Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 10)
Enviado por Jose Maria Quijano Wallis
« Durante la primera mitad del siglo XIX nació, alcanzó su desarrollo y llegó a la juventud, sobre los escombros de una colonia española, el Estado que se llamó Nueva Granada, y hoy lleva el nombre inmortal del, Descubridor de América. Los prin-cipales genitores de esta joven nación fueron Bolívar, Santander y Murillo. Bolívar, el fundador de la Patria, Santander de la Re-pública, y Murillo de la Libertad política.
De 1810 a 1840, el nuevo Estado había alcanzado su eman-cipación de la metrópoli bajo la acción intelectual intensa y fecunda de Santander; pero conservaba aun instituciones y tra-diciones políticas envejecidas y arraigadas en la colonia durante los tres siglos de dominación española, que no habían podido ser eliminadas en tan reducido espacio de tiempo. Esta misión histórica correspondió a Murillo en 1850, bajo la administración del prócer General López.
Murillo fue Apostol y Ductor de esa Agrupación brillante de filósofos políticos, surgidos de la Sociedad republicana de 1849 que fueron bautizados con el nombre de « Gólgotas » porque pre-gonaban que la sublime doctrina proclamada por Cristo y sellada con su sangre en el montículo del Calvario, constituía, en la apli-cación de sus máximas al Gobierno de las Sociedades laicas, la verdadera Democracia. Bajo la actuación inteligente y laboriosa de Murillo, se realizaron las grandes reformas que forman el De-cálogo de nuestras libertades y que hoy se hallan consagradas, con el beneplácito de todas las parcialidades políticas, y con carác-teres inmutables sobre las piedras cimentales de la República, bajo el siguiente hermoso elenco:
1. Abolición de privilegios y monopolios
2. Abolición del cadalso político
3. Abolición del Estanco del tabaco y de las cuarentanas
4. Abolición de la esclavitud
5. Juicios por jurados
6. Libertad de prensa
7. Libertad de industria
8. Libertad de enseñanza
9. Libertad de asociación
10. Libertad de conciencia y de cultos
Con estas reformas se completó la labor política de los ge-nitores de la República creada por Bolívar el Libertador, San-tander el Organizador y Murillo el Reformador.
En 1854 formó parte del ejército del Sur (después de haber asistido al Congreso de Ibagué), para marchar sobre Bogotá a combatir la dictadura de Melo y estuvo presente en las jornadas de Boza y de Tres Esquinas.
No obstante haber sido adversario del General Obando y de su círculo, fué su defensor después de la caída y logró que sobre el no recayera una sentencia por el cargo de traición.
De 1855 a 1856 fue encargado por los Señores Echeverría Hermanos para redactar el famoso « Tiempo », que rápidamente alcanzó gran nombradía y vino a ser como el Corán y el Oráculo político de los verdaderos liberales de Nueva Granada y de la Con-federación Granadina.
Cuando se estableció el régimen federal en la República, Murillo fué elegido Gobernador del Estado de Santander y en su Gobierno seccional desplegó el mismo espíritu audaz, reformador y aun demoledor que había tenido en la Administración del Ge-neral López.
Separado de la Gobernación de Santander por los quebrantos de su salud, volvió a Bogotá a continuar sus labores periodísti-cas en « El Tiempo».
Con audacia y valor cívico insuperable, atacó con vigor la política reaccionaria del Doctor Ospina y sus medidas de Gobierno para desautorizar al régimen federal.
El vigor de la pluma de Murillo en esa época exasperó a los Gobiernistas, y los Agentes del Gobierno atacaron a pedradas la imprenta de « El Tiempo » y el domicilio de su redactor. El Gobernador Gutiérrez Lee ordenó la conscripción de los empresa–rios y la prisión del mismo Murillo, violando su inmunidad de Senador; pero Murillo pudo escapar a la persecución y se asiló en una Legación.
Cuando el Gran General Mosquera entró a la Capital en í86í como Jefe victorioso de la revolución, Murillo fue nombrado por el nuevo Gobierno Enviado Extradrdinario y Ministro Plenipotenciario en Francia; pero las intrigas del Baron Goury du Ros-land, Ministro francés en Bogotá, impidieron que el Gobierno autocrático del Emperador Napoleon III, recibiese al Enviado liberal.
De Francia pasó Murillo a los Estados Unidos del Norte:
con el mismo carácter diplomático. La gran República americana recibió con cordialidad y agrado al representante del Gobierno liberal, triunfante en la Confederación granadina.
La labor diplomática de Murillo en esa época fué sumamente benéfica para la República, y, hallándose en el desempeño de este elevado puesto, fué elegido Presidente de los Estados Unidos de Colombia por seis Estados de la Unión colombiana.
La Administración Murillo, de 1864 a 1866, se aplicó es-pecialmente a desarrollar e implantar en la República el régi-men republicano democrático y radical, enteramente nuevo, que es-tableció la Constitución de Rio-Negro en el año anterior; a re-hacer la Hacienda pública completamente trastornada por la re-volución; a restablecer las relaciones con las naciones amigas, bus-cando las simpatías para el nuevo régimen hasta en los países regidos por Gobiernos conservadores, y a restañar las heridas cau-sadas en la República por los tres años de cruento e incesante batallar.
Algunos incidentes que me refirió mas tarde el mismo Dr. Murillo con relación a la época de su primera Administración, vienen a mi memoria, y paso a relatarlos.
El Doctor Teodoro Valenzuela, su ilustrado Ministro de Re-laciones Exteriores, en un Tratado que celebró con la vecina Re-pública de Costa-Rica, ofrecía ceder una parte del territorio de Panamá a cambio de que, en la nación limítrofe, adoptaran en la Constitución las grandes reformas liberales que consagraba el Có-digo de Rio-Negro, tal era el entusiasmo que despertaba entre los jóvenes que formaban la Corte democrática de Murillo, el viento reformador que había soplado sobre él país la revolución de 186o.
Un año después de dictada la Constitución de Rio-Negro, tuvo lugar una revolución seccional en el Estado de Antioquia, que echó por tierra al gobierno liberal establecido por el Gene-ral Mosquera, cuando entró como vencedor a esa rica Sección de la República.
En los combates que tuvieron lugar, murió el distinguido li-beral que gobernaba Antioquia, Señor Pascual Bravo.
Sobre la tumba de este joven valeroso, se levantó un Gobierno reaccionario netamente conservador, como fruto de la vic-toria y como exponente de la mayoría conservadora que casi siem-pre ha imperado en ese populoso Estado.
La muerte de Bravo, la caída del liberalismo recién nacido en Antioquia y la constitución de un Gobierno conservador en tan importante Sección de la República, alarmaron a los liberales di-rigentes de la política en la Capital y que formaban una especie de constelación en torno de Murillo Inmediatamente se dirigie-ron en numeroso meetíng al Palacio presidencial para pedir al Go-bierno que sin pérdida de tiempo, enviara los batallones de la Guardia colombiana a derrocar al nuevo Gobierno conservador y a sofocar la reacción amenazadora que surgía en Antioquía. Murillo les contestó, desde el balcón del Palacio, que agradecía la manifes-tación popular que se le hacía, y les prometió que dictaría una resolución enteramente de acuerdo con la Constitución de Rio-Ne-gro, y conforme a los mas sanos principios democráticos y li-berales.
La concurrencia se separó de la mansión presidencial satis-fecha con las promesas del Presidente, a quien aclamó con en-tusiasmo.
A los dos días apareció publicado en el Diario Oficial (pri-mer diario de ese carácter que aparecía en Colombia, y fundado por Murillo), la siguiente resolución:
« El Presidente de los Estados Unidos de Colombia: Considerando etc. etc.
Resuelve:
Reconócese al nuevo Gobierno constituido en Antioquia y pre-sidido por el Sr. Pedro Justo Berrio, y éntrese en relaciones ofi-ciales con él.
M. MURILLO ».
Gran desencanto, profunda consternación y ardoroso enojo, produjo entre los liberales exaltados de la Capital, y especial-mente entre los de origen antioqueño, la inesperada y grave re-solución del Presidente de la República.
Un nuevo meetíng y fogosos oradores, se dirigieron al Pa-lacio presidencial para censurar al Dr. Murillo por su resolución que calificaron hasta de traición al liberalismo, quejándose del engaño o de la falta de cumplimiento a la promesa que les ha-bía hecho la antevíspera.
Recibió Murillo con serenidad la terrible avalancha de amenazas y de quejas, y. cuando los oradores agotaron su elocuencia, el Presidente les dijo con calma y mesura lo siguiente:
Cuando tomé posesión de la Presidencia de la República juré cumplir bien y lealmente la Constitución nacional, y cuando ocupé este puesto por elección de los liberales de Colombia, o-frecí también ser leal a los principios que forman el Credo sa-grado de nuestra Comunidad política.
Ahora bien: la Constitución establece como base fundamental de la Unión la Soberanía de los Estados y prohibe, categórica y severamente al Gobierno nacional, la ingerencia en las luchas domésticas y en los negocios internos de esos Estados Soberanos.
Los principios democráticos, republicanos y liberales nos enseñan, como canon sagrado, que la mayoría de una Sociedad or-ganizada es la que tiene el derecho a gobernar y a dirigir los intereses de la Comunidad, y que los pueblos son Soberanos para darse el Gobierno que a bien tengan, y aun para insurreccionarse contra los que no sean de su agrado o conveniencia.
En tal virtud, la resolución que yo he dictado, con toda pre-meditación y con plena conciencia de que cumplo mis deberes, está perfectamente de acuerdo con los preceptos de la Constitu-ción y con los principios democráticos liberales que he prometido observar, en el desempeño de mi puesto como Presidente de la República.
Si hubiera obrado de otro modo y hubiese declarado la guerra al nuevo Gobierno de Antioquía, habría violado la Cons-titución desde su nacimiento y habría faltado a los juramentos de Magistrado y a mis principios de partidarista. Lo que voso-tros me habeis pedido, fué lo mismo que hizo el Gobierno del Dr. Ospina en 1859 cuando declaró la guerra al Gobierno liberal de Santander y encendió así la llama revolucionaria en toda la Nación. Y es por esas faltas y graves errores que cometió el Go-bierno conservador de aquella época, por los que todos los libe-rales combatieron y derramaron torrentes de sangre durante tres años en el extenso territorio de la nación. Serenaos, recoged vues-tros espíritus y aceptad con calma la reacción conservadora que se ha verificado en Antioquía, la cual, además de ser conforme a los principios de la verdadera Democracia, será una válvula de seguridad que garantizará por mucho tiempo la paz de la Repú-blica y un motivo de unión entre los elementos liberales que im-peran en la nación, porque en presencia de una posible reacción en el resto del País todos procuraremos conservar nuestra fuerza por medio de esa unión.
La invulnerable lógica de ese discurso, digno de un esta-dista insigne como lo era Murillo, cambió como por encanto la opinión de los mitingueros, quienes reconocieron la razón que asistía a la resolución del Presidente y se dispersaron aclamán-dolo por segunda vez.
En los Estados de Bolívar, Magdalena y Panamá hubo tam-bién revoluciones locales para derrocar los Gobiernos existentes; pero todos se constituyeron con elementos liberales únicamente. Murillo reconoció estos nuevos Gobiernos como lo había hecho con el de Antioquia y de esta manera descentralizó la guerra, y evitó que esta tuviera carácter general.
Con motivo de la declaratoria de guerra que hizo España a la República del Perú, el Comisario regio Salazar y Mazarredo pasó por la ciudad de Panamá, donde fué víctima de una cen-cerrada por los patriotas panameños, a ciencia y paciencia del Pre-sidente del Estado, Sr. Santa Coloma. El Comisario español se refugió en la casa del Cónsul francés y el pueblo por perseguir a aquel, violó e irrespetó el Despacho del Consulado. El Ministro de Francia en Bogotá, Baron Goury. Hizo una sería reclama-ción al Dr. Murillo; pero fueron tan categóricas y francas las explicaciones que dió Murillo y tan severa la improbación de la conducta del Gobernador de Panamá, que este incidente, que puedo ser muy grave, terminó satisfactoriamente.
Para conjurar la guerra de España al Perú, se reunió en Lima un Congreso americano. El Ministro colombiano Don Justo~ Arosemena firmó, sin instrucciones, un Tratado de Liga americana que comprometía a Colombia en la guerra contra España. Murillo, a pesar de las exigencias de los jóvenes liberales que lo ro-deaban, improbó el Convenio, evitó una guerra que habría sido de-sastrosa para el país, y estableció el principio de neutralidad o no-intervención en asuntos internacionales, que ha seguido el "Go-bierno colombiano hasta hoy.
En í86~ estallaron en los Estados del Cauca y Cundina-marca pronunciamientos de conservadores. En el" Cauca fueron vencidos los rebeldes en la sangrienta batalla de la Polonia en la cual triunfó, como siempre, el General Trujillo.
En Cundinamarca, apoyándose Murillo en la circunstancia de que lQs rebeldes habían ocupado y saqueado una oficina nacional, cual era la de la Salina de Zipaquirá, declaró que la guerra tenía carácter federal y era promovida contra el Gobierno de la Unión.
Con tal motivo ordenó la marcha contra los revolucionarios de los batallones de la Guardia colombiana, pero antes de atacarlos envió un Comisionado de paz, al insigne Dr. Froilan Lar-gacha, para ofrecerles amplio indulto y completa amnistía an-tes de someterlos por las fuerzas federales. Como el antiguo Em-bajador romano, se presentó el" Dr. Largacha ante el grupo de rebeldes, « llevando en una mano las clementes promesas de la paz y en la otra las amenaZas terribles de la guerra ». Viéndose los revolucionarios entre un fuerte ejército de un lado y una amplia amnistía por el otro, optaron por ésta, celebraron el Convenio Largacha-Moya en Zopó el 24 de Octubre de í86~, y dos días después nadie se acordaba de la guerra de Cundinamarca.
La Administración Murillo dirigió todos sus esfuerzos a de-volver al país el reposo con una conducta noble y conciliadora que conjuró graves conflictos, tanto interiores como exteriores.
Puso fin a la cuestión religiosa, sobreseyendo decididamente en la. inexorable exigencia de la Administración pasada del juramento de los clérigos, y de las leyes que afectaban las fraqui-cias de la Iglesia nacional.
En esa época, se realizaron las siguientes importantes obras:
Primera: la fundación del Diario Oficial, primer diario que apareció en Bogotá.
Segunda: la pubblicación diaria de la cuenta de la Tesorería Nacional, con lo cual se hicieron imposibles los abusos del Po-der en materias fiscales, porque se manejaba el Tesoro en cajas de cristal, como decía el mismo Dr. Murillo.
Tercera: se arregló y adoptó para Palacio Nacional de los Ministerios de Estado el hermoso edificio (quizá el mas impor-tante que tiene Bogotá) del Convento de Santo Domingo.
Cuarta: se levantaron e imprimieron las Cnrtas Corogáficas de los nueve Estados colombianos. Este trabajo importante fué ejecutado por el ingeniero bogotano, Sr. Don iVianuel Pónce de León, sobre los croquis y planos del General Codazzi.
Ouinta: el Establecimiento del telegráfo eléctrico en Colombia; el primer telegrama que transmitió el hilo en la República fué dirigido por Murillo a la primera estación fundada en Guaduas con las siguientes palabras : « Gloria a la Patria en las alturas y paz en la tierra a los obreros del progreso ».
También durante esa Administración, y, mediante gestiones del Presidente Murillo, se estableció en BogotM el primer Banco de Giro y descuento corno una sucursal del gran Banco de Lón-dres, Méjico y Sur América.
Terminada la Administración, Murillo figuró corno leader del paítido radical, o sea la escuela política filosófica del libera-lismo y la cual emprendió una campaña de oposición al Gobierno del Gran General Mosquera, quien, acostumbrado a gobernar sin sujeción a las restricciones constitucionales durante muchos años, estuvo en pugna abierta con el Congreso de "1867.
La lucha que entonces se entabló entre el Presidente Mos-quera y el partido radical, que contaba con mayoría en el Congreso~ fué ruda y violenta y terminá por el célebre d~ecreto de 29 de Abril de aquel año, dictado por el Poder ejecutivo y por el cual declaraba éste cortadas sus relaciones oficiales con las Cámaras, y clausuradas las Sesiones del Congreso.
Este decreto motivó la célebre conspiración del 23 de Mayo de aquel año, que derrocó al Presidente Mosquera, e ms-tauró la Administración del segundo Designado, General Sántos Acosta, quien era al mismo tiempo Comandante General del Ejército.
Antes de la caida" de Mosquera, éste, sin fórmula de juicio y sin ningún derecho constitucional, ordenó la prisión del Doctor Murillo por órden verbal, que fué a ejecutarse por su mismo Secretario de Hacienda y Fomento, Dr. Alejo Morales.
Esta órden, a todas luces atentatoria a las garantías in-dividuales consagradas con tanta amplitud por la Constitución de Rio-Negro, no se consumó porque un grupo de jóvenes republi-canos audaces, impidió su ejecución, en tanto que el Gobernador del Estado soberano de Cundinamarca interponía su autoridad en defensa de un colombiano, injustamente amenazado.
Murillo no se arredró ante las amenazas del poderoso Pre-sidente. Por el contrario, con raro valor civil denunció el hecho a la Cámara de Representantes, a la cual pidió como a Supremo fiscal que intentara acusación contra el autor del atentado, a quien calificó de » infatuado Caudillo que me hace la honra in-mensa de peisonificas en mí el sentimiento universal que reprueba su funesta conducta política ».
El General Acosta, sucesor de Mosquera en la Presidencia de la República> nombró a Murillo Enviado Extraordinario y Mi-nistro Plenipotenciario de la República en Carácas.
Hallándose en el desempeño de este elevado puesto diplo-mático, fué elegido por siete Legislaturas Magistrado de la Su-prema Corte Federal en la cual desempeñó la Presidencia y las funciones judiciales con la misma rectitud y gran talento que había manifestado en la Presidencia de la República hasta el año de 1872, época en la cual fué elegido popularmente por segunda vez Presidente de la República
flurante su ejercicio de la Magistratura ocurrió un incidente relacionado con su actuación como Magistrado y como partida-rista, que fué muy controvertida por los políticos de aquella época.
Siendo Presidente de la República el General Santos Gu-tiérrez, en el periodo de 1868 a 1870, fué elegido Gobernador del Estado de Cundinamarca el Sr. Dr. Ignacio Gutiérrez Ver-gara, noble figura del partido conservador, varón esclarecido por sus talentos, su cultura y sus virtudes, y que había ejercido lá Presi-dencia de la República durante la agonía del Gobierno conservador en í86í, como Ministro de Hacienda del Dr. Ospina. Ese colom-biano eminente fué quien celebró el ventajoso arreglo con los acreedores extranjeros que hizo ahorrar a la República 164 mil-lones de pesos en el curso de una centuria, dejando también sa-tisfechos a los mismos acreedores, hasta el punto de hacer excla-mar a Rothschild, el mas fuerte Tenedor y Presidente del Comité de la Deuda, al aprobar el Convenio, las siguientes palabras: « Natal Rothschild no puede nada contra un buen arreglo ». También a Don Ignacio Gutiérrez Vergara le corresponde la grande honra de haber rechazado la oferta que hizo al Gobierno el representante de la Compañía del Ferrocarril de Panamá de una fuerte suma de oro por las reservas que la República tenía en dicha empresa, a pesar de las graves dificultades en que se hallaba el Gobierno para hacer frente a la gran revolución encabezada por Mosquera, que ya amenazaba la misma capital. « Prefiero, dijo el Sr. Gutiér-fez Vergara, que caiga el personal del Gobierno de la Repúblicar asunto de intéres transitorio y partidarista, a que se compro-metan el porvenir y los intereses permanentes de la Patria de todos ».
La elección del Dr. Gutiérrez Vergara alarmó a los liberales de la capital mucho mas que la reacción armada que se realizó en Antioquia, en la primera Administración Murillo.
Como a la elección de Don Ignacio Gutiérrez, personaje conspicuo del conservatismo, se agregó el contrai5eso de la elección de una mayoría liberal para la formación de la Asamblea del mismo Estado de Cundinamarca, vino a establecerse una colisión y complicación política y administrativa muy grave, tan anormal como si coexistieran un Pontifice Católico con un Colegio de Car-denales protestantes, y por residir en la misma ciudad de Bogotá el Presidente de la República, sobresaliente figura del liberalismo, y el Gobérnador de Cundinamarca, gran personaje del conserva-tismo, teniendo al frente de la Administración una Asamblea liberal.
La colisión, como sucede siempre que se ponen dos fuerzas poderosas y opuestas en contacto, estalló al fin con el délebre decreto del Gobernador de Cundinamarca, dictado el 9 de Octubre de 1869, por el cual dictatorialmente, sin facultad constitucional ninguna, convocaba una Convención que reconstituyera el Estado con el fin de eliminar la Asamblea y todo el tren liberal de Cun-dinamarca. De este golpecíto de Estado seccional habria resultado el establecimiento de un gobierno enemigo frente a frente del Go-bierno nacional y residente en la misma ciudad, en donde tenían su asiento los Altos Poderes federales.
Para prevenir el conflicto que ocasionaría este decreto y que con seguridad se habría desatado en guerra civil, el General San-tos Gutiérrez, hombre tan probo cuanto enérgico> declaró en re-beldía contra las instituciones al Gobierno de Cundinamarca por el decreto dictatorial que eliminaba la Asamblea representante de la Soberanía seccional, y ordenó el sometimiento a juicio del Go-bernador ante la Corte Suprema Federal, conforme a la Constitución.
El Decreto presidencial de la República se ejecutó el día siguiente. El Gobierno general redujo a prisión al Gobernador Gutiérrez Vergara, y la Asamblea eligió un Gobernador interino del Estado y llamó a elecciones para el nombramiento del Gober –nador popular.
Las crónicas refieren que el General Gutiérrez, antes de adop-tar la grave resolución del 1o de Octubre, consultó a los hombres prominentes del liberalismo, entre ellos al Dr. Murillo, y que todos estuvieron de acuerdo en considerar que la grave medida del Ge-neral Gutierrez estaba fundada en el principio de seguridad que debía tener el Presidente de la Unión en el lugar de su residencia oficial, que era la ciudad de Bogotá, y que el decreto del Go+ bernador de Cundinamarca era un atentado contra la Corporación representante de la Soberanía del Estado, una violación de la Constitución seccional y del Pacto federal y además una agresión contra el Gobierno nacional. Todos los concurrentes opinaron por la realización de las medidas proyectadas por el General Gutie-rrez para evitar un grave conflicto, que, probablemente, degeneraría en guerra civil.
La acusación contra el Gobernador de Cundinamarca siguió su curso en la Corte suprema federal, la cual dictó un fallo la-vorable al Magistrado destituido, declarando que era ihocente por cuanto en el Código penal de la Unión, no se determinaba el de-lito en que había incurrido el Gobernador Gutiérrez al desconocer la Asamblea del" Estado y convocar una Convención sin facultad constitucional para tal convocatoria.
Como para este fallo del Tribunal supremo concurrió Mu-rillo con su voto> la prensa le hizo graves cargos por la contra riedad e inconsecuencia que demostraba su voto consultivo al a consejar a la Junta que se derrocara al Gobernador de Cundinamarca y su voto favorable en la Corte Suprema para absolver a este Magistrado.
Murillo contestó que la opinión que había manifestado al Presidente en 1868, era simplemente una opinión individual de un patriota y partidarista que quena evitar una guerra civil por un asunto de relativa poca "importancia, en tanto que su voto en la Corte Suprema era la expresión de una- disposición legal y que él creía que los ciudadanos, al deliberar independientemente y en su condición particular, tienen libertad para opinar como a bien tengan sobre los asuntos públicos; pero que los Magistra-dos no pueden ser otra cosa que los exponentes mudos de las leyes que aplican casi mecánicamente, sin derecho a modificar éstas, ni a interpretar apasionadamente su sentido.
De este hecho histórico no se puede deducir como un axoma de moral política la opinión de Murillo, pero él sirve para de-mostrar que algunas veces tiene razón lo que se llama razón de Estado, en vista de la conveniencia pública, y tambien para ha-cer resaltar las anomalías de la Constitución de Rio-Negro al organizar sobre bases falsas y deleznables el sistema federal de la República.
La segunda Administración de Murillo, de 1872 a 1874, fué tan pacífica y conciliadora, y tan respetuosa del derecho y de la ley> como la primera, ocho años antes. Se hizo notable por el célebre Mensaje para proponer al Congreso que se abandonase el sistema de remates de los documentos de crédito público para consolidar y redimir la Deuda Pública, tomando por base el valor nominal de esos documentos y que la base o tipo de admisión a los remates, se cambiase por la del valor real de los títulos, según el curso de las transacciones, y aumentando el precio admisible del remate en cada nueva licitación para compensar los intereses del semestre corrido.
La propuesta del Presidente fué acogida por el Congreso y la reforma decretada. Esta reforma que se llamó « la ver-dad en la Deuda », fue mut combatida por la oposición, la cual al fin depuso las armas y se convenció de las beneficios que ella proporcionaba al país.
La deuda pública extranjera también fué rebajada, (por mediocíe un arreglo equitativo con los acreedores), de 34 a 1o millones de pesos.
Murillo promovió la construción de un gran ferrocarril que, partiendo de Bogotá, llegase a un punto de las riberas del Mag-dalena a donde pudiesen arribar con facilidad los vapores en toda época del año. Este gran ferrocarril, que aun se impone a los grandes intereses comerciales de la República, tenia por objeto facilitar y acordar la travesía de nuestra gran arteria comercial y desarrollar el progreso de las poblaciones de los populosos-Estados de Cundinamarca, Boyacá y Santander.
Desgraciadamente por la guerra civil de 1876, ni el ferro-carril pudo construirse, ni la Deuda interior extinguirse corno habría. sucedido, si la República hubiera continuado con la tranquilidad de que disfrutó durante la segunda Administración Murillo.
El Gobierno del Sr. Santiago Pérez, sucesor al del Dr. Murillo en 1876, le nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario por segunda vez en Caracas. Fué en el ejercicio de esta Misión cuando Murillo exhibió sus dotes de jurisconsulto y publicista, en el asunto de límites pendiente entre Coiombia y Venezuela. La discusión que, con este motivo sostuvo con el Plenipotenciario de Venezuela, D. Leocadio Guzman, hombre muy hábil y erudito, padre del célebre Guzman Blanco, es una de las mejores obras de Murillo.
De Venezuela regresó al país para oponerse, como llevo dicho, a la elección de Nuñez, en 1875, y a la de Trujillo en 1877, porque él presagiaba que el primero sería, ya inmedia-tamente elegido. o bien como sucesor forzoso del segundo, el se-pulturero del liberalismo colombiano.
Las palabras proféticas en el Palacio Presidencial, que dejo referidas en anterior capítulo, fueron el Canto del Cisne del gran repúblico.
El 26 de Diciembre de í8So, tres años después de haber hecho sus gestiones ante el Presidente Parra para impedir la elec-ción del General Trujillo, que él consideraba como precursora de la caida del liberalismo en Colombia, bajó Murillo al sepulcro, antes de haber cumplido 6~ años, después de haber llenado esta relativamente corta existencia con una serie de labores políticas que trasformaron la faz de "la nación, y después de haber ocupado dos veces el sillón presidencial de Co-lombia en donde dejó huellas imborrables de su espíritu verdaderamente republicano y democrático. Como todos los hom-bres que fueron Gobierno en la época radical, murió pobre de:
bienes de fortuna, pero rico en hechós gloriosos para -su Patria
y en recuerdos imperecederos para sus correligionarios.
La Tribu liberal, privada de su Patriarca, quedó desconcer-tada y bien pronto se dispersó y cayó en el abismo de la reac-ción, producidá por la defección de Nuñez, quien, como llevo di-cho, subía al Poder al mismo tiempo que Murillo se hundía en el sepulcro.
Murillo fué un gran intelectual, pero no poseía un talento generalizador como el de algunas otras sobresalientes mentalidades que tuvo la República. Su especialidad insuperable era la de la política. Ningún hombre público en Colombia ha hecho una car-rera mas correcta, ni mas gloriosa. Desde el humilde puesto d& oficial escribiente de la Cámara de Representantes llegó hasta por dos veces al Dosel presidencial. En todos sus actos, sea como periodista, como Jefe de un partido político o como primer Magis-trado de la República, dejó el sello del tino, de la sagacidad, de la clarovidencia, del talento político que fueron sus cualidades ge-niales.
Como escritor, su estilo era fluido, sobrio, sencillo, elegante y simpático. Carecía del casticismo de Miguel Antonio Caro y-del esplendor de la frase de Santiago Pérez, pero era neto, con-ciso, claro y jugoso, expresión de un pensador o de un razonador que no de un artista. Como polemista político era colosal. A la frase acerada de su pluma, juntaba el calor que comunica a los escritos la fé del escritor y su valor civil.
Murillo no era un hombre de vasta ilustración. Consagrado desde su tierna edad a trabajos burocráticos para poder alcanzar los medios de subsistencia, y después al desempeño de los altos puestos públicos que ocupó, o a la dirección y jefatura de su par-tido> nunca tuvo tiempo de hacer estudios serios después de los que hiciera en los claustros.
Alguna vez que yo me encontraba en el Palacio presiden-cial, durante su segunda Administración, me llamó la atención la abundancia de libros que tenía eh sus anaqueles. La mayor parte de estas obras, me dijo el Dr. Murillo, pertenecieron al General Santander y casi todas son Tratados de Filosofia, de Historia y de Ciencias políticas.
Tiene Ud. mucha afición a la lectura, y ha leído mucho, Doc-tor? le dije yo.
« Absolutamente nó, me contestó. La lucha por la existencia, ji Jane lucrando y las atenciones de la política, no me han dejado tiempo para hacerme ese regalo intelectual. Puedo decir a Ud. que desde que abandoné el Colegio, en donde fui a la verdad muy aplicado, muy rara vez he abierto un libro. Además, en el siglo actual de la electricidad y del vapor, no se puéde emplear el tiempo en leer extensas obras, ni en escribir Tratados. Todo anda hoy de prisa. El períodico ha suplantado al libro y el hilo telegráfico a la pluma del Escritor ». –
Como orador fué su palabra al principio tímida, embarazada y vacilante; pero a fuerza de estudio y de práctica en los Par-lamentos, llegó a adquirir todas las galas y vibraciones de la ge-nuina elocuencia. Murillo es considerado con razón como uno de los grandes oradores de su tiempo. Su oracIón era pausada, lenta, pero fluida y dotada de natural elegancia. Sus discursos eran la epifanía de un razonador y de un pensador mas que de un hombre de imaginación, y, aun cuando en lo general eran fríos y sobrios, no carecían de chispazos de verdadera elocuencia. Por lo general, los grandes escritores no son grandes oradores, pero Murillo fué a este respecto una excepción porque no se sabe qué admirar más en él, si la elegancia y fluidez de sus escritos o la elocuencia severa de sus oraciones políticas y parlamentárias. Esta doble cualidad la observé yo también en Miguel Antonio Caro, cuya pluma admirable estaba a la altura de sus grandes dotes oratorias.
Felipe Zapata, Nuñez y Santiago Pérez, fueron grandes es-critores, pero carecieron de la espontaneidad y fogosidad de los oradores, porque, aunque Pérez lue autor de los mejores discursos que se han producido en Colombia, no frieron éstos improvisados ni pronunciados en un debate parlamentario, por ejemplo, sino compuestós, escritos y limados en el escritorio. Por lo demás, así lo hicieron los grandes oradores que han culminado en la His-toria, como Demóstenes, Circerós¡, O"Connell, Mirabeau y Castelar.
Las cualidades salientes de Murillo como hombre público fueron tres principalmente: su fé inquebrantable en la Democracia, su espíritu de tolerancia que, según la síntesis de Taine, constituye el verdadero liberalismo, y su lealtad al credo político de sus con-vicciones.
Murillo no era creyente en materias religiosas. En su espí-ritu flotaba la duda, pero, sin ser católico, ni menos practicante, a pesar de haber sido bautizado en esa religión, era, como Vic-tor Hugo, deista, y no escéptico absoluto como Nuñez. Si Murillo carecía de fé religiosa, poseía en cambio un credo político inque-brantable como liberal, y como republicano. En ninguno de sus actos, de sus discursos ni de sus escritos, se encuentra la huella de la menor vacilación a este respecto. Su fé en los principios~ democráticos fué absoluta e inmutable.
Durante su primera Administración apareció un periodico-de oposición intitulado> si mal no recuerdo, « El Independiente »y redactado, según creo, por la pluma vibrante de Carlos Holguín. El primer número fué consagrado a denigrar al Doctor Mu-rillo, Presidente de la República. Bajo el título de « Retrato al oleo » del Presidente de la Unión> se pintó con negros colores a aquel Magistrado, al cual se le entostró hasta su humilde cuna, su pobreza y su mala salud.
Murillo recibió el expresado periódico, lo leyó impasiblemente y, en seguida, tomó la pluma y con su excelente letra escribió una carta al Redactor del Independiente, concebida mas o menos en los términos siguientes:
« Señor Redactor de El Independiente ».
P.
Respetado y estimado amigo:
He tenido el placer de leer el primer número del periódico que Ud. redacta con tanto brillo. Y> digo con placer, por que en mí condición de liberal y de republicano, me produce profunda satisfacción ver que un adversario de la talla de Ud., haga uso
u de las facultades y libertades que consagra nuestra libérrima Cons-titución> cuya bondad se confirma y ratifica por ese mismo hecho.
Siempre he creído que la prensa libre es un poderoso auxi-liar de los Gobiernos democráticos y que los consejos que callan los amigos, los dicen los adversarios.
La felicito a Ud. por la aparición del « Independiente », al cual saludo como a un colaborador del Gobierno. He dado or-den a mi Secretario privado para que tome cien suscripciones de su interesante periódico con el fin de repartirlos a los principales empleados de mi Administracion, y he dispuesto que todas las ofi-cinas del Gobierno General queden a la disposicion de Id. para que pueda examinar los actos oficiales con toda libertad y ha-cer las censuras que Ud. estime convenientes al buen servicio pú-blico.
Me repito de Ud. amigo y compatriota,
M. MUR¡L¡-o Y".
Durante su segunda Administracion> el Ilustrísimo Señor Obispo de Pasto, Dr. Manuel Canuto Restrepo> el mismo que fué más tarde un Adalid de la revolucion de 1877, aprovechando la libertad ilimitada de la prensa que otorgaba la Constitucion de Rio-Negro, abrió recia campaña contra el Presidente de la Repú-blica, Dr. Murillo, a quien pintaba con negros colores al mismo tiempo que tronaba contra las Instituciones liberales, eñ sus Pasto-rales, homilías y circulares eclesiásticas. –
La camp &ña episcopal conmovió las masas conservadoras
( de la Diócesis de Pasto, y alarmé al Gobernador del Esta-do soberano del Cauca, General Tomas Cipriano de Mosquera, qtiien dirigió al Presidente de la Unión, Dr. Murillo, un Men-saje oficial y solemne, por el cual pedía( al Gobierno de la Unión que dictase órdenes severas y prontas para impedir una revuelta en el Sur del Estado, y que decretase el restablecimiento de la vigencia de la ley de Tuición y de Inspección de cultos para castigar al Prelado Pastopolitano.
El Dr. Murillo, quien recibió al mismo tiempo que el Men-saje del Gobernador del Cauca, copia de los escritos y pastora-les del Señor Restrepo, contestó lo siguiente:
« Presidencia de la Unión. Bogotá. 1872.
Ciu dano Gran General Mosquera,
Presidente del Estado Soberano del Gauca,
POPAYÁN.
Señor; O
Con vuestro interesante Mensaje, he tenido el honor de recibir los documentos que comprueban que el Revefendo Se-ñor Manuel Canuto Restrepo, Obispo de Pasto, ha predicado sermones y escrito circulares de carácter político contra las Ins-tituciones de la República, y particularmente contra la per-sona del Presidente de la Unión.
No obstante que abundo en vuestros deseos de evitar a todo trance cualquiera alteración del orden público, no puedo dar en respuesta a vuestro Mensaje, sino la siguiente declaración:
El Reverendo Señor Obispo de Pasto, al predicar sermo-nes y al escribir pastorales, sea con carácter religioso u ora po-lítico, contra las instituciones, contra el Gobierno de la Repú-blica y contra la persona de sus Magistrados, no comete nin-gún delito, y no hace otra cosa que disfrutar de una garantía social y de ejercitar un derecho perfecto que le otorga la Cons-titución, la cual determina como base fundamental de nuestra Democracia, la libertad de expresar los pensamientos, de palabra o por escrito, sin limitación alg"nna. Por tanto en vez de preten-der perseguir, coartar la libertad y castigar al Prelado, debe protegérsele por las Autoridades de la Unión en él ejercicio de sus derechos.
Me repito con todo respeto
Vuestro atendo servidor jy compatriota.
M. MURILLO
La honradez personal del Dr. Murillo corría parejas con su honradez política. En el decurso de su vida fecunda y laboriosa, ni los halagos de la ambición, ni las exigencias de la pobreza, ni las persecuciones, ni las amenazas del despotismo, hicieron clau-dicar su alma romana hasta que cayó herido por los rayos de la muerte en el Circo, como el gladiador, como el mártir en la arena.
Otra de las grandes cualidades morales de Murillo fué la de su devoción inquebrantable al civismo y a la paz. Fiel a esos principios> se opuso a la revolución liberal de 1 8Gb; ahogó la reacción en su cuna en 1864, pactando con los rebeldes de Cun-dinamarca; quiso evitar el aniquilamiento de Antioquia, en 1877, por medio de un Tratado con el Estado rebelde. Durante la Administración de Mosquera en 1867, fué consultado sobre la conveniencia y oportunidad del derrocamiento por las ármas del Presidente dictador y contestó al personaje político que le hizo la consulta, lo siguiente: « Porque soy liberal irrevocable, con-deno toda insurrección a mano armada, pues estoy persuadido de que al día siguiente del triunfo de una revolución la libertad ha sufrido una derrota ».
En su segunda Administración, de 1872 a 1874, época en la cual conocí de cerca a Murillo, cuando yo ocupaba un puesto en el Senado> pude observar la sencillez de la vida ofi-cial del Presidente. Suprimió la guardia de Palacio, dejando ape-nas un oficial de órdenes y un portero para el servicio oficial de la mansión presidencial. Constantemente invitaba a sus amigos a comer y a jugar tresillo por las noches, siguiendo así la prác-tica de su antecesor, el General Salgar.
Allí, durante esas noches> concurríamos conservadores y li-berales a pasar un rato muy agradable en compañia del Presi-dente, quien nos recibía con su cortesía habitual. No recuerdo haber conocido a un hombre de mas espontánea qultura y de mas completo dón de gentes que el Dr. Murillo, nobles condi-ciones que lo hacían atractivo y seductor.
La modicidad y sencillez de nuestros tresillos se revelan en
un párrafo de la siguiente carta, que conservo con muchas otras como reliquias del ilustre repúblico.
Bogotá, 2 de Mayo de 1 873.
Mi querido Señor Doctor Quijaho:
Recibí anoche su cartjca con los diez pesos de a ocho déci-mos, de los cuales di al Dr. Salgar ocho y cinco reales, que era lo que Ud. le debía y me quedé con quince reales, que según Ud. me corresponden a mí, pues yo no lo recordaba
Suyo muy afmo amigo>
M. MURILLO ».
Recuerdo con sumo agrado que el Dr. Murillo en esa época,. y después, siempre tuvo por mí una deferencia y un cariño es-peciales. Con frecuencia estaba yo invitado a su mesa y nunca falté a las sesiones de tresillo que presentaban un grupo selecto de hombres distinguidos en la política, las ciencias y las letras, como eran Manuel María Mallarino, Teodoro Valenzuela, Eustor-gio Salgar> Antonio María Pradilla, Manuel Plata Azuero, Carlos Martín y varios otros de esa talla.
Solía Murillo salir por las mañanas a pasear a caballo por los alrededores de Bogotá y siempre que hacía este paseo, me enviaba uno de sus caballos para que yo le acompañase. Durante mas de una hora disfrutaba yo en los alrededores de la ciudad del grande honor de pasear en compañía del Presidente de la Repú-blica, y de disfrutar de la conversación instructiva y amena de uno de los hombres mas cultos y agradables con que pudiera gloriarse la nación.
En suma, Murillo fué en Colombia un hombre extraordinario y grande por su talento y por sus obras como Jefe de una glo-riosa Comunidad política, pero, mas que todo, por la firmeza de sus convicciones y por la lealtad a éstas. Su nombre, exento de mancha y de reproche como hombre público, aparece en la Historia para los liberales de Colombia, como pudiera aparecer el del Pro feta para los Sectarios de Mahoma (í).
(¡) Despues de haber escrito este Capítulo y antes de que viera la luz pública, el Comité directivó del Centenario del Dr~ Murillo, me comisoiná para hacer fabricar una Estatua di gran Repúblico Esta Comision, tan hon-rosa como agradable, la de"x mpeíie, con devocion y entusiasmo, y la Esta-tua, obra del gran escultor frances Verlet, sucesor de Fremiet en el sillón del Instituto de Francia, ha sido ya remitida a Bogota.
CAPITULO XXIII
José María Samper, Felipe Pérez, Aníbal Galindo y Teodoro Valenzuela
SUMARIO. Ligeros bocetos biográficos de estos colombianos eminentes. -Samper ha sido uno de los intelectuales mas fecundos y vigorosos que ha tenido la República. – Su probidad y laboriosidad incompara-bles. – Felipe Pérez, hermano de Santiago, fué político de gran sen-tido práctico y periodista vibrante, quizá el primero que ha tenido el partido liberal de Colombia. – Su valor y su instrucción. – Su pre-matura muerte y mi discurso en el cementerio delante de su cadá-ver. – Anibal Galindo, gran orador, distinguido jurisconsulto y escritor fluido y fogoso. – Su magistral alegato para el proceso de limites con Venezuela, contribuyó eficazmente al triunfo de Colom-bia. – Incidente curioso respecto de las Instrucciones que le comu-niqué para hacer dicho alegato. – Teodoro Valenzuela, notable abo-gado, eminente internacionalista y hombre de letras, fué uno de los hombres que mas culminaron en la República por su talento, por su espíritu fino y por la alta distinción de sus modales y de sus proce-deres. – Poeta y escritor insigne, de estilo pulcro y cincelado, fué sin embargo infecundo. – Su pobreza y su muerte.
La envidia es la pasión peculiar de las Democracias así como el orgullo lo es de las Aristocracias. Las preeminencias y altas posiciones sociales que éstas establecen, a virtud de leyes e instituciones, en favor de un grupo reducido de individuos con detrimento de los derechos del mayor número, inspiran un sen-timiento de superioridad, de excesivo amor proprio, y aun de menosprecio> respecto de los que no se hallan en situación privi-legiada.
En cambio, el régimen democrático, igualitario y nivelador abre el campo para los honores y las distinciones a todos los individuos de un Estado, a virtud de los propios méritos, labo-res y merecimientos. De esta facultad igual para todos de labrar el propio engrandecimiento nacen los celos de los que quedan abajo y quienes generalmente atribuyen su oscuridad a los caprichos de la suerte que no a la falta de dotes intelectuales, o de labor perseverante y eficaz.
En la Democracia colombiana es muy común la pasión in-noble y deprimente de la envidia. En Bogotá especialmente, im-pera este degradante sentimiento que mas que vituperable es muy incómodo y pernicioso para los que son víctimas de su punzante torcedor. El Padre Rodríguez Fréysle, en sus Crónicas del Nuevo Reino de Granada, dice que Santa Fe se distinguía por el espí-ritu envidioso de sus habitantes. Y el insigne D. Miguel Antonio Caro decía, con la agudeza que le era peculiar, que en Bogotá se sufría del corazón mas por la envidia que por la altura.
Así pues no es extraño que en Colombia, y con especia-lidad en su capital, los hombres intelectuales que se han distin-guido por su labor y por los frutos de su ingenio, hayan sido mirados con cierta animadversión y aun con desdén durante su vida, y solamente después de la muerte hayan sido ensalzados sus trabajos y sus méritos.
Si al sentimiento natural de los celos por el brillo de algu-nos escritores se agrega la fecundidad y aun prodigalidad de los trabajos de pluma que destruyen por el exceso el prestigio de los primeros escritos, fácil es comprender porque no se tributa-ron en vida los elogios y homenajes que merecieron, con tanta justicia, los hombres que, como José María Samper, Felipe Pérez y Anibal Galindo, contribuyeron con rico aporte a aumentar el tesoro de las letras, de la política y de la literatura colombianas.
José María Samper miembro de una de las familias mas distinguidas de Colombia, en la cual se cuenta al eminente Don Miguel Samper y a sus dignos hijos, familia que pudo muy bien llamarse la familia de los Médicis colombianos, porque todos culminaron en el Comercio y en la Sociedad, fué uno de los hombres de mas poderosa mentalidad, de mayor ilustración y de mas fecunda labor que haya tenido la República.
Obrero infatigable del pensamiento, su vigor intelectual se aplicó a todos los estudios, de todos hizo brotar rayos y en to-dos alcanzó aureolas de gloria. Como el labrador perseverante y convencido, penetró en todos los campos de la actividad hu-mana, y no hubo uno por estéril que fuera en donde la semilla no germinara a la acción de su calor intelectual y de su incom-parable laboriosidad. La Novela, el Drama, la Comedia, la Poesía en todas sus formas, el periodismo político, el periodismo literario la elocuencia forense la elocuencia parlamentaria, la Diplomacia, la Crítica judicial, las Ciencias políticas, la Historia, la Biografía, los Liceos, las Academias, la Tribuna, la Magistratura, todos los ramos del saber humano, todos los escenarios de la Idea, reci-bieron el contingente de luz que, para gloria de nuestro país, brotó de su privilegiado cerebro.
Pero no es el raro conjunto de sus dotes intelectuales, por sorprendente que sea, ni el grande acopio de obras que pro-dujo su incesante labor, ni ilustre que conquistó para su Patria, lo que lo hizo en mi opinión mas digno de la estimación de sus compatriotas y del respeto y cariño que merece su memoria; no: fué la sinceridad, la franqueza, la buena fé, la espontaneidad, la pasión con que dejaba brotar los sentimientos de su corazón> te-soro de raras virtudes. Así servia a la causa de sus convicciones, así luchaba en la tribuna, en la prensa, en los campos de batalla, por lo que él consideraba digno noble o justo, sin sujetar sus acciones al estrecho carril del cálculo político. Así prodigaba las ternuras a su familia y consolaba a los infortunados. Así se entregaba a las expansiones de la amistad y derramaba lágrimas sobre la tumba de sus amigos o exaltaba su mérito con sincero elogio, y así mismo contribuía en todos los campos al bienestar y a la gloria de su Patria. Samper fué un gran corazón servido por una poderosa inteligencia. Era un noble hidalgo de pura san-gre, de los tiempos antiguos, revestido de todos los atributos que ofrece la civilización de los tiempos modernos.
Pero sobre todas estas hermosas condiciones se destacaban los rasgos sobresalientes de su noble índole, cuales eran su espí-ritu de justicia y su probidad. La honradez no consiste solamente en pagar lo que se debe y en respetar el derecho ajeno: con-siste en ser fiel a los variados deberes que el honor impone, en no ser desleal a la propia conciencia, en rebelarse contra toda injusticia, en protestar contra toda iniquidad y en no tran-sigir con ninguna infamia. De esta especie fué la probidad de Samper. Durante su vida, de la Justicia hizo una Religión y de la Honradez un Culto, y ante sus aras sacrificó no pocas veces tranquilidad, fortuna, posición política y conveniencias personales.
Como tuve ocasión de decirlo con lágrimas sobre su tumba, porque él fué uno de mis más nobles y leales amigos, la existencia de Samper fué corno la de la ola. De claro origen, se presentó unas veces deshecha en ráfagas de airada tempestad, y otras cal-mada, convertida su espuma en perlas, embellecidas por los colo-res del iris; pero siempre limpia y brillante hasta volver tranqui-lamente, pura y sin mancha, al seno insondable de donde surgí.
Y no obstante este cúmulo de dotes excepcionales de inteli-gencia, de corazón y de inmensa labor. Samper no ocupó los altos puestos públicos a que lo llamaban sus grandes méritos y merecimientos, y fué constantemente objeto de la diatriba, de la censura y de la animadversión de sus émulos y de sus detractores.
En el acopio de sus numerosas obras culminan, como las mejores, la preciosa comedia de « Un alcade a la antigua y dos primos a la moderna », su primorosa novela « Martin Florez », y su ma-gnífico estudio sobre la Constitución de 1886 a cuya expedición contribuyó eficazmente como miembro del Consejo de Delegatarios de aquel año.
Como orador, Samper era fecundo, de elocuencia fluida y abun-dante. En el Congreso de 1876, cuando se discutían las graves cuestiones relativas a la elección de Presidente de la República, Samper habló sin incurrir en repeticiones ni en monotonía, durante toda la sesión, en el curso de tres días.
Su laboriosidad era insuperable. En cierta época estaba consa-grado a las labores de comercio en asocio de los Sres. Guillermo Uribe y Ricardo Silva, dignos compañeros de Samper por ser ti-pos de cultura, ilustración, hidalguía y caballerosidad, y era Se-cretario de la Compañía del Ferrocarril de Girardot y Redactor de un Diario político; pero el tiempo para Samper no corría. Por la mañana desempeñaba la Secretaría del Ferrocarril; durante el día concurría a las ventas y llevaba los libros en el almacén. En los momentos de descanso en su oficina de comercio, escribía al-guna novela. Por las tardes redactaba los artículos del periódico, y por las noches concurría a las sesiones de los Círculos y Socie-dades literarias, de las cuales era siempre activo miembro.
Con motivo de nuestras diferencias políticas en 1876, cuando se debatía con tanto calor la candidatura presidencial, nuestras excelentes relaciones se resfriaron y aun se cortaron. Algún tiempo después, durante la Administración Trujillo, vine yo a Europa con cargo diplomático, y durante mi ausencia tuve la inmensa desgracia de perder a mi padre. Samper escribió un hermoso artículo con todo el sentimiento de su corazón y todo el brillo de su pluma sobre mi amado genitor.
Al volver a Colombia y entrar al Club del Comercio, encontré en la sala dé billar al Dr. Samper, quien no hizo ningún gesto o movimiento para saludarme, porque, como llevo dicho, nuestras rela-ciones estaban cortadas, y ni siquiera el saludo nos cruzábamos.
Recordé inmediatamente el escrito necrológico sobre mi padre
y me acerqué resueltamente a su autor, diciéndole»
« Aunque por desgracia, nuestras buenas relaciones de an-taño hayan sido rotas por los acontecimientos políticos, permítame, Doctor, que bese esa mano que escribió tan sentidas páginas sobre ~mi padre y que le dé un abrazo de agradecimiento ».
Samper, quien era todo corazón, le conmovió profundamente al escuchar mis palabras y se apresuró, lleno de emoción, a estre-charme en sus brazos.
Desde ese día fuimos amigos inseparables, y aunque afilia-dos en diversos bandos políticos, no sufrió nuestra amistad ni la mas ligera alteración. Dos veces por semana nos reuníamos alterna-tivamente en su casa y en la mía, a jugar tresillo y a departir amistosamente sobre los variados asuntos que él con tanto calor y elocuencia exponía en esas gratísimas reuniones.
Era Samper alto, delgado y nervioso. Su hermosa cabeza poblada de cabellos dorados entremezclados con hilos de plata encuadraba los rasgos de una fisonomía de aspecto noble, intelectual y enérgico. Su voz era sonora, casi bronca y su conversa-ción atractiva y seductora.
Samper fué miembro de dos o tres Parlamentos, Magistrado de la Corte Suprema, y Ministro diplomático en Chile, pero nunca llegó a ser Ministro de Estado, que fué la ambición cons-tante de su vida.
Samper dejó para Colombia un rico acopio de obras de li-teratura y de política, huellas de gloria y una memoria sin mancha.
Su muerte acaecida en relativa temprana edad ocasionó no solamente el duelo para su familia, sus amigos y su Patria, sino también para todo el continente Sur-americano
Felipe Pérez, digno hermano de Don Santiago, fué un vi-goroso intelectual, fecundo obrero del pensamiento y también muy combatido por sus émulos. Su memoria, llena de luz, forma una página brillante en la Historia política y literaria de Colombia.
Felipe Pérez no tenía como escritor el esplendor del estilo ni las frases cinceladas de su hermano, pero sus escritos en ma-terias políticas tenían mas vigor y mas oportunidad que las de Don Santiago.
Felipe Pérez siguió la misma carrera que éste. Educado en el mismo Colegio del Doctor Lleras, al concluir su carrera pro-fesional de abogado, se dedicó también al profesorado, estableció un Colegio particular y se consagró mas tarde a la política.
Mas laborioso y mas fecundo como escritor que su ilustre hermano, escribió muchas interesantes obras sobre Historía, Geografía, Economía política y Legislación; y además Dramas, Novelas y Poesías. Pero en lo que mas se distinguió fué en el campo del diarismo. Fundó « El Relator » que durante muchos años fué el vocero y el oráculo del liberalismo colombiano. Ocupó puestos en las Cámaras legislativas; fué Gobernador de Boyacá y Minis-tro de Estado en dos Administraciones. En 1885 tomó las ar-mas en servicio de la revolución liberal y alcanzó el grado de General.
Felipe Pérez era un hombre de contextura férrea, alto, mo-reno, pálido, de barba y de cabellos negros y ojos brillantes Poseía una figura interesante y simpática y a sus grandes dotes intelectuales, juntaba el vigor físico y el valor moral. Su conver-sación era pausada, amena e instructiva. Su voz un tanto apa-gada y su profesión de escritor, no le permitieron distinguirse como orador. Como una muestra de su corrección y de su sere-nidad, referiré la siguiente anécdota.
En una gran fiesta social, con motivo del matrimonio de la primorosa hija del Dr. Napoleón Borrero, hombre político de vasta ilustración, noble amigo y cumplido caballero, se encontraron Felipe Pérez y el Sr. del Perojo, Encargado de Negocios de España en Colombia, después de la reconciliación de los dos países. Sea por los efectos del champaña, o acaso impulsado por algún elemento hereditario de los progenitores de Otelo, el joven diplomático se irritó contra Pérez al ver que conversaba a solas con la dignísima esposa del primero. Dirigió en ruso algunas pa-labras a su Señora (quien era eslava) para que se separara del caballero que la acompañaba, y una vez que se encontró a solas con Pérez le dirigió un apóstrofe inconveniente y brutal, y puso su mano sobre el rostro de su respetable interlocutor.
Pérez recibió con serenidad la humillante ofensa, y se limitó" a contestar lo siguiente: « Conozco, Señor, tanto cuanto Ud. los ignora> los deberes de la buena educación y debo evitar un escán-dalo en una casa respetable que ha tenido la debilidad de invitar a un hombre como Ud., indigno de ser recibido por las gentes cultas. Mañana pediré a Ud. cuenta en el campo del honor de su salvaje ultraje ». Y le volvió la espalda.
De esta manera la fiesta social no se alteró y todo el mundo admiró la serenidad y la corrección del comportamiento de Pérez.
Al día siguiente, el Dr. Nicolas Esguerra y el Señor José María Cortes, distinguidos caballeros, de altísima posición social y de reconocida energía, retaron a Perojo en nombre de Pérez a un duelo a muerte para reparar la alevosa ofensa.
Perojo se deshizo en satisfacciones para Pérez, reconoció su falta, pidió perdón por ésta, excusó el duelo y firmó una acta en que hizo constar su arrepentimiento y sus excusas. Así terminó el incidente.
Quebrantada su salud y agotado su organismo por las faenas de la campaña de 1885 y por su intensa labor intelectual Pérez fué atacado de una enfermedad orgánica que lo llevó al sepulcro a los 57 años de edad; trabajando hasta el último instante de su vida, como diarista político y como apóstol del liberalismo.
Cuatro o cinco días antes de su muerte fui a visitarlo. Me recibió en su gabinete de trabajo porque no se redujo a la cama hasta la víspera de su fallecimiento. La impresión que me causó la vista de ese valeroso luchador, abrumado por la pesadumbre del sufrimiento, fué como la de un aparecido del otro mundo que venía a pregonar los principios liberales en la tierra. Pálido, con tintes verdosos y cadavéricos en la fisonomía y hundidos los ojos, manchas cárdenas sombreaban su frente. Estaba cubierto de una gran ruana de bayeta que ¡legaba hasta la rodilla. Sentado de-lante de su escritorio, tenía la sonda en una mano y la pluma en la otra. Con voz mas apagada que de costumbre me habló de política, prediciendo, como un Profeta de ultratumba, los acon-tecimientos que sobrevendrían a Colombia por la defección de Nuñez. « Por fortuna, agregó (como su maestro y jefe Murillo), yo no presenciaré la noche política en que será sumida Colombia porque antes la noche de la tumba me cubrirá con sus sombras. Moriré dentro de pocos días, pero en la fé de mis principios y me enterrarán amortajado con la bandera liberal. Prepárese, mi amigo, a hacerme el discurso para el cementerio ».
Conmovido me separé de este noble adalid de la causa libe-ral. Cinco días después, un inmenso acompañamiento conducía el cadáver de Felipe Pérez al Campo santo. Yo, en cumplimiento de la recomendación que él me había hecho, ocupé la tribuna fúnebre y pronuncié un discurso, hondamente sentido, del cual reproduzco los siguientes apartes como complemento de esté boceto biográfico:
« Señores: Recoged los espíritus; levantad los corazones; alzad mudas plegarias; romped el dique del raudal de vuestras lágri-más; descubrios y, conmovidos, postraos, porque envuelto en el pendón que juró desde niño, con la pluma del combate en la mano, con la fé del doctrinario en el corazón, con la auréola de la lucha en la frente, acaba de caer en el Circo el valeroso Gladiador sobre su escudo.
No es este el momento propicio para hacer la apoteosis del repúblico ilustre cuyos restos mortales contemplamos al través de nuestro llanto. Los hombres que han sido apóstoles de una noble idea, que han transfundido su espíritu en la generación que los acompañaba, que han vinculado su obra con la obra de una agrupación social, que han luchado en todos los campos, con fé y sin miedo, para implantar una doctrina, necesitan para al-canzar el puesto de honor que ja Historia les reserva, de largo reposo entre el hielo del sepulcro, como los metales que, al reti-rarse de los hornos, se dejan enfriar en el gabinete del químico, para poder distinguir y apreciar la pureza de sus elementos.
La posteridad, cuando lo juzgue oportuno, abrirá esta tumba, bajo cuya losa todo se asienta y purifica y encontrará, roto el vaso de barro los quilates del oro que guardaba.
Filósofo, institutor, tribuno y escritor, de perseverancia y fecundidad infatigables, difundió entre la juventud la luz de sus conocimientos, proclamó las mas puras enseñanzas republicanas, enriqueció la ciencia y las letras de su Patria, y luchó, como ninguno, en la arena periodística. Pero no son estas múltiples y mereci-das coronas las que formarán de preferencia el escudo de gloria que la Historia colocará sobre la tumba que cerramos hoy. La fé en sus doctrinas políticas y la lealtad de sus procederes a sus convicciones, son los galardones que la posteridad otorgará a su memoria. Cuando terminada la batalla se disciernen las palmas del triunfo, no tiene mejor premio el soldado mas valeroso, mas audaz o mas afortunado: lo recibe el que ha sabido conservar, durante el combate, incólume y en alto, la bandera que se le confió.
Apóstol y soldado de la República, luchó en todos los cam-pos para sentaría sobre cimientos limpios y sólidos, y trabajó con la tenacidad de un inspirado por el triunfo de la Idea, por el ascen-diente del Poder civil y porque el sable del guerrero nunca hi-riese el derecho y doblara siempre su hoja ante el ara de la le y.
En las lides de la prensa, se presentó armado de todas sus armas, pero vistiendo el uniforme del adalid caballero. Su pluma nunca fué profanada por el insulto ni la contumelia, que tizna mas el labio de donde emanan que la frente pura que quieren manchar con su baba envenenada.
Táctico e hidalgo en el combate, adoptó siempre el principio de que en la lucha leal es mas certero el golpe con acero, aceitado que cubierto de impurezas y de orín. En las borrascas de la política, tendió su pendón para apaciguar las querellas, co-mo el apóstol bíblico para calmar las ondas, y nunca contribuyó a arreciar la tempestad, ni a amargar las aguas, ni a irritar las olas.
Combatido por unos, admirado por otros, no comprendido por algunos, con su escudo en una mano y su pendón en la otra, como los que buscaban la tierra que promisión, al través de mares y desiertos, sin fijar atención en flores ni malezas; seguía imper-turbable su camino, sordo a los elogios y a los vituperios, para llegar a la cumbre en dónde creía encontrar la meta de la feli-cidad de la República a la luz de sus principios.
Entre el fragor y confusión de nuestras guerras civiles, cuando temía que esos principios zozobrasen en el revuelto mar de las revoluciones y que, sobre el ara del derecho, pusiese su planta el despotismo, El, como Moisés entre las tempestades de la montaña, alzaba muy en alto con ambas manos para mostrarías al pueblo, las Tablas de la Doctrina Liberal.
Esto lo reconocerá la Historia cuando estén apagadas las pasiones, oreada la sangre de los campos de batalla, cicatrizadas las heridas, plegados los toldos guerreros y extendida únicamente sobre Colombia la tienda protectora de la Patria. Entre tanto, dejemos descansar al noble luchador y no perturbemos su sueño ni aun con su merecida apoteosis, que bien necesita de reposo. A se-mejanza de los que recogen restos del cuerpo de los muertos con religioso respeto, guardemos nosotros reliquias de su espíritu. No olvidemos sus enseñanzas y conservemos las chispas de su cerebro y la savia de su alma. Esta herencia no nos la puede a-rrebatar la muerte. Cuando el sol se hunde en el horizonte no se lleva consigo el calor que sus rayos han dejado para fecundar la tierra.
El Doctor Anibal Galindo fué otra figura prominente del li-beralismo colombiano, cuyos méritos y relevantes dotes intelectua-les no fueron suficientemente apreciados durante su existencia. Por el contrario se vió siempre acusado de ligereza de volubilidad de carácter por sus émulos, y aun se dijo que sus ilustración era su-perficial y su talento mediocre! Cuán engañados están los que no le conocieron, ó le conocieron y quisieron mal! El Dr. Galindo fué un vigoroso intelectual, gran orador, escritor fluido, jugoso y vibrante, hombre honorable a carta cabal, miembro distinguido de la Sociedad y probado patriota que prestó señalados servicios a su Patria, ya en los campos de batalla u ora en el pro-fesorado en la tribuna o en la magistratura. Fué también un jurisconsulto eminente a cuyos trabajos, como redactor del Alegato de la República de Colombia en la cuestión de límites con Ve-nezuela, se debió en gran parte el triunfo obtenido en esa céle-bre lítis. Yo, en mi condición de amigo muy sincero de Galindo, coloco con sincera satisfacción su nombre en la galería de hom-bres ilustres de Colombia que me he propuesto formar en este libro; exhumando sus restos venerados de la tumba material en que reposan para evitar que caigan en la fosa sin fondo del olvido.
Era Galindo un hombre de temperamento sanguíneo, de o-jos claros, tez rosada y cabellos rubios, enhiesto, fornido y de constitución robusta y fuerte.
La ilustración de Galindo en Jurisprudencia y Ciencias políti-cas, y especialmente en Economía social, era vasta y profunda. Como escritor, su estilo era suelto, sonoro y elegante. Pocos hom-bres han tenido la facilidad para redactar, con rapidez y completa corrección, cualquier escrito o trabajo que emprendiera. Respecto de ninguna otra persona se puede fijar con mas propiedad y cer-teza el aforismo que dice: «quien concibe bien expone y pare bien». En Galindo, la expresión correcta y armoniosa era la manifesta-ción espontánea de su elucubración. La claridad era el distintivo de los escritos de Galindo El magistral Alegato que escribió en defensa de los derechos de Colombia en la litis con la República vecina de Venezuela, es un monumento de sabiduría y de buena exposición que hace honor a su autor y a su Patria, y en España fué muy admirado.
Sea este el momento oportuno para explicar el origen de las Instrucciones que yo comuniqué al Doctor Galindo para la redac-ción del Alegato, en mi condición de Ministro o Secretario de Relaciones Exteriores puesto que esas Instrucciones han sido bien recibidas por el público, se ha asegurado, sin ningún funda-mento, que fueron escritas de puño y letra del Presidente Zal-dua, y aun el mismo Doctor Galindo dice en sus Memorias que él tomó parte en la redacción de ellas.
La historia de las Instrucciones es la siguiente. Cuando fué nombrado Abogado de Colombia el Dr. Galindo, yo insinué al Dr. Zaldua la conveniencia de señalarle una pauta sintética del trabajo a fin de que el abogado tuviera algún límite o cortapiza en la redacción del Alegato para evitar que la fogosidad del talento de Galindo, fuera a desbordarse y se pupudiera incurrir en alguna contradicción o frase exagerada o in-conveniente.
« Me parece muy bien su idea, me contestó el Dr. Zaldua. Yo conozco a Galindo como que fué mi discípulo y es conveniente ponerle un freno a la exuberancia de su imaginación. ¿ Pero no cree Ud. que el mono se chillará si recibe esas Instrucciones, que excitarán sin duda su susceptibilidad de abogado y lastimarán su amor propio?
Yo tendré cuidado de consultar con diplomacia el punto al mismo Galindo, a quien me unen vínculos de estrecha amistad, le contesté.
Convino el Dr. Zaldua en que escribiera las Instrucciones. La misma noche las redacté, y, por la mañana, del siguiente día, las presenté a la aprobación del Presidente, quien las oyó leer con atención y las recibió con benevolencia y agrado, sin hacer nin-guna reforma ni observación.
Apoyado en esta alta aprobación al día siguiente hice poner en limpio el borrador que había presentado al Dr. Zaldua y que a la letra dice así;
Estados Unidos de Colombia.
Secretaría de Relaciones Exteriores
Sección 1ª. N0 209.
Bogotá 15 de Agosto 1882.
Señor Dr. Anibal Galindo, Abogado de la República en el pro-ceso de Límites con Venezuela, Senador de la República, etc. etc.
Bogotá.
« Estando de por medio la honra y los intereses de la Na-ción, mas compremetidos acaso en la manera como se conduzca el proceso de límites con Venezuela que en su decisión, he reci-bido órden del Presidente para dirigir a Ud. las siguientes Ins-trucciones a las cuales Ud. se dignará ajustarse en la redacción del Alegato:
I. Ud. se servirá no hacer uso de ningún documento cuya autenticidad no esté plenamente comprobada y, al citarlos, no los extractará Ud. sino que se servirá copiar íntegra y fielmente, con la misma ortografía que ellos tengan la parte o partes de que Ud. haga uso, citando el libro, obra o protocolo de donde se han tomado.
2. Tampoco se deberán extractar los razonamientos de la
parte contíaria que Ud. tenga que refutar: será siempre mejor que Ud. los copie textualmente, entre comillas para poder des-pués con toda seguridad referirse a ellos.
3. Finalmente ruego a Ud. que ponga especial cuidado en que el estilo brille por su sencillez. La elocuencia debe con-sistir aquí en la pulcritud de la dicción y de las formas, y en la estricta demostración de la verdad.
En suma, el Gobierno de la República sentiría menos por su parte la pérdida total o parcial del pleito, que el sonrojo de que ella se viera expuesta a rectificaciones y confrontaciones que pu-sieran en duda la lealtad de su palabra y de su proceder.
Soy de Ud. muy atento servidor,
J. M. QUIJANO WALL¡s.
He querido transcribir textualmente las instrucciones tales como yo las redacté y las aprobó el Presidente, teniendo hoy a la vista mi primitivo borrador.
Tan luego como estuvieron extendidas en limpio, llame al Dr. Galindo a mi Despacho y le expuse el propósito que tenía, de acuerdo con el Presidente, de comunicarle las Instrucciones con el objeto, le dije, de dar mas seriedad e im-portancia a su labor, y para que en España se viese que el Gobierno de la República intervenía en el trabajo del abogas do, a cuyo talento prestaba el apoyo de la respetabilidad del mi-smo Gobierno. Dulcifiqué en cuanto pude, agotando las formas diplomáticas, el patriótico objeto de las Instrucciones, para evitar cualquiera palabra o interpretación errónea que pudiera lastimar, siquiera fuera en lo mínimo, la susceptibilidad profesional del abogado.
El Dr. Galindo quien era un hombre modesto, como toda per-sona de verdadero mérito, recibió con benevolencia y hasta con entusiasmo, el proyecto de comunicarle las Instrucciones. Después de leer éstas, me dijo:
« No tengo inconveniente en que Ud. me envíe estas Instrucciones, que encuentro muy bien redactadas; pero necesito que Ud. les haga algunas modificaciones, a saber:
En el primer párrafo es necesario agregar, que el Gobierno tiene confianza en mi. En otros puntos, es necesario que Ud. ex-prese que me comunica dichas instrucciones por orden del Pre-sidente y en el párrafo final que hable Ud, en nombre del mismo Presidente, y no del Gobierno.
Hago estas observaciones, agregó, porque no me cumple a mí, viejo abogado, que un muchacho como Ud. me ponga la cartilla para el trabajo, aun cuando ella sea muy buena. Haré, le contesté, todas las reformas que Ud. desee y para que las Instrucciones queden a completa satisfacción de Ud., tenga la bondad de llevárselas a su escritorio, hágales las modifica-ciones que estime convenientes, y devuélvamelas con el fin de ponerlas en limpio, firmarías, y remitírselas a Ud. oficialmente.- El Dr. Galindo me presentó al día siguiente el pliego con dos o tres modificaciones, que fueron en substancia, las siguientes:
En el primer párrafo agregó las siguientes frases: No obs-tante la confianza que el Gobierno tiene en el recto criterio e ilustración de Ud.> como lo prueba el haber confiado a Ud. la de-fensa de los derechos del país en la redacción del Alegato de li-mites con Venezuela », estando de por medio, etc.,.. (como sigue en mi original).
En la parte final de este párrafo modificó, « paso a comunicar a Ud. de orden del Presidente »,las siguientes instrucciones> etc. etc.
En la instrucción tercera en lugar de decir, ruego a Ud. puso:
« desea el Presidente que Ud. »…
En el último párrafo, en la parte que dice: el Gobierno de la República sentiría menos etc. modificó: » El Presidente como Jefe de la nación sentiría menos, etc. (como sigue en el original).
Hago estar relación porque el mismo Dr. Galindo dice en sus Memorias que él redactó en parte esas instrucciones; y aun se ha asegurado por las personas que no me creyeron capaz de escribirlas, apesar de ser tan sencillas y triviales, que fueron redacta-das por el mismo Doctor Galindo, como si él hubiere sido un hombre tan insensato que a si mismo se pusiera para su trabajo-una norma o cartilla, según decía.
También se ha asegurado que fué el Dr. Zaldua quien escribió~ de su puño y letra dichas Instrucciones.
Tal aseveración, hecha con el objeto de deprimir mi po-bre trabajo, es tan insensata como la anterior. En primer lugar
si el Dr. Zaldua hubiese tenido el pensamiento y el propósito de redactarlas, dictándolas, porque él habla perdido la facultad mate-rial de escribir, tanto por la debilidad de su pulso como por la de su vista, (pues estaba casi ciego cuando ejercía la Presidencia), no habría tenido inconveniente en firmarías y en dirigirlas al Dr.. Galindo como obra propia, con el objeto de dar mayor solemnidad e importancia a las mismas Instrucciones, Al Presidente no le está prohibido dirigir Mensajes o Alocuciones, ni cartas parti-culares, ni comunicaciones oficiales, con, o sin la autorización, del respectivo Ministro o Secretario.
Por otra parte, el Dr. Zaldua, modelo de corrección y de cultura, nunca se habría atrevido a ofender a su Secretario de-clarándole incapaz de escribir una Carta oficial y usurpándole sus funciones privativas, redactar una Nota que éste debía firmar, y trastornando las prácticas y costumbres en todo tiempo seguidas de que sea el Secretario quien redacta las Notas y Comunicaciones que el Presidente debe firmar, y no al contrario.
Además, el Dr. Zaldua, como llevo dicho, no ejecutaba nin-gún trabajo material, ni aun mental, de redacción, para no fatigarse, por prescripción de los médicos, y casi siempre que tenía que di-rigir algún Mensaje al as Cámaras o una Alocución o una Comu-nicación importante o Discurso diplomático, encomendaba el trabajo de redactarlos a alguno de sus Secretarios.
Para no fatigar su cerebro, por orden de los médicos, no quiso escribir ni dictar los discursos de posesión, y encomendó la redacción de ellos, al Dr. Santiago Pérez, el de respuesta al Presidente del Senado, y al Dr. Felipe Zapata el de contestación al Dr. Nuñez, Presidente saliente.
En definitiva, las Instrucciones que fueron recibidas con be-neplácito, tanto en España como en Colombia, no tienen mérito intrínseco ninguno, ni son obra de arte. Su redacción, tan trivial y tan sencilla, puede ser la obra de un estudiante o de un em-pleado subalterno. El Dr. Zaldua, uno de los hombres mas emi-nentes, mas ilustrados y de mayor talento que haya tenido la República, varón sabio y justo, el Gran Ministro de la Adminis-tración López en 1851, el primer jurisconsulto con que se haya hon-rado la Patria colombiana, no tenía necesidad de agregar a su corona de méritos y servicios patrióticos, la redacción de una in-significante comunicación oficial.
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