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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 9)


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En presencia de la tempestad que se desató sobre el país, el Sr. Parra declaró turbado el orden público y al par de me-didas militares, dictó otras de carácter político para procurar la unión de los elementos liberales en presencia de la terrible ame-naza del enemigo común, tradicional.

Obrando con tino político nombró al Dr. Nuñez Gobernador civil y militar del Estado de Bolivar y al General Trujillo, amigo de Nuñez, General en Jefe de las fuerzas nacionales del Cauca.

Los liberales todos con excepción de cuatro o cinco nota-bles que buscaron un puesto en las filas conservadoras, corres-pondieron al llamamiento patriótico del Presidente y formaron resueltamente bajo las banderas del Gobierno para defender la Legitimidad y las Instituciones.

No pretendo hacer en el cuadro estrecho y frívolo de estas Memorias una historia detallada de la revolución de 1876 a 1877, una de las mas sangrientas y populares que han azotado la Repú-blica. Me limitaré a describirá grandes brochazos sus princi-pales sucesos.

El partido conservador, prevalido de la división profunda que había debilitado al partido liberal imperante; suficientemente preparado y armado durante varios años contando con el apoyo de un Gobierno seccional rico y poderoso como era el de An-tioquia y con el apoyo del Clero, que tanto prestigio tiene entre las masas del pueblo colombiano desde los tiempos de la Colonia, se lanzó resueltamente a la revuelta contra el Gobierno al cual ca-lificaba de ateo y quien, según las pastorales de los obispos revo-lucionarios pretendía descatolizar el país y destruir las creencias de los colombianos.

La revolución, como llevo dicho, tuvo su principio en el Es-tado del Cauca, así como las que la habían precedido en 1840, 1851 y 1860.

El General Trujillo, activa y eficazmente ayudado por el Pre-sidente Conto, improvisó un ejército de hombres decididos y par-tidaristas entusiastas. Siendo remoto el temor de una invasión de la capital de los rebeldes de Pasto por la larga distancia y la aspereza de la vía que separa la región del Sur del Centro del Estado en donde se halla radicada Popayán, Trujillo y Conto marcharon al Norte del Valle para detener las fuerzas invasoras de Caucanos y Antioqueños que bien armados y en numero de mas de 6.000, habían invadido el Valle bajo las órdenes de los Generales Enao y Sergio Arboleda (prosador y publicista eximio y valeroso adalid del conservatismo).

Cerca de Buga, en las llanuras de Sonzo, muy próximo al punto en donde tuvo lugar la batalla del Derrumbado en 1860, los caucanos y antioqueños rebeldes atacaron al reducido, pero valeroso ejército del General Trujillo que no contaba en esa ba-talla mas de 3.500 hombres.

El choque en los Chancos fué terrible y sangriento: las masas antioqueñas atacaron a Trujillo con furor extraordinario. Los in-fantes del Gobierno resistieron el empuje con tal denuedo que rechazaron un ejército de casi doble número de combatientes. En esa batalla se distinguieron el impertérito General David Peña, quien comandaba uno de los mejores batallones de Cali y el va-liente entre los valientes, General Tomas Rengifo Comandante del mejor batallón de Palmira.

De estos dos batallones que resistieron en el Centro del campo de batalla al mas violento ataque del enemigo, perecieron las tres cuartas partes de los efectivos. El General Rengifo recibió cinco heridas y perdió tres caballos en el combate. Como las pri-meras heridas no Rieran de gravedad, él continuó combatiendo.

Después de la victoria de Los Chancos, el 31 de Agosto de 1876, Trujillo marchó con su ejército para el Norte del E-stado hasta la frontera de Antioquia.

La marcha de Trujillo por esa extensa y enmarañada re-gión que cierra el Valle del Cauca y da principio a las abruptas serranías de las montañas antioqueñas, fue lenta pero conducida con tal maestría que no se dio un paso que no fuera marcado con una ventaja sobre el enemigo, ni hubo ningún movimiento que no fuera acertado.

Entre tanto, en el Norte de la República, se había puesto en armas el General Guillermo Quintero Calderón, uno de los mas esclarecidos adalides del bando conservador, quien reunía al valor extraordinario y la vasta instrucción, una honradez intachable y un carácter benévolo y verdaderamente republicano.

En Cundinamarca, se formó de nuevo la célebre guerrilla de Guasca, que tanto batalló contra el General Mosquera en 1861.

Al rededor de esta guerrilla, y sirviendo de base, se orga-nizó un ejército rebelde respetable con los valientes habitantes de la Sabana de Bogotá, que han sido por tradición conservadores y siempre dóciles a las influencias de los Señores feudales de las haciendas, y de los Curas parroquiales.

Este ejército estaba comandado por los jefes conservadores,

D. Carlos Urdaneta y Don Manuel Briceño.

También en ese ejército se hallaban como Presidente revo-lucionario de la Confederación y como su primer Secretario, dos hombres eminentes, no solamente considerados en el campo es trecho del partidarismo, sino en el de la República, de la cual fueron honra y prez, por sus talentos, ilustración y probidad: Don Alejandro Posada y Don José Maria Samper, quién, después de haber figurado en altas posiciones como liberal y hasta como ra-dical, había adoptado el "Credo conservador, con la sinceridad y buena fue que fueron el sello de todas sus acciones.

Este ejército llegó a dominar casi toda la parte del Estado de Cundinamarca que forma la hermosa altiplanicie, conocida con el nombre de Sabana de Bogotá, a cuyas puertas llegó varias veces, amenazando seriamente al Gobierno de la República. Recuerdo que alguna vez el Sr. Parra, Presidente de la Unión, fué adver-tido de que suspendiera los paseos que hacía por las tardes hasta los afueras de la ciudad por el lado norte, o sea hasta San Diego, porque había un grupo de guerrilleros conservadores que esta-ban resueltos a apresarlo en ocasión propicia.

Derrotados los Antioqueños en Los Chancos y concentradas sus fuerzas en las provincias limítrofes del Cauca, reorganizaron el ejército aumentaron y armaron sus efectivos y, después de dejar una fuerte guarnición en la posición formidable de Manizales para detener a Trujillo, trasmontaron la Cordillera que separa Antio-quia del Estado del Tolima, con el objeto de hacer una rápida marcha sobre Bogotá para ocupar la capital y derrocar el Gobierno, en combinación con las fuerzas de Cundinamarca.

Este respetable ejército llegó a las llanuras del Tolima como una avalancha al mando del prestigioso y renombrado jefe Don Marceliano Vélez, distinguido hombre público, militar y civil, que mas tarde fué candidato popular para la Presidencia de la Repú-blica.

En presencia de la terrible amenaza que amagaba por el Occidente el Gobierno de la Unión levantó apresuradamente fuerzas considerables en el Norte del Tolima y en la parte del Estado de Cundinamarca que se hallada bajo su dominación y pudo formar el mas numeroso y brillante ejército que bajo, las banderas del Gobierno, batalló en esa revolución.

Este respetable ejército estaba comandado por Acosta y Camargo, los dos Generales mas célebres y prestigiosos con que contaba el Gobierno, después de Trujillo.

El ejército del General Vélez no se atrevió a presentar ba-talla campal al ejército del Gobierno y resolvió abrir fosos y le-vantar trincheras en las llanuras de Garrapata, al pié de la Cor-dillera y cerca de las márgenes del Río Magdalena.

Acosta y Camargo atacaron con impetuosidad y arrojo sin ejemplo en nuestras contiendas civiles, las fuerzas antioqueñas.

Varias veces los batallones del Gobierno llegaron hasta las trincheras, enemigas y en algunas de ellas lograron clavar la ban-dera de la legitimidad; pero diezmados por el fuego de la arti-llería y de la fusilería de los adversarios quienes se mantuvieron firmes en sus parapetos, las fuerzas del Gobierno se vieron obli-gadas a suspender el ataque, después de haber perdido la flor de su oficialidad y a varios jóvenes que habían ido desde Bogotá a acompañar al ejército, llevados por su entusiasmo por la causa del Gobierno.

La batalla de Garrapata quedó indecisa y no puede considerarse como una victoria de ninguno de los beligerantes, si es que se considera únicamente como triunfo el hecho de ocupar el campo de batalla y de poner en fuga al enemigo; pero cuando tiene lugar una impetuosa ofensiva infructuosa y que acarrea mayores pérdidas para el que ataca que para él que se defiende, puede

considerarse el insuceso como un desastre para los ofensores.

Así lo reconoció el General Santos Acosta, Comandante en jefe de Las fuerzas del Gobierno, cuando dirigió al Señor Parra un telegrama en que le anunciaba el rechazo en lenguaje fami-liar y hasta vulgar que yo tuve ocasión de oír en el Palacio con otros varios amigos, cuando fué recibido en la oficina telegráfica particular del Presidente y de cuyos hilos estábamos pendientes con ansiedad para saber el resultado de la gran batalla. Repro-duzco ese despacho, a pesar de su tono confidencial y familiar porque revéla la serenidad y el valor de Acosta después del in-suceso. Decía así:

« Aquileo: escribo este despacho sobre un tambor. Nos han fregado (I) estos maiceros; pero yo estoy trancando y espero salvar el ejército de un desastre. No te preocupes ni un instante porque, a pesar de todo, no dejaré pasar a los de las trincheras que también han quedado muy mal parados « (fdo) Acosta ».

Y con efecto, Acosta y Camargo con su valor, pericia y se-renidad características, evitaron la disolución de sus fuerzas y consiguieron restablecer la moral y la organización del ejército.

Aterrados los invasores por la valentía de las fuerzas del Gobierno, no se atrevieron a salir de las trincheras para atacar las fuerzas diezmadas de Acosta y Camargo, y, como al mismo tiempo, supieron que Trujillo con victorioso ejército se aproximaba a la frontera de Antioquia y amagaba invadir el Estado, el General Vélez resolvió levantar el campo y, desandando el camino recorrido, acudir a defender los hogares sagrados de los antioqueños,

Mucho se censuró al General Vélez esta inesperada retirada. Se dijo entonces que el ínclito Jefe había alcanzado una gran vic-toria pero no la había cobrado. No obstante, yo creo que el Ge-neral Vélez tuvo poderosas razones para ese retrógrado movimiento militar.

Salvado el Gobierno de la Unión por la hecatombe de Gar-rapata? dispuso el Presidente que una división de ese ejército al mando del General Daniel Aldana trasmontara la Cordillera del Quindío y fuera a reforzar el ejército del General Trujillo, el cuál se hallaba ya en la Aldea de María, frente a frente de las trin-cheras que los antioqueños habían levantado en las posiciones de Manizales.

La palabra es mas expresiva; pero también mas vulgar! Por tal ra-zón, la he sustituido por la que está escrita.

El resto del ejército de Garrapata regresó a Cundinamarca

para atacar las guerrillas de ese Estado o mejor dicho el ejército

revolucionario comandado por los Generales Urdaneta, Posada y

Briceño.

La parte principal de ese ejército siguió hacia el norte de la República bajo el mando de Samper y Posada, con el objeto de unirse a las fuerzas de Quintero Calderón y de Canal, dejando en las Serranías de Cundinamarca las guerrillas de los Generales Ur-daneta y Briceño.

En el intervalo de los sucesos militares, a grandes pince-ladas referidos, y de los que posteriormente dieron el triunfo al Gobierno, tuvo lugar un incidente que la Historia debe recoger.

El Congreso nacional se reunió en la fecha señalada por la Constitución o sea el 1º. de febrero de 1877, en plena revolución pues no había tenido aun lugar la batalla de Garrapata ni el General Trujillo había podido llegar hasta la frontera de Antioquia.

Como era natural, las diputaciones conservadoras de Antioquia y Tolima brillaban por su ausencia en estas" sesiones porque la mayor parte de su personal, contando entre éste al Dr. Carlos Holguín, se hallaba en armas en los ejércitos revolucionarios. Con el personal liberal del Congreso, unido estrechamente para defen-der al Gobierno contra el enemigo común, habiéndose borrado toda huella de división entre nuñistas y parristas, había quorum mas que suficiente para que pudiese funcionar el Cuerpo Legislativo.

El Congreso en esa época no se ocupaba en dar leyes ni en ejercer sus funciones ordinarias, sino en colmar de autorizaciones al Gobierno para dominar la gran revuelta y alentar a los com-batientes en la lucha. Era una especie de Convención francesa del 93, de la cual salían las voces de aliento, ó los representantes para llevar a los ejércitos el sentimiento de la defensa y la fé en la victoria.

El Dr. Murillo que ocupaba la Presidencia en el Senado, aprovechando la lentitud de las operaciones militares del General Trujillo en la campaña contra Antioquia, y quizá por un sentimiento de profunda previsión para evitar que todas las victorias del Go-bierno se concentraran en la espada del Caudillo caucano, ami-gó de Nuñez y no del grupo radical que dirigía el mismo Murillo, redactó una Alocución que debía ser firmada por la mayoría del Congreso con el objeto de ofrecer a Antioquia la paz y su au-tonomía y soberanía con la continuación del Gobierno conservador que imperaba en el Estado, desde 1864.

Esta oferta de paz al Estado rebelde, cabeza de la revolución, desagradó a los jóvenes de la Cámara de Representantes, quienes deseábamos el triunfo completo del Gobierno por medio de las armas, la paz por la victoria, y el – aniquilamiento del Gobierno rebelde de Antioquia. Recuerdo que el gran Tribuno liberal eminente en muchos campos y cuyo talento y grande ilustración no fueron reconocidos durante su vida, Dr. Anibal Galindo, comba-tió con su elocuencia habitual el Mensaje de paz del Dr. Murillo, al cual bautizó con el nombre de Pastoral.

No obstante, el prestigio de Murillo y la magia de su estilo hicieron triunfar la célebre Alocución en las Cámaras y adoptada que fué se envió al Gobierno de Antioquia por medio de un co-misionado especial o Correo de gabinete. Esta delicada misión fué encomendada al gallardo y valeroso joven D. Salustiano Villar.

Los sucesos posteriores al triunfo del Gobierno en 1870 generadores de la elección de Trujillo y la siguiente de Nuñez y todo el cortejo de acontecimientos del ciclo de la Regeneración y de la caída del liberalismo demuestran la profunda y clara vi-sión de ese insigne Estadista que no ha tenido par entre las fa-langes del liberalismo colombiano.

Desde 1864, Murillo sostenía que para conservar el partido liberal unido en el Gobierno y al conservador tranquilo en su condición de vencido, era preciso dejar a los adversarios un res-piro político con un Gobierno perfectamente organizado y dirigido por ellos en el Estado de Antioquia. Siempre profetizaba el gran estadista que el día en que los liberales dominaran sin contra-peso en la República, inevitable sería su caída porque, conforme a las leyes de la dinámica política, semejantes a las de la dinámica física, perdería el equilibrio y no podría resistir al empuje del partido conservador unido, y acosado por el dominio absoluto de su adversario. Por otra parte, Murillo temía la elección de Trujillo, amigo de Nuñez, que no era carne de la carne ni hueso de los huesos de la escuela liberal filosófica, de la cual Murillo era desde 1850 el Apóstol y el Doctor.

Casi al mismo tiempo que el comisionado seguía su mar-cha hacia Antioquia. Los acontecimientos militares se precipitaron en la frontera antioqueña. Trujillo, reforzado con las fuerzas de Aldana, resolvió atacar a Manizales. Venció en el Arenillo y, des-pués de un sangriento "combate, triunfó sobre el ejército de An-tioquia y ocupó las famosas trincheras de Manizales, consideradas inexpugnables, las mismas que hablan rechazado a las fuerzas del Gran General Mosquera en 1860.

Los antioqueños valerosos montañeses, celosos guardianes de su terruño, siempre han procurado que el azote de la guerra no llegue al Centro del Estado, e impulsados por ese sentimiento, cuando fueron batidos en Manizales, celebraron una capitulación tan honrosa para los vencidos como gloriosa para los triunfadores.

Esa capitulación firmada por el Gobernador dé Estado, Dr. Silverio Arango, y por el General Trujillo, puso fin a" la guerra en el teatro principal de las operaciones, y el sello a la victoria del Gobierno nacional. Conforme a este Pacto, el Estado de An-tioquia se sometió a la autoridad del Gobierno general, depuso y entregó las armas con la plaza fuerte de Manizales y abrió las puertas del rico y populoso Estado a los Jefes triunfadores.

El General Trujillo por su parte, se comprometió a no exi-gir ninguna responsabilidad a los revolucionarios de Antioquia por la rebelión contra el Gobierno central, a dejar a los oficia-les superiores sus espadas y a dar auxilio pecuniario a los sol-dados para regresar libremente a sus hogares.

El Gobierno del Estado se comprometía también a procurar al Gobierno nacional un millón de pesos como indemnización de guerra, a dimitir la autoridad del Gobernador del Estado para qué el General Trujillo ocupara su puesto como Jefe civil y mi-litar hasta que se reorganizara el Estado sobre otras bases, de acuerdo con las necesidades que había impuesto la guerra y se-llado la victoria.

Por último, se estipuló que los demás grupos de rebeldes que aun existían en armas en otros puntos de la República po-drían someterse a la capitulación de Manizales para disfrutar de los beneficios que ésta otorgaba.

Así terminó en su teatro principal la formidable revolución de 1876 a 1877 el 5 de Abril de este año, nueve meses des-pués de haberse dado el primer grito de rebelión en el Cauca.

Si este – método civilizado y cristiano de dar fin a las guer-ras civiles, por medio del reconocimiento de la beligerancia en los rebeldes y de Tratados de paz con ellos, se hubiese practi-cado en 1861, la revolución no habría sido larga, sangrienta y desastrosa como fué entonces, y habría terminado en sus comien-zos. Pero D. Mariano Ospina Rodríguez tuvo a bien improbar la otra Exponsión de Manizales, de la cual me ha ocupado ya en estas Memorias, dando así pretextos justificativos para la pro-longación de la lucha que fué coronada por la Victoria del li-beralismo y por una gran reacción política.

Si este mismo sistema de terminar las guerras se hubiera adoptado en 1900, como lo pedimos varios liberales pacifistas al Gobierno nacional la terrible, y cruenta guerra de 1899 a 1902 acaso mas encarnizada que todas las anteriores, no habría sido tan fecunda en desastres morales y materiales como lo fué después de un rudo e incesante batallar durante tres años.

Desgraciadamente los Gobernantes conservadores en 1860 y en 1900, no quisieron reconocer el principio que estableció el célebre Código que forma, las instrucciones dadas por Lincoln a sus ejércitos en campaña, durante la guerra de Secesión en los Estados Unidos redactadas por el eminente Profesor Lieffer, que han sido aceptadas como reglas de Derecho internacional u-niversal por todos los países civilizados y son consideradas como uno de los progresos mas importantes del Derecho de Gentes moderno. Desgraciadamente, repito, los gobernantes conserva-dores en esas dos épocas, no quisieron apartarse durante la re-volución de las tradiciones coloniales, ni reconocer la beligerancia de los revolucionarios, a quienes siempre trataron como a rebel-des responsables del delito común de rebelión y a quienes debía imponerse los castigos señalados por el Código Penal.

Firmada la capitulación de Manizales, y ratificada por el Gobierno de la Unión, la mayor parte de las fuerzas federales regresaron a la capital; el ejército caucano volvió al interior de su Estado y el General Trujillo, con una guardia de honor, siguió en marcha pacífica y victoriosa hasta Medellín, capital del Estado de Antioquia, en donde tomó posesión del alto puesto de Jefe civil y militar del Estado por nombramiento del Gobierno na-cional.

Los antioqueños que tenían confianza en el carácter noble levantado y caballeroso del General Trujillo, no tuvieron ningún desengaño durante el Gobierno de este bravo y generoso Caudillo.

A la entrada triunfal de Trujillo a Medellín concurrieron individuos de las dos parcialidades políticas del Estado. Una verdadera ovación fué tributada al benemérito jefe, a quien se ha-blan sometido voluntariamente los vencidos.

Una espada guarnecida de piedras preciosas y con estu-che dorado, y unas charreteras de oro macizo, producto nativo de las minas antioqueñas fueron obsequiadas al General Trujillo por los liberales de Medellín. Y triste, pero honrosa considera-ción para la memoria del General Trujillo, cuando murió este inclito jefe en 1883, esas prendas valiosas estaban «empeñadas» en el Banco de la Unión, de Bogotá, como garantía de una suma de dinero que el General había tenido necesidad de pedir prestada para subvenir a las necesidades urgentes de su familia, después de haber sido Dictador en Antioquia, Recaudador de un millón de pesos, y de haber desempeñado la Presidencia de la República durante dos años! Qué proceder tan diverso del que siguieron otros Mandatarios y otros recaudadores de empréstitos en la época de la Regeneración.

CAPITULO XXI.

Segunda época de la Administración Parra

SUMARIO. La victoria del General Camargo en la Don Juana destruye el último ejército revolucionario y prepara el advenimiento de la paz. – El General Trujillo me llama a su lado para que le sirva de Secre-tario General. – El Presidente. Parra no consiente en que me separe de la Capital y me nombra Secretario del Tesoro y Crédito Nacional. – Crítica situación fiscal de la República después de la guerra. -Amplias y extraordinarias autorizaciones dadas por el Congreso al Po-der Ejecutivo para dominarla. – El Gobierno no hace uso de ellas, con excepción de la de emitir Pagarés del Tesoro. – Combinaciones acertadas con estos documentos de crédito. – Resultados felices de ellas -Interesante correspondencia privada de Parra conmigo para que le adelantase sueldos como a Presidente y negativa de mi Despacho. El General Camargo se encarga de la Presidencia y declara restable-cido el orden público en la República. – Carácter benévolo y conci-liador del Presidente Camargo. – Objeciones a la ley sobre pensiones. – Interesante incidente entre el Presidente Parra y el Dr. Camacho Roldán con motivo de la pretensión que los guerrilleros de Cundina-marca tenían para celebrar un Convenio de paz con el Gobierno. -La paz hace reaccionar rápidamente al País. – Conferencia política de Murillo con el Sr. Parra y sus Secretarios con motivo de la próxima elección de Presidente. – Profunda previsión de Murillo sobre el por-venir del partido liberal. – El Sr. Parra y otros hombres eminentes del liberalismo se deniegan a reformar la Costitución.

Terminada la campaña de Antioquia, quedaban solamente en armas en el mes de Mayo 1877 las fuerzas comandadas por el General Alejandro Posada, quien desde Cundinamarca había seguido para el Norte de la República en compañia del Dr. Samper.

El Gobierno General puso a las órdenes del bravo y acti-vo General Sergio Camargo, parte de las fuerzas federales triunfantes en Manizales, reforzadas con los depósitos que tenían en Bogotá y rápidamente siguieron su marcha en persecución de los revolucionarios del Norte de la República.

Muy pronto el General Camargo dio alcance al ejército rebelde, y en las cercanías de Cúcuta, en un punto denominado La Don Juana, obtuvo una completa victoria que selló definitivamente el triunfo del Gobierno y la terminación de la guerra, porque ya no quedaron en armas sino los guerrilleros de Cundinamarca y un pequeño grupo de rebeldes en la Provincia de Pasto.

Durante todo el período de la Revolución (de Julio de 1876 la Mayo de 1877) permanecí yo en Bogotá ayudando al Gobierno con mi pluma y mi dinero, y aun personalmente, pues en alguna vez hice parte de los batallones de cívicos que se formaron para hacer la guarnición de Bogotá, cuando las necesidades de la guerra exigían el envío a otros lugares de los cuerpos ve-teranos.

Cuando el Congreso se reunió en Febrero de 1877 yo fui sostenedor decidido de la causa de la legitimidad. En esos momen-tos, y aun antes de la capitulación de Manizales recibí el nom-bramiento de Secretario general que el General Trujillo me envió, con el Despacho de Coronel, para continuar a su lado la cam-paña sobre Antioquia pues ese ilustre Jefe me tenía gran de-ferencia personal y se acomodaba mucho como él decía, con mis servicios de Secretario, los cuales conocía, por experiencia, cuando fui su ayudante de campo, siendo yo muy joven (lo cual me pro-porcionó los grados militares hasta el de Teniente Coronel), y mas tarde como Secretario de Gobierno del Estado en 1874.

Cuando yo recibí el honroso nombramiento, quise volar al campamento del General Trujillo para acompañarlo en la cam-paña y, con tal motivo, me dirigí al Palacio Presidencial para pe-dir al Sr. Parra la confirmación de mi nombramiento y las ins-trucciones del caso.

El Señor Parra se manifestó contrariado porque yo aban-donase la Capital y me separara del Congreso. Me suplicó que desistiera del viaje al campamento y me dijo que él escribiría al General Trujillo para justificar mi excusa del nombramiento de Secretario General. Agregó el Sr. Parra que mis servicios eran necesarios en la Capital como representante y que, además, tenía el propósito de nombrarme Ministro ó Secretario, como en-tonces se llamaba, del Tesoro y Crédito nacional, delicado puesto en esos momentos de crisis económica, que él me suplicaba acep-tar para reemplazar al Dr. Nicolás Esguerra, quien se hallaba abrumado por la labor intensa que había tenido durante el período agudo de la guerra.

No pude denegarme a las instancias del Sr. Parra, y en con-secuencia, me excusé de aceptar el nombramiento del General Trujillo para posesionarme algún tiempo después de la Secretaría del Tesoro y Crédito Nacional. Desde entonces abandoné el campo militar para fijarme en el campo meramente civil como mi padre. En los principios de Mayo de 1877, tomé posesión de la Secre-taría del Tesoro, Director de las Finanzas colombianas en mo-mentos en que todo se hallaba trastornado, y el Tesoro público exhausto. Declaro que ocupé con mas temor el puesto civil de Secretario de Estado que si hubiera marchada al campamento del General Trujillo, porque, además de ser un poco extraño a los asuntos económicos que solo conocía por los estudios del Cole-gio alcanzaba a medir la inmensa responsabilidad que iba a pesar sobre mí para reorganizar el ramo de finanzas quebrantado y trastornado por la guerra; pero la voluntad es poderosa cuando se propone conseguir altos fines y la juventud es el mas eficaz y brioso paladín de las nobles ambiciones.

Aun cuando me he propuesto al escribir estas Memorias, no hacer bocetos biográficos ni elogios de los personajes polí-ticos que yo tuve ocasión de conocer de cerca, mientras se ha-llen vivos, no puedo prescindir de tributar un homenaje a mm eminente antecesor en la Secretaría del Tesoro, Dr. Nicolas Esguerra, porque este ilustre patricio reúne a una clara inteligen-cia, una vasta ilustración de jurisconsulto y publicista y una larga y patriótica carrera pública, plena de luz y exenta de manchas.

El Dr. Esguerra prestó señaladísimos servicios a la causa del Gobierno durante el período álgido de la revolución y a él le tocó la parte ruda y cruel de la actuación, como encargado de procurar recursos para el Gobierno por medio de empréstitos for-zosos.

Recuerdo que cuando ocurrí al Despacho del Dr. Esguerra para suplicarle que continuase por algunos días en su puesto de Secretario porque yo deseaba terminar en el Congreso algún pro-yecto de ley importante que había iniciado, me contestó: « No puedo acordarle, mi estimado amigo, ni un plazo de 24 horas, porque estoy desesperado y extremadamente fatigado por la labor que he tenido en la Secretaría. Además la guerra ha terminado militarmente, y la paz no tardará en ser decretada e imperar so-bre el país. Tengo el propósito de fundar una Agencia judicial para reparar con el trabajo privado los quebrantos que en mi escasa hacienda, ha producido el trastorno de la guerra, y estoy

pobre ». Hago este recuerdo de mi noble amigo para demos-trar, con otro hermoso ejemplo, que los liberales de esa época, titulares de los altos puestos administrativos en la década de 1867 a 1877, fueron absolutamente honrados, como administra-dores públicos y que Esguerra, como Pérez, como Trujillo, como Parra y todos sus compañeros, quedó mas pobre después de la guerra, que antes lo estaba, a pesar de haber sido Dictador sin control ninguno del Tesoro nacional y de las finanzas del país.

Estos ejemplos, por desgracia, no han sido siempre segui-dos por todos los hombres públicos, después de la caída del liberalismo.

El Congreso de la República invistió al Gobierno de la Unión de la dictadura fiscal por medio de la ley 11 de 1877, para que pudiese hacer frente a las grandes necesidades econó-micas que imponía el estado de paz, después de una guerra de diez meses.

Conforme a ese acto legislativo, el Gobierno nacional quedó facultado para contratar empréstitos por las cantidades y en las condiciones que a bien tuviera, sin necesidad de aprobación ulterior del Congreso, de vender o hipotecar las rentas y los bienes nacionales como lo creyere conveniente, de establecer impues-tos y reorganizar o modificar los existentes; de emitir papeles de crédito y aun papel moneda sin restricción ninguna; de hacer en suma lo que estimare mas conveniente para dominar la situa-ción, sin limitación alguna.

Para desarrollar esta ley y procurar recursos para el licenciamiento de un numeroso ejército, para restablecer los pagos y servicios administrativos, ordinarios suspendidos por causa de la guerra y para hacer frente a los intereses de la deuda exte-rior e interior y para devolver los empréstitos voluntarios obtenidos durante la revuelta, y todos los demás egresos que supone la convalescencia de un país después de una formidable guerra, no había en el Tesoro ni un centavo, ni siquiera para pagar los mas insignificantes sueldos de los empleados, cuyos emolumen-tos se cubrían por mitad con el dinero proveniente de las salinas de Zipaquirá, y un documento en que se reconocía a deber la otra mitad.

Esta enorme tarea estaba encomendada a las inexpertas manos de un joven que, por primera vez, ocupaba el sillón de un Ministerio de Estado. Cuando el Sr. Parra me tomó el juramento de posesión de la Secretaría, agregó éstas palabras: « Delego en Ud. todas las facultades que en materias fiscales me ha otorgado el Congreso. Queda Ud. constituido en Dictador financiero en tiempo de paz y confío en que su juventud, su buena voluntad y su patriotismo harán milagros para poder dominar la difícil si-tuación económica, creada por el estado de guerra. Yo he logrado, gracias a la valerosa Guardia colombiana, a sus dignos jefes, y a mis colaboradores en el Congreso y en el Gobierno, vencer y dominar la revolución. Cumple a Ud. en la paz vencer y dominar la catástrofe fiscal ».

Alentado por estas nobles palabras del jefe del Estado, entré con entusiasmo a ejercer mis funciones.

Cuando el Sr. Parra se posesionó de la Presidencia de la República, el Tesoro nacional se hallaba exhausto a consecuen-cia de los desórdenes revolucionarios de 1875. Los fondos eran insuficientes para el servicio corriente; las órdenes de pago sin cubrir aumentaban considerablemente la deuda de tesorería. De-bíase al Banco de Bogotá mas de 400.000 pesos con sus inte-reses. Se había suspendido toda empresa de fomento material y aun los remates mensuales de documentos de deuda interior esta-ban paralizados por falta de recursos.

En tan críticas circunstancias sobrevino una de las más formidables revoluciones que registran los tristes anales de nuestras contiendas civiles.

La guerra hizo indirectamente fracasar el empréstito iniciado en Londres por nuestro Ministro Zapata, disminuyó casi hasta su anonadamiento las rentas de aduanas por falta de importaciones; aminoró la de Salinas por la disminución del consumo y por las dificultades del tránsito hacia Bogotá, ocupado por los guerrilleros.

Al mismo tiempo que disminuían las entradas, los gastos aumentaron de un modo extraordinario para comprar armas en el extranjero y levantar un numeroso ejército que no bajó de 30.000 hombres.

En tal situación, el Gobierno tuvo que ocurrir a todos los medios extraordinarios para obtener recursos con que hacer frente a las necesidades urgentes de la guerra. Se aumentó el precio de la sal; se descontaron pagarés de aduana, se emitieron docu-mentos de crédito; se decretaron empréstitos forzosos y volunta-rios y hasta los depósitos judiciales que patrióticamente habían sido consignados en la Tesorería General, fueron incorporados a la Caja Militar.

Por el lado de las economías, fueron suspendidos los pagos de los intereses de las Deudas interior y exterior, suprimidos varios destinos de la lista civil y de instrucción pública, y se pusieron a medio sueldo los empleados indispensables que que-daron subsistentes. No había que vacilar. En el gran trastorno social y político producido por la revolución, la dignidad del Go-bierno, la suerte del País y de las instituciones, estaban fincadas en los campamentos, y a ellos era necesario hacer convergir los esfuerzos todos de la Administración.

En presencia de tan terrible situación económica y abrumado por la responsabilidad que pesaba sobre mis hombros débiles e inexpertos, y con las autorizaciones del Sr. Parra, recogí mm espíritu para meditar sobre los medios que podía escoger para dominar el desastre fiscal, teniendo a la vista las disposiciones de la Ley de 1877 que organizaba como llevo dicho la dictadura financiera del Gobierno.

Nunca pensé en vender ni hipotecar Salinas, ni edificios ni otros bienes nacionales, porque, además de considerarlos como objetos sagrados e intocables, era difícil, sino imposible, la rea-lización de ellos inmediatamente después de la guerra por falta de postores para la compra. Imposible era pensar en conseguir empréstitos en el extranjero después del descrédito producido por la guerra y por la suspensión del servicio de la deuda exterior. La emisión del papel moneda y la alteración de la moneda me-tálica nacional de plata, disminuyendo sus cuotas partes de fino, como se hizo mas tarde por Núñez en 1885, me repugnaba gran-demente porque yo siempre he creído que a esos remedios econó-micos extremos, fuente de trastornos, agio y ruina para unos y de especulaciones ilícitas para otros, no debe llegar un Gobierno cuando pueda buscar medios de vivir en el campo lícito que aconsejan la Ciencia y el patriotismo.

De todas las autorizaciones otorgadas por la ley la única que encontré conveniente para dominar la difícil situación fiscal fué la de emitir documentos de crédito sin interés, en cantidades y términos discretos y pagaderos por los recaudadores de las ren-tas nacionales paulatinamente. Esta medida iniciada ya por mi antecesor Dr. Esguerra, fué desarrollada ampliamente por mí.

Con las debidas precauciones y valiéndonos de la litografía del Sr. Demetrio Paredes, se emitieron los pagarés del Tesoro, a razón de 200.000 pesos por mes, sin interés y admisibles, como dinero sonante en el pago de la mitad de las rentas y contribuciones de la República.

Los Pagarés solventaron la situación. Todos los contribuyentes los solicitaban para obtener la utilidad en sus pagos que procuraba el pequeño descuento que tenían en los mercados bursátiles y que nunca excedió del 5%.

Los Pagarés del Tesoro circulando casi a la par de la moneda, fueron recibidos por las acreedores del Gobierno sin dificultad ninguna, y con ellos se pudo hacer frente a muchas erogaciones, del momento.

Pero como el 50% de las rentas nacionales, pagadero en dinero no era suficiente para cubrir ciertos gastos que debían satisfacerse en moneda metálica, tales como le servi-cio de la deuda exterior, la devolución de depósitos judiciales y las raciones de los soldados y ajustamientos militares para el licenciamiento del ejército, se aumentó en 200.000 pesos men-suales la emisión, para cambiar (voluntariamente se entiende, como era el recibo de dichos documentos) todos los títulos antiguos de Deuda interior como eran la Renta sobre el Tesoro, los Vales de primera y de segunda clase, los Bonos flotantes del 3% y otros papeles de crédito que circulaban desde 1863 y 1864, por Pagarés del Tesoro, mediante dotes en dinero que debían pagar los tenedores de los antiguos títulos al tiempo de hacer la con-versión.

Las dotes en dinero variaban en proporción, según la importancia de los títulos convertibles. Por ejemplo, para convertir la renta sobre el Tesoro (papel noble, ya bastante reducido y que ganaba el interés de 6%, se exigía apenas una dote me-tálica de 25% Los vales de primera y segunda clase y algunos otros similares, requerían el 50% de dote y los bonos flotantes del 3%, papel depreciado y que tenía por único fondo de amor-tización la compra de bienes desamortizados, el 75 % de dote.

Don esta combinación se abrió una fuente de ingresos metálicos al Tesoro, procurando al mismo tiempo la unificación de la deuda interna nacional y la conversión de títulos que ga-naban interés, por un papel que no lo devengaba y que, con su renovación mensual ~a proporción que se iba amortizando en la recaudación de rentas, ofrecía las ventajas que proporciona a los bancos emisores la moneda de papel, sin tener el carácter de for-zosa ni de inconvertible, como el desastroso papel moneda.

Esta sencilla combinación de los Pagarés del Tesoro pro-dujo en 1877 felices resultados.

Provisto el Tesoro de fondos suficientes, tanto, en Pagarés del Tesoro como en moneda metálica, se pudo hacer frente a todos los gastos que demandaba la asendereada situación fiscal de la Nación.

Un mes después de emitidos los pagarés y de comenzada la conversión de títulos antiguos con dotes en dinero, se resta-bleció el servicio de las obras públicas y el de los gastos públicos corrientes; se pagaron en su totalidad los sueldos de los empleados civiles; se devolvieron los empréstitos volun-tarios y los depósitos judiciales recibidos durante la guerra; se pagó el armamento pedido a Nueva York por valor de 100,000 dólares y se cubrieron los alquileres de los vapores del Río Mag-dalena, convertidos en flotilla de guerra.

En esos momentos se presentó a mi Despacho el Sr. Carlos O Leary, agente de los acreedores extranjeros, a solicitar del Gobierno la reanudación del servicio de los intereses de la Deuda exterior suspendidos desde 1875. Ofrecí al Sr.O"Leary estudiar el asunto y darle una respuesta en breve término.

Hice mis cálculos y comprendí que podía muy bien resta-blecer los pagos con las entradas que producían las dotes de di-nero, de que he hablado. Al efecto hice un arreglo, en Junio de 1877, para restablecer el pago puntual de los intereses de la Deuda exterior un mes después del Convenio y prometí pagar los intereses caídos, por medio de cuotas trimestrales y adicionales que comenzarían a cubrirse desde el mes de Octubre de dicho año.

Este esfuerzo que hizo el Gobierno para cubrir los intereses de la Deuda exterior, hallándose aun el país en estado de guerra y con sus finanzas profundamente quebrantadas, tres meses antes de restablecerse el orden público, causó sorpresa en Londres y mereció los mas entusiastas elogios de los financistas y banqueros de Inglaterra como lo hice ver en mi Memoria de 1878, de la cual reproduzco una parte de los conceptos del Sr. Ingalí, cele-bridad financiera inglesa y Presidente del Comité de Tenedores de la Deuda colombiana. En su informe al Secretario del Tesoro dice así:

« 20 Milk Street. E. C. Agosto 21/1877.

Señor: Ha habido muy pocas oportunidades y muy poca inclinación a obrar según el espíritu de la recomendación, contenida es el parágrafo final de la última carta del Sr. Goshen sobre los asun-tos de Egipto; pero yo juzgo que no debe perderse la presente oportunidad de llamar la atención de todos los extranjeros tene-dores de bonos hacia la pronta acción tomada, a pesar de difi-cultades, por los Estados Unidos de Colombia para restablecer su crédito suspendido, aunque no perdido, por la- guerra civil dominante en esa parte de Sur América. El 14 de Abril último el Agente del Comité de Tenedores de bonos colombianos anunció la terminación de la guerra, y, conforme a su deber, manifestó al Gobierno que era el caso de reanudar los pagos mensuales de la Deuda extranjera. Dicho Agente halló al Gobierno, no so-lamente bien dispuesto sino deseoso de acceder a su solicitud, y esto no obstante una grande escasez de recursos. Con efecto, ya el 6 de junio el Agente ha podido anunciar por telégrafo la continuación de los pagos mensuales desde Julio, y el pago de lo atrasado por cuatro porciones trimestrales, a comenzar de Oc-tubre próximo. Hoy por la mañana se ha anunciado el pago de 7500 libras. Esfuerzos como estos, hechos con tal prontitud y bajo circunstancias tan adversas, merecen muy bien ser preconizados no solo para bien del Estado de que proceden, sino como un es-timulo para que los demás Estados, no solamente de Sur América, los sigan e imiten.

« Tal afán por atender a los derechos de los acreedores ex-tranjeros, después de una revolución, es eh mi opinión sin prece-dente en los anales de Sur América. Me causa a la verdad ad-miración y congratulo por ello al país y al representante del Go-bierno de la Reina. La conducta de Colombia en estas circuns-tancias es llamada a cimentar sólidamente su crédito».

Después de licenciado el numeroso ejército federal, se conti-nuó el servicio fiscal corriente con toda regularidad y, mediante una operación muy provechosa que se hizo con el Banco de Bo-gotá, tenedor de una fuerte suma de títulos antiguos de deuda pública que fueron convertidos por pagarés del Tesoro con una fuerte y excepcional dote en dinero equivalente al 80% operación que motivó grandes elogios al Gobierno por lo feliz y acertada y no pocas censuras al Gerente del Banco el Gobierno de la Re-pública quedó completamente desahogado en materias fiscales, equilibrados sus presupuestos y con un sobrante en dinero so-nante de cerca de medio millón de pesos oro, que fué depositado en el mismo Banco de Bogotá a la orden del Gobierno con el interés de 6% anual, como pudiera haberlo hecho un capitalista desahogado. De este depósito podía el Gobierno disponer en su totalidad o en parte cuando a bien tuviese, con derecho a que se le pagaran los intereses de las sumas que retirara, todo lo cual equivalía a tener esa gran "cantidad de dinero en cuenta cor-riente a la orden, que ganaba un interés elevado en vez de pa-garlo por el servicio que prestaba el Banco.

Esta suma la encontró disponible el General Trujillo cuando tomó posesión de la Presidencia de la República, el 15 de Abril de 1878.

Gran satisfacción obtuve al terminar mis labores de Secre-tario del Tesoro y Crédito nacional y presentar al Gobierno, al Congreso y al País la situación floreciente del Tesoro en 1878.

El eminente Dón Miguel Samper, el gran Ciudadano, como lo llamó con tanta justicia el Doctor Martínez Silva, el Centurión del comercio de Bogotá, la primera Gloria de las finanzas colom-binas, dijo, respecto de los felices resultados en materias econó-micas alcanzados por la Administración Parra en el año de paz que siguió a la revolución que rara vez se habían manejado las finanzas con mas acierto y habilidad y que esa época (en la cual por una reacción natural renacieron los negocios y el cambio con el Exterior se puso con descuento a favor de Colombia) podía llamarse la edad de oro y del oro de la República », como la había calificado ya el eximio escritor y patriota ilustre, Dr. José C. Borda.

El General Trujillo y sus cuatro Secretarios Señores Zaldúa, Nuñez, Camacho Roldán y Hurtado, hablaron con elogio de la administración fiscal del Gobierno del Sr. Parra después de la revolución en el Mensaje colectivo que dirigieron al Congreso.

Excúseme el lector estos recuerdos de carácter personal, que no hago por un sentimiento de vanidad, aun cuando fuere le-gítimo, sino como una cláusula de mi testamento político para mis nietos.

Durante el período de paz del Gobierno de Parra, tuvieron lugar algunos incidentes o anécdotas, que merecen recogerse en este libro.

En el mes de Mayo de 1877, poco después de que yo funcio-naba como Secretario del Tesoro y Crédito Nacional, el Sr. Parra pidió a la Corte Suprema licencia para separarse del ejercicio de la Presidencia con el fin de restablecer su salud, quebrantada por las faenas de la revolución.

En víspera de ausentarse para su hacienda de San Vicente, nos cruzamos las siguientes cartas:

Casa de Ud., Mayo 14 de 1877, Mi apreciado Doctor Quijano:

Dentro de pocos días me iré para San Vicente, para tratar de aliviar de estos achaques que algo me preocupan y me mortifi-can mucho, pero ha de saber que estoy incóngruo porque los tées de Palacio y otros gastillos extraordinarios durante la guerra me han llenado de pequeñas cuitas de que deseo salir antes de irme.

Vea Ud. si es posible, ya que en tan pocos días está sacando a flote nuestro flaco tesoro, que se me pague el medio sueldo pendiente del mes pasado y se me anticipe los de dos meses más, con el descuento corriente en el Banco de Bogotá. Yo le daré garantías suficientes para la devolución del dinero en casó de que, por algún acontecimiento imprevisto, no pueda devengar la anticipación con el desempeño de mi destino.

Suyo. afmo. amigo

AQUILEO PARRA.

CONTESTACIÓN.

Mayo 15 de 1877.

Señor Dr. Aquileo Parra. Presente.

Mi respetado amigo:

Contesto su apreciable de ayer que anoche recibí. Conforme a disposiciones expresas del Código fiscal (Capítulo V. Departa-mento del Tesoro) no se puede hacer anticipaciones de sueldos, con descuento o sin él, a los empleados públicos. Así, pues no me es posible complacer a Ud. respecto de lo que me pide en su carta. Pero yo le ofrezco mi firma particular para obtener en préstamo el dinero que necesita en el Banco de Bogotá (¡).

Su respetuoso amigo y servidor.

J. M. QUIJANO W.

El Dr. Parra llevó su delicadeza hasta no aceptar mi firma por ser yo su Secretario del Tesoro y obtuvo un préstamo de 2.000 pesos en el Banco, con la firma del Dr. Jósé Ignacio Escobar.

Parra entonces era Dictador por gracia del artículo 91de la Constitución, y el orden público no estaba restablecido. O tem-pra. O mores!

El Señor Parra se separó de la Presidencia durante tres meses para descansar de las fatigas de la guerra en su pequeña propiedad de San Vicente y, en consecuencia, se posesionó de la Presidencia como primer Designado el General Sergio Camargo, quien desempeñó el alto puesto, de Mayo a Agosto.

En este corto período, el gallardo y valeroso General dio expansión a sus sentimientos generosos, procurando cerrar las he-ridas causadas en el país por la guerra y tratando a los venci-dos como a colombianos extraviados, que no a rebeldes criminales.

Esta correspondencia aparece también publicada en el Prólogo del Dr. Esguerra. No la he suprimido en este Capítulo por no dislocar la paginación ni alterar el orden y continuidad de la obra.

En los salones del Palacio Presidencial se veían departir familiarmente a los Generales Urdaneta y Briceño con el Jefe de la República, como si no hubieran mediado hechos de armas entre vencedores y vencidos. El Presidente llevó su magnanimidad hasta devolver las pensiones a Jefes rebeldes que las habían perdido, en virtud de la ley por su carácter de revolucionarios.

En mi calidad de Secretario del Tesoro, a cuyo Despacho estaba adscrito el ramo de pensiones, me fué grato colaborar con el General Camargo en esos actos de clemencia, que honran siem-pre a los vencedores que no abusan de la victoria.

También tuve la satisfacción de devolver en esa época las propiedades embargadas, como medio coercitivo para el pago de empréstitos forzosos, a los Sres. José M. Portocarrero, Vicente Ortiz Duran, Bartolomé Chaves y otros respetables conservadores.

Recuerdo también otro incidente que merece mención especial. La nueva ley sobre pensiones dispuso que solo tenían de-recho a esta gracia del Tesoro público, los hijos legítimos de los individuos que hubieran muerto en los campos de batalla en de-fensa del Gobierno y como no se reconocía entonces como legí-timos sino a los que hubieren nacido de matrimonio civil, único legal, porque el eclesiástico estaba repudiado por la Constitu-ción, de esa ley se derivaba la enorme injusticia de privar de la gracia de la pensión a los hijos de padres que se hubieren casado conforme a los ritos de la Iglesia católica, la cual era la práctica general seguida para la unión matrimonial en un país eminentemente católico como es Colombia. Hice presente al Ge-neral Camargo la injusticia que entrañaba la disposición de la nueva ley sobre pensiones, y le propuse que dirigiéramos un Men-saje al Congreso, con objeciones, para solicitar una reforma en el sentido de hacer extensiva la pensión a los hijos del matri-monio eclesiástico, aunque no hubiera sido ratificado ante las au-toridades civiles. El General acogió mi insinuación con el entu-siasmo con que siempre apoyaba todo lo que era noble y ge-neroso.

El Congreso asintió a esa reforma en virtud del Mensaje que firmó el Presidente Camargo.

Sirva esta acción buena para atemperar la falta que yo había cometido como miembro de la Cámara de representantes, llevado de la pasión política, al apoyar y votar el inicuo Acto legislativo en virtud del cual fueron desterrados los Obispos de Antioquia, Medellín, Pasto y Popayán por su participación en la revolución.

Los miembros del Congreso que tal ley dictamos, incurri-mos en violación de la Constitución, en desconocimiento ab-soluto de las doctrinas liberales y en un acto contrario a todo principio de buen gobierno y de buena distribución en los Pode-res públicos, al convertir el Cuerpo legislativo, cuya misión única es la de dictar leyes o reglas para la administración de los asun-tos públicos, en Tribunal militar para castigar a individuos revo-lucionarios, por métodos excepcionales, sin estar los responsables presentes y sin oírlos ni vencerlos en juicio. Cuán cierto es que la pasión política produce una especie de embriaguez en el espíritu mejor equilibrado, y de extravío de los criterios mas sólidos.

Como una manifestación de mi sinceridad en reconocer la falta en que incurrí con mis compañeros, en 1877, al dictar esa ley sentencia, hago este recuerdo en forma de confesión expiatoria.

Antes de separarse de la Presidencia el Señor Parra, tuvie-ron lugar dos incidentes que vienen a mi memoria, y los cuales honran a los personajes que a ellos se refieren.

Después de la Capitulación de Manizales el pequeño ejér-cito del General Quintero Calderón y los revolucionarios de Pasto se acogieron a la expresada Capitulación y depusieron las armas no quedando en pié, como los últimos rebeldes, sino las fuerzas comandadas por los Generales Urdaneta y Briceño en las serranías que contornan la Sabana de Bogotá.

Dichos jefes, altivos y valientes no quisieron someterse lisa y llanamente a la Capitulación de Manizales para completar la pacificación del País, sino que pretendieron ser reconocidos como beligerantes para celebrar un Convenio de paz separado con el Gobierno de la República. Al efecto se entendieron privadamente con el Sr. Dr. Salvador Camacho Roldán (hombre siempre rebosante de sentimientos generosos, nobles y benévolos) para que sirviese de intermediario con el Gobierno de la Nación.

El Dr. Camacho aceptó con entusiasmo, (puesto que se tra-taba de un acto pacifista), la comisión de los jefes revoluciona-rios e inmediatamente pidió una audiencia al Sr. Parra, con el objeto de que, reunido en Consejo con sus cuatro Secretarios (Ge-nerales Salgar y Acosta, Don Luis Bernal y yo) oyésemos las Pro-posiciones que iba a hacer en nombre de Urdaneta y Briceño.

Reunidos a las 7 de la noche en la sala de Despacho del Palacio Presidencial, el ujier de servicio anunció la llegada del Dr. Camacho Roldán.

Introducido al Despacho el Dr. Camacho, quien iba con ves-tido de etiqueta (frac y corbata blanca) porque él era celoso observador de las prácticas sociales de los Centros civilizados, saludó a los miembros del Gobierno como Plenipotenciario del Comandante General del ejército revolucionario de Occidente y propuso, en nombre de éste, al Gobierno un Convenio de paz, en los términos del que había celebrado el General Trujillo con el Gobernador del Estado de Antioquia.

A pesar de la intimidad personal y de la camaradería po-lítica que tanto al Sr. Parra como a sus Secretarios, nos ligaban al Dr. Camacho, éste en su actitud, en sus gestos y en su len-guaje asumió el carácter de Enviado diplomático para tratar un asunto de alta importancia, con el fin sin duda de obtener mas fácilmente el resultado que esperaba, dando a su actuación la mayor solemnidad posible. El Señor Parra contestó, con aire so-carrón y al mismo tiempo serio, las palabras siguientes:

Señor Plenipotenciario de los jefes del ejército revolucionario de Occidente: El Gobierno de la República reconoció la belige-rancia de Antioquia e hizo un Tratado de Paz con ésta porque trataba con un Gobierno constituido y organizado de Estado so-berano; pero no puede hacer lo mismo con el grupo de rebeldes que quedan en armas en los páramos de Cundinamarca.

– Entonces qué debo contestar a mis poderdantes? preguntó el Doctor Camacho.

– Que se sometan a la Capitulación de Manizales y de-pongan las armas. Así disfrutarán de los beneficios derivados de aquel Pacto, contestó el Presidente.

– Pero no es mejor, Señor Presidente pacificar el país por el medio expedito y generoso que yo propongo, apartándonos de las fórmulas y de la etiqueta oficial, para conseguir el mismo fin? insistió Camacho.

– En el desempeño de las funciones oficiales, las fórmulas son indispensables, y la Constitución y las leyes no son otra cosa que fórmulas o formas fijadas por el Legislador para el cum-plimiento de los deberes de los Jefes de un Estado, y el Go-bierno no puede acceder a lo que solicitan los revolucionarios de Cundinamarca, sin faltar a las obligaciones que tiene como Presidente de la República y sin comprometer la autoridad del Puesto, dijo Parra.

¿Y qué hará el Gobierno en caso de no tratar con los revolucionarios, y de que éstos no se acojan a la Capitulación de Manizales ni depongan las armas? repuso Camacho.

– Los declarará cuadrillas de malhechores y los hará perseguir y exterminar por la Guardia colombiana, contestó Parra con firmeza.

– Señor Presidente (replicó el Dr. Camacho con tono aira-do y poniéndose de pié), mas vale una gota de sangre colom-biano inútilmente derramada que un tonel de orgullo burocrático.

– Mas respetable es un átomo de la dignidad del Gobierno de la República, que todas las pretensiones y el orgullo de los guerrilleros de Guasca, dijo Parra, también de pié, pero con actitud tranquila.

No pudiendo soportar la contrariedad, el Dr. Camacho aban-donó las fórmulas diplomáticas y, asumiendo el tratamiento fami-liar que llevaba siempre con su amigo el Dr. Parra, pronuncio con gesto enojado y agregando a las frases una señal con la mano derecha, como para denotar la pequeña talla de un sujeto, estas palabras:

– Aquileo, Aquileo, te veo tan chiquitico así.

– Salvador, Salvador, contestó Parra levantando la mano cuanto le permitía su brazo, te veo tan godo así (el nombre po-pular que entonces tenían entre los liberales los conservadores era el de godos, aludiendo a las tradiciones coloniales de España).

El Doctor Camacho tomó su sombrero, saludó ceremoniosa-mente y se retiró.

Así terminó esta célebre conferencia que había empezado con todas las – ceremonias de una entrevista diplomática, y termi-naba con un gesto enteramente familiar y democrático.

Los revolucionarios de Cundinamarca se sometieron a la Capitulación de Manizales, gozaron de los beneficios de ésta y volvieron tranquilamente a sus hogares. Como dejo dicho Briceño y Urdaneta concurrieron al Palacio Presidencial de la Re-pública a departir amistosamente con el General Camargo.

Aun cuando no se había declarado oficialmente restablecido el orden público porque se esperaba la completa pacificación del país y el licenciamiento del ejército, la paz se impuso como por encanto en toda la Nación. En la misma capital apareció un pe-riódico contra el Gobierno con caricaturas y sangrientas ironías enderazadas a los jefes de la Administración, debidos al lápiz del artista espiritual, caballero de sangre y de porte, gallardo y sim-pático sin igual Don Alberto Urdaneta hermano del General Carlos Urdaneta, Comandante de las fuerzas revolucionarias de Cundinamarca.

Los liberales exaltados se irritaron porque un grupo de conservadores se permitiera insultar al Presidente de la República, cuando aun no se hallaban completamente apagados los restos del incendio en que la revolución había sumido la República, y. en un día aciago, atropellaron la imprenta de Urdaneta, rompie-ron los tipos y suspendieron violentamente el periódico que lla-maban el « Mochuelo » aludiendo al nombre popular con que se había bautizado a las aguerridas partidas revolucionarias de Cun-dinamarca.

Yo siempre he condenado estas medidas violentas que han tenido lugar en Bogotá, y en otros puntos de la República, contra los periódicos, a los cuales debe oponerse otros periódicos para combatir las ideas que ellos contienen, y no a los pasivos tipos de prensa por medio de los cuales se publican. Profanación es llevar el tumulto y la agresión hasta los lugares sagrados, y la imprenta es el Templo de la Idea.

El General Camargo declaró restablecido el orden público el 7 de Agosto 1877 para conmemorar con este acto la célebre batalla de Boyacá en 1819.

Con motivo de la declaratoria del restablecimiento del orden público, decretada por un Jefe militar y no por el Presidente Dr. Parra, hombre civil, circuló el siguiente cuarteto en una hoja vo-lante, que se llamaba « Apéndice al Mochuelo».

« En Colombia que es la tierra

De los hechos singulares,

Dan la paz los militares

Y los civiles dan guerra ».

Cuando un profesional de la política y de la guerra, de esos desheredados de la fortuna y del trabajo, de esos parásitos que levanta el huracán de las revoluciones, leía el decreto de decla-ratoria del restablecimiento del orden público en una de las es-quinas de las calles de Bogotá, no pudo contenerse y exclamó;

« Ya viene la paz con todos sus horrores ».

La Administración Parra continuó tranquilamente tratando de restañar las heridas de la nación y de reparar los desastres causados por la guerra, durante los meses que siguieron al res-tablecimiento del orden público, con el ejercicio de un gobierno netamente republicano y patriota.

La opinión general designaba como sucesor al General Julian Trujillo, el jefe invicto que había pacificado la República, con sus gloriosos hechos de armas en Los Chancos, Arenillo y Manizales, y con este motivo tuvo lugar el incidente que paso a referir y que demuestra la perspicacia política del Dr. Murrillo.

Los miembros del Gobierno del Sr. Parra teníamos la cos-tumbre de despachar reunidos todos los asuntos administrativos que cursaban en las cuatro Secretarías del Estado. La mañana la destinábamos a dar curso en nuestros respectivos despachos a los asuntos de nuestro Departamento con los Jefes de Secciones. A las 2:30 nos juntábamos en la Sala de Despacho del Palacio de San Carlos y, por turno y colectivamente, dábamos evasión a todos los negocios que así eran consultados y resueltos en Con-sejo de Gobierno, como se practica en la Confederación Suiza.

Reunidos alguna tarde del mes de Mayo, antes de ausentarse el Sr. Parra, el oficial de órdenes del Presidente anunció la vi-sita del Dr. Murillo.

La alta posición política de este Jefe incontestado del Libe-ralismo, le abría todas las puertas de las Oficinas del Gobierno y el jefe de la guardia tenía instrucciones de introducir al Doctor Murillo a cualquiera hora en que se presentara en el Palacio Pre-sidencial, aunque fuera en el momento en que el Presidente, en unión de sus Secretarios o Ministros, se ocupaba, a puerta ce-rrada, de despachar los asuntos públicos.

Al oír el nombre del Dr. Murillo suspendimos la discusión del asunto en que nos ocupábamos y después de recibir con todo el respeto debido al gran Doctor liberal, se entabló entre el Pre-sidente Parra y el Dr. Murillo, el diálogo siguiente:

« Seré breve, dijo Murillo, para tratar el asunto importante que me ha impulsado a interrumpir vuestras altas funciones ofi-ciales en esta hora, que he escogido expresamente para poder con-versar con el Presidente y sus dignos Secretarios, He oído decir, Señor Presidente, que el Gobierno ha acogido y apoya la candi-datura del General Trujillo para la Presidencia en el próximo pe-ríodo. No puedo creerlo porque con la elección de ese Caudillo, mos-querista y nuñista, terminará la dominación liberal en la República.

Señor Doctor Murillo, contestó Parra, el Gobierno no ha acogido, ni apoya, ni combate la candidatura Trujillo, ni otra alguna, porque su deber constitucional y la moral política le prohiben perturbar la acción popular en materia tan delicada, y no le per-miten proteger ningún candidato.

Esas son buenas palabras, dijo Murillo, para el editorial de un periódico político, pero no cumplen a un hombre de Estado ni menos al Presidente de la República" en las actuales críticas cir-cunstancias.

El Presidente de la República, replicó Parra, es el jefe de los colombianos y no de una parcialidad política.

Frases hermosas pero vacías de sentido en la práctica de la política, repitió Murillo. El Presidente ocupa el dosel presiden-cial por el voto exclusivo de los liberales y no por el de los ad-versarios. Antes que Presidente, era figura del liberalismo. Así es, que su primer deber es cuidar de los intereses del partido que lo ha exaltado al Poder, y ser leal con sus copartidarios, sin perjuicio de proteger después los derechos y dar garantía a todos los ciuda-danos colombianos, inclusive los rebeldes.

– ¿ Y porqué crée el Señor Dr. Murillo, dijo el Presidente, que la elección del General Trujillo lesiona los intereses y el dominio del liberalismo, después de que ha alcanzado una victoria completa contra los rebeldes del conservatismo?

– Por la sencilla razón de que el liberalismo triunfante y dominando el país sin contrapeso ninguno, se dividirá forzosamente, perderá el equilibrio y caerá, si el elegido no es individuo de nuestra escuela filosófica y radical para sostenerlo. Si el General Trujillo es elegido repudiará los elementos que no le son afines; se rodeará del antiguo mosquerismo y de los adversarios a los Gobiernos radical que surgieron y han dominado en el país después de la caída de Mosquera en 1867, o sea durante la dé-cada que termina precisamente en este mes. Detrás de Trujillo vendrá Nuñez, y detrás de Nuñez los conservadores. Y una vez que los conservadores se adueñen del poder por la defección de Nuñez, a quien perpetuarán en el Gobierno, apoyados por el clero que domina sin contrapeso en la República y a quien siguen cie-gamente las masas analfabetas de Colombia, todas las conquistas del liberalismo en el decurso de yente y cinco años serán borradas de nuestras instituciones; los sacrificios consumados y la sangre derramada de 186o a 1863, y de 1876 a 1877, habrán sido inútiles y estériles; la reacción caótica del absolutismo colombiano, apoyado principalmente en el fanatismo religioso, estenderá las sombras de una noche infinita sobre la República.

El gran Tribuno pronunció estas palabras con voz entre-cortada por la emoción y con tono de profunda convicción, de tal manera que todos los que lo escuchábamos quedamos im-presionados.

– Yo espero que tan lúgubres presentimientos, contestó Parra, no se realicen. El partido liberal se ha unido cordialmente para luchar contra el tradicional enemigo. El General Trujillo ha sido Agente leal del Gobierno. No puedo creer que él pretenda desunir a los liberales después de que sea elegido con el voto de todos.

El Gobierno, después de haber vencido a los conservadores, no puede entrar en campaña contra los liberales. En el corto pe-ríodo de administración» que le queda, tiene que prestar su aten-ción a las grandes necesidades del país para que pueda convalecer de los desastres de la guerra. Por otra parte, el General Trujillo está elegido por la Victoria y no le falta para llegar al do-sel presidencial sino el trascurso de diez meses y la fórmula de la votación. Cómo podríamos impedir su elección?

– De la manera mas sencilla, contestó Murillo. Enviar al General Trujillo a que complete la pacificación del Sur del Cauca. Nombrar al General Acosta que está aquí presente, y que es carne de nuestra carne, hueso de nuestros huesos, Jefe civil y mi-litar de Antioquia y entregarle el ejército. Yo proclamaré su can-didatura, y yo respondo de la elección.

– No es posible esta combinación, dijo Parra, porque una de las condiciones para la Capitulación de Manizales es el nombra-miento del General Trujillo para Gobernador de Antioquia, y porque estoy yo persuadido de que si se combate la candidatura del Ge-neral Trujillo, puede sobrevenir la guerra entre los liberales. Por lo demás, el Sr. Dr. Murillo puede emprender los trabajos elec-torales que a bien tenga, combatir la candidatura del General Trujillo y apoyar la que merezca sus simpatías.

  • Sin el concurso oficial no se puede impedir la elec-ción de Trujillo y sus funestas e incalculables consecuencias, Así es que si el Gobierno resuelve estar pasivo en la próxima elec-ción, abrigo la convicción de que ésta será la última Administra-ción liberal de Colombia y de que, una vez adueñados del Go-bierno los conservadores, no habrá poder humano que pueda de-salojarlos de él. Después de los hosanas que con júbilo hemos entonado a las victorias del liberalismo en la guerra que ha ter-minado, preparémonos para entonar los De Profundis sobre su tumba. Cuanto a mí, me hallo, con mi salud quebrantada y en la noche de la vida, al borde del sepulcro, y mi próximo entierro me evitará asistir al de la Escuela política que tanto he amado, que tantas glorias y libertades ha dado a la Patria y a la cual he consagrado todas mis facultades y los esfuerzos todos de mi vi da. Pronto sucumbiré, pero juntamente con la bandera que juré desde niño.

Casi con lágrimas en los ojos. el gran Apóstol se puso de pié, tomó su sombrero y haciendo una reverencia a todos los del gobierno se ausentó con paso vacilante y semblante mor-tecino.

Tres años después, Murillo se hundía en la tumba entre un nimbo de gloria, y Nuñez se posesionaba de la Presidencia, izan-do la bandera de la reacción y pronunciando una magistral oración ante el cadáver del gran repúblico, quien cumplía así su deseo de no presenciar la caída del liberalismo.

El lector colombiano que conoce nuestra Historia política contemporánea, podrá apreciar el valor de las palabras proféticas de Murillo. Garantizo sobre mi palabra la autenticidad de mi narración.

Y en compensación de la triste relación que acabo de hacer, vaya otra anécdota jocosa relacionada con el mismo Dr. Murillo y que revela el espiritualismo, beaumarchiano que a veces mani-festaba con suma sencillez el General Acosta.

En alguna otra ocasión, Murillo solicitó del Presidente y de sus Ministros, una contribución para publicar la traducción que había hecho de una obra de Drapper, profesor de Historia en la Universidad de Nueva York.

Esta interesante obra contiene una generalización histórica, condensada y sintética, sobre los orígenes y desarrollo del Cristianismo. Describe con hermoso estilo las labores de los cristia-nos en las catacumbas, las predicaciones de los apóstoles y las virtudes sencillas y primitivas que distinguieron á aquellos durante los tres primeros siglos, así como el valor y la resignación con que sobrellevaron las persecuciones y sufrieron los martirios. Pretende demostrar el Autor que desde que Constantino, en el siglo IV, para pagar los servicios que los cristianos le prestaron en su lucha contra Magencio, convirtió la sencilla Iglesia y la su-blime doctrina fundadas por Cristo en Iglesia oficial con todos los beneficios terrestres que le proporcionaba el patrocinio del Em-perador y de su Corte, el Cristianismo, erigido en entidad impe-rialista, entró en conflictos con la Ciencia. De ahí el nombre de la obra, cuyo título es: Conflictos entre la Ciencia y la Religión ».

Cuando el Dr. Murillo solicitó nuestro apoyo para la publi-cación de esa obra que quería repartir gratuitamente a las Es-cuelas oficiales para quitar, como decía, las telarañas a las inteli-gencias de los niños en ciertas materias históricas, el General A-costa estaba ausente del Despacho.

El Sr. Parra y los tres Secretarios que estábamos presentes ofrecimos nuestras suscripciones. Y, al tiempo de levantarse el Dr. Murillo para despedirse, después de habernos dado las gra-cias, entró al Salón el General Acosta.

– Y Ud. General le dijo Murillo, con cuanto se suscri-be para publicar esta obra de Drapper, que es interesante y respecto de la cual he escrito un prólogo? (por cierto ma-gistral).

– Qué obra, Doctor?, preguntó Acosta.

– Los Conflictos entre la Ciencia y la Religión, contestó Murillo.

Yo, con nada, Doctor, replicó Acosta, porque jamas he te-nido que hacer ni con la una, ni con la otra.

Terminaré este capítulo haciendo constar que alguna vez en Consejo de Gobierno, propuse a mis colegas que en uso de las facultades dictatoriales que otorgaba el articulo 91 de la Consti-tución para el estado de guerra, decretase el Gobierno la convo-catoria de una Convención nacional para que reformase la Consti-tución, conforme a las necesidades del país, ya que era imposible hacerlo por los trámites fijados por la misma constitución, la cual se dijo entonces con mucho esprit, que estaba atrancada por den-tro. Me fundaba en que así podrían evitarse una reacción total contra las instituciones liberales y las constantes revueltas de las Secciones por carencia de facultades del Gobierno nacional para intervenir en las luchas de los Estados, y con el objeto tam-bién de avigorar el Poder Central y recortar las ilimitadas libertades y otros defectos que contenía el Código de Río Negro.

El Sr. Parra, poco inclinado a tocar el libro sagrado, a cuya expedición había contribuido como convencional de Río Negro, no manifestó entusiasmo por la reforma. No obstante por complacer al General Salgar, quien estaba de acuerdo en la misma idea, convocó a vatios personajes del liberalismo, entre los cuales recuerdo a los Drs. Santiago y Felipe Pérez, Gil Colunje, Jacobo Sánchez y Francisco Eustaquio Alvarez, para consultarles nuestros proyectos.

Después de una larga discusión, en la cual manifestaron su asentimiento a la reforma los Sres. Pérez, especialmente Don Felipe, la mayoría de los concurrentes, se pronunció por la nega-tiva, y mi proyecto fracasó. Esto debe constar en las actas del Consejo de Ministros que diariamente se escribían en esa época-.

Tal vez si se hubiera anticipado la reforma de la Consti-tución por iniciativa del Gobierno liberal, la gran reacción intentada por Nuñez no se habría consumado.

CAPITULO XXII.

Manuel Murillo

SUMARIO. – Boceto biográfico de este gran Repúblico. – Su origen humilde y pobre. – Sus primeras labores políticas. – Como Secretario o Ministro del General López lleva a cabo grandes reformas políticas. – En 1864 es elegido Presidente de la República para suceder a Mosquera. – Murillo dirige todos sus esfuerzos a devolver el reposo a la República. – Reconoce el Gobierno conservador del Estado So-berano de Antioquia. – Principales actos de la primera Administración Murillo. – Durante otro Gobierno de Mosquera, Murillo es perseguido por este Caudillo. – Segunda Administración Murillo. – Célebre res-puesta que da al General Mosquera, Gobernador del Cauca con motivo de las Pastorales del Obispo de Pasto. – Misión diplomática de Mu-rillo a Venezuela. – Retiro de Murillo de la vida pública. – Su enfermedad y su muerte. -Dedico especialmente este capitulo a hacer un boceto bio-gráfico del gran Repúblico, en cuya tumba se hundió también el partido político de quien fué Apostol y Jefe esclarecido.

Murillo fué entre los liberales de Colombia la figura mas distinguida, después de Santander, y en la época moderna la mas alta entre sus correligionarios.

Alto, seco, delgado, de color cetrino, ojos verdosos, cabellos lacios y cara demacrada, Murillo parecía ser a primera vista un cenobita o un filósofo de la antigua Grecia pero examinándolos con atención se descubría en los rasgos de su fisonomía fatigada al Estadista de hondo pensamiento y de grandes concepciones.

Con algunos de los datos escritos por el Dr. Teodoro Valen-zuela, discípulo, amigo y admirador de Murillo, paso a hacer a grandes pinceladas la historia de su vida.

El 15 de Enero de 1916 nació Murillo en el pueblo de El Chaparral, Estado del Tolima, en el seno de una familia humilde y pobre.

Protegido por el Dr. Nicolas Ramirez, Cura de Ortega, hizo

sus primeros estudios en el Colegio de San Simón de Ibagué. Su familia hito sacrificios pecuniarios en su modesto haber para enviar al jóven a continuar sus estudios en la Capital, en donde, gracias a la protección que le prestaron el Dr. Francisco

M. Quijano .y Don Lino de Pombo (el afamado Ministro de Relaciones Exteriores), pudo concluir su carrera profesional de abogado, recibiendo el correspondiente diploma y titulo en 1836.

El Foro, no era profesión apropiada para los talentos y las ambiciones del futuro estadista. Carecía de locuacidad, y su pa-labra vacilante lo hacía inepto para los estrados de los Tribunales. A fuerza de estudio y de labor, Murillo pudo adquirir mas tarde las grandes dotes de orador que le dieron tantos triunfos en las luchas parlamentarias.

Siendo joven pobre, el nuevo abogado buscó como medio de subsistencia los empleos públicos, y fué oficial mayor de la Se-cretaría de la Cámara de Representantes de 1837 a 1840. Mas tarde fué Secretario General del malogrado Vezga, en la insur-rección de la antigua provincia de Mariquita.

« Antes de ser revolucionario en el campo de batalla había hecho sus estrenos por la prensa. Un opúsculo sobre la Admi-nistración del Dr. Márquez, que mereció el honor de ser atribuido a Santander, jefe de la oposición y hábil polemista político y va-rios artículos insertos en « La Bandera Nacional » y « El Cor-reo », fueron las primicias del talento de Murillo como escritor. Aquellos" primeros trabajos fijaron la atención del mismo Santan-der, y de los Dres. Soto y Azuero, quienes profetizaron desde entonces al nuevo publicista una brillante carrera en los negocios publicos (í).

En 1844 fué Secretario del Coronel Anselmo Pineda, Go-bernador de Panamá.

De 1846 a 1849 concurrió a la Cámara de Representantes como Diputado por las provincias de Mariquita y Santa Marta.

En 1847 fundó en Santa Marta, con el nombre de « Gaceta Mercantil » un periódico que alcanzó desde el principio reputa-ción nacional y fué la base de la brillante carrera de Murillo y de su fama como publicista y hombre de Estado.

En 1849 fué elegido por el Congreso, en una tempestuosa se-sión, el General López, prócer eminente de la independencia, Ii-beral acendrado, valeroso guerrero y hombre de grandes hechos y virtudes públicas.

En el célebre Ministerio, netamente liberal que formó el Ge-neral López al instalar su Gobierno que debía ser un audaz re-volucionario en la paz, culminó Murillo, como Ministro de Ha-cienda y más tarde como Ministro de Relaciones Exteriores.

Hago pausa en este boceto biográfico para tributar un ho-menaje especial al grande Estadista que fué el alma política de esa histórica Administración, con la reproducción de los conceptos que emití sobre Murillo al celebrarse su centenario y de los cua-les tomo los siguientes apartes:

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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