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Vico, el primer antimoderno

Enviado por Moris Polanco


    El juicio racional es lo que derrota al hombre —Joseph Conrad

    ¿Qué importancia tiene Vico en los inicios del siglo XXI? Mucha, especialmente para quienes intentamos que la voz del pensamiento hispano se escuche en el contexto de la posmodernidad. Porque Vico representa, junto con Juan Luis Vives y Gracián, entre otros, lo mejor de la tradición humanista de origen latino, que se contrapone tanto a la filosofía racionalista continental, como al empirismo anglosajón. Gracias a autores como Ernesto Grassi podemos ver hoy el humanismo renacentista y barroco no como un simple movimiento cultural de recuperación de los clásicos grecolatinos, sino como una manera distinta de hacer filosofía. En esta comunicación, que pretende ser el inicio de una investigación mayor sobre la conexión entre el humanismo latino y el pragmatismo, me propongo explorar la raíz de las discrepancias que Vico tenía con prácticamente todos los filósofos importantes de su tiempo, desde Maquiavelo y Hobbes, hasta Descartes, Locke, Spinoza y Leibniz. Mi intuición —que he visto confirmada en artículos y libros recientes sobre el humanismo— es que la oposición de Vico a la filosofía de su tiempo no era tradicionalismo, como una lectura superficial de sus obras (especialmente, de su Autobriografía), podría sugerir, sino que esconde una visión de la filosofía que no encontró eco en su tiempo, pero que daría lugar, pasado un siglo, a un fuerte movimiento de oposición a la Ilustración. Hoy en día podemos ser más abarcadores que los románticos del siglo XIX, y afirmar que Vico fue uno de los primeros antimodernos, y que su manera de hacer y ver la filosofía —junto con la de muchos pensadores hispanos— podría considerarse como la versión latina de la posmodernidad.

    En cuanto al origen de mi interés por Vico, puedo decir que se debe a mi descubrimiento del libro de Mark Lilla, G. B. Vico. The Making of an Anti-Modern. En él encontré resonancias de ideas a las que he venido dando vuelta, prácticamente desde que escribí mi tesis doctoral sobre Hilary Putnam, entre 1994 y 1997. De alguna forma, considero que esta línea de investigación en la que me encuentro, es continuación directa del trabajo que presenté en el Tercer Congreso Nacional de Filosofía, en 2002, titulado "Los usos de la razón. El escepticismo antiguo y la filosofía como forma de vida". Pretendo continuar este trabajo, como decía, y escribir sobre la tradición humanista y el pragmatismo, para el Cuarto Congreso Nacional de Filosofía, en octubre de este año.

    Giambattista (Giovanni Battista) Vico nació en Nápoles en 1668. Era el decimotercero y último hijo de un modesto librero. Su debilidad corporal, agravada por una caída en la niñez, le hizo bastante tímido y retraído, al punto de que casi todos sus estudios los realizó de manera autodidacta, por temor a las burlas de sus compañeros. No obstante, llegó a ser Profesor de elocuencia latina en la Universidad de Nápoles en 1699, cargo que ocupó hasta pocos años antes de su muerte, en acaecida en 1744. Vico estudió leyes, con el fin de ganar una cátedra de Derecho Civil en 1723, lo cual no pudo lograr. Posteriormente a esa fecha, se dedicó mayormente a los estudios de historia, y llegó a ser cronista real de los Borbones napolitanos (Carlos VII de Nápoles y III de España). Su obra más famosa es la Ciencia Nueva (cuyo título completo es Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones), pero posiblemente para efectos de investigación filosófica sea más importante su obra Sobre la más antigua sabiduría de los italianos, a partir de los orígenes de la lengua latina, publicada en 1713.

    A Vico le tocó vivir en un período en el que ya había arraigado el racionalismo, y su genio fue eclipsado por figuras como las de Descartes, Locke, Leibniz, Malebranche y, posteriormente, Kant. Su obra habría desaparecido, de no haber sido descubierta por los románticos de la primera mitad del XIX. Benedetto Croce llegó a decir de Vico que era "ni más ni menos que el siglo XIX en germen". Isaiah Berlin, por otra parte, sitúa a Vico a la cabeza del movimiento de la contra Ilustración. Según la visión de Berlin, los filósofos ilustrados franceses eran "racionalistas radicales que de manera dogmática sostenían que todas las verdades acerca del hombre y de la naturaleza eran universales, objetivas, atemporales y transparentes a la razón. Como movimiento, proponían doctrinas filosóficas y políticas esencialmente ahistóricas, que probaron ser —según Berlin— utópicas, inflexibles, deterministas, arrogantes, insensibles, homogenizadoras e intolerantes".

    Lo interesante del análisis de Berlin es que el pensamiento posmoderno de nuestros días rechaza la visión de la verdad, de la ciencia, de la filosofía y de la racionalidad que tenían los filósofos ilustrados, lo cual ha hacho que algunos filósofos vuelvan de nuevo su atención hacia Vico, pues el filósofo napolitano también se oponía al racionalismo y al empirismo —aunque por distintas razones, como veremos.

    La cultura latinoamericana, a mi parecer, está imbuida en la manera francesa y racionalista de entender la filosofía. Para ilustrar este punto, me gustaría referirme a una reciente publicación popular, la revista Muy interesante, que dedica su número 29 (2003) al tema de la filosofía. En esta revista podemos leer afirmaciones como las siguientes:

    "La sabiduría es lucidez perfecta, conocimiento seguro de lo que de verdad importa".

    "La herramienta con la que el filósofo trata de conquistar esa lucidez admirable es la razón. Entiéndase bien: la razón individual del propio filósofo".

    "El filósofo no puede delegar en nadie. En particular, no puede apelar a la autoridad de una tradición o una ideología recibida".

    "Se ha dicho que darse a la filosofía es incorporarse a la ya antigua tradición de los que han decidido vivir sin tradición".

    "Los intereses de filósofo son tan ajenos a los del común de los mortales, su actitud ante la vida tan extravagante, que cabe recelar en él un prurito de originalidad, o acaso el resentimiento propio del inadaptado".

    Esto es pensamiento moderno, ilustrado, racionalista, lo que equivale a decir passé. Ningún filósofo serio en la actualidad sostiene esta visión de la filosofía, que se nos hace un tanto cómica e ingenua. No sabemos aún qué forma tomará el pensamiento filosófico de la primera mitad del siglo XXI. Lo que sí podemos afirmar —creo yo— es que estará muy lejos de los ideales de la Ilustración racionalista.

    Yo veo la reacción antimoderna y posmoderna como una gran oportunidad para reivindicar la concepción viquiana de la filosofía. Que no es sólo de Vico: es la de los antiguos romanos; es la de los pueblos latinos, antes del escolasticismo.

    Sabemos que los romanos no fueron un pueblo que produjera muchos filósofos. Eran un pueblo práctico, entregado —en sus mejores tiempos— a la organización y al gobierno. Los romanos, al contrario de los griegos, no eran propensos al escepticismo; su forma de vida práctica los impulsaba a aferrarse a creencias firmes.

    Vico preveía el peligro del escepticismo en la ciencia de su tiempo. Creí que el error del racionalismo de Descartes, o del empirismo de Locke (igual da) era el mismo que el de los estoicos y epicúreos: suponer que el camino a la sabidirúa estaba formado de verdades, cuando en realidad está constituido por certezas y orden.

    Lo que pensaba Vico en esta materia puede sonar a los oídos modernos totalmente escandaloso y sin posibilidad de defensa, pero dado que el proyecto moderno tampoco puede ufanarse de mucho éxito, oigamos al menos lo que Vico tiene que decir.

    Vico sostiene que fueron la autoridad y la superstición las que protegieron a los primitivos romanos del escepticismo de la filosofía griega, y les permitió construir primero una gran ciudad, y luego un gran imperio. Con otras palabras: la sociedad tiene siempre unos fundamentos irracionales, y si la ciencia política los desprecia o no los toma en cuenta comete un gran error. Es un error, para Vico, suponer que la civilización comienza cuando se desecha el mito. La vida humana, la sociedad y la civilización siempre necesitarán de mitos, aunque sea el mito de la ciencia y del progreso. Es preferible creer en mitos sabiendo que son mitos, a creer en ellos pensando que son verdades, porque cuando se descubre que no lo son (porque el conocimiento del hombre siempre será limitado, dada su naturaleza caída) sobreviene el escepticismo, el desengaño y la parálisis mental.

    No es necesariamente cierto que un mundo de gente más educada, más racional y "científica" sea un mundo más feliz. Películas como Interiores de Woody Allen nos muestran lo terriblemente trágica que puede ser la vida de una familia que aparentemente lo tiene todo en la vida: dinero, educación, buena fama… Tampoco es necesariamente cierto, como pensaba Kant, que la función de la razón sea producir la buena voluntad. Se puede ser muy ilustrado y a la vez un monstruo, como muy bien lo ilustran los nazis. Parece ser —y éste era el punto de Vico— que la sociedad humana necesita algo más que la razón para funcionar bien. Necesita creencias, tradiciones, autoridad. Y el racionalismo devasta las creencias, las tradiciones y la autoridad. Las sociedades tradicionales están particularmente indefensas ante el racionalismo. Muy pronto se produce en ellas la rebelión de las masas: individuos de mentalidad "democrática" que piensan que su opinión vale tanto como la un sabio, simplemente porque es la suya. O que creen que tienen tanto poder como cualquier otro, simplemente porque su voto cuenta, numéricamente, tanto como el del Papa. Personas que se ufanan de desconocer la historia, el arte y la filosofía, porque en su autorizada opinión "no sirvan para nada". Con esa clase de idiotas bárbaros la civilización no puede sobrevivir. Ya lo decía Ortega:

    "En las escuelas (…) no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les ha inculcado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos".

    Vico también preveía el advenimiento de los idiotas salvajes, que serían como máquinas calculadoras perdidas en la vida, y situaba la causa de esa desviación en la educación moderna. El método moderno, en su ignorancia del alma y su prisa por el análisis produce estudiantes impacientes, irrespetuosos, abstraídos y desinteresados por los asuntos de la sociedad en la que vive. "Como consecuencia de esta negligencia —dice Vico— una noble e importante rama de estudio, la ciencia de la política, queda casi completamente abandonada y desatendida".

    Uno de los grandes males de nuestra época es el desinterés de la juventud por la política, por los asuntos de la vida ordinaria de su comunidad. Cuando el modelo del hombre sabio y noble que presentan las películas de Hollywood es el profesor distraído, que sabe mucho de ecuaciones y de fórmulas, pero que vive completamente alejado de la política (que, por otra parte, se presenta como el reino del engaño, la perversión y la ambición desmedida), ¿cómo podemos esperar que los buenos se interesen por la vida de la re-pública, de la cosa pública? El bueno, hoy, es el que se aísla, el que se desentiende, y se dedica a pensar en cosas abstractas. Al científico se la perdona todo (su imprudencia, sus manías, su egoísmo), porque es "muy sabio". Una mente maravillosa es la que es capaz de resolver complejos problemas lógicos o matemáticos. Hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de las vidas hermosas a las mentes hermosas (A Beautiful Mind). Por eso se quejaba Vico de que

    "El mayor inconveniente de nuestros métodos de enseñanza es que prestamos excesiva atención a las ciencias naturales y muy poca a la ética (…). Debido a su entrenamiento en estos estudios, nuestros jóvenes son incapaces de involucrarse en la vida de la comunidad, de conducirse a sí mismos con suficiente sabiduría y prudencia, y tampoco saben infundir a sus palabras familiaridad con la psicología humana, o impregnar sus discursos de pasión. Cuando se trata de la conducta prudente en la vida, es bueno recordar que los eventos humanos están dominados por la fortuna y la elección, las cuales son sumamente volubles y están influidas por el disimulo. Como consecuencia, aquellos para quienes su única preocupación es el razonamiento abstracto tienen gran dificultad para alcanzar sus fines".

    La filosofía moderna y la ciencia se presentan a sí mismas como liberadoras del hombre, pero en realidad lo hacen esclavo, ya sea de sus impías ambiciones (Bacon), o de un insano racionalismo (Descartes). Se dice que los antiguos subyugaron al hombre con el dogma y la superstición, pero en realidad fueron los auténticos liberadores de la razón humana.

    Por muy reaccionaria que pueda parecer esta concepción, no pensemos que está lejos del pensamiento de otros filósofos, generalmente considerados como iconoclastas anti-tradicionalistas. Para muestra, dos citas de Nietzsche:

    "Todo lo que hay en la tierra de libertad, de finura, de osadía, de flexibilidad; la maestría en el pensar, en el gobernar, en el perorar o persuadir y en el arte de las costumbres, se desarrolló precisamente a fuerza de 'tiranía' y de 'leyes arbitrarias', y hablando en serio, es harto probable que en esto consista la 'Naturaleza' y lo 'natural' más bien que en el dejad hacer. (…) Lo esencial, así en la tierra como en el cielo, es obedecer largo tiempo en una misma dirección, de lo cual resulta, por fin, algo que nos hace soportable la vida. (…) 'Tú debes obedecer a quien quiera que sea, y por largo tiempo; de otro modo perecerás y perderás toda estimación de ti mismo'. Este me parece ser el imperativo moral de la naturaleza".

    "Toda filosofía no es otra cosa que la profesión de fe de quien la crea; una especie de 'memorias' involuntarias. El fin moral (o inmoral) constituye el verdadero nudo vital de toda filosofía, del cual sale después toda la planta".

    La tradición es importante; la autoridad y la disciplina son necesarias; la objetividad pura es un mito. ¿Quién iba a decir que Vico y Nietzsche se iban a encontrar en los albores de la posmodernidad?

    Por paradójico que parezca, la conciencia de la limitación de nuestra vida es social y moralmente sana. La ciencia y la técnica modernas han hecho creer al hombre que el progreso del bienestar no tiene límites, y que, por tanto, puede "abandonarse tranquilamente a sí mismo". Si para el hombre pre-moderno "vivir es sentirse limitado y, por lo mismo, tener que contar con lo que nos limita", para el moderno "vivir es no encontrar limitación alguna". Vivimos hoy, por tanto, en una cultura que ve la disciplina y la auto-limitación como un sinsentido, como algo negativo, propio de épocas que no habían desarrollado los medios para disfrutar de la vida. Pero tarde o temprano se descubre que la peor limitación es la que impone el propio capricho. La visión moderna produce hombres mimados.

    "Mimar —dice Ortega— es no limitar los deseos, dar la impresión a un ser de que todo le está permitido y a nada está obligado. La criatura sometida a este régimen no tiene la experiencia de sus propios confines. A fuerza de evitarle toda presión en derredor, todo choque con otros seres, llega a creer efectivamente que sólo él existe, y se acostumbra a no contar con los demás, sobre todo a no contar con nadie superior a él".

    ¿Cómo puede subsistir una sociedad en la que sus miembros se acostumbren a no contar con los demás? Vico estaría de acuerdo con Ortega en que una sociedad sana es aquella en la que los hombres han aprendido "esta esencial disciplina: ‘Aquí concluyo yo y empieza otro que puede más que yo. En el mundo, por lo visto, ya dos: yo, y otro superior a mí’". No es servilismo reconocer que hay otro ser superior a mí; no es tener mentalidad de esclavos admitir que somos criaturas. Platón no se rebaja como ser humano, cuando escribe en Las Leyes que "es Dios quien es, para ti y para mí, la medida de todas las cosas".

    El racionalismo lleva al hombre a no admitir otra medida de las cosas más que su propia razón, y de esa forma —sostiene Vico— cae en el error de desconocer sus límites. La ciencia moderna —cuya gestación Vico sitúa en los seguidores de Aristóteles— comete un grave error al confundir la certeza con la verdad. Verdad tiene Dios sobre la creación y la mente humana de sus productos (sobre todo, la matemática y la geometría). Certeza es lo que el hombre alcanza de las propiedades físicas de las cosas; pero propiedades físicas no es lo mismo que propiedades metafísicas, para Vico. Las propiedades metafísicas son como el modelo del escultor, mientras que las propiedades físicas son como la semilla de un árbol. Un modelo permanece sin cambio cuando el objeto se produce, mientras que una semilla pierde su forma en cuanto comienza a desarrollarse el árbol. "Vico no niega la existencia de estas formas físicas universales; simplemente sostiene que las formas metafísicas son previas a ellas". La ciencia moderna comete un gran error al hacernos creer que cuando conocemos las propiedades universales de las cosas (su forma física) estamos conociendo su verdad última. La tragedia del hombre moderno no es que no tenga acceso a la verdad metafísica, sino que crea que sí lo tiene. "Lo más que podemos esperar de las creencias es un tipo de conocimiento probabilística que depende en gran medida en la forma en que la ciencia opera". El único conocimiento verdadero al que el hombre tiene acceso es al que él mismo produce: el de las matemáticas y el de la geometría. "El hombre es como Dios cuando es matemático, no cuando contempla entidades que no puede esperar conocer, sino cuando sigue la guía divina y hace lo que quiere conocer con los elementos que tiene dentro de sí mismo".

    Este punto de los límites del conocimiento es tan crucial para Vico que él no duda en ponerse en contra tanto de los escolásticos como de los cartesianos. Al creer que se puede llegar a la verdad divina a partir de conocimientos empíricos, los escolásticos piensan haber alcanzado un conocimiento metafísico de la naturaleza, lo cual es imposible. Transgreden los límites de lo humano desde arriba, por decirlo así. Los cartesianos proceden a la inversa, pues intentan comprender la relación entre lo humano y lo divino a partir de lo humano (transgreden los límites "desde abajo"). Pero su error es básicamente el mismo: "así como Aristóteles se equivocó al tratar la física metafísicamente por medio de potencias y virtudes infinitas, también Descartes se equivocó al tratar la metafísica físicamente, por medio de actos y formas finitas".

    ¿Significa esto, entonces, que el hombre no tiene ninguna forma de acceso a la verdad divina? ¿Está encerrando Vico al hombre dentro de los límites de su propia razón, sin ninguna posibilidad de trascendencia? Una cosa es clara: Vico parte del hecho de la caída original. Como consecuencia del pecado de Adán, el hombre ha perdido irrevocablemente la intimidad con Dios. La pregunta que él mismo se hace es si, a pesar de ello, el hombre puede participar al menos parcialmente en lo divino. La respuesta de Vico es que el hombre tiene una gran capacidad de regeneración a través de conatos, los cuales operan dentro del reino de la certeza al que Dios lo ha limitado.

    El término tardo escolástico "conatus" había sido empleado por Hobbes en De Corpore y en On Human Nature. En esta última, traduce conatus por "endeavor", y algunos traductores de Hobbes al español han puesto "esfuerzo", cuando hubiera sido más claro, me parece, utilizar "conato". Por conato, Hobbes entendía la fuerza que hace que un cuerpo se mueva, aun cuando esté en reposo; es decir, es el origen interno de su propio movimiento. Para Vico —que se inspiró sobre esto más en Leibniz que en Hobbes— los conatos son como el enlace entre los dos mundos: el físico-humano y el metafísico-divino. Son creados por Dios en cada cuerpo como una semilla de eternidad y de verdad, por decirlo de alguna forma. Así como los puntos metafísicos de Leibniz son capaces de producir la extensión aunque ellos mismos no sean extensos, los conatos son las fuerzas que explican que, aunque Dios sea inmóvil, la naturaleza se mueva.

    Los conatos explican también, para Vico, la posibilidad de la libre determinación de los seres humanos. Dios actúa en nosotros en el origen de nuestro movimiento hacia él y hacia la verdad, pero esto no nos quita la libertad, porque el movimiento —el conato— es nuestro, tanto como nuestro cuerpo. Ni determinismo físico hobbesiano, ni determinismo metafísico à la Malebranche, por tanto, sino libertad, como en San Agustín y la tradición cristiana. "Por nosotros mismos somos incapaces de elevarnos al verum que es Dios (…), pero Él ha bajado al reino de la certeza y, a través del conato, nos impulsa a hacia Él".

    A la luz de la teoría de Vico de los conatos —mucho más compleja que este breve esbozo, por supuesto— percibimos por qué Vico era tan opuesto a la filosofía moderna: no tomaba en cuenta la naturaleza debilitada del hombre y, caía en el error en el que ya habían caído los epicúreos y los estoicos: hacer del hombre todas las cosas, o negar por completo su valor y sus capacidades. Al igual que estas dos antiguas escuelas de filosofía, el método moderno produce, tarde o temprano, escepticismo. "Una vez decepcionados por los pobres resultados del nuevo método, [los jóvenes] se apartarán de la vida pública, primero a un cierta soledad estoica, luego a un escepticismo sin esperanza. La huida moderna del certum termina en un escepticismo más desesperado que el de los antiguos, pues las defensas tradicionales del hombre —la religión, la autoridad, la retórica (…)— han sido barridas". Vico considera al escepticismo extremadamente peligroso. Al igual que Leibniz, ve en él "una revolución general que amenaza a Europa".

    ¿Cuáles eran los cargos que Vico levantaba contra el escepticismo moderno? ¿Quiénes eran los acusados? Los acusados eran los epicureístas Gassendi, Locke, Hobbes y Maquiavelo; el estoico Spinoza, y el pirronista Bayle. Aunque, como bien señala Lilla, de la lista anterior sólo Pierre Bayle aceptaría la acusación de ser escéptico, Vico tenía sus razones para acusar a los restantes de fomentar el escepticismo.

    Los cargos o acusaciones que Vico hace a los modernos, de acuerdo a Lilla, se pueden dividir en dos grupos: los de tipo teológico y los de carácter político. Desde el punto de vista teológico, Vico sostiene que los escépticos niegan la providencia divina; que, aunque acepten la existencia de Dios, niegan que, de alguna manera, Él sea Señor de la historia. Al negar la providencia, los escépticos no tienen otra alternativa que tratar el mundo natural como el reino de la total casualidad, o bien como regido por la más absoluta necesidad. Esto conduce a tras errores teológicos: el epicúreo, el estoico y el pirrónico.

    El error epicúreo consiste en creer que la casualidad y la fuerza rigen el mundo, y no la providencia y la justicia. Entre los modernos epicureístas están Maquiavelo y Hobbes. Los estoicos, en contraste, niegan que Dios establezca la relación de causalidad, o bien, ponen a Dios mismo bajo el poder de la necesidad. El panteísmo de Spinoza cae en esta categoría. Los pirrónicos, por último, niegan la presencia de Dios en el mundo (Pierre Bayle caería en este grupo, al sostener que pueden existir sociedades sin religión).

    La segunda objeción teológica que Vico hace al escepticismo moderno se refiere a su materialismo. El escepticismo político trata al hombre pura y simplemente como un cuerpo.

    Quien no comparta el punto de vista teológico de Vico podría alegar que esas objeciones no le conciernen. Eso está claro. Pero tal vez sí le llamen la atención las consecuencias políticas que de ellas se derivan: "una es que el materialista escéptico que niega la providencia se verá también forzado a negar la sociabilidad natural del hombre. Dado que la filosofía política moderna ve al hombre como impulsado por la pasión y no por Dios, a nadie debería sorprender que esa misma pasión lo lance a un mundo de terror hobbesiano que lo instruye en la astucia maquiavélica. Para el escéptico, ‘la sociedad’ es simplemente un producto del mundo, en el cual los individuos persiguen su propio beneficio (al que Vico llama utilitas). El hombre sin Dios o independiente de la razón no puede ser naturalmente un animal social".

    Esta última acusación de Vico contra los escépticos bien puede ser llamada individualismo. Pero la crítica de Vico no termina aquí. Para Vico, la enseñanza más peligrosa de la filosofía política moderna es que no existen el derecho y la justicia en la naturaleza, sino sólo en la opinión. Esto equivale a hacer de la fuerza y la utilidad las fuerzas rectoras de la vida humana.

    Dejando un tanto de lado las críticas de Vico a la ciencia y la filosofía política de su tiempo, intentaré hacer, ya para finalizar, una valoración del significado de Vico para nuestra cultura. En primer lugar, me parece que Guido Fassò acierta al afirmar que "la grandeza de la Ciencia Nueva está (…) en la intuición de que la verdadera realidad es la historia, y que lo individual, en lo que la historia consiste, no es menos verdad que lo universal". El gran error de la modernidad (y aquí incluyo la Ilustración, el racionalismo y el empirismo) consiste en querer encontrar la verdad del hombre en juicios universales y abstractos, y olvidarse del hombre concreto. Muchas décadas después de Vico, los escritores modernistas europeos como Joyce, Kafka, Mann, Musil y Conrad harían precisamente esa crítica a la modernidad filosófica. "El juicio racional —diría Conrad— es lo que derrota al hombre". Es decir, en su intento por encontrar una verdad racional y abstracta que lo salve, los modernos olvidan al hombre real y concreto, que es mucho más que razón pura y voluntad. El problema es que, como sabemos desde Aristóteles, de lo particular no se puede hacer ciencia. Pero tal vez aquí está la clave: que sobre el hombre no cabe hacer ciencia; todo intento de reducir al hombre a las categorías científicas estaría condenado al fracaso, porque sería inevitablemente una reducción. El hombre es siempre mucho más que cualquier ciencia sobre el hombre, porque el hombre es su hacedor.

    El problema que Vico ve en el empirismo y en el racionalismo es, por tanto, el del reduccionismo. "Descartes (…) ha reducido todo el conocimiento «claro y distinto» a lo que la razón humana abarca mediante la deducción a partir de axiomas evidentes, dejando al margen de él las cosas probables y verosímiles (probabilia et verosimilia), es decir, las propiamente humanas; Hobbes, por su parte, ha sometido a idéntica reducción las acciones humanas, al sostener que éstas sólo pueden ser objeto de conocimiento científico en cuanto configuradas como artefactos construidos por el hombre (p. ej., el hombre y el Estado son considerados por esta concepción mecanicista como artefactos)". Consecuencia de esto es que se sacrifica, "en aras de en aras de una cierta exigencia metodológica (mas geometricus), a las cosas que dependen del arbitrio humano". Pero esas cosas que dependen del arbitrio humano (entiéndase, la moral y la política) no deben ser abordadas por la ratio, sino por la prudentia, que es el conocimiento de lo que conviene hacer en cada caso particular. Se equivocan, por tanto, Grocio y Pufendorf con su iusnaturalismo racionalista, al querer partir de una naturaleza humana pura (como decían Suárez y sus seguidores) para "deducir" los principios de la actuación humana correcta. La naturaleza humana pura no existe; sólo existen los hombres, sujetos de su historia.

    A racionalismo y empirismo, por tanto, deberíamos contraponer humanismo, tal como Vico lo encarna. Si las dos tendencias modernas principales se caracterizan por el predominio del método y el consiguiente reduccionismo de la realidad humana, ¿cuál sería el aporte o el rasgo distintivo del humanismo, aquello que lo justificaría en el actual contexto? Me parece que Ernesto Grassi tiene la clave del problema. Francisco José Martín dice que para Grassi, "el problema central del humanismo no es el hombre, sino la cuestión del contexto originario, el horizonte o apertura en que comparecen el hombre y su mundo. Pero la cosa más sorprendente que descubre Grassi es que el pensamiento humanista no trata estos problemas mediante una confrontación lógico-especulativa con la metafísica tradicional, sino que lo lleva a cabo en términos de análisis e interpretaciones del lenguaje —y en modo especial del lenguaje poético". ¿Qué tienen que ver aquí el lenguaje, y en especial, el lenguaje poético? Para Grassi, continúa diciendo Martín, "el humanismo ya no se interroga por la relación lógica entre cosa y pensamiento, o por la verdad lógica de los enunciados filosóficos, sino por el histórico comparecer de la cosa en y por el lenguaje. El lenguaje filosófico no se entiende ya, con los humanistas, como lenguaje racional, sino como lenguaje en el cual y por el cual se produce un «esclarecimiento» (Lichtung)". La discusión filosófica central, para el humanismo, no es "el problema de la verdad lógica como adecuación (adaequatio)", sino "el problema del «emerger» y del «aparecer»", de manera que "en vez del problema de la ratio y del método deductivo, el humanismo se cuestiona por la estructura del ingenium", el ingenio. Mediante el ingenio, cuyo principal producto es la metáfora y la imagen, "somos capaces de remediar incesantemente el desorden y el vacío significativo, creando los nuevos mundos exigidos por las múltiples necesidades o situaciones históricas". El lenguaje ingenioso (pongámoslo en nuestros términos: las novelas, las obras de teatro y el cine), tienen una importantísima "función cognoscitiva, retórica, literaria y moral. Descubriendo las relaciones de semejanza entre las cosas, el hombre ingenioso hace concepto agudo y sutil de aquella realidad nueva que no puede ser deducida racionalmente. En este sentido el lenguaje propio, la imagen y la metáfora no afloran de un pensamiento abstracto, sino que son el presupuesto inevitable de todo discurso que pretenda representar plásticamente el devenir del ser que nos envuelve".

    En conclusión, me atrevo a decir que tenemos por delante un panorama muy prometedor para el humanismo. El antimodernismo de Vico puede convertirse, por ironía de la historia, en nuestro mejor representante en el círculo de los posmodernos.

    Moris Polanco

     Universidad Francisco Marroquín