Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 8)
Enviado por Jose Maria Quijano Wallis
En 1875, Popayán fué el principal Centro de la lucha preli-minar de esa formidable revolución y en esa época el Obispo Bermudez, los curas y todo el clero de su diócesis, unidos al partido conservador por una parte, y el Gobierno del Estado, y los liberales, por otra, entraron en abierta lucha.
Hallándome yo colocado en posición muy delicada por ser Director de Instrucción pública, vine a ser el blanco principal de los ataques de los enemigos de la instrucción laica, oficial.
Las Sociedades católicas luchaban con las Sociedades demo-cráticas, y el clero y el periodismo conservador lanzaban denuestos y admoniciones contra el Gobierno del Estado, las instituciones de la Nación y principalmente contra el sistema de instrucción primaria. El periodismo por su parte excitaba los ánimos de uno y otro bando. Eran los primeros chispazos del incendio.
Mi situación personal era muy crítica. Perteneciendo a una familia eminentemente católica, casado con una dama bogotana de religiosidad y de piedad ejemplares, emparentado con las pri-meras familias de Popayán, todas católicas, tenía que soportar todas las censuras y agresiones que llovían sobre mí por ser el Dire-ctor supremo de la instrucción en el Cauca.
En los sermones y homilías, en las pastorales y consejos a los curas, se atacaban violentamente, al gobierno del Estado y muy especialmente al Director general de Instrucción pública y a los profesores alemanes, todo en virtud de la libertad ilimitada y sin restricción alguna que consagraba la Constitución de Río Negro.
La lucha limé tan violenta que yo me vi muchas veces obli-gado a buscar la alimentación de mi familia en casa de mis pa-dres o en pequeños restaurantes, de donde hacia llevar las co-midas, porque ninguna sirviente quería permanecer en mi casa a causa de que los confesores les prohibían servir en casa del excomulgado Director de instrucción Pública.
Mas de una vez fui atacado por grupos de gente del pueblo surgidos de las Sociedades católicas, y en alguna ocasión, estuve a pique, de ser asesinado por un individuo llamado el Buchón Felipe, quien en el zaguán de una casa trató de asestarme unas cuantas puñaladas, las cuales logré evitar por haber podido ar-rancarle el arma de sus manos cuando, en un falso movimiento, cayó rendido por la embriaguez.
No pudiendo abandonar el puesto de Director de Instrucción Pública, porque eso habría sido una deserción en los momentos del peligro y un paso falsísimo en mi incipiente carrera pública, resolví afrontar la lucha, mas con diplomacia que con elementos bélicos.
Me dirigí al Ilmo. Señor Bermudez para manifestarle: que el Gobierno de la República me había autorizado para permitir la enseñanza de religión católica en las escuelas del Estado, y yo estaba dispuesto a nombrar a un sacerdote para regentar dicha clase, y que solo para llenar la fórmula legal deseaba que el Prelado permitiese al sacerdote dirigir la clase y a los padres de familia hacer las solicitudes para el establecimiento de ella.
El Sr. Obispo se denegó a una y a otra cosa, y me contesto que él no podía tener ninguna especie de ingerencia en todo aquello que se relacionaba con las escuelas oficiales, por él con-sideradas eminentemente perniciosas para la religión y para la Iglesia católica; que además él no tenía confianza en el sacerdote nombrado por la Dirección de Instrucción pública.
Con los términos mas respetuosos insistí en mis súplicas al Prelado para solicitar que él nombrara el sacerdote destinado a regentar la clase de religión en las escuelas, y que yo me com-prometía en nombre del gobierno a pagar sus servicios amplia-mente. Me permití también insinuarle que en Bogotá el Ilustre Arzobispo, Monseñor Arbeláez, se había entendido con el Go-bierno nacional para el establecimiento de una clase de religión católica en las escuelas de Cundinamarca, todo lo cual había cal-mado los ánimos en e] centro de la República.
Me contestó el Dr. Bermúdez que cada Obispo era sobera-no en su respectiva diócesis y los intereses y conveniencias de éstas no eran siempre iguales, y que él no convenía en nombrar a un sacerdote para la clase de religión en las escuelas porque eso sería autorizar el establecimiento y funcionamiento de éstas que él repudiaba como un deber de conciencia y de Prelado.
Fracasadas estas negociaciones diplomáticas, arreció la lucha de uno y otro lado. Los liberales pedían la expulsión del Dio-cesano y la expedición de otra Ley de Tuicion, ya suprimida por los Congresos radicales, y los Conservadores, por su lado, proclamaban abiertamente la guerra contra el Gobierno ateo y sus agentes.
El clero por su parte redobló los esfuerzos en la campaña. En todos los sermones fueron anatematizados los gobiernos de la nación y las escuelas corruptoras. En alguna homilía del Dr. Cas-tro, Cura entonces de Popayán, se dijo que Dios le había reve-lado que los alumnos de la Escuela Normal serían atacados por las viruelas, epidemia reinante á la sazón en Popayán, como un castigo o advertencia del Cielo por su concurrencia a los malde-cidos establecimientos. Y no faltaron individuos que al siguiente día, concurrieran a las escuelas para ver si ya en los niños apa-recían los primeros síntomas de la terrible enfermedad!
Pero justamente ningún alumno fué atacado por el flagelo porque la Dirección General de Instrucción Pública de Bogotá, había enviado oportunamente una excelente vacuna, que había sido aplicada con esmero a todos los niños por el Profesor alemán.
Durante la Semana Santa hubo vacaciones en todos los Co-legios y Escuelas de la ciudad como era costumbre tradicional. Los alumnos de la Escuela Normal quisieron concurrir a las célebres procesiones de Popayán, llevando el correspondiente cirio.
Al saber el Sr. Obispo que los niños excomulgados iban a mezclarse con los católicos en la procesión, ordenó al cura de la ciudad que prohibiera desde el púlpito la asistencia de los alum-nos a las procesiones en las calles.
Los niños, deseosos de concurrir por la noche a la proce-sión del Jueves Santo (que era la mas solemne), ocurrieron llo-rando al Director de la Escuela para que solicitara del Diocesano el permiso de alumbrar, o sea llevar el cirio en la procesión El Sr. Pankaw los llevó a mi casa y yo, previa conferencia con el Presidente del Estado, General Trujillo, solicité del Señor Obispo una audiencia para tratar el asunto. Muy fríamente me recibió el Sr. Bermudez. Yo le expuse con todo el respeto que él merecía el objeto de mi visita y le pedí que, por medio del Señor Cura, hiciese levantar la prohibición fulminada contra los pobres niños.
– No consiento, me contestó el Prelado que en mi grey se mezcle la cizaña con el trigo y no permitiré que los alumnos de la Escuela Normal, establecimiento anatematizado, se junten con los niños de familias católicas.
– Pero, Ilustrísimo Señor, le repliqué, los niños de la Escuela Normal son tan católicos como los otros, y lo prueba el deseo que tienen de concurrir a la práctica piadosa de alumbrar en la procesión, Por otra parte su Señoría no puede ignorar que la jurisdicción eclesiástica está limitada al recinto de la Iglesia y en las calles, solo puede ejercer su autoridad el Poder Civil.
– Si es un desafío el que Ud. me hace, replicó enfadado el Pre-lado, lo acepto, y lucharemos. Yo estoy encargado de defender los fueros de nuestra santa Religión y los intereses de su sagrada Iglesia, y los defenderé hasta mí muerte, sin que pueda arredrarme ni el destierro, ni la pérdida de mi vida.
– Ilmo. Señor le dije con mucha tranquilidad, el Cauca no es un pueblo manso como lo es el de la altiplanicie de Cundi-namarca, en donde S.S. fué Cura durante mucho tiempo. Aquí las pasiones son de fuego y esta región, que en tiempo de paz es un paraíso, si se desata en ella la guerra civil se convierte en un infierno. La lucha armada se sabe cuando empieza, pero no cuando acaba. Siempre se ignoran sus consecuencias, excepto la de la sangre que se derrame y los escombros en que el país se convierta.
– No importa, contestó por último el Prelado, que el país se convierta en ruinas y escombros, con tal que se levante sobre ellas triunfante la bandera de la religión.
– Pero, Señor, es muy posible que bajo esas ruinas se hunda la Patria con nosotros todos.
Y me despedí.
CAPITULO XVI.
Gobierno de Trujillo en el Cauca
SUMARIO. – El General Trujillo gobierna el Estado con la misma mo-deración y honradez que lo animaron durante su primera administración. – Nombra gobernadores de las provincias del Sur a individuos pertenecientes al bando conservador. – Al terminarse su administración se agita mucho la opinión caucana por las elecciones de Presidente del Cauca y de Presidente de la República. – Cesar Conta, candidato de los ra-dicales en el Cauca. – Semblanza de este ilustre caucano. – los liberales nuñistas y los conservadores ofrecen apoyar mi candidatura para sucesor del General Trujillo. – Declino la candidatura y sigo para Bogotá en mi carácter de Representante, nuevamente elegido por el Cauca. – Mi viaje al través del Tolima y Cundinamarca, y mi llegada a Bogotá.
Además de las complicaciones creadas en el Cauca por la agitación de la cuestión llamada impropiamente religiosa, con mo-tivo del establecimiento de las Escuelas Normales para formar profesores idóneos de las escuelas primarias, la política general y seccional se encontraba muy agitada en 1875 con motivo de las elecciones para Presidente del Estado y para Presidente de la Unión, porque a un tiempo terminaban los períodos bienales del primer magistrado de los Estados Unidos de Colombia y del Estado Soberano del Cauca.
El General Trujillo, quien ejercía por segunda vez la Presi-dencia del Estado, había gobernado como la primera, con mo-deración y honradez, animado de un espíritu progresista y alta-mente conciliador y respetuoso de los derechos de todos. Yo tuve la honra de hacer parte de esa Administración pacífica y civiliza-dora, y me fué muy satisfactorio indicar al General Trujillo la conveniencia de que, en los municipios o provincias de Pasto y Túquerres, en la región meridional del Estado y en donde ha sido siempre abrumador, desde la época de la Independencia la mayoría del bando conservador, se nombrasen jefes municipales, o gobernadores, á individuos respetables pertenecientes a esa par-cialidad política, pues yo siempre he profesado el principio de que en cada Sección de la República se encuentre un gobernante que esté de acuerdo con la mayoría de los gobernados y de que mientras el espíritu de partido no se halle subordinado al interés de la Patria, no pueden existir ni la paz, ni el orden, ni el pro-greso en la República.
El General Trujillo, espíritu benévolo y sinceramente republicano, acogió con entusiasmo la indicación que yo me permití hacerle, y, con efecto nombró a jefes municipales conservadores en las dos provincias del Sur. Como era natural, de esos muni-cipios se envió una respetable diputación conservadora a la Asam-blea legislativa del Estado.
Esta sabia política aplacó los ánimos y evitó que el Estado se lanzara a la guerra durante la Administración Trujillo. El can-didato más popular que presentaban los liberales para Goberna-dor del Estado, era el Dr. César Conto, uno de los jóvenes más valerosos y más ilustrados de la generación que había surgido en medio de los humos de los combates de la revolución de 1860.
César Conto, oriundo del Chocó y emparentado con las pri-meras familias del Valle del Cauca, estaba dotado por la natura-leza, de una figura distinguida y simpática, de gran valor, ardiente ambición, imaginación de fuego y talento privilegiado. Recibió su educación en Bogotá. Además de poseer a la perfección el inglés y el francés, estudió el italiano y llegó hasta escribir un método para aprender la lengua del Dante. Fué abogado y poeta distinguido, escritor vibrante y orador elocuente. En suma era una mentalidad sobresaliente y un poeta – soldado y gentilhombre vaciado en el molde de Lord Byron.
Conto llegó a ser mas tarde una figura nacional. Prisionero en la acción del Cabuyal, logró escaparse y huir a pie por las montañas de Barragán, en 1861, y llegar a Bogotá a ponerse al servicio del General Mosquera.
Siendo Gobernador del Cauca en 1877, decidió el triunfo de los Chancos por su arrojo y valentía, al detener con el batallón Zapadores la numerosa caballería enemiga.
Mas tarde Conto ocupó un Ministerio de Estado en el Go-bierno nacional y fué miembro de la Corte Suprema Federal.
Permaneció en Europa como Cónsul de Colombia en Londres, y allí se dedicó a estudios filológicos y gramaticales, haciendo publicaciones importantes sobre estas materias. Regresó a la Patria
pobre y enfermo, y no encontrando medios para subvenir a las necesidades de su vida, partió para Guatemala en virtud de llamamiento que le hizo su ilustre cuñado, el Dr. Miguel Velasco y Velasco, para regentar cátedras de filosofía, literatura y jurispru-dencia en esa República. Allí murió víctima de su intensa labor intelectual, por un ataque de congestión cerebral a los 57 años de edad, dejando un nombre memorable en las letras, las armas y la historia política de su patria.
No obstante las brillantes cualidades y los reconocidos mé-ritos de Conto, su nombre no era muy prestigioso en el Cauca, porque él pertenecía al partido liberal exaltado que se denominaba radical, y que había proclamado la candidatura del Dr. Aquileo Parra para Presidente de la Nación en competencia con la del Dr. Rafael Nuñez, candidato de los disidentes liberales antigobiernistas. Además los conservadores temían la elección de Conto por su temperamento fogoso y apasionado en política, que juzgaban ocasionado a cambiar el régimen suave y tolerante del General Trujillo, por otro de intransigencia y de rigor con el partido caído.
En tal situación, los conservadores del Sur, que representa-ban una buena porción de electores, enviaron en comisión a la capital al Dr. Miguel Arroyo, patricio ilustre de Popayán y hombre de valor y de vasta instrucción, para proponer al General Trujillo que opusiera todas sus influencias a la elección de Conto y apo-yara mi candidatura para Presidente del Estado, la cual apoyarían también los liberales partidarios del Dr. Nuñez (puesto que yo era nuñista) y los numerosos conservadores del Sur.
Mi nombre, a pesar de ser Director de Instrucción Pública, era simpática al bando conservador por dos razones: la una por estar emparentado con varias familias conservadoras de Popayán, lo cual consideraban como una garantía para ellas en el Gobierno, y la otra porque yo había manifestado un espíritu conciliador y tolerante en mi calidad de Secretario de Gobierno del General Trujillo, – y especialmente con las provincias del Sur.
No obstante la diferencia que había entre los grandes mé-ritos y merecimientos de Conto y mis modestos, incipientes servicios al país, a pesar de haber una distancia de mas de doce años de edad entre uno y otro candidato, yo pude ser un con-currente serio de Conto en la elección, y acaso triunfar en las urnas, porque al apoyo ficial se juntaban la opinión de los nuñistas y los votos conservadores, viniendo así á formar dos po-derosos elementos eleccionarios.
Muy halagador era para mí ser Presidente del más poderoso Estado de la Unión, siendo muy joven y. acaso con mi elección, se hubiera conjurado la tormenta revolucionaria, porque yo me hubiera limitado a continuar la Administración del General Trujillo, y a seguir su ejemplo y sus consejos en el Gobierno; pero declaro que estaba fatigado de la lucha que sostenía como Director de la Instrucción Pública y deseaba regresar a Bogotá a velar por mis intereses, abandonados durante dos años. Por otra parte no era justo prolongar para mi esposa y mi tierna familia una Vida tormentosa en Popayán. Rechacé pues decididamente la candida-tura que me ofrecieron los conservadores del Sur y los liberales disidentes, por medio del General Trujillo, quien, como es natural, acogió con simpatía el proyecto electoral y me ofreció su concurso y Su apoyo, dentro de los límites de su posición.
Al mismo tiempo tuvieron lugar en el Cauca, las elecciones para representantes al Congreso, y yo acepté la candidatura que se me ofreció por diversos municipios liberales. Tuve la fortuna de ser elegido por el voto unánime de los Caucanos.
El 2 de Enero de 1876 emprendí viaje para Bogotá por el escabroso camino de Guanacas, llevando mis tres hijos en cajones con ventanillas de alambre, a guisa de cuna, y a espaldas de peo-nes cargueros.
El viaje de Popayán a Bogotá por los desfiladeros del Gua-nacas y por las pampas ardorosas y desiertas del Tolima, era entonces una verdadera campaña que duraba veinte días, más o menos.
Con tal motivo, me preparé con toldos, camas y hasta mesas portátiles para hacer la travesía. Fuéme preciso llevar ropas de cama, utensilios de mesa y cocina, y hasta forrajes para las ca-ballerías, para poder hacer alto y pernoctar, como las caravanas de los Beduinos, en oasis, o a orillas de un arroyo.
En Neiva tomé tres balsas, o sean las mas primitivas de las embarcaciones, pues se hallaban fabricadas por grandes trozos de una madera esponjosa sin ninguna pesadumbre, unidos con cuerdas para formar una superficie plana, que se cubría, como en los champanes, con un toldo de cañas, debajo del cual sobre un pe-tate se acostaban los viajeros para bajar el río, durante tres o cuatro días más o menos. En la proa y en la popa de las bal-sas se hallaban los pilotos conductores, que no tenían otra misión que la de dejar arrastrar suavamente la embarcación por la cor-riente del río, e impedir que la balsa tropezara contra alguna peña o piedra de las orillas. De esta manera llegamos al puerto de Peñaliza, que hoy se llama Ricaurte, primer lugar de arribo en el Estado de Cundinamarca.
En Peñaliza encontré la protección que nos dispensó la distinguida familia de los hermanos Nieto, Señores feudales y hono-rables de aquella hermosa y rica región.
Provistos de caballerías y de cargueros llegamos a la capi-tal, después de un penoso viaje de ascensión a lomo de mulas desde las regiones ardientes del Magdalena, que apenas se ha-llan a 200 metros sobre el nivel de mar, hasta la hermosa alti-planicie de la Sabana de Bogotá, que cuenta 2,700 metros de altura.
Muy grato fué nuestro arribo a Bogotá, después de mas de dos años de ausencia y después de una lucha constante en el Cauca por los motivos que dejo expresados.
Al llegar a la capital, recibí numerosas visitas de los parti-darios de los dos candidatos para la Presidencia de la República Doctores Rafael Nuñez y Aquileo Parra, bajo la Presidencia del Sr. Dr. Santiago Pérez. Sea esta la ocasión de hacer la silueta de esos tres ilustres colombianos, así como la del Dr. Murillo, que tanto culminó en esa época, la cual marca un periodo de transición y de gran valor histórico.
CAPÍTULO XVII.
Santiago Perez
SUMARIO. Boceto biográfico de este grande hombre colombiano. – Su na-cimiento y sus primeros estudios en el Colegio de Lléras. – Terminada su carrera fundó un Colegio que muy pronto adquirió celebridad en la República. – Sus múltiples y vastos conocimientos. – El Dr. Murillo lo nombra Secretario del Interior y Relaciones Exteriores en 1865, y en 1870 lo envía Salgar a Washington como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. – Al regresar a la Patria es proclamado candidato para Presidente de la República al terminar la segunda Ad-ministración del Dr. Murillo. – Es elegido Presidente de la República y toma posesión del puesto en 1874. – Terrible oposición que se pre-senta contra su Gobierno por los liberales disidentes. – Agitaciones vio-lentas entre nuñistas y parristas con motivo de la elección del sucesor de Pérez. – Sus últimos años, y su muerte en Paris.
« Cuando yo oigo nombrar a Cánovas del Castillo, me descubro reverente », decía Bismarck.
Tal deseo hacer yo, y tal deben hacer todos los colombianos cuando pronuncien el nombre de Santiago Pérez, porque rara vez se puede encontrar una figura mas alta, mas limpia y mas bri-llante que la de ese hombre que fué una gloria patria y que, na-cido en el seno de familia humilde y pobre, llegó a alcanzar la mas elevada posición literaria, social y política en la República de Colombia, recorriendo una escala cuyo primer peldaño fué el de un modesto institutor y el último el del sillón presidencial.
Era Don Santiago Pérez hombre de regular estatura, de complexión robusta y fuerte ojos oscuros con mirada expresiva y suave, ancha frente y tez rosada, realzada por barba y cabellos negros que tornaron en blancos los dos años de tortura de la Presidencia de la República. En esa época se trabó una lucha encarnizada entre las fracciones del partido liberal, profundamente dividido con motivo de la elección presidencial. Fué entonces cuando germinó la gran transformación política que lleva el nombre histórico de La Regeneración.
Nacido en la ciudad de Zipaquirá, Pérez hizo sus estudios en Bogotá, casi gratuitamente, debido a la protección que le dis-pensó, con sentimiento paternal, el gran filántropo y eminente instructor Dr. Lorenzo María Lleras personalidad saliente del liberalismo colombiano y jefe de una numerosa y esclarecida fa-milia.
Pérez se distinguió en los estudios como alumno del Colegio, y en las diversas materias que cursó, siempre obtuvo los califica-tivos de sobresaliente por su aplicación y su conducta irrepro-chable, hasta que a los 20 años coronó su carrera profesional de abogado y Doctor en ciencias políticas con un gran acopio, ade-más, de conocimientos en todos los ramos de literatura y en cien-cias físicas y naturales.
Fué en esta época cuando escribió un drama de vasto al-cance y elevado argumento histórico intitulado «Jacobo Molay», que tenía por base el sacrificio y martirio del gran Maestre de los Templarios, en la época de Felipe el Hermoso, de Francia.
Este drama que tiene defectos anacrónicos y de composi-ción escénica, porque hace aparecer a una mujer en la plenitud de la vida y de la belleza como madre de un Papa, revela sin embargo el genio poético del autor y contiene una versificación hermosa y fluida.
Terminados sus estudios, Pérez fué nombrado por el Dr. Lleras catedrático de varias clases en su mismo Colegio y cuando el célebre plantel terminó sus tareas por la muerte del grande instituto Pérez fundó el Colegio que llevó su nombre y que fué el almácigo de los jóvenes que mas se distinguieron posteriormente en la República.
Pérez regentó, siendo Profesor, muchas y variadas mate-rias hasta 1864 ó 1865, época en la cual el Doctor Murillo, Pre-sidente de la Unión y apreciador de los talentos de Pérez, lo llamó a desempeñar el Ministerio del Interior y Relaciones Exteriores cuando apenas contaba años de edad.
Este fué el primer paso de su vida pública y fácil es deducir cuán vastos y múltiples serían, sus conocimientos en ciencias po-líticas, ciencias exactas y naturales, idiomas y los diversos ramos de literatura, si se considera que un joven de gran talento de intensa aplicación y de noble ambición, había pasado su vida (en el decurso de mas de 20 años) consagrada exclusivamente al estudio ya como alumno, u ora como catedrático, o como jefe de un Establecimiento de enseñanza.
En la Secretaría de Relaciones Exteriores reveló Pérez, a par de su grande ilustración, la solidez de su criterio y sus so-bresalientes dotes de escritor, que mas tarde lo colocaron en el primer puesto entre los hombres de pluma de su época.
Sucedió a la Administración Murillo la del Gran General Mosquera durante la cual Santiago Pérez, Felipe Zapata y To-mas Cuenca, editaron y redactaron el primer Diario político de la República intitulado « El Mensajero », que dio en tierra con el Gobierno del gran Caudillo el 23 de Mayo de 1867, por medio de la célebre conspiración, de la cual fue Pérez el principal Con-ductor.
De 1867 a 1870, Pérez concurrió a los Congresos y, co-mo Presidente del Senado, dirigió un admirable discurso al Ge-neral Santos Gutiérrez cuando tomó posesión de la Presidencia de la República, en el año de 1868.
En 1870 Pérez fue nombrado Enviado Extraordinario y Mi-nistro Pleniporenciario ante el Gobierno de la Gran República de Norte América, en donde hizo un brillante papel como Di-plomático, pues, además de sus profundos conocimientos en el De-recho internacional, del cual fué muchos años Profesor, poseía, como un hijo de Albión, la hermosa lengua de Shakespeare y de Fran-klin.
Cuando Pérez" se despidió, en 1872, del Gobierno americano, el ilustre Grant, Presidente de la Unión, se apartó, en su dis-curso, de los moldes formularios de esta especie de oraciones, para expresarle el sentimiento de grande aprecio que le había ins-pirado el diplomático colombiano, con esta hermosa e inusitada frase: « id a vuestro país y decid a todos, que el Gobierno de Colombia, al nombraros su Ministro en Washington, se honró a sí mismo y honró a nuestro Gobierno ». No pueda haber apro-bación mas elocuente ni sintética de la conducta del eminente diplomático.
De regreso a la Patria, Pérez fue proclamado candidato para la Presidencia de la República, como sucesor del Doctor Manuel Murillo, y, elegido, tomó posesión de este alto puesto el primero de Abril de 1876.
De esta manera, la carrera política de Pérez que había comenzado en 1864 llegaba a la cumbre doce años después, llevando al dosel presidencial un gran acopio de conocimientos en los di-versos ramos de la actividad humana y aporte, no menos grande, de virtudes, de tal manera que respecto de él podía decirse con toda propiedad en esa época; « es la primera virtud y la primera ilustración de Colombia ».
Hasta entonces la carrera de Pérez fue de luces y de flores; pero desde la posesión de la Presidencia de la República empezó para este noble patricio una vida de vicisitudes y amarguras.
El partido llamado radical, o sea la agrupación filosófica e idealista de esa gran Comunidad política que en 1851 realizó las grandes reformas de la Administración López y que antes se llamó el partido Gólgota, imperaba casi exclusivamente en la Nación desde 1877, después del derrocamiento del Gran General Mos-quera el 23 de Mayo de aquel año.
Sucedió al General Mosquera en el Gobierno, el General Santos Acosta, valeroso militar, gallardo y apuesto caballero y magistrado de intachable honradez.
Al General Acosta sucedió el Ilustre General Santos Gutiérrez, el mas sobresaliente de los caudillos de la Revolución de 1860, después del Gran General y del General Trujillo.
Ocupó el solio presidencial enseguida el General Salgar, de quien ya me he ocupado extensamente. Vino después la se-gunda Administración Murillo, con la cual se completó un periodo de ocho años de dominación no interrumpida de una fracción del partido liberal, que no era la mas numerosa aun cuando sí la que contaba con las mejores mentalidades y con las mas puras virtudes de la Comunidad política.
Estas Administraciones, modestas, pacíficas, progresistas y patriotas, se distinguieron especialmente por el respeto a los de-rechos de los asociados, por el estricto cumplimiento de la Cons-titución y de las leyes y sobre todo, por la pureza y economía con que manejaron el Tesoro público, el cual era administrado como en caja de cristal, según la expresión del Dr. Murillo, quien fundó el primer Diario oficial y la relación diaria de los ingresos y egresos de la Tesorería.
No obstante, en el orden político cometieron errores, pues en vez de moderar el sistema federativo, disminuyendo el exceso de prerrogativas a las Secciones y de reforzar la autoridad central, dieron ensanche a las generosas pero extravagantes amplitudes de la Constitución de Río Negro.
Si a estas consideraciones se agrega la de que el modesto presupuesto de la Nación no alcanzaba, ni siquiera para todos los miembros de la fracción liberal imperante, y que ésta tenía enfrente, formando una poderosa oposición a todo el partido conservador de la República y a la fracción caída en 1867, que llevaba el nombre de Mosquerismo, fácil es comprender cuán encarnizada y terrible sería la lucha establecida durante la Administración Pérez entre los oposicionistas y los gobiernistas para la elección presi-dencial.
En las Democracias latinas de la América ecuatorial, la so-ciedad se dividió en partidos o parcialidades políticas durante los primeros 50 años de vida independiente, por divergencia de prin-cipios u opiniones para constituir y organizar las nuevas nacio-nalidades, mas que pór intereses propiamente dichos de partido; pero pasada la época del establecimiento de la República, bajo regímenes, mas o menos democráticos, o mas menos autoritarios, la división social en agrupaciones de carácter político, ha prove-nido principalmente del deseo de ocupar los puestos públi-cos y administrar los intereses de la Comunidad. No habiendo llegado aun la época de desarrollar las grandes riquezas naturales que encierra la vasta región ecuatorial del Norte del Continente suramericano, por medio de la industria y de las artes, la ma-yoría de los ciudadanos han buscado la meta de las posiciones oficiales y de la influencia gubernativa, para obtener notoriedad y fortuna, en su ambición de engrandecimiento y de prosperi-dad, subordinando, las mas de las veces, los intereses perma-nentes y sagrados de la Patria a los transitorios y personales de las parcialidades políticas. De esto han dependido, principal-mente, la continua agitación política y las revueltas a mano armada que en esos países formaron la vida nacional, en él medio siglo transcurrido después de la emancipación de la metrópoli.
Tal aconteció a Colombia de 1830 a 1900, y una rápida memoria de nuestras guerras civiles puede demostrar la aseve-ración que, con criterio imparcial, dejo consignada en las líneas anteriores pues, con excepción de una guerra y de otra, en parte, todas las demás no han sido motivadas por la necesidad de un cambio substancial en las instituciones, sino por alcanzar el pre-dominio de un partido sobre el otro.
En 1830, la gran República de Colombia, hija del genio de Bolívar, se partió en tres pedazos, no por la acción legítima y natural de la Dinámica política, ni de la evolución histórica, sino por la acción bastarda y violenta de dos de los mas ilustres ada-lides de la guerra de emancipación, que quisieron formar con los girones de su patria sus feudos personales.
En la República central constituida por el antiguo virreinato de Nueva Granada, se hizo un esfuerzo para conservar la unión con Venezuela y Ecuador, y el Congreso admirable, reunido en esta época, no quizo reelegir al Libertador para un nuevo periodo presidencial, para evitar el choque de las facciones políticas que combatieron al Padre de la Patria hasta el punto de pretender asesinarlo el 25 de Septiembre de 1828. Fué elegido en su lu-gar un hombre civil, sin odios ni compromisos políticos anterio-res y de alta reputación nacional por sus talentos, patriotismo y demás virtudes cívicas. – Don Joaquín Mosquera, hijo de Po-payán, fué el segundo Presidente de la Gran Colombia.
La elección de este hombre, eminentemente civil, irritó el elemento militar que quería conservar su predominio en la Re-pública a la sombra de sus recientes victorias en la guerra de emancipación.
Ese elemento, compuesto principalmente de Venezolanos u-nido a los partidarios ardientes del Libertador, se declaró en abierta rebelión a mano armada contra el pacífico gobierno del Sr. Mosquera, quien, desprevenido y sin ejército organizado para defenderse, sucumbió en la primera derrota que sufrieron los po-cos sostenedores de la legitimidad.
Después de la victoria del Santuario, los rebeldes proclama-ron la dictadura del General Rafael Urdaneta, laureado jefe ve-nezolano, partidario entusiasta de Bolívar y Director de las re-presiones sangrientas que sucedieron a la Conspiración de Sep-tiembre.
La rebelión de Urdaneta fué, pues, motivada mas por inte-reses de partido y ambiciones personales que por ideales políti-cos o necesidades de cambios en las instituciones, puesto que la Constitución de 1830 ha sido una de las mas sabias y de las mas liberales que ha tenido la República.
Derrocada la dictadura de Urdaneta por la Convención de Apulo en 1830 y constituida la República de Nueva Granada en 1832, bajo la Presidencia del General Santander, Jefe del bando opuesto al Libertador, nuestra nación gozó de ocho años de paz hasta 1839, época en la cual se inició tina de las mas sangrientas, mas largas y mas injustificables guerras civiles que ha tenido nuestra Patria.
La Constitución de 1832 dictada por los partidos llamados liberales y antibolivianos, ha sido una de las que mejor han con-sagrado los derechos individuales y las garantías sociales, y que han organizado con mas amplitud la república democrática en Nueva Granada. Así pues no se explica cómo el partido liberal se hubiere alzado en 1839 y en 1840 contra el Gobierno suave, moderado y respetuoso cual ninguno de la ley, de un hombre civil y de un jurisconsulto esclarecido como era el Dr. José Ignacio de Márquez, adalid del liberalismo moderado y sucesor del Ge-neral Santander.
Esta revuelta, sin programa ni bandera formada por ele-mentos heterogéneos y fermentos de múltiples y contradictorias am-biciones, demuestra mas que cualquiera otra la aseveración que adelante dejo consignada. Baste recordar las descosidas y diver-sas alocuciones de los siete Supremos que 9ncabezaron la revuelta y las tres curiosas aspiraciones que pregonó la insurrección en Pasto, cuando Obando, el Caudillo principal, proclamó la libertad, Noguera a Fernando VII y el Padre Villota a San Francisco D"Asis. En esa revolución la ambición de los caudillos milita-res contrariada por el Gobierno civil del Dr. Marquez, se prevalió del fanatismo religioso, exaltado por la supresión de los Conven-tos menores en Pasto.
En 1851 Arboleda y Borrero, jefes conservadores, se alza-ron en armas contra el Gobierno liberal del General López para recuperar el poder y el predominio en la dirección de los desti-nos de la Nación, perdidos el 7 de Marzo de 1849.
En 1854, un soldado oscuro e inculto, José María Melo, nombrado imprudentemente por el Presidente Obando Coman-dante General del ejército nacional derrocó al gobierno legitimo, aprisionó al Presidente y se erigió en Dictador del pueblo que no había soportado ni el yugo del monarca español, ni el Poder supremo del Libertador, apoyándose en las huestes armadas que comandaba y en el elemento exaltado del liberalismo llamado draconiano por sus medidas violentas contra sus adversarios po-líticos. Esta fracción política se asemejaba mucho a los monta-ñeses de la Convención francesa de 1793.
El elemento filosófico y republicano del liberalismo, o sean los verdaderos liberales de Colombia, se unió al partido conser-vador para combatir la dictadura, y esta noble coalición derrocó el bastardo gobierno de Melo, después de ocho meses de lucha armada.
Esta guerra contra la dictadura de Melo, ha sido la única en mi concepto que pueda justificarse, y aun glorificarse, después de la de emancipación, ante el criterio filosófico de la Historia en nuestros anales revolucionarios.
A la revolución de 1860 contribuyeron ideales o principios políticos e sentido federalista, e intereses de partido al mismo tiempo.
La revolución de 1860 fué motivada: por la exclusión de toda participación en la dirección y administración de los intereses públicos, de los elementos liberales, noblemente aliados a los con-servadores en 1854 contra Melo y por la no elección del Gene-ral Mosquera para Presidente de la República, como era lógico suponerlo para el desarrollo y establecimiento del régimen fede-ral implantado en 1857. Aun cuando fueron los intereses de par-tido los principales impulsores de esa gran revolución, contribu-yeron a su triunfo los desaciertos del Gobierno del Dr. Ospina y su impaciencia por reaccionar contra las instituciones federales que imperaban en el país.
En la Administración del Dr. Santagio Pérez, la división del partido liberal imperante había tomado alarmantes proporciones y echado profundas raíces en la República.
Los hombres eminentes del liberalismo que se creían con título mas sustantivos que Pérez para ocupar el sillón presi-dencial, por sus servicios militares o políticos en las administraciones pasadas miraron de reojo la elección del modesto institutor que por una especie de asalto debido a sus méritos, y casi llevado en hombros por sus discípulos se había colocado bajo el dosel de Bolívar sin que le precediera una larga carrera pública.
A estos motivos de oposición, de carácter personal, se agre-gaban la ambición constante y ardorosa del partido conservador de recuperar el poder perdido en 1863.
No habiendo motivos justificativos, siquiera fuesen en apariencia, para lanzarse a la revuelta a mano armada las oposi-ciones, ayudadas por los partidarios descontentos del Gobierno que no ¿habían ¿encontrado plaza en las mesas oficiales, (porque desgraciadamente en nuestra Democracia el prestigio de un nuevo Gobernante dura hasta que distribuye el presupuesto) cristali-zaron su acción contra el Gobierno en una intensa labor electo-ral para elegir al sucesor de Pérez.
Previendo el Gobierno la tempestad que amagaba por parte de todo el partido conservador y de los elementos disidentes del liberalismo, se preparó a la lucha escogiendo como candidato un hombre sencillo, immaculado, sin odios ni compromisos anteriores, de criterio equilibrado y de notables dotes de administrador como lo había demostrado en dos períodos consecutivos en el ejercicio del Ministerio de Hacienda de dos administraciones: Don Aquileo Parra.
Los oposicionistas liberales, heridos aun mas por el escogimiento de un candidato, mas civil y modesto, si es posible, que el mismo Pérez, resolvieron afrontar la lucha y para evitar que se atribu-yera a intereses o ambiciones personales, proclamaron la candi-datura del Dr. Rafael Nuñez, eminente pensador y estadista, poeta esclarecido e insigne escritor que había servido con brillo el Mi-nisterio de Guerra en la Administración Mallarino, y el de Fi-nanzas en uno de los períodos administrativos del General Mos-quera, durante la época revolucionaria.
Retirado Nuñez en Europa durante muchos años, como Cónsul de la República, su nombre no despertaba antipatías, odios ni ame-nazas para nadie, y solo se le veía rodeado de la aureola que for-maba su anterior actuación política y los destellos de su pluma, en las admirables revistas políticas que constantemente escribía para diversos diarios suramericanos.
Pero para no alterar el orden que me he propuesto seguir en mi narración, concluiré este capítulo con algunos otros rasgos de la vida de Don Santiago Pérez antes de ocuparme en los su-cesos políticos de 1875 a 1877.
La Presidencia de Pérez constituyó para este hombre pací-fico y gran intelectual, una época de lucha y de tortura que mino su salud, deprimió su espíritu y generó los únicos errores políticos de su vida pública.
Terminado el período presidencial, Pérez se retiró a la vida privada y se consagró a los cuidados de su familia. Durante la revolución de 1877 Pérez estuvo separado de toda ingerencia en la política. En alguna época volvió a sus tareas de institutor en compañía del Dr. Nicolas Pinzón W., o como catedrático y pro-fesor de diversas materias en un plantel liberal.
Durante esta época Pérez empezó a experimentar escaceses de dinero porque carecía de entradas suficientes para los gastos que demandaba la educación de su familia, una vez que no tenía las utilidades que le proporcionaba la intensa labor de su Colegio.
Algún tiempo estuvo Pérez en Nueva-York en compañía de su distinguido hijo Santiago, como colaborador suyo en la dirección de una Casa de comisión, que había lindado en la metrópoli comercial norteamericana.
Los reveses comerciales que experimentó la nueva Casa im-pusieron su liquidación, y el Dr. Pérez regresó a Colombia mas pobre que antes.
Aun cuando anticipe la relación de ciertos interesantes episodios referiré dos que revelan la honradez y la modestia de ese ilustre colombiano.
Antes de ocupar Pérez el sillón presidencial empleó todas sus economías en comprar una casa de habitación, única propie-dad que poseyó durante su vida y, al dejar el puesto de Presi-dente, se vio en la necesidad de tomar dinero prestado con hipoteca de esa finca para poder hacer frente a sus necesidades per-sonales, pues la Presidencia en vez de proporcionarle ganancias como a otros (por fortuna muy raros en Colombia) había que-brantado profundamente su escasa hacienda.
En 1883 fundé yo un Banco hipotecario en Bogotá, del cual fui Gerente durante su corta existencia.
Hallándose vacante el puesto de Secretario del Banco, el Dr. Pérez me ofreció sus servicios para desempeñar la Secretaría, porque careciendo de trabajo y de medios de subsistencia, puesto que había tenido necesidad de suspender las tareas de institutor con motivo de su mala salud, deseaba tener una ocupación tran-quila en el expresado Establecimiento.
Confundido y abrumado con la idea de que un hombre de la altísima posición y de los grandes méritos del Dr. Pérez, pudiera ser mí subalterno en el desempeño de la Secretaria, puesto que yo me consideraba como un pigmeo delante de ese gigante de virtud y de ciencia, le contesté una carta sincera y cortés para manifestarle el asombro que me causaba su oferta y pro-ponerle muy cordial y francamente que viniese a ocupar el puesto de Gerente, el cual le cedería gustoso al mismo tiempo que una acción para poder ser nombrado, y que yo ocuparía la Secretaría, en la cual me sentiría orgulloso al lado suyo.
El Dr. Pérez comprendió mi delicadeza y que mi carta en-cerraba una excusa, y desistió de su proyecto de ser Secretario del Banco. –
Dirigióse entonces al Sr. Francisco Noguera, acaudalado y activo comisionista y comerciante, Jefe de la respetable firma de Fergusson Noguera & Cia, para ofrecerle sus servicios en su ofi-cina como Tenedor de libros u Oficial de correspondencia, mani-festándole que era muy experto en contabilidad, que poseía una letra excelente y escribía con propiedad el inglés, el francés, el castellano y el italiano.
Noguera también se excusó de aceptar una oferta que lo abrumada y, en defecto del puesto, le ofreció sus servicios para obtener el dinero que pudiera necesitar para sus gastos.
Recuerdo que D. Santiago, después de haber fracasado en sus dos tentativas para obtener un puestecito subalterno en una Oficina de comercio me decía con los brazos cruzados? » : Con qué es decir que un individuo por haber sido Presidente de la República, está condenado a morirse de hambre porque quedan cerradas para él todas las fuentes de trabajo en que pueda utilizar sus aptitudes y conocimientos? ».
Teniendo urgente necesidad de dinero para sus gastos y los de su familia, tomó en el Banco que yo dirigía la suma de siete mil pesos con hipoteca de su casa de habitación, y esta suma me la consignó privadamente (no en el Banco en forma de de-pósito) para que yo se la guardase y le proporcionase los fondos a medida que fuera necesitándolos. No me aceptó un recibo ni cuenta, pero yo la llevé hasta que se agotaron los fondos.
En 1884 fundé el Ateneo de Bogotá, del cual me ocuparé después, en unión del Sr. D. José Antonio Soffia, Ministro de Chile, eminente diplomático y literato de la próspera República del Sur. De este célebre instituto, que tuvo una brillante pero efímera existencia por causa de la guerra de 1885, limé nombrado por aclamación el Dr. Pérez, primer Presidente, y como tál pro-nunció un discurso en la sesión solemne del 24 de Julio 1884, que es una de las mas hermosas obras de la oratoria colombiana, y una verdadera joya literaria.
Después de la guerra de 1885, Pérez se retiró al seno de hogar habiéndose visto obligado a vender su casa para pagar la deuda que la gravaba y consumir el resto de su valor en las necesidades materiales de subsistencia.
Durante la Administración de Sr. D. Miguel Antonio Caro limé nombrado Director único del partido liberal de la República por la Convención de delegados que se reunió en la capital y al mismo tiempo fué encargado de la dirección y redacción del Relator, famoso diario político que había fundado su ilustre her-mano Felipe. En esta labor periodística culminaron las dotes in-superables del gran escritor, manifestadas ya en la redacción de El Mensajero y La Defensa.
Consagrado se hallaba Pérez a sus labores periodísticas cuando fué allanada la imprenta sin fórmula de juicio y en plena paz, por orden del Ministro de Gobierno, Dr. Ospina Camacho, sus-pendido el periódico y reducido a prisión su redactor y dester-rado con no pocos vejámenes y en medio de dolorosas circunstancias.
En París vivió el Dr. Pérez hasta su muerte en la pobreza, subsistiendo de los emolumentos que le procuraban algunas clases de idiomas que daba a alumnos suramericanos y por los auxilios de algunos miembros de su familia, entre otros su caballeroso yerno el Sr. Fernando Esser, de Elberfeld.
A pesar de sus años y de su mala salud, se veía obligado a salir para dictar sus clases a pié, en medio de las tormentas de nieve de un invierno rigoroso.
En 1900, al terminar el siglo XIX, murió víctima del trabajo intenso y de las crueles amarguras que apuró en la última época de su vida, este varón eminente, sabio y justo, a quien yo llamé en ocasión solemne Ateniense por la sabiduría y por la virtud, Es-partano, gala de Colombia y quizá del continente suramericano. Después dé una rápida carrera de triunfos literarios y políticos recorrió la senda negra de las vicisitudes y de los dolores, pero bajó a la tumba sin una mancha como hombre privado, y dejando una estela de luz con sus enseñanzas y los ejemplos de su labo-riosidad y sus virtudes.
Santiago Pérez fué un gran intelectual y quizá el hombre mas ilustrado en muchas y heterogéneas materias, que ha tenido la República. En mi opinión ha sido el escritor mas vibrante, mas elocuente y mas elegante de Colombia. Su pluma de oro es-cribía con, igual maestría sobre los mas variados asuntos, desde las arduas cuestiones de derecho internacional y de economía política hasta las anécdotas triviales dé las costumbres nacionales. Como Crítico era insuperable. Manejaba la ironía con arte tál que no se percibían a primera vista las profundas heridas que producía su pluma, porque las ocultaban los esplendores de su estilo. Su frase parecía esculpida o tallada sobre láminas de cristal.
La dote sobresaliente de la mentalidad de Pérez era su numen poético, no tanto en los versos que hizo cuanto en los discursos
pronunciados o leídos, como Presidente del Senado como Jefe de la República en la Universidad, o como Director del Ateneo, y ante la tumba del Dr. Murillo Toro.
La pequeña colección de sus oraciones forma el mas hermoso y escogido joyero de nuestra literatura oratoria. La elegancia y la concisión de cada párrafo constituyen por sí solos un discurso de profundo pensamiento y de mágica forma. Nunca ningún orador, ni aun el mismo Castelar, hizo uso de imágenes más hermosas, discretas y elocuentes que las de Pérez en sus admirables discursos.
Bien quisiera reproducir en este libro algunos párrafos de esos discursos que no han tenido antecedentes ni subsiguientes en los anales literarios de Colombia, pero carezco de ellos en el momento en que escribo y solamente tengo a la mano una parte del que pronunció ante la tumba del Dr. Murillo, publicado nue-vamente con ocasión del Centenario de este gran colombiano.
– He aquí algunos apartes:
« Tocada la naturaleza por el ascua de la lepra, la hu-mana generación va cayendo, como los miembros de Lázaro, pedazo por pedazo, y cada vez que una parte desprendida se roza con la tierra, el cuerpo que la sobrevive un día padece el estre-mecimiento del dolor y de la muerte.
Ese estremecimiento es el que experimentamos ahora. El corazón nos dice la altura de que ha caído, el lugar de donde se ha arrancado esta carne de nuestra carne, que, huérfana de su pa-dre el espíritu viene a acogerse aquí en el seno de su madre, la tierra.
Delante tenemos todavía el barro en la forma humana que la naturaleza le dió; mas ya no obra en él la fuerza qué lo yació en ese molde y que en él lo ha mantenido. Roto, por la energía mas bien que por la duración del trabajo delante tenemos toda-vía el instrumento; mas el trabajador ha desaparecido. Estamos pues en presencia del espectáculo que todos los días nos sorprende con la novedad del misterio. Asistimos al drama que se reanuda delante de cada sepultura que abrimos, drama cuyo desenlace solo hemos de saber el el fondo de la sepultura que sobre nosotros se cierre…
Si en la presente ocasión, las pasiones y los errores del mo-mento- estén del lado donde estén, – vinieren a perseguir hasta aquí estas sagradas reliquias, cumplamos un deber patriótico ignorándolo del todo. Profanación es llevar el combate hasta la tienda donde se recoge el herido. Profanación tendría que ser también el aceptarlo en el santuario donde reposan los muertos….
Cerremos pues en paz el sepulcro que hoy hemos venido a abrir, ya que no hemos de poner sobre él sino un sello de lá-grimas.
La posteridad romperá ese sello. Lo romperá cuando debajo de él sólo quede lo que el tiempo haya purificado y la historia esclarecido. Cuando Cristo – salió de la losa del sepulcro, no lle-vaba sobre su rostro la saliva del sayón.
Así mismo, – aunque a una distancia infinita de resurrec-ción soberana, – así mismo la posteridad no hallará en los hom-bres que hasta ella lleguen la marca vulgar de la injusticia con-temporánea. Ella no verá en esos hombres mas que su frente iluminada si han sido apóstoles, o sus palmas hendidas, si han sido mártires.
La generación de que este ilustre difunto fué poderoso representante, puede aguardar con serenidad el veredicto de la Historia, El paso de ella sobre el suelo sonoro de la patria no hizo, es verdad, el estrépito de la heroica generación que la había precedido; ni las claridades de su camino fueron tampoco como los de los sables libertadores en cada uno de los cuales se reflejaba una victoria. Pero el no haber cegado con ninguno de esos re-flejos fue el mayor merecimiento de esos hombres. Haber adivi-nado la libertad, que ni aun rayaba en su tiempo por el remoto horizonte, comprueba que ellos tuvieron desde el principio la vi-sión de la profecía y que abrazaron sin reserva la cruz del apostolado. Como el que, en testimonio de fé en su divino Maestro se encaminó hacia él, sentando entrambas plantas sobre las aguas movibles, así estos fundadores de nuestras instituciones civiles han venido, en testimonio de su fé en la República, avan-zando hacia ella en el seno tembloroso de las revoluciones. Y de esas revoluciones han derivado su fuerza, a la manera que la nave se hace conducir del aquilón que ella misma va gene-rando en sus entrañas.
Los genios, como este magistrado popular e insigne publi-cista, están destinados a ejercer influencia aun ya verificada su desaparición personal, al modo que, después de haber refundido en el mar su nombre y sus caudales, los grandes ríos hacen aun sentir, por considerables distancias, la fuerza de su corriente y el volumen de sus aguas. Conciudadanos, cuando esos grandes ríos han traído su curso al través de largas y tempestuosas re-giones, llegarán a un término tales como fueron en su origen? o será lo natural, casi podría decirse lo justo, que lleguen entur-biados y amargados por las malezas mismas que han limpiado en su camino?
Mas así como los vemos pasar en la majestad de sus cre-cientes, y aguardamos que recobren su primitiva pureza, así vemos pasar también entre tempestades – y eclipses, los espíritus de com-bate. La Historia como el Océano es un eterno crisol: ella devuel-ve, a los hombres extraordinarios, – como el de que en este lugar nos despedimos, – los devuelve, ya serenado el combate con su verdadero carácter y en su prístina grandeza ».
En el discurso del Ateneo se encuentran frases admirables, ver-daderamente esculturales. Hablando por ejemplo de España dice:
-í El techo que nos ha cobijado tres horas es sagrado para nosotros. Cómo no lo ha de ser el pabellón que nos ha cobijado tres siglos? El odio es una incapacidad en los hombres para ser grandes y una incapacidad en los pueblos para ser libres ».
Pérez fué un fecundo escritor. En sus primeros años publicó un tomo de poesías, entre las cuales culmina la consagrada a Atila, y una gramática castellana de profundo sentido filosófico, que parece un compendio de la famosa de -Bello. Sus dramas, el «Jacobo Molay » y « El Castillo de Berkley »revelan un gran caudal de fantasía y un altísimo númen poético; pero en lo que mas sobresalió su gran mentalidad fué en el campo del perio-dismo político, en el cual no ha tenido rival en Colombia.
Capítulo XIX.
La obra de Nuñez
SUMARIO. – Causas probables del cambio de los principios político de Nuñez. – Su larga permanencia en Europa atemperó su espíritu de ra-dical fervoroso. – Ojeada sobre su obra política y sobre la Regenera-ción. – Beneficios que procuró al País y males que causó. – Resumen del ligero estudio de Nuñez.
Antes de entrar a relatar los incidentes interesantes relacio-nados con la Administración Parra, durante los preliminares de la guerra civil de 1876 a 1877, quiero terminar el rápido estu-dio que emprendí en el Capítulo anterior sobre el Dr. Rafael Nuñez.
Nadie, y menos yo, quien tuvo ocasión de conocer de cerca y por activa correspondencia al Dr. Nuñez, puede poner en duda las grandes capacidades intelectuales de este estadista, filósofo casi genial que gozó de un inmenso prestigio en la República de Colombia, como la personalidad política mas saliente du-rante un período de cerca 20 años y que llevó a cabo una trans-formación política y administrativa radical en la vida de la Na-ción. De esa gran evolución histórica llamada por el fundador de ella, la Regeneración me ocupare a su debido tiempo en el curso de esta obra.
Pero si la mentalidad superior del Dr. Nuñez y su probidad privada están fuera de toda crítica y de toda duda histórica, no sucede así respecto de su moralidad política, o sea la relativa a sus sentimientos considerados como los impulsores de su trascen-dental reforma.
¿Fué un cambio radical de convicciones o una evolución de ideales en el ánimo del Dr. Nuñez, los que impulsaron al grande estadista a desertar de las filas del liberalismo colombiano, del cual había sido figura prominente y a quien debía su elevación al Poder, o fué un sentimiento de ambición personal y de venganza contra los hombres que impidieron su elección en 1875?
Para responder concienzudamente y con criterio de historia-dor imparcial a esta pregunta, menester es analizar algunos an-tecedentes históricos.
No hay duda de que el ánimo del Dr. Nuñez los ideales políticos de exagerado radicalismo, fruto de las lecturas de los escritos franceses de 1848, habían recibido una saludable modifica-ción por su larga estadía en los centros europeos y principalmente en Inglaterra en donde se hallan tan sabiamente combinados en las instituciones los principios tutelares del orden con las garan-tías efectivas de la libertad de manera tál que en esa gran na-ción, como en la pequeña Suiza, (modelo de los regímenes re-publicanos), tienen completa aplicación las célebres palabras de Spencer cuando dice: « El ideal de los Gobiernos civilizados y civilizadores es el de combinar equilibradamente la menor suma de autoridad con la mayor suma de libertad ». Casi todos los polí-ticos colombianos y estadistas pensadores que han permanecido durante largo tiempo en el Continente europeo, y contando prin-cipalmente entre ellos a Felipe Zapata, han modificado sus ideales respecto de la organización de las Democracias latinas de América, en tendencia reaccionaria hacia el orden, como base del Gobierno, y hacia las restricciones de las libertades exageradas, que no pue-den ofrecerse a pueblos incipientes que han nacido a la vida independiente después de tres siglos de despotismo colonial, sino a pueblos suficientemente educados y preparados para el difícil y complicado ejercicio del Gobierno.
Imposible era que en un espíritu superior y observador como el de Nuñez, no produjeran sus efectos los estudios que había hecho respecto de la organización política y administrativa de los países avanzados del Occidente europeo. Tampoco es posible su-poner que a él, o a varios hombres pensadores de Colombia como a Justo Arosemena, Felipe Pérez y otros se le ocultarán los gra-ves defectos de La Constitución de Río-Negro, la cual, expedida por el espíritu de reacción contra el centralismo que representaba el Gobierno del Dr. Ospina, y del temor a los abusos en que pudiera incurrir el Gran General Mosquera después del triunfo de la Revolución de 1860, extremó el sistema federativo hasta erigir las Secciones en pequeños Estados soberanos y casi inde-pendientes, y debilitar el Poder central o federal de tal manera que éste vino a convertirse en una especie de Gerente nominal de la Confederación hasta el punto de que, en caso de revueltas internas en las Secciones, no podía el Gobierno nacional intervenir en la lucha, ni restablecer el orden, por prohibírselo la Constitución.
No obstante las buenas razones que había para promover una reforma saludable de las instituciones en el sentido que dejo indicado, por medio de la prensa y la tribuna, y por la elección de los Directores de la política el Dr. Nuñez no reveló estas ideas ni estos sentimientos en 1875, cuando fué proclamada su candidatura por un grupo de hombres eminentes del radicalismo y acogida con entusiasmo por la mayoría de la juventud liberal de Colombia. Por el contrario, en sus escritos manifestó que su credo liberal no había sufrido modificación alguna, y en su correspon-dencia muy activa con los sostenedores de su candidatura, entre los cuales me contaba yo, expresaba sus sentimientos de liberal incontrastable.
Durante la campaña electoral de 1875 no dio prenda al-guna a los conservadores, que pudiera hacer creer que él prepa-raba una reacción en la Nación contra- las instituciones y la do-minación del liberalismo. Por el contrario, se opuso a las medidas extremas de disolver el Congreso y de lanzar el País a la Re-volución después de la derrota electoral, y, cuando se ausentó para Cartagena, nos escribió a varios amigos condenando los sín-tomas revolucionarios del partido conservador, que ya se esboza-ban en el horizonte político. Cuando estalló la revolución, fué uno de los primeros en ponerse al servicio del Gobierno nacional pre-sidido por su rival victorioso el Dr. Aquileo Parra y aceptar un puesto importante que éste le ofreció. En carta dirigida a un amigo que lo invitaba a la revolución, se excusó rotundamente y aun agregó la célebre frase histórica que dice: «Yo soy hombre práctico y no quiero embarcarme en un buque que indudable-mente se irá a pique».
La cuestión llamada religiosa ha sido siempre en Colombia objeto o motivo de honda división de controversias y aun de guerras armadas entre los dos grandes partidos contendores de la República. Por la acción del fanatismo negro y del fanatismo rojo, siempre se ha confundido entre nosotros- el excelso senti-miento religioso, de origen divino con la actuación terrena del clero militante, y aun cuando es verdad que el liberalismo co-metió grande errores en divorciarse del elemento eclesiástico con la supresión de la Ley de patronato, con medidas violentas contra el clero, como las leyes de Tuición y de Inspección de cultos, y con una exagerada propaganda contra las prácticas religiosas de los católicos, también es cierto que la mayoría de los Prelados y sacerdotes católicos abusó de su indiscutible prestigio sobre las masas del pueblo, para promover disturbios y rebeldías contra las instituciones y gobiernos liberales imperantes en el país.
Nuñez, espíritu escéptico y libre pensador (como lo demos-traré con sus propias palabras en carta que conservo), no quiso desde el principio revelarse partidario de un Concordato con la Santa Sede, ni expresar sentimientos religiosos en ningún sentido. En respuesta a una carta que le dirigió el Dr. Carlos Martínez Silva, pidiéndole que manifestara su credo religioso, contestó:
« Yo no soy decididamente anti-católico ». Esta frase es la síntesis del estado de su espíritu en esa época.
Puede, pues, afirmarse con toda seguridad que en 1875 el sentimiento político de Nuñez era liberal y que si los radicales no hubieran escamoteado su elección, la terrible reacción de 1885 no habría tenido lugar. Probablemente las reformas que anhelaba el país y que Nuñez hubiera logrado implantar, por medios cons-titucionales y pacíficos, habrían permitido la continuación de la dominación liberal en Colombia y de sus instituciones libres, con-venientemente reformadas en el sentido del equilibrio social y del órden público.
Durante la Revolución de 1876 a 1877, Nuñez fue un efi-caz servidor del Gobierno para sofocar la revuelta; pero también fué el primero en proclamar como candidato para Presidente su-cesor del Sr. Parra, al General Julian Trujillo, su amigo y copar-tidario y el principal jefe militar durante la revolución.
En la Administración Trujillo, Nuñez, Ministro de Hacienda durante poco tiempo, preparó por medio de nombramientos en amigos personales, las bases de su segunda elección; pero en sus actos y palabras se manifestó incontrastable liberal.
Durante su Administración de 1880 a 1882, no dio mas pren-das al partido conservador caído que le había manifestado sus simpatías en la elección, que el nombramiento de un Ministro conservador moderado, respetable en su condición privada, pero no partidarista activo ni entusiasta, D. Gregorio Obregón, el nombramiento del eminente Sr. Caro para el puesto de Bibliote-cario nacional, y el del Dr. Carlos Holguín para Ministro de Colom-bia en España é Inglaterra.
En las postrimerías de su Gobierno en 1881, Nuñez no pre-sentó para la sucesión a un candidato de combate salido de su cír-culo íntimo, sino a un candidato de conciliación al gran patricio Dr. Francisco Javier Zaldua, liberal de pura sangre, Jurisconsulto eminente, gloria de la Magistratura y de la Política en Colombia.
En su segunda Administración de 1884 a 1886, Nuñez, a pesar de haber recibido el apoyo de los conservadores y de contar con sus simpatías, terminaba sin mayor prestigio su período bienal. El Congreso le era hostil. Siete Gobernadores de Estados sobe-ranos eran radicales: aherrojado entre las cadenas de la Cons-titución de 1863, del régimen federativo, de las austeras costum-bres de esa época, y del sobrio presupuesto, veía desvanecerse los ensueños de su ambición y de sus reformas políticas. Nece-sitaba para llevar a cabo su obra un trastorno revolucionario, y el partido liberal, como siempre que por lo impaciencia y por la ambición de sus caudillos militares, se ha lanzado a la guerra, en vez de esperar la reacción por medios pacíficos y constitucio-nales, se lo procuró incurriendo en el gravísimo error de la revo-lución de 1885.
Vencedor, Núñez, de la revuelta con el concurso del partido conservador, desertó francamente de las filas del liberalismo, de-claró por sí y ante sí, desde los balcones del Palacio presiden-cial, que la Constitución de Río-Negro había dejado de existir, es decir que, por un golpe dictatorial y con el hacha de la victoria, rompió el Código político que había jurado sostener y de-fender, al tomar posesión de la Presidencia de la República.
No quiero adelantar la relación de otros sucesos importantes de esa época para no interrumpir el orden cronológico que me he propuesto seguir en estas Memorias; pero solamente avan-zaré que Nuñez, al desertar de las filas del liberalismo y esta-blecer un gobierno reaccionario con instituciones conservadoras, en completa oposición a las liberales que habían regido en el país durante 25 años, olvidó por completo sus antecedentes de liberal de escuela, de libre pensador y sus juramentos como prohombre del liberalismo y como primer Magistrado de la República.
No puede negarse que en la obra reaccionaria de Nuñez se encuentran grandes y trascendentales reformas. La Constitución de 1886, que cristaliza esta obra política, contiene disposiciones de incontestables beneficios para la República. La supresión de la Soberanía de los Estados, de las libertades ilimitadas y del comercio de armas y municiones; el establecimiento del derecho del Poder central para intervenir en la lucha de los Departamentos y la paz y el sosiego de las conciencias, por medio del Concor-dato son reformas de grande y benéfica trascendencia política.
La excesiva centralización política, fruto de la reacción de
18.85, la organización de un Gobierno central irresponsable todo poderoso, mas que monárquico; los artículos alfabéticos de ese Código la destrucción de todo elemento de autonomía seccional y municipal, de tal manera que los Departamentos y Provincias han quedado en una condición de triste pupilaje del Gobierno central después de haber sido Soberanos durante mucho tiempo, y otros errores de los Legisladores de 1886, de los cuales me ocuparé adelante, informan los defectos principales de esa Cons-titución; pero el Capítulo de las garantías sociales es uno de los mas perfectos y liberales que pueda registrar ningún Código de Estado civilizado. Recuerdo que, alguna vez discutiendo con el Sr. Lardy, Ministro de Suiza en París, un Tratado de amistad y comercio entre la República de Colombia y la Confederación Helvética, me exigió el Sr. Lardy que estipuláramos el derecho del ejercicio del culto para los nacionales de uno y otro íiams en los respectivos territorios. Como la discusión tenia lugar en casa de la Legación de Colombia, yo, por única respuesta, tomé de mí biblioteca la Constitución de 1886 y, vertiéndolo previamente al francés, le puse de manifiesto el artículo referente a la libertad de conciencia que textualmente dice: « Nadie podrá ser molestado en Colombia por la profesión de su fé religiosa ni por el ejer-cicio de su culto ».
El Sr. Lardy desistió de su exigencia y me dijo» : Nunca he visto en ningún Código una garantía social mejor, ni mas am-pliamente determinada, que en la Constitución de Uds.
Para terminar este capítulo resumiré que Nuñez en mi opi-nión llevó a cabo su grande obra política, mas por ambición per-sonal y apetito d& mando que por un sentimiento de patriotismo o de convicciones sinceras en sentido reaccionario; que si realizó salu-dables reformas, también causó grandes males a la República, como el aniquilamiento de los principios elementales de la escuela libe-ral, la excesiva centralización política y, sobre todo, la creación del papel moneda y la insensata prohibición de estipular moneda en los contratos (causas de tantas ruinas y perturbaciones en el organismo económico de la República) al mismo tiempo que esta-bleció la especulación con los dineros públicos como sistema ad-ministrativo y enriqueció a muchos de sus afiliados a costa del Tesoro nacional.
En suma, Nuñez fué un hombre eminente por sus talentos, respetable por su probidad privada y extraordinario por su habi-lidad para llevar a cabo una grande obra política; pero fué desleal a sus juramentos como partidarista 9 como magistrado; es-tableció el sistema corruptor del apaciguamiento por medio de la prodigalidad de los dineros públicos y en aras de su ambición, sacrificó la bandera liberal a cuya sombra habla subido al dosel presidencial. Así, pues Nuñez fué grande para sus admiradores, célebre para nuestra Historia patria; pero nulo para la Virtud.
CAPÍTULO XX.
Primera época de la Administración Parra y Revolución de 1877
SUMARIO. – Boceto del Presidente Parra. – Inauguración de su Administración. – Sus discursos y primeros actos conciliadores. – Revolución de 1876. – Victoria del General Trujillo en los Chancos. – Su marcha sobre Antioquia. – Batalla sangrienta e indecisa de Garrapata. – Alocución del Congreso presidido por Murillo para ofrecer la paz a Antioquia. – Capitulación de Manizales que pone término a la revuelta. – Entrada triunfal de Trujillo a Medellín.
El 1º. de Abril de 1876 tomó posesión de la Presidencia, el Sr. Aquileo Parra, hombre sencillo, sereno, de gran sentido práctico, equilibrado y sensato hijo de sus méritos y de sus obras y formado en la ¿escuela del trabajo honrado y paciente.
Parra, miembro de una familia respetable del Estado de Santander, estuvo consagrado durante su primera juventud a las la-bores del comercio y a la formación y educación de su familia la cual resplandeció por sus virtudes en hogar modelo.
En 1859 tomó parte activa en la vida política y militar de los santandereanos durante la guerra civil de ese Estado. Prisio-nero en la batalla del Oratorio, pasó siete meses recluido en las cárceles de Bogotá.
Después del triunfo de la revolución de 1860, fué elegido miembro de la Convención nacional, reunida en Río Negro para expedir la Constitución de la Nueva Colombia.
En la Convención manifestó sus dotes de orador tranquilo y de inteligente razonador. Varias veces se enfrentó al General Mosquera para contener sus ímpetus cesareanos y en todos los actos de ese célebre Cuerpo constituyente dejó las huellas de su espíritu lúcido y recto.
Como Presidente del Senado en 1866, Parra, al dar pose-sión al General Mosquera de la Presidencia de la República, le dirigió un notable discurso que fué una sabia pauta para la Ad-ministración del gran Caudillo.
En la segunda Administración del Dr. Murillo, Parra fué nom-brado Ministro de Hacienda y Fomento y desempeñó este Minis-terio con tal habilidad y acierto, que logró restablecer en gran parte el equilibrio entre las rentas y gastos fomentar poderosamente el progreso material de la República.
Sus éxitos administrativos lo impusieron como candidato obli-gado para el mismo Ministerio en la Administración subsiguiente presidida por el Dr. Santiago Pérez, y, hallándose en ese puesto fué proclamado candidato, para la Presidencia de la República en oposición al Dr. Nuñez.
Parra era un hombre vaciado en el molde de los patricios colombianos de la patria boba. Primaba en su espíritu el mas sincero patriotismo, y en su rápida carrera pública, nunca una mal-sana ambición enturbió la pureza de sus propósitos y procederes como hombre público.
Después de la caída del liberalismo en 1885, Parra se retiró a una pequeña propiedad campestre que poseía en el dis-trito de Sesquilé, para procurarse con el trabajo agrícola los me-dios de subvenir a. las necesidades de su modesta familia. De allí fué separado por su< copartidarios para dirigir el partido, y gra-cias a su tino y a su prestigio logró reunir, después de la caída, las tribus dispersas de esa gran Comunidad política.
Como era natural, Parra fué perseguido en las guerras ci-viles de 1895 y 1899 y murió al principiar el siglo cuando la Nación se hallaba en plena revolución.
Parra era un hombre de regular estatura, mas bien alto qué mediano, de contextura, robusta, y sus anchos y levantados hom-bros sostenían una cabeza de Senador romano o de Arconte griego, realzada por brillante calva, espesa barba blanca, tez ro-sada y bellos ojos, de mirada dulce y expresiva.
Los modales de Parra, su manera suave de hablar y su elo-cución armoniosa, eran los de un perfecto caballero y mas que en la escuela del trabajo, parecía haber sido educado en un colegio de gentileshombres ingleses. Tenía el talento de llevar la convicción a sus interlocutores por su frase fácil y fluida cuan-do disertaba sobre asuntos políticos. Al separarse del Señor Parra, después de una conferencia de interés público, quedaba uno satisfecho y convencido de la verdad de sus razonamientos.
Su muerte acaecida en el pueblo de Fusagasuga, pasó casi
desapercibida en medio de los estruendos y torbellinos de la guerra; pero su memoria limpia y grata, dejó reflejos imperecede-ros entre sus numerosos amigos, copartidarios y admiradores.
Posteriormente a su muerte, ha sido publicada una parte de sus interesantes Memorias histórico-políticas que han sido recibidas en Colombia con el atractivo e importancia que ellas informan.
El Sr. Parra constituyó su Ministerio con hombres netamente civiles y moderados, escogidos entre el grupo de los llamados liberales radicales, o sea de los políticos filósofos que se habían separado del gremio militar, formado por los antiguos partidarios del Gran General Mosquera y que en las luchas electorales se alinearon en las filas del nuñismo.
En previsión de la revolución que ya amagaba, los primeros actos de la Administración Parra tendieron a hacer olvidar las rencillas y querellas de la Comunidad liberal, originadas por la reciente lucha electoral, y a inspirar confianza a los católicos en el asunto de instrucción primaria, por medio de medidas sensatas y acertadas, y por las expresiones plenas de patriotismo que con-tiene su discurso a Monseñor Arbeláez, el célebre y eminente Ar-zobispo de Bogotá, cuando el Prelado fué a felicitar al Presidente por su exaltación a la primera Magistratura de la Nación, En ese notable discurso, Parra prometió, con frases sinceras, que él du-rante su Gobierno respetaría, don celo tan religioso cuanto repu-blicano, las creencias católicas dominantes en el país y sus de-rechos para ejercer el culto y las prácticas de esa religión.
Los discursos y los primeros actos del Sr. Parra calmaron por el momento los ánimos, aun resentidos, de la terrible lucha electoral pasada. Las diputaciones conservadoras de las Cámaras hicieron manifestaciones de aplauso a las medidas del Gobierno y recomendaron la paz a sus correligionarios de la nación.
Pero esta calma fue momentánea. El germen revolucionario ya había prendido en todas las regiones de la nación. El Sr. Don Manuel Briceño, hijo del prócer de la Independencia, General Emig-dio Briceño y hombre dotado de múltiples y poderosas facultades, porque a la audacia y al valor reunía la inteligencia, la ilus-tración y una incomparable actividad, había recorrido los Estados de Antioquia, Cauca y Tolima, como un nuevo Pedro el Ermitaño, predicando una cruzada contra « el Gobierno ateo que pre-tendía descatolizar el país por medio de las escuelas normales di-rigidas por masones y protestantes ». El Gobierno conservador de Antioquia había introducido con sus propios recursos un abun-dante parque y gran acopio de elementos bélicos. Y todo esto se hacía públicamente a la faz del Gobierno, en virtud del « sa-grado derecho de insurrección», de la libertad de conspirar y de introducir armas y municiones, que consagraba candorosamente la Constitución de Río-Negro.
En los primeros días de Julio estalló en la ciudad de Pal-mira el movimiento- revolucionario, y su chispa prendió rápida-mente en toda la extensión del antiguo y populoso Estado del Cauca. La guerra brotó en esa región como una terrible fiebre eruptiva, pues, con excepción de la capital del Estado y de la ciudad de Cali, Centro principal dei liberalismo caucano, en todo el grande Estado aparecieron síntomas revolucionarios y princi-palmente en el Sur, donde siempre ha habido mayoría con-servadora.
Al mismo tiempo, el Estado de Antioquia se declaraba en rebeldía contra el Gobierno nacional y en el Tolima, Cundina-marca y Santander, se verificaban pronunciamientos para segundar la revuelta que había estallado en el Cauca.
Los Obispos de Antioquia, Medellín, Popayán y Pasto lan-zaron pastorales para condenar una vez más las Escuelas oficiales y alentar a los nuevos cruzados en su rebelión contra el Go-bierno nacional.
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