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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 15)


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Pero como nada hay mas cierto que la célebre maxima: Quos vult Jupiter perder dementat prius» los liberales de Santan-der, envanecidos por su preponderencia en el Estado se consideraron árbitros de la República y se lanzaron sin premeditación ni pre-paración a una guerra inoportuna e insensata.

Al tener noticia en Bogotá de la revolución de Santander, los mas notables liberales de la capital y, los que sin tener esa calidad, habíamos servido como Secretarios o Ministros de las Ad-ministraciones radicales, nos reunimos en casa del Director de la Comunidad, D. Santiago Pérez, a virtud de invitación de éste, para contemplar la situación de la República con motivo de la guerra y aconsejar a nuestros amigos de otros puntos de la na-ción la actitud que deberían asumir en tan críticas circunstancias.

La reunión fué numerosa y a ella concurrieron los libera-les de mas alta posición residentes en Bogotá. Recuerdo entre otros muchos, los nombres de los Señores Santiago y Felipe Pé-rez, Jacobo Sánchez, Francisco Eustáquio Alvarez, Juan Manuel Rudas, Teodoro Valenzuela, Gil Colunje, Dámaso Zapata, Antonio Vargas Vega, etc. etc. No vienen a mi memoria los nombres de los Señores Dres. Nicolas Esguerra y Aquileo Parra: tal vez estaban ausentes de la capital.

Larga y agitada fué esta reunión que tuvo lugar por la noche. Algunos concurrentes, como los Sres. Pérez, Vargas Vega y yo, fuimos partidarios decididos de la paz y creíamos que debía aconsejarse a Hernandez y a sus compañeros que desistieran de la revolución, condenada infaliblemente a ser vencida, y a los copar-tidarios de otros puntos de la República que conservaran actitud pacífica.

La mayoría de los congregados en esa noche era partidaria de la continuación de la guerra y del apoyo a la revolución. Pero con qué armas?, preguntó Santiago Pérez.

La revolución de la independencia empezó con palos de escoba y los patriotas vencieron a los veteranos de Murillo, ven-cedores de Napoleón, contesto Teodoro Valenzuela.

Pero entonces no había Remingtons ni Winchesters, replicó Péréz.

La reunión se disolvió sin haber acordado nada y de ella salió el Coronel Ricardo Gaitan Obeso, activo e inte-ligente, valeroso y entusiasta adalid liberal, para ir a Guaduas, lugar de su domicilio e influencias, a pronunciarse en contra del Gobierno de Nuñez.

La revolución también tuvo su eco en los Estados de Bo-yacá, del Tolima y de la Costa Altántica.

La situación de Nuñez, a pesar de los elementos que siempre tiene a la mano el Gobierno de una Nación, era crítica porque el sistema federativo no dejaba casi ninguna autoridad al Poder central y si todos los elementos de acción en caso de guerra a los Presidentes de los Estados soberanos y en esos mo-mentos siete de éstos estaban gobernados por individuos per-tenecientes al radicalismo, o sea el partido liberal adverso a Nuñez. Por otra parte, el principal depósito de armamento perteneciente a la República, se hallaba en Tunja, capital del populoso Estado de Boyacá, en donde era Gobernador a la sazón el General Pedro José Sarmiento, veterano valeroso, ilus-trado y aguerrido, quien durante mucho tiempo había sido Co-mandante General del ejército nacional y era entonces uno de los principales corifeos del liberalismo.

En tal situación, Nuñez se encontraba desarmado para ha-cer frente a una revolución que se presentaba con violentos ca-rácteres y poderosos elementos.

No obstante, el Presidente no se amedrentó y se apresté con grande actividad a la lucha. Declaró turbado el orden pú-blico en la Nación, ordenó levantar el pié de fuerza a la cifra que fuese necesaria para sofocar la revolución, estableció el curso forzoso del billete del Banco nacional con el carácter de papel moneda, decreté empréstitos forzosos y voluntarios, y llamó en auxilio o en apoyo del Gobierno amenazado al partido conser-vador de la República.

Una de las primeras medidas de Nuñez fué la de pedir a Sarmiento, Presidente de Boyacá, que entregara al Gobierno Ge-neral, el abundante parque que tenía en depósito en Tunja.

Sarmiento que era revolucionario de corazón, pero al mismo tiempo hombre honrado y militar disciplinado, creyó que no pocha denegarse a devolver a su propietario un depósito que se había confiado a su lealtad, y entregó el parque al Go-bierno de Nuñez. Poco después Sarmiento, en unión del egre-gio Camargo, tomaba puesto en las filas revolucionarias, en las cuales continué basta su heroica y lamentable muerte, acaecida en ese año.

Mucho se ha censurado la conducta de Sarmiento al entre-gar el parque de Tunja a Nuñez, puesto que sin esa circunstancia probablemente habría triunfado la revolución, de la cual era a-depto convencido el Presidente de Boyacá, como lo demostró por su conducta posterior. Se dijo, entonces, que Sarmiento era un león que se había extraído la dentadura para morder después

con las encías a su adversario.

Tal censura es justa si se considera la conducta de Sarmiento desde el punto de vista de la conveniencia política, o siguiendo el principio de Federico el Grande cuando decía «que en la guerra no debía haber mas objetivo que el de triunfar, y a éste objetivo subordinar todos los medios necesarios, sea que fue-ran lícitos o no. Pero si se tienen en cuenta los principios in-mutables del honor y de la moral militar que imponen al subal-terno la obediencia pasiva al superior y el deber de devolver un depósito confiado a su probidad, el proceder del Presidente de Boyacá puede aparecer mas bien laudable que censurable.

Armado Nuñez con el parque de Boyacá y habiendo cor-respondido a su llamamiento el numeroso partido conservador de la República, levantó un poderoso ejército, formado especial-mente con los contingentes de reclutamiento que le procuraron los populosos pueblos del Estado de Cundinamarca, cuyas masas son conservadoras en su gran mayoría, y dirigidas por los an-tiguos caudillos de las guerrillas de Guasca.

No obstante, la revolución prendió rápidamente en los Es-tados de Santander y de Boyacá, encabezada ya por los in-signes Generales Sergio Camargo y Pedro José Sarmiento. Al mismo tiempo Gaitan Obezo había formado un ejército en la parte occidental del Estado de Cundinamarca, a orillas del Ma-gdalena y con él había ocupado la ciudad de Honda, puerto flu-vial y llave de la navegación del gran río.

Gaitan se apoderé de los buques que se hallaban anclados en Honda los armó en guerra, embarcó en ellos su ejército re-volucionario y se dirigió a la Costa del Atlántico, haciendo una campaña digna de los mas atrevidos capitanes. Recogiendo a su paso todos los buques que venían subiendo el río, armándolos en guerra y aumentando así su flota, llegó hasta la ciudad de Barranquilla, la cual tomó a viva fuerza, después de un combate encarnizado que sostuvieron por parte del Gobierno las fuerzas nacionales que custodiaban esa plaza como al principal puerto de la nación.

Dueño Gaitan del primer centro de la Costa Altántica, en el cual, por otra parte, siempre ha dominado el elemento liberal, se enseñoreó fácilmente de los Estados del litoral del Atlántico, que entonces llevaban el nombre de Bolívar y del Magdalena, quedando al mismo tiempo dueño absoluto del río, puesto que todos los vapores se hallaban en su poder.

Los conservadores del Estado de Bolívar y las autoridades de Nuñez se refugiaron en la capital del Estado en la his-tórica ciudad de Cartagena, la gran plaza fuerte de la Repú-blica, cuyas formidables murallas datan de la época de Felipe II y dentro de las cuales los patriotas, sitiados por Morillo, en 1 8 í 6, sostuvieron un sitio tan heroico y preñado de sacrificios y martirios, que bien puede compararse a los de Sagunto, Numancia y Zaragoza en España, durante las invasiones de Anibal, Scipion y Napoleón.

Viéndose Nuñez privado de la comunicación con la Costa Atlántica y de los recursos que le ofrecían las principales fuentes es de rentas de la nación, cuales eran las Aduanas del Altántico, y, te-niendo al mismo tiempo que hacer frente a la creciente ola re-volucionaria de Boyacá, Santander, Cauca y, Tolima, desplegó extraordinaria actividad, apoyado por el partido conservador.

No pudiendo enviar una expedición a la Costa para so-meter a Gaitan por carecer de embarcaciones en el Río, resolvió mandarla por el Estado de Antioquia para que llegara al corazón del Estado de Bolívar, después de recorrer mas de cien leguas por entre riscos, montañas y sabanas cenagosas e intran-sitables, que nunca habían sido holladas por la planta del hombre.

Esta atrevida expedición, digna de los españoles cuando con-quistaron la América, fué formada y equipada en Antioquia, y confiada al mando de los Generales Juan Nepomuceno Mateus (li-beral independiente) y Manuel Briceño (conservardor), valerosos y audaces militares.

Los expedicionarios emprendieron su marcha con mil difi-cultades hacia el pueblo de Ayapel en las sabanas del Corozal, o sea en los linderos del Estado de Antioquia con el de Bolívar. Durante su marcha heroica, el ejército del Gobierno se vio pre-cisado a abrir trochas y veredas con su improvisado cuerpo de zapadores, para poder seguir la marcha en medio de ciénagas y montañas desconocidas, atravesando ríos invadeables, algunas ve-ces a nado, careciendo de alimentos, manteniéndose con plantas silvestres y con animales salvajes que lograban cazar a su paso en los bosques del trayecto.

Después de una terrible y larga travesía, la expedición ex-tenuada llegó a las poblaciones habitables del Estado de Bolívar, en las mas tristes condiciones e inhabilitadas para poder combatir, de tal manera que habría sido fácilmente aniquilada por las fuerzas de Gaitan Obezo, si éste con mas acierto militar hu-biera ido a su encuentro para atacar y destruir un ejército mal-trecho y desmoralizado por el abrupto camino que había atrave-sado, y por las fatigas y las enfermedades.

Desgraciadamente para la revolución, Gaitan Obezo había puesto sitio a Cartagena y se había encaprichado en tomar esta plazo. inexpugnable, con el fin de ocupar el último centro de las fuerzas del Gobierno en la Costa, para venir después a destruir la expedición de Ayapel.

En esos momentos, la estrella de la revolución que tan brillante había aparecido en el horizonte político, empezó a palidecer y a descender a su ocaso desastroso.

Las fuerzas revolucionarias de Camargo y de Sarmiento, organizadas en Boyacá, se dirigieron hacia el Estado de Santan-der para combatir y destruir el ejército que, en nombre del Go-bierno, había levantado en ese Estado el General Guillermo Quinteno Calderón (uno de los personajes mas meritorios y mas ilu-stres de la parcialidad conservadora, por su valor, ilustración, dotes administrativas, pericia militar y honorabilidad).

Quintero Calderón había servido a las órdenes del Gobierno conservador desde el año de 1855 y siempre se había distin-guido por sus hechos y sucesos en diversas campañas. Al tener noticia de la insurrección de Hernández, levantó un ejército con-tra revolucionario en Santander y resistió victoriosamente el primer empuje de los rebeldes. Temiendo que las fuerzas de Gaitan ocuparan la ciudad de Ocaña, se situó, a inmediaciones del río Magdalena, en un punto llamado la Humareda, en donde construyó fuertes trincheras para poder resistir a las fuerzas que, por tierra venían a órdenes de Camargo, y a las que en los buques podría traer Gaitan Obezo.

Habiendo desistido este Jefe del sitio de Cartagena y, des-pués de varias visicitudes en la campaña de Bolívar, resolvió embarcarse en sus buques, a Barranquila, para abandonando juntarse con Camargo, destruir a Quintero Cálderón y continuar la guerra en Santander.

Las fuerzas revolucionarias, reunidas en con flota de Gaitan, atacaron por el frente, es decir desde los buques, las trin-cheras de Quintero Calderón, y se estrellaron contra éstas.

Los buques mercantes, frágiles y sin coraza alguna, fueron destruidos fácilmente por los pocos cañones que tenía Quintero Calderón y la batalla de la Humareda, una de las mas sangrientas que registran los anales militares de la República, fué hecatom-be del liberalismo y el desastre decisivo de la revolución. El triunfo de las armas del Gobierno fué completo. La mayor parte de los buques fueron destruidos e incendiados y ahí en ese campo de agua, tierra, y sangre perecieron los mas preclaros jefes de la revolución como fueron Sarmiento, Hernández, Capitolino O bando (hijo del ilustre General de ese nombre) Lleras y otros nombres que no vienen en este momento a mi memoria

Con el éxito de la expedición de Ayapel, con la destrucción del principal ejército revolucionario en la Humareda y con el so-metimiento de la Costa Atlántica, la victoria de Nuñez fué decisiva. Los otros focos revolucionarios en otras partes de la República, se extinguieron como se distienden y aniquilan los anillos del boa cuando se corta su cabeza.

Triunfante Nuñez con el apoyo del partido conservador, pro-clamé resueltamente la reforma de las instituciones en sentido reaccionario.

Al celebrarse el triunfo de la Humareda, un gran meeting se dirigió al Palacio a felicitar al Presidente y éste, a pesar de que siempre esquivaba el presentarse en público en las reuniones populares y repugnaba las ovaciones ruidosas, salió a los balco-nes del palacio y después de que se calmaron las aclamaciones entusiastas de la multitud, pronunció un corto discurso alusivo a la victoria que terminó con la célebre frase histórica: « La Cons-titución de Rio Negro ha dejado de existir. Sus páginas man-chadas han sido quemadas entre las llamas de la Humareda ».

Vencida la revolución de 1885 y, nota por el hacha de la victoria, el tabernáculo en que se conservaba el Código de Rio Negro, Nuñez procedió a reorganizar el país según sus idea-les, haciendo como era natural el sacrificio de algunos princi-pios liberales, que aun quedaban entre las cenizas de su Credo político, al partido conservador que había salvado al Gobierno en la revolución.

Para dar una nueva Constitución al país, Nuñez convocó un Consejo de Delegatarios en número reducido formado por dos ,diputados, de cada uno de los Estados soberanos, elegidos por los respectivos gobiernos seccionales para que expidiesen la nueva constitución.

Este célebre Cuerpo, en el cual figuraron las personalidades salientes del Independentismo liberal y del bando conservador, contó entre sus miembros hombres eminentes como Miguel Antonio Caro y José Maria Samper y otros; pero antes de hablar sobre el Consejo de Delegatarios debo referir algunos acontecimientos dignos de memorarse, que tuvieron lugar en los años de 1884 y 1885, concretándome a los mas notables como fueron la fundación del Ateneo de Bogotá y el atentado del Gobierno contra el Banco Hipotecario. Esto será materia de los Capítulos siguientes.

CAPITULO XXXV.

El Ateneo de Bogotá

SUMARIO. Chile envía una Legación de primera clase a Colombia a cargo del Sr. José Antonio Soffia. Habilidad de este diplomático en el desem-peño de su Misión. – En compañía de él fundo el Ateneo sobre el modelo del de Madrid. – Nombres de los Socios fundadores escogidos por Soffia y por mí entre los hombres mas notables de Bogotá en los campos de las Ciencias, las letras y las artes. – Fundación solemne de esta célebre Asociación y alocución que yo leí en aquella ceremonia. -Sesión solemne del Ateneo el 24 de julio de 1884. – Otros Actos de esta Sociedad. – La Revolución de 1885 disuelve la Corporación. -Muerte del Ministro Soffia Cofundador del Ateneo. – Palabras que pro-nuncié ante su cadáver.

En 1884, las Repúblicas de Chile y Perú estaban empe-ñadas en una guerra encarnizada por asuntos económicos mas que políticos. Las relaciones diplomáticas de esos dos países con Colombia tenían especial interés por el obligado paso de arma-mentos extranjeros por el Istmo de Panamá.

Temiendo Chile que el Perú (el cual contaba con las simpa-tías populares de Colombia) recibiese armas al través del Istmo, resolvió enviar una misión especial a Bogotá formada por el Señor D. José Antonio Soffia, ilustre escritor y poeta chileno, sucesor de Bello en la Subsecretaria de Relaciones Exteriores de Santiago, y hombre de exquisita cultura y de notable habilidad diplomática, como jefe, y por el Sr. Manuel J. Vega también literato distinguido y verdadero gentlemen de la República del Sur, como Secretario.

El Sr. Soffia desplegó tal habilidad en sus relaciones diplo-máticas y sociales en Bogotá, que muy pronto vino a ser uno de los hombres de mejor posición social y literaria en la capital de la República.

La casa de la Legación fué el Centro de reuniones de las mas aristocráticas damas y de los hombres de letras y de los que presumíamos de tales. Las reuniones alternaban entre saraos y veladas literarias.

Poco después de la llegada de Soffia a Bogotá, mis relacio-nes con el diplomático chileno fueron estrechas y cordiales y yo vine a ser uno de los concurrentes asiduos a sus reuniones.

Recuerdo que, para iniciar las veladas literarias, dirigió Soffia a los principales literatos de la ciudad y a los que por afición nos asimilábamos a ellos, una carta de invitación en verso formada por un soneto en esdrújulos aconsonantados, ofreciendo así las mayores dificultades rítmicas, porque, además de ser soneto, con-tenía esdrújulos y consonantes. El soneto decía así:

Siguiendo una costumbre tan simpática,

Que me complazco en aplaudir frenético,

Lo invito para el viernes a un poético

Mosaico, sin liturgia diplomática.

La colombiana sal que a la sal ática

Vence y humilla en el palenque estético,

Para todo pesar tendrá un emético

Brindado en chistes de sabrosa plática.

Alguien arrancará del arpa eólica

Alguna dulce melodía auténtica

Que quitará su prosa a la bucólica,

Acepte pues esta misiva esdrújula

Sírvase contestarla en rima idéntica

Y a esta su casa enderezar la brújula.

A esta invitación debíamos contestar con otro soneto cuyos versos todos debían terminar con los mismos consonantes esdrú-julos del que nos dirigió el Sr. Soifia.

La velada estuvq brillante. A ella concurrieron eminentes literatos como eran los Señores José María Samper, Lázaro Maria Pérez, José Joaquín Ortiz, Rafael Maria Merchan (el sabio crítico cubano) y muchos otros cuyos nombres se escapan a mi recuerdo. Reunidos en el elegante salón de Soffia, el Secretario de la Le-gación Sr. Vega, daba lectura a las contestaciones que había recibido el Ministro; y los concurrentes, después de una corta y animada discusión, decidían aproximadamente quien era el autor dé la respuesta, cuya firma callaba el lector.

Este gimnasio intelectual inspiraba vivo interés a los concurr-entes y dió ocasión a disertaciones amenas sobre puntos y temas literarios.

A las doce y media de la noche se sirvió una espléndida y suculenta cena, en donde saboreamos la sabrosa casuela de Chile y el exquisito mosto.

Como estas reuniones se hicieron frecuentes, y cada vez eran mas numerosas, yo ofrecí al Sr. Soffia el gran salón de la casa del Sr. Saravia, que se hallaba a mi disposición como Gerente del Banco Hipotecario y por haberme instalado con mi fami-lia en el mismo espacioso local.

Aceptado en principio mi ofrecimiento, propuse también al Sr, Soffia que iniciáramos la fundación de una Sociedad literaria semejante al antiguo Mosaico bogotano, de Vergara y Vergara Fallón, Carrasquilla, Marroquín y Pombo, o al célebre Ateneo de Madrid.

El Ministro Chileno aceptó con entusiasmo mi indicación, e inmediatamente invitamos a un grupo muy respetable de perso-najes distinguidos de Bogotá, en las ciencias las letras y las artes para formar el núcleo del Ateneo a imitación del español.

Doce individuos, pertenecientes a los diversos bandos políti-cos, correspondieron a nuestra invitación y en el salón de mi casa (o sea del mismo local del Banco Hipotecario) se declaró fundado con regocijo y entusiasmo el Ateneo de Bogotá.

Corno fundadores recuerdo los nombres de los Señores Santiago Perez, José Joaquín Ortiz, José Manuel Marroquín Rafael Pombo, Froilán Largacha, Florentino Vezga, Sergio Ar-boleda, Rafael María Merchan, Lázaro Pérez, Felipe Zapata y Al berto Urdaneta.

Los doce fundadores nos encargamos de establecer doce Sec-ciones para el estudio de las ciencias, las letras y las artes. Para formar el personal de cada una de estas Secciones invitamos o-tros doce individuos, teniendo en cuenta al hacer las invitaciones los talentos y estudios de los invitados.

Las secciones fueron denominadas así, si mal no recuerdo

  • 1. Agricultura

  • 2.  Finanzas

  • 3. Jurisprudencia

  • 4.  Ciencias morales y políticas.

  • 5. Filología

  • 6.  Poesía

  • 7.  Historia y Geografia

  • 8.  Ciencias exactas

  • 9.  Filosofía

  • 10.  Sociología

  • 11.  Pedagogía

  • 12.  Bellas artes

Estas diversas Secciones tenían un Director o Presidente, un -Sub director Tesorero y un Secretario relator.

Todos los invitados aceptaron nuestra invitación, excepto el Sr. D. Miguel Antonio Caro, quien se excusé por no tener materialmente tiempo para ser asiduo concurrente, pues estaba consagrado a escribir una obra literaria de grande aliento y de intensa labor.

Instaladas las Secciones y recaudados los fondos, eligieron sus dignatarios y empezaron a funcionar.

El Ateneo nombró Presidente honorario al Sr. Soffia, y Pre-sidentes efectivos a los Sres. Santiago Pérez y José Joaquín Or-tiz como los decanos de los hombres de letras de Bogotá perte-necientes a los dos grandes partidos políticos de la República.

Para las dos vice presidencias fuimos designados el Sr. D. Manuel Marroquín, como censor, y yo como tesorero. Los Secre-tarios designados fueron los Sres. Rafael Merchan y Julio Pérez.

Entre las Secciones recuerdo los siguientes nombramientos para Directores:

Agricultura Dr. Salvador Camacho Roldán

Filología Dr. José Manuel Marroquín

Poesía, D. Rafael Pombo

Ciencias exactas, Dr. Ruperto Fereira

Ciencias morales y políticas, Dor Carlos Martín

Pedagogía, Dr, Santiago Pérez.

Jurisprudencia o abogacía: Dr. Froilán Largacha

Sociología. Dr. José Ignacio Escobar

Filosofía, Dr. Francisco Eustaquio Alvárez

Historia y Geografia, Dr. Sergio Arboleda

Bellas Artes, Dr. Alberto Urdaneta.

Para la Sección de Finanzas fui yo elegido Director, el Dr.

Anibal Galindo subdirector y el inteligente y activo comerciante,

D. Carlos Tanco, (digno hijo del eminente D. Mariano) secretario. Adaptados los salones del Banco para las sesiones del Ate-neo, se instalé éste solemnemente el día 29 de Junio de 1884, con- asistencia de sus 150 miembros, del Presidente de la República y de su Ministerio, y de selecta concurrencia, en medio de los acordes de la música y del entusiasmo general.

El Sr. Soffia y yo presidimos la sesión y declaramos insta-lado el Ateneo, proclamando al mismo tiempo el nombre de los seis dignatarios que había elegido previamente la Corporación, o sean los dos Presidentes, los dos vicepresidentes y los dos secre-tarios, los cuales, unidos a los 144 miembros de las secciones, for-maban el número reglamentario de 150.

Después de una hermosa alocución del Sr. Soffia, me corres-pondió a mí hacer una exposición del objeto y tendencias del A-teneo, de la cual tomo los siguientes apartes:

« Para todo primer rastro de luz, en artes y en ciencias, hay siempre que dirigirse a la Grecia. Cerca de Atenas estuvo un templo de Minerva, y en cl templo se reunía una de las pri-meras asociaciones del género de la que hoy iniciamos. Templo y Asociación se llamaron Ateneo.

Roma compró a precio de victorias el derecho de ser civi-lizada por Grecia, y al paso que de esta nación hizo una de sus provincias, de sus sabios hizo maestros y de sus instituciones mo-delos. En agrupaciones como el Ateneo, la poesía latina vistió sus primeras galas, y la elocuencia romana desaté sus primeros rayos.

La civilización asediada por las hordas del Norte, se refugió en institutos consagrados al doble culto de la Religión y de la Ciencia ¿No fué en su seno donde San Juan de Antioquía obtuvo de la piedad y de la elocuencia el sobrenombre de Crisóstomo?, ¿ Con qué se hizo el Renacimiento sino con las luces que el velo de los altares salvó del polvo de las ruinas y del hierro de los bárbaros?

En la época moderna, las asociaciones, obedientes al principio de la afinidad y al de la división del trabajo, buscando un mismo fin, han multiplicado sus medios. Universidades, liceos, gimnasios, institutos, academias, ¿ qué son sino centros de exploración, rosas náuticas del espíritu de que se va desprendiendo cada predestinado a su vocación?

De todos esos focos, vosotros me permitiréis, os ruego, que fijéis de preferencia la atención en el Ateneo de Madrid. No midais su importancia por su resplandor comparado con el de Estableci-mientos de países de mas caudal científico, ya en extensión, ya en altura, que el de nuestra madre, la nación española, porque el objeto no es graduar civilizaciones. Medid el beneficio del Ateneo de Madrid por las luces que ha impedido que se apaguen, juntán-dolas, y por las sombras que ha estorbado que se eternicen, disipándolas. Campo abierto para todas las inteligencias, para todos los estudios, para todos los sentimientos y aun para todas las pasiones nobles, el Ateneo de Madrid ha sido el laboratorio donde al fuego del estímulo, con el cambio de las ideas y el cboque de la discusión, se han producido las mejores obras de los ingenios peninsulares. Ha sido esa ilustre Sociedad un Templé donde se han discernido los diplomas de las mejores reputaciones y se han armado caballeros de las ciencias y las letras las mas preclaras ilustraciones de España. Campearon en el Ateneo, en sus primeros tiempos las paternales y fecundas lecciones del patriarca moderno de las letras españolas, D. Juan Eugenio Harzenbusch; el estro cadencioso del Duque de Rivas, el noble cantor de las glorias de España; los profundos conocimientos del eminente jurisconsulto D. Joaquín Francisco Pacheco; la sabiduría literaria de D. Alberto Lista; el donoso estilo de Alcalá Galiano; la afinada sátira y el delicado espíritu de crítica de Mesonero Romanos; el deleitable lirismo de Martínez de la Rosa; las perspicuas y trascendentales disertaciones sociológicas de Pastor Diaz, y el elocuente y atilda-do lenguaje del Marqués de Valdegamas.

Posteriormente, en los salones del Ateneo han brillado los talentos y la incansable laboriosidad de Cánovas del Castillo; el donaire y gracia de la pluma de Alarcón, y el inspirado y atre-vido pincel de Fortuny. Allí Manuel de la Revilla escribió sus artículos de crítica y sus estudios biográficos que pueden paran-gonarse con los del insigne Macaulay; Moreno Nieto produjo sus mejores obras y pronunció sus magistrales oraciones, y Juan Va-lera alcanzó el renombre de primer prosador español. La biblioteca del Ateneo la más rica y selecta que se ha formado en España, ha sido probablemente, la principal fuente donde Menéndez Pe-layo ha bebido su variado saber hasta alcanzar en los tiempos modernos la pasmosa erudición de Pico dé la Mirándola.

Al calor de las sesiones del Ateneo, la fantasía de Tamayo y Baus y el ingenio de López de Ayala, brotaron perlas para la escena española; Estebanez creó el Drama nuevo, que revivió la gloria del teatro español de los tiempos de Calderón y que es digno del númen de Shakespeare, y el talento múltiple de Eche-garay formó planes desconocidos de Hacienda y dio vida a sus atrevidos dramas.

Bajo las Arcadas del Ateneo resonó, en sus primeros ensayos, la elocuente palabra de Castelar quien produjo entonces su mejor obra: « La civilización durante los primeros siglos del Cristianis-mo a, y en ese templo de las letras, leyeron Campoamor sus filosóficas Doloras y sus admirables pequeños poemas; Nuñez de Arce sus esculturales estrofas que lo han exaltado al puesto de Príncipe de la lírica española, y D. José Zorrilla, el decano y el mas popular de los poetas españoles, su Canto del Fénix, la mas delicada de sus últimas trovas.

En fin, el Ateneo de Madrid es en España la Legión de honor de los hombres de cultura intelectual y campo libre para todas las aspiraciones que, armadas del estudio, quieran noblemente incorporarse en ella. Hogar que indistintamente alberga a todos en su seno, no solo avigora la vida vacilante, sino que asegura el nacimiento dudoso. El ingenio, como el infante, necesita apoyo para sus primeros pasos, cariño para sus primeras gracias, sua-vidad para sus primeras voces, brazos hermanos para poder medir sus primeras almas y espacios amigos en donde derramar, sin zozobra, sus primeros acentos. Esas voces sonoras que, desde la cátedra y la tribuna española, llenan ya los dos mundos en que se habla nuestra lengua, han nacido casi todas y han crecido en el Ateneo de Madrid- En él reciben su bautismo los talentos, las espadas del combate su temple y todas las glorias de la misma

familia, el sello de la Patria.

¿ Por qué no hemos de hacer los colombianos otro tanto? Abramos en el seno robusto y sano de lo que nos es común, la fuente de la vida, é impulsemos las fuerzas que tengamos con todo su ímpetu nativo por sus rumbos naturales.

Elementos bastantes tenemos para ello. Desde el comienzo de su vida independiente, Colombia se ha distinguido en la familia de las naciones americanas por su culto a las ciencias y a las letras y por su afición a los estudios. En los albores de nuestra guerra de emancipación, y aun en medio del estruendo de las batallas, se oyeron la voz elocuente de Camilo Torres, las sabias lucubraciones de Caldas y los cantos de Fernández Madrid y de Vargas Tejada. Las posteriores agitaciones políticas y las vicisi-tudes propias de un pueblo en formación, no han sido parte a detener el desarrollo intelectual, y nuestros ingenios han brotado "los frutos de su inteligencia, en medio de constantes contrarie-dades, como en feraz campo se producen las flores a pesar de los abrojos y de las tempestades.

El periodismo de Colombia, digno pregonero de nuestro adelanto intelectual, ha realizado, como en el Centenario de Bolívar, prodigios de fecundidad e ingenio.

Nuestros poetas han alcanzado renombre en ambos continen-tes. Obras didácticas de nuestros compatriotas han sido adoptadas como textos en otros países. Profesores colombianos han servido Cátedras en las primeras universidades europeas. Nuestra Patria cuenta con naturalistas que han ocupado puesto de primer orden en los primeros centros científicos del mundo, y los trabajos de la Academia colombiana son estimados como los propios por la Real Academia española.

Formemos, pues, de nuestro Ateneo un campo de exhibición de productos del espíritu, donde todos nuestros hombres de cul-tura intelectual presenten los frutos de sus estudios y sus conocimientos para que la Patria y la Gloria los recojan y les disciernan los merecidos premios. Hagamos de nuestra Sociedad un asilo para las ciencias y las letras cuando las tempestades políticas las ahu-yenten del comercio social, de la tribuna del Parlamento o de las hojas del periodismo.

No nos corresponde a nosotros mismos calificar nuestras apti-tudes ni pronosticar nuestros adelantos. Pongamos, como el agri-cultor creyente, con reverencia, la semilla querida sobre el terreno sagrado, y no dejemos que se seque nuestro sudor sobre el surco. Donde los sabios han sido casi espontáneos; donde los poetas han podido sobrevivir con sus cantos a las revoluciones que los han sumergido, y donde las artes, aun entre los enojos y los estragos de la guerra, como las hermanas en las familias di-vididas, no cesan de invocar la paz entre los bandos encarnizados, ahí precisamente las ciencias tienen un porvenir, la poesía un destino, las artes una misión. Abramos paso a esos obreros del progreso. Adelanten, pues, de entre la multitud, los depositarios de las ideas y los de los sentimientos. Nuestras mentes estarán prontas a la convicción y nuestros corazones al entusiasmo.

Al invocar, así, al genio, al gusto, al trabajo, creo, Señores, que interpreto vuestra fé en que esos númenes de la civilización, por desconocidos e indecisos que anden vagando todavía, existen ya en nuestra sociedad, y que vosotros los llamáis a su tarea a la doble luz de la publicidad y de la cooperación. Si tenéis con efecto esa fé y si con efecto queréis hacer ese llamamiento ser-vios, honorables consocios, declarar instalado el Ateneo de Bogotá ».

Los estatutos del Ateneo redactados por mí, fueron revisados y corregidos por el socio D. José Manuel Marroquín, gran literato, notable institutor, afamado autor de obras didácticas y de novelas de costumbres, de perfecta honorabilidad y de vasta ilustración, y quien, sin ceñir espada ni haber seguido una carrera política, llegó a ocupar la Presidencia de la República como VicePresi-dente, debiendo este grande honor a sus virtudes y méritos. El Dr. Marroquín fué constantemente el Director de la Academia colombiana de la lengua. Era un escritor castizo y elegante y un canseur admirable. Su noble porte y su cultura exquisita recordaban el tipo que de los antiguos hidalgos o grandes de España de pri-mera clase en la edad de oro de la madre Patria, nos describen los historiadores.

Conforme a los Estatutos, el Ateneo debía celebrar dos grandes sesiones solemnes: el 1º. Enero y el 20 de Julio de cada año. La sesión, que debía tener lugar en Julio de 1884, fué celebrada con gran pompa el 24 de ese mismo mes, en el Salón de Grados o sea el local de la reunión de la Cámara de represen-tantes.

La sesión fué presidida por el Presidente honorario Sr. Soffia y se celebró por la noche con la mas selecta concurrencia. Asis-tieron todas las autoridades de la República, el cuerpo diplomá-tico extranjero y la flor y la espuma de la sociedad de Bogotá. Previamente habían sido designados lor oradores que debían ha-blar o recitar en la sesión. Siguiendo nuestro plan de buscar entre los socios individuos pertenecientes a los dos grandes par-tidos políticos para las solemnidades del Ateneo, el Consejo direc-tivo designó a sus dos Presidentes efectivos, D. Santiago Pérez y D. José Joaquín Ortiz, para que llevaran la palabra, el primero en prosa y el segundo en verso, en esa memorable sesión, y como adjuntos o segundos oradores a los Sres. Sergio Arboleda (el célebre escritor y hombre político caucano, de gran mentalidad, virtudes eximias, enérgico y valiente, tronco y jefe de una familia de las mas distinguidas de Popayán) y al popular poeta D. Roberto Mac-Douall, joven de indiscutibles méritos y de fecundo númen poético, y de quien no ocupo con extensión por estar aun vivo, siguiendo mi propósito de ser muy parco en mis elogios respecto de los hombres que en Colombia no han pasado aun a la Historia.

El Dr. Arboleda leyó en esa sesión un extenso y magistral estudio sobre asuntos históricos y geográficos de la República, con datos muy curiosos y nuevos que fueron objeto de la admi-ración de los concurrentes.

El Sr, Mac-Douall leyó una primorosa composición en ver-so alusiva a la fiesta del Ateneo.

Pero sobresalieron en esa noche inolvidable las figuras de los dos Presidentes, D. José Joaquín Ortiz, y D. Santiago Pérez.

El Sr. Ortiz, poeta de alto númen, el primero sino el único cantor épico de Colombia, escritor católico, vigoroso y vibrante, renombrado institutor, apareció en la tribuna en medio de estruen-dosos aplausos para recitar una de sus mas bellas composiciones, plena de unción patriótica, que era un canto, tan levantado como su oda al Tequendama, en honor del Libertador y de la epopeya de la Independencia. Aun me parece escuchar la voz sonora del poeta y admirar su plateada y copiosa cabellera, for-mada por lauros y cabellos blancos.

Pero el clou de la fiesta fué sin duda el discurso magistral y admirable, desde cualquier criterio que se le jusgue, del emi-nente D. Santiago Pérez. Esa oración insuperable, que es quizá la mas preciosa joya de nuestra oratoria literaria, causó tal entu-siasmo en el auditorio que rayó en frenesí. Cuando D. Santiago bajó de la tribuna todos le tributaron una ovación entusiata, tanto por medio de felicitaciones personales dentro del recinto del Ateneo como por los estruendosos aplausos de los asistentes a las barras y tribunas.

Después de esta sesión solemne, el Ateneo tuvo varias de ca-rácter menos solemne en su propio local. D. Nicolas Tanco Ar-mero (digno hermano del egregio D. Mariano) hombre de talento, de vasta ilustración y de exquisita cultura, jefe de una brillante familia y viajero por los países europeos y orientales durante mu-chos años leyó en alguna conferencia un ameno e interesante estudio sobre las costumbres de la China, en donde había residido por mucho tiempo.

D. Salvador Camacho leyó también en otra sesión un estu-dio de vivo interés sobre el desarrollo de la agricultura en Co-lombia, del cual, para hacer el mejor elogio, basta enunciar el nombre de su eminente autor, a quien he consagrado un boceto biográfico en esta obra.

D, Vicente Restrepo nos instruyó y nos deleitó al mismo tiempo con una conferencia, plena de elocuencia y de colorido, sobre la riqueza minera de Colombia. El Sr. Restrepo, jefe de una familia honorabilísima del Estado de Antioquía, hombre acau-dalado, de incontestables virtudes domésticas y cívicas, era muy aficionado a los estudios de historia patria y especialista en asun-tos de minería, a los cuales había consagrado sus primeros años en Antioquia, Era un hombre muy afable e ilustrado, y llegó a ocupar el sillón del Ministerio de Relaciones Exteriores en la se-gunda administración del Dr. Nuñez.

Muchos otros trabajos y conferencias produjo el Ateneo y había fijado los temas de un concurso artístico, literario y científico para el año siguiente, cuando estalló la guerra a fines de 1884.

La conmoción producida por la guerra civil hizo suspender las labores y sesiones del Ateneo. Muchos de sus miembros se fueron a los campamentos; otros tuvieron que ocultarse para evitar empréstitos y persecuciones. En suma, la brillante asociación tocó a dispersión.

Cuando la paz volvió a imperar en Colombia, no fué posible reunir las tribus dispersas del Ateneo. Algunos de los socios habían muerto y otros se hallaban expatriados. Pero el golpe de gra-cia que recibió la Corporación fué el fallecimiento inesperado y prematuro del Sr. Soffia, en 1885.

El Ateneo había importado de- Norte América un mobiliario para su servicio y en su agonía nombré Presidente al Dr. Cama-cho Roldán, a quien yo entregué los restos de ese mobiliario y el producto de la venta de su mayor parte, depositado en el Banco de Colombia.

El Ateneo de Bogotá, que tuvo una espléndida pero efímera "existencia, ha sido quizá la mas importante asociación de ese gé-nero que se haya formado en Bogotá, por lo selecto y numeroso de sus miembros y por los trabajos tan interesantes que produjo en el corto periodo de su existencia.

Para terminar este capítulo dedicado al Ateneo paso a con-sagrar en este libro algunos párrafos, del discurso que, por comisión del Comité directivo, pronuncié ante los restos mortales del Sr. Soffia.

« Señores: La línea imperceptible que separa la vida de la muerte acaba de ser traspasada por el hombre ilustre cuyos res-tos mortales tenemos de presente. Cuando la muerte viene a ser lenitivo eficaz de los dolores, heroico remedio de los infortunios o terminación de una existencia trabajada y miserable, se recibe con calma, tal vez con indiferencia, y, no pocas veces, como una bendición, porque la muerte también tiene su oportunidad; pero cuando sorprende a un ser feliz en la plenidad de la fuerza y de la vida; cuando apaga la chispa de un cerebro en el cual fermenta la savia y anidan la inteligencia y la inspiración; cuando suspende los latidos de un corazón consagrado al culto de lo grande y de lo bello, y del que cada ritmo correspondía a una acción noble o a un sentimiento generoso; cuando detiene el paso en medio de la vida gloriosa de una brillante carrera; cuando extingue la luz de un venturoso hogar; cuando aniquila a un hombre que es timbre, no solamente de una Nación, sino de un Continente; cuando no es, en fin, tempestad que purifica los campos, sino tromba que troncha las más lozanas y mejores flores, en-tonces se la ve venir con tristeza con espanto con estupor, como una cruel comprobación de la irrisión de la vida.

Tal es el sentimiento que hemos experimentado al ver desa-parecer súbitamente este amado y eminente huésped. Ayer bri-llaban sobre su frente todas las coronas, le sonreían todas las esperanzas, el porvenir le ofrecía todas las fortunas. Hoy duerme en el féretro, le cubre un sudario y le bañan lágrimas. Del claro día de una brillante existencia ha pasado a la noche pavorosa de la tumba. Nuestra sociedad toda se ha conmovido como tocada de terrible golpe eléctrico. Y es que, además, el Sr. Soffia no era un extranjero para nosotros. Su alma levantada y su espíritu cosmopolita, propio de los hombres superiores le habían asimi-lado de tal manera a nuestro país, que mi egregio co-fundador del Ateneo era ya orgullo y ornato de nuestra sociedad. Durante los cinco años que vivió entre nosotros no hubo luz que se en-cendiera en Colombia sin el concurso de su propia luz; himno a la Patria que no se mezclara con sus cantos; fiestas de civiliza-ción que no se realzaran con su caballerosidad; lágrimas que no contribuyeran a enjugar sus manos, ni amistad digna a que no se entregara sin reservas su noble corazón. Fueron para Colom-bia las mejores flores de su ingenio, las mas dulces notas de su lira, las mas delicadas prendas de su inimitable cultura, y las mas gratas expansiones de su alma generosa.

Tan infausto acontecimiento es para Colombia un duelo nacional, y es por esto por lo que toda la sociedad de Bogotá viene a derramar lágrimas, como en la muerte de uno de sus mas amados y mas eximios miembros. Chile y Colombia forman con los crespones de este féretro nuevos e indestructibles vínculos, juntan sus pa-bellones enlutados, dejan correr entremezcladas sus lágrimas, se estrechan en el campo del infortunio y se abrazan como dos hermanas bajo el peso de un común pesar. Ambas guardarán, co-mo un legado que a ambas pertenece, junto con los perfumes de su espíritu y los lauros de su gloria, que la muerte no ha des-truido ni podrá aniquilar, la venerada memoria de este ilustre varón americano, cuya cuna se meció en Chile, y cuya tumba ha visto abrir Colombia con maternal dolor!

CAPITULO XXXVI.

Atentado contra el Banco Hipotecario

SUMARIO. – Las primeras revoluciones de Nueva Granada fueron muy sangrientas en las represiones. – Las posteriores, menos patibularias pero mas irrespetuosas del derecho de propiedad. – Nuñez adopta medidas severas para dominar la revolución de 1885. – Incidentes interesantes de aquella época. Los cuatro Ministros de Nuñez exigen por la fuerza un empréstito de dinero al Banco Hipotecario, al cual yo me opongo como Gerente por no permitirlo la situación crítica del Establecimiento, ocasionada por la guerra. – El Ministro de Guerra, Dr. Angulo me declara preso con mi familia, apesar de mis protestas. -La Casa del Banco, que es al mismo tiempo la mía y de mi fa-milia, es ocupada por las fuerzas del Gobierno. – Angulo manifiesta que no tiene inconveniente moral ni material para extraer por la fuerza el dinero del Banco. – Apesar de mi oposición y resistencia y las de los Sres. Vicente Vargas y Cecilio Cárdenas, la Asamblea General de accionistas (reunidos y presos en el local del Banco) resuelve entre-gar el dinero después de una enérgica protesta. Renuncio el cargo de Gerente para no yerme obligado a cumplir la resolución de la Asam-blea. – Acta de esa memorable sesión.

Durante el largo y pavoroso período de guerras fratricidas que, en casi todas las Democracias latinas de América, sucedió a la gloriosa epopeya de la Independencia, se conservaron tradicio-nes semibárbaras por parte de los combatientes para poner en vigor prácticas salvajes en la lucha, tanto de parte de los insur-rectos como del Gobierno a quien combatían.

Los revolucionarios entraban a fuego, saco y sangre a las po-blaciones que conquistaban y ocupaban. El Gobierno, por su parte, no queriendo nunca reconocerles el carácter de beligerantes, aun cuando éstos reunieran las condiciones del Derecho de Gentes, levantaba cadalsos, confiscaba propiedades y trataba de exterminar a los revolucionarios, a quienes siempre consideraba como a rebeldes merecedores de los castigos que impone el Código Penal para el delito común de rebelión.

Estas desgraciadas prácticas se efectuaron también en Nueva Granada y en Colombia desde 1830 hasta 1877, época en la cual, bajo la dominación liberal, se terminó una guerra por me dio de un arreglo entre el Gobierno de la Unión y el Estado soberano de Antioquia, cuyo Gobernador era reconocido como beligerante y Jefe de la revolución.

La Constitución expedida en Rio-Negro en 1863, Código muy avanzado como protector de los derechos del individuo, es-tableció que, en caso de insurrección a mano armada o de guerra civil, rigieran durante la contienda los principios universales del Derecho de gentes y las prácticas saludables de la civilización cristiana.

En virtud de esta sabia disposición, en la revolución de 1876 a 1877 no se derramé mas sangre que la de los combates y nadie pereció en el cadalso por sus responsabilidades en la lucha armada.

No recuerdo que, durante la vigencia del Código de Rio-Negro, o sea bajo la dominación liberal, se haya levantado otro patíbulo (como única excepción), que el del fusilamiento de un traidor, convicto y confeso, ejecutado en Antioquia por el General Tomás Rengifo, Jefe civil y militar de ese Estado. No obstante que el gallardo y valeroso adalid liberal se apoyé en las disposiciones del Derecho de Gentes, que regían en la República, conforme al art. 91 de la Constitución, para castigar con la muerte a un traidor de origen extranjero, la historia imparcial no puede absolver al General Rengifo de esa falta, porque la Constitución de Rio Negro prohibía terminantemente el establecimiento del patíbulo para cualquier delito, sea cual fuere su extensión y ferocidad.

Desde esa época, el carácter que podemos llamar patibulario, se atemperé bastante en la República y durante la guerra de 1885 no se levantó otro cadalso en Colombia que el de un indi-viduo en el Panóptico de Bogotá, por sentencia de un Consejo de guerra y rigiendo ya la Constitución de 1886, que permitía el establecimiento del patíbulo en ciertos casos excepcionales.

Pero si el carácter sanguinario de nuestras revueltas fratricidas se había modificado favorablemente, en cambio la conculcación y confiscación de la propiedad ajena tomaron creces pavorosas y aun en 1877, bajo la dominación liberal, se decretaron emprésti-tos forzosos y se embargaron propiedades para hacer efectivos dichos empréstitos. Mas aun, en alguna época, el mismo General Rengifo violé en Antioquia la respetabilidad de un Banco para hacer pagar con el depósito allí consignado, un empréstito forzoso decretado contra los Sres. Villa e hijos. De este atentado inaudito, pqro mucho menos grave que el del Dr. Nuñez en 1885 contra el Banco Hipotecario no puede tampoco absolverlo el historiador imparcial aun cuando éste pertenezca a la comunidad liberal.

En 1885 el Gobierno del Dr. Nuñez no solamente estableció el curso forzoso del papel moneda e inundé el país con esa verdadera lepra económica, de la cual todavía adolece Colombia, sino que estableció empréstitos forzosos crónicos entra los que él consideraba enemigos del Gobierno. Esta tiránica medida re-cordó al empréstito forzoso progresivo que estableció el Directo-rio francés en 1795, después de la revolución. Por último, no estando satisfecho ni con el papel moneda, ni con estos emprés-titos, el Gobierno atenté contra los Bancos de Bogotá y especialmente contra el Hipotecario, como lo referiré adelante.

Los ataques a la propiedad, respetada en todo el mundo civilizado, por lo cual se ha llegado a establecer la pena de muerte, pero no la de confiscación, porque el hombre ama mas la propiedad que la vida, fueron mucho mas graves durante la revolución de 1889 a 1903, De esta me ocuparé extensamente en la segunda parte de mis Memorias.

En esa época, se llegó hasta el punto de dictar un decreto inaudito por el cual se dispuso que los agentes militares del Go-bierno podían ocupar discrecionalmente las haciendas y otras pro-piedades de los revolucionarios y disponer de sus bienes, sin reserva ni fórmula ninguna, para el servicio de las tropas que combatían a los rebeldes.

También se dispuso en esa época (no recuerdo bien si fué en el primero o en el segundo año de la revolución) que serían juzgados, y por ende castigados, los simpatizadores de la re-volución lo cual, además de bárbaro desde todo punto de vista, es absurdo, porque siendo la simpatía un hecho psicológico no puede establecerse la responsabilidad, ni ésta puede exigirse mien-tras esa simpatía no se traduzca en hechos positivos.

Y estas medidas semi salvajes fueron dictadas por un Go-bierno encargado por la Constitución de garantizar la vida y la propiedad de los asociados!!

Pasada la tormenta revolucionaria expuse, en un memorial fir-mado por respetables miembros de la Comunidad liberal y ele-vado al Gobierno de la Nación, la necesidad de regularizar la guerra y establecer prácticas cristianas durante la contienda, para favorecer la parte pacífica y neutral de la sociedad, indebida-mente conmovida por la revuelta armada.

Aun cuando parece que ya las Democracias de la América Latina en la región tropical, (excepto Méjico) empiezan a tran-quilizarse y a cerrar la era de las revoluciones yo creo conve-niente que se dicte una legislación especial para el tiempo de guerra porque puede suceder que, como en Méjico, después de 30 años de paz, vuelva a encenderse con mas ardor que antes la discordia civil.

En Colombia, como en las demás repúblicas de la América ecuatorial, han sido guiados los gobiernos por el falso criterio de que, durante una revuelta armada, la Constitución de la nación deja de regir y de que los individuos neutrales no tienen derecho a protección ninguna de parte del Gobierno, quien siempre ha creído que desatada la guerra no puede existir ningún grupo social que no pertenezca a los amigos del Gobierno. « La Constitución se me/e debajo de la mesa cuando se declara la guerra civil, me con-testó uno de los grandes corifeos del Gobierno, cuando le pedía alguna garantía para el Banco que yo administraba. Hoy no rige otra cosa que la necesidad de dominar la revolución y conservar esas instituciones »

Esta respuesta misma expresa bien lo absurdo del criterio gubernamental, pues no se comprende la razón de tantos esfuerzos y sacrificios para sostener una constitución metida debajo de la mesa.

En el Memorial que dirigimos al Gobierno del Dr. Sancle-mente un grupo de liberales pacifistas, entre los cuales se contaba el muy honorable y justamente célebre D. Santiago Samper, hijo de Don Miguel, expuse la necesidad de regularizar la guerra y de adoptar otro camino y otros procederes de parte de los Go-biernos durante las revueltas civiles. Justamente, durante la revo-lución es cuanto deben regir con mas eficacia las garantías que otorga la constitución para la gran masa de individuos pacíficos y trabajadores, quienes, además de los perjuicios e injurias que les causan los bandos contendores, son también perseguidos por las autoridades.

La constitución de Rio Negro quiso, como llevo dicho, po-ner término a las prácticas salvajes seguidas por los Gobier-nos durante las guerras civiles en Colombia, y dispuso en el ar-ticulo 91 que el Derecho de gentes hacía parte de la legislación nacional para que en tiempo de revueltas se aplicaran sus protectores y cristianos preceptos.

De esta disposición constitucional que tenía tan laudable ob-jeto, se abusé lastimosamente por falsas interpretaciones hasta el punto de que Rengifo se creyera autorizado para fusilar a Ma-kiew por cuanto el Derecho de gentes permite castigar con la muerte a los traidores, y no obstante que la Constitución precep-tuaba que la vida del ciudadano colombiano era inviolable y que en ningún caso ni por ningún motivo ni bajo ningún pretexto, se podía aplicar a nadie en el territorio colombiano la pena de muerte.

Los publicista mas ilustrados, y especialmente Blunschi, es-tán de acuerdo en sostener que las rebeliones en una Sociedad organizada cuando llegan a dominar un territorio extenso y a ejercer actos de soberanía, deben ser reconocidas por los gobier-nos como beligerantes, a fin de observar en la contienda los prin-cipios universales del Derecho de gentes así lo reconoció el ilus-tre Lincoln durante la guerra de Secesión. Las instrucciones que él dio a sus ejércitos en campaña, redactados por el eminente Pro-fesor Liebfér, forman el mejor Código con aplicación a las insur-recciones populares y a las guerras civiles que haya podido dic-tar ningún país. Con razón que un biógrafo de Lincoln diga. al hablar de esas instrucciones, lo siguiente: La nobleza de los procederes del Presidente para con los insurrectos del Sur proyecta mas gloria sobre su nombre que la ruptura de las ca-denas de los esclavos ».

Ojalá, las repúblicas americanas, en las cuales no se ha extin-guido por completo el gérmen de la discordia civil, pusieran en práctica las instrucciones del Presidente Lincoln y la doctrina sublime de Jesús Cristo.

En los comienzos de la revolución de 1885, el Gobierno de Nuñez adoptó medidas muy severas, tanto en el orden militar co-mo en el económico, para hacer frente a la revolución liberal. Al recordar estos hechos viene a mi memoria un incidente que tuvo lugar en esa luctuosa época.

Habiéndose insurreccionado un batallón de la guardia colom-biana residente en un pueblo vecino de la Capital llamado Agualarga, el Dr. Nuñez y su enérgico y activo Secretario de Guerra, Dr. Felipe Angulo, uno de los mas brillantes jóvenes de la nueva generación liberal salida de los claustros de la Universi-dad, enviaron fuerzas superiores para someter los insurrectos, lo cual se verificó sin dificultad alguna.

El Secretario Angulo mandó aplicar la terrible pena de palos a varios de los soldados que hablan tomado parte en la insurrección, y formé una comisión militar para juzgar a los ofi-ciales.

Con tal motivo, el Dr. Salvador Camacho Roldán, siempre noble y generoso y siempre animado de sentimientos filantrópicos, redactó un enérgico Memorial, en compañía de su hermano Don José para elevarlo al Dr. Nuñez, a fin de protestar contra la aplicación de la pena de palos que estaba abolida en los cuarte-les de muchos años atrás, por lo cual el Dr. Murillo, en algún banquete ofrecido al General Valerio Francisco Barriga, el heroico sostenedor del sitio del Convento de San Agustín en 1862, dijo, modificando el brindis que en su honor se pronunció estas her-mosas palabras: «Antes que por el defensor de San Agustín, brindemos por él que abolió la pena de palos en los cuarteles ». El Memorial de los Sres. Camacho terminaba con estas o

semejantes palabras: « Ciudadano Presidente: Si no podéis evitar dar expansión a vuestros sentimientos sanguinarios, escoged para aplicar las terribles penas a cualesquiera de nosotros (los signa-tarios) pero no a soldados inconscientes de la guardia colombiana

Los Señores Camacho lograron que algunos de los mas distin-guidos liberales de la capital firmaran el enérgico Memorial, y me hicieron el honor de solicitar mi firma, buscándome en mi Despacho del Banco hipotecario.

Recibí a los Sres. Camacho con los respetos y atenciones que ellos merecían, pero me excusé de firmar el hermoso escrito, dig-no de la pluma de D. Salvador, porque los Estatutos del Banco me prohibían firmar escritos de carácter político y tomar parte en los asuntos públicos, en cuanto pudieran comprometer mi libertad y por ende los intereses ajenos que administraba.

Aceptada mi excusa, el Dr. Camacho solicitó la firma del cé-lebre Dr. Januanio Salgar, quien a la sazón se hallaba en mi despacho para tratar algún asunto particular.

El Dr. Salgar se excusó también de firmar el Memorial, por lo cual el Dr. Camacho le apostrofé diciéndole: «? Cómo, Janua-rio tú, viejo liberal y prisioniero del Oratorio, quieres sacar el cuerpo a la responsabIlidad de esta firma?

No, Salvador, no es el cuerpo sino una parte de él, lo que quiero sacar, porque en el final tu ofreces los signatarios para que les dén palos ».

El Gobierno del Dr. Nuñez no accedió a la filantrópica petición. Los palos se aplicaron a los infelices soldados con inaudita severidad y algunos murieron por consecuencia de tan cruel medida. El Secretario Angulo decretó el arresto de los primeros signatarios del Memorial y en consecuencia fueron reducidos a prisión los Sres. Camacho Roldán, Teodoro Valenzuela, Isaac Mon-tejo y varios otros.

Como entre los firmantes figuraba el Sr. D. Ricardo Silva, distinguido y gallardo caballero y notable costumbrista, tuvo él a bien ocultarse por temor de ser arrestado.

Con tal motivo D. Manuel Pombo, su intimo amigo, fue a visitarlo en su retiro y lo excitó a que concurriese a su almacén porque, le dijo, no debía abrigar ningún temor de una orden de prisión, puesto que parecía que el Dr. Nuñez no quería castigar sino a los principales signatarios del Memorial.

«Pero es que esos principales pueden tener suplentes », con-testé Silva.

El Banco Hipotecario había dado prestadas al Gobierno su-mas de consideración en los términos que permitían los Estatutos del Banco y recuerdo que poco antes de estallar la revolución, le había procurado la cantidad de 100.000 pesos oro, con hipoteca de los edificios de la Casa de Moneda y del Convento del Cármen, propiedades nacionales y previa expresa autorización legal.

No obstante estas buenas relaciones del Banco con el Gobier-no del Sr. Nuñez, en cierto triste día, cuando yo me hallaba, a eso de las dos de la tarde en mi despacho de Gerente del Banco, (el cual como llevo dicho estaba situado en la Plaza de Bolívar frente al Capitolio nacional) me anunció el ujier del Estableci-miento que los cuatro Secretarios del Sr. Nuñez (es decir todo el personal del Gobierno) solicitaban una entrevista con el Gerente del Banco.

Híceles entrar inmediatamente y les recibí con todo el res-peto y cortesía que merecían.

Después de tomar asiento los cuatro Secretarios Feli-pe Angulo. Ministro de Guerra, Vicente Restrepo, Ministro -de Relaciones Exteriores, Julio Pérez, Ministro de Gobierno y Jorge Holguín, Ministro del Tesoro el Dr. Angulo tomó la palabra y se expresé mas o menos en los siguientes términos:

Señor Gerente: « El Gobierno de la República tiene urgente nece-sidad de la suma de 30.000 pesos oro para los gastos militares y se los pide al Banco, de grado o por fuerza. Al efecto, con-cedo a Ud. el plazo de una hora para verificar la entrega del dinero ».

Contesté yo al Sr. Secretario que no estaba en mis facultades ni en las del Consejo Directivo del Banco hacer préstamos sin garantía hipotecaria, ni en virtud de una solicitud hecha en términos de intimidación, que mas que una petición de préstamo parecía la amenaza de los individuos que en despoblado exigen sus dineros a los viajeros. Que, conforme a las leyes de Cun-dinamarca y a los Estatutos del Banco éste no podía hacer prés-tamos sin garantía, previamente constituida. El Banco habla suspendido toda operación activa por las circunstancias críticas que atravesaba el país y habiendo muchos clientes retirado sus depósitos, el Establecimiento apenas tenia los fondos indispensa-bles para hacer frente a sus desembolsos diarios y que, en tal virtud, yo, en mi calidad de Gerente, me denegaba rotundamente a hacer el préstamo que exigían los Señores Secretarios y si pretendían cometer el atentado de una exacción forzosa, yo pre-sentaría hasta ultimo momento mi resistencia y haría la mas so-lemne protesta contra la premeditada espoliación.

Insistió el Dr. Angulo en sus amenazas, diciéndome que am-pliaba el término o plazo para la entrega del dinero hasta tanto que se hubiera reunido el Consejo Directivo y que hubiese dado la autorización para hacer el préstamo que tenía el carácter de forzoso.

Por toda réplica, ordené, en presencia de los Secretarios, que se cerrara la Oficina de Caja del Banco, situada en la planta baja y que me trajesen las llaves, las cuales coloqué en mi caja de hierro particular. Cerré ésta con la combinación secreta y guardé la llave en mi bolsillo.

Entre tanto, los accionistas del Banco, alarmados con la noticia del atentado, habían ocurrido al Establecimiento.

Como los Secretarios habían venido acompañados de un ba-tallón de policía comandado por el Sr. Aristides Fernandez (quien mas tarde fue el célebre Ministro de Guerra del Vice-Pre-sidente Marroquín) y que se hallaba apostado en la calle, el Se-cretario Angulo ordenó que la fuerza armada ocupara el local del Banco y mi casa de habitación, quedando presos e incomuni-cados los miembros de mi familia y los accionistas o personas que entraran al local del Establecimiento.

En el acta que inserto a continuación y que fué escrita por el Sr. D. Carlos Eduardo Coronado (conservador) Secretario del Banco, joven entonces y hombre de exquisita cultura y de rara ilustración y que aun vive, se encuentran les detalles del atentado contra el Banco. No tengo nada que agregar a dicha acta, salvo: unos pequeños Incidentes y mi primera protesta que no se hicieron constar oficialmente en esa narración.

Cuando el Dr. Angulo y sus compañeros bajaban la escalera del Banco, después de haber dado las terribles órdenes de pri-sión e incomunicación que he mencionado, se encontró con el Sr. Vicente Antonio Vargas, quien subía alarmado, porque le habían asegurado que el Gobierno había tomado por la fuerza los valo-res del Banco.

Después de saludarse con el Dr. Angulo, porque a pesar de ser adversarios políticos eran amigos personales, Vargas le dijo:

«Me han dicho en la calle que Ud. Dr., había ordenado que se rompiesen las cajas del Banco para apoderarse del dinero que ellas contienen ».

« Y no tendría inconveniente moral ni material para romper-las, si fuere necesario; contesté el Dr. Angulo con su voz breve y timbrada.

Después de que contesté oficialmente a la intimación que me hicieron los Secretarios de Estado en los términos un tanto dis-frazados que constan en el acta, reiteré mi protesta en privado y les manifesté extra sesión que yo me resistiría decididamente a entregar los fondos.

« Pues los tomaremos por la fuerza material » replicó An-gulo. con asentimiento de sus colegas.

« Hace poco tiempo (Díjele a D. Vicente Restrepo) cuando Ud. vino a solicitar un empréstito cuantioso para el Gobierno, que el Banco concedió, me manifestó Ud. que el atentado mas grave que se había cometido en la República era el de RengifQ en Antioquia, al obligar un Banco de Medellín a entregarle los fondos que tenían en depósito los Sres. Villa e hijos, y hoy viene Ud. con el propósito de romper las cajas del Banco Hipotecario para apoderarse de los fondos que pertenecen, no a un adversario político, sino a una colectividad por su naturaleza neutral. Muy extraño me parecerá ver a Ud. con el hacha en la mano rompiendo los cofres fuertes del Banco ».

Tan luego como el local del Banco fué ocupado por el batallón que comandaba el Sr. Fernández, se pusieron dobles centinelas en la puerta de entrada y hasta en las ventanas para que no pudiéramos tener ninguna comunicación con el exterior. A proporción que los accionistas entraban al local, se les notificaba que no podían salir, de manera que en muy poco tiempo nos vi-mos reunidos y presos un número considerable de individuos y entre ellos el muy respetable Don Francisco Vargas decano de los comerciantes de Bogotá y el hombre mas rico y honorable del gremio.

Como creo haberlo dicho en otra parte de este libro, mi familia habitaba la parte de la Casa del Banco que linda con la Calle Real, y las habitaciones que dan sobre la Plaza de Bolívar estaban destinadas al servicio del Establecimiento. El Sr. Fernández ordenó que se pusieran centinelas en las habitaciones privadas de la casa para evitar que nos pudiéramos comunicar por los balcones, y no faltaron amenazas brutales de los soldados con-tra mi esposa y mis inocentes hijas, que se hallaban aun en tierna edad.

La prisión e incomunicación en que nos hallábamos, se pro-longó hasta el día siguiente como consta en el acta. Por consi-guiente fue necesario que mi mujer hiciera servir la comida a eso de las 7 de la noche para los accionistas y empleados del Banco, cuyo número pasaba de 30. En mi casa había depósitos de conservas y de vinos y la despensa, como acontece en casi todas las casas bogotanas, estaba bien provista, pero se ca-recía de los artículos indispensables, como eran la carne y el pan, que siempre se compran diariamente para tenerlos frescos. Esta dificultad fué vencida, gracias a la solicitud del Sr. Plaza, Direc-tor de un Establecimiento de recreación y juegos situado en la casa vecina al Banco por la parte occidental o sea en la mis-ma Plaza de Bolívar. Unas pequeñas ventanas colocadas muy altas en las piezas que servían para la Contabilidad del Banco daban luz a esos cuartos desde un patio de la casa vecina, y como estas oficinas estaban cerradas con llave, así como la de Caja, pudimos penetrar en ellas sigilosamente y recibir por las ventanillas las carnes y el pan que nos faltaban..

La comida de mas de 30 cubiertos, tuvo lugar en el gran comedor de la casa, que es uno de los mas espaciosos y elegan-tes de Bogotá, pero teniendo centinelas de vista en todas las puertas. Recuerdo que, al romper el pan que me estaba destinado encontré un pedazo de papel de seda que me enviaron de la Casa de Plaza, con orden de que se me entregara personalmente y el cual decía : « Tranquen que el público todo los acompaña en la resistencia: (firmado) Teodoro Valenzuela.

La noche se pasó en vela o mejor dicho en paz porque la casa toda estaba bien provista de este alumbrado, recientemente instalado en Bogotá, pues se pudo dar de comer a todos los pre-sos pero no alojamiento para dormir. Así, pues, pasamos toda la noche en los salones de mi casa y en las oficinas del Banco en la parte alta, departiendo sobre la situación algunos; leyendo otros y jugando tresillo los que conocían este interesante juego de sociedad. Entre tanto, los oficiales y soldados del batallon que nos custodiaba, se hallaban apostados en la parte baja del edificio, excepto los centinelas de que he hablado.

Como el Sr. D. Francisco Vargas estaba preso y pasaba la noche fuera de su casa por la primera vez, yo le cedí mi alcoba y mi cama para que se acostara con toda tranquilidad.

D. Francisco se levantó muy temprano, como tenía de cos-tumbre y cuando los mas de los prisioneros estaban medio ador-mitados sobre los sillones, se asomó furtivamente a uno de los balcones de la casa y pudo hablar en voz alta con el Sr. D Juan Antonio Pardo, su amigo íntimo (personaje eminente del partido conservador, antiguo Secretario del Dr. Ospina y hombre honorable y respetable a carta cabal) quien había venido varias veces a los alrededores de la casa del Banco para ver si podía entenderse con el Sr. Vargas.

El Dr. Pardo dijo, con su natural elocuencia a su amigo D. Francisco, que era inútil continuar la resistencia, pues el Dr. An-gulo le había manifestado que la prisión e incomunicación de mí familia y de los empleados y accionistas del Banco, se haría in-definida y rigorosa y que si continuaba la rebeldía se romperían las cajas del Banco y se tomarían no solamente los 30.000 pesos pedidos, sino todos los fondos y billetes del Establecimiento. Que en consecuencia era inútil continuar resistiendo y mayormente cuando la dignidad del Establecimiento estaba ya salvada con la protesta enérgica y de hecho que habían ejecutado.

Convencido D. Francisco por estas buenas razones, empezó a formar opinión favorable a la suspensión de la resistencia entre algunos accionistas trasnochados y deseosos como él de que ter-minase la situación. Cuando ya se consideró con mayoría con-vocó la Asamblea General de los accionistas en él salón principal del Banco y en su carácter de Gobernador del Establecimiento.

Reunida la Asamblea, resolvió lo que consta en el acta.

Los que mas reacios a un acomodamiento nos manifestamos fuimos el Sr. vicente Antonio Vargas y yo.

Cuando debió entregarse el dinero al Gobierno, yo renuncié el puesto de Gerente para no yerme obligado a cumplir lo dis-puesto por la Junta General de accionistas.

Admitida mi renuncia, porque tenia carácter de irrevocable, se nombró en mi lugar al Sr. D. Alfredo Valenzuela, uno de los hom-bres mas respetables y honorables del comercio y de la sociedad de Bogotá, antiguo y leal amigo mío y digno hermano del nunca bien sentido D. Pablo Valenzuela.

Pasada la crisis y entregados los fondos al Gobierno, el Sr. Valenzuela declinó el puesto de Gerente interino y volví yo a ocu-parlo como principal, por nueva elección de la Asamblea General.

El atentado cometido por el Gobierno" contra el Banco hipo-tecario, hirió de muerte al Establecimiento. Temiendo que el Go-bierno tuviese necesidad de nuevos fondos resolvimos suspender toda especie de operaciones activas. Abrimos libros falsos para presentarlos a los Agentes de la dictadura si acaso se nos pedían para saber los fondos que teníamos. Ocultamos nuestros caudales en una bóveda secreta que existe en la casa del Banco. Los clien-tes del Establecimiento empezaron a retirar sus fondos no por falta de confianza en el Banco, sino por temor de que fuera total el saqueo del Establecimiento por los Agentes del Gobierno y de que el Banco se viera forzado a suspender pagos y cambio de bi-lletes. Por fortuna, nada de esto sucedió y el Banco pudo cumplir todos sus compromisos y cuando, pasada la guerra, resol-vió entrar en liquidación por no poder existir con el papel mo-neda y la prohibición de estipular ésta en los contratos, el Banco quedó a paz y salvo con los clientes, depositantes, tenedores de cédulas y billetes y en suma con todos sus acreedores, pagando hasta el último centavo en moneda metálica, a pesar de que va-rios de sus deudores le devolvieron las sumas prestadas en los billetes depreciados del Banco Nacional, o sea del papel moneda de curso forzoso establecido por el Gobierno del Sr. Nuñez.

Recuerdo que uno de los deudores del Banco pagó al Esta-blecimiento una suma de consideración en billetes del Banco Na-cional cuando se cotizaban al 20 010 de precio, no obstante que él había recibido el préstamo en moneda de plata de 0, 835.

Al firmar la escritura de cancelación de su deuda, yo protesté ante el Notario contra el deshonroso proceder del deudor y éste me acusé ante el Jefe de la Policía, quien, si mal no recuerdo, era el Sr. D. Rufino Gutiérrez, carácter probo y enérgico.

El Jefe de policía contestó la ley obliga al acreedor a recibir en papel moneda el valor de la deuda, pero no le prohibe quejarse de la pérdida que hace, ni protestar contra la poca buena fué del pagador .

El acta de la célebre sesión dice así:

En Bogotá, a diez y siete de Febrero de 1885, reuniéronse en el local del Banco, a virtud de llamamiento urgente que les hizo el Señor Administrador Gerente, los siguientes accionistas:

Sres. Valenzuela Alfredo, en representación de sus veinte acciones, de las ciento de D. José María Valenzuela, de las treinta de D. Pablo Valenzuela, "de las treinta de D. 5. Koppell, de las treinta. de D. C. Schloss, y de las cinco de D. Julio Valenzuela, o sean en todo 215 acciones.Vargas Francisco y Guillermo, en represen– tación de las sesenta acciones de los Sres.Francisco Vargas Hermanos 60De Francisco J. M., en representación de susdiez acciones de las treinta de D. Gabriel Vengoe–chea, de las diez de los Sres. Vengoechea Her– manos, y de las cinco de los Sres. Defrancisco& Arboleda, o sean en todo 55 Vargas Vicente Antonio, en representaciónde sus veinte acciones, de las quince de los Sres.Vicente A. Vargas & C., y de las quince deD. R. Rocha C., o sean en todo 50 »Escobar José Ignacio, en representación delas veinte acciones de D. Nicolas Esguerra yde las cinco de los Sres. Nicolas Esguerra &o sean en todo 25 »Quijano Wallis J. M., en representación desus veinte acciones 20 »Rivas Luis G., en representación de susveinte acciones 20 »Vargas Enrique, en representación de lasveinte acciones del Sr. José M. Urdaneta, quienlo autorizó para representarlo 20 »Cárdenas Cecilio, en representación de susveinte acciones 20 »Madero Diego en representación de sus diezacciones 10 »Y Valenzuela Daniel, en representación desus cinco acciones 5

En todo 500 acciones

Y estando, como se ven representadas todas las acciones, abrió la sesión extraordinaria, de la Junta General de accionistas, a la una de la tarde próximamente, corno Presidente de ella, el Sr. D. Francisco Vargas, Gobernador del Banco.

El Señor Administrador Gerente, pasó a dar cuenta del objetos con que había llamado a los Señores accionistas, hizo la siguiente relación.

« Hallándose el Banco en ejercicio de sus funciones y los empleados en el desempeño de sus tareas, se presentaron en el local del Establecimiento, hoy, a medio día, los Sres. Julio

E. Pérez, Secretario de Estado de la Unión en el Despacho de Gobierno y Fomento; Vicente Restrepo, Secretario de Relacio-nes Exteriores Jorge Holguín, Secretario del Tesoro y Felipe Angulo, Secretario de Guerra.

« Recibidos que fueron por el Gerente en la sala de su des-pacho. manifestó el Sr. Secretario de Guerra que el Gobierno Nacional exigía del Banco un empréstito de treinta mil pesos, oro voluntario, o con carácter de forzoso.

« Luego manifestó el Sr. Secretario de Guerra, que, como eso sería cuestión de la Junta Directiva, se daba al Banco plazo de una hora para que resolviera la otorgación del empréstito.

« A esto replicó el Gerente que esto no era cuestión de la Junta Directiva, sino de hechos, leyes y deberes: de hechos, por-que el Banco en las actuales circunstancias no podía otorgar el préstamo que se exigía, sin comprometer su propia existencia y los intereses de sus accionistas, clientes y acreedores ; de leyes porque las del Estado de Cundinamarca, bajo cuyo patrocinio se fundó y ha funcionado el Banco, prohiben expresamente hacer prés-tamos que no sean sobre primeras hipotecas; – y de deberes, porque estando prohibido hacer operaciones por la situación excep-cional en que se halla el Banco, sería faltar a ellos el otorgar préstamos a cualquier persona o entidad.

« Insistiendo los Señores Secretarios de Estado en la exi-gencia del empréstito con carácter de forzoso, el Gerente les hizo presente la gravedad del atentado que se quería consumar contra el Establecimiento, y que no podría convenir en dar el dinero sin faltar a sus mas triviales deberes de administrador honrado de intereses ajenos, y sin incurrir en gravísima responsabilidad.

« Después de lo cual, se retiraron los Sres. Secretarios de Estado y, en su presencia y por orden de ellos, invadió el local del Banco un Cuerpo de fuerza armada que, comandado por el Sr. Aristides Fernández, Inspector de Policía, se hallaba apostado de antemano frente a la puerta principal de la casa del Banco.

« Por orden de los Señores Secretarios declaróse presos al Gerente y al Banco; mandóse citar, por medio de los agentes del Gobierno, a los miembros de la Junta Directiva y demás accio-nistas, para que concurrieran al local de las sesiones; y antes de separarse, dióse orden a los agentes que no permitieran la salida

de ninguno de los accionistas, una vez que hubieran entrado, y que quedaran presos o detenidos hasta nueva orden. »

Terminada así la exposición del Sr Administrador Gerente, se pasó a deliberar; y hallándose la Junta ocupada en esto, se pre-sentaron de nuevo los Sres. Secretarios de Estado ya mencionados, é insistieron en su exigencia de empréstito.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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