Descargar

Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

  1. Explicaciones necesarias
  2. Dos cartas interesantes
  3. Prólogo
  4. Popayán
  5. Mi Familia
  6. Impresiones de mi infancia
  7. Impresiones de mi infancia
  8. Un poco de Historia
  9. Julio Arboleda
  10. Fin de la Revolución de 1860
  11. Cuaspud
  12. Un personaje singular
  13. De 1864 a 1870
  14. La Administración Salgar
  15. Viaje a Europa
  16. Francia y sus grandes hombres
  17. Viaje a Italia
  18. Regreso a la Patria
  19. Gobierno de Trujillo en el Cauca
  20. Santiago Perez
  21. La obra de Nuñez
  22. Primera época de la Administración Parra y Revolución de 1877
  23. Segunda época de la Administración Parra
  24. Manuel Murillo
  25. José María Samper, Felipe Pérez, Aníbal Galindo y Teodoro Valenzuela
  26. Los Gobiernos Radicales
  27. La Administración Trujillo
  28. Mi Misión ante el Quirinal
  29. Mi misión ante el Vaticano
  30. Banquete del 20 de Julio de 1879
  31. Primer viaje a España
  32. Regreso a Francia, Italia y Colombia
  33. Administración Nunez de 1880 a 1882 y principio de la de Zaldua
  34. Administración Zaldúa
  35. 1883
  36. La Revolución de 1885
  37. El Ateneo de Bogotá
  38. Atentado contra el Banco Hipotecario
  39. Recuerdos Cronológicos
  40. Resúmenes y Conclusiones
  41. Reformas y Corolarios

DON JOSÉ MARÍA QUIJANO WALLIS no cuenta aún treinta y cinco años [nació en Popayán el 20 de Julio de 1847] y ya tiene en su vida pública cantidad de desempeños oficiales que le forman importante pasado político en el partido cuyas ideas sirve, que, como escritor polemista y como literato fácil, muchísimas producciones publicadas en la mayor parte de nuestros periódicos, atestiguan sus amplias dotes como hombre de letras. Apénas había terminado sus estudios pasó de Regidor de Popayán de 1865 á 1867 á la Legislatura del Cauca, y sucesivamente fue Secretario del Gobierno del mismo Estado en 1867, Rector del Colegio de Popayán y profesor de varias clases en 1869, Diputado á la Cámara de Representantes en 1870 y 71, y Senador en 1872. De vuelta de un viaje á Europa fué Secretario del Gobernador del Cauca y en 1875 Director de Instrucción pública en ese Estado ; nuevamente Diputado en 76, tuvo á su cargo la cartera del Tesoro y Crédito Nacional. Más tarde, en 1878, recibió el nombramiento de Encargado de Negocios y Cónsul general en el Reino de Italia, cerca de su Majestad el Rey Umberto, en donde permaneció hasta 1881. Durante el tiempo de su permanencia en Europa hizo importantes viajes y estudios y mereció el alto honor de recibir la Cruz de Comendador de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro. Alto, moreno, de grandes ojos expresivos, lleva ordinariamente la barba entera, que es de un tono negro absoluto, como sus cabellos que tienden á escasear; boca llena de movimiento, nariz aguileña, delgado, afable, dulce en el hablar, es lo que podemos llamar un hombre completamente buen mozo. Mimado de la fortuna, excesivamente perezoso para escribir, lo que hace sin embargo con facilidad, preferiría sin vacilar á todos los distinguidos puestos que ha ocupado el título de Doctor en Medicina, ciencia que ejerce con el mismo aplomo como si lo fuera, y haciendo sin vacilar sus experiencias hipocráticas de ordinario sobre su misma persona, escogiéndose víctima de sus propias recetas. Su padre fue D. Manuel de Jesús Quijano y Ordóñez y su madre la señora Doña Rafaela Wallis y Caldas. Enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la república de Colombia ante su majestad el rey de Italia; antiguo ministro de estado, ex senador y ex presidente de la cámara de diputados; antiguo diplomático en Inglaterra, Francia y Suiza; individuo de número de las academias de jurisprudencia y legislación de Madrid y de las de jurisprudencia e historia de Bogotá ECC. [1]

CON PRÓLOGO DE

NICOLÁS ESGUERRA

Y CARTAS

DE CARLOS A. TORRES Y SANTIAGO PEREZ TRIANA

Explicaciones necesarias

Un libro es una obra de pensamiento.

En todo trabajo intelectual, simplemente especulativo ó de imaginación, hay siempre un móvil y un propósito. El primero nos impulsa a emprender la obra y el segundo a su publicación.

¿Cuáles son el móvil y el objeto de este libro?

Para responder a esta pregunta, bástame enunciar las partes de que se compone.

La parte autobiográfica y de genealogía de mis antecesores tiene un carácter familiar, casi intimo y está destinada únicamente a la lectura y conocimiento de los hijos de mis hijas.

Así, pues, los lectores, extraños a los vínculos de mi familia, pueden prescindir de su lectura, y aun les suplico que prescindan de ella o que, En todo caso, me perdonen por haber ocupado una parte de este libro en narrar hechos que me atañen exclusiva y personalmente, Esos relatos tienen la siguiente explicación:

No es un sentimiento de vanidad el que me ha movido a referir ciertos hechos y éxitos de mi vida pública en el campo del parlamentarismo y de la actuación oficial. La vanidad es un sentimiento propio de la naturaleza humana. Casi nadie se sustrae a su influencia, no obstante que todos quieren negarla ú ocultarla. Tal sentimiento, que se moteja siempre, no deja de ser provechoso porque es un estimulo del progreso individual. Pero la vanidad, como todas las pasiones que desarrollan la natural ambición del hombre en la juventud, desaparece por la acción disolvente del tiempo. En el crepúsculo vespertino, el sol de la existencia palidece y sobre el desteñido horizonte se amontonan las sombras mortecinas.

Tal me ha pasado a mí, y es por esto por lo que declaro que no es la vanidad la que me ha movido a referir en este libro ciertos sucesos que pueden hacerme aparecer como hombre afortuna-do en mi carrera pública. No. Es porque considero como mi deber de los hombres que han procedido correctamente en sus actos públicos, como miembros de una sociedad civilizada y cristiana y que han marchado siempre por el camino recto, esquivando traviesas y sendas tortuosas, referirlo a sus descendientes como legado limpio de sus progenitores.

Este mismo sentimiento me ha impulsado a recordar a gran-des rasgos la genealogía de mis antepasados, especialmente de mis amados padres, a cuya memoria he consagrado siempre culto re-verente.

Ya que me hallo en la tarde de la vida, casi en los vestí-bulos de la tumba, he deseado contar en alta voz a mis descen-dientes lo que pueda interesarles de su genitor, para que puedan decir respecto de mi lo que yo digo con relación a los míos; « Siempre fueron animados en sus acciones por el sentimiento del deber, conforme a su propia conciencia, y al bajar al sepulcro y ser cubiertos con el sudario, sus deudos no tuvieron que lavar mancha alguna sobre sus frentes ».

La parte que podemos llamar de carácter histórico y polí-tico ha sido escrita por la insistencia de mis amigos y porque considero que es un deber de todo individuo que ha desempeñado un papel, siquiera haya sido insignificante o de partíquino en el escenario de la vida pública y social, referir los hechos en los cuales fué actor ó espectador, para procurar elementos al historiador que acometa la empresa de escribir la historia moderna de Colombia Casi todos los grandes historiadores, desde Josefo y Tácito hasta Thiers y Perrero, se han servido de Memorias o narraciones de los individuos contemporáneos para escribir sus monumentales obras.

Con el fin de hacer menos árida la lectura de estas Memo-rias, en gran parte autobiográficas, he creído deber salpicarlas con la relación de algunas anécdotas u episodios curiosos ó interesantes que son ignorados por la generalidad de mis compatriotas; y con una rápida relación de algunos de mis viajes.

En todo "cuanto yo refiero en este libro, he procurado ser ser-vidor inflexible de la verdad, la cual puedo garantizar en todos los hechos que he presenciado, o en que he tomado parte directa ó indirecta. Puedo haber incurrido en error de recuerdo de algu-nos datos cronológicos y de nombres propios, porque habiendo escrito este libro en Paris, sin libros, ni periódicos, ni otros datos de consulta, los cuales reposan en mi archivo personal de Bogotá me he visto forzado a trabajar ateniéndome únicamente a mis recuerdos, ya bastante lejanos. Así, pues, ruego a mis lectores me perdonen si he incurrido en algún error cronológico en alguna cita equivocada, porque les garantizo de nuevo la veracidad glo-bal de los hechos.

He procurado también escribir semblanzas o ligeros bocetos biográficos de aquellos hombres eminentes que en Colombia desem-peñaron un papel importante y aun trascendental, ya como hom-bres públicos u ora como intelectuales sobresalientes, con el objeto de tributar un homenaje a su memoria venerable y de procurar datos al futuro historiador.

En mis apreciaciones sobre política y sobre sucesos históricos con ella relacionados, he sido guiado por un sentimiento de justicia y por un criterio completamente imparcial y desapasionado. Alejado como estoy irrevocablemente del escenario de la vida pú-blica y desligado de todo interés personal que a ella pudiera refe-rirse, he procurado emitir mis conceptos escribiendo desde Sirio, como dicen los retóricos. Mis, opiniones, pues, pueden ser falsas o erróneas por carencia de facultades para formarlas acertadamente pero en todo caso son sinceras.

Desde adolescente he militado en la Escuela liberal doctri-naria que proclama el reconocimiento de los derechos naturales del hombre y la organización de la Sociedad conforme a las doctrinas del Cristianismo, cuyos preceptos aplicados a la Sociedad forman la esencia de la Democracia. Siempre he sido apóstol irrevocable de la Paz y Obrero del Progreso de mi Patria. Cuantas veces fui consultado en mi carácter de hombre público para resolver si el partido liberal debía emprender o no la reivindicación de sus derechos por medio de las aarmas, he votado resueltamente por la negativa y por la afirmación contraria, o sea por la actitud pací-fica y por la expectativa de una restauración por senderos tran-quilos y legales. Así ha sucedido por fortuna para la República, como lo demuestran el orden y la Paz de que disfruta, por pri-mera vez, en un período prolongado de diez seis y años.

No obstante mis convicciones sinceras y mis labores honra-das de liberal de la Escuela de Murillo, al escribir mis Memo-rias, llevado del principio de tributar ante todo homenajes a la Justicia y a la Verdad histórica, he apuntado los errores en que han incurrido los Directores de la Comunidad política liberal y he enzalzado los hechos que merecen honrarse en la actuación de nuestros adversarios. En algunos Capítulos de este libro, el lector extranjero vacilará en conocer a qué partido político pertenece el Autor, tal es el espíritu de imparcialidad que ha guiado mi pluma en las apreciaciones.

Y, por último, he sido movido para escribir este libro por un sentimiento muy natural cuando, retirados de toda participación en el movimiento de la vida política y social del medio en que hemos vivido, queremos alimentar nuestro espíritu con los elementos que nos ofrece el Pasado, ya que el Porvenir no nos promete ninguno y que el Presente se halla reducido a la vida vegetativa y de re-poso. Cuando el hombre se halla en el descenso de la cumbre y se acerca al término del viaje, vuelve instintivamente su mirada hacia atrás y, ya que no puede hacerlo materialmente, desanda con el pensamiento el camino recorrido. Por esta consideración se explica la inclinación que tienen todos los individuos que se hallan en la tarde, casi en la noche de la vida, a evocar recuerdos y escribir Memorias.

Sirvan estas líneas de explicación de los móviles y objeti-vos de este libro, para que el lector benévolo excuse los datos auto-biográficos que él contiene y me perdone los errores en que yo haya podido incurrir al escribirlo.

Paris, 1915.

JOSE MARIA QUIJANO WALLIS.

Dos cartas interesantes

Con el objeto de tributar un homenaje a la memoria de dos eminentes compatriotas, cuya prematura muerte lamenta aun Co-lombia, deseo colocar al frente de esta obra una parte del Prólogo que escribió para otro libro mío el Doctor Carlos Arturo Torres cumpliendo asi la recomendación que este eximio literato me hizo- algunos meses antes de morir, al tener noticia de que -tenía yo el pensamiento de escribir mis Memorias. « Resérveme, me dijo, el honor de escribir otro Prólogo para su nuevo libro, y en caso -de que, por cualquier evento, no pudiere escribirlo oportunamente, re-produzca el que se halla al frente de sus interesantes Discursos y Escritos Varios ».

También el Dr. Santiago Pérez Triana, que tenía el propó-sito bondadoso de escribir un Prólogo para mis Memorias, me dirigió la carta que, con los lugares del otro Prólogo de Tórres, publico a continuación.

El Doctor Tórres dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

« El autor de la presente obra es un espíritu de alta distin-ción; esa es la constante de su carácter, que se imprime con sello imborrable en todas las circunstancias de su existencia y en todas las páginas de su libro. Este es variado y rico de vida, de infor-mación, rumoroso de ideas, brillante, armonioso y múltiple como la carrera misma del autor. Publicista y político, diplomático y hacendista, escritor y tribuno, el Doctor Quijano Wallis, perso-nalidad emérita y prominente en Colombia, conocida y justamente apreciada fuera de ella, ha vivido muchas de las páginas que ha escrito; ha elaborado él mismo, como hombre de Estado, muchos de los principios que sustenta; ha intervenido, de modo eminente unas veces, otras de indirecto modo siempre elevada y noblemente

en muchas de las situaciones que estudia; ha hecho, en fin en mu-chos casés, la historia que escribe; de ahi la originalidad, el movi-miento, el íntimo y supremo valor, el vivido interés de este libro.

En sus estudios literarios, al autor, hombre de mundo y -mentalidad fina, sutil y equilibrada, no subordina sus predilecciones-intelectuales a las exigencias coercitivas de modas más o ménos efimeras, mas o ménos tiránicassino que sabe muy bien que toda admiración es una comprensión y toda comprensión una afinidad; que la creación artística perdura, por encima de los gustos de un día é independientemente de ellos, por el destello de eternidad que haya sabido sorprender y fijar y que ese destello milagroso no se apaga en la obra que una vez lo reflejó, aun cuando nuevos profetas conviertan toda la admiración colectiva de una época al culto de los Dioses extranjeros. Y, así como en la literatura guarda el Dr. Quijano noblemente la fidelidad de sus predilecciones, lo que es plausible, en política ha exhibido el valor de sus ideales lo que es admirable; por eso vemos en este libro páginas qué serán perdurable timbre de honor para su nombre: su llamamiento a la Paz y a la Concordia, en nombre de la Patria y en medio del deshecho huracán de las revoluciones – pieza plena de elo-cuencia, de sentido político y de dón profetico, brote de irrecusable patriotismo y acto además de supremo valor civil, – bastaría, el solo, a graduar a su autor de espiritu clarovidente, de conciencia recta y, lo que es mejor aún, de hombre de corazón y de buen ciudadano.

Ni son solamente hermosas generalizaciones históricas, polí-ticas y literarias, y trascendentales internacionales (en las cuales el autor, ex-Ministro de Relaciones Exteriores y varias veces Minis-tro Diplomático, muestra una competencia y una sindéresis ver-daderamente notables) las que dán encanto y variedad a este libro; campean allí también, disimulada su intrínseca aridez, con los encan-tos de una prosa siempre pulcra, sonora y elegante, la sana doctrina económica, el sólido estudio de muchos de los grandes problemas. aun no resueltos, de órden administrativo, económico y fiscal que han agitado al mundo y que en Colombia han asumido carácter de gravedad sin precedentes; la idoneidad del autor en tan delicadas materias está consagrada ya por el veredicto unánime de una opi-ni6n ilustrada, que le ha aplaudido siempre cuando quiera que,. corno Ministro del ramo, como Gerente y Organizador de varios Bancos y Númen constante de nuestras Cámaras de Comercio, ha dádo airo feliz a muchas de tan árduas cuestiones.

No es de dudarse que la acogida que dará el público a las hermosas é importantes piezas aquí coleccionadas, alentará a su autor a darnos el conjunto completo de su obra, – tan fecunda y tan rica – y sus interesantísimas Memorias autobiográficas que han de constituir, de ello estamos ciertos, una valiosa contribución a nuestra historia y una preciada joya de nuestra literatura ».

CARLOS ARTURO TORRES

El Dr Pérez Triana me escribió lo siguiente:

« Mi querido Doctor y amigo:

Yo considero que Ud. ha formado parte integrante de la generación 116 era la genuina a que perteneció mi padre y en cuyo alfa-beto humano valga la expresión, se encuentran casi todas las letras mayúsculas que ha producido la República después de la guerra cíe eman#,i5ación. El alfabeto nacional está hoy reducido desgraciada-mente a minúsculas de bastardilla, casi microscópicas, especialmente en los campos del liberalismo.

Como colaborador de esos hombres que fueron il/furillo, Santiago y Fetipe Pérez, Zapata, Cuenca etc, siendo Ud. mucho mas joven que ellos, ha dejado Ud. una huella brillante, simpática, honorable y fecunda en la colaboración a la obra de la República.

Ahora bien, cuando yo escriba el Prólogo, lo cual discernirá una honra para mí al aparacer a par del escrito de Ud., permítame Doctor, que ofenda su modestia cuando haga presente la labor polí-tica e intelectual en que" Ud. en sus juveniles anos tomó parte como periodista, corno orador, como legislador y aun como individuo privado en la senda del Comercio, de la banca, etc, etc. Ni a Ud. había de satisfacerle, ni sería yo hombre que hiciera tal labor, el que me limi-tara a simples alabanzas triviales que tan de usanza son en esos mundos cte Dios, entre quienes o no quieren o no pueden afrontar alguna park siquiera de la responsabilidad de las cosas que debieran decirse. Yo creo que en la vida como en las farmacias, las cosas deben de estar en sus puestos; las drogas en sus frascos respectivos y las luchas en sus campos propios.

Pero como quiera que las hojas de un libro son como los días de una vida y como que las Memorias que tiene el feliz propósito de escribir Ud. han de ser la recolección de esas hojas, es decir de esos días, quien de esa colección hable, debe repetir siquiera un eco del rumor que de ellas se desprende. Y el eco del rumor de la vida de Ud., hijo de aquel incansable luchador que fue su padre, y luchador Ud. mismo por los principios liberales tiene que ser un eco en que se hable del gran partido liberal que luchó, en el cual se encarnó la esperanza del progreso y de verdadera libertad para la República, y el que depurado por la derrota y por el vencimiento, esperamos muchos, que no solamente, no creemos en que los partidos se hayan acabado, sino que declarariamos esa repentina supresión de ellos en Colombia como inmoral, surgirá glorioso y pujante en bien de la República.

Londres 1914

« Firmado. S. PEREZ TRIANA.

Prólogo

Nuestro eminente compatriota el Sr. Dr. José María Quijano Wallis ha querido que seamos nosotros quienes presenten al pú-blico lector y a la posteridad sus memorias autobiográficas, histo-ricopolíticas y de carácter social.

Esta honra es indeclinable: desde luego por lo que ella entraña en sí misma; indeclinable por otros simpáticos aspectos, tales como el de ser el Dr. Quijano Wallis y el suscrito los únicos sobrevi-vientes de cuantos individuos desempeñaron las Secretarias de Estado en la era constitucional que se inició en Rio Negro de 1862, y el venir la obra dedicada a las Academias Colombianas de Jurisprudencia e Historia, Institutos éstos a los cuales ligan al Autor de este Prólogo los más intensos lazos de cariño y gratitud, por las extraordinarias distinciones de que es deudor a uno y otro. Por su parte, el Autor del libro ha sido también Presidente el primero de aquéllos y es igualmente miembro del segundo.

Con todo, y a pesar de nuestra buena voluntad y de la im-portancia del libro, vímonos obligados a aceptar el encargo de pro-logarlo con la precisa condición de que no entraríamos en el extenso juicio crítico a que es acreedor, pues son éstos precisos momentos de cierta recrudecencia en nuestros quebrantos de salud, que nos impide una labor tan concienzuda como la que hubiéramos querido realizar en esta oportunidad. Nos vemos, pues, constreñidos a la muy sincera presentación del volúmen y a la entusiasta recomen-dación de él. Afortunadamente se trata de una labor de la cual se puede decir con toda verdad y justicia que su mejor presentación y recomendación es el afirmar que no necesita de ninguna de las dos.

Y Cómo ha de necesitarlas si en bloque resalta la trascen-dencia del servicio que con este tomo va a prestarse a la Historia nacional y a la cultura política con solo que se vean" de frente el nombre del Autor – y el titulo de la obra.

Qué bien ha hecho el Dr. Quijano Wallis empleando el re-poso de su vejez, alejado de la Patria, en dedicar a ésta sus ta-lentos y laboriosidad y las ardientes palpitaciones de su corazón siempre joven, a fin de realizar la cuidadosa preparación de esta obra tan extensa y artística en su forma; tan intencionada y ví-vida en su factura; tan interesante, en fin, por todos conceptos.

Desde Plutarco hasta nuestros días, la vida de los hombres

superiores ha sido parte esencialísima de la Historia y ello es -lógico y natural, como que los grandes ciclos de ésta por ley di-vina y humana, han tenido por fuerza que encarnarse en un hombre que ha sido el conductor y el guía, el exponente de su momento -histórico; aquel que por culminar más alto atrajo sobre su cabeza todos los soles y todas las tempestades. Este concepto, que con-firman de consuno la historia y la sociología, no implica, desde luego, la aceptación de aquel otro de los hombres providenciales o simplemente necesarios.

Y si la vida de las grandes figuras de los pueblos es inte-grante poderoso de los anales de éstos, su importancia y virtua-lidad crecen extraordinariamente cuando toma la forma de la auto-biografía, y dan la propia semblanza política del recuerdo personal. De ahí que, especialmente en los dos últimos siglos, este género de historia se haga de tal manera que las monografías a él per-tenecientes han venido estimándose y multiplicándose a diario en todas las civilizaciones modernas.

En Colombia, tan distinguida siempre por sus altas disciplinas intelectuales, el simpático fenómeno se observó desde el momento mismo del descubrimiento y conquista. Aún mas: el fundador de la nacionalidad política, el Licenciado Quesada, jurista y letrado, dió el noble ejemplo con su Compendio Historial ó sus Ratos de Suesca. Y sin contar al Bachiller Fernández de Enciso, Fernández Oviedo y otros, bien podemos, dentro del caro solar bogotano, preciarnos del sabroso Rodríguez Fresle, del prolijo Simón, del fá-cil y rimado Castellanos.

Despues del ciclo de la colonia y en cuanto pasó el esfuerzo mag-no y la independencia fué una realidad, los autores de ésta que lo-graron sobrevivir, poseídos de la grandeza de la tarea cumplida, sintieron al punto la necesidad de dejar para la historia su propia personal percepción de los hombres y de los hechos, y de preve-nirse contra las asechanzas de la calumnia y contra los vacíos del olvido. De ahí las famosas Memorias de O" Leary escritas por ins-trucciones del libertador, las de López, las de Posada, las del" Abanderado Espinosa; las de Urdaneta; las de Castillo Rada; los Apuntamientos de Santander; el Diario, y aun la misma Historia de Restrepo; las páginas de Santiago Arroyo; los Recuerdos his-tóricos de Manuel Antonio López; el modesto Diario de José María Caballero; el de Martín Melendez; el de Santiago Talero; las mo-nografías de Vargas Tejada, Francisco Soto, Tomás C. de Mosquera, Florentino González, Ezequiel Rojas y demás; las auto-biografías de Páez, de Antonio Obando, Reyes y otros.

Y no solo los héroes y los estadistas se cuidaron del mañana -en esa forma, sino que cuando no pudieron realizar tal labor, dejaron, más o menos directamente los materiales del caso a deu-dos ó amigos. A esta clase pertenecen las vidas de Santander (por Ernesto Restrepo Tirado, que con la publicación del Archivo de Santander va ya en diez tomos, número a que no ha alcanzado otra obra en el país) Acevedo Gómez (por Adolfo León Gómez); Nariño y Herrán (por Pedro M. Ibañez y Eduardo Posada); Cór-doba y Caldas (por Eduardo Posada) Ricaurte (por Facundo Mu-tis y Lorenzo Marroquín) Fernández Madrid (pqr Carlos Martinez Silva); Murillo (libro editado en su Centenario por la Junta Na-cional que tenemos el honor de presidir); Rufino Cuervo (por Rufino José y Angel Cuervo); Francisco de Paula Vélez (por Pedro Fernández Madrid): Ignacio Gutiérrez Vergara (por Ignacio Gu-tierrez Ponce): José Ignacio de Márquez (por Carlos Cuervo Mar-quez en prensa); Felipe Pérez (por Enrique Pérez); Ospina por Estanislao Gómez Barrientos) Eliseo Payán (por Aureliano Gon-zález "Toledo); Joaquín Acosta (por Soledad Acosta de Sam~er); Pablo Durán (por Emilio Durán L.) Marroquín (por José Manuel Marroquín Osorio); y otras, sin contar los discursos y bocetos que también pudieran aqui clasificarse.

Y no sólo los héroes y los estadistas de la primera época de la República han solido dejar su autobiografía o sus recuerdos, sino que algunos de los que actuaron posteriormente, han prestado esa suerte de servicios a la historia nacional y hoy son leídos con interés los brillantes Recuerdos Históricos de Galindo; las serenas Memorias de Parra; los instructivos Recuerdos y apuntamientos de Cáicedo Rojas; las amenas Reminiscencias de Juan Francisco Ortiz y de Cordovez Moure.

Lástima grande, como acaba de verse, que sea muy corto el número de nuestros hombres eminentes que cuente iil éxtenso" con una biografía o con una autobiografia o libro de recuerdos; qué precioso arsenal constituiría hoy la bibliografía histórica nacional si todos o casi todos los ciudadanos que aquí han figurado en primera línea, se hubiesen cuidado de ello o hubiesen tenido la fortuna de que sus hechos y papeles fuesen luego recogidos por manos cariñosas

Bastará lo dicho para convencer de que este nuevo volúmen que llega hoy a ocupar puesto propio, definido y seguro en nuestra literatura autobiográfica, merece los más calurosos aplausos, pró-diga acojida e inteligente "atención. Su autor, que desde muy jó-ven se paseó triunfalmente por los altos despachos, los Parlamentos y IQS grandes salones, estaba llamado, como pocos, a revivir y -agrupar tantas -páginas, muchas aún en blanco, que esperaban ya el conjuro de su galana pluma, de su privilegiada memoria y de la serenidad de su espíritu. Verdad es que para 1908 en esme-rado libro por la Patria y por la Paz, prologado por Carlos Ar-turo forres, ya había obsequiado el Dr. Quijano a Colombia con una selección de Estudios, Discursos y Escritos varios.

Este tomo viene ahora a complementarse con las Memorias en que el autor pasa revista a mas de medio siglo, el último, de la historia nacional, dejando casi siempre el sello de su propia personalidad y de sus recuerdos, por haber intervenido como actor en muchos de los asuntos de mayor entidad.

Principia el presente libro con la descripción de lo que fué la opulenta Popayán en tiempos de la Colonia y con datos sobre las familias de allí, entre las cuales figuraron las de Quijano, Wallis, Caldas, Torres, Tenorio, etc. a que pertenece el autor, y termina con una rápida ojeada a las últimas administraciones e-jecutivas de los Señores Reyes, González Valencia, Restrepo y Concha, es decir, hasta el momento actual, por más que el bis" tonar con largueza estas épocas se ofrezca como materia del se-gundo tomo.

La parte autobiográfica principia hacia 1860 con interesantes referencias al Obispo Torres, a los Generales Mosquera, Obando, Arboleda, y a otros personajes ilustres, que tan pródiga ha sido en ellos la fecunda Popayán. Entre éstos ocupó lugar prominente el padre del autor, el Dr. Manuel de Jesús Quijano, orador de grandes recursos, politico y servidor público de mucho valer, que honró como su hijo, sillonnes en el Gabinete ejecutivo y en las legislaturas.

Curiosos son los recuerdos de Dón Itrio Mazuera, el des-graciado y famoso luchador caucano y de importancia, los relati-vos a la batalla de Cuaspud, en la guerra con la hermana na-ción del sur.

Coronada su carrera de abogado y venido a Bogotá, el Dr. Quijano Wallis como Diputado a la Cámara, sin tener aún la edad requerida en esa corporación, se hizo notar como defensor del héroe del Paraguay, Solano López, a quien el Congreso co-lombiano honró a la sazón por ley, asi como reconoció luego la beligerancia de los patriotas cubanos y como opositor al pro-yecto que pretendió fijar también por ley los textos de enseñanza.

El Dr. Quijano, quien por su gallarda apostura, su inteligencia Vivaz, su ilustrada conversación, su cortesanía exquisita y su vida de gran Señor, ha sido uno de los más auténticos gentlemens que hayan lucido en nuestros salones, empieza sus reminiscencias de carácter social, aspecto muy original y valioso de este libro – con las patriarcales sesiones de tresillo en el Palacio, durante la mo-desta Administración Salgar.

En seguida vienen sus viajes a Europa, con nuevas referen-cias a Victor Hugo, Pio IX, Victor Manuel, Humberto, Thiers-el Duque de Aosta, el Cardenal Nina, Alfonso Karr, de Lesseps, Zorrilla, Nuñez de Arce, Campoamor y tantas otras figuras de primer órden como ha tenido ocasión de tratar en sus largos y frecuentes viajes por el viejo mundo.

A los recuerdos de la ardiente lucha electoral de i8 75-76 siguen los de su primer Ministerio ejecutivo o sea la Secretaria del Tesoro y Crédito Nacional, a la cual pasó de la Cámara baja, donde de nuevo representaba al Cauca. En este Estado había sido Secretario de Gobierno y Director de Instrucción Pública en época azarosísima, y aun se inició entonces su candidatura para la Presidencia de esa gran Sección de los Estados Unidos de Colombia.

Quizá las páginas más importantes de toda la obra son las muy nutridas relativas al decenio comprendido entre el estallar la revolución de í8;6 y la sanción de la Carta de r886, que marcó el advenimiento de la Regeneración y la caida del Pode! del Partido Liberal. En toda esa época tuvo el Dr. Quijano una activísima participación en la política y en la administración pública.

En esta última cúpole en suerte al hoy muy digno Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de Colombia en Suiza la faz más delicada pero también la mas airosa del servicio pú-blico; la diplomática; y en ésta tocaronle negociados tan graves que bastarían por sí solos para vincular su nombre a la historia de nuestras relaciones exteriores. Tal su misión ante el Quirinal, cuyo objeto principal fué aprovechar su permanencia en Roma para acercarse privada y confidencialmente – por primera vez en

ese régimen liberal – a la Santa Sede en busca del modus vivendí que se ajustó más tarde; tal su actuación como Canciller o Secretario de Relaciones Exteriores de la severa Administración Zaldua, en que hubo de dar por entonces la última maho al viejo litigio con la hermana Venezuela.

Y como nota plácida que contrasta las graves reminiscencias políticas y diplomáticas, se encuentra un capitulo sobre el simpá-tico Ateneo de Bogotá, fundado por el Dr. Quijano y el Sr. Soflia, Ministro de Chile, inolvidable cantor del Magdalena.

Entre esa extensa tarea autobiográfica, resaltan los medallo-nes o bocetos de muchos de nuestros más insignes estadistas, que dan al conjunto un atractivo especial y son respecto de estos una generosa obra de reparación y de justicia que el autor realiza en beneficio de otros, todos ya muertos, en medio de la justicia que se hace a sí mismo en algunos casos o de la reparación que se procura ex otros. Alli Caldas y Torres, Herrán y Obando, Mu-nIlo y Ospina, Mosquera y Arboleda, Santos e Ignacio Gutiérrez, Torres y Juan E. Manrique.

Suele observarse, y está muy en lo cierto, que un solo rasgo en la vida del hombre, y especialmente en la del hombre de Estado, basta para retratarlo de cuerpo entero y es materia suficiente para modelar su personalidad ante la Historia.

El autor de este libro ha tenido varios de esos rasgos en su larga y múltiple existencia, y para comprobarlo vamos a permi-tirnos traer ahora dos, que, al par que serán una buena muestra de lo interesante de estos recuerdos políticos que van a leerse y del libro entero, pintan y definen al Dr. Quijano Wallis cabalmente en cada una de las situaciones más altas y difíciles en que se pusieron a prueba sus luces, su integridad y su patriotismo. Nos refe-rimos a las dos ocasiones en que fué Ministro en propiedad, puesto que en alguna también estuvo encargado de la Secretaría de Go-bierno o de lo Interior.

Oigamos al propio Dr. Quijano:

El Dr. Aquileo Parra, en quien la modestia, la sensatez y – el patriotismo, cualidades salientes de su espíritu sereno y puro, – aparecían apenas como satélites de su alta, incontrastable probidad, pidió licencia para separarse del ejercicio de la Presidencia, con cl fin de restablecer su salud quebrantada por las faenas de la revolución.

« En vísperas de ausentarse para San Vicente, nos cruzamos las siguientes cartas:

Casa de Usted, Mayo 14 de 1877.

Mi apreciado Dr. Quijano:

Dentro de pocos días me iré para San Vicente, para tratar de salir de estos achaques que algo me preocupan y me mortifican mucho; pero ha de saber que estoy incóngruo, porque les teés de Palacio y otros gastillos extraordinarios durante la guerra, me han llenado de pequeñas cuitas de que deseo salir antes de irme. Vea -usted si es posible, ya que en tan pocos días está sacando a flote el Tesoro, que se me pague el medio sueldo pendiente del mes pasado, y se me anticipe lo de dos meses más, con el descuento corriente en el Banco de Bogotá. Yo le daré garantías suficientes para la devolución del dinero en caso de que, por algún aconte-cimiento imprevisto, no pueda devengar la anticipación con el desem-peño de mi destino.

Suyo afectísimo amigo

AQUILEO PARRA.

CONTESTACION

Mayo de 1877

Sr. Dr. Aquileo Parra, etc, etc.

Mi respetado amigo:

Contesto su apreciable de ayer, que anoche recibí. Conforme a disposiciones expresas del Código Fiscal (capitulo ~ Departa-mento del Tesoro), no se puede hacer anticipaciones de sueldos, con descuento o sin él, a los empleados públicos. Así, pues, no me es posible complacer a Usted, respecto de lo que me pide en su carta; pero yo le ofrezco mi firma particular para obtener en préstamo el dinero que necesita, en el Banco de Bogotá.

Su respetuoso amigo y servidor.

JOSE MARIA QUIJANO WALLIS

El Dr. Parra llevó su delicadeza hasta no aceptar ni firma por ser yo su Secretario del Tesoro, y obtuvo un préstamo de" 2.000 pesos, si mal no recuerdo, en el Banco, con la firma del Dr. José Ignacio Escobar.

Parra entonces era Dictador por gracia del artículo 9 de la Constitución, y el órden público no estaba restablecido.

Oh témpora, oh mores! »

Y como Ministro de Relaciones Exteriores, he aquí las ins-trucciones comunicadas por, el Dr. Quijano al Dr. Anibal Galindo encargado de redactar el alegato de Colombia en la Litis con. Venezuela sobre límites. Son uno de los más hermosos documentos de Cancillería de que haya podido ufanarse nación alguna, dadas su bella parquedad y su admirable intención.

« Estando de por medio la honra y los intereses de la Nación, más comprometidos acaso en la manera como se conduzca el proceso que en su decisión final, paso a comunicar a Ud., de orden del Presidente, las siguientes instrucciones a que Ud. se servirá ajustarse en la redacción del alegato:

O" Usted se servirá no hacer uso de ningún documento cuya autenticidad no esté plenamente comprobada; y, al citarlos, no los extractará usted, sino que se servirá copiar íntegra y fielmente, con la misma ortografía que ellos tengan, la parte o partes de que usted haga uso, citando el libro, obra o protocolo de donde se han tomado.

20 Tampoco deberán extractarse los razonamientos de la parte contraria que usted tenga que rebatir: será siempre mejor que usted los copie textualmente, entre comillas, para poder después con toda seguridad, referirse a ellos.

3 Finalmente, desea el Presidente que usted ponga especial cuidado en que el estilo brille por su sencillez. La elocuencia debe consistir aquí en la pulcritud de la dicción y de las formas, y en la extricta demostración de la verdad.

En suma, el Presidente, como Jefe de la Nación, sentiría menos, por su parte, la pérdida total o parcial del pleito que el sonrojo de que la República se viera expuesta a rectificaciones y confron-taciones, que pusieran en duda la lealtad de su palabra y de su-proceder ».

Verdad que estas últimas palabras, que debieran grabarse con letras imperecederas en la puerta del Palacio de San Cárlos, el viejo palacio del Libertador, hoy nuestro Ministerio de Rela-ciones Exteriores, como que son quizá el mas alto timbre y la característica de la hidalga política exterior de Colombia; verdad que ellas son las mejores, las más apropiadas, las más honrosas que pudiéramos encontrar en la vida del Autor de este libro para cerrar con broche de oro esta Introducción.

Bogotá, Abril de 1917.

CAPITULO 1.

Popayán

SUMARIO. – Situación de la ciudad. – El Cauca y el Magdalena. – Grandeza y prosperidad de Popayán en la época colonial. – Sus hombres ilustres. -Torres y Caldas. – Los diplomáticos, oradores, poetas, eclesiásticos y guerreros. – Presidentes de la República nacidos en Popayán. An-tiguas costumbres de la ciudad. – La fiesta de los Reyes. – Las procesio-nes nocturnas de la Semana Santa. – Homenaje a la ciudad.

Como un homenaje filial quiero dedicar la primera página de este libro de Recuerdos y Confidencias á la ilustre ciudad en que nací y a la cual todo lo debo: familia y cuna, posición y nombre. La Cordillera de los Andes que se trifurca en la altiplanicie de Los Pastos, extremo sur de Colombia, encierra entre sus ramas central y occidental el valle hermoso que riega el Cauca. Los últimos contrafuertes de la cadena de montañas que se abren para allanar el curso del río, forman, al desaparecer y dar lugar a las vastas llanuras, una bella planicie que parece un vestíbulo del gran Valle. En esta hermosa región, regada por el Cauca, cuando trata de romper las murallas que lo oprimen y al pié del volcán y ne-vado del Puracé, la « ILUSTRE POPAYÁN ALZA SU FRENTE » como dijo su gran poeta Arboleda.

Fundóla Sebastian de Belalcazar, uno de los Tenientes de Pizarro, y quizá el mas culto de los conquistadores españoles, en el mismo lugar en donde, a orillas del Cauca, el Cacique Payan tenia su residencia.

De la laguna de Las Papas, que tiene su asiento en el Divortia Aquarum de la rama central de los Andes, se desprenden los dos mayores ríos de la red hidrográfica de Colombia. Estos dos ríos, que son en su nacimiento dos insignificantes arroyos, corren en diversas direcciones para cruzar en toda su extensión el territorio colombiano. El que se desprende hacia el Oriente atraviesa toda la República, baña las costas de ocho departamentos, cruza el valle del Tolima y va a derramar el caudal de sus aguas en el mar de las Antillas. Este hermoso río, navegable por vapor en el decurso de más de doscientas leguas, fue descubierto durante la conquista de la colonia – que llevó el nombre de Nuevo Reino de Granada, cuando en busca del Dorado fue enviado Belalcazar hacia el Norte por Francisco Pizarro, Conquistador del Perú. Los aborí-genes daban a este río el nombre de Rio Grande y con efecto es el mayor, tanto por su extensión como por el caudal de sus aguas, de todos los del país, y es la principal arteria para la comunicación y el comercio de casi todas las comarcas nacionales.

El Río que se desprende de las Papas hacia el occidente rompe los ramales de la Cordillera que lo aprisiona, atraviesa la hermosa y florida comarca del Puracé y va á correr tranquilo y majestuoso por toda la extensión del hermoso valle que lleva su nombre. Después, enriquecido por los ríos tributarios, rompe las abruptas montañas de Antioquia, llega a las llanuras del Departamento de Bolivar, se junta con el Río Grande, en las vecindades de la ciudad de Mompos, para tributar unidos el inmenso caudal de sus aguas al Oceano de Atlante. El nombre de este río entre los habitantes primitivos de la colonia era el de Cauca, que, según intérpretes his-tóricos quiere decir Cacique de la Selva.

Al ver los Españoles que estos dos grandes ríos nacen en e mismo lugar, siguen su largo curso por dos grandes valles paralelos y se unen para morir en un mismo mar, los apellidaron Marta, al de la región occidental, y Magdalena al de la oriental, aludiendo a las dos hermanas bíblicas de esos nombres.

El Magdalena conserva aun su nombre, pero el de Marta recuperó su primitivo de Cauca por edicto regio español a petición de las siete ciudades libres que existían en las extensas comarcas del Valle, a saber: Popayán, Cali, Buga, Buga la Grande, Caloto Anserma y Cartago.

Como llevo dicho, el Cauca, al romper los murallones que forman los últimos contra – fuertes de la Cordillera antes de seguir su curso tranquilo por el gran Valle, baña las riberas de la her-mosa región, brillante y florida, en donde como, en el centro de un gran Carmen morisco, fundó Belalcazar la ciudad de Popayán.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
Página siguiente