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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 4)


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En las llanuras de Sonzo y a inmediaciones de Buga, en el sitio llamado del Derrumbado, Mosquera y Obando batieron com-pletamente a Carrillo y sus compañeros el día 22 de Febrero de 1860.

Después de este suceso, Mosquera envió al clérigo Alais a Cartagena para hacer un pacto o alianza con Juan José Nieto, Presidente liberal del Estado de Bolívar é inteligenciado, por me-dio de comisionados secretos, con los revolucionarios liberales de Santander, expidió el célebre Decreto de 8 de Mayo de aquel año por el cual separaba el Estado del Cauca de la Confederación y desconocía las Leyes expedidas por el último Congreso, que él consideraba violatorias de la Constitución y atentatorias al régimen federal establecido en el País.

Casi a la misma época el Presidente Ospina había marchado con el ejército nacional y el General Herrán al Estado de San-tander, al cual había declarado previamente la guerra.

Los liberales de Santander fueron tan infortunados en 1860 como lo habían sido en 1859, pues el 29 de Julio tuvo lugar el encuentro de Galán en que murió el valeroso Jefe liberal Juan de Jesús Gutiérrez y el 18 de Agosto la sangrienta batalla del Oratorio en la cual, como en la de San Quintín, fue derrotado y quedó prisionero el ejército de Santander, todo el personal del Gobierno y el Estado Mayor, desde el Presidente Pradilla hasta el último empleado.

Mosquera, más afortunado, había logrado triunfar en todos los hechos de armas que tuvieron lugar en el Cauca en esa época. Vencedor de Carrillo había regresado a Popayán y el 20 de Junio Obando batió al Coronel conservador Jacinto Córdoba en el sitio de Manzanilla, al Sur de la ciudad.

El 20 de Agosto tuvo lugar el combate sangriento de la Concepción, cerca de Palmira en el Valle del Cauca, en el cual no hubo prisioneros ilesos, sino muertos y heridos. Este terrible hecho de armas fue comandado por los tres Gobernadores de las provincias de Tuluá, Buga y Palmira, los Generales Olimpo García, Eliseo Payán y Herrera, quienes triunfaron completamente sobre las fuerzas antioqueñas y caucanas.

Con todas sus fuerzas reunidas abrió Mosquera campaña contra el Estado de Antioquia, en donde el Gobierno nacional tenía un poderoso ejército al mando de los célebres generales Posada y Enao. Mosquera triunfó en el combate de las Guacas el 12 de Agosto y el 28 del mismo mes atacó las trincheras de Manizales.

Habiéndose estrellado inútilmente contra Manizales, y consi-derando inexpugnables las trincheras. Mosquera propuso a los Ge-nerales Posada y Enao un Convenio de paz que él llamó Espon-sión. Por la Esponsión se comprometía Mosquera a revocar su decreto de 8 de Mayo, a reincorporar el Estado a la Confede-ración, devolver las armas de la Nación que había tomado a Car-rillo y sus compañeros, y, en cambio de cesar las hostilidades y de someterse al Gobierno de la Nación, exigía únicamente que se le eximiera de responsabilidades como a Jefe de Estado autónomo por su rebelión contra el régimen constitucional.

Este Convenio, que habría puesto fin a la guerra en sus co-mienzos, fue improbado por el Dr. Ospina. Presidente de la Re-pública, porque este Magistrado apolítico y frío ejecutor de la Ley, nunca quiso reconocer al General Mosquera como beligerante en guerra civil, a pesar de que era Gobernador del Estado más ex-tenso e importante de la República y de que su autoridad revolucionaria era acatada y obedecida por dos Estados más de la Confederación. Ospina, encastillado en el Código penal no podía acep-tar un Convenio con un Jefe que él consideraba como un delin-cuente responsable del delito común de rebelión.

Posada retiró sus fuerzas de la Cuchilla de Manizales, se in-ternó al Estado de Antioquia y declinó su actitud bélica porque él creia honradamente que el excelente Convenio que había ce-lebrado con Mosquera, bajo el nombre de Esponsión, seria aprobado por el Presidente de la Confederación, ahogando así en su cuna a la terrible revolución que comenzaba.

Mosquera por su parte se retiró de Manizales, pero sin de-poner las armas, y, sin licenciar un solo soldado de su ejército, se dirigió hacia la capital del Estado.

Conversando alguna vez con el General Mosquera, varios anos después, le pregunté: «Qué pretexto habría buscado Ud. para con-tinuar la revolución en caso de que Ospina hubiera aprobado la Esponsión?» Estaba seguro, me contestó, de que el testarudo de Ospina la improbaría, y por eso no me desarmé una vez que había conseguido salvar la situación después del insuceso de Manizales.

Mosquera llegó a Popayán con su ejército reconstituido y, al tener noticia de la improbación del Convenio de Manizales. Abrió campaña contra el Gobierno de la Nación; atravesó las agrias Serranías de la Cordillera Central, venciendo mil dificul-tades y batió completamente la división de veteranos que coman-daba el General París; marchó sobre Cundinamarca con todo el ejército triunfador, ya fuerte de mas de 2000 hombres, llevando cerca de 1.000, fusiles para armar a los liberales de las provin-cias de Neiva y Mariquita.

Los liberales de estas provincias recibieron a Mosquera como a un libertador, se armaron y se incorporaron a su ejército.

En la ciudad de El Gigante se avistó con el General José Hilario López, su adversario político, aunque no su enemigo personal como Obando.

Con la unión de Mosquera y López se formó el triunvirato de los principales jefes de la revolución de 1860, todos tres hijos de Popayán, de la misma edad, próceres de la independencia y prestigiosos guerreros en la Nación. Tanto Obando como López reconocieron a Mosquera como a Jefe único y Supremo Director de la guerra.

Las fuerzas del Gobierno Nacional se retiraron a la ribera oriental del río Magdalena, dejando a Mosquera el campo libre para establecer su autoridad y aumentar su ejército en el nuevo Estado que acababa de crear con el nombre de «El Tolima»formado por las provincias de Mariquita y Neiva.

Para desarrollar su pian de campaña sobre el Estado de Cundinamarca, asiento del Gobierno Nacional, y ponerse en re-lación con los liberales de Bolívar y Magdalena, mandados por los Gobernadores Nieto y Consuegra, Mosquera estableció su cuartel general en el puerto fluvial de Piedras, desde el cual aten-día a las operaciones del litoral atlántico por medio de las embarcaciones del Magdalena que estaba completamente libre de ene-migos, después de la destrucción de la escuadrilla nacional en el Banco, y al mismo tiempo prepararon la ofensiva sobre la ver-tiente occidental de la Cordillera oriental.

Dejemos a Mosquera en Piedras para ocuparnos después de su célebre campaña y de algunas anécdotas relativas a ella que me refirió mi padre, y volvamos al Cauca, en donde se desarrollaban grandes acontecimientos.

Mientras Mosquera se hallaba en Piedras y se producía una reacción liberal poderosa en el Norte de la República y en los Estados de Santander y Boyacá, encabezada por los Generales Santos Gutiérrez Rudecindo López, Joaquín y Gabriel Reyes Patria, en el Cauca tenía lugar una revolución encabezada por el célebre Julio Arboleda hijo de Popayán y quien había sido pro-clamado candidato para la Presidencia de la República en reem-plazo del General Pedro Alcantara Herrán, porque consideraban los conservadores que éste. Además de ser yerno de Mosquera, era conciliador y diplomático en tanto que Arboleda era enérgico hasta la crueldad. En estos tiempos anormales, decía El Porvenir, la nación no debe ser gobernada por el guante de seda del Ge-neral Herran sino por la vara de hierro de Arboleda.

CAPITULO VI.

Julio Arboleda

Julio Arboleda, retoño de selección de las más preclaras fa-milias peninsulares establecidas en Popayán, irradia mucha luz en la historia política, militar y literaria de la Nueva Granada. Do-tado de múltiples facultades, poseía cualidades eximias y hetero-géneas que lo exaltaron a ocupar plaza de primera fila entre los personajes mas sobresalientes de la Nación. Orador galano y florido, escritor vibrante, militar hábil y poeta insuperable, su Estatua histórica podría llevar con propiedad como atributos la corona del Tribuno en la cabeza la espada en una mano y la lira eh otra. Desgraciadamente, como en casi la de todos los hombres superiores que han ilustrado la historia entre los rayos de la po-lítica y la guerra, rojas manchas contrastan en esa Estatua con la blancura del mármol.

Sin pretender comparar a Arboleda (a pesar de ser éste personaje histórico de elevada talla) con el Libertador de América (figura colosal del siglo y que no tiene par en el continente ame-ricano) yo encuentro muchos puntos de semejanza entre Bolívar y Arboleda.

Uno y otro fueron descendientes de ilustres familias. Ambos recibieron esmerada educación europea. Los dos fueron guerreros y estadistas insignes, oradores elocuentes y poetas de suprema inspiración. Arboleda, como el Libertador, fue hombre de imagi-nación de fuego, tenaz en sus empresas y ávido de gloria, de enormes ambiciones, apasionado y despiadado.

Bolívar declaró la guerra a muerte a los déspotas españoles. Arboleda llevó al patíbulo a los criollos que consideraba anarquistas.

Bolívar cantó a la América con su lira de oro sobre la cima del Chimborazo. Arboleda entonó un himno de gloria a su ciudad natal sobre la cima del Puracé.

Ambos fueron víctimas de la política y murieron casi a la misma edad, el uno (herido en el alma en la noche del 25 de Septiembre de 1828) en la playa del Atlántico y el otro herido en el pecho en la Montaña de Berruecos en 1862.

No puedo hacer una descripción de sus formas físicas, como la he hecho de Obando, de Mosquera y del Obispo Torres, por-que sólo una vez lo vi siendo niño, con la rapidez de un instan-te, y, al formar el juicio que de él voy a consignar en estas Memorias, me baso en los datos que me suministra la historia y en los que me comunicaron mis padres y mis maestros en Popayán, durante mi primera juventud.

Era Arboleda vástago de las mas encumbradas familias de Popayán, sobrino carnal de Mosquera y sobrino segundo de Caldas y, por ende, pariente de mis padres.

Fueron sus progenitores acaudalados patricios de la ciudad. Desde muy tierna edad fue enviado a Europa en donde re-cibió esmerada educación, y en donde dió muestras de su gran mentalidad.

En mi concepto, Arboleda ha sido el orador mas galano, uno de los mejores guerreros, y el primero de los poetas colombianos. Yo considero su «Gonzalo de Oyón» como la mejor obra ori-ginal en verso que registran nuestros anales literarios. Sus estrofas, especialmente las del canto V, plenas de savia poética y de intensa inspiración, en forma admirable, revelan un númen genial.

Vacilante en discernir la primacía a alguna de las múltiples cualidades de Arboleda, yo lo admiro, sin embargo, mas con el coturno que con la espada, ó en la tribuna. Permíteseme pues hacer un ligero recuerdo de algunos de los versos del Gon-zalo de Oyón.

Prescindiendo de las discusiones que tienen Don Alvaro y Gonzalo para desarrollar sus planes ambiciosos, observaré únicamente que en ninguno de los clásicos españoles en la edad de oro de la literatura castellana, se encuentra una armonía imitativa u onomatopeya como en la siguiente estrofa del Gonzalo de Oyón:

« Hay en el corazón de la montaña

Raudo torrente que de breña en breña

De una cima a otra cima se despeña

Y como en un sepulcro ya a correr

Ronco rodando y turbulento siempre

Estrella sus hirvientes borbotones

Sobre negros y enormes pedrejones

Convirtiéndose en nieblas al caer ».

Tampoco se halla en ninguna otra poesía un verso mas so-noro y mejor acentuado que el siguiente:

« Yo no te pido, oh Diosa de Helicona, El extro del fantástico romano, Ni aspira audaz a la inmortal corona Que tejió para Pindaro tu mano ».

Yí podrá haber mas tiernas, mas delicadas y mas poéticas figuras de comparación que las siguientes, hablando de Pubenza?

«Timida cúal la parda Cervatilla

Que el cuello tiende entre el nativo helecho

Y al ladrido del can yace en asecho

Con sus ojos de púdico temor».

O, cuando Gonzalo al leer la carta de Pubenza en que le comunica que él ha sido declarado traidor, dice el poeta:

« Pubenza iba a decir, mas la palabra

muere en sus labios, cual la pura gota

Que de la escarcha entre el peñazoco brota

Y se hiela al salir del manantial ».

En otra parte, hablando de Pubenza:

« India en amar y en resistir cristiana

Era su pecho a la virtud dosel.

Cuando Gonzalo recibe la fatal noticia y reflexiona sobre su horrible situación, Arboleda dice:

« Sintió dolor sin obtener alivio;

Ardió en rencor, sin pretender venganza;

Lloró de amor sin fé, sin esperanza

Llamó a su Dios, su Dios le desoyó ».

Arboleda se hallaba en Europa cuando fué llamado por el Presidente Ospina para ayudarle a luchar contra la Revolución de Mosquera.

Inmediatamente que recibió la Nota de llamamiento formó una expedición militar y se dirigió a la ciudad de Santa Marta, la cual ocupó militarmente.

Las fuerzas del Gobierno del Magdalena y de Bolívar reunidas detuvieron la invasión de Arboleda, quien después de al-gunos encuentros sangrientos fue sitiado en la capital del Magdalena.

El sitio duró desde el 19 de Noviembre hasta el 14 de Di-ciembre de 1860. Siéndole imposible resistir por mas tiempo con-tra las fuerzas reunidas de los dos Estados del litoral altántico, resolvió desistir de esa empresa y con los restos de sus tropas y los prisioneros, abandonó la ciudad en ruta para Panamá.

Ayudado en esta ciudad por el Intendente nacional, Sr. Don José Manuel Hurtado, quien permanecía fiel al Gobierno de la Confederación, Arboleda formó en esta ciudad una nueva expedi-ción y se dirigió al Cauca. Ocupó a Tumaco: atravesó la mon-taña de San Pablo, se apoderó de la altiplanicie de Tuquerres y llegó a Pasto en el mes de Marzo de 1861.

El Intendente nacional Zarama le ayudó eficazmente para aumentar y organizar sus fuerzas, con las cuales se dirigió hacia el Norte del Estado para atacar las del Gobierno residentes en Po-payán.

Reforzado Arboleda con las columnas gobiernistas que obra-ban al sur de la capital en Dolores y Mercaderes, llegó hasta un sitio llamado Los Arboles, a poca distancia de Popayán. Allí se atríncheró para resistir el empuje de las armas del ejército del Cauca, comandadas por el General Miguel Quijano y por los co-roneles Pedroza y Pérez. Las de reserva se hallaban a las órde-nes del General José María Sánchez, célebre guerrillero de las montañas de Timbío y Teniente muy estimado del General Obando.

El General Quijano atacó con brío las trincheras de Arbo-leda, pero sus esfuerzos se estrellaron contra los formidables pa-rapetos desde donde tiros certeros de artillería moderna lanzaba dirigidos por un hábil oficial francés, Sr. Martín Feuillet, a quien había contratado en Europa.

El General Sánchez no obedeció las órdenes del General en Jefe Quijano para atacar las trincheras por un flanco, pues se atemorizó por el fuego certero de la artillería, y, viendo diezmadas sus fuerzas, el General en Jefe resolvió retirarse hacia Popayán, dejando en el campo muerto al coronel Pérez y a una gran parte de sus oficiales y soldados.

El Gobierno del Cauca, en vez de retirarse hacia el Valle para unirse a Payán y organizar la resistencia en ese centro del liberalismo caucano, cometió el desacierto de resistir a Arboleda triunfante, en Popayán, ciudad completamente abierta e indefensable desde el punto de vista militar, como se pudo demostrar en la guerra de Independencia cuando fué tomada y desocupada repe-tidas veces por Españoles y Patriotas.

Los defensores de la ciudad formaron barricadas con palos y piedras en los cuatro ángulos de la plaza principal, encerrando dentro de ese recinto todo el personal del Gobierno y los restos del ejercito vencido en « Los Arboles».

El 10 de Agosto Arboleda, quien era hábil estratégico ocupó las alturas de Bélem, al mismo tiempo que atacó la ciudad por el lado del Norte.

Comunicándose por el interior de las casas del Oriente y Norte de la ciudad, todas ocupadas por familias conservadores y adictas al Gobierno de la Confederación, muy fácil le fué a Ar-boleda llegar hasta los balcones de las habitaciones situadas sobre la plaza y dominar así con sus fuegos a los defensores, todos los cuales cayeron en poder de Arbole4a en la noche de ese día.

Paso ahora a describir detalles interesantes relacionadas con la permanencia del célebre jefe conservador en la ciudad de Po-payán, que son hasta ahora desconocidos por los historiadores y que tuvieron lugar al mismo tiempo que Mosquera, desarrollaba en Bogotá su victoria contra el Gobierno de la Confederación.

Declaro que me es penoso referir los episodios de la repre-sión sangrienta de Arboleda cuando, dominador del Cauca, se de-jó arrastrar por la pasión política a emplear excesiva severidad contra los que él llamaba rojos rebeldes y anarquistas, y, digo penoso, por mis relaciones estrechas de amistad con los descendientes del ilustre caudillo conservador quienes podrían ver con desagrado la memoración de esos acontecimientós, no obstante ser éstos he-chos históricos, de carácter público que pueden ser fallados con criterio favorable o adverso, según los puntos de vista desde donde se les contemple y juzgue.

Solamente, pues, en obsequio al respeto que se debe a la verdad histórica, voy a hacer la relación de dichos episodios; y para explicar, que no excusar, su aspecto sanguinario, me permito hacer las siguientes reflexiones.

Los hombres superiores y, sobre « todo cuando se hallan co-locados en altas posiciones de autoridad y mando miran con sumo desprecio a sus inferiores o subalternos y consideran la vida de los otros con la misma indiferencia con que los carniceros estiman la existencia de las reses que degüellan. Sin entrar a considerar que Alejandro mató a su amigo íntimo en un acceso de embria-guez y de cólera, ni que Cesar Borgia asesinó a su hermano por un impulso de abominable envidia, ni que Felipe II ahogó en sangre la libertad de los Países-Bajos, ni que Napoleón hizo pasar a cuchillo los prisonieros de Jafa y asesinó al Duque de En-ghien en los fosos de Vincennes, sin citar éstos y otros hechos históricos de los grandes hombres, repito, me concretaré a hacer constar que en las tres Repúblicas que formaron la antigua Co-lombia, los héroes de la Independencia y de las guerras civiles posteriores llegaron en sus represiones hasta la crueldad, desco-nociendo los principios que uno y otro profesaban como jefes o caudillos de dos grandes partidos contendores.

Así, pues, Bolívar hizo fusilar a Piar, el célebre jefe porque acaso temió en el valiente mulato un rival en lo porvenir e hizo degollar 500 prisioneros en La Guaira. Santander, filósofo civil mas que guerrero y a quién se considera el genitor del libera-lismo en Nueva Granada, mandó fusilar a Barreiro y sus compa-ñeros, prisioneros en Boyacá, a pesar de estar regularizada la guerra en ¡818, en las Conferencias de Santa Ana Mosquera, jefe conservador, ajustició despiadadamente en 1841 a 16 adver-sarios políticos que cayeron" en sus manos, y manchó con sangre sus laureles al hacer fusilar sigilosamente al día siguiente de su entrada triunfal a Bogotá el 18 de Julio de 1861, a tres Magi-strados conservadores.

García Moreno hizo flagelar desnudo, y en la plaza pública de Quito, al General Ayarza.

A parte de estas consideraciones, de orden filosófico, para explicar la violencia y crueldad que ha acompañado a algunos actos de los hombres superiores, es menester también tener en cuanta que la terrible y encarnizada lucha que sostuvieron, durante 10 años, los Patriotas contra los Españoles y los innumerables patibulos que levantaron en 1816 y 1818 los tristemente célebres pacificadores Don Pablo Morillo y Don Juan Sámano, habían fa-miliarizado a los independientes con la muerte, de tal manera que la vida de los seres humanos era mirada con absoluto desprecio, y de ahí la frecuencia de los fusilamientos y ejecuciones sangrien-tas por causas políticas.

En corroboración de la anterior aseveración histórica, paso a consignar o, mejor dicho, a intercalar en estas Memorias, como paréntesis incidental, dos hechos que tuvieron lugar en Venezuela en 1814 y 1818 que me refirió en Caracas un célebre erudito historiador venezolano, y que demuestran hasta qué punto llegó la ferocidad sublime de la guerra de Independencia.

Durante el régimen terrible de la guerra- a muerte de í8e¡4, José Antonio Paez, el incomparable y legendario Caudillo vene-zolano, en una de sus muchas victorias en los llanos de Apure tomó prisionero a un joven Capitán español llamado Carlos de Valencia.

Luego que el sargento encargado de matar al prisionero no-tificó a éste que tenía una hora de vida para escribir a su familia y dictar sus dispósiciones últimas, el Capitan español pidió recado de escribir, y dirigió a Paez la siguiente carta:

« Señor General en Jefe del Ejército libertador de Occidente.

Vos sois, Señor General, un gran valiente y como tál debéis apreciar el valor en los demás.

En mi patria, en España, se ejecuta con arma blanca a los bandidos de Sierra Morena; pero a los oficiales de honor, como soy yo, se les fusila. Os pido, General, como única gracia que en vez de alanzearme, me hagáis pasar por las armas.

Por este servicio os quedará reconocido en la eternidad vues-tro admirador y prisionero, Carlos de Valencia »,

Paez se hallaba en su tienda de campaña anotando los epi-sodios de la jornada, cuando recibió la noble súplica del Capitan Valencia. Dcspués de leerla con absoluta indiferencia, escribió al pié la siguiente resolución:

« Comandancia General del Ejército libertador de Occidente. Fecha Visto el anterior memorial del Capitán Carlos de Va-lencia y, teniendo en cuenta que las municiones están muy escasas en el Ejercito libertador, y que una bala empleada en matar a un español prisionero puede servir para matar a otro español en el campo de batalla, se niega lo que se pide y se dispone que, como a todos los otros, se le ejecute con arma blanca~ Firmado: Paez ».

En consecuencia el capitán Valencia fue alanzeado.

En í8í 8 se reunieren Morillo y Bolívar en Santa Ana, lugar que queda situado cerca de unos peñascales que dan sobre el Arauca. Durante las conversaciones familiares que siguieron a la regularización de la guerra entre los dos grandes adversarios, Morillo manifestó a Bolívar que él creía que a la larga los Espa-ñoles triunfarían sobre los patriotas, porque éstos, que no contaban sino con fuerzas colecticias e indisciplinadas, no podrían resistir, a pesar de su extraordinaria valentía a los ejércitos de línea, bien organizados y equipados, del Rey de España; atravesaba en estos momentos la pequeña altiplanicie un soldadito patriota, quien, al tiempo de saludar militarmente al Libertador, fue llamado por éste por medio de una seña con la mano. Al presentarse el sol-dado a Bolívar con muestras de pro fundo respeto, el Libertador le dijo: arrójate por ese precipicio. « El soldadito se inclinó, re-pitió el saludo militar y se lanzó al abismo sin decir una palabra.

Morillo quedó sorprendido de la obediencia pasiva, y casi fa-nática, de los éoldados del Libertador.

Triunfador Arboleda en Popayán, organizó su Gobierno con-tra revolucionario, reformó su ejercito y lo aumentó con todos los hombres útiles de la región. Teniendo en perspectiva dos em-presas militares importantes, a saber: atravesar la Coreillera de Guanacas y, siguiendo el mismo camino de Mosquera, llegar hasta la capital para atacar al caudillo revolucionario en Bogotá, o Se-guir al Valle con el objeto de destruir las fuerzas liberales co-mandadas por Payán y ponerse en contacto con el Estado de Antioquia para continuar la obra contra-revolucionaria.

Creyendo que antes de emprender cualquiera de estas dos operaciones militares, era preciso destruir las fuerzas del General Sánchez, hábil guerrillero de la escuela de Obando y quien, como otro Jorge Cadoudal, el jefe vendeano, sostenía con éxito, la guerra de partidas en las montañas de Timbio y Chiribio, vecinas de Popayán, resolvió concretar sus esfuerzos a eliminar este enemigo antes de abandonar la capital del Estado.

Todos los esfuerzos que hizo Arboleda fracasaron contra la habilidad, la tenacidad y las posiciones de los guerrilleros de Sanchez.

Desgraciadamente en esos momentos, tuvo noticia Arboleda del fusilamiento ejecutado por Mosquera en Bogotá el 19 Julio de 1861.

Este injustificable procedimiento de Mosquera fue la causa determinante para que Arboleda en són de represalias diera pabulo á sus sentimientos de pacificador español á estilo del Duque de Alba o de Morillo.

El primer fusilamiento que decretó fue el de tres prisioneros de Los Arboles: Manuel Esteban Pedroza, joven y gallardo mi-litar nacido en Cali; José Eustaquio Rodríguez, ignorante mulato patiano, que se hallaba afectado del mal de «Lazaro y José María Sarmiento, de Popayán, casi adolescente, pues no tenía aun 20 años y que no había cometido más falta que la de hablar en las plazas y en las calles como otro Camille Desmoulins para excitar al pueblo al sostenimiento de la causa federal. Este joven fué retira4o del patíbulo por las influencias de su tío, el Canonigo Doctoral dé la Iglesia Catedral de Popayán, Dr. Sarmiento.

El nuevo contingente de fusilados tuvo lugar algún tiempo después y montó a veinte en la plaza de San Camilo, situada al extremo de la ciudad.

Esta ejecución revistió, caracteres de refinamiento represor que son inexplicables al emanar de un hombre superior y civili-zado como era Arboleda.

Cuando la víspera de la ejecución estaba formando Arboleda en su despacho la lista de los rojos, como él los llamaba, que debían ser fusilados al siguiente día, presentes se hallaban algunos hombres distinguidos del partido conservador de la ciudad que deseaban tomar parte en la sangrienta orgía de venganza política.

Luego que Arboleda firmó la orden del fusilamiento, alguno de los aúlicos presentes, le reclamó que incorporara en la lista de los condenados a muerte a un pobre diablo llamado Nicolas Rada, quien era ignorante hijo del pueblo, antiguo sacristán de la Iglesia de la Ermita y que después por su exaltación de corifeo liberal, desempeñaba funciones inferiores en servicio de su causa.

  • Y quien es ese Nicolas Rada, dijo Arboleda, y qué de-litos ha cometido para merecer la pena de muerte?

– Rada es un peligroso calicans que ha hecho muchos males a todas muestras familias y que merece la muerte mas que otros que figuran en la lista.

– Pues, bien, entrerrenglonen su nombre entre los de los otros, contestó Arboleda; é inmediatamente se dirigió a su cuartel general de Calibio, a dos leguas de distancia de Popayán.

El nombre de Rada fué intercalado en la lista macábrica y al día siguiente fue fusilado en San Camilo.

Arboleda había ordenado por la noche, víspera del fusila-miento, que todas las autoridades se ocultaran al siguiente día, y él mismo se ausentó, como llevo dicho para evitar los empeños y súplicas de los deudos y miembros de las familias de los con-denados a muerte.

La ejecución tuvo lugar al siguiente día sobre una gran viga o madero muy largo, colocado sobre estacones en la plaza sin espal-dar, ni forma de banquillo. Yo tuvo ocasión de presenciar la car-nicería porque el Sr. Luna, Director de la escuela primaria anexa al Colegio Seminario, nos obligó a todos los niños a que concurriéramos a presenciar la ejecución con el objeto de que nos inspirase temor contra las tendencias disociadoras y anticatólicas de los rojos que iban a purgar sus crímenes y sus malos sentimientos en el patíbulo.

Desde las siete de la mañana del siguiente día las campanas de las Iglesias empezaron a tocar a muerto. La fúnebre procesión de los veinte condenados salió de la cárcel principal de la ciudad en me-dio de una doble fila de fusileros; la muchedumbre seguía a los pri-sioneros, quienes marchaban de dos a dos entre sus guardias. Encabezaba el cortejo un septuagenario llamado Juan Nepomuceno Cobo, Gobernador de la provincia cuando Arboleda ocupó a Po-payán el 10 de Agosto. Este anciano, padre de numerosa familia se hallaba enfermo con sus piernas hinchadas por el reumatismo e imposibilitado para marchar, por lo cual se le llevaba en bra-zos de los soldados, como a un inválido o a un herido.

Entre el grupo de presos políticos que marchaban al patíbulo eran de notarse, además del viejo Gobernador, a su hermano, Francisco José, a Nicolas Rada, el condenado suplementariamente después de firmada la sentencia, a José María Sarmiento, el joven tribuno que había escapado de la ejecución anterior y especial-mente, a otro joven de familia notable llamado Delfín Restrepo, quien acababa de terminar su carrera de abogado con gran luci-miento y profesaba los principios liberales con todo el calor de la juventud y de la ilustración adquirida en las aulas.

La madre de este distinguido joven, Dña.Virginia de Restrepo anduvo medio loca por la ciudad cuando supo que su hijo tan amado y el apoyo principal de su viudedad, se hallaba en capilla para ser fusilado al siguiente día. Tocó en vano a todas las puer-tas porque todas se hallaban cerradas por orden del supremo Jefe, pero fueron tan lastimeros sus lamentos y sus quejas que el Go-bernador de la provincia, Dr. Rómulo Duran, aun cuando no re-cibía, tuvo noticia del estado de desesperación en que se hallaba la in-feliz madre, y condolido de tan intenso dolor, logró ponerse en comunicación con el jefe de la escolta que debía ejecutar a los presos y recabó de su caridad que el fusilero que correspondiere a Restrepo durante la matanza, no cargara con bala su fusil y solamente con pólvora. Se esperaba así que, después de fusilados los 20 prisioneros, quedara el joven Restrepo confundido con los muertos y pudiera escapar cuando éstos fueran sepultados en el cementerio de la ciudad.

Desgraciadamente, no pudo nadie ponerse en comunicación con el joven que se hallaba encerrado en la capilla de la cárcel, para prevenirlo a fin de que pudiera fingir que estaba muerto después del fusilamiento.

El macábrico cortejo llegó a la plaza de San Camilo- a las 6 y media de la mañana del día 31 de Agosto de 1861. En esa misma plaza vivía en casa humilde la familia de Francisco Cobo, a quien se le permitió dar el último adiós a sus muchos hijos y a su esposa antes de morir, pero esto no pudo impedir que todos ellos oyeran el estruendo de la fusilería que causó la muerte del esposo y padre.

Colocados los prisioneros sobre la extensa viga que estaba preparada, fueron vendados y enlazados unos con otros. En frente de los presos se desplegó el pelotón de soldados que debía veri-ficar la ejecución correspondiendo un fusilero a cada prisionero.

Dada la orden de fuego se siguió el estruendo de veinte fu-siles que con sus tiros, llevaban la muerte a veinte individuos ino-centes de todo crimen o delito común.

Después de la descarga cayeron los prisioneros en diversas posiciones, unos para adelante, otros para atrás, en confusión macábrica y en medio de arroyos de sangre.

Al sentirse el joven Restrepo ileso, en vez de acostarse con los muertos para poder escapar durante el sepelio de los otros, se puso de pié y exclamó:

« Estoy salvo por gracia de la Ley », aludiendo a la disposición española que prevenía que, si por casualidad, un reo esca-paba de la muerte al tiempo de la ejecución, debía conmutarselo la pena de la vida. Pero el jefe de escolta, temiendo incurrir en grave responsabilidad, obligó al joven Restrepo a sentarse entre sus compañeros muertos y, llevando dos fusileros cerca del preso, dispararon a boca de jarro y lo mataron. Así terminó esta fúnebre jornada.

Las guerrillas de Sánchez y el ejército de Payán engrosa-ron sus filas después del fusilamiento del 31 de Agosto. Nada hay, mas fecundo que la sangre para producir reacciones contra ella. El Cauca, que estaba sometido a Arboleda, reaccionó des-pués de la matanza. En la serranía del Guánacas y en las monta-ñas gélidas que llaman Páramo de Moras, se formaron numerosas partidas de sus aguerridos habitantes. Estos indios que allá se llamaban de Tierra adentro, por habitar el corazón de la montaña. eran semi-barbaros, descendientes de los antiguos Pijaos, que fueron tan indómitos en la lucha con los Españoles durante la Colonización,

Los indios de Tierra adentro hacían irrupciones en las po-blaciones vecinas devastaban las haciendas y mataban a cuantos soldados de Arboleda pretendían penetrar a la montaña para someterlos. Comprendiendo Arboleda lo difícil que seria dominar a estos montañeses en sus guaridas o envió una comisión compuesta del Sr. Don Manuel Antonio Arboleda, su pariente cercano y el hombre mas honrado y mas cristiano, sin hipérbole ninguna, que

tenía la Sociedad de Popayán.

Desgraciadamente los feroces indios tenían pocas nociones de Derecho internacional y en vez de acatar a los comisionados, co-metieron la infamia de asesinar a ese varón noble y santo, a ese J esto ante Dios y ante los hombres y a su compañero, el francés Martin Feuillet.

Justamente irritado Arboleda con este crimen atroz, resolvió inmediatamente enviar sus batallones para que, haciendo todos los esfuerzos posibles capturaran a los asesinos.

De éstos cayeron siete en poder de las fuerzas de Arboleda, quien inmediatamente mandó ahorcarlos de los árboles del camino, en un lugar de la vía pública llamado Piendamó.

La crueldad de Arboleda, irritado por la indignación que le produjo el crimen de los Tierra adentro, llegó hasta el extremo de poner guardia a los ahorcados para que « sirvieran de escar-miento en el camino y no pudieran sus deudos sepultarlos ». Y con este motivo se vieron colgados de los árboles durante muchos días hasta que las aves carnívoras acabaron de devorar a pedazos sus carnes corrompidas, y hasta que el viento empezó a silbar por entre las calaveras de los muertos.

La abolición del cadalso político y de la guerra a muerte son las dos mas hermosas conquistas cristianas. El hombre que mata su adversario rendido y prisionero, ejecuta mas que un crimen, una cobardia. Esta acción equivale a un duelo en que uno de los dos contendores se halla inerme y ligoteado en presencia del otro armado y libre. En las guerras civiles, sobre todo cuando revisten los carácteres que dan lugar al reconocimento de la be-ligerencia, no hay crímenes sino lucha de una parte de la sociedad contra la otra, y el Caudillo triunfador que mancha sus laureles con la sangre del vencido, es digno de la excecración social é his-tórica, y se coloca bajo un nivel moral inferior al de su víctima. No siempre debe decirse Vae Victis; mas de una vez podemos exclamar: Vaeo victoribus!

De la larga permanencia del General Mosquera en Pie-dras, al tiempo que Arboleda llevada a cabo sus expediciones a Santa Marta y a Tumaco, no tengo informe alguno de episodio que pueda interesar a los lectores de estas Memorias. Solamente recuerdo una anécdota que me refirió mi padre, quien, como llevo dicho, acompañaba a Mosquera en el afro puesto de Superinten-dente General del ejército.

Mosquera se hallaba en Piedras en una posición estratégica

porque recibía contigentes de hombres y auxilios del Tolima, y podía comunicarse con los liberales de Cundinamarca y un del Norte. Además por el río Magdalena estaba en relación constante con el General Nieto, jefe de las fuerzas revolucionarias del litoral atlántico.

Como el principal adversario era el ejército de Antioquia, Mosquera ordenó a Nieto que organizara una expedición para invadir Antioquia por el Norte, atravesando las Sabanas de Corozal. Nieto no entendió o no quiso ejecutar las órdenes de Mosquera y se excusó manifestando las dificultades de la empresa y que pre-fería atacar a Antioquia por los puertos occidentales del Magdalena. Contrariado Mosquera por los subterfugios de Nieto, llamó a su Secretario de Guerra, Dr. Andrés Ceron, para redactar instrucciones detalladas y precisas sobre la expedición a Antioquia por el Norte. Después de haber trabajado toda la noche, ordenó a Cerón que enviara los pliegos que contenían sus instrucciones con un Comisionado inte-ligente y activo que pudiese de viva voz reforzar las explicaciones del General en Jefe.

Fijó el Secretario de Guerra su atención en el entonces Teniente coronel German Gutiérrez de Piñerez, retoño de ilustre familia de Cartagena, poeta harmonioso de inteligencia ágil e improvisador fecundopero de costumbres de bohemio y sacerdote de Baco.

Germán Piñerez aceptó con júbilo la honrosa comisión del General Mosquera, y en una canoa se puso inmediatamente en marcha para Honda, en donde el Alcalde debía prepararle un champan para continuar su viaje hasta el Atlántico.

Festejando Piñerez su diplomático viaje al llegar a Honda con sus amigos, se excedió en las libaciones y perdió transitoria-mente la razón. Excitado por el licor y a orillas del río tuvo un momento de locura y arrojó los importantes pliegos al Magdalena diciendo: «Como es menester que estas comunicaciones lleguen cuanto antes a poder del General Nietq, que las lleven las ondas de este gran río».

El Alcalde de Honda, al tener noticia de la falta de Piñerez, lo arestó para devolverlo bien custodiado al Cuartel general, y, pre-viamente, despachó un propio al General Mosquera para anunciarle lo acontecido. En seguida mandó a Piñerez conducido como un reo.

Grandes fueron la indignación y la cólera de Mosquera, quien estaba resuelto a fusilar al desleal comisionado. Mí padre, Cerón, Trujillo, Rojas Garrido, Secretarios de Mosquera y el General Piñerez, hermano de Germán, quien desempeñaba las funciones de Cuartel maestre general, trataban de calmar al colérico Jefe porque estaban persuadidos de que sus amenazas de fusilamiento se lle-varían a efecto.

Hallábanse de sobremesa por la noche, en la empresa de cal-mar a Mosquera, todos los comensales del Supremo Director cuando apareció Germán Piñerez con las manos amarradas y entre cuatro guardias. Con una imprecación violenta y con la espada desenvainada trató de lanzarse Mosquera contra Piñerez, pero los com-pañeros de aquél lo contuvieron en tanto que Germán, con gran entonación, dirigió el siguiente saludo al General en Jefe:

« Yo os saludo, General

Con humildad reverente

Porque miro en vuestra frente

Una córona triunfal;

El partido liberal

Hoy de vos todo lo espera.»

Lo dice mi voz sincera;

Lo dice mi corazón;

Lo dirá la Convención,

Noble General Mosquera ».

Este que era hombre vanidoso, muy sensible a la lisonja y al homenaje, como todos los hombres acostumbrados a ocupar altas posiciones, se calmó instantáneamente y dijo a Germán:

« Lástima que seas tan borracho. Te perdono en gracia de tu talento. Sal de aquí y vete a que te den de comer ».

De esta manera Germán Piñerez salvó su vida con una décima improvisada.

Cuando Mosquera cruzó el Magdalena y abrió campaña con-tra Cundinamarca estuvo en crítico trance porque las fuerzas del Gobernador Gutiérrez Lee a su turno trataron de pasar el Mag-dalena para cortar a su adversario e impedirle la retirada, si fuete menester. Desplegó entonces Mosquera su habilidad genial de di-plomático militar y que siempre lo salvó de las situaciones difíciles en sus campañas. Después de un combate indeciso, que tuvo lugar en la Barrigona, contra una parte del ejército de la Con-federación, propuso Mosquera una Exponcion al Gobernador de Cun-dinamarca, en la cual se convino en que el Congreso nombraría un Designado que se encargara del Gobierno, con quien Mosquera se comprometía a hacer la paz.

Con esta Esponsión salió Mosquera de las dificultades que le

presentó su paso acaso precipitado del Magdalena.

La Esponción, como bien lo esperaba Mosquera, fue impro-bada por el Presidente Ospina; pero ya alejado del peligro que le presentaba la cercanía del ejército de la Confederación, pudo, Mosquera tomar el camino de Guaduas Villeta, pasar a la Vega, entrar a la Sabana de Bogotá y fijar sus reales en el pueblo de Subachoque. Después de la sangrienta batalla de Subachoque, que no fue coronada por la victoria de ninguno de los contendores, Mosquera hizo un hábil movimiento estratégico para ocupar Uza-quen a dos leguas al Norte de Bogotá. Unido ya al Ejército del General Santos Gutierrez, insigne Caudillo del Norte, quien por un camino de victorias venia a acompañar a Mosquera en el golpe final y en la entrada triunfal a Bogotá.

La historia de los acontecimientos que tuvieron lugar des-pués del 18 de Julio de 1861 es demasiado conocida y extensa para que pueda caber en el estrecho molde de estas Memorias. Grandes y trascendentales medidas fueron dictadas por Mosquera después del coronamiento de su campaña. Reorganizó la Repu-blica por medio de un Estatuto que llamó Pacto de Unión, por el cual se reconocía la Soberanía de las secciones territoriales con-federadas para formar la Unión Nacional. Este pacto fue la base de la parte orgánica de la Constitución de Río Negro. Dictó el célebre Decreto de desamortización de bienes de manos muertas, medida severa y trascendental que ha sido adoptada en muchos países como un medio económico de devolver a la circulación la inmensa riqueza estancada en las manos inhábiles e improductivas de las Comunidades religiosas. Desgraciadamente, a esta me-dida, que puede explicarse por razones económicas, agregó la injus-tificable supresión de las Congregaciones de religiosos de uno y uno y otro sexo y la expatriación de infelices monjes que nin-gún mal hacen al País, ni a sus habitantes, y quienes se encierran en sus casas a orar, a ejercitar prácticas caritativas y piadosas, ó a no hacer nada, en virtud del derecho natural y positivo que cada individuo de un Estado libre tiene para encerrarse en su casa, y hacer dentro de ella lo que a bien tenga, dentro del campo de lo licito y de la moral.

El fusilamiento de Placido Morales, Andrés Aguilar y Am-brosio Hernández, que ejecutó Mosquera al día siguiente de su entrada triunfal a Bogotá, fue una mancha de sangre que, en su deseo de aterrar a la ciudad, hizo caer sobre los lauros de su triunfo.

Mis opiniones contra el cadalso político no implican el que yo sea adversario del establecimiento de la pena capital para castigar los grandes delitos, cuales son la traición a la patria, el incendio para matar, el parricidio y el asesináto con circunstancia atroces.

El delito es la violación de los más preciosos derechos naturales y la mayor ofensa que se pueda hacer a la sociedad. Y ésta se halla no solamente en el derecho sino en el deber de impedir, por todos los medios posibles, que el crimen y, sobre todo, el de altas proporciones, se cometa en su seno.

Al establecer la pena de muerte para los grandes delitos, la Sociedad no ejerce el derecho de represalia ni procede por, espíritu de venganza contra el delincuente. Es simplemente un ejercicio del derecho de defensa, el cual es reconocido, hasta en los individuos, por los loyes positivas de todos los países.

Siempre he creído que el establecimiento de la pena de muerte en una nación no debe someterse a las sugestiones de una filosofía sentimental, sino a los datos que suministre la estadística criminal. Si estos demuestran que los grandes crímenes son mas frecuentes después de la supresión de la pena capital, debe res-tablecerse ésta en el Código penal, pues para evitar el escándalo y la gran perturbación moral y social que produce el crimen, todos los medios que pueda adoptar la Sociedad, son buenos y aceptables.

Esto ha pasado en las naciones de instituciones más libres y avanzadas tales como la República de Suiza y la República ra-dical francesa, puesto que en ambas se restableció el régimen de la pena de muerte para grandes delitos comunes, a petición de las municipalidades y de los pueblos.

Siempre he encontrado profunda filosofía y verdad en la res-puesta que Alfonso Karr, Diputado radical de Marsella, dio a los que solicitaron su voto en la Asamblea francesa en favor de la abolición de la pena capital; «Yo, Señores, votaré, contestó el gran escritor, por la supresión de la pena de muerte cuando los señores asesinos la hayan abolido por su parte ». Y viene á mi memoria la aguda contestación telegráfica que el Ilustrísimo Señor Arzobispo Velasco, Varón justo y santo ante Dios -y los hombres, dé grata recordación dió al Cura del Espinal

cuando éste impetró la intervención del Prelado para que se suspendiera la ejecución de un criminal empedernido que iba a ser pasado por las armas, súplica que decía el Cura hacía en nombre de El que dijo: No matarás:

El Gran Arzobispo contestó Dios prohibe matar a nuestro prójimo pero no impide a la Sociedad castigar con la muerte a los que matan a:

Aun cuando un poco tarde, aprovecho esta ocasión para ma-nifestar mi opinión en favor del establecimiento de la pena capi-tal, que, como llevo dicho, debe ser sometida a la estadística y no a los dictados de principios sentimentales que pertuban los ánimos de estadistas ilustrados, hasta el punto de condolerse siempre de la suerte de los victimarios pero nunca de la de las víctimas.

CAPITULO VII.

Fin de la Revolución de 1860

SUMARIO. Después de la entrada victoriosa de Mosquera a Bogotá, la revo-lución en el Cauca y las guerrillas de Cundinamarca prolongan la guerra. – Mosquera marcha para el Cauca por la vía de Moras y el General Gutiérrez por el Quindío. – Triunfo de Gutiérrez en Santa Bárbara de Cartago. – Entrada de Mosquera a Popayán. – Arboleda sigue para el Sur con los restos del ejercito y es asesinado en la montaña de Berruecos. – Detalles sobre este lúgubre acontecimiento. -Reunión de la Convención de Rio Negro. – La Constitución de 1863.

Durante este período se desarrollaron los acontecimientos mas importantes de la Revolución de 1860, los cuales no narrare porque, como llevo dicho, yo no pretendo hacer un libro de his-toria patria, sino únicamente referir algunos episodios interesantes e ignorados en relación con dichos acontecimientos.

Con la entrada triunfal de Mosquera a Bogotá el 18 de Julio de ¡86m a Revolución no terminó. Las grandes y trascendentales reformas, que llevó a cabo Mosquera después de su triunfo; el fusilamiento de Morales, Hernandez y Aguilar; la supresión de las Comunidades religiosas; el destierro del Arzobispo de Bogotá y de las monjas, etc. enardecieron los ánimos del partido vencido y produjeron una formidable reacción armada. Arboleda, unido a Giraldo, Gobernador de Antioquia, dominó por completo los dos grandes Estados que forman el occidente de la República, de tal manera que quedaron solamente haciendo una resistencia heroica, el General Payán en el puerto de Buenaventura y el General Sánchez con sus guerrilleros en las montañas de Chiribio. El Ge-neral Leonardo Canal levantó un numeroso ejército en el Norte de la República y marchó sobre Bogotá. Las guerrillas de Cun-dinamarca, y especialmente la de Guasca, allegaron fuerzas im-ponentes y amenazaron la capital, a la cual entraron transitoria-mente, haciendo una escapada de Mosquera, quien había salido con su ejército a perseguirlas y debelarlas.

Al mismo tiempo que Mosquera seguía fuera de la ciudad esta guerra de posiciones en Cundinamarca, venia Canal a mar-chas forzadas sobre Bogotá. Mosquera salió a su encuentro, y en el puente de Boyacá tuvo lugar un choque terrible y sangriento, después del cual, Canal pudo romper las filas de Mosquera y marchar rápidamente sobre la capital, la cual ocupó en su totalidad, ménos el Convento de San Agustín, en donde el Ministro de Guerra Dr. Cerón y el General Barriga, Comandante de las pocas fuerzas que habían quedado, se refugiaron y atrincheraron con el personal del Gobierno, el parque y los mas notables libe-rales. El empuje terrible de Canal se estrelló contra los muros de la fortaleza improvisada y contra los pechos, mas fuertes aún, de sus valientes defensores. Después de dos días de terrible lucha y de haber incendiado el Convento, Canal con sus fuerzas diezmadas se ausentó de la ciudad hacia el Su rpor temor a Mosquera que se aproximaba a la capital.

Canal atravesó el Tolima y llegó al Cauca para unirse con Arboleda y continuar la lucha.

Tan difícil situación, preñada de mas azares y complicaciones que la primera época de la Revolución, fue dominada por el talento militar y la actividad de Mosquera, del insigne Jefe Santos Gu-tiérrez, y de sus valerosos compañeros.

Mosquera con el primer ejército, brillantemente reorganizado, atravesó la Cordillera Central para invadir el Cauca por la vía de Moras, la cual conduce directamente a Popayán. El General Gutiérrez con el tercer ejército, atravesó la misma Cordillera por la parte norte en la vía del Quindio y Cartago. En el punto denominado Santa Bárbara, cerca de dicha ciudad tuvo lugar una gran batalla entre el ejército de Gutiérrez y las fuerzas antioqueñas que, al mando del Gobernador Giraldo y del General Enao, se-guían para Antioquia, después de haberse separado de Arboleda.

El General Gutiérrez obtuvo un triunfo completo en esa ba-talla, en la cual quedó deshecho el ejército antioqueño con su Go-bernador a la cabeza, quien murió heroicamente al pié de una trinchera. La batalla de Santa Bárbara fue el hecho de ármas mas notable de la segunda época de la Revolución y fue el coronamiento de su triunfo militar.

Mosquera ocupó a Popayán, y con Gutiérrez sometieron todo el Valle a la dominación liberal.

Arboleda, quien al separarse de los antioqueños, había marchado hacia el Sur, siguió hasta la línea fronteriza del Ecuador, en donde se encontró con el Presidente dé esa República, contra quien obtuvo un triunfo espléndido pues deshizo las fuerzas invasoras y tomó prisionero al mismo Presidente, García Moreno.

Después de esta victoria y de la llegada de Canal Arbo-leda resolvió contramarchar a Popayán, pero no pudo pasar de Mercaderes porque tuvo noticia del triunfo del General Gutiérrez en Santa Bárbara, y de la entrada del General Mosquera a Po-payán.

Con el resto de sus fuerzas emprendió viaje para el Sur a unirse a Canal, y, según me refirió uno de sus compañeros de campaña en esa época, tenía el propósito de seguir al Ecuador para acopiar recursos, de grado o por fuerza reorganizar sus ejércitos en la nación vecina y volver a la Confederación Granadina para continuar la lucha contra Mosquera con una tenacidad y va-lentía dignas del Libertador Bolívar. Este grandioso plan fue com-pletamente perturbado por su muerte trágica acaecida en la mon-taña de Berruecos, con los siguientes detalles que me suministró uno de los compañeros de Arboleda en ese luctuoso trance.

Permítaseme recordar un incidente muy anterior a la muerte de Arboleda que me relató mi noble y espiritual amigo, Don Manuel Pombo, digno hijo de Don Lino y digno hermano de D. Rafael.

Reunidos alguna vez en casa de Pombo, Julio Arboleda, Teodoro Valenzuela, Rafael Eliseo Santander y algunos otros amigos, se divertían alternando la plática de sobremesa con las consultas a un nuevo oráculo o libro de juego de sociedad recientemente recibido por el anfitrión. Una de las más interesantes preguntas del oráculo era la relativa al género de muerte que el consultante tendría. De allí a extender la conversación al deseo que cada cual tuviese para escoger el género de muerte, fué paso de un instante. Preguntado Teodoro Valenzuela contestó que él quería morir como Turena sobre un cañón. Don Pepe Santander dijo que él deseaba morir apelando hasta la tercera instancia, rodeado de todos sus parientes y amigos, con el Santo Cristo en la boca, con todos los utensilios de clínica y enfermería en su cuerpo y con los auxilios materiales y espirituales que le pudieran sumi-nistrar los médicos de la carne y los médicos del alma.

Entre tanto Arboleda callaba, é interpelado por Pombo so-bre el género de muerte que preferiría, contestó: Yo siempre he considerado como la menos incómoda y la mas gloriosa, la del Gran Mariscal de Ayacucho.

Años después, Arboleda murió asesinado a pocos pasos de distancia del lugar en que se cometió el horrendo crimen de matar al Gran Mariscal de Ayacucho, la figura más pura y más noble y el segundo Adalid de la Epopeya de la Independencia.

La montaña de Berruecos tiene una sola ruta angosta y pol-vorosa en medio de la espesa floresta. Esta ruta se ha ahon-dado por el transcurso del tiempo y por el pasaje de las caballe-rías, hasta el punto de parecer un vallado estrecho y escabroso en medio de la montaña.

Arboleda dividió su reducido ejército en dos grupos. La van-guardia llevaba la parte principal; él, separado a bastante dis-tancia de sus soldados, iba a caballo rodeado de un grupo re-ducido de ayudantes y secretarios, entre los cuales se contaban a Jacinto Luna, Gregorio Arboleda, y Joaquín García Mazo, A una distancia, todavía mayor, marchaba la retaguardia.

Al abandonar la amplía vía que había transitado para en-trar a la angostura de Berruecos, alguno de los Ayudantes anun-ció a Arboleda que creía haber escuchado algún ruido entre la hojarasca del monte y que era menester tener precauciones por-que ese era un lugar muy a propósito para una emboscada. No hizo atención Arboleda a este anuncio y continuó la marcha. Algún tiempo después, otro Ayudante manifestó a Arboleda que había visto correr a un hombre con un fusil en balanza por entre los árboles de la montaña.

« Es algún desertor de la vanguardia, y probablemente caerá en manos de la retaguardia,» contestó Arboleda con su habitual serenidad. Y apresurando el paso siguió imperturbable su camino.

Cerca ya del lugar en donde fué asesinado el General Su-cre algún soldado de la vanguardia había trazado sobre la arena una cruz, seguramente creyendo que ese era el punto preciso en donde había muerto el Gran Mariscal.

Al ver Arboleda la cruz ordenó a Joaquin García que se desmontara y la borrara, porque él consideraba como un irrespeto que los cascos de las – caballerías hollaran el signo de la Redención.

García Mazo cumplió la orden de su jefe y trató de borrar la cruz con el pié. Arboleda con imperio le ordenó que lo hi-ciera con la mano. Cumplió el ayudante la orden y al levantarse y dirijirse a su cabalgadura un tiro salió de la montaña, y le atravesó la espalda cerca del hombro. Todos se alarmaron, menos el valeroso Jefe. Indudablemente hay asesinos en la montaña dijo Arboleda, sin inmutarse: debemos esperar el cuerpo de re-taguardia

Acababa de pronunciar estas palabras cuando una nueva deto-nación estalló, y una bala, surgida del mismo lugar penetró en el pecho de Arboleda, el cual cayó bañado en sangre y herido mortalmente, porque la bala le atravesó el pulmón izquierdo y le produjo una abundante hemorragia.

« Los rojos me han matado como a Sucre» dijo Arboleda, y se desplomó en los brazos de sus amigos.

Con mil dificultades le pudieron llevar hasta el pié de un árbol, en donde trataron de restañar la herida inútilmente, por-que la sangre brotaba como de una bomba impelente. «Agua, agua »fueron las últimas palabras de Arboleda al exhalar su postrer aliento.

Por la relación que hizo el asesino mas tarde, se supo que este individuo era hijo de uno de los que había mandado fusilar Arboleda en uno de los pueblos de la altiplanicie de Túquerres, cuando invadió el Cauca por Tumaco. Se llamaba Rafael López. Aseguraba que su madre había muerto de pesar por la muerte de su esposo, y que los soldados de Arboleda habían incendiado su casa y asolado su pequeña heredad. Con tal motivo había jurado vengarse cuando se presentara la ocasión.

Al tener López noticia de que Arboleda iba a pasar por Berruecos se apostó, en la montaña desde el principio de la vía an-gosta armado de un mosquete de dos cañones, bien cargados.

Cuando Arboleda entró a la montaña, López se aproximó para tratar de distinguirlo por el uniforme o por las atenciones que le prodigaran los acompañantes pues no le conocía.

El ruido que produjo en la hojarasca fue el mismo que a Arboleda hicieron notar sus ayudantes López continuó paralelamente el camino y a hurtadillas, en-tre el bosque.

Cuando la caravana se detuvo para hacer borrar la cruz, López creyó que García Mazo era el mismo Arboleda puesto que todos los compañeros se habían detenido al desmontarse aquél. En tal virtud disparó el tiro que hirió a García. Pero observando López que los acompañantes hacían poco caso del herido y se agrupaban como para recibir órdenes de otro individuo, dedujo que éste era el Jefe Arboleda y. acercándose más y apuntando mejor, con el arma apoyado sobre la rama de un árbol, disparó el tiro mortal.

El General Reyes Patria, Teniente de Mosquera encargado de debelar los restos del ejército conservador, mandó encausar a López por el asesinato de Arboleda; pero mas tarde Mosquera lo declaró comprendido en el indulto general, que dictó después del triunfo de la Revolución.

Así murió, asesinado como Sucre y en la misma montaña de Berruecos, a los 45 años, es decir en la fuerza de la edad, y en la edad de la fuerza de las ambiciones, el gran Poeta-sol-dado, a quien la Naturaleza prodigó todos sus dones, la Repú-blica todos sus honores y la Gloria patria todos sus laureles.

Después de la muerte de Arboleda, la segunda campaña del Cauca terminó rápida y felizmente para las armas federales.

Dominado el Estado del Cauca, Mosquera siguió a someter a Antioquía, último baluarte del Gobierno de la Confederación.

Este Estado, quizá el más importante de la República por los tesoros de sus minas y por el espíritu "industrioso de sus habitantes, que hacen brotar de su suelo, a pesar de ser infecundo por hallarse cruzado por agrias montañas, y a fuerza de labor, todos los elementos de la riqueza agrícola, siempre ha procurado evitar, durante nuestras crónicas guerras civiles, que el flagelo de la contienda llegue hasta sus pacíficas comarcas. Fué por esto por lo que al acercarse Mosquera a sus fronteras, resolvió capitular y abrió las puertas del Estado al Caudillo vencedor.

Mosquera se declaró Gobernador de Antioquia y, como se hallaba triunfante la Revolución en todo el territorio de la Re-pública, porque Canal se había refugiado en el Ecuador, convocó la Convención Nacional que debía reconstituir el país, para la ciudad de Río Negro, situada en el centro de Antioquia.

Este célebre Cuerpo se reunió en Febrero de 1863, con lo más florido del personal liberal de la República. Organizó un Gobierno provisorio en forma plural, compuesto de cinco Directores o Ministros independientes para gobernar y administrar la Repú-blica, hasta que ésta hubiese sido reconstituida por la Convención.

Para la Guerra fué elegido el mismo General Mosquera; para las Relaciones Exteriores, el General José Hilario López; De lo Interior fué nombrado el General Santos Gutiérrez; de Hacienda el General Eustorgio Salgar, y del Tesoro y Crédito Nacional, con residencia en la capital de la República, el Dr. Froilan Largacha.

El 8 de Mayo de T 863, en conmemoración del célebre De-creto de Mosquera, iniciador de la Revolución y expedido tres años antes en Popayán la Convención expidió la Constitución que rigió en la República durante 25 años y que marca el período de la dominación liberal, ciclo que, aun cuando tiene en la histo-ria del País un acerbo de errores políticos, emanados mas que de falta de patriotismo o de conocimientos en la ciencia del Go-bierno, del exceso de sentimientos generosos en la expansión y desarrollo de los principios liberales, fué fecundo en las prácticas administrativas mas puras y mas acertadas que ha tenido el País durante su azarosa vida independiente.

Dominando en la Convención el elemento filosófico del li-beralismo, formado por los hombres civiles que constituyeron en 1849 el partido llamado de los Gólgotas, porque creían que la organización de la República democrática no era otra cosa que la aplicación de las doctrinas del Cristianismo a la organización y go-bierno de las sociedades, fácil es comprender que la Constitución de Rio Negro fué el resumen de sus principios políticos y la con-sagración de éstos en los cánones del Estatuto Nacional.

La Constitución de 1863 hija legítima de ese partido filo-sófico y civilista, muy parecido al de los Girondinos franceses, tenía que ser lo que fué: el más noble, el más humanitario, el más avanzado Código político que jamás haya producido el espíritu humano, sin excluir la Constitución francesa de 1793; obra admirable desde el punto de vista de los intereses del gobernado, porque colmaba las mas exageradas aspiraciones del individuo; Decálogo filantrópico, generoso y altruista, hecho casi exclusiva-mente para los vencidos, sin reservar ningún precepto para conservar en el Poder al bando vencedor; pero Estatuto idílico, casi un poema político, muy a propósito para pueblos de avanzadísima cultura, como el de Suiza por ejemplo; pero no para Sociedades políticas, en su mayoría inconscientes e ignaras de muy incipiente civilización, como son las de los países intertropicales de la América española.

Obra exclusiva de un partido, la Constitución de Rio Negro, como las mas de las nuestras, no fue expresión del sentimiento, ni de los anhelos, ni de los intereses nacionales.

Y no fueron sus principales defectos, la consagración de los derechos individuales ilimitados y sin control ninguno, ni la liber-tad de comercio de armas; ni el sagrado derecho de insurrección; ni la fijación de ¡o años de reclusión como máximum de sanción penal; ni el periodo presidencial de dos años; ni la absoluta inde-pendencia del Estado y de la Iglesia; ni la pluralidad y consi-guiente anarquía de Legislación civil y penal de los Estados, nó. El primero, el fundamental, el mas grave de los errores de los Convencionales de Rio Negro consistió en la defectuosa organi-zación del Poder central o federal. Teniendo siempre en vista los ímpetus ambiciosos del gran Caudillo que había alcanzado el triunfo de la Revolución de ¡ 86o, los hombres de la Convención debilitaron el Poder ejecutor de la Nación hasta el punto de con-vertirlo en una fórmula, despojándolo de toda autoridad efectiva y práctica para prevenir el desorden y reprimir las revueltas, y am-pliando, al mismo tiempo, con exageración sin ejemplo en ninguna otra Confederación, la Soberanía seccional.

« El individúo contra el Estado » (realizando así la utopía spen-ceriana) y los Estados contra la Nación, parece que hubiera sido la formula genésica de la Constitución de Rio Negro. La prohibición al Poder federal de intervenir, con las fuerzas de la Nación, para restablecer el orden turbado por las luchas intestinas de los Esta-dos, nos llevó al absurdo político y administrativo de que el Pre-sidente de la Unión pudiese contemplar impasible el incendio en toda la Nación, de que la matanza se hiciera en las calles de la Capital y hasta el pié de los balcones del Palacio presidencial, y. sin embargo, por cuanto no se había atacado una salina o otra oficina nacional, se viese obligado a decir al pueblo colombiano y al mundo todo: « Os anuncio que constitucionalmente la paz fe-deral reina en Colombia ».

Los convencionales de Rio Negro, dominados por el espíri-tu de imitación de las instituciones de la gran república sajona del Norte de América, para organizar en Colombia la forma fe-derativa, copiaron desacertadamente un canon de la Constitución de los Estados Unidos, y omitieron otro.

En Norte América cada Estado tiene el derecho de está7ble-cer la legislación civil y penal que a bien téngalo cual no ha presentado dificultades ni perturbaciones en las Secciones autóno-mas de Norte América porque éstas son grandes y numerosas agrupaciones de distintas razas y costumbres que formaban en la Colonia Cantones independientes; pero en Colombia, país de re-ducida población y regido durante mas de tres siglos por un sis-tema centralista, era un absurdo permitir la pluralidad de legis-lación civil y penal.

Ya que fueron fieles copistas de la Constitución americana, han debido insertar en la colombiana la facultad que tiene el Presidente de los Estados Unidos para sofocaron la fuerza nacional, las revueltas armadas de los Estados; pero, llevados del espíritu de exageración que ha dominado en los Directores de nuestra política, durante las acciones y reacciones incesantes que han formado la vida nacional durante mas de medio siglo de existencia independiente, los Constituyentes de Rio Negro quisie-ron hacer soberanas e independientes las secciones en que divi-dieron la República, cuando partieron en pedazos desiguales, y sin consultar las condiciones étnicas y los privativos intereses de sus habitantes, el territorio de la República.

También por temor al General Mosquera los hombres de Rio Negro hicieron imposible la reforma de la Constitución. Como los hebreos en cierta ocasión los convencionales de 1863 encer-raron en arca inviolable el libro santo y enterraron la llave en el desierto para que los enemigos no pudiesen abrirlo y profanarlo.

Por esto fué por lo que el Presidente Nuñez en 1885, des-pués de su defección de las filas de los liberales, quienes lo habían exaltado al primer puesto de la Repúblicá, resolvió, pata poder prorrogar su dominación, romper el arca que contenía el Libro Sagrado, de un solo golpe y con el hacha de la Victoria.

Así cayó la Constitución de Rio Negro, y así cayó el libe-ralismo, su genitor, no tanto por los errores políticos en que in-currió, ni por la defección de Nuñez cuanto por no haber refor-mado en oportunidad (violentamente si se quiere por mandato de la Ley de la necesidad que es ley suprema) aquel noble Códigocorrigiendo sus defectos y adaptándolo a las necesidades y al atraso de la Sociedad colombiana. Del liberalismo puede decirse lo que un historiador dice de Napoleón I: Fué víctima de la grandeza misma de su sistema ».

CAPITULO VIII.

Cuaspud

SUMARIO. Guerra de la Unión Colombiana con la República del Ecuador. -Mosquera, Presidente electo por la Convención, marcha al Sur con el ejercito vencedor en la Revolución. – Ardid de guerra de que se vale para atraer a Flores al campo de Cuaspud, como lugar propicio para batirlo. – Victoria de Cuaspud. – Entrevista de Mosquera y de Flores en la hacienda de Pinzaqui, – Tratado de paz con el Ecuador. – Mi padre como Ministro de Relaciones Exteriores, se deniega a firmar ese Tratado. – Palabras de D. Antonio Flores, hijo del general, sobre el desastre de Cuaspud.

Expedida la Constitución de Rio Negro, el General Mosquera fué elegido por la misma Convención Presidente de los Estados Unidos de Colombia, y, al organizar su Ministerio, llamó a mí padre a ocupar el primer puesto en su Gobierno, o sea el de Ministro del Interior y Relaciones Exteriores.

El acontecimiento principal durante la corta administración del General Mosquera en el primer periodo constitucional, bajo el régimen del Código de Rio Negro, fué la guerra con el Ecuador.

Esta República, que se sentía humillada por el triunfo que Arboleda había alcanzado en Tulcan el 31 de Julio de 1862, se había preparado para buscar la revancha en la primera oportu-nidad propicia.

El célebre General Juan José Flores, uno de los muchos ilustres Caudillos que brotó Venezuela, tan fecunda en héroes y en guerreros, durante la Epopeya de la jndependencia, dominaba el Ecuador desde muchos años atrás. Nombrado por el Presidente García Moreno Comandante General de las fuerzas de la Repú-blica, había reorganizado el ejército conforme a los sistemas mo-dernos, importando instructores y oficiales europeos, y se prepa-raba para guerrear con Colombia, a la cual creía debilitada des-pués de una guerra civil, sangrienta y terrible, durante tres años.

Como el General Mosquera exigiera del Gobierno del Ecua-dor explicaciones, aun reparaciones, por los auxilios que había dado a Arboleda y a Canal para combatir el nuevo Gobierno de Colombia, y el Ecuador se denegara a darlas, las relaciones se rompieron y la guerra se declaró entre los dos Estados vecinos.

Rápidamente marchó Mosquera hacia la frontera ecuatoriana con un ejército reducido en número, comparado con el que podía presentar el Ecuador, pero formado por la flor y la espuma de los veteranos que le habían acompañado durante tres años de victorias.

Mi padre que, como llevo dicho, era el Ministro de Rela-ciones Exteriores de Mosquera, lo acompañó en esta célebre cam-paña, la mas gloriosa, sin duda, que ha tenido la República, por-que fue coronada por el triunfo mas completo contra fuerzas su-periores en número, comandadas por el Jefe ilustre, a quien Bolívar consideraba como el militar mas sobresaliente de la guerra de emancipación, después del Gran Mariscal de Ayacucho.

Mi padre me refirió el siguiente interesante episodio de esa guerra.

Cuando Mosquera, el personal del Gobierno y el ejército llegaron a Túqueres, ciudad casi fronteriza del Ecuador, Mosquera solicitó alguna autoridad o individuo muy conocedor de la topo-grafia del terreno en que debían desarrollarse las operaciones militares y, con tal motivo, le fué presentado el cura Benavides, quien, con casualidad, era un hábil dibujante y quien conocía por el ejercicio de sus funciones eclesiásticas hasta en sus menores detalles, la frontera. El Doctor Benavides presentó al Presidente unos planos detallados del terreno fronterizo.

Mosquera, recordando e imitando a Napoleón cuando en 1800 atravesó los Alpes, y señaló sobre la carta a Marengo como lu-gar a propósito para vencer a los Austriacos, fijó también con un alfiler sobre los planos del Cura el punto llamado Cuaspud nombre de una hacienda fronteriza del Ecuador y un lugar pantanoso, en medio de colinas, que formaba espesos fangales comple-tamente ocultos por una vegetación lujuriosa y agreste, producto natural de la humedad estancada como en un gran lago de lodo.

Aquí, dijo Mosquera, señalando sobre la carta el gran pan-tano, y en conferencia secreta con mi padre y el Cura Benavides, aquí debo hacer venir a Flores para batirlo, porque consistiendo su fuerza principal en la magnífica y numerosa caballería que ha organizado, y de la cual es Jefe incomparable, es menester utilizarla para poder triunfar con mis infantes.

El General Mosquera recomendó al Cura que buscase un indio de la vecindad, astuto, valeroso y fiel creyente para que se encargase de una misión importante.

Benavides le presentó a uno de sus mas conocidos feligreses que reunía las condiciones requeridas.

Sobre papel de seda y en letra diminuta Mosquera escribió una orden a Payán, (quien se hallaba con la vanguardia del ejer-cito en Tulcan, extremo de la frontera)para que, a marchas for-zadas, siguiera sobre Quito, que estaba desguarnecida, aprove-chando el error de Flores de separarse a tan gran distancia de la capital del Ecuador para invadir a Colombia.

Este escrito minúsculo fué introducido en un tubito de lim-piadiantes, al cual se la cortó la punta, cubriéndose sus extremos con resinas para entregarlo al indio conductor.

El indígena misionero recibió la instrucción de seguir a Tulcan por la vía mas peligrosa entre las avanzadas de Flores, con el fin de que lo tomaran prisionero y le arrebatasen la orden a Payán, la cual debía ocultarse en lo mas recóndito de su cuerpo. El indio recibiría en recompensa en caso de muerte, el Cielo que le prometía el Cura. Si sobrevivía el misionero obtendría como recompensa una pequeña propiedad que le sirviera para vivir desahogadamente con su familia, además de dinero.

Al mismo tiempo, despachó Mosquera un propio quien, con toda seguridad y por caminos extraviados, debía llegar hasta el campo de Payán, a quien se le ordenaba que estuviera presente con sus fuerzas, al mediodía del 6 de Diciembre, para coronar el triunfo que esperaba Mosquera obtener en el campo de Cuaspud.

El desarrollo de este estratagema de guerra tuvo lugar a la completa satisfacción de Mosquera y a él debió el triunfo espléndido que alcanzó en esa guerra internacional.

El indio conductor de la falsa orden cayó en poder de las fuerzas de Flores, fué desnudado y flagelado duramente, pero nada confesó. Durante las contorsiones y movimientos producidos por la flagelación, los ejecutantes de la tortura descubrieron el pequeño tubo que contenía el astuto mensaje.

Al leerlo, Flores cayó en el lazo. Inmediatamente despachó un correo para Quito para que estuvieran prevenidos en la resis-tencia a Payán y avanzó al encuentro de Mosquera para ven-cerlo una vez que lo creía separado de las fuerzas de su van-guardia.

Por hábiles movimientos estratégicos, y marchas y contramar-chas, logró Mosquera que el 6 de Diciembre se enfrentaran los dos ejércitos en el campo de Cuaspud, como él lo deseaba.

El gran pantano, oculto por las tupidas plantas agrestes, se hallaba encerrado entre dos grandes colinas, cada una de las cuales estaba ocupada por el respectivo ejército. Mosquera inició la ba-talla, enviando el batallón de Santander (lo mas selecto de sus cuerpos de veteranos), comandado por los jefes Rudecindo López y Jeremías Cárdenas, noble y valeroso guerrero, hijo adoptivo y yerno de Mosquera, para que, por el flanco derecho y por vía seca atacara a Flores con fuego nutrido de fusilería, con orden de que en medio del combate tocase retirada a fin de que Flores, creyendo en la derrota, arrollara a su adversario con sus fuerzas de caballería.

Los órdenes del insigne Jefe se cumplieron con una precisión matemática. Cuando López y Cárdenas rompieron los fuegos con-tra la infantería de Flores y tocaron la orden de retirada, la cual ejecutaron en estudiado desorden, Flores ordenó la persecución con su brillante caballería. Los soberbios escuadrones ecuatorianos se precipitaron sobre los grandes pantanos ocultos y allí, como en Waterloo se inutilizaron entre el espeso fango. Desplegó Mos-quera entonces sus batallones para atacar a Flores quien tuvo que tocar retirada general. En estos momentos llegó Payán con sus tropas de refresco y completó, después de una hora, no más de lucha, la victoria más espléndida que cuenta la República en sus fastos militares.

El General Flores, con los restos de su ejército desorganizado, evacuó el territorio colombiano, pasó la frontera e hizo alto en la Hacienda de Pinzaquí, en territorio ecuatoriano.

El General Mosquera siguió con su ejército victorioso hasta la -línea fronteriza, en donde recibió Emisarios de Flores que vi-nieron a hacerle proposiciones de paz.

El Gran General Mosquera devolvió los Emisarios con un Mensaje para el Capitan general del Ecuador, en que le pedía una entrevista en Pinzaquí, para acordar las bases de un Tra-tado de paz.

Habiendo aceptado Flores la entrevista con el General de Colombia, éste se puso en marcha con dos ayudantes, nada mas y sin abandonar su vestido de campaña, que, como los de sus Tenientes, consistía en unos zamarros o grandes pantalones de cuero y la clásica ruana americana, que es una especie de capa

9 sobretodo de paño en forma de cazulla, con una abertura en el centro para pasarla por la cabeza y cubrir los hombros y el torso del cuerpo. Llevaba también el conocido sombrero de tejido de paja Panamá con anchas alas para guarecerse de los rayos del sol.

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