa están com-pletamente separadas de las que ocupa el Agente diplomático ante el Rey, pero la inmensa escalera de mármol, ancha de cuatro metros y en cuyo descanso se ostentan dos magníficas Estatuas de la gran Reina Isabel y del Cardenal Jimenez de Cisneros, es común para los vastos y magníficos salones de las dos Embajadas.

El Rey de España Alfonso XII, por un gesto de amis-tad diplomática y como para firmar la reconciliación con Italia después de la caída de Amadeo, aceptó ser el padrino de una de las hijas de éste y comisionó al Embajador ante el Quirinal para que representara al Monarca en la ceremonia del Bautismo.

El Conde Coello de Portugal, riquísimo y ostentoso Emba-jador de España ante el Quirinal, propietario del célebre Diario español intitulado « La Epoca », hizo un obsequio espléndido al Rey y a la Reina de Italia con una fiesta en el Palacio de España, que todavía se recuerda por su esplendor y magnificencia, y que acaso eclipsaron las antiguas de Lúculo en la misma Roma.

Las invitaciones se lanzaron con un mes de anticipación y en ella se expresó que el Rey y la Reina de Italia concurrirían al baile a las II de la noche del día fijado, en el mes de Enero de 1878. Esta indicación tenía por objeto advertir a los invita-dos que ninguno podría concurrir pasada la hora fijada para la concurrencia de los Reyes.

En mi carácter de diplomático, yo recibí la invitación al gran baile un mes después de mi llegada a Roma y confieso que nunca me había imaginado que el lujo y la riqueza de una fiesta social pudieran alcanzar las que hicieron notable ese gran baile, en el Palacio de España.

Desde las 9 de la noche empezaron a llegar los invitado. con sus vestidos y uniformes, resplandecientes de oro y pedrerías Los suizos y los lacayos del Embajador, lujosamente vestidos con sus escarpines de plata y sus hermosas pelucas, formaban doble fila en el inmenso y amplio vestíbulo del Palacio, por el cual rodaban los elegantes carruajes hasta el pié de la escalera de honor.

Esta que, como llevo dicho, tenía una anchura de mas de 3 metros, estaba dividida en toda su extensión en tres calles por medio de macetas de flores, todas conservadas en invernáculos.

Las dos calles laterales servían para él ascenso de los concurrentes. La calle de en medio estaba cerrada por uña pequeña verja dorada y colocada ad hoc para la ceremonia. Esta calle estaba destinada únicamente para el ascenso de los Reyes, y se hallaba materialmente tapizada de margaritas frescas, (la flor predilecta de la Reina» lo cual suponía un gasto extraordi-nario porque todas esas flores conservadas en invernáculos eran sumamente costosas> en pleno invierno.

Cuando el carruaje real, guiado por cuatro magníficos caba-líos, entró al gran vestíbulo y se detuvo frente a la escalera, el Conde y la Condesa bajaron por las calles laterales de la escala a recibir a los Reyes. En ese momento a verja improvisada de la calle central se abrió de par en par y, al descender la Reina, espléndidamente ataviada con su diadema de brillantes, su regio manto y su magnífico collar de perlas que no tiene par en el mundo, del brazo del Conde, puso su planta sobre el primer pel-daño de la escalera y empezó a hollar las frescas margaritas que lo tapizaban. La hermosa dama dijo sorprendida: « Este es un lujo inaudito, Conde », porque ella apreciaba lo valioso que era el florido tapiz de la escalera.

– Ninguno es bastante para obsequiar a Vuesta Majestad, contestó galantemente el Conde.

Los heraldos, que se hallaban en la parte superior de la esca-lera anunciaron con campanas la llegada de los Reyes.

Umberto y Margarita, después de haber recorrido diez salones

lujosamente paramentados, en donde los invitados, formados, en dobles- hileras a los lados, respondían con una inclinación de ca-beza al saludo de los Reyes. llegaron a la sala, destinada exclu-sivamente a los Soberanos, los miembros de la familia real, los príncipes extranjeros, el cuerpo diplomático y los Dignatarios de la Corte.

Este inmenso salón tenía un gran coro en alto como los Tem-plos en donde estaba situada una de las grandes orquestas para el baile.

Al llegar los Reyes al regio salón la orquesta del coro entonó el himno de la Casa de Savoya.

Instalados los Soberanos en los puestos de honor que b-s habían, señalado, la Reina indicó las parejas que debían acomp¿3-haría en la cuadrilla de honor con la cual ella debía abrir el baile. Escogió como compañero al anfitrión, o sea el Embajador de España, y designó para que le sirvieran de vis a vis al príncipe heredero de Suecia, quien se hallaba de paso en Roma, y L Condesa de Coello, Embajadora de España.

El Rey Umberto nunca bailaba, pero permanecía de pié durante la Cuadrilla de honor, en la cual, presidida por la Reina, tomaron puestos los Embajadores de las grandes Potencias y los altos Dignatarios de la Corte.

Terminada la cuadrilla de honor y sentados los Reyes en sus sillones, empezó el baile. En todos los salones, que ocupaba la multitud de invitados, se bailaba al son de música instrumental y había tantas orquestas cuantos salones; pero en la sala regia no había un solo instrumento y el baile tenía lugar al compás de la música que formaban con su canto mas de 400 con-certantes, hombres, mujeres y niños, que ocupaban el Coro del salón. Mucho me impresionó oír valses y polkas cantadas, ¿n tonos diferentes por esa orquesta vocal, que escuchaba por pri-mera vez

Cuando llegó la hora de la cena, los Reyes y su comitiva y demás concurrentes al salón real, se instalaron en el inmenso Co-medor del Palacio, y, a puerta cerrada, saborearon exquisitos manjares y gustaron de los mejores vinos de Chypre y Siracusa.

Todos los concurrentes quedaron sorprendidos del lujo de la mesa, de los adornos de flores y, sobre todo, de que se sirvieran fresas en abundancia para todos los invitados en la época mas rigurosa del invierno> pues en los diversos bufetes de los salones, los invitados pudieron gustar de esta deliciosa fruta que, por lo exó-tica y rara en la estación, parecía mas agradable.

Frecuentaba yo el Palacio de España, por la circunstancia de ser representante diplomático de una República desprendida del tronco español. Así, pues, cuando tres días mas tarde hablaba con el Conde sobre la suntuosidad de su fiesta, no pude menos que expresarle mi admiración por haber podido ofrecer fresas para dos mil y tantos invitados y cubierto de Mar-garitas la escalera de honor del palacio, a mediados del mes de Enero.

– Y ha de saber Ud., me contestó el Embajador, que las fresas y las flores me llegaron de Niza en donde se conserva-ban en invernáculos habiendo perdido la primera remesa de fresas porque llegaron dañadas, Calculo que cada flor y cada fresa me costaron a franco. Ya puede Ud. figurarse, por este renglón no más, lo costoso de la fiesta, cuyo total aun no conozco por no haber recibido la mayor parte de las cuentas. La orquesta vocal también me demandará un fuerte desembolso, porque tuve que formarla con cantores, cantatrices y chantres de los Teatros y de los Templos.

Todos los gastos de esta fiesta extraordinaria fueron hechos por el tesoro particular del Conde, quien, como el Duque de Osuna en San Petersburgo, gastó millones en el desempeño de su Mi-sión diplomática.

Otro de los recuerdos curiosos de mi permanencia en Roma fué una anécdota que tuvo lugar en la Embajada de Francia ante el Quirinal, y que paso a referir:

Ocupaba entonces, y aun hoy lo ocupa, la Embajada francesa el Palacio Farnesio, uno de los mas notables edificios y de las mas imponentes construcciones del mundo, el, mas bello monu-mento de la arquitectura moderna, tipo el mas completo del Pa-lacio romano, gloria del arte en su época, según Quincy, y por-tentosa obra de San Gallo, Miguel Angel y Vignole.

Allí estaban regiamente instalados el Marques de Noajíles, Embajador de Francia, gran patricio francés, descendiente del gran Conde, y su esposa, una princesa polaca quien, aun cuando carecía de gracias naturales y ya estaba entrada en años, era tipo perfecto de la dama distinguida y artistocrática.

Las fiestas de la Embajada francesa se hacían notables por la suntuosidad y la elegancia, y todos los patricios romanos adic-tos al Quirinal, se consideraban honrados en concurrir a los salones del Palacio Farnesio.

Recibía la Marquesa los sábados a sus grandes relaciones

de la Sociedad romana y a los miembros del Cuerpo Diplomático La noble dama me refirió su entrevista con Emilio Castelar, el célebre orador español> que tuvo lugar algún tiempo antes de mi llegada a Roma.

Castelar, como es sabido, hizo un viaje por Italia y, al lle-gar a Roma, quiso ser presentado a la Marquesa de Noailles, tanto para conocer el hermoso Palacio, como por tener el honor de concurrir al primer Centro social de Roma.

El Embajador de España pidió permiso a la Marquesa para presentarle a Castelar. Acompáñelo Ud. en mi próximo sábado, pues las puertas de mi Palacio están abiertas para toda persona que apadrine Ud., Conde, le contestó la Marquesa.

El sábado siguiente, a eso de las 10 112 de la noche, fué pre-sentado Castelar a la Embajadora de Francia, y, al tiempo de la presentación, el orador español, creyendo que su nombre era co-nocido por la Marquesa y que su gran fama de tribuno le había precedido, le dirigió la palabra en los términos siguientes, y en excelente francés:

« Señora Marquesa, hoy, durante el día he tenido ocasión de admirar en el Capitolio la Venus capitolina y esta noche vengo a admirar en el Farnesio la, Venus Farnesina ». Disgutada la Marquesa por una galantería tan impropia, dirigida a una dama que rayaba en los 6o años y que podría ser Juno o Minerva, pero nunca Venus, no pudo prescindir de contestarle con estas frases terribles:

« Bien quisiera, Señor, ser Diosa para tener el poder de ano-nadar a los mortales que hacen frases impertinentes ».

Confuso y avergonzado Castelar, hizo una profunda reverencia se retiró para siempre del Farnesio.

Tanto por los encantos que ofrecen a un extranjero los soberbios monumentos y los recuerdos históricos de la Ciudad Eterna, inconmovible capital del mundo, como por los encantos y espíritu hospitalario de la Sociedad romana, Roma es acaso la ur-be latina que presenta mas impresionantes y agradables sorpresas a los sur americanos.

Pasaré ahora a referir algunos detalles de mi principal mi-sión en Roma, o sea la que provenía de las Instrucciones re-servadas que me había dado el Gobierno de Colombia. Al conti-nuar mis relacione debo recordar que la Roma Real, o sea la Roma del Quirinal, es enteramente distinta de la Roma Papal, o sea la del Vaticano.

La Sociedad romana estaba entonces completamente divi-dida entre los partidarios del Rey y los del Papa. Rodeaban al Rey, entonces, los extranjeros y una pequeña parte de la nobleza de Roma que había reconocido la Monarquía de Savoya; pero al Pontífice permanecían fieles los grandes patricios romanos que, por tradición secular, desempeñaban altos cargos en la sagrada Corte del Vaticano. La parte de la sociedad adicta al Rey lleva-ba el nombre de Blanca por el esplendor de sus fiestas mundanas, en tanto que los fieles al Pontífice llevaban el nombre de ne-gros, porque siempre vestían de luto y rodaban en carruajes cerrados, en señal de duelo y como una protesta contra la ocu-pación de Roma.

La división entre Blancos y Negros era tan grande que ni los diplomáticos ante el Vaticano podíamos concurrir a una fiesta dada en el Quirinal y vice-versa. Recuerdo que los dos Ema-baj adores de España ante el Rey y ante el Papa, apesar de ser amigos y compatriotas y habitar el mismo palacio, no podían ser invitados a sus respectivas fiestas y recepciones públicas, y so-lamente en privado podían obsequiarse mútuamente,

En una de estas reuniones privadas tuve ocasión de conocer y relacionarme con el Señor de Cárdenas, eminente abogado y gran personaje español, antiguo Presidente del Consejo y Emba-jador ante el Vaticano. Gracias a él pude ponerme en comuni-cación reservada con el Cardenal Nina, Secretario de S.S. Leon XIII, para dar cumplimiento a la parte más importante de mi misión en Roma.

CAPÍTULO XXVII

Mi misión ante el Vaticano

SUMARIO. – Leon XIII. Mis gestiones oficiosas ante la Santa Sede. Exposición que sobre los asuntos de Colombia elevé al Cardenal Nina, Secretario de Estado de Su Santidad. – Buenas disposiciones del Va-ticano para entrar en arreglos con Colombia. – Mis informes al Gral. Trujillo, Presidente saliente y al Dr. Nuñez, Presidente electo. Corres-pondencia cruzada con este último, quien se opuso al arreglo hasta tanto que el Papa no diese a su segundo matrimonio forma exterior. El General Camargo, Agente confidencial, firma un Convenio que es improbado por el Gobierno colombiano. – Descripción de la Gran Ceremonia del ingreso del Papa a la Basílica de San Pedro.

La Historia ha coronado la memoria de León XIII corno la de uno de los mas grandes hombres del siglo XIX y el Pontífice que logró colocar el Trono espiritual de San Pedro sobre todos los Tronos temporales del mundo. Hombre de luces, de carácter recto y gran tacto político, imprimió desde su advenimiento un nuevo rumbo a la marcha de la política del Vaticano. Separó de su lado a los hombres intransigentes que rodearon en los tiempos últimos a su antecesor y que contribuyeron a la dirección del delicadísimo gobierno de una Iglesia universal, abusando tal vez de su ancianidad y de su patriarcal bondad. Rodeóse de espíritus levantados y flexibles que secundasen los saludables cambios que inició en el Gobierno universal, y, con su conducta hábil, evangélica y moderada, previno conflictos con los gobiernos civiles, afirmó los Prelados vacilantes y recobró para el Catolicismo el prestigio que le habían hecho perder algunos actos del Go-bierno anterior.

Fácil me fué pues cumplir la primera parte de las Instruc-ciones y penetrarme de la elevación de la nueva política apos-tólica.

Además de mis relaciones con el Señor de Cárdenas, adquirí

las del Marqués de Lorenzana, de origen colombiano y Ministro del Ecuador ante la Santa Sede y las del distinguido abogado romano Don Francisco Mansella, Caballero de San Gregorio y antiguo Cónsul de Colombia en Roma, hombre de indiscutibles talentos y virtudes, y uno de los extranjeros que, con mas per-severancia, eficacia y buena voluntad, sirvieron a nuestro país y a los colombianos viajeros por Italia.

Por medio del Sr. Mansella hice llegar hasta el Despacho de su Eminencia el Cardenal Nina, la siguiente exposición:

A su Excelencia Eminentísima,

Monseñor Lorenzo, Cardenal Nina, Secretario de Estado

de Su Santidad Leon XIII.

Separada completamente la Iglesia del Estado, en virtud de acto legislativo expedido en 1853, se esperaba con razón que estuvieran resueltos todos los problemas político religiosos que han dado origen a colisiones y luchas entre el Poder civil de algunos Estados y la Potestad eclesiástica de la religión profesada por la generalidad de los habitantes de los mismos. Pero des-graciadamente esto no ha sucedido en los Estados Unidos de Colombia, en donde a pesar de la absoluta y efectiva libertad de conciencia y de cultos que existe en el país, se han visto con frecuencia conmociones civiles religiosas, que han agitado la Re-pública después del año de 1853.

Terminada la guerra de 1860, la Convención nacional, reu-nida para reorganizar el país, decretó la desamortización de los bienes eclesiásticos. Al mismo tiempo, expidió una ley de Tuición y de Suprema Inspección de los Cultos religiosos.

Serenados los ánimos y pacificado el País, el Congreso de ¡867 creyó llegada la hora oportuna- de derogar aquella ley como una medida de conciliación y de tranquilidad general. Al mismo tiempo siguió reconociendo una renta en el Tesoro de la Nación, pagada puntualmente, a los administradores eclesiásticos como una indemnización de la que reportaba la Comunidad cató-lica de los Bienes desamortizados.

A pesar de estas medidas de lenidad del Gobierno de la República, se declaró una abierta hostilidad contra la fundación de escuelas públicas sostenidas por la nación> no obstante que oficialmente se ofreció establecer en las mismas la instrucción religiosa a voluntad de los padres de familia, y de que en algu-nas, como en las del Obispado de Popayán, se solicitó del Prelado el nombramiento de un sacerdote de su confianza, remunerado por el Gobierno, para que hiciese una clase diaria de religión católica romana.

La lucha y agitación que se desarrolló en los ánimos con motivo de la colisión entre la ley civil y las Censuras eclesiásti-cas relativas a la Instrucción pública fueron una de las princi-pales causas de la última sevolución que ensangrentó y cubrió de luto el País, en los años de 1876 y 1877.

Durante esa desoladora guerra, algunos curas entraron en la rebelión y los Obispos de Pasto, Popayán y Antioquia lanza-ron anatemas el Gobierno de Colombia y las instituciones. Con tal motivo se restableció, por mandato legislativo> la Ley de Inspección de cultos derogada en ¡867 y se ordenó suspen-der y cancelar la renta eclesiástica, reconocida después de la desamortización.

Justo es consignar en esta Exposición que, al lado de Obis-pos y Sacerdotes exaltados por la pasión política, el clero cató-lico de Colombia cuenta entre sus miembros Prelados eminentes e ilustrados que han sabido conocer y practicar su misión de paz y caridad, armonizando los fueros de la Iglesia y los respetos a la Ley y al Poder Civil, sin mezclarse en luchas de partido, tales como el Ilmo. Sr. Arbeláez, Arzobispo de Bogotá y los Obispos de Panamá, Cartagena y Santa Marta, y muchos miem-bros del Clero regular, a quienes tanto el Gobierno como el Pueblo de Colombia, respetan y veneran por su conducta hon-rada y evangélica.

No obstante hacer sido vencidas en Colombia las últimas rebeliones, y a pesar de la amnistía que se ha acordado des-pués de cada guerra, el germen de colisión existe, y mas tarde o mas temprano, se establece la lucha armada con su cortejo de miseria, lágrimas y sangre> trayendo consigo el empobrecimiento y retroceso del país, y a la vez perjuicios a la sagrada causa de la Iglesia católica.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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