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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 7)


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En un reducido lapso, Napoleón atravesó los Alpes; conquis-tó dos veces la Italia; se apoderó de las fortalezas de la Isla de Malta reputadas de inexpugnables; invadió el Egipto y la Siria; batió los Mamelucos y los Turcos; desmembró tres veces el poderoso Imperio de Austria; venció en dos batallas y dominó completa-mente en treinta días la monarquía de hierro de Federico el Grande, cuyos ejércitos se consideraban invencibles; expulsó por una orden a los Borbones de Nápoles; incorporó por un Decreto la Holanda al Imperio francés; disolvió el secular imperio ger-mano; se ciñó la corona de Carlomagno bajo el título de Protec-tor de la Confederación del Rhin, después de haberse ceñido la corona de hierro de los reyes longobardos; puso en jaque a la Inglaterra y la proscribió del Continente ;llevó sus armas triunfan-tes a Madrid, a Roma, a Viena, a Berlín y a Moscú, y sus águilas pasearon victoriosas por los caldeados desiertos de la Siria y por las estepas gélidas de Rusia.

Estos hechos portentosos se refieren únicamente a sus dotes de guerrero incomparable; pero no son menores las que recibió de la naturaleza en su condición de estadista y de regenerador y con-ductor de pueblos. La Francia, anarquizada y arruinada, experi-mentó el cansancio de la sangre después de la terrible revolu-ción de 1789. Cuando Napoleón tomó las riendas del Gobierno al principiar el siglo, la Francia se echó a sus brazos como a los de un salvador y Napoleón correspondió con creces a esa gran confianza. En el curso de dos años, el Primer Cónsul rege-neró a Francia. Pacificó la Vendéé, con su sabia política, sin der-ramar mas sangre, con un rosario y una bolsa como él mismo decía al Obispo de Orléans, dejando a los vendeanos su com-pleta libertad de conciencia y de culto, reconstruyendo sus casas y abriendo fuentes de trabajo y de riqueza a sus arruinadas y me-nesterosas poblaciones. Eliminó los asignados, restableció el curso de la moneda metálica y fundó el Banco de Francia, cuyos Esta-tutos escribió de su puño y letra. Abrió el Canal de San Martinla ruta de Saint-Denis y la mayor parte de las carreteras y cana-les que existen hoy en Francia. Restableció el culto católico; a-brió las puertas de la Patria a los emigrados; devolvió los bienes confiscados; restableció el derecho para todos; extirpó el bando-lerismo; estableció una sabia división departamental. Expidió los Códigos administrativos y el Código Civil, que ha sido la norma de las legislaciones que reglan los derechos civiles de los indivi-duos en las Sociedades que forman el mundo civilizado. Y, con esta inmensa labor y con sus victorias, constituyó el primer Imperio del Mundo, y elevó la Francia a una altura que no ha alcan-zado ninguna otra nación en la Historia, rodeándola de una aureola de gloria inmortal.

El Mensaje que dirigió al Cuerpo Legislativo en el año VIII, registra las memorables frases que forman la síntesis gloriosa de las labores fecundas del Consulado: « Hace dos años recibí la Francia arruinada y anárquica en el interior, humillada y ven-cida en el Exterior y querellada con el Universo y la presento hoy próspera, rica y ordenada en el interior, vencedora y glo-riosa en el Exterior, en paz con la tierra (aludiendo a la paz con Austria) en paz con los mares (aludiendo al tratado de Amiens con la Inglaterra), y en paz con el Cielo (aludiendo al Con-cordato),

Por esto fué por lo que Kléber le dijo un día en El Cairo:

« General sois grande como el mundo ». Timon dice: tomó el mundo en su mano y lo encontró ligero. Byron afirma que des-pués de Satanás, ni hombre, ni ángel, ni demonio, ha caído de tan alto. Chateaúbriand en sus « Memorias de Ultra-Tumba » excla-ma, al referir la muerte de Napoleón: « así voló a las regiones inmortales el espíritu mas poderoso con que Dios animara el barro humano ». Y, por último, Victor Hugo explica la caída del Coloso por que « estorbaba a Dios ».

El mismo Emperador cuando recibió en la Isla de Elba la co-misión de sus amigos que lo invitaban a regresar a Francia dijo al comisionado Fleury de Chabonlon, las siguientes arrogantes frases, que solamente él pudo decir:

« Y bien, iré: entraré a Francia únicamente para libertar a los franceses del despotismo de los Borbones que no comprendie-ron el valor del sacrificio que hice al entregarles la Francia. Acometo esta nueva empresa solamente por amor al pueblo francés, porque yo no necesito de nuevas hazañas para ilustrar mi genio y legar mi nombre a la mas remota posteridad. Mi historia se escri-birá en todas las lenguas. Millares de escritores durante siglos se ocuparán de referir mis hechos portentosos. Mi fama eclipsará la de todos los grandes capitanes que me han precedido en la His-toria. Mi nombre vivirá tanto como el de Dios! »

Y con efecto: hasta la fecha se han escrito cerca de cíen mil libros sobre Napoleón, en todas las lenguas conocidas. En muchos parajes de la India se coloca el busto de Napoleón al lado del de Brahma, y en Rusia existe una secta religiosa que tiene por Dios principal a Napoleón, a quien el genio del mal tiene secuestrado en una Isla desierta. Algún árabe refiere que, habiendo llegado a Marsella, sin conocer ni una sola palabra de ninguna lengua europea para poder saludar al primer individuo que en-contró en el puerto, pronunció el vocablo Napoleón, como el único nombre occidental que el conocía. El marselles le contestó: Ma-homa.

Si en, el principio de la centuria pasada, como dijo Mansoni, aparece la figura de Napoleón, sentándose en la conjunción de los dos siglos para ser el árbitro de ambos. no es menos gloriosa desde otro punto de vista y en otro orden de ideas, la figura co-losal de Victor Hugo. El arte del cultivador de las bellas letras, que son como las flores del árbol de la civilización, es tan digno de encomio y de admiración como las facultades del estadista y del guerrero. Victor Hugo fué un pensador, un escritor, un drama-turgo, un historiador y un poeta, que no tiene parangón en la His-toria de ninguna época y de ningún país. Escritor en un estilo que nunca se había conocido, juntó a la profundidad del pensa-miento la mas original y mas hermosa forma de la expresión. Como llevo dicho, Victor Hugo aparece como el faro del mundo. Su luz iluminaba todas las latitudes y sus libros y sus cantos se leían con el mismo entusiasmo en las soledades de América, en los de-siertos de Africa, en los claustros del liceo, en los salones socia-les, en la Tribuna y en los Parlamentos, y por eso fué por lo que cuando murió, el mundo todo se estremeció de dolor y el si-glo XIX quedó decapitado,

Tal vez por eso ha sido por lo que, sin premeditación, So-lamente han pasado bajo el imponente Arco de Triunfo de la Es-trella de París, Napoleón en vida, y Victor Hugo en muerte.

Victor Hugo estaba como Napoleón penetrado de su in-menso valer, y por eso sin duda pudo dirigir a Bismark el cé-lebre telegrama cuando el Canciller de Hierro cumplió 70 años, que, entre otras cosas, dice lo siguiente:

« El gigante saluda al gigante; el amigo al amigo: el ene-migo al enemigo. Te quiero porque soy mas grande que tú. Te odio porque has humillado a Francia. Callaste cuando la campana de la torre de mi fama repicaba mis 80 años. Hablo yo hoy cuando el reloj robado, que está sobre tu mesa, a tu pesar te dice que has entrado en los Setenta. Yo tengo ochenta, no: yo tengo ocho; tu tienes siete. El cero es el género humano que va detrás de nosotros. Si tú y yo, Bismark, nos juntáramos como un solo hombre cesaría la Historia.

Como final de este capítulo que contiene los principales in-cidentes de mi primer viaje a Francia, tributaré un homenaje a la gran nación que es la porte estandarte y la mayor de las glo-rias de la raza latina.

Si una sociedad de geólogos, de geógrafos, de paleontólogos, de agrónomos y de sociólogos, hubiese recibido de la Providencia creadora la comisión de buscar en el planeta el pedazo de tierra mas privilegiado para ser habitado por el hombre, imagen y Cria-tura de Dios, no habría vacilado en determinar como objetivo de su misión el territorio que forma hoy la nación francesa. Situada en el centro de la zona templada disfruta de una temperatura suave y benigna, sin hallarse expuesta a los cálidos soplos del trópico, ni a los vientos gélidos de la región boreal. Sobre una superficie plana, en una extensión de 536.000 kilómetros cuadra-dos, tiene apenas el sistema orográfico necesario para producir las aguas que fertilizan sus inmensas praderas y las cadenas de montañas que sirven de baluartes contra sus siempre celosas vecinas.

Su suelo feraz y cultivado por una población laboriosa e in-teligente produce todos los elementos para una vida regalada y confortable, y la riqueza de sus viñas y la industria de la sedería dan abasto al mundo entero.

Los campos cultivados de Francia son los mas fértiles del continente europeo porque su suelo plano, y húmedo se presta propiciamente a toda especie de cultivos.

Pero no solamente forman la riqueza de Francia los abun-dantes productos de su suelo, sus ricos yacimientos de diversos metales, sus variadas aguas minerales y su comercio mundial, sino también, y muy especialmente, la que podríamos llamar su indus-tria artística.

Ningun Estado supera a Francia en productos del arte pro-piamente dicho. La escultura y la pintura ocupan la primera plaza en su seno. La arquitectura tiene un sello de gracia y majestad que no ha podido ser imitado por ningún otro pueblo. Su litera-tura ha sido siempre, y es, la primera literatura del mundo. París es la tribuna del Orbe en la cual se pregonan, para poder ser apreciados, los descubrimientos de otras naciones. La industria que se refiere a los vestidos de las damas y, especialmente, de som-breros, forma una fuente de riqueza superior a las de las minas de oro, porque, con una materia prima de reducido valor, la gracia y el arte de las francesas fabrican un objeto que multiplica en cientos de miles el precio del objeto.

Si a estos dones de la naturaleza y de la civilización, se agre-gan las condiciones de sobriedad, de laboriosidad, de inteligencia y de economía del pueblo francés, fácil es comprender que esta nación admirable desde todos puntos de vista, haya estado, du-rante muchos siglos, a la cabeza del continente mas civilizado del Orbe.

Y con efecto, la Historia de Francia forma la página mas gloriosa de la Historia de Europa. Convertida al Cristianismo bajo Clóvis en el siglo Y, llegó al apogeo de su grandeza en los tiempos de Carlomagno; formé la unidad nacional bajo Luis XI; conquistó la Italia bajo el reinado de Carlos VIII, ensanchó su territorio durante el reinado de sus sucesores y, de escalón en escalón, después de haber abolido el feudalismo y abatido la poderosa Casa de Austria; llegó a la cima del poder y de la grandeza continental en el reinado de Luis XIV, época en la cual, bajo el calor y protección del Rey-Sol, brilló esa pléyade de sabios, filósofos y literatos que hicieron de esa época, una edad inmortal y el mas brillante de los siglos.

Pero la página mas hermosa de la Francia data de la gran Revolución de 1789. La Francia proclamó el Decálogo de los de-rechos y Libertades del hombre, como Moisés en el Sinaí, en medio de las tempestades de la Revolución, y, como el Cristo, lo selló con su sangre. Arrasó hasta en sus cimientos el mundo viejo, abolió los despotismos y todas las desigualdades, injusticias e iniquida-des que existían en el mundo. Sobre sus ruinas levantó el mundo nuevo, basado en el derecho, en la igualdad y en la libertad. No satisfecha con haber conquistado tantos bienes para sí misma los extendió generosamente a otros pueblos, llevándolos, con sus ar-mas victoriosas, hasta las mas atrasadas regiones del continente. Los gobiernos constitucionales que hoy existen y el Código civil, base de la organización civilizada de las Sociedades, obras son de Francia, quien las creó y propagó en el Continente.

Conducida por el genio de Napoleón I, venció cinco coali-ciones formadas contra ella; removió todo el territorio del Con-tinente ; reformó su carta geográfica y estableció el Imperio mas extenso en territorio continuo, mas brillante y mas poderoso que jamás haya existido en ninguna edad, ni en ninguna latitud ni en raza alguna.

Creo oportuno insertar en este capitulo el discurso que debí pronunciar en Paris como Presidente de un banquete que las Colonias de Colombia Ecuador y Venezuela tuvieron el proyecto de ofrecer á las altas Autoridades francesas y que no se llevó a efecto por motivos que no merecen expresarse en esta obra.

Señores;

En los comienzos del pasado siglo, después de una lucha gigantesca de diez años, nació en brazos de la Victoria alcanzada contra la Nación blasonada por catorce siglos de triunfos y con-quistas, la República que al ser bautizada con la sangre de sus héroes y sus mártires recibió el nombre inmortal del Descubridor de América.

El Presidente del Congreso de Angostura, al anunciar, des-de las selvas del Orinoco el nacimiento del Nuevo Estado, le auguró destinos superiores á los de los más poderosos y brillantes Imperios de la Historia.

Y este vaticinio pudo realizarse si Venezuela, Nueva Gra-nada y Ecuador que, al juntarse, formaron la Gran Colombia, representada esta noche por las distinguidas Colonias aquí con-gregadas, no se hubieran separado por la grandeza misma de su sistema y por las agitaciones naturales del crecimiento y desarrollo de un Estado recién nacido.

Cuán grande y poderosa hubiera sido, y podría aun ser si los elementos disgregados volvieran a juntarse, una Democra-cia nueva, asentada sobre instituciones libres, formada por ele-mentos vírgenes, de doce millones de latinos, viriles e inteligen-tes, esparcidos sobre un territorio inmenso situado en la región Norte (la mas privilegiada del Continente Sud-Americano), con grandes, magníficos puertos en los dos grandes Océanos, con fe-cundas y dilatadas praderas" y hermosas selvas que guardan te-soros aún desconocidos; una Nación cuyo prolífico seno produce los frutos de todas las zonas, con climas de todas las latitudes y temperaturas de todas las estaciones, en gradual progresión, desde las caldeadas regiones del Trópico hasta las frescas altiplanicies en donde reina perpetua Primavera; una Nación, en fin, que cuenta con riquísimos yacimientos de petróleo y de carbón; un Estado cuyos mares cuajan las perlas y cuyas entrañas esconden, como en los palacios fantásticos de los cuentos orientales, las esmeraldas, el oro y el platino, viniendo a ser así su privilegiado suelo por de dentro y por de fuera, fuente abundante de prodi-giosas riquezas; un Pueblo, en fin, que en el orden psicológico e intelectual produjo desde la época de su gestación, Genios como Bolívar, Guerreros como Sucre, Sabios como Caldas, Estadistas como Nariño, Oradores como Lequerica y Poetas como Olmedo.

La guerra de emancipación rompió los vínculos que unían á la hija con la madre, y Colombia, al nacer, se vio privada del apoyo y de las caricias maternales; pero la Providencia de las Naciones le deparó una Nodriza gloriosa, orgullo de su propia raza que la acogió; con solicitud y ternura, en su robusto seno. De esta manera, la Francia vino á ser la segunda madre de Co-lombia y de las otras Repúblicas latinas de América.

La Francia, que acababa de realizar el acontecimiento mas grande y trascendental que registran las tradiciones humanas, extendió su acción generosa a través del Atlántico para erigirse en Protectora e Institutriz de la América latina. Los americanos españoles bebimos en los senos de la Madre Francia el espíritude heroísmo, la cultura insuperable, la brillante literatura, las re-finadas costumbres y la caballerosidad de sus hijos. Para nosotros fueron maestros los escritores franceses y modelos sus institu-ciones.

La Francia, que había atravesado con paso sonoro los cam-pos de la historia dejando huellas de luz y de gloria ha sido en todas las edades el Adalid de la buena causa en la contienda de tradición inmemorial de las dos grandes fuerzas antagónicas que se han disputado el predominio del mundo, á saber: el de-recho contra la fuerza, la libertad contra el despotismo, la bar-barie contra la civilización. Y empuñando una espada de acero, o una espada de luz como la del guardián del Paraíso ha lle-vado su acción civilizadora á todas las regiones del orbe, ora con sus armas, por mano de la victoria, o bien con sus luces, por la pluma de sus sabios y de sus escritores. Como el antiguo Em-bajador romano, la Francia, en su paso por la historia y en su actuación de propaganda y de conquista civilizadora, ha llevado en una mano la daga del guerrero para sostener sus fueros, y en la otra la antorcha de la paz, para civilizar los pueblos.

Desde antes de la independencia de la América española, la Francia había contribuido directamente á la emancipación del Con-tinente americano. Conducidos por Lafayette y Rochambeau, los valerosos soldados franceses atravesaron los mares y fueron a combatir heroicamente por la independencia de las Colonias AngloSajonas. Con sangre francesa fueron amasados los cimientos sobre los cuales se levantó el soberbio y colosal edificio político que se llama la Unión Americana, la cual ha asombrado y des-lumbrado al Mundo y á la Historia por su portentoso desarrollo, riqueza y poderío.

A la América española no envió sus armas; pero sí sus lu-ces. Los Derechos del Hombre, proclamados por la Revolución francesa en ¡793, rompieron las mallas que la Metrópoli española había forjado para evitar que la luz penetrase en sus Colonias. El decálogo de las libertades se infiltró en Colombia, y el Gran Nariño, Precursor glorioso de nuestra emancipación, lo hizo im-primir y circular sigilosamente entre los criollos granadinos. Su audaz empresa le causó la confiscación de sus bienes y un largo y penoso cautiverio; pero la simiente germinó rápidamente y tuvo por fruto la proclamación de nuestra independencia en 1810.

Así, pues, á la Francia no solamente ha correspondido la gloria de haber modelado las Democracias sud-americanas, sino también la de haber tenido parte muy principal en el génesis de su Independencia.

Las anteriores memoraciones histórico políticas, explican sufi-cientemente el objeto de este Banquete.

Las Colonias de las tres Repúblicas que formaron la antigua gran Colombia libertada por la espada de Bolívar y fundada por su genio, hán querido rendir un homenaje á la gran República francesa y á los dignos representantes de su Gobierno, cómo un tributo filial cíe gratitud á la porta-bandera de las glorias latinas y á la vice-madre de la América española.

Este homenaje implica el voto que hago porque las Repúblicas americanas conserven siempre vivos sus sentimientos de reconocimiento hacia la Francia, porque la acompañen en sus duelos y porque, cuando se disipen las sombras que envuelven el mundo y claree el alba de la paz, continúen esas nacionalidades unidas a la Francia en los campos económico y político, recibiendo las luces de su civilización, los impulsos para su comercio y los mo-delos para sus instituciones democráticas y libres.

Hago votos también porque las tres Repúblicas, hijas de Bolívar, estrechen los lazos con que están unidas por la len-gua, los intereses comerciales, la raza y las comunes glorias, a fin de que sin abdicar de su propia Soberanía e independencia, formen una estrecha y fraternal alianza política, económica e internacional. Así, Venezuela, Ecuador y Colombia, imitando a las Repúblicas del Sud, darán un segundo paso á la realización del grandioso pensamiento de Bolívar, para formar del Continente americano una gran Confederación política que imponga el res-peto y la admiración al mundo.

Termino ofreciendo este Banquete á los Representantes del Gobierno francés que han honrado nuestra mesa con su asistencia, y mencionando los nombres mas ilustres de la tercera República Francesa, como son: Poincaré, gloria del foro y de la Tribuna y encarnación brillante de la Democracia francesa; Ribot veterano del patriotismo y de la política, en cuya cabellera brillan mas lauros que cabellos blancos; Clemenceau, viejo Adalid de las glorias patrias cuya pluma ha sido espada de sus pensamientos y cuya espada ha sido pluma de sus sentimientos y Cambón, quien después de ser hábil director de la política y de la diplo-macia en el seno de la más poderosa adversaria de la Francia, es hoy conductor insuperable de esa misma diplomacia durante la gigantesca lucha en que se hallan aquellas empeñadas.

Salud Francia, noble y generosa Nación. Orgullo de la raza latina. Pregonera del Derecho Generatriz de la libertad de pue-blos é individuos, Gloria de la Historia, Adalid de los fueros de la humanidad, Patria del arte, hogar de la Estética, que el Dios de las Naciones permita que después de tan duras pruebas, como has sufrido en los últimos tiempos, « seáis tan grande mañana como lo fuiste ayer.

CAPITULO XIV.

Viaje a Italia

SUMARIO. – Vivos deseos que abrigaba desde mi niñez para conocer a Roma. – Mi llegada a esta ciudad y las primeras impresiones que re-cibí. – La ley de garantías para el Gobierno pontificio otorgadas por el Gobierno italiano al ocupar a Roma. – Visita a Pío X. – El Va-ticano y la Basílica de San Pedro. – Víctor Manuel y la Casa de Savoya. – Estatua interesante en el cementerio de Roma.

Antes de regresar a Colombia, quise hacer un viaje rápido -a Italia y realicé mi deseo en compañía de dos estimables com-patriotas, los Señores Isaac Montejo y A. Rocha, quienes ya duer-men eterno sueño, aun cuando viven en la memoria de su amigo.

Desde mi niñez tuve un vivo deseo de conocer a Italia y especialmente a Roma, la ciudad mas antigua que existe hoy en el mundo, puesto que de la vieja Atenas no quedan sino las rui-nas del Acrópolis y de los otros edificios que lo rodeaban. Como creo haberlo dicho en alguna otra ocasión, desde los claustros del Colegio cuando estudiaba la historia romana y combatía de-nodado en las legiones contra el ejército de Cartago, me seducía con atractivo irresistible la ciudad que fué y es Capital del Universo. Roma, con efecto, fascina la imaginación de todos los que cono-cen su historia, porque ella es la ciudad de los grandes recuer-dos y de las evocaciones sublimes; la fragua constante del po-der del hombre sin que el frío de los siglos haya apagado su fuego; la Señora del Mundo, antes con el cetro del César pa-gano, ahora con la Cruz del Pontífice cristiano; la urbe que ab-sorbió la civilización de todos los pueblos para fundirla en la suya propia, cuando sus legiones recorrieron triunfantes el mundo; la Diosa del arte, madre del Progreso moderno y propagadora de la Civilización cristiana ; el libro de los siglos en el cual está escrita la historia de la grandeza del hombre, en páginas de bronce y con caracteres de oro; Roma, la ciudad eterna, como sus mo-numentos y como sus glorias.

No me detendré a repetir las descripciones que tantos libros hermosos contienen de los monumentos admirables que hacen de Roma la ciudad mas interesante del orbe para los turistas viajeros e historiadores. Simplemente me concretaré a referir algunos incidentes que recuerdo de ese gratísimo, aunque rápido viaje.

Cuando llegamos a Roma, hacía tres años que las legiones de Víctor Emanuel II, rey de Cerdeña, habían ocupado la resi-dencia secular de los Papas y habían proclamado sobre el histó-rico Capitolio la Unidad italiana. Gran sorpresa nos causó ver que en la Capital del mundo católico, se habían establecido en poco tiempo templos protestantes y sinagogas al lado de las basílicas cristianas. Avido de innovaciones, el pueblo romano había acogido con entusiasmo al nuevo régimen basado sobre la liber-tad de cultos y los principios democráticos.

El 20 de Septiembre de 1870, el Rey Víctor Emanuel hizo su entrada triunfal a Roma, después de alguna resistencia de las tropas de Pío IX.

Proclamada en Roma la Unidad italiana, fue designada la ciudad de los Césares y de los Pontífices para la capital del Reino Unido de la nueva Italia, dando así coronamiento a la grande obra de Cavour y de la Casa de Savoya.

Sometida a un plebiscito la situación de los Estados ponti-ficios, casi por unanimidad fué votada la supresión del Poder tem-poral del Papa y la cesión de su dominio terrenal al Reino de Italia.

Desposeído el Pontífice de su patrimonio secular, quedó su situación a merced de los vencedores. Los políticos mas exaltados del Parlamento italiano quisieron expulsar de Roma al Papa, porque no hallaban conveniente la coexistencia en ella del Soberano de Italia y del Pontífice caído; pero Victor Emanuel, aconsejado por Cavour, se opuso resueltamente a esta medida, y ambos demos-traron al Parlamento que era un grave error la expulsión del Papa, porque su permanencia en Roma procuraba grandes ventajas de todo orden. El temor de que el Pontífice pudiese recobrar su dominio temporal, era un estímulo poderoso entre los italianos para mantenerse unidos en sostenimiento de la Unidad italiana y de la dinastía de Savoya, y los millones que, de todas partes del Universo, acuden con los viajeros a Roma para ver al Papa que no el Rey dejarían con su ausencia un gran vacío en la riqueza nacional.

Como consecuencia de estas sabias elucubraciones del gran Cavour, el Parlamento italiano expidió la ley llamada de Garan-tías, en virtud de la cual el Soberano Pontífice quedó en pose-sión, como exclusivo dueño del inmenso edificio del Vaticano y de todos los palacios de la Propaganda y los demás destinados a servicios eclesiásticos, así como de las Basílicas y de los templos de Roma. Al Papa se le reconocieron los fueros y prerrogativas de un Soberano de tránsito, siendo acatado y respetado como tál por las autoridades italianas, y otorgando la inmunidad regia a su persona, sus funcionarios, servidumbre, habitaciones, Cuerpo Diplomático y correspondencia. También se le confirmó la propie-dad de los inmensos y valiosísimos tesoros artísticos que contie-nen los Museos del Vaticano, de San Pedro y de las otras ba-sílicas y templos de Roma.

Para indemnizarle de la pérdida de la renta que le producían los Estados pontificios, la Ley de Garantías le fijó una gruesa asignación anual que ningún Papa ha querido recibir por decoro y que se capitaliza cada cinco años.

La inmunidad del Papa es escrupulosamente respetada y las autoridades italianas no pueden penetrar al Vaticano si allí se refugiara un criminal o un traidor a la patria. Recuerdo que, en alguna época, cuando el célebre Cardenal Ledwokowsky, escapó de las garras de Bismarck, y se asiló en el Vaticano, no pudo el Gobierno italiano complacer al Canciller de Hierro en pedir la extradición al Papa, por no lesionar la sagrada inmuni-dad del Pontífice.

Con estas sabias medidas, ha pasado cerca de medio siglo sin que haya ocurrido la más ligera desavenencia entre el Go-bierno de Italia y el Pontificado, y con excepción del brutal y salvaje ataque a las cenizas de Pio IX cuando fueron trasladas a San Pietro Advíncola donde reposan, no ha habido ningún irrespeto serio de parte del pueblo romano contra el Santo Padre. Cuando fue elegido León XIII, se mostró éste en el clásico balcón de San Pedro para dar la bendición urbi cd orbe que fué reci-bida con acatamiento y respeto por mas de 200.000 espectadores.

Para llenar uno de los principales objetos del viaje a Roma, resolvimos hacer una visita al Papa, y, al efecto, pedimos, una au-diencia, por conducto del Sr. Francisco Mansela, quien fue Cónsul de Colombia alguna vez y de SantoDomingo, caballero distinguido, y acucioso en servir a los suramericanos y especialmente a los colombianos que llegan a Roma, la visita al Santo Padre es siempre emocionante. Ver al Vicario de Cristo, al Soberano y Jefe de un Imperio que cuenta 20 siglos de existencia, esparcido en todas las regiones del globo y con 400.000.000 de súbditos que obedecen de rodillas al Mo-narca, es asunto que conmueve el sistema nervioso de los viajeros, sobre todo si estos son jóvenes y suramericanos.

La etiqueta para visitar al Papa exige el frac y la corbata blanca, aunque siempre las audiencias tienen lugar por la mañana.

Desde la entrada al gran vestíbulo del Vaticano empieza la emoción del visitante, cuando los suizos, con su vestido pinto-resco, de múltiples colores y con sus penachos de plumas de aves, reciben los billetes de entrada.

El Vaticano es una conglomeración de edificios que forman, comprendidos los jardines, el mas vasto palacio del mundo, Puede alojar holgadamente 7.000 familias y contiene mas de 11.000 ha-bitaciones. Su arquitectura es pesada, severa y carece de la gracia monumental de los palacios señoriales de Roma; pero en cambio contiene en sus artesonados, sus muros, galerías y bóvedas, frescos admirables de los grandes maestros, entre los cuales sobresalen los de las Logias de Rafael. Sus museos encierran los mas valio-sos tesoros artísticos del mundo.

Este inmenso palacio, no solamente da alojamiento al Santo Padre, su numerosa servidumbre y sus diversas guardias, sino también a muchos Cardenales, y a casi todos los funcionarios de la Casa papal.

Unida al Palacio se halla la Gran Basílica de San Pedro, la primera maravilla del orbe, tanto por su admirable construc-ción corno porque, mas que un Templo, es un inmenso y riquísimo Museo sagrado, en donde no se ve ni una piedra vulgar, ni una pincelada de pintor, ni un trozo de mampostería ni de madera, sino una gran profusión de mármoles, bronces, objetos de oro y plata, y de mosaicos.

La Basílica de San Pedro es el fruto del los esfuerzos del Universo y del dinero del Mundo católico, durante quince siglos, pues su construcción empezó en el siglo IV por orden de Cons-tantino el Grande y ha venido a terminar en el siglo XIX bajo el Pontificado de León XIII, quien lo enriqueció con el magnífico pavimento que hoy tiene.

La extensión del templo es mayor que la de otros los que existen. Al entrar, en la nave principal, se encuentran losas en donde están inscritas sus dimensiones y las de otros grandes templos siempre menores que San Pedro, como la Catedral de San Pablo, en Londres, de Colonia, de Santa Sofía en Constanti-nopla y otras basílicas. Solamente en materiales para el gigantesco edificio se gastaron 950 millones de francos, pues los arquitectos y artífices no derivaron en lo general emolumento alguno.

Las proporciones de la Basílica son tan correctas y equili-bradas que, al entrar al Templo, se recibe la impresión de que no es tan grande como dicen las descripciones, pero, a proporción que se avanza sobre las magníficas losas de mármol que forman el pavimento, el Templo va levantándose, ensanchándose y agran-dándose como por efecto de mágica visión.

Forma la Basílica una cruz latina, y el altar mayor, que queda en el centro del Cuerpo principal y de los Brazos, parece que estuviera a pocos pasos de la entrada principal, y cuando uno cree que va a llegar hasta él, se va retirando a proporción que se avanza en el Templo.

La Basílica tiene 187 metros de largo por 127 de ancho y ¡39 metros de altura hasta la aguja de la cúpula. A los lados de la puerta central de entrada hay unas fuentes de mármol, sos-tenidas por ángeles que parecen tener la estatura de un niño de pocos meses, y, al acercarse a ellos, se ven como gigantes. En contorno de la inmensa cúpula, está escrito un letrero que contiene las palabras de Cristo a San Pedro cuando le nombró Príncipe de su Iglesia: « Tu es Petrus el super hanc peram ceclijicabo Ec-clesiam meam el tibi dabo claves regni ccelorum ».

Desde abajo del templo apenas se pueden leer con anteojo de largo alcance estas palabras, y cuando se sube por la rampa que sirve de escalera hasta el gran balcón circular en con-torno de la cúpula puede conocerse que cada letra tiene tres metros de altura. Lo mismo le pasa al turista cuando, paseando sobre la azotea se persuade de que las Estatuas de los doce após-toles que se hallan sobre el frontispicio, tienen siete metros de altura.

Lo más admirable de la Gran Basílica es, sin duda, la hermosa e inmensa cúpula, obra maestra de Miguel Angel, la cual tiene cuarenta metros de diámetro y í 26 de altura, desde el pavimento hasta el ojo de la Linterna.

La Basílica contiene 5 naves y 27 capillas laterales. Las primeras corresponden a cinco grandes puertas, dos de las cuales están siempre muradas y no se abren sino cada 100 años para el Jubileo.

En una de las 27 capillas se reunió el Gran Concilio Ecu-ménico convocado por Pío IX para proclamar los dogmas de la Infalibilidad del Papa y de la Concepción Inmaculada de María, y en ese rincón del Templo pudieron funcionar y deliberar hol-gadamente mas de 700 Obispos y Teólogos, sin contar los ase-sores, secretarios y empleados subalternos.

La Basílica puede contener mas de 100,000 concurrentes y, en las grandes festividades, cuando. se desocupan las inmensas naves, se ve llenar, como por ríos humanos la gran plaza de San Pedro rodeada en semicírculo por la magnífica y triple columnata del Bernini.

Aparte de las maravillas arquitectónicas y de las colosales dimensiones de ese soberbio y maravilloso edificio, se admiran en su interior las grandes tumbas de los Papas Urbano VIII Gregorio XIII, Julio II, Clemente VII, los monumentos de León XII y Gregorio XVI, y la profusión de mármoles de variados matices y de diversas regiones de Italia. Pero lo que – mas sor-prende en San Pedro, es no ver un solo cuadro pintado y que las grandes obras de Rafael y otros grandes Maestros del sublime arte, estén fielmente reproducidos sobre los muros, con piedras de mosaico que conservan inalterables, y aun mas vivos, los finos colores de la pintura.

Maravilloso es el trabajo de los mosaicos y cuando se visita la fábrica de estas piedras, el visitante queda deslumbrado y fascinado el ver que, para conservar los matices de los lienzos que reproducen, se necesita dividir y subdividir casi hasta lo infinito las piedras que se incrustan, con tal habilidad que es imposible di-visar las junturas de los pequeños pedazos ni comprender que esa obra no es monolita sino un compuesto de innumerables trozos mas o menos pequeños, de una piedra de colores naturales y, por consiguiente, indelebles.

Para hacer el aseo y conservar en buen estado esta colosal basílica, cuya cúpula se alcanza a ver de cualquier punto de la ciudad de Roma y de cualquier aldea de la campiña romana, en cuanto lo permita el horizonte visual, el tesoro del Vaticano gasta 180.000 liras por año.

El Papa habita generalmente al segundo piso del Vaticanos para llegar hasta el cual se necesitaba en 1873 subir por la in-mensa escalera de honor de dos pisos superpuestos, y sin curba ni esquina alguna. Esta misma escalera, muy amplia y de muy bajos peldaños, conduce a las grandes galerías y salones que con-tienen el soberbio museo de escultura, el primero del mundo – y los cuadros de los grandes maestros que inmortalizaron el siglo de León X.

Después de que los suizos de guardia examinan los billetes de entrada, el visitante sube descansadamente por la grande escalera.

Después de pasar las grandes galerías en que se hallan las Lo-gias de Rafael, se pasa a los salones, que se siguen en serie con-tinua, hasta llegar a la sala de honor en donde recibe el Papa.

En el año de 1873 no había ascensor, como existe hoy, ni el Papa recibía en su vasto, severo y elegante gabinete de trabajo.

En aquella época era menester atravesar ocho salones, en los cuales apenas tenía uno tiempo de admirar, deslumbrando, como en una visión fantástica, los frescos del artesonado, los Gobelinos de los muros, los magníficos mobiliarios los obje-tos de arte que adornan las esculturales chimeneas y las mesas de mosaico, los pintorescos y vistosos uniformes de los caballe-ros de capa y espada, de la Guardia Palatina, de la Guardia Nobile y de los suizos y alabarderos que ocupan como estatuas mitológicas los soberbios salones.

En el salón que precedía a la gran sala de recepciones nos detuvimos ante el Camarero secreto participante, quien nos recibió los billetes que, en cambio de los que habíamos presentado en la entrada principal, nos había dado el suizo de guardia.

Yo iba en compañía del Señor Mansella y del Dr. Quintero, un sencillo y virtuoso cura de Colombia.

Cuando llegamos al lugar de la recepción ya estaban colo-cados muchos de los visitantes; nos arrodillamos al lado de ellos como exigía entonces la etiqueta, para formar un semicírculo en la gran sala, a fin de que el Santo Padre pudiera dar su bendi-ción y a besar su anillo a cada uno de los asistentes.

Pocos momentos después de hallarnos alineados por las in-dicaciones de los Maestros de ceremonia, un heraldo con vestido de monaguillo mayor, dio unas cuantas campanadas con un esquilón para anunciar la llegada del Santo Padre.

Grande es la emoción que produce por primera vez la vista del Papa. En todos los semblantes se notaban rasgos de temor y de recogimiento, de júbilo y de admiración al mismo tiempo. Recuerdo que en alguna recepción que tuvo lugar en tiempo de Pio X, una. Señora que se hallaba en la sala de honor durante una visita colectiva o general, tuvo un accidente mortal a la vista del Papa, quien la recogió en sus brazos, tuvo tiempo de ayudarla a bien morir y darle la absolución, porque la emoción que tuvo al ver al Santo Padre le produjo la ruptura de un aneurisma.

Pío IX era un hombre de regular estatura, robusto, lozano, de grandes ojos negros y de tez rosada, a pesar de sus 81 años. Vestía de blanco como todos los Papas y estaba apoyado en dos sacerdotes, "porque ya no podía caminar solo.

Con una sonrisa paternal en los labios y con una marcha rítmica y pausada, empezó a recorrer la fila de sus emocionados visitantes.

Llegó el Papa al grupo que formábamos el Padre Quintero el Sr. Mansella y yo. El sacerdote colombiano empezó a temblar cuando el Papa le puso la mano sobre la cabeza con un gesto de protección paternal. Y no pudo contener las lágrimas deseando a todo trance besar las sandalias del Pontífice, pues creía que era un irrespeto poner los labios sobre el anillo. Pío IX le ex-presó palabras de afecto en muy buen español, idioma que po-seía como el propio. « El Señor Arzóbispo Arbeláez mandó a V. S. muchas saludes », fué cuanto pudo articular el pobre levita, después de secar sus lágrimas y componer su rostro.

Cuando me llegó el turno, el Papa saludó con especial ca-riño al Señor Mansella, su antiguo conocido y este caballero me presentó con el título de Diputado a las Córtes en Colombia, porque yo conservaba, aun el carácter de representante o sena-dor de la República.

– Pues es necesario que sostenga Ud., hijo mío, me dijo Pío IX, dándome a besar su mano, los derechos de la Iglesia, pues hasta allá los están atadando.

– Serán cumplidas lar órdenes de V, S., le contesté.

En seguida me dió su bendición y continuó la visita.

Está Ud. nombrado apóstol de Colombia, me dijo Mansella, y algún tiempo después terminada la audiencia y dada la abso-lución general, abandonamos la morada papal.

En este mi primer viaje a Roma, tuve ocasión de conocer de vista al Rey Victor Emanuel, quien ya ocupaba el palacio del Quirinal, morada de los Papas en el estío, asiento de su go-bierno temporal, por lo cual había quedado exceptuado por la Ley de garantías de la cesión de los edificios que antes pertene-cieron al Papa, porque se consideraba que los que no tenían ca-rácter eclesiástico, debían pasar a ser propiedad de la Corona de Italia.

Victor Emanuel era un hombre de mediana estatura, ancho de espaldas, de recia musculatura, de tez meridional y de expre-sión fiera y adusta. Tenía costumbre de marchar con las piernas abiertas como los marinos cuando se hallan en tierra. Su figura no era agraciada y, solamente por su gran valor y su posición de Soberano, pudo alcanzar los grandes éxitos sociales que tuvo en su brillante vida de Re Galant Huomo.

Victor Emanuel fué el representante mas sobresaliente de esa dinastía de héroes, entre los cuales se contaron Filiberto de Savoya, el Generalísimo triunfador en la batalla de San Quintin, y el Príncipe Eugenio, vencedor en 33 batallas contra los franceses, hasta morir gloriosamente en la última. Victor Emanuel era leal, hidalgo, como el mas noble adalid de los tiempos heroicos, y valiente hasta la temeridad. Estas grandes dotes morales estaban realzadas por un espíritu fino, una inteligencia superior y una vasta instrucción.

Durante la guerra de la Independencia en 1859, Victor Emanuel quiso comandar un cuerpo de ejército bajo las órdenes de Napoleón III, y en la batalla de Verona se puso a la cabeza de los asaltantes contra el reducto. Alguno de sus ayudantes le rogó que no se expusiera tanto a los peligros, porque su vida era muy preciosa.

« Aquí hay gloria para todos, contestó al Rey, y el puesto de peligro es el que corresponde al Soberano antes que al último de sus súbditos ».

Durante el combate murió el capitán de una de las columnas de zuavos. Victor Emanuel ocupó el puesto del héroe caído, y continuó el victorioso asalto.

Cuando, después de la independencia, se formó el reino de Italia con los Estados de Cerdeña, Piamonte y el Milanesado, Victor Emanuel estableció su Corte en Turín y allí tuvo lugar el siguiente interesante incidente.

Algunos años después de la independencia de las regiones septentrionales de Italia y de la Constitución del reino, con la unión de los Estados de Cerdeña y Piamonte al Milanesado, arran-cado al Austria después de encarnizada y gloriosa lucha, Victor Emanuel, asesorado por sus grandes estadistas, gobernaba y for-maba el nuevo Estado, y tenía el asiento de su gobierno en la hermosa ciudad de Turín.

En esa época, la región que antes constituyó la Serenísima República de Venecia se hallaba aun bajo el yugo de Austria, pues Napoleón III, para congraciarse con este poderoso Imperio, después de la lucha, había dejado incompleta su obra libertadora e impedido la incorporación de los Estados venecianos al nuevo reino de Italia.

Pero los descendientes de Marino Faliero no estaban satis-fechos de continuar en la triste condición de súbditos del Aus-triaco, y constantemente promovían manifestaciones y motines para separarse del Imperio y unirse a la monarquía italiana.

Víctor Emanuel, como era natural, alentaba y fomentaba este movimiento unionista de Venecia.

Con tal motivo el Gobierno Austriaco impetró secretamente de Napoleón III, que influyera sobre Victor Emanuel para que desistiera del apoyo que daba a los revolucionarios venecianos.

Napoleón III, que conocía el carácter altivo de Victor Ema-nuel, no se atrevió a hacerle exigencias oficiales para complacer al Austria y se valió de un Embajador muy hábil que envió a la Corte de Turín para gestiones privadas.

El diplomático francés tenía instrucciones del Emperador para proponer al Rey de Italia que, a cambio de hacer cesar las pre-tensiones separatistas de Venecia le otorgaría un fuerte préstamo de dinero sin interés, ni plazo, porque sabía que el reino de Italia se hallaba muy necesitado de recursos para constituir el Nuevo Estado y restablecer las finanzas desequilibradas por la guerra. El Embajador francés conocedor del carácter impetuoso del Rey, no se atrevió a hacer la indecorosa propuesta abiertamente y buscó ocasión propicia para insinuarla al monarca, con discreción diplomática.

En un gran baile que Victor Emanuel daba en el soberbio palacio real de Turín, uno de los más bellos y suntuosos del mundo, creyó el Embajador francés que había llegado el momento opor-tuno, de tratar con el Rey la escabrosa cuestión de su misión.

Reunidos se hallaban en el gran salón destinado a los Reyes al Cuerpo diplomático y a los grandes dignatarios de la Casa Real, cuando el Embajador, aprovechando un momento en que se hallaba mi solas con el Rey y que éste parecía estar de buen humor le insinuó con mucha suavidad y discreción la propuesta del Em-perador francés.

Aun cuando el diplomático habla hablado al Rey en voz muy baja, éste no pudo contener su exaltación al escucharlo y estalló con la siguiente respuesta que recordaba el Señor Peiroleri, sub-secretario de Negocios Extranjeros, quien se hallaba presente y me la refirió mas tarde textualmente:

« Señor Embajador, dijo en alta voz el Rey, esta clase de proposiciones no se hacen al Representante de la dinastía más antigua y gloriosa de Europa, como soy yo, por un monarca « parvenu» y usurpador, como es el Emperador de los franceses, su amo».

Los miembros del Cuerpo Diplomático y los demás concur-rentes oyeron la tremenda respuesta del Rey, y todos creyeron que una guerra sobrevendría entre el poderoso Imperio francés y la joven Monarquía italiana; pero el Embajador, con admirable tacto, recibió sereno la regia diatriba y con el mayor respeto re-plicó al monarca:

« Permítame Vuestra Majestad que sea sordo esta noche ». Calmado el Rey por tan hábil frase y, convencido de la im-prudencia de su arrebato, agregó:

« Y crea V. E. que he sido mudo, y vamos a bailar.

De este manera, dos frases espirituales, de inteligencias su-periores, disiparon una tempestad política, y quizá una guerra.

El sentimiento artístico predomina en el espíritu de los ita-lianos y prima sobre todas las" pasiones que engendra la política. Cuando fué ocupada Roma por las tropas de Victor Emanuel y se expidió la Ley de garantías, la Municipalidad de Roma ordenó la demolición de todos los trofeos que simbolizaran en los parajes públicos, sometidos a la autoridad del Municipio, los triunfos del Pontificado; pero al mismo tiempo dispuso que de dichos trofeos se sacara el mayor provecho posible, para darles otra forma de di-ferente representación política, como antes se hizo por la Roma papal cuando erigió los Templos paganos de Jupiter Ammón y de Vesta en iglesias cristianas, cambiándoles las formas y los símbolos artísticos.

Una comisión de artistas, encargada de cumplir las órdenes de la Municipalidad romana, encontró en el Cementerio principal un monumento admirable erigido por Pío IX a los suizos que valerosamente murieron en defensa del Pontificado, durante la guerra con Garibaldi en 1849.

El monumento representa a San Pedro en dimensiones heroicas y de pié sobre un pedestal de mármol negro de Sici-lia teniendo en una mano la alabarda de los soldados del Papa y señalando con la otra (de la cual cuelgan las llaves de los Cie-los), el reino de Dios a un suizo que se halla de rodillas ante el Príncipe de los Apóstoles. Las dos estatuas son obras maestras, en purísimo mármol de Carrara y plenas de majestad, expre-sión, vida y sentimiento. La alegoría simboliza que el soldado arrodillado obtendrá el reino de los Cielos si defiende hasta la muerte al Vicario de Cristo, con la alabarda que San Pedro le ofrece.

Los comisionados del Ayuntamiento romano no se atrevieron a tocar tan admirable monumento artístico, ni intentaron trasfor-marlo; pero para cumplir en parte su misión, resolvieron, previa aprobación de la Municipalidad, colocar al pié del grupo estatua-rio una lámina de mármol con la siguiente inscripción que tuve curiosidad de copiar textualmente en mi cartera de viaje:

Questo monumento innalzato a la memoria dei soldati mer-cenari che morirono combattendo contro la libertá di Roma, Roma redenta, voglia conservarlo come un ricordo dei tempi calamitosi ».

Cuando llegue la oportunidad de volver a hablar de Italia, refiriéndome a mi segundo viaje, grato me será dedicar algunas líneas a esta bella nación que ha sido, como justamente se dice, la madre de la civilización europea y la patria del mayor número de hombres ilustres, en los diversos campos de la actividad hu-mana, y especialmente en el de las artes.

CAPITULO XV.

Regreso a la Patria

SUMARIO. – Regreso a Colombia vía del Cauca. – El puerto de Buena-ventura. – Dificultades y peligros en la navegación del Dagua. – El camino de herradura a Cali. – Ojeada a esta hermosa ciudad cauca-na. – En Popayán me encargo de la Secretaría de Gobierno del Estado por nombramiento que me hiciera el Presidente, General Trujillo. – Mas tarde soy nombrado Director General de Instrucción Pública en el Cauca por el Gobierno Nacional. – Mis labores para el desarrollo y fomento de la instrucción primaria en el Cauca. – Terrible oposición que hacen el Obispo de Popayán y el partido conservador a las Escuelas primarias del Cauca. – Mi situación crítica en esa época. – Prohibición del Prelado a los niños de la Escuela Normal de concurrir a una de las pro-cesiones de la Semana Santa. – Solicitud sin éxito que hice al Sr. Obispo Bermúdez para que derogara esta prohibición y mi entrevista con el Prelado.

A mediados de Diciembre de 1873 regresé a Colombia, y con el fin de visitar a mis padres y volver a mi muy amada ciu-dad natal, me dirigí al Estado del Cauca atravesando el istmo de Panamá, y navegando por el Pacífico hasta el Puerto de Bue-naventura.

Al regresar del Centro de la civilización a un lugar aban-donado, que no era otra cosa entonces que un sucio y feo cacerío de pajas y hojas, sin ninguna condición de confort, ni de higiene, experimenté una sensación de patriótico pesar, y para hacer ver el contraste que hoy presenta la entrada al Valle del Cauca, al través del ramal occidental de la Cordillera de los Andes, por medio de un atrevido ferrocarril, con el medió que había enton-ces para comunicarse el interior del Estado con su puerto princi-pal, quiero referir como tenía lugar la navegación del río Dagua.

Este río que se desprende de la parte elevada de la Cor-dillera, formando cataratas y torrentes en casi todo su trayecto hasta desembocar a un lado del puerto por mal nombre bautizado con el de Buenaventura, era el único medio de comunicación que existía entonces.

El vapor no podía arrimar hasta la playa y, como no había muelle nisiquera estaciones, era menester desembarcar de las lan-chas de los vapores desde donde éstas podían llegar. Allí se de-tenían para no encallar en el fango de la ribera. Entonces una cuadrilla dé negros casi desnudos, porque el calor constante en el puerto es de 352 a la sombra, recibía a los viajeros y los echaba a sus espaldas como un bulto de mercancías. En seguida, marchando con dificultad y hundiendo las piernas hasta las rodi-llas entre el fangal espeso de la playa, los negros llegaban con su carga a alguna de las varias casas construidas con una especie de tejido de guaduas, teniendo por muros unas cañas unidas y por techo un cobertor de hojas, o de paja.

De esta manera me vi en la necesidad de desembarcar con mi esposa y con la niña que había sobrevivido al viaje.

En Buenaventura tuve la fortuna de encontrar a un caba-llero muy amable, Don Nicomedes Conto, Administrador de la Aduana y padre del ilustre César Conto, de quien tendré ocasión de hablar extensamente.

Don Nicomedes fue mi protector al arribo a Buenaventura. Gracias a él, encontré regular alojamiento y pude preparar mí marcha hacia el interior.

Al día siguiente, a las 9 de la noche, nos embarcamos en sendas canoas, mi – mujer, el ama con la niña, y yo, Cada canoa, sumamente estrecha y que no era otra cosa que un tronco de árbol ahuecado a esfuerzos de golpes de hacha, llevaba en la proa un piloto y en la popa un remero, quedando el viajero en el cen-tro tendido a lo largo como en una caja mortuoria bajo un cober-tizo muy reducido de hojas y pajas.

Las tres canoas salieron al mar, con gran peligro de nau-fragio, por la noche, para aprovechar la subida de la marea y poder penetrar en las aguas del río.

La navegación se hacía por la noche para evitar los rigo-res del clima y las picaduras de los mosquitos que en lo general duermen durante la noche, y, también, con el objeto de que las Señoras no vean a los remeros y pilotos como se hallaba nuestro padre Adam antes del pecado, pues como tenían necesidad de navegar metidos dentro del agua, no podían llevar ningún vestido.

Fácilmente comprenderán mis lectores cuán peligrosa era a-travesar un gran trayecto del mar en tan estrechas y frágiles embarcaciones, y cuán penosa me sería la impresión que recibí al

tener que meterme en mi ataúd flotante, separado de mi tierna familia.

Al llegar las canoas a las aguas del río, empezaba la parte penosa de la navegación, porque teniendo que luchar contra las corrientes y pasar materialmente por entre torrentes estrechados por las piedras, a cada instante se presentaban peligros serios de naufragio. En algunos parajes, el piloto se metía entre las aguas y arrastraba con una cuerda atada a la proa la rústica embarcación en tanto que el remero la empujaba por la popa. Esto sobre todo tenia lugar en las angosturas del río, cuando éste se convierte en verdaderas cascadas o pequeñas cataratas. No obstante, eran raros los accidentes mortales para los viajeros, por la habilid4d de los remeros. Si alguna vez se volcaba la canoa, los negros tomaban en brazos a los náufragos y los volvían a acomodar en sus em-barcaciones, no dando por resultado el naufragio otra cosa que resfriados, bronquitis o fiebres palúdicas.

El Baron de Humboldt dice en su viaje a las regiones equinocciales, al hablar de la navegación que él hizo en las mismas condiciones en que yo la hice, que la navegación del Dagua es el mayor acto de heroísmo que puede ejecutar un mortal y que en ella cada palancazo es un milagro y cada boga una Providencia.

Duraba la navegación 12 horas, más o menos. Así, pues, a eso de las 9 de la mañana llegamos al puerto llamado de Las Juntas o Córdoba porque allí hace su unión el Dagua con otro río, cuyo nombre no recuerdo. Fácil es comprender cual sería mi alborozo al reunirme otra vez con mi familia, de quien durante la terrible noche de navegación no había tenido otra noticia que las que me comunicaban de cuando en cuando al aproximarse las canoas y poder dominar los gritos destemplados de los bogas con que se alentaban para su ardua tarea.

En Juntas encontré caballerías y arrieros para seguir mi viaje al interior del Valle, enviados de Popayán por el Presidente del Cauca, General Trujillo, con el nombramiento de Secretario de Gobierno. Mi noble amigo al saber por mis cartas que pensaba volver a Colombia por el Cauca, se apresuró a recomendarme al Administrador de la Aduana, a enviarme caballerías y recursos para el viaje y a agraciarme con la mejor posición oficial que él podía otorgar. De Juntas hasta Cali era preciso entonces emplear dos o tres días a lomos de mula por un camino de herradura practicado en lo mas abrupto de la Cordillera, y por entre riscos y peñascos.

Este hermoso camino se debía al gran General Mosquera, quien lo inició, y a los cuidados del General Trujillo, bajo cuya presidencia se termina. Recuerdo que alguna vez el célebre escri-tor Emiro Kastos (Pseudónimo de Juan de Dios Restrepo), al escribir para un periódico las impresiones que le había causado la vista de los trabajos del camino, cuando fué a inspeccionarlos por comisión oficial dijo en frase hiperbólica que había parajes tan escabrosos que en ellos se descalabran los gatos, pendientes tan rápidas y resbaladizas intransitables para las gallinas y alturas tan, grandes que dan vértigo a las águilas.

Al fin, después de tan penoso viaje, llegué a la bella y pin-toresca ciudad de Cali.

Esta hermosa ciudad fundada por Simón Muñoz, teniente de Belálcazar, es la mas importante del Valle del Cauca, y hoy quizá de toda la extensa región que formaba antiguamente el Estado soberano del Cauca, tanto por su privilegiada posición geográfica, al pié de los ramales de la Cordillera occident4l del Ande, en las cabeceras del Gran Valle y casi a las orillas del hermoso río, como por su importancia comercial, pues está cerca del primer puerto de la República en el Océano Pacífico.

Cali es una ciudad de mas de 40.000 habitantes, de hermosos edificios, heredados en parte de la colonia y construidos otros por los inteligentes y ricos habitantes de la comarca. Sus calles son anchas, rectas, tiradas a cordel como todas las de las ciu-dades españolas; pero su sello característico de urbe pintoresca y bella es debido a la vegetación del suelo en que ha sido construida, la cual le da el aspecto de una ciudad edificada en-tre florestas, parques y jardines; algo así como el de Berna en Suiza el de Washington en Norte América el de casi todas las de Andalucía. En todos los grandes patios o solares de la casas de habitación se encuentran verdaderos Carmenes moriscos y huertos de árboles frutales, de los cuales el Valle es productor profuso e inagotable. La ciudad está cruzada por un hermoso río, tributario del Cauca, el cual arrastra su espumosa linfa por entre ribas de lucientes piedras y de verdes tapices.

Cali cuenta hoy con una Universidad, Colegios cuidadosa-mente dirigidos, y abundantes y ricos almacenes. Sus casas son amplias con extensas y hermosas galerías en los cuadriláteros de los patios, para evitar los ardores del clima, el cual, aunque muy sano y muy seco, tiene una temperatura de 250 centígrados a la sombra, como término medio. No tiene edificios de tan imponente arquitectura y de tanta solidez como Popayán, ni el dulcísimo e incomparable clima de la ciudad de Belalcazar pero su posición y su importancia comercial dan impulso al comercio y a la agri-cultura como no reciben las otras ciudades del Cauca.

En Cali se ha establecido recientemente una Sede Episcopal y se han abierto buenos hoteles de construcción moderna y algunos Liceos en donde se forma la juventud inteligente y briosa del Valle del Cauca. Los Caleños son muy estudiosos y en lo general oradores vehementes y escritores correctos. Son también aficio-nados, como todos los colombianos, a los estudios gramaticales y filológicos, en los cuales se distinguió el sabio erudito Dr. Eus-taquio Palacios.

La aspiración constante de Cali durante la existencia de la República ha sido la de poderse comunicar con el Mar Pacífico por medio de un camino de hierro y, al fin después de muchos años de grandes gastos y de inmenso trabajo, la locomotora ha podido llegar a los pensiles risueños de la hermosa ciudad.

Este fausto acontecimiento tuvo lugar a principios de í 915. Recuerdo que, cuando en la Cámara de representantes durante las sesiones de 1912, se discutía un proyecto para votar uña suma del Tesoro Nacional con el fin de celebrar una Exposición y va-rios festejos en Cali, para memorar el arribo del ferrocarril a esta ciudad, el criterio egoísta de diputados de otras regiones se opuso a acordar el crédito necesario; pero los Caucanos hi-cimos esfuerzos a favor del proyecto que al fin fué Ley de la República. Dije yo entonces que esté gasto era parecido al que hace un padre de familia cuando tiene lugar la boda de un miembro importante de la casa solariega, porque la llegada de los rieles a Cali simbolizaba los desposorios de la Ciudad con el Progreso, o el matrimonio de la Civilización con el Valle. Y así sucederá, porque el incremento de la riqueza de esa hermosa región, el aumento del comercio, el acrecentamiento del valor de las tierras y la prosperidad y desarrollo de la agricultura en ese bello suelo, feraz y fértil cual ninguno, harán del Cauca la primera y mas importante comarca de la República, y ese Valle, tan her-moso como rico, podrá entonces merecer con justicia las aprecia-ciones que de él hizo el Baron de Humboldt cuando dijo en su viaje a las regiones equinoxiales », que el Valle del Cauca seria en él porvenir tan rico como California, ya que era mas hermoso que la Lombardía y mas feraz que Egipto! Que así sea, son mis votos sinceros y vehementes!

En Cali fui hospedado de la manera mas gentil y caballe-rosa por el Señor D. Adolfo Reinel, verdadero hidalgo caste-llano de los tiempos antiguos, casado con Dña. Amalia Angulo, dama espiritual y distinguida de Popayán, miembro principal 4e una de las familias mas aristocráticas del patriciado payanense. Reinel me procuró todas las facilidades para continuar mi viaje a Popayána donde llegué, después de tres días de una travesía penosa por entre los pantanos y accidentes del camino, practicado entre los últimos contrafuertes de la Cordillera que mueren en el Valle.

Gran placer me causó volver a mi querida ciudad natal des-pués dé una ausencia de dos años. La vista de sus hermosos edificios, del soberbio puente sobre el Cauca y de la calzada for-mada sobre el río Molino a la entrada de la ciudad, revivió en mi espíritu todos los solaces y los aromas de la adolescencia.

Recuerdo que el primer individuo de Popayán que encontré en una posada del camino durante mi Viaje, fue el Dr. Antonino Olano, caballero culto e ilustrado, célebre orador que defendió con grande elocuencia los fueros de la Iglesia católica y la liber-tad del Arzobispo Mosquera en las sesiones del Congreso de 1851, cuando discutía la ley de la separación de la Iglesia y del Es-tado y se proyectaba desterrar al ilustre Prelado. Además de sus grandes dotes intelectuales y de notable estadista, era el Dr. Olano un hombre de negocios, comerciante y agricultor de gran vuelo y de grande actividad. Debido a su inteligente y fecundo trabajo, llegó a formar la primera fortuna personal del Cauca y fué jefe y patriarca de una de las mas honorables y distingui-das familias de Popayán.

Después de mi llegada y de algún tiempo de descanso en el seno de mi familia paterna y de mis amigos, tomé posesión de la Secretaría de Gobierno del Cauca al lado del General Trujillo de quien fui colaborador asiduo en el primer año de mi perma-nencia en el Cauca.

Convencido de que en Colombia no podremos llegar a la verdadera meta del progreso y de la civilización en sus múltiples manifestaciones, mientras no se instruya, siquiera sea en las pri-meras letras, a nuestro pueblo, de índole mansa y buena, pero en lo general compuesto de masas analfabetas, casi siempre di-rigidas como recuas de mulos o rebaños de corderos por los am-biciosos de parroquia, los caciques de los pueblos y los curas, de ordinario ignorantes, convencido, repito, de que mientras sub-sista esta ignorancia no podremos formar una nación que pueda aparearse, no digo con las europeas y la gran república de Norte-A-meríca, sino con las del extremo del continente, me dediqué con em-peño y entusiasmo patriótico al fomento de la instrucción pri-maria en el Cauca. Mis labores tuvieron algún éxito y el Ge-neral Trujillo me propuso que ocupara el alto puesto de Direc-tor Supremo de la Instrucción pública en el Cauca, posición in-dependiente y casi tan importante como la del Jefe del Estado y emanante de nombramiento hecho por el Gobierno Nacional, en virtud del célebre Decreto orgánico, obra de Felipe Zapata, du-rante la administración Salgar.

De acuerdo con el General Trujillo, me separé de la Secre-taría de Gobierno y pasé a ocupar la plaza de Director de Ins-trucción Pública. Organicé mi oficina, nombré Secretario de la Dirección al Sr. Rafael Quijano Mosquera, mi primo, joven de notables dotes intelectuales y de gran laboriosidad, hijo del General Miguel Quijano, mi tío.

Aunando los esfuerzos y recursos del Gobierno General y los del Estado, en virtud de una ley que recabé de la Legislatura del Cauca, y por la cual se establecieron Delegaciones de la Di-rección general en todos los municipios o provincias del Estado, muy bien dotadas, la instrucción primaria recibió en el Cauca impulso inusitado. Las escuelas se multiplicaron, el número de algu-nos concurrentes a ellas fue decuplicado en el curso de un año. La Escuela Normal para formar profesores o Directores de Escue-las primarias, que funcionaba en Popayán bajo la dirección de un maestro alemán llamado Pankaw, dio magníficos resultados. Fundé también un periódico, « El Escolar » en el cual insertaba las noticias mas Interesantes de las escuelas primarias, los infor-mes de los Delegados y cuantos escritos podían concurrir al fo-mento de la instrucción primaria.

En ninguna época de mi vida he trabajado en servicio pú-blico con mas sincero patriotismo y con mas consagración que en esa época. Además de redactar y dirigir exclusivamente el pe-riódico intitulado « El Escolar », continuaba en mis Labores de político y dirigía otro periódico que llevaba por mote « La Escuela Liberal », en el cual hacía de preferencia una propaganda a favor de la instrucción pública.

Desgraciadamente esta patriótica labor, de la cual yo espe-raba ópimos frutos para el Cauca, fué interrumpida por las per-turbaciones políticas que precedieron a la gran revolución de ±876.

El bando conservador, vencido en los campos de batalla du-rante la guerra trienal de 1860 a 1863, después de haber hecho inútilmente movimientos convulsivos para recuperar el Poder en 1865, preparaba sordamente una revuelta general que le devol-viese el predominio político en la república.

Contaba el partido conservador para la probable reácción con el apoyo de los dos gobiernos seccionales de los Estados de Antioquia y el Tolima, que se hallaban en poder de los conser-vadores. Antioquia, principalmente, Estado muy poblado y muy rico, se armaba secretamente porque candorosa, por no decir estó-lidamente, la Constitución de Río Negro había establecido la liber-tad de comercio de armas y municiones.

El Tolima había sido cedido por los radicales al partido conservador, en pago de su colaboración al derrocamiento de Mosquera en 1867.

Apoyado en estos dos elementos oficiales constituidos el partido conservador emprendió una cruzada contra el sistema de instrucción primaria y contra las escuelas oficiales, con el doble fin de asegurar en el porvenir su predominio político por la igno-rancia de las masas populares, y de procurar una reacción a mano armada con el pretexto de que se pretendía descatolizar el país, o, por lo menos, de prescindir de la influencia de la Iglesia en la dirección de la instrucción popular por el hecho de que los maestros de escuela normal llevados de Prusia eran protes-tantes, con excepción del de Ibagué. Objetaban también que el Decreto orgánico de la instrucción general no establecía una clase de religión católica en las escuelas, sino que, inspirándose en los principios de la Constitución de Río Negro, dejaba al cuidado de los padres de familia la enseñanza religiosa de sus hijos.

Alguna vez hablando con Felipe Zapata sobre los prelimi-nares de la revolución de 1876, le manifesté que acaso había sido un error no haber importado maestros de escuelas normales de un país católico, o, por lo menos, si es que se buscaban en Ale-mania, exigir que profesaran la religión católica.

«Los pedí a Alemania, me contestó Zapata, porque en ese país es donde se halla mas adelantada la instrucción primaria y en donde rigen los mejores métodos de enseñanza, No paré mien-tes en la religión que ellos profesaran, porque no se trataba de que viniesen a dar enseñanza religiosa, histórica o filosófica que pudiera tener algún roce con las creencias de los alumnos, sino a formar maestros o profesores de métodos para enseñar. Si hu-biera tenido necesidad de pedir albañiles, mineros, carpinteros u o-tros industriales para las enseñanzas en Colombia, a nadie se le

habría ocurrido exigir que esos maestros fueran católicos, protestantes, ortodoxos o musulmanes ».

No obstante, siempre he creido yo que fué un error no pe-dir maestros católicos, porque ante las masas populares debe de-saparecer toda apariencia que pueda lastimar, en lo mínimo, "la creencia religiosa y que pueda servir de pretexto a los profesio-nales de la política para producir perturbaciones y revueltas.

Yo veía venir la tempestad y comprendía que el punto vulnerable y el gran pretexto para la lucha era la instrucción pri-maria, y traté con medidas atemperantes de hacer desaparecer los motivos de desagrado popular que inspiraba la enseñanza laica de las escuelas y el profesor protestante que dirigía la normal de Popayán. En Bogotá se había conjurado oportunamente la misma tormenta, gracias al espíritu levantado y patriótico de Monseñor Arbeláez, el ilustre Prelado de quien he hecho con justicia honrosa mención. El Presidente de la República, Dr. Mu-rillo (de quien me ocuparé en adelante extensamente) había con-venido con Monseñor Arbeláez en que a las escuelas de la Arqui-diócesis se enviara un profesor de enseñanza de religión cató-lica para los alumnos, cuando los padres de éstos lo solicitaran.

Quise yo hacer en el Cauca lo mismo que en Cundinamarca pero tropecé con el espíritu intransigente del Ilmo. Sr. Carlos Bermudez, antiguo cura de Nemocón que ocupaba la Sede Episco-pal de Popayán, con jurisdicción sobre todo el Estado del Cauca. El Sr. Bermudez era un Prelado de virtudes incontestables, de conducta evangélica como Pastor espiritual de su grey; pero hombre de limitadas facultades intelectuales, sin dón de gentes y muy severo en cuanto creía que pudiera afectar al dogma religioso

Creía el Sr. Bermudez, de muy buena fé, que el liberalismo se proponía descatolizar el país con la enseñanza laica y con los maestros protestantes de las escuelas normales y no obstante que tenía ejemplo saludable del Arzobispo dé Bogotá, se mani-festaba reacio a todo acomodamiento o temperamento con el Go-bierno civil, en materia de instrucción primaria.

El Secretario del Obispado, Dr. Castro, secundaba ciegamente a su Prelado lo mismo que todo el Clero de la diócesis. En los sermones, en las homilías y en las pastorales, se pintaba con negros colores la obra antirreligiosa del Gobierno.

Los políticos conservadores apoyaban decididamente a las Autoridades eclesiásticas y para dar unidad a sus trabajos formaron congregaciones revolucionarias, con el nombre de Sociedades católicas.

De su lado los liberales, sostenedores del Gobierno, revivieron

las antiguas Sociedades democráticas, asociaciones populares de carácter político en las cuales brillaron muchos tribunos, a estilo de los Gracos en Roma y que mas de una vez exaltaron el ánimo de las masas hasta llevarlas a la guerra civil.

Quizá en ninguna de las Democracias organizadas sobre las antiguas colonias españolas, ha predominado mas que en Colombia el espíritu sectario en materias religiosas y eclesiásticas.

Los conquistadores españoles al descubrir y colonizar la América en las postrimerías del siglo XV y en los comienzos del XVI, llevaron con los elementos de civilización que poseían a las vastas regiones que sometieron a su dominio, el exagerado espíritu religioso que predominaba en España, después de que fueron vencidos y expulsados los Moros, bajo el reinado de los reyes católicos, y durante el tempestuoso del Emperador Carlos V quien aspiró a la dominación continental y a la unidad de conciencia y de creencias en sus inmensos dominios.

Causas fueron éstas de las luchas religiosas que se sucedieron en las- colonias y en las repúblicas en que éstas se convirtieron, después de la emancipación.

La influencia sacerdotal de la colonia se sintió mas intensa-mente en Méjico y en el Nuevo Reino de Granada. Conocido es el hecho de que los tres conquistadores de la región que llevó este nombre, por sus muchos puntos de semejanza con la Granada Morisca, cuando se juntaron en el pueblo de Pasca cerca de Santa Fé, traían 300 y tantos hombres, y un fraile. No tengo noticia de que en ninguna otra colonia se hubieran reunido la autoridad eclesiástica con la autoridad civil en una misma persona, ni que hubiere gobernado el reino un "Arzobispo virrey, corno Don An-tonio Caballero y Góngora.

Constituida la República de Nueva Granada siguió rigiendo la ley de patronato, en virtud de la cual el clero estaba unido al Gobierno civil y recibía una renta del Tesoro publicó, aparte de otros privilegios y prerrogativas y de esta maneraaliados los eclesiásticos a las autoridades laicas, no hubo pugna ni colisión alguna entre el clero y los elementos civiles de la sociedad.

Desgraciadamente, el espíritu innovador del liberalismo de ±8~o, quiso revestir a la República de las exageraciones políti-cas que había proclamado la Francia republicana de ¡ 848, que-riendo hacer dar un salto al país en el camino del progreso político, en vez de ir lentamente aclimatando sus conquistas en una nación que acababa de salir de una esclavitud de tres siglos.

Entre las grandes reformas que acometió el liberalismo, con

gran perjuicio para el porvenir, una de las mas trascendentales fué la de la abolición del patronato y la separación de la Iglesia y del Estado.

Desde este momento, se estableció una colisión entre el ele-mento liberal filosófico y el elemento eclesiástico, y de ella sur-gió esa lucha constante que tanta sangre costó a la República en 1851, 1860 y 1876.

El fanatismo rojo, o sea el proselitismo antirreligioso o an-ticlerical, es tan pernicioso para los pueblos, (y especialmente si éstos son principiantes en la vida política) como el fanatismo blanco que involucra y confunde los sagrados intereses de la re-ligión con los mundanos de los sacerdotes.

La revolución triunfante en 1863 desamortizó los bienes e-clesiásticos, desterró los jesuitas y aprisionó al Arzobispo y, por ultimo, extinguió las Comunidades religiosas, medida inútil e injustificable desde todo punto de vista y especialmente ante el criterio del liberalismo filosófico.

Sintiéndose atacado el clero católico en Colombia entró en pugna para defenderse contra el Gobierno liberal imperante. Este a su turno, para dominar al clero, expidió leyes de Tuición y de Inspección de cultos que contribuyeron a perturbar más y más los ánimos en un pueblo de arraigadas creencias católicas, en su gran mayoría.

– Establecida la lucha, el fanatismo rojo exageró las medidas que podemos llamar antieclesiásticas y llegó hasta prohibir las procesiones públicas y otras ceremonias sagradas en las calles. Esta antiliberal medida exasperó los ánimos de los creyentes y preparó la tormenta de que voy a ocuparme.

El Decreto orgánico de instrucción primaria, estableció como llevo dicho escuelas normales en las capitales de los Departa-mentos para formar maestros de escuelas primarias conforme a los sistemas de Alemania. En dichas escuelas no había clases de religión católica, porque, siguiendo el espíritu de la Constitución de Río Negro, la enseñanza religiosa se dejaba al cuidado de los padres de familia.

El Decreto orgánico de la instrucción primaria; la prescindencia de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y los maestros protestantes de las escuelas normales, fueron las principales cau-sas de la revolución de 1876 la cual empezó. como casi todas las guerras civiles de Colombia, en la región del Cauca, por-que en esa comarca, tan bella y tan pródigamente dotada por la naturaleza, las pasiones son de fuego, como su clima y como sus volcanes y.

« Porque en él todo es grande hasta el delito » según dijo el gran poeta caucano.

En esa época creí atemperar la exaltación de los ánimos in-sertando en el periódico « El Escolar » un catecismo de marcado sabor católico que había publicado en Nueva York, en el Educador popular », D. Luis Felipe Mantilla.

A pesar de que el expresado catecismo (llamado así porque estaba redactado en forma de preguntas y respuestas) contenía una sana e inocente doctrina moral y filosófica, que habla sido aprobada por católicos conservadores tan salientes como Don Arñuldo Márquez y Rafael Pombo, los adversarios, preceptos por la pasión del momento, creyeron encontrar en esa publicación un medio de propaganda anticatólica, o contraria a los preceptos de la Iglesia, y con ese motivo redoblaron los ataques personales contra la Dirección de la Instrucción primaria.

Don Manuel Maria Mosquera y Arboleda, ilustre diplomático que representó durante muchos años a la República como Ministro Plenipotenciario de Colombia, en Francia e Inglaterra, hombre dotado de distinción y honorabilidad intachables y de vasta ilus-tración hermano de los preclaros próceres de la Independencia

D. Joaquín y D. Tomas Cipriano de Mosquera, así como del gran Prelado D. Manuel José, saltó a la palestra para atacar al pobre catecismo de Mantilla.

Yo procuré rebatir todas las argumentaciones hechas contra esa inócua publicación, de carácter mas bien literario que filosófico, hecha sin ningún propósito malignocasi por llenar el periódico y creyendo disipar en el ánimo de los lectores cualquier erronea apreciación sobre la supuesta tendencia anti-religiosa del Gobierno liberal.

Pero como la pasión perturba los ánimos mas serenos y los criterios mas esclarecidos, la voz del Señor Mosquera fué escu-chada como una alerta a los católicos contra el Gobierno que pretendía descatolizar el país.

Además de una serie de cartas abiertas que dirigí al Sr.

Mósquera por medio de la prensa, con todo el respeto y acata-miento que él merecía y me inspiraba, traté (de acuerdo con el Presidente de la República, Dr. Santiago Pérez y del General Trujillo, Presidente del Cauca, ambos católicos fervientes y prac-ticantes) de entenderme con el Prelado diocesano para ver de atem-perar la terrible lucha, y de conjurar la guerra civil que ya se de-lineaba en el horizonte político.

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