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Euro-visión. 15 años del Euro: ¿festejo o funeral? (página 2)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Sin embargo, en este debate se dibujan caricaturas de una moneda única que obviamente es mucho más que esto. El euro no es más ni menos que el siguiente paso natural de un proceso de integración como es el que se construye desde 1957. Es el paso natural de un proceso mucho más relevante, un proceso que lo trasciende. Es la última cláusula de un contrato que compete a cientos de millones de ciudadanos y que, con este, se dotan de algo así como una póliza de seguros que nos cubra contra eventos posibles que amenazaban, y pueden aún amenazar, la convivencia europea.

En primer lugar, la integración tuvo como principal objetivo poner fin a la lucha interna europea, endémica en nuestro viejo continente y que se intensificó con el desequilibrio de poderes creado por el nacimiento del Segundo Reich. Las dos desgarradoras guerras mundiales de la primera mitad del siglo pasado fue más de lo que se podía soportar. Era pues inevitable diseñar una nueva relación basada en el acuerdo y en el aúno de fuerzas frente a la tradicional dialéctica basada en fuego y armas.

En segundo lugar, desde una vertiente más pragmática, la unión busca la fuerza. En este sentido, dos son las razones que justifican este pragmatismo. En primer lugar, la amenaza que se cernía desde el Este demandó un proyecto común en el Oeste que incorporara una gran variedad de sensibilidades políticas y económicas y que, paradójicamente, ofreciera a cambio estabilidad al proyecto. En segundo lugar, y desde un punto de vista más económico, la necesidad de capturar las externalidades y la eficiencia mediante la unión de mercados permitiría afrontar, gracias a la propia competencia entre las empresas europeas y un mayor tamaño de dicho mercado, la competencia cada vez mayor de empresas norteamericanas y japonesas, y posteriormente, las de los nuevos emergentes, en particular China. Para ello, junto con la convergencia regulatoria y el diseño de un verdadero mercado único, era necesario reducir los costes de transacción asociados a la existencia de diferentes monedas.

En este sentido, como ya he dicho, la integración económica demandaba el euro. No es posible la total integración si no existe una moneda única. Cualquier sistema de tipos fijos está abocado a su posible ruptura. No existe acuerdo lo suficientemente fuerte que, sin ser una moneda única, pueda perdurar ante los intensos envites de los ciclos económicos y financieros internacionales. Así, tenemos los ejemplos del Patrón Oro, Bretton Woods o los intentos de cuadrar un sistema europeo monetario sin moneda única a caballo de las décadas de los 70 y 80.

El euro por lo tanto no es un capricho, es una necesidad. El problema, sin embargo, no viene de su existencia en sí, sino de la dificultad para aunar las responsabilidades que éste exige. El euro es el mensajero. Al deficiente diseño de las instituciones que acompañan al euro y que deben sostener su adecuado funcionamiento, hay que unir el comportamiento distorsionador de los países que lo comparten. Para algunos, en especial los del sur de Europa, el euro es posible que haya venido algo grande. Y bien que lo están sufriendo. Otros, los del norte, simplemente no han entendido el compromiso y la altura de miras que exige. Para todos, el euro exige una pérdida de soberanía, más allá de la política monetaria, que pocos están dispuestos a aceptar. Este es el verdadero mal del euro. No reside en la propia moneda. El mal se encuentra en el edificio construido alrededor de ella. Y sus desagradables consecuencias quedaron desnudas en lo más crudo del ciclo.

Sin embargo, siendo realistas, el saldo de la moneda única, quince años después, es muy positivo, en especial para España. El euro nos ha permitido participar de pleno en un mercado integrado. Hemos sabido aprovechar en parte esta oportunidad, como muestran los datos de exportaciones españolas. Ha permitido encontrar una estabilidad de precios que se nos negaba por nuestra idiosincrasia de país del sur. A cambio, se nos exigía responsabilidad y compromiso, y en parte hemos fallado.

Por lo tanto, y al contrario de estas voces que surgen por cada vez más recónditos lugares en contra del euro, creo fervientemente en su necesidad. Aunque el apoyo que suscita sea aún elevado, cualquier mínima posibilidad de su desaparición puede conllevar una crisis de dimensiones desconocidas para el continente. Se rompería el mayor y más fuerte de los lazos que nos une. Atentaría contra la propia unidad de mercado. Debilitaría todas las economías europeas. Y todo ello en un entorno geo-económico que no depara nada positivo a una Europa desunida. Es el momento de dar impulso al proceso de unificación. Reconocer lo que está mal. Reajustar relaciones y regulaciones. Pero seguir hacia adelante. No mirar hacia atrás. Ni un paso atrás.

– Cuando el euro es el problema (Vozpópuli – 8/1/17)

Si los países del sur se saliesen del euro, el crecimiento hipertrófico de la deuda cesaría y la existente podría pagarse sin conflicto, de forma acordada entre países deudores y acreedores.

(Por Juan Laborda)

El euro se ha convertido en un grave problema para nuestro país y para todo el sur de Europa. Y como tal es necesario abrir un debate público intenso, sin cortapisas, donde se analice en qué ha derivado el proyecto de moneda única. Si lo hacemos, las conclusiones para España no pueden ser más desoladoras. Y no verlo es de inconscientes o de cínicos. Además es un proyecto marcadamente ideológico donde se condena a gobiernos díscolos -prepárense amigos portugueses- y se premia a afines -el paripé de la austeridad bajo Rajoy-.

La moneda única, desde un diseño absolutamente erróneo, se ha reducido a una mera relación acreedor-deudor, donde se ha condenado a los habitantes del sur de Europa a un empeoramiento de sus condiciones de vida. En España -salvo esa excepción llamada País Vasco- el modelo de desarrollo que siguió a la firma del Tratado de Adhesión a la Unión Europea supuso nuestra desindustrialización, una terciarización alrededor de un modelo de desarrollo intensivo en mano de obra no cualificada, tierra, energía, agua, recursos naturales. Eso sí, alimentó de manera generosa e ilícita a una clase política y empresarial miope que aplaudía a rabiar y vivía de un modelo de expansión basado en humo (acuérdense del "España va bien" o de España juega en la "Champion League").

El modelo de desarrollo elegido para España fue decidido por las élites europeas en colaboración con las plutocracia patria. Se trata de una hoja de ruta basada en tres pilares. El elemento central del mismo giraba alrededor de la revalorización del suelo, dependiente del ahorro del centro y norte de Europa. En segundo lugar, además de desindustrializarnos, perdimos la propiedad de nuestra industria, y para el capital foráneo nos convertimos en un lugar de mano de obra barata, meros ensambladores (¿han visto los datos de exportaciones e importaciones del sector automovilístico?). Finalmente, y muy ayudados por problemas geopolíticos en nuestros competidores globales, somos un país de camareros y crupieres. Si analizan los datos de empleo desde la reforma laboral de Rajoy no hay nada que celebrar.

Lo peor es que esta dinámica se está acelerando. Estamos perdiendo la propiedad de la joya de la corona patria, nuestro potente sector exterior de pequeñas y medianas empresas surgidas al albor emprendedor de muchos ciudadanos españoles. No confundir este sector exterior con aquel de capital foráneo que solo ha venido aquí para ensamblar, nada más. Recordemos que parte de nuestros problemas actuales se derivan de un rescate implícito a Alemania.

¿Puede sobrevivir el euro bajo el diseño actual? ¡No!

El economista jefe de Nomura, Richard Koo, a mediados del 2012 publicó una excelente nota bajo el sugerente título "The entire crisis in Europe started with a big ECB bailout of Germany". Según Koo el denominado "problema de competitividad" de los países del sur de Europa fue consecuencia de una política monetaria excesivamente expansiva del BCE. Ésta tenía como objetivo último estimular la economía con el fin de que Alemania no tuviera que expandir su crecimiento vía política fiscal, tras el estallido de la burbuja tecnológica a finales de los 90. Sin embargo el impacto sobre la demanda interna de Alemania fue nulo, al encontrarse en recesión de balances. Por el contrario aceleró e infló hasta límites insospechados las burbujas en la periferia, especialmente la inmobiliaria, lo que impulsó las importaciones alemanas, rescatando al país teutón de los miedos provocados por el estallido de la burbuja tecnológica, de la que apenas se beneficiaron los países europeos del sur.

La Unión Monetaria Europea (UME) es un sistema defectuoso desde sus orígenes. Y se ha acabado convirtiendo en una mera relación acreedor-deudor. Se hizo caso omiso de los informes precedentes (Werner, 1970; MacDougall, 1977) donde se avisaba de la necesidad de una instancia fiscal federal y de los peligros de dejar todo en manos de una Banco Central, como una parte no constituyente del gobierno, y de establecer, en este contexto, unos tipos de cambio fijos entre los estados miembros. El problema siempre ha sido el mismo, Alemania.

Alemania como problema

La característica fundamental de Alemania es que de manera persistente presenta una insuficiencia crónica de demanda, y su objetivo es colocar fuera sus excedentes de producción para alcanzar el pleno empleo (superávits por cuenta corriente), mediante mejoras de su competitividad a través de una disciplinada clase trabajadora. Estos superávits se traducen en déficits para el resto de países, que reciben el ahorro alemán, generándose burbujas financieras y procesos de endeudamiento en los países del sur.

Al final las burbujas acaban estallando, pero conforme los individuos del sur pagan sus deudas y no contratan nuevas, se debilita la demanda agregada, pero no sobre la producción alemana, sino sobre la propia, y este proceso de desendeudamiento tiene efectos negativos sobre los países del sur. Se entra en una dinámica perversa acreedor-deudor, que siempre acaba hundiendo al deudor. Como Alemania no quiere incurrir en un déficit por cuenta corriente, saludable para el resto, la solución requiere una extinción de la deuda porque ésta inhibe la demanda y lastra el dinamismo de la economía. Existen cada día más voces que defienden algo muy sencillo: si los países del sur se saliesen del Euro, el crecimiento hipertrófico de la deuda cesaría y la existente podría pagarse sin conflicto, de forma acordada entre países deudores y acreedores, si a éstos, los acreedores, les interesa cobrarla…

– La peseta no nos habría sacado antes de la crisis (El Confidencial – 9/1/17)

La añoranza de la soberanía monetaria que nos otorgaba la peseta para presuntamente impulsar el crecimiento no está en absoluto justificada

(Por Juan Ramón Rallo)

El estancamiento de las economías europeas durante los últimos años ha reanimado el sentimiento nacionalista en parte de su poblaciónLa finalidad última del nacionalismo económico es traspasarle el coste de la crisis a los extranjeros: primero "los de dentro", después "los de fuera". Y las formas en las que puede traspasarse ese coste a los extranjeros son esencialmente dos: con proteccionismo económico (aranceles y cuotas sobre mercancías o personas) y con depreciaciones monetarias.

El proteccionismo, como su nombre indica, busca proteger a ciertos agentes económicos nacionales de la competencia exterior: se restringe la importación de ciertas mercancías o la entrada de ciertos trabajadores foráneos para que el consumidor interno no tenga más remedio que comprar a los ineficientes productores internos (quienes venderán bienes más caros o de peor calidad que los extranjeros). De este modo, el productor exterior ve caer la demanda de sus mercancías a cambio de que el productor interior reciba ingresos adicionales del consumidor interno maltratado: en suma, el agujero del productor interior se traspasa al productor extranjero y al consumidor nacional.

La depreciación monetaria es un mecanismo para encarecer todos los bienes y servicios extranjeros en términos de los bienes y servicios nacionales. Sus efectos son similares a los del proteccionismo: el consumidor nacional sustituye parte de sus (encarecidas) compras al exterior por compras interiores, de modo que el productor extranjero y el consumidor nacional terminan subvencionando el agujero del productor nacional ineficiente.

Huelga decir que si todos los estados recurren a políticas económicas de carácter nacionalista, al final nadie escapa de los costes de la crisis: "Si yo te lanzo mi basura y tú me lanzas tu basura, todos nadamos entre basura propia o ajena". Aun así, la tentación de acogerse a políticas nacionalistas cuando parece que los demás no van a hacerlo puede ser en ocasiones muy grande. Ese es justo el contexto en el que nos encontramos: el nacionalismo económico del que está haciendo gala Trump desde EEUU es de carácter proteccionista; el nacionalismo económico que está cobrando fuerza en Europa busca, en cambio, romper el euro y regresar a las divisas nacionales para poder depreciarlas a placer.

En España, a diferencia de lo que sucede en Italia o en Francia, la propuesta de trocear el euro cuenta con poco predicamento, en gran medida porque estamos creciendo a un ritmo más que notable: como la tarta se está expandiendo, ya no parece tan necesario robársela ni a los ricos (de ahí el estancamiento de Podemos) ni a los extranjeros (de ahí la inexistencia de una formación de extrema derecha). Sin embargo, la idea de que podríamos recuperarnos más rápidamente de lo que lo estamos haciendo si contáramos con la peseta y la depreciáramos con energía sí está bastante extendida entre ciertos sectores de la población. Y lo está en contra de lo que nos indica la historia.

España solo ha experimentado dos graves crisis económicas en los últimos 20 años: la que arranca en 1992 y la que arranca en 2009. La primera de ellas fue contrarrestada con cuatro devaluaciones de la peseta (entre 1992 y 1995) que redujeron su valor en torno a un 25% frente al marco alemán y frente al dólar estadounidense; la segunda la hemos enfrentado dentro del euro a través de ajustes presupuestarios y de correcciones de precios internos. Si de verdad la devaluación frente al exterior fuera un mecanismo mucho más eficaz para solventar las crisis económicas que la reestructuración en el interior, deberíamos presenciar un crecimiento del PIB y una reducción de la tasa de paro mucho más intensos con la devaluación que con el ajuste interno, pero eso no es en absoluto lo que nos ha sucedido.

En la crisis de los noventa, el PIB español toca fondo en el segundo trimestre de 1993 y 12 trimestres después (segundo trimestre de 1996), se había incrementado un 8,48% en términos reales. En la crisis actual, el PIB toca fondo en el tercer trimestre de 2013 y 12 trimestres más tarde (tercer trimestre de 2016, último dato disponible), el PIB se había incrementado un 8,58%.

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Pero acaso las diferencias más visibles tienen lugar en la evolución de la tasa de paro. En la crisis de los noventa, el desempleo alcanza su máximo en el primer trimestre de 1994, con una tasa del 24,55%, y 13 trimestres más tarde (segundo trimestre de 1997), se redujo hasta el 20,88%: esto es, cae un 15% desde máximos. En cambio, durante la crisis actual, la tasa de paro alcanza su máximo en el segundo trimestre de 2013, con un desempleo del 26,06%, y 13 trimestres después (tercer trimestre de 2016, último dato disponible) ya había descendido hasta el 18,91%, esto es, se había reducido en un 27,5%.

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Por consiguiente, la recuperación está siendo más acelerada -especialmente para el empleo- dentro del euro de lo que lo fue sin el euro y con devaluaciones múltiples. Y ello a pesar de que la crisis actual es sustancialmente más grave que la de los noventa, aunque solo sea por un contexto global mucho más turbulento. La añoranza de la soberanía monetaria que nos otorgaba la peseta para presuntamente impulsar el crecimiento no está en absoluto justificada. Y no lo está por tres razones fundamentales.

Primero, porque podemos recuperarnos tanto o más rápido sin necesidad de devaluar. Segundo, porque, al no devaluar, las pérdidas y los reajustes los concentran aquellas industrias que se habían vuelto no competitivas dentro de la economía mundial, lo que permite mejorar la eficiencia conjunta de nuestra economía. Y tercero, porque si todos los países recurrieran a la devaluación, la mayor parte de sus efectos estimulantes se anularían entre sí; en cambio, si esos mismos países mejoran su competitividad recoordinándose en un nuevo marco global de división del trabajola riqueza de todos ellos se incrementará.

La única ventaja real que sí podría haber tenido la peseta frente al euro es habernos ahorrado parte del controvertido proceso político dirigido a flexibilizar internamente la economía (como la reforma laboral) y a incrementar la credibilidad del Gobierno en los mercados financieros (como los recortes o aumentos de impuestos). Es decir, en la medida en que la devaluación habría abaratado desde un comienzo los precios internos y habría otorgado un cierto margen mayor de autofinanciación al Estado, quizá con la peseta no habríamos caído tanto entre 2009 y 2012. Pero fijémonos que, al final, solo estamos diciendo que devaluar la peseta puede ser una alternativa preferible cuando socialmente nos negamos a hacer las cosas bien: si optamos desde un comienzo por liberalizar la economía y por salvaguardar la solvencia del Estado, entonces la devaluación no es el mejor camino.

¿Qué tal si comenzamos a mentalizarnos de que cuantos menos cabezazos nos demos contra la realidad, tanto mejor para todos? El nacionalismo económico no es el camino: la mejora de nuestra competitividad en una economía abierta global, sí.

– España recupera el 60% de la competitividad perdida con Alemania por los despidos (El Confidencial – 12/1/17)

La noticia buena es que España ha recuperado el 60% de la competitividad perdida con Alemania desde el euro. La mala, que ha sido a costa de los salarios y los despidos

(Por Carlos Sánchez)

La factura ha sido muy elevada. Tanto en términos de recortes salariales como de despidos. Pero lo cierto es que España ha logrado recuperar al acabar el año 2016 buena parte de la competitividad perdida durante los años de expansión económica. Al menos, desde el punto de vista de los costes laborales unitarios (CLU), uno de los indicadores clave para evaluar la competitividad de una economía.

En concreto, y frente a Alemania, la distancia se ha reducido en 21,5 puntos porcentuales. O lo que es lo mismo, si en el primer trimestre de 2008, el punto álgido del anterior ciclo expansivo, los costes laborales unitarios españoles eran un 33,9% superiores a los de Alemania -el ancla sobre el que gira la zona euro-, en el tercer trimestre de 2016 esa distancia se había reducido hasta el 12,4%. El año base que se utiliza para hacer las comparaciones es 1999, cuando se lanzó la unión monetaria.

La cara amarga de este significativo avance en competitividad exterior son los despidos y los bajos salarios. Desde entonces, y según la Encuesta de Población Activa (EPA), España ha destruido casi 2,1 millones de puestos de trabajo y los salarios han perdido poder adquisitivo.

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Los costes laborales unitarios, como se sabe, se calculan como la ratio entre la remuneración por asalariado y la productividad del trabajo. Es decir, se trata de un indicador de competitividad que sirve para evaluar la capacidad de las empresas españolas para competir en los mercados internacionales. La productividad del trabajo, por su parte, se mide como el producto interior bruto (PIB) a precios constantes dividido entre el número total de personas empleadas utilizando las cuentas nacionales trimestrales publicadas por Eurostat.

Los datos proceden del Banco Central Europeo (BCE), y reflejan con nitidez cómo los duros ajustes han permitido a España ganar competitividad exterior. Tanto frente a la zona euro como respecto del resto de países de la UE que mantienen su propia moneda. Hasta el punto de que, desde el lanzamiento del euro, la competitividad en relación a los costes laborales unitarios es hoy superior a la de países como Francia y Bélgica. Alemania, por el contrario, sigue siendo un país extraordinariamente competitivo.

Solo Irlanda es más competitiva que el país de Angela Merkel, cuyos costes laborales han seguido comportándose de una forma muy moderada incluso durante los años de fuerte crecimiento. Ni siquiera el hecho de que Alemania tenga, en la práctica, pleno empleo (su tasa de paro es del 4,1%) parece afectar a la competitividad de las empresas germanas. No solo por la moderación salarial, sino, sobre todo, por los avances en productividad. En España, por el contrario, el PIB avanza por el empleo, pero no por la productividad, lo que hace muy vulnerable a la economía en función de la evolución del mercado laboral.

Grecia y la moneda única

Estonia es, con diferencia, el país que más competitividad ha perdido desde el nacimiento de la moneda única, aunque hay que destacar el caso de Grecia, que de ser uno de los países menos competitivos durante la década pasada, hoy está en mejores condiciones que España. En ambos casos, debido a los ajustes que se han producido tanto en salarios como en plantillas, lo que favorece la competitividad exterior de las empresas.

El último informe oficial sobre la competitividad de la economía española muestra que la tendencia continuó en 2016. Frente a los países de la eurozona, el indicador retrocedió un 0,7% interanual en el tercer trimestre de 2016, lo que significa que ya se han registrado 13 trimestres consecutivos en los que se mejora la competitividad frente a la zona euro. En concreto, desde el tercer trimestre de 2013. Este comportamiento, como sostiene Economía, se debió al descenso experimentado por los precios españoles frente a un incremento en media de los precios de los países de la zona euro.

Las malas noticias, sin embargo, comienzan a observarse desde el lado de la inflación. Como refleja el Observatorio de BBVA Research, el indicador adelantado de IPC señala que la inflación general se ha acelerado en ocho décimas, hasta el 1,5% interanual. Básicamente, por el aumento de los precios de la energía, y solo moderadamente por el empuje de la inflación subyacente (sin energía ni alimentos no elaborados). En todo caso, el diferencial de inflación favorable respecto a la zona del euro se ha moderado hasta los -0,1 puntos porcentuales, lo que significa 0,4 puntos menos que hace dos años. Es decir, esas ganancias de competitividad se van suavizando.

– El nuevo orden mundial (porque a la UE solo le queda año y medio de vida) (El Confidencial – 26/1/17)

Trump no pretende únicamente que los trabajos vuelvan a EEUU: quiere reconfigurar el mapa geopolítico y el económico, y la Unión Europea va a ser la gran perdedora

(Por Esteban Hernández)

El mapa geopolítico está reconfigurándose y las perspectivas no son buenas para Europa. La elección de Trump va mucho más allá de la simple intención de que los estadounidenses recuperen sus fábricas u obtengan mejores condiciones en los tratados de libre comercio. No es solo proteccionismo, sino parte de un cambio que puede ser radical.

Un elemento esencial tiene que ver con el nuevo papel de EEUU en el mundo. Es la gran potencia militar mundial, la que concentra las mayores y más importantes empresas financieras, las que tienen un peso decisivo en la energía, y las que están desarrollando las innovaciones más atrevidas en el entorno productivo. Las empresas fabriles estadounidenses, por importantes que resulten, ya no son, a causa de la competencia, tan decisivas como en el pasado. En contrapartida, muchas de las firmas norteamericanas ligadas a Silicon Valley, desde Amazon hasta Facebook, están convirtiéndose en los actores dominantes en el nuevo contexto económico, y algunas otras, como Uber o Airbnb, amenazan con hacerlo. La mayoría de ellas utilizan un modelo que les permite absorber sectores ya existentes, que tenían su propia ecología, concentrarlos y reconvertirlos al servicio de una empresa mediadora (desde las librerías y tiendas de discos o de informática hasta los taxis o los hoteles) que recoge casi todos los réditos. Eso supondrá, si la fórmula termina siendo exitosa, que el dominio económico de EEUU se va a potenciar de una nueva manera, más intensa que en el pasado.

Otra manera de extender la influencia estadounidense tiene que ver con el mapa político que está dibujándose, con quiénes van a ser sus aliados y cuál va a ser el grado de vinculación. Es evidente que Trump respaldará a Israel en Oriente Medio, que buscará otro tipo de relación, más cercana, con Rusia y que tratará de rebajar el papel de China. Mientras las élites occidentales han reaccionado a la presidencia de Trump asegurando que hay que ser prudentes, que hay personas de mucha experiencia y de gran conocimiento en su gabinete, y que probablemente tomará medidas económicamente inteligentes, las chinas han sido más beligerantes: el presidente fue el conferenciante estrella en Davos, donde defendió con uñas y dientes ese libre comercio que les ha convertido en ricos, y Jack Ma, el CEO de Alibaba, ha declarado que si a los trabajadores norteamericanos les va mal, es por culpa de su Gobierno, que se gasta el dinero en presupuesto militar.

Un clarísimo perdedor

En esa recomposición hay un pequeño perdedor, como es Japón, su tradicional aliado asiático, y un clarísimo perdedor, la Unión Europea. El Brexit es el primer paso hacia el declive de una Unión que Trump entiende que está supeditada a Alemania y que pretende debilitar. El que se espera sea el próximo embajador ante la UE, Ted Malloch, ha declarado que al euro le queda año y medio de vida; que 2017 será el de la celebración de elecciones decisivas, en el que los europeos van a decidir de modo democrático si quieren seguir o no en la UE, y que el final del camino resultará inevitable.

Por supuesto, que la moneda común desaparezca y la UE se rompa no será ningún problema para los países que se marchen porque ahí estará EEUU para respaldarles. Dicen que Trump está contra el libre comercio, pero quizás esté solo en contra de ese libre comercio que beneficia a países distintos del suyo. La apuesta ha quedado clara con el Reino Unido, al que ha ofrecido un tratado bilateral por la vía exprés si fuese necesario, y ese será el camino que utilice para reafirmar la posición de su país.

La fórmula para salir de la UE

El problema es que en esta recomposición del mapa europeo, es muy probable que se produzca. Como bien señalan Malloch y Trump, son fruto de tensiones internas, de una población que encuentra muchos motivos para la insatisfacción en esta aventura europea, y que ha ido acumulando descontento que ha dirigido, con bastante lógica, hacia los burócratas de Bruselas y hacia ese Banco Central Europeo que tan poco ha pensado en ellos. La mezcla de populismo de derechas, sectores empobrecidos y desconfianza en las instituciones es un desafío enormemente serio para la Unión, y posee bastantes bazas, no ya para generar dudas sino para salir triunfante. Trump lo sabe, porque esa es la fórmula que le ha llevado al poder y porque sus aliados han logrado sacar al Reino Unido de Europa, y por tanto confía en que esos escenarios ofrezcan los mismos frutos.

Para Europa, la actitud hostil estadounidense es un problema, pero haría mucho menos daño si el magnate no tuviera razón en el argumento de fondo: Europa está dividida, producto de las políticas de Bruselas y del BCE, que han empeorado el nivel de vida de buena parte de su población. Lo lógico hubiera sido, frente a este descontento, generar una respuesta a la altura del desafío. Pero no se hizo: se prefirió seguir unos dictados que beneficiaban a Alemania, y de paso a los inversores financieros, y que perjudicaban a pequeñas empresas y asalariados, urbanos y rurales.

El enemigo a las puertas

El último Foro de Davos fue una demostración más de esta particular ceguera, y ni siquiera ahora que el enemigo está a las puertas han amagado con poner en marcha otro tipo de políticas. Eso es arrojar Europa a los brazos de Trump y renunciar al legado europeo, ese que se asentó en el Estado de bienestar. Pero al mismo tiempo es echar al pozo de la historia todo aquello que Europa debería significar, desde el legado de la Ilustración hasta la defensa de los derechos humanos pasando por la idea de una sociedad donde la desigualdad no sea el núcleo estructural.

A la UE le pasa igual que al periodismo. Es cierto que los medios son cada vez más partidistas, ofrecen peor información y están políticamente mucho más controlados: les importan más los suyos que la realidad, de modo que cuando alguien como Trump les critica, encuentra muchas simpatías entre los ciudadanos. Pero lo que Trump pretende no es reformar los medios para que hagan mejor su trabajo, ese de confrontar al poder con los hechos, sino simplemente eliminar su mediación: así no habrá nadie que pueda difundir una realidad diferente de la que a él le agrada. Este es también el caso de la UE. Su expresión actual es deficiente, torpe y en ocasiones repelente, pero sus enemigos no tratan de mejorarla: quieren eliminar la modernidad social, material y redistributiva en la que en un momento llegó a basarse, y todas las ideas racionales, aplicadas o no, que la inspiraron. Es la hora de los presidentes carismáticos (y mejor si son millonarios) a los que expertos, especialistas, intelectuales y periodistas les sobran. Acabar con esta UE puede ser una buena idea para mucha gente, lo cual es lógico, pero quienes van tras ella son bastante peores. En fin, quizá las élites europeas, algunas de las cuales van a salir muy dañadas de este proceso, comiencen a darse cuenta antes de que las exilien en el Caribe.

Introducción al debate sobre el futuro del Euro

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Preámbulo – Examen de conciencia: el síndrome del ojo vago

– Economistas versus la economía (Project Syndicate – 23/12/16)

Londres.- Seamos honestos: nadie sabe qué está sucediendo en la economía mundial hoy. La recuperación del colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta. ¿Estamos en el sendero hacia una salud plena, o atrapados en un "estancamiento secular"? ¿La globalización está llegando o se está yendo?

Los responsables de las políticas no saben qué hacer. Accionan las palancas habituales (y no tan habituales) y no pasa nada. Se suponía que el alivio cuantitativo iba a llevar la inflación "nuevamente al objetivo". No fue así. Se suponía que la contracción fiscal iba a restablecer la confianza. No fue así. A comienzos de este mes, Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, ofreció un discurso titulado "El espectro del monetarismo". Por supuesto, ¡se suponía que el monetarismo iba a salvarnos del espectro del keynesianismo!

Prácticamente sin herramientas macroeconómicas utilizables, la postura por omisión es la "reforma estructural". Pero nadie se pone de acuerdo en lo que esto conlleva. Mientras tanto, líderes alocados agitan a los votantes descontentos. Las economías, parece ser, han logrado zafar del control de quienes supuestamente tenían que administrarlas, y la política está en una persecución implacable.

Antes de 2008, los expertos pensaban que tenían las cosas bajo control. Sí, había una burbuja en el mercado inmobiliario, pero no era peor, según dijo en 2005 la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, que "un bache bastante grande en el camino".

¿Por qué, entonces, no vieron la tormenta? Esta es exactamente la pregunta que la reina Isabel de Gran Bretaña le formuló a un grupo de economistas en 2008. La mayoría de ellos se retorcieron las manos. Fue "un fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante", explicaron.

Pero algunos economistas se inclinaron por un veredicto discordante -y mucho más condenatorio-, que se centraba en la manera deficiente en que se enseña la economía. A la mayoría de los estudiantes de economía no se les exige estudiar psicología, filosofía, historia o política. Se les sirven en bandeja modelos de la economía, basados en presunciones irreales, y se pone a prueba su competencia en la solución de ecuaciones matemáticas. Nunca se les ofrecen las herramientas mentales para entender el panorama completo.

Esto nos retrotrae a John Stuart Mill, el gran economista y filósofo del siglo XIX, que creía que nadie puede ser un buen economista si es simplemente un economista. Sin duda, la mayoría de las disciplinas académicas se han vuelto sumamente especializadas desde los tiempos de Mill; y, desde el colapso de la teología, ningún campo de estudio se ha propuesto entender la condición humana en su totalidad. Pero ninguna rama de la investigación humana se ha aislado tanto del todo -y de las otras ciencias sociales– como la economía.

Esto no se debe a su tema de discusión. Por el contrario, el tema de ganarse la vida sigue ocupando la mayor parte de nuestras vidas y pensamientos. La economía -cómo funcionan los mercados, por qué a veces colapsan, cómo estimar los costos de un proyecto de manera apropiada- debería ser de interés para la mayoría de la gente. Por cierto, el campo rechaza a todos excepto a los conocedores de modelos formales imaginativos.

Esto no es porque la economía valore el argumento lógico, que es una revisión esencial de un razonamiento defectuoso. El verdadero problema es que está disociada del entendimiento común de cómo funcionan, o deberían funcionar, las cosas. Los economistas dicen hacer preciso lo que es vago y están convencidos de que la economía es superior a todas las otras disciplinas, porque la objetividad del dinero le permite medir las fuerzas históricas de manera exacta y no aproximada.

Como era de esperar, la imagen favorita que tienen los economistas de la economía es la de una máquina. El renombrado economista norteamericano Irving Fisher en verdad creó una máquina hidráulica elaborada con bombas y palancas, que le permitió demostrar visualmente de qué manera los precios de equilibrio en el mercado se ajustan en respuesta a los cambios en la oferta o la demanda.

Si uno cree que las economías son como máquinas, probablemente vea los problemas económicos como problemas esencialmente matemáticos. El estado eficiente de la economía, el equilibrio general, es una solución a un sistema de ecuaciones simultáneas. Las desviaciones del equilibrio son "fricciones", simples "baches en el camino"; al impedirlas, los desenlaces son predeterminados y óptimos. Desafortunadamente las fricciones que alteran el funcionamiento regular de la máquina son seres humanos. Se puede entender por qué los economistas formados de esta manera se sintieron atraídos por modelos financieros que implicaban que los bancos prácticamente habían eliminado el riesgo.

Los buenos economistas siempre han entendido que este método tiene limitaciones importantes. Utilizan su disciplina como una suerte de higiene mental para protegerse de los errores más crasos del pensamiento. John Maynard Keynes advirtió a sus alumnos que no debían intentar "precisar todo". No existe un modelo formal en su gran libro La teoría general del empleo, el interés y le dinero. Optó por dejarles la formalización matemática a otros, porque quería que sus lectores (economistas como él, no el público general) captaran la "intuición" de lo que estaba diciendo.

Joseph Schumpeter y Friedrich Hayek, los dos economistas austríacos más famosos del siglo pasado, también atacaron la visión de la economía como una máquina. Schumpeter sostenía que una economía capitalista se desarrolla mediante una destrucción incesante de las viejas relaciones. Para Hayek, la magia del mercado no es que destruye un sistema de equilibrio general, sino que coordina los planes disparatados de infinidad de individuos en un mundo de conocimiento disperso.

Lo que une a los grandes economistas, y a muchos otros buenos economistas, es una educación y una perspectiva amplias. Eso les da acceso a muchas maneras diferentes de entender la economía. Los gigantes de generaciones anteriores sabían muchas cosas además de economía. Keynes se graduó en matemáticas, pero estaba empapado de los clásicos (y estudió economía menos de un año antes de empezar a enseñarla). Schumpeter obtuvo su doctorado en leyes; el de Hayek fue en leyes y ciencias políticas, y también estudió filosofía, psicología y anatomía cerebral.

Los economistas profesionales de hoy, por el contrario, no han estudiado casi nada excepto economía. Ni siquiera leen los clásicos de su propia disciplina. La historia económica llega -si es que llega- de conjuntos de datos. La filosofía, que podría instruirlos sobre los límites del método económico, es un libro cerrado. Las matemáticas, demandantes y seductoras, han monopolizado sus horizontes mentales. Los economistas son los idiotas sabios de nuestro tiempo.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

"Eurocumpleaños"

Cuando sólo era un recién nacido, estuvo débil. Luego disfrutó de unos primeros años de infancia relativamente felices. Pero en cuanto vislumbró la adolescencia, los problemas se multiplicaron. Y ahora cumple 15 años con una crisis existencial cuya resolución determinará hasta qué punto estará preparado para alcanzar la mayoría de edad en plenas facultades.

El club del euro está formado por siete países más que cuando nació oficialmente en 1999, aunque no fue hasta 2002 cuando llegó al bolsillo de los ciudadanos. Visto así, aquella aventura monetaria, posiblemente la mayor de la historia, es un éxito. Ya actúa como cordón umbilical de 18 de los 27 países de la Unión Europea (cuando el Reino Unido complete el "brexit"), y de más de 330 millones de europeos. Pero esa visión resulta demasiado simplista. Porque el euro no lo ha tenido fácil. Fiel metáfora de lo que ha sido la trayectoria de la integración europea, el euro es, más que una historia de éxito, el relato de un ejercicio de supervivenciaFue así desde antes de su nacimiento.

Siguiendo a Pedro Calvo en su relato histórico (El Confidencial – 4/1/14), tendríamos:

Entre 1992 y 1994, con el no danés al Tratado de Maastricht y la posterior crisis de la libra, el proyecto de lanzamiento del euro estuvo a punto de descarrilar. Sólo la flexibilidad de los dirigentes europeos -en las condiciones exigidas a las fluctuaciones de las monedas y en los plazos- permitió que Europa siguiera adelante con el experimento. Su bautizo llegó poco después, en 1995, en suelo español, porque fue en un Consejo celebrado en Madrid cuando se decidió su nombre: euro. Y en enero de 1999 se produjo su lanzamiento oficial en los mercados. Lo hizo con cambio de 1,166 dólares por euro.

Pero ni por esas se salvó de las dudas. Sus primeros pasos estuvieron cargados de incertidumbre. ¿Verdaderamente llegaría al bolsillo de los ciudadanos o saltaría antes por los aires? Esas sospechas provocaron que se depreciara hasta los 0,827 dólares -aún hoy representa su mínimo histórico- en octubre de 2000. Es más, el primer presidente del Banco Central Europeo (BCE), el holandés Wim Duisenberg, debió salir en defensa del euro en varias ocasiones. En unos casos, verbalmente, y en otros, con hechos, puesto que intervino directamente en el mercado en el año 2000 para frenar la caída de la divisa y transmitir el mensaje de que las autoridades estaban realmente comprometidas con la nueva divisa. 

También se sobrepuso a ese manto de desconfianza. Sobre todo, porque en 2002 ya dejó de estar confinado sólo a la actividad financiera y contable y entró en circulación. Ya era un hecho. Los ciudadanos de 12 países europeos lo usaban para comprar leche, pan, aceite y lo que quisieran. Un alemán ya no tenía que cambiar moneda para venir a España ni un español para ir a Alemania. Y lo mismo con los franceses, italianos o belgas. 

A partir de ese momento, vivió sus años más plácidos. Los inversores y los agentes económicos internacionales se convencieron de que aquello iba de verdad, de que el euro era una realidad. Y comenzaron a emplearlo de forma creciente en sus transacciones, con lo que se convirtió rápidamente en la segunda moneda de referencia mundial, sólo por detrás del dólar. 

Ese cambio de sentimiento, combinado con unos tipos de interés más alto en la Eurozona que en Estados Unidos, mutó las caídas iniciales por una rápida apreciación de la divisa europea. El euro cerró con subidas contra el dólar en cinco de los seis años que transcurrieron entre 2002 y 2007, ejercicio que terminó ya por encima de los 1,45 dólares. 

Es decir, esa escalada no se detuvo ni durante los primeros compases de la crisis actual. Es más, en julio de 2008, y tras una polémica subida de los tipos de interés por parte de un BCE capitaneado entonces por el francés Jean-Claude Trichet, traspasó por primera -y hasta la fecha, única- vez la frontera de los 1,60 dólares.  

Pero de nuevo fue un espejismo. Los supuestos años buenos del euro escondieron, en realidad, la semilla de los problemas que iban a florecer tras el colapso financiero provocado por la quiebra de Lehman Brothers y posteriormente durante la "Gran Recesión". La Europa del euro, surgida con el nombre oficial y la vocación de ser una Unión Económica y Monetaria (UEM), comenzó a resquebrajarse desde finales de 2009 y ya de forma definitiva a partir de 2010. 

Y lo hizo por donde muchos temían. Por las diferencias económicas y financieras aún vigentes, pese a años de supuesta convergencia, entre el núcleo y la periferia. Los bajos tipos de interés -tanto nominales como reales- vigentes entre 2003 y 2006 hipertrofiaron los sectores bancarios y cebaron la bomba del crédito y el endeudamiento privado principalmente en los países periféricos, unos problemas agravados posteriormente cuando los Estados acudieron al auxilio y engordaron los déficits públicos. 

Las grietas se abrieron definitivamente cuando Grecia solicitó su primer rescate en la primavera de 2010. "A escala del euro, el asunto griego era de pequeñas dimensiones. Sin embargo, iba a revelar con crudeza el carácter inconcluso de la construcción monetaria europea y la magnitud de los acuerdos sobre el modo de completarla", relata el economista Jean Pisani-Ferry en su libro "El despertar de los demonios. La crisis del euro y cómo salir de ella". La simple secuencia cronológica de los rescates que sucedieron a ese primero de Grecia constata la realidad de esa afirmación: Irlanda lo pidió en noviembre de 2011; el segundo rescate de Grecia, en febrero de 2012; Portugal, en abril de 2012; España, un rescate ceñido al sector financiero en junio de 2012; y Chipre en marzo de 2013. 

Este "efecto dominó", con una caída continua de piezas, puso al euro contra las cuerdas. Como un balón a punto de estallar, las costuras de la "moneda única" se estaban desatando por momentos. La situación llegó a ser casi insoportable para los países periféricos. Más que nada, porque quebrantó uno de los principios fundamentales de la UEM: la unión financiera o que un euro estuviera tan seguro en un "europaís" como en otro y que no hubiera divergencias en los costes de financiación entre "europaíses". 

"En la Zona del Euro, la crisis ha supuesto un retroceso importante de la integración en aquellos mercados financieros en los que había alcanzado un grado mayor, como los de financiación mayorista (principalmente el monetario y el de deuda pública y bancaria). Este proceso ha recibido el nombre de fragmentación financiera o renacionalización, dado que ha producido una mayor compartimentación de los mercados financieros según las líneas fronterizas de los Estados miembros", repasaba el Banco de España en su boletín económico. Y añade: "Como resultado de ello las condiciones financieras nacionales han sido divergentes. Esta fragmentación vino alimentada por las propias carencias en el diseño institucional de la unión monetaria, hoy en fase de superación". 

Si se está superando se debe, fundamentalmente, la histórica intervención del presidente del BCE, el italiano Mario Draghi, durante el verano de 2012. Primero, en julio, cuando se comprometió a "hacer lo que sea necesario" para salvar el euro; y segundo, dos meses después, cuando lanzó un programa de compras de deuda pública (que responde a las siglas OMT), que desde entonces ha actuado de muro de contención de las presiones. 

En efecto, pese a que en 2013 la Eurozona todavía afrontó el rescate de Chipre, las dudas sobre la viabilidad del euro han pasado a un segundo plano. Los avances en la integración fiscal, con la firma de una "regla de oro" para mantener una mayor disciplina presupuestaria, o en la unión bancaria, han contribuido igualmente a templar los ánimos.

Pero haber superado una situación tan difícil no implica que se haya obtenido la victoria definitiva. La complejidad continúa, y hace falta más para que la UEM sea realmente una Unión. Más progresos fiscales y financieros; también, definir mejor el papel de prestamista de última instancia del BCE, menos equipado que otros bancos centrales -como la Reserva Federal estadounidense o el Banco de Inglaterra- para responder a las crisis; y, por supuesto, mayor cohesión política y fiscal. 

– "Ficciones", "fricciones" y "baches en el camino"

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Un rastreo por la hemeroteca de cabotaje (2014-2016)

"Hong Kong, Singapur, Australia, Suiza, Nueva Zelanda y Canadá. Según la última edición del Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y The Wall Street Journal, estos seis países son los más libres del planeta, los únicos con más de 80 puntos en el informe. Y su renta per cápita media alcanza los 45.404 dólares"… El mapa que explica buena parte de la crisis del euro (Libertad Digital – 18/1/14)

Enfrente, Corea del Norte, Cuba, Venezuela o Irán están en la lista de 26 economías que no alcanzan ni siquiera los 50 puntos en este ranking. Para ellos, el ILE reserva la última categoría de su escala: libre (de 80 a 100 puntos), mayormente libre (de 70 a 80), moderadamente libre (de 60 a 70), mayormente controlada (de 50 a 60) y reprimida (de 0 a 50). Pues bien, el PIB per cápita en estos 26 estados apenas alcanza los 6.231 dólares. O lo que es lo mismo, los países más libres son 7 veces más ricos que los muy intervencionistas.

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No sólo eso. Los autores han dividido las economías en cuatro grandes grupos, en función de cuánto han mejorado sus notas desde la primera edición del índice en 1995. De nuevo, se cumple la relación libertad-prosperidad. Aquellos países en el primer cuartil de mejora han experimentado un crecimiento medio anual cercano al 3,5%; al mismo tiempo, aquellos que peor lo han hecho en estas dos décadas para el ILE apenas han crecido al 1,5% al año. Parece claro, con todos estos datos en la mano, que aquellos gobiernos que quieran que sus países prosperen tienen una solución relativamente sencilla: liberalizar sus economías.

De los 177 países analizados, 124 tienen una nota superior que hace veinte años (o lo que es lo mismo, son más libres desde el punto de vista económico), mientras que 42 estados han perdido puntos y Eritrea se mantiene exactamente en el mismo punto. En estas dos décadas, la nota media global ha pasado de 57,6 puntos a 60,2 puntos (por poco, pero la economía mundial ha entrado en la categoría de "moderadamente libre").

Dentro de este panorama general, Europa no es un caso especial. La mayoría de los países del Viejo Continente han mejorado sus calificaciones desde 1995. Es más, como puede verse en la imagen inferior, hasta 18 estados alcanzan en esta edición de 2014 la mejor nota de su historia. Sin embargo, cinco países aparecen en rojo. O lo que es lo mismo, con menos puntos este año que hace dos décadas. Son Grecia, Reino Unido, Francia, Italia y Chipre. Y si ampliamos un poco la lista y cogemos al siguiente por la cola aparece Portugal. El país luso no aparece en rojo porque desde 1995 ha subido un poco en la puntuación del ILE, pero es, dentro de los europeos en positivo, el que menos ha mejorado. Al final, tenemos a los PIGS casi al completo (España es la excepción) junto a Chipre (otro rescatado), Francia y el Reino Unido.

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Habrá quien piense que es una mera coincidencia. Pero de los seis países rescatados o semi-rescatados en esta crisis (Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre, Italia y España) cuatro aparecen en la lista regional de los que peor lo han hecho en cuanto a libertad económica. Y junto a ellos está Francia, el enfermo crónico del continente, que pierde protagonismo en la economía mundial a cada año que pasa. También en Europa se cumple el axioma: más libertad económica, mejor desempeño económico. Es complicado encontrar una imagen que explique mejor la crisis de la Eurozona y la preocupación por los países mediterráneos periféricos.

¿Y qué pasa con España o Irlanda? Pues depende del color del cristal con que se mire. Nuestro país ha mejorado 4,4 puntos desde 1996 y ocupa puesto 82 de 177 países en el ranking que mide el cambio en las notas. Eso sí, como explicábamos este martes, ha perdido muchas posiciones en los últimos años y sigue muy lejos de los mejores del continente. Vamos, que seguimos en el vagón de cola en lo que a libertad económica se refiere, especialmente en mercado laboral.

Mientras, Irlanda es el único país con una economía abierta que también necesitó un rescate. Esta situación se produjo tras la caída de su banca y la decisión de su Gobierno de avalar su deuda. Eso sí, también es cierto que ha sido el país que más rápido ha salido del pozo y que su desplome se debió a un problema puntual (la decisión del Gobierno de respaldar las deudas de sus entidades financieras) y no a un desequilibrio fundamental en su economía. De hecho, su rápida recuperación y sus buenas cifras de actividad demuestran que su aparato productivo sigue siendo tan competitivo como antes de esa fatídica decisión.

edu.redILE 2014

Mapa ILE Europa: en verde, los países que alcanzan su máximo en 2014; en rojo los países que han perdido nota desde el año 1995; sin marcar, el resto.

En la lista de los rezagados de la clase, los que lo han hecho mal en estos veinte años según el ILE, aparecen dos invitados inesperados: Reino Unido (UK) y EEUU. Los dos países anglosajones ocupaban el tercer y cuarto puesto de la lista en 1995, sólo por detrás de Hong Kong y Singapur. Ahora hay que buscarlos fuera del top-ten: puesto 12 para los americanos y 14 para los británicos.

De hecho, la columna de opinión más leída del día en el WSJ, el periódico que respalda este índice, llama precisamente la atención sobre el hecho de que su país, el paraíso del capitalismo, ya no está entre los 10 más libres del planeta. Uno de los directivos de la Fundación Heritage se pregunta si no será ésta la causa de su declive. Sólo en flexibilidad laboral mantiene su liderazgo la primera economía del mundo. Y peor aún le va al Reino Unido. En 1995, tras la revolución "thatcheriana", era la tercera economía más libre del mundo con 77,9 puntos. Hoy no llega a los 75 puntos.

Evidentemente, la caída de EEUU o UK es muy relativa. Ambos siguen estando entre los 15 primeros. Es decir, permanecen entre los países menos intervencionistas del mundo. Pero cuando alguien se pregunte por qué sus economías, aunque poderosas, ya no muestran la pujanza de antaño, quizás deba echar un pequeño vistazo a este índice.

De entre los países ricos occidentales, los que más han liberalizado sus economías son: Suecia (11,7 puntos más que en 1995), Canadá (10,8), Finlandia (9,7) y Dinamarca (8,8). Éste último, por ejemplo, alcanza por poco el top-ten. Es decir, supera en libertad económica a EEUU o Reino Unido. Y los cuatro estados comparten dos características: en todos ellos hace mucho frío y están superando relativamente bien la crisis que azota a las economías occidentales desde hace seis años.

– "La crisis es de deuda, no del euro" (El País – 4/5/14)

(Por Lluís Pellicer)

Confiesa que no es un buen estratega en la negociación cotidiana. "No suelo regatear". Pero eso no quita que Reinhard Selten sea un experto en la teoría de los juegos, por la que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994, junto con los estadounidenses John Harsanyi y John Nash. Selten nació en 1930 en la entonces ciudad alemana de Breslau, rebautizada como Wroclaw desde que, después de la Segunda Guerra Mundial, pasó a ser administrada por Polonia. Hoy profesor emérito de la Universidad de Bonn, Selten acaba de visitar Barcelona, donde ha sido investido miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras en el Palau Macaya.

Pregunta. Han pasado 20 años desde que ganara el Premio Nobel. ¿Cómo ha evolucionado la teoría de los juegos desde entonces?

Respuesta. Deje que le resuma brevemente cómo evolucionó hasta hace 20 años. En los años cuarenta, la teoría de los juegos tomó cuerpo con el libro de Neumann y Morgenstern. Ellos pensaban que esa teoría debía permitir la cooperación fuera de las reglas del juego. Se equivocaban en eso. Nosotros quisimos analizar todo lo que sucede en los juegos extensivos: cada paso importante que los jugadores puedan dar podría mover la estructura del juego, por lo que este debe ser analizado desde la teoría no cooperativa. Yo había creado herramientas para el equilibrio perfecto en subjuegos y para los casos de información incompleta.

P. Desde entonces, ¿ha comprobado si las empresas y los Gobiernos aplican esa teoría?

R. Hasta cierto punto sí. Las empresas lo dan a entender, pero, por supuesto, no quieren que otras compañías competidoras sepan demasiado sobre ello. Y además, muchas cosas se guardan en secreto. No se ha publicado demasiado acerca de ello. Por cierto, la teoría también puede ser aplicada en el terreno militar.

P. De hecho, trató de aplicar la teoría a los conflictos internacionales. ¿Qué resultados obtuvo?

R. Puede servir de guía para la construcción de modelos simples de conflictos internacionales. Se pueden obtener, por ejemplo, entre 10 y 20 escenarios posibles, que son modelos simples de las cosas que pueden pasar. Por supuesto, no podemos predecir lo que ocurrirá siempre de forma correcta, pero eso no significa que esos escenarios no sean útiles, puesto que permiten evitar los mayores errores. Un análisis de la situación siempre es importante, incluso cuando inmediatamente no se aprecia por qué lo es. Y aunque los escenarios sean sencillos, siempre se necesita formación para entenderlos y analizarlos.

P. ¿Sirve la teoría del juego para analizar el conflicto entre países del norte y del sur de Europa por las políticas fiscales marcadas por la Unión Europea?

R. Sí, aunque ese análisis no es muy diferente del sentido común. Lo cierto es que no hice un esfuerzo para hacer ese análisis de forma completa. Si conoces la teoría de los juegos, consigues algunas indicaciones más fácilmente. Pero ese conflicto es también un problema de política económica, y es ahí donde también hay que buscar respuestas. La teoría de los juegos es un método, como lo es también la estadística. Y todo no se puede predecir con la estadística. Por eso, para mí la teoría de los juegos debe combinarse con un amplio conjunto de conocimientos.

P. Pero si llevamos eso a la práctica, por ejemplo, los países del Norte han tenido unas prioridades, como el equilibrio presupuestario, y los del Sur otras, como el crecimiento o el empleo. ¿Cómo se salva esa diferencia?

R. En esos conflictos o controversias partimos de que a veces hay juicios erróneos en ambos bandos. Yo siempre recuerdo una cosa: Alemania fue criticada por gastar demasiado para inversión y por exportar en lugar de consumir más. En ese caso, la crítica era totalmente equivocada, porque si nos fijamos en lo que ocurrió, Alemania aumentó sus exportaciones durante muchos años. ¿Qué ocurrió en otros países europeos? Que aumentaron sus exportaciones a Alemania, porque la mayoría de sus importaciones desde entonces procedían de fabricantes de productos industriales. Ni agrícolas ni otros. Así que si Alemania aumenta sus exportaciones, también está incrementando las exportaciones del resto de países europeos. Y eso podemos verlo claramente en las estadísticas. Así que decirle a Alemania que debilite su maquinaria exportadora supone mermar las oportunidades para la propia exportación. Eso no es muy perspicaz.

P. Por contra, Alemania insistía en la austeridad.

R. Sí, pero ahora han llegado a la conclusión política de que las medidas de austeridad eran demasiado fuertes. Estoy de acuerdo en ello.

P. ¿Ese fue el error?

R. Debíamos ser menos estrictos con esas medidas porque en España estamos ahogando a la industria. Por supuesto, hay otros caminos y herramientas para emplear. Por ejemplo, deben inducir a los bancos comerciales a dar más crédito a sus clientes productivos. Los intereses ya son lo suficientemente bajos. Y hay otras medidas a las que tradicionalmente se ha recurrido. El Banco Central Europeo debería dar poder a sus sucursales, a los bancos centrales nacionales, para que controlen directamente los comportamientos de seguridad de la banca comercial.

P. Este otoño se pone en marcha la unión bancaria. ¿Qué le parece?

R. Puede no ser suficiente. Es un paso, pero, por lo que sé, la institución no tendrá suficientes recursos para responder a crisis graves. Y eso implica que no se elimina por completo la necesidad de que en un momento dado deba intervenir el Estado y rescatar a los grandes bancos. Ahora se están creando las normas de la unión bancaria, y ese proceso no debe detenerse ahí, sino que debe continuar.

P. ¿Aprecia riesgo de deflación?

R. No tenemos riesgo de deflación, pero tampoco de inflación. Mucha gente está preocupada por la inflación, pero ahora hay bajos tipos de interés. Es difícil. Al menos, yo no veo ningún peligro por la inflación.

P. ¿Qué recomienda a España para dejar atrás la crisis?

R. Recomiendo que los Estados, individualmente, deben batallar con su deuda. En realidad pasamos por una crisis de deuda. No es una crisis del euro. El euro no sufre ninguna crisis.

P. ¿Pero de deuda pública o privada?

R. Ambas. La deuda pública es tal que se trata de esconder mediante recortes presupuestarios. Pero no es la única vía para hacerlo. Estamos en una unión monetaria, pero eso no significa que las entradas y salidas de capital deban ser incontroladas. Los controles por parte de los Estados individuales son posibles. Y aunque es complicado hacerlo por un periodo de tiempo muy largo, sí se puede hacer para evitar graves consecuencias.

– La burbuja del euro explotará si no se detiene (El Economista – 2/6/14)

(Por Matthew Lynn)

En Francia, el país que creó la Unión Europea y el euro, los votantes han respaldado a un partido que se propone acabar con todo ello. En Gran Bretaña, otro partido entregado a salir de la UE fue el primero en las urnas y se ha convertido en una fuerza política de masas. En España aparecen nuevos partidos anti-austeridad y Alemania ha instalado en el cargo a sus primeros políticos opuestos a la moneda única. Por todo el continente, los políticos que hacen campaña contra la mayor integración necesaria para que el euro funcione han obtenido grandes victorias.

A medio plazo, la zona euro se ha vuelto ingobernable. Pero hay un dato curioso: a los mercados por lo visto les da igual. Las acciones han subido, los bonos apenas se han movido y los rendimientos se sitúan en niveles mínimos históricos. Por supuesto, los mercados podrían tener razón en el sentido de que las elecciones no son más que un ruido de fondo, sin importancia a largo plazo pero lo más plausible es que esto sea una burbuja.

Si la definición del mercado que sufre de exuberancia irracional es aquél que cierra los oídos a las malas noticias y sólo cree en lo que quiere creer, los mercados de la Eurozona han llegado a ese punto. La UE y el euro podrían estar condenados aunque, paradójicamente, por el momento hay una fiebre de compras. Esta burbuja, como todas las demás, podría durar algún tiempo.

Catástrofe para la moneda única

Los resultados de las elecciones europeas del fin de semana sólo se pueden interpretar como una catástrofe para la moneda única. Fueron los políticos franceses los que originalmente diseñaron la UE y su presidente Mitterrand quien abogó por el euro. Ahora, ese mismo país ha votado al Frente Nacional de Marine Le Pen, que ha prometido restaurar el franco.  

Gran Bretaña ha votado al Partido de la Independencia del Reino Unido, la primera agrupación nueva que lidera unos comicios nacionales desde hace más de un siglo. Los partidos anti-UE han triunfado en las urnas griegas y en Dinamarca.

En Alemania, el escéptico Alternativa por Alemania ha salido elegido por primera vez, en un primer paso hacia otorgar respetabilidad a la oposición del euro en el país. En España, hasta ahora inmune al populismo anti-UE, los partidos opuestos a la austeridad que exige la membresía del euro han logrado importantes victorias. Los partidos establecidos han visto cómo su porcentaje de votos caía del 81% al 49%. Alemania y España están en la situación de Gran Bretaña y Francia hace una década: comienzan el recorrido hacia la victoria en las urnas de los partidos anti-UE.

El parlamento europeo podrá tener poca influencia pero los votos todavía cuentan porque para sobrevivir a medio plazo, la Eurozona necesita más integración. Hace falta una unión bancaria completa para que se pueda rescatar a las entidades financieras que lo necesiten y el sistema no se desmorone. También es necesaria una política fiscal común para que el gasto tributario pueda nivelar los altibajos entre las regiones y países (en lugar de que un país como Alemania prospere mientras otros como Italia siguen anclados en una recesión permanente). En resumidas cuentas, la moneda única necesita un gobierno único que la apoye. La Eurozona debe ponerse manos a la obra enseguida.

Pero no lo hará. Los partidos anti-UE no han obtenido mayoría absoluta en el parlamento ni tienen demasiado poder y los gobiernos nacionales pueden seguir avanzando hacia la integración si quieren pero, en una democracia, el electorado importa. ¿Cuántos políticos querrán presentar a sus ciudadanos un plan de unión bancaria cocinado en Bruselas? Para eso que dimitan y se pongan a buscar trabajo. Se ahorrarían la molestia de que les echen en las urnas. Cualquier medida importante hacia la integración requerirá cambios de tratados que deben ratificarse en referendo en casi todo el continente. Y no se aprobará ninguno, ni ahora ni en un futuro próximo.

La Eurozona no se integrará más y sin más integración, no puede sobrevivir. Se anquilosará en una depresión constante hasta que los países se cansen del crecimiento cero y el desempleo masivo, y empiecen a separarse. Fin de la historia. Los mercados parecen pintar otro cuadro. Las acciones europeas subieron el lunes por la mañana según se iban conociendo los resultados. El mercado italiano creció más del 2,5% por el alivio de que al cómico convertido en político Beppe Grillo no le haya ido mejor. Y se ha duplicado desde las profundidades de la crisis del euro. El DAX ascendió a su máximo histórico, al igual que el CAC-40 francés. Los mercados de bonos europeos han sido aún más fuertes. España, casi en la quiebra hace tres años, puede pedir prestado casi tan barato como EEUU. El rendimiento de un bono griego a diez años bajó al 6,5%. En 2012 superaba el 30%.

Una locura. Cualquiera que compre el CAC-40 se introduce en un mercado donde el partido más popular promete un cambio caótico de moneda, junto a una muralla proteccionista de barreras arancelarias. Lo que ocurra con las acciones de Airbus o L'Oreal mejor ni pensarlo. El que compre bonos griegos está apostando por un país con deudas crecientes, todavía en recesión y que acaba de votar a la extrema izquierda y la extrema derecha, deshaciéndose de los moderados. Más nos valdría llevarnos el dinero al casino (y de paso nos divertimos un rato).

Una burbuja es un mercado que ha dejado de mirar los hechos y sólo se escucha a sí mismo. Si el mercado actuase con racionalidad, se fijaría en los resultados electorales, admitiría que implican que el euro tiene problemas a medio plazo y empezaría a revalorar las acciones y los bonos en consecuencia. No es lo que está ocurriendo. Al contrario, los activos de la zona euro se han vuelto una burbuja autopropulsada, con una ola de dinero global y la especulación cada vez más frenética de que el Banco Central Europeo desatará su propia versión de la flexibilización cuantitativa el mes que viene. Lo que hemos aprendido de las burbujas en las dos últimas décadas es que pueden durar mucho tiempo. A ésta especialmente le queda mucha vida aunque, como todas las demás, un día explotará. Si los resultados electorales no han parado la estampida hacia los activos de la zona euro, nada lo hará (al menos en los próximos años). Paradójicamente, todavía se puede ganar mucho dinero en Europa, aunque sólo los inversores lo bastante inteligentes como para marcharse a tiempo.

(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)

El futuro económico de Europa (Jesús Fernández Villaverde – Conferencia ICADE – 4/6/14)

¿Qué explicaciones existen sobre esto?

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Las principales son las que figuran en el cuadro anexo.

El agotamiento del proyecto europeo. Creo que nos hemos metido en un proyecto de la Unión Europea que quizás tenía sentido cuando estábamos hablando de siete países europeos con el Tratado original de Roma; no tiene mucho sentido tal como está diseñada ahora Europa, con veintitantos miembros.

La crisis del euro. Lo único que quería decir aquí es que lo que he estado contando no es la crisis del euro, lo que he estado narrando es algo mucho más profundo; la crisis del euro es simplemente el epifenómeno de algo mucho más grave, que subyace a todos los problemas que hemos tenido.

Particularmente, creo que uno de los principales problemas que tenemos es que Europa ha sido capturada por los grupos de presión y por una serie de rigideces de política económica. Un ejemplo perfecto de esto son los taxistas de París: ahora hay una nueva App para el iPhone, quizás alguno la utilice, que se llama Uber, que te permite llamar a un coche y entonces te sientas en él. Los taxistas de Paris han hecho una gran manifestación, han bloqueado Paris por tres días y han intentado que Francia prohíba esta aplicación. Entonces es simplemente la protección de un grupo de presión, no les apetece perder trabajo y que se dedica a bloquear el país. Otros grupos de presión son más sofisticados, llaman a Moncloa y dicen, oye, mira, que necesitamos que en el siguiente Boletín Oficial del Estado ocurra esto, y como son más importantes lo solucionan sin tener que salir a la calle, que siempre queda muy feo.

Europa en estos momentos está completamente dominada por unos grupos de presión que impide el crecimiento económico. Y, ¿cómo se resuelve esto? Particularmente con decisión o, como decía "the Iron Lady", no sé si recuerdan, "this lady is not for turning". Hay que hacerlo sí o sí. Cuando tú tienes unos grupos de presión, como ocurre en estos momentos en Europa continental, que han tomado completamente el control de la sociedad, hay que luchar contra ellos.

El último motivo que quería resaltar es la reorganización de la economía mundial. Se ha transformado la economía mundial de una manera fundamental. Ahora la innovación, las cosas nuevas, la organización de las cadenas de valor añadido mundial, están en muy buena medida en Asia y los europeos no nos hemos dado cuenta, y no nos hemos dado cuenta de verdad. No, no estoy diciendo que pongamos la tele de repente y digamos, ay, los chinos, fenomenal, los coreanos… No, de verdad, interiorizarnos de que la economía mundial se ha reorganizado y que hay que competir en una situación mundial muy diferente.

Europa está en una encrucijada muy grande. Me sorprende que la gente no haya terminado de entender esto y ese es el único motivo por el que tenemos partidos extremistas, porque el europeo medio no entiende lo de la productividad total de los factores, no entiende lo del crecimiento del PIB, pero entiende que su vida no está mejorando y que su nivel de bienestar retrocede. Y entonces se enfada y termina votando a gente que son extremistas y muy peligrosos y lo que tenemos que estar absolutamente seguros es que no debemos permitir que las condiciones sociales de Europa lleve a esta gente a ganar elecciones. ¿Y cómo se consigue esto?

Hayek, el famoso economista, decía que él era un old whig. Whig era uno de los partidos británicos ingleses del siglo XVIII y a lo que se refería era a lo que quizás en estos días se llame el liberalismo clásico. Uno de los grandes iconos del liberalismo clásico es Edmund Burke, al que yo siempre he leído con mucho detalle y mucho cariño, y una de las cosas más importantes que dice Edmund Burke en sus reflexiones sobre la revolución en Francia es que un Estado sin la capacidad de reformarse es un Estado condenado al colapso. Lo que Burke ve es que la monarquía en Francia fue incapaz de reformarse en el siglo XVIII como se reformó la monarquía británica, y esto lleva a la revolución en Francia. Y la revolución en Francia lo primero que trae es guerra, destrucción y pérdida de bienestar.

Exactamente igual que los británicos y los franceses se encontraban en 1789, ese es el dilema y la encrucijada que tenemos ahora en Europa: podemos reformar para volver a poder dar bienestar a nuestros ciudadanos o podemos no reformar. Si reformamos nos irá bien, como a los suecos; si no reformamos, nos irá muy mal. Y el susto que nos pegamos hace ocho días con las elecciones se va a multiplicar y cada vez iremos a peor.

"Ya es oficial. La crisis de la zona euro es, hoy por hoy, comparable a la Gran Depresión que sufrió EEUU en los años 30, desde el punto de vista estadístico que ofrece el PIB. Tras casi seis años y medio de graves dificultades, el PIB real de la zona euro todavía sigue siendo un 1,9% inferior al registrado en 2007, justo antes de comenzar la denominada Gran Recesión, según los últimos datos publicados por Eurostat, correspondientes al segundo trimestre"… La crisis del euro ya es equiparable a la Gran Depresión de los años 30 (Libertad Digital – 20/8/14)

La desaceleración que está sufriendo Europa en 2014 impedirá que la zona euro alcance el nivel precrisis de inmediato, y, en este sentido, la cuestión es que la economía de EEUU tardó siete años en recuperar el tamaño registrado en 1929, cuando aconteció el fatídico crack bursátil.

Dicho de otro modo, EEUU tuvo que esperar hasta 1937 para que su PIB recuperara el nivel precrisis de 1929, mientras que, si nada cambia, la zona euro deberá aguardar también otros siete años, hasta finales de 2014 o ya entrado 2015, para regresar al tamaño alcanzado a finales de 2007, siempre y cuando no entre de nuevo en recesión.

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Pese a ello, cabe recordar que dentro de la Gran Depresión se pueden distinguir tres fases diferentes, según el prestigioso economista estadounidense Robert Higgs:

1. La Gran Contracción (1929-1933): período en el que se hundió la bolsa y la inversión privada cayó más de un 80%, con el consiguiente desplome del PIB y un sustancial aumento del paro.

2. La Gran Duración (1933-1945): con Roosevelt ya como presidente, nace el New Deal, paradigma de las políticas keynesianas, con fuerte aumento del gasto público e intenso intervencionismo económico. El PIB aumentó durante este período a base de ingentes inversiones públicas hasta recuperar los niveles precrisis en 1937. Pero lo que muchos economistas olvidan es que se trató de un breve espejismo, ya que EEUU entró de nuevo en recesión en 1938. Como consecuencia, el PIB volvió a retroceder y el paro se mantuvo en cifras de dos dígitos hasta la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, en 1941.

3. La Gran Escapada (tras la Segunda Guerra): a diferencia de lo que defienden muchos, Higgs explica que la entrada de EEUU en la guerra no acabó con la Gran Depresión, sino que prolongó su agonía. El enorme gasto de guerra y el reclutamiento obligatorio de tropas desvirtuó por completo las estadísticas de PIB y empleo, pero, en realidad, la guerra genera la misma prosperidad que un terremoto o cualquier otro escenario apocalíptico. Es decir, ninguna. La guerra consumió mucho capital en lugar de propiciar su acumulación, con la consiguiente reducción del nivel de vida de los estadounidenses, más allá del mero crecimiento estadístico del PIB.

Por ello, la auténtica recuperación de EEUU se produjo a pesar de la guerra, no gracias a ella, y fue fruto del progresivo desmantelamiento regulatorio y la reducción del gasto público, desmontando así los principales ejes del New Deal, con el consiguiente renacimiento de la libertad económica (austeridad y reformas liberalizadoras).

La economía estadounidense estuvo atascada en la Gran Depresión hasta 1946, momento en el que se empezaron a revertir las perjudiciales políticas keynesianas de los 15 años previos. De ahí, que el New Deal no propiciara una recuperación sólida y sostenible en los años 30.

Así pues, y a la visita de lo acontecido entonces, cabría preguntarse si la presente recuperación de la zona euro es firme o no. La crisis de la moneda única presenta sus propias características, y en ella cabe distinguir claramente entre la fortaleza de los países del norte y la debilidad del sur, con graves problemas financieros, escasa competitividad y fuertes desequilibrios presupuestarios.

El siguiente gráfico lo refleja con claridad: mientras que el PIB de Alemania, adalid de la austeridad y las reformas, se sitúa muy por encima de los niveles precrisis, tan sólo superado por EEUU -que está reduciendo de forma sustancial el déficit público, pese a todo-, España e Italia, reticentes a realizar ajustes y liberalizar sus economías, se sitúan muy por debajo.

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Fuente: Wonkblog, The Washington Post

Lo mismo sucede con la zona euro, cuyo PIB real es un 1,9% inferior al registrado en 2007. Pero, ¿ha habido austeridad en la zona euro? Los datos agregados señalan todo lo contrario:

1. El gasto público roza el 50% del PIB frente al 46% de 2007.

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2. La presión fiscal también ha aumentado durante la crisis, del 45,3% al 46,8% en los últimos seis años.

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3. El déficit ha subido del 0,7% al 3% del PIB, el máximo permitido por Maastricht.

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4. Y la deuda pública en la zona euro sigue marcando récord tras récord, superando ampliamente el umbral del 90% frente al límite del 60% que marcan las reglas comunitarias.

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Grecia es, sin duda, el país que mejor ejemplifica la gravedad y profundidad de la crisis europea. La economía helena bajó un 0,2% en el segundo trimestre, acumulando 24 trimestres consecutivos de caídas, lo que equivale a seis años de recesión.

En la actualidad, sufre la mayor tasa de paro de la UE, con un 27%, y el conjunto de su economía ha sufrido un desplome del 33% desde el nivel más alto alcanzado antes de estallar la crisis, superando incluso el hundimiento del 27% que experimentó EEUU entre 1929 y 1933, durante la primera fase de la Gran Depresión -la más dura-.

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Evolución del PIB de Grecia

Y, al contrario de lo que se suele aducir, Grecia no es ejemplo ni de austeridad pública ni de reformas liberalizadoras, según constatan los informes oficiales de las instituciones europeas. A pesar de los rescates y las quitas aplicadas por la troika, el Gobierno heleno no hizo nada hasta 2012, y tan sólo entonces empezó a reducir mínimamente su insostenible sector público.

Pese a todo, Grecia registró un déficit del 12,7% del PIB en 2013, su gasto público superó el 58% frente al 47,5% de 2007, y su deuda ronda el 175% del PIB frente al 107% de antes de la crisis, después incluso de las quitas aplicadas.

Justo lo contrario de lo que sucede en los países bálticos, los únicos que han aplicado la receta de la austeridad pública y las reformas estructurales y que, desde 2011, lideran el crecimiento y la creación de empleo en el seno de la zona euro.

"Las repercusiones difícilmente podrían haber sido mayores para el Banco Central Europeo y la zona euro. Después de dos intentos fallidos de ponerle punto final a una crisis bancarias que en ocasiones ha amenazado con destruir la unión monetaria y que continúa frenando su recuperación, era fundamental que la "evaluación integral" del BCE de la salud de los 130 mayores bancos de la eurozona fuese creíble"… Europa da un paso hacia la unión bancaria (The Wall Street Journal – 28/10/14)

Sólo el tiempo dirá cuán exitosa ha sido, pero debería haber poca duda de que este ejercicio -que incluyó una revisión de calidad de activos seguida por una prueba de resistencia realizada por la Autoridad Bancaria Europea- fue un importante paso hacia adelante.

Algunos se quejarán de que una prueba de resistencia que identificó un déficit de capital de sólo 9.470 millones de euros (US$ 12.000 millones) entre apenas 13 bancos difícilmente parece dura. El déficit fue de 7.000 millones de euros si se excluyen los dos bancos griegos que ya han anunciado planes de fortalecer su capital: un monto trivial, según Société Générale.

Sin embargo, estos 7.000 millones se superpone a los 57.000 millones de capital captado a través de emisión de acciones y otras medidas tomadas por los bancos de la zona euro desde el final de 2013, la fecha de inicio para las pruebas de resistencia. Esto concuerda con las estimaciones iniciales del mercado del déficit de capital de la zona euro, según una encuesta de inversionistas de 2013 realizada por Morgan Stanley.

El BCE fue minucioso en el área en que más necesitaba serlo: la medición de préstamos no productivos. El BCE repasó 800 portafolios, 119.000 préstamos y 170.000 objetos de garantía, lo que equivale a 82% de los activos por los que será responsable cuando asuma el rol de supervisor bancario de la zona euro en noviembre.

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