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Euro-visión. 15 años del Euro: ¿festejo o funeral? (página 10)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Sin embargo, no funcionó. En muchas economías -incluyendo en las de Europa y Estados Unidos– las tasas de interés reales (ajustadas a la inflación) han sido negativas, a veces incluso en un -2%. Y, a pesar de ello, a medida que las tasas de interés reales caían, la inversión empresarial se estancaba. Según la OCDE, el porcentaje del PIB invertido en una categoría compuesta mayoritariamente por plantas y equipos se redujo, tanto en Europa como en EEUU, en los últimos años. (En EEUU, cayó del 8,4% el año 2000 al 6,8% en el 2014; en la UE, se redujo del 7,5% al 5,7% durante el mismo período). Otros datos proporcionan un panorama similar.

Claramente, es absurda la idea que señala que las grandes corporaciones calculan con precisión la tasa de interés a la que están dispuestas a realizar inversiones – y que estas corporaciones estarían dispuestas a realizar un gran número de proyectos, solamente si las tasas de interés se redujeran en otros 25 puntos básicos. De forma más realista, las grandes corporaciones están sentadas sobre cientos de miles de millones de dólares -de hecho, sobre millones de millones si los montos se agregan a lo largo de todas las economías avanzadas- porque ya tienen demasiada capacidad instalada. ¿Por qué se debería construir más como respuesta a que la tasa de interés disminuyó un poco? No obstante, las pequeñas y medianas empresas (PYME) que sí están dispuestas a pedir prestado no podían acceder al crédito antes de que el BCE vaya por el camino de las tasas de interés negativas, y tampoco pueden acceder al crédito en la actualidad.

En pocas palabras, la mayoría de las empresas -especialmente las PYME- no puede pedir prestado a la misma tasa de interés que pagan los bonos del tesoro. Ellos no piden prestado en los mercados de capitales. Se prestan de los bancos. Y hay una gran brecha (un "spread") entre las tasas de interés que fijan los bancos y la tasa de los bonos del Tesoro. Por otra parte, los bancos racionan. Pueden negarse a prestar a algunas empresas. En otros casos, exigen garantías (a menudo, garantías inmobiliarias).

Puede que cause asombro entre quienes no son economistas, pero la realidad es que los bancos no desempeñan ningún papel en el modelo económico estándar que los formuladores de políticas monetarias han utilizado durante las últimas dos décadas. Por supuesto, si no hubiera bancos, no habría, tampoco, bancos centrales; pero la disonancia cognitiva rara vez ha sacudido la confianza que tienen en sus modelos los banqueros de los bancos centrales.

El hecho es que la estructura de la eurozona y las políticas del BCE han garantizado que los bancos en los países de bajo rendimiento, y en especial en los países en crisis, sean instituciones muy débiles. Los depósitos se marcharon, y las políticas de austeridad exigidas por Alemania prolongan el déficit de la demanda agregada y mantienen altos niveles de desempleo. En estas circunstancias, realizar préstamos es arriesgado, y los bancos no tienen ni el apetito ni la capacidad para prestar, en particular a las PYME (que son las empresas que típicamente generan el mayor número de puestos de trabajo).

Una disminución en la tasa de interés real -en la tasa de los bonos del gobierno– a un nivel de -3%, o incluso a -4%, hará poca o ninguna diferencia. Las tasas de interés negativas causan daños a los balances de resultados de los bancos, ya que el "efecto riqueza" que reciben los bancos abruma el pequeño aumento en incentivos para prestar. A menos que los formuladores de políticas sean cuidadosos, las tasas activas podrían incrementarse y la disponibilidad de crédito reducirse.

Hay tres problemas adicionales. En primer lugar, las tasas de interés bajas alientan a que las empresas inviertan en tecnologías más intensivas en capital, lo que causa que la demanda de mano de obra disminuya en el largo plazo, incluso mientras disminuye el desempleo a corto plazo. En segundo lugar, las personas mayores que dependen de ingresos que provienen de pagos de intereses sufren aún más; estas personas reducen su consumo en mayor medida en comparación con aquellas que se benefician por las disminuciones en las tasas de interés y aumentan su propio consumo – estas últimas son personas ricas, propietarias de patrimonio. Esta situación es la que socava la demanda agregada en la actualidad. En tercer lugar, la búsqueda, quizá irracional pero ampliamente documentada, de rendimientos implica que muchos inversores desplazarán sus carteras hacia activos de mayor riesgo, exponiendo a la economía a una mayor inestabilidad financiera.

Los bancos centrales deberían estar concentrando su atención en el flujo de crédito, lo que implica restaurar y mantener la capacidad y la disposición que tienen los bancos locales para prestar a las PYME. En cambio, en el mundo entero, los bancos centrales han concentrado su atención en los bancos que son sistémicamente importantes; es decir, en las instituciones financieras cuya excesiva asunción de riesgos y cuyas prácticas abusivas causaron la crisis del año 2008. Sin embargo, un gran número de pequeños bancos, en forma agregada, son sistémicamente importantes – sobre todo si uno se encuentra preocupado por la restauración de la inversión, el empleo y el crecimiento.

La gran lección de todo esto es capturada en el conocido adagio, "si entra basura, sale basura". Si los bancos centrales siguen utilizando los modelos equivocados, van a continuar haciendo las cosas equivocadas.

Por supuesto, incluso en las mejores circunstancias, la capacidad que tiene la política monetaria para restaurar una economía en declive a niveles de pleno empleo puede ser limitada. Sin embargo, confiar en el modelo equivocado evita que los bancos centrales contribuyan en la medida que pueden hacerlo – e incluso estos bancos pueden causar que una mala situación empeore.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– ¿Impulsa, realmente, la globalización al populismo? (Project Syndicate – 6/5/16)

Bruselas.- A ambos lados del Atlántico, crece el populismo, tanto de la izquierda como de la derecha. Su más visible abanderado en Estados Unidos es Donald Trump, el presunto candidato presidencial del Partido Republicano. En Europa, hay muchas corrientes -desde el partido izquierdista Podemos en España hasta el derechista Frente Nacional en Francia– no obstante, todas ellas tienen en común oponerse a los partidos de centro y, de manera general, oponerse a la clase política tradicional. ¿Cómo se explica la creciente revuelta de los votantes contra el statu quo?

La explicación que prevalece dice que el creciente populismo es una rebelión de los "perdedores de la globalización". La lógica de este argumento indica que los líderes de EEUU y de Europa, al ir en busca de sucesivas rondas de liberalización del comercio internacional, hubiesen "ahuecado" la base de manufactura doméstica de sus países, reduciendo la disponibilidad de puestos de trabajo que pagan salarios altos a trabajadores poco cualificados, quienes ahora tienen que elegir entre el desempleo prolongado y trabajos de poca importancia en el sector servicios. Hartos de esto, los trabajadores están supuestamente rechazando a los partidos políticos del sistema tradicional por haber encabezado este "proyecto de élite".

Esta explicación podría parecer convincente al principio. Al fin y al cabo, es cierto que la globalización ha transformado las economías de manera fundamental, enviando los puestos trabajos para trabajadores poco cualificados al mundo en desarrollo – un aspecto que las figuras populistas no se cansan de poner de relieve.

Además, el nivel de instrucción se correlaciona fuertemente con el ingreso y el desempeño que tienen los trabajadores dentro del mercado de trabajo. En casi todas partes, los que tienen un título universitario tienen muchas menos probabilidades de estar desempleados en comparación con los que no tienen una educación secundaria. En Europa, los que tienen un título de post-grado tienen, en promedio, tres veces más probabilidades de tener un trabajo en comparación con los que no han terminado la escuela secundaria. Entre los trabajadores que tienen empleo, son aquellos con formación universitaria quienes perciben, en su conjunto, ingresos mucho más altos que sus contrapartes con menor nivel educativo.

Pero si estos factores explican el surgimiento del populismo, de alguna manera dichos factores deben haberse intensificado en el transcurso de los últimos años, debiendo haberse deteriorado más rápido las circunstancias y las perspectivas de los trabajadores poco cualificados en comparación con las de sus contrapartes con altas cualificaciones. Y, ese simplemente no es el caso, especialmente en Europa.

De hecho, la educación superior ha proporcionado significativas ventajas en el mercado de trabajo durante mucho tiempo. A juzgar por los datos disponibles, la "prima salarial" para los trabajadores en ocupaciones que requieren altos niveles de la educación ha sido más o menos constante en Europa durante la última década. Si bien se ha aumentado en algunos países (Alemania e Italia), se ha reducido en otros (Francia, España, y el Reino Unido). La diferencia entre las tasas de empleo de los trabajadores altamente cualificados y la de los menos educados también se ha mantenido relativamente constante; y, en los hechos, los trabajadores menos educados han cerrado ligeramente la brecha durante los últimos años.

Una comparación entre la evolución en EEUU y Europa debilita aún más el argumento sobre los "perdedores de la globalización". La prima salarial es sustancialmente mayor en EEUU (300-400%) que en Europa (50-80%). Otras estadísticas del mercado de trabajo, tales como las tasas de desempleo, muestran un patrón similar, lo que indica que la educación superior es más valiosa en el mercado laboral de Estados Unidos. Sin embargo, la economía de Estados Unidos es menos abierta a -y se ve menos afectada por- el comercio en comparación con la economía europea.

El último clavo en el ataúd del argumento que se basa en la globalización para justificar el surgimiento del populismo en Europa es el hecho de que la proporción de trabajadores poco cualificados (quienes no han completado la educación secundaria) está disminuyendo rápidamente. A principios del siglo, los trabajadores poco cualificados alcanzaban una cifra que sobrepasaba en más del 50% a la de los trabajadores con títulos universitarios. Al presente, en la fuerza de trabajo, los trabajadores con títulos universitarios casi superan en número a los trabajadores poco cualificados; siguiendo la lógica que prevalece, la porción de votantes que apoyan a los partidos anti-globalización debería estar reduciéndose.

Una explicación económica clara para un complicado fenómeno político es, sin duda, atractiva. Pero, tales explicaciones son raramente precisas. El auge del populismo en Europa no es una excepción.

Tenga en cuenta la situación en Austria. La economía está relativamente fuerte, sustentada por una de las tasas de desempleo más bajas de Europa. Sin embargo, Norbert Hofer, el líder del "Partido de la Libertad de Austria" (FPÖ), que es un partido populista de derecha, logró derrotar el mes pasado a sus competidores de ambos partidos tradicionales del centro en la primera ronda de las elecciones presidenciales. La principal área en la que Hofer centró su atención fue la inmigración.

El atractivo de la retórica anti-inmigrante de Hofer dice mucho, y refleja un patrón más amplio a lo largo del norte de Europa. En medio de una relativa estabilidad económica, un aumento de los salarios reales, y bajas tasas de desempleo, las quejas sobre los impactos económicos de la globalización económica, simplemente, no son tan poderosas. En contraposición, los partidos populistas de derecha parecidos al FPÖ, como por ejemplo en Finlandia el partido Verdaderos Finlandeses, y el partido alemán Alternativa para Alemania, están adoptando políticas de identidad, apostando a movilizar miedos y frustraciones populares, que van desde argumentos sobre la inmigración "peligrosa" a la "pérdida de soberanía" -que pasaría a la Unión Europea– hasta argumentos con el propósito de impulsar sentimientos nacionalistas.

En los países del sur de Europa, sin embargo, el impacto duradero de la crisis del euro hace que los argumentos económicos populistas sean mucho más poderosos. Es por esta razón que los partidos populistas de izquierda están ganando más apoyo allí, con la promesa de, por ejemplo, el otorgamiento de créditos fiscales para los trabajadores con salarios bajos. El caso más extremo es el del partido izquierdista Syriza en Grecia, partido que cabalgó hacia la victoria en las elecciones del año pasado utilizando promesas relativas a poner fin a la austeridad. (Una vez en el poder, por supuesto, Syriza tuvo que cambiar la melodía de sus promesas y alinear sus planes con la realidad.)

Llamar al ascenso del populismo en Europa una revuelta por parte de los perdedores de la globalización no es sólo simplista; es engañoso. Si vamos a detener el ascenso de fuerzas políticas potencialmente peligrosas en Europa, tenemos que entender lo que realmente está conduciendo dicho ascenso – incluso si la explicación es más compleja de lo que nos gustaría que sea.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister…)

Integración europea, con o sin Gran Bretaña (Project Syndicate – 9/6/16)

Washington, D.C.- Cuando David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña, acordó con la Unión Europea en febrero los términos revisados para la membresía del Reino Unido, insistió en que la UE sea reconocida oficialmente como una "unión multimonetaria". Cameron creyó que si se establecían límites claros a la integración europea en temas monetarios y otras cuestiones, podría obtener la mayoría popular a favor del acuerdo -y así seguir formando parte de la UE- cuando el RU lleve a cabo su referendo el 23 de junio. Sin embargo, en vez de brindar claridad, el pacto usa un lenguaje retorcido para evitar una declaración oficial de ese tenor y las explicaciones que habrían de acompañarla.

Ciertamente, la decisión de febrero permitió a Cameron hacer campaña contra la Brexit. Al especificar que el RU y Dinamarca no están en absoluto obligados a adoptar el euro, las contrapartes de Cameron realmente confirmaron la situación de la UE como unión multimonetaria.

Pero la decisión también reiteró el objetivo de crear una UE "cuya moneda sea el euro" y reafirmó las disposiciones del tratado que estipulan que otros estados no adheridos al euro, como Bulgaria Polonia, deben adoptarlo cuando cumplan las condiciones predefinidas. (Suecia carece de la opción de abandonarlo permanentemente y cumple las condiciones para adoptarlo como moneda; sin embargo, de alguna manera se las ingenia para evitar unirse a la unión monetaria).

Esa ambigüedad surgió de la falta de voluntad -o de la incapacidad- para proporcionar una descripción clara de cómo funcionará una unión monetaria en el largo plazo. Se trata de una cuestión difícil, que habrá que solucionar independientemente del resultado del referendo. Después de todo, si los votantes británicos deciden abandonar la UE, surgiría un problema similar en cualquier negociación pos-Brexit para mantener al RU dentro del Mercado Común.

Actualmente existe un consenso generalizado de que, con el tiempo, la zona del euro tendrá que construir sistemas de gobernanza económica más integrados. De hecho, la mayoría de los economistas coincide en que cualquier unión monetaria no solo requiere una unión bancaria, que está siendo establecida actualmente en la zona del euro, sino también una mayor coordinación de las políticas fiscales para compensar la falta de políticas monetarias independientes y tipos de cambio flexibles.

Los políticos también apoyan el cambio hacia una mayor integración fiscal, al menos quienes representan la corriente dominante moderada. El conservador ministro de finanzas alemán Wolfgang Schäuble, el ministro de economía francés de centroizquierda Emmanuel Macron, y el ministro de finanzas centrista italiano Pier Carlo Padoan, han solicitado distintas versiones de un ministro de finanzas común para la zona del euro.

El desacuerdo reside en la forma en que debe adoptar esa integración. Alemania considera que la coordinación fiscal es fundamental para hacer cumplir reglas de conducta firmes, mientras que Francia e Italia querrían incluir más mecanismos para la gestión común de los riesgos, como los eurobonos o compartir el costo del seguro de desempleo.

Claramente, habrá que encontrar un equilibrio. Para satisfacer a Alemania, serán necesarias normas fiscales más estrictas como base para una mayor integración. Pero esas reglas deben implicar una mayor anticiclicidad y simetría, obligando tanto a los países superavitarios como a los deficitarios a reducir sus desequilibrios. Además, el marco tendrá que permitir que se compartan los riesgos de manera más eficaz y que exista un presupuesto definido para la zona del euro, como lo exigen los estados miembros del sur. Los cambios institucionales y legales, entre los que se cuentan el establecimiento de algún tipo de parlamento y tesoro para la zona del euro, también serán necesarios para legitimar los esfuerzos.

Todo esto es fundamental para que la UE funcione como una unión multimonetaria eficaz. Cameron, al igual que su antecesor Gordon Brown -quien estuvo presente en la creación del euro, pero mantuvo fuera al RU- reconoce la necesidad de una mayor integración de la zona del euro, aunque más no sea porque el RU está interesado en que su principal mercado de exportaciones tenga un mejor desempeño. Pero relacionarse eficazmente con una eurozona más profundamente integrada sin unirse a ella no será fácil.

Para alcanzar el éxito, el RU tendrá que cumplir dos objetivos fundamentales. En primer lugar, debe establecer una sólida cooperación con la UE en otras cuestiones clave, como las políticas de seguridad, exteriores y climáticas. En segundo lugar, debe garantizar que una zona del euro cada vez más integrada no logre suficiente autoridad como para tomar decisiones fiscales y regulatorias unilaterales que, al reformar el mercado único o el sector financiero, tengan implicaciones significativas para el RU. La zona del euro, por su parte, debe considerar los intereses británicos durante el proceso de integración, sin permitir que el RU la demore.

Aunque las cuestiones relacionadas con la integración de la zona del euro y la unión multimonetaria no han sido fundamentales en el debate de la Brexit -que tendió a centrarse en la inmigración- continúan siendo vitales para el futuro de la UE, con o sin el RU. Aunque la permanencia de Gran Bretaña como miembro de la UE no es incompatible en términos fundamentales con una zona del euro más integrada, crear instituciones que puedan apoyar una unión multimonetaria permanente -básicamente, como lo he sostenido, dos Europas en una- constituirá un desafío político y legal.

El fracaso del acuerdo anunciado en febrero para presentar una visión clara impidió fijar un antecedente sólido para superar estos desafíos. Si Europa ha de avanzar de manera genuina hacia una mayor estabilidad y prosperidad, tendrá que garantizar la transparencia y la legitimidad en cada uno de los pasos. Solo con una visión política clara e instituciones que puedan orientar la política tanto durante las crisis como en las épocas normales, la UE podrá prosperar nuevamente. Si el RU se queda, la UE tendrá que definir urgentemente cómo funcionará una unión multimonetaria legítima, en vez de volver al modelo habitual. Si el RU se va, habrá que solucionar los mismos problemas básicos; la diferencia será, sin embargo, que el RU habrá perdido toda su influencia.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– El FMI sigue sin entender la crisis del euro (Project Syndicate – 4/8/16)

Washington, D.C.- En julio, la Oficina de Evaluación Independiente del Fondo Monetario Internacional publicó un informe detallado del modo en que se manejó la crisis del euro después de 2010. El informe de la OEI critica la actuación del Fondo; pero como en otras autoevaluaciones previas de la institución, pasa por alto muchas cuestiones importantes.

En concreto, la OEI sostiene que el Fondo se supeditó a los intereses europeos; lo cual no sorprende, ya que la tercera parte de su junta directiva está compuesta de europeos. Además, el Fondo se equivocó al suponer que "Europa es diferente" y que "no era posible un corte del flujo de capitales en el ámbito del euro".

En una crisis financiera, las autoridades deben actuar rápido para resolver los problemas que la causaron y restaurar la confianza. Es lo que hizo el gobierno de Estados Unidos en el otoño (boreal) de 2008, mientras la dirigencia europea vacilaba (un hecho que la OEI no menciona).

El informe de la OEI tampoco evalúa la eficacia de los programas del FMI. Tomemos el caso de Grecia, donde la respuesta del Fondo fue claramente insuficiente. En 2009, el déficit presupuestario griego era el 15% del PIB; con un programa del FMI, el déficit se redujo en 2010, pero sólo al 11% del PIB. Entretanto, los tres estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) llevaron a cabo un recorte presupuestario del 9% del PIB en 2009.

El Fondo y la Unión Europea han ignorado por mucho tiempo las cargas fiscales excesivas en muchos países de la UE. El Fondo fue indulgente con Grecia porque es miembro de la eurozona, pero fue un favoritismo injustificado y en última instancia costoso. El gasto público de Grecia ha oscilado entre el 50% y el 59% del PIB desde 2010, lo que produce un endeudamiento enorme y obstaculiza el crecimiento. En comparación, Alemania y el Reino Unido han mantenido el gasto público en un razonable 44% del PIB.

El informe de la OEI pasa por alto este hecho, y se concentra en cambio en la necesidad de reestructurar la deuda pública para hacerla sostenible. Pero eso no se aplica necesariamente a la situación de Grecia en 2009, cuando su deuda pública era elevada (el 127% del PIB) pero no insostenible; fue con el plan de financiación del FMI aprobado en mayo de 2010 que se disparó y volvió insalvable. Al final de 2015, la deuda pública de Italia era el 133% del PIB, y la de Portugal era el 129%. ¿Habría que obligar también a estos países a reestructurar sus deudas ahora?

La causa de la lentitud del crecimiento de la economía europea es un exceso de impuestos y regulaciones. En vez de decir a los países europeos que reestructuren sus deudas, habría que decirles que desregulen los mercados de mano de obra, productos y servicios; y a los países del sur, como Italia, Grecia, España y Portugal, que amplíen la oferta de educación secundaria y formación técnica y profesional. El ejemplo de los países bálticos demuestra que ajustes fiscales más veloces pueden impulsar cambios estructurales.

Pero como evidencia el informe de la OEI, a los funcionarios los árboles les siguen tapando el bosque. Para evaluar la supervisión de la economía europea en los últimos años habría que preguntarse por qué el estallido de la crisis griega se produjo en la primavera de 2010, casi dos años después de la crisis financiera global. La respuesta es que cuando el Banco Central Europeo inundó los países de la eurozona con liquidez barata, los gobiernos desistieron de implementar reformas serias y se entregaron a un festín de gasto.

Esto se debió en parte a que en otoño de 2008 el G20 y el Fondo exhortaron encarecidamente a los países a endeudarse para lanzar paquetes de estímulo fiscal. Muchos en Europa hicieron lo que se les pedía, pero en vez de estimular el crecimiento económico, el gasto a déficit puso en riesgo la estabilidad financiera de varios de ellos. Al final, al menos ocho de los 27 miembros que entonces tenía la UE necesitaban financiación del FMI y programas de reestructuración.

La moraleja obvia debería ser que la expansión fiscal no estimula el crecimiento económico cuando hay inestabilidad financiera. Pero el FMI, cegado por su ortodoxia keynesiana, sigue negándose a reconocerlo.

La vulnerabilidad de muchos países de la UE se debió a la acumulación de deudas públicas excesivas e innecesarias por mantener déficits presupuestarios en los años buenos previos a la crisis. A fines de 2007, el promedio de deuda pública en la eurozona era el 65% del PIB, cinco puntos más que el tope que el Tratado de Maastricht pone a los países aspirantes a ingresar en la eurozona. Una de las razones fue que en 2003, Francia, Alemania e Italia decidieron infringir, y después "reformar", las reglas de Maastricht, lo que en la práctica las dejó sin efecto.

El FMI no puso objeciones a esta desobediencia de las normas; y si uno compara las posiciones del Fondo con las del organismo interno a cargo de vigilarlo, ambas son sorprendentemente similares, lo que despierta dudas sobre la independencia de la OEI al redactar el informe.

Tanto el FMI como la OEI pasan por alto los mismos problemas centrales en la respuesta oficial a la crisis del euro hasta ahora. Ante una crisis financiera hay que responder con acciones rápidas, entre ellas la reducción inmediata del déficit presupuestario, sobre todo mediante el recorte de gastos. El ajuste fiscal rápido lleva a reformas estructurales, que a su vez aceleran el crecimiento económico.

Un viejo chiste dice que la sigla en inglés IMF quiere decir It"s Mostly Fiscal (por la insistencia del Fondo en el equilibrio fiscal). Después de la respuesta inadecuada a la crisis del euro, el Fondo debería admitir que llegó la hora de volver a sus raíces.

(Anders Åslund is a senior fellow at the Atlantic Council in Washington, DC, and the author, most recently, of Ukraine: What Went Wrong and How to Fix It)

– Reforma o divorcio en Europa (Project Syndicate – 22/8/16)

Nueva York.- Decir que la eurozona no ha tenido un buen desempeño desde la crisis del año 2008 es una expresión eufemística que se queda corta. Los países miembros de la eurozona han tenido un mal desempeño en comparación con el de los países de la Unión Europea que no forman parte de la eurozona, y uno aún peor que el de Estados Unidos, país que fue el epicentro de dicha crisis.

Los países de la eurozona con el peor desempeño se encuentran sumidos en una depresión o en una recesión profunda; en muchos sentidos, la economía en dichos países -piense, por ejemplo, en lo que ocurre en Grecia- se encuentra en peor situación de la que sufrieron las economías durante la Gran Depresión de la década de 1930. Asimismo, los miembros de la eurozona con los mejores desempeños, por ejemplo, Alemania, parecen estar en una buena situación, pero sólo cuando se los compara; además, el modelo de crecimiento de estos países se fundamenta, parcialmente, en políticas que empobrecen al vecino, mediante las cuales el éxito llega a expensas de los países que otrora se consideraron como "socios".

Se han propuesto cuatro tipos de explicaciones para esclarecer este estado de las cosas. A Alemania le gusta culpar a la víctima, y apunta con el dedo en dirección del despilfarro de Grecia, así como hacia la deuda y los déficits del resto de los países. Sin embargo, estas acusaciones ponen el carro delante del caballo: España e Irlanda tenían excedentes y bajos ratios de deuda-PIB antes de la crisis del euro. Por lo tanto, fue la crisis la que causó los déficits y las deudas, y no al revés.

El fetichismo relativo a los déficits es, sin lugar a dudas, causante de parte de los problemas que enfrenta Europa. Finlandia, también, ha estado atravesando por problemas para adaptarse a los múltiples shocks que ha enfrentado, situándose su PIB del año 2015 aproximadamente un 5,5% por debajo de su nivel máximo en el año 2008.

Otros críticos pertenecientes al grupo de los que "culpabilizan a la víctima" citan al Estado de bienestar y a la excesiva protección del mercado laboral como causas del malestar que siente la eurozona. Sin embargo, algunos de los países con mejores desempeños de Europa, como ser Suecia y Noruega, tienen los más fuertes Estados de bienestar y las fuertes medidas de protección de sus mercados laborales.

A muchos de los países que ahora tienen desempeños deficientes, les iba muy bien antes de la introducción del euro – estos países tenían desempeños por encima del promedio europeo. Su descenso no se produjo a consecuencia de un cambio repentino en sus leyes laborales, o debido a que sobrevino una epidemia de pereza en los países en crisis. Lo que sí cambio fue el acuerdo de divisas.

El segundo tipo de explicación se resume en el deseo de que Europa tuviese mejores líderes: hombres y mujeres con un mejor entendimiento de la economía y con capacidad para implementar mejores políticas. Sin lugar a dudas, las políticas erróneas han empeorado las cosas – sin embargo, no sólo se debe echar la culpa a las políticas de austeridad, sino que también a las denominadas reformas estructurales que fueron mal direccionadas y que ensancharon la desigualdad y, por lo tanto, debilitaron aún más la demanda total y el crecimiento potencial.

No obstante, la eurozona se constituyó por un acuerdo político, dentro del que era inevitable que la voz de Alemania vaya a resonar con mayor volumen. Cualquier persona que negoció con los formuladores de políticas de Alemania durante los pasados treinta años debería haber sabido de antemano el resultado probable. Lo más importante que se debe puntualizar es que, dadas las herramientas disponibles hoy en día, ni el más brillante zar de la economía podría haber logrado que la eurozona prospere.

El tercer conjunto de razones causantes de los malos resultados de la eurozona lleva a considerar una crítica más amplia, proveniente de la derecha, que se centra en reprochar la propensión que tienen los eurócratas por favorecer normativas sofocantes que inhiben la innovación. Esta crítica, también, no da en el blanco. Los eurócratas, de la misma forma que las leyes laborales o el Estado de bienestar, no cambiaron repentinamente el 1999, año en el que se creó el sistema de tipos de cambio fijos, o el 2008, año en el que se inició la crisis. En un plano más fundamental, se debe considerar el estándar de vida y la calidad de vida. Cualquiera que niegue cuán mejor estamos todos en Occidente con nuestro aire y nuestra agua que son sofocantemente limpios, debería visitar Pekín.

Esto no lleva a considerar la cuarta explicación: el euro tiene un mayor nivel de culpabilidad del que se puede atribuir a las políticas y a las estructuras de cada país de manera individual. El euro venía viciado de errores desde su génesis. Incluso los mejores formuladores de políticas, jamás antes vistos, podrían haber logrado que el euro funcione. La estructura de la eurozona impuso la clase de rigidez que se asocia con el patrón oro. La moneda única despojó a los miembros de la eurozona del más importante mecanismo de ajuste -el tipo de cambio– y fue la eurozona la que circunscribió la política monetaria y la política fiscal.

En respuesta a los shocks asimétricos y a las divergencias en la productividad, tendrían que haberse constituido ajustes en el tipo de cambio real (ajustado por la inflación), lo que significa que los precios en la periferia de la eurozona tendrían que haber caído con relación a los de Alemania y del norte de Europa. Pero, ya que Alemania tiene una posición inflexible con relación a la inflación -y sus precios se han estancado- el ajuste sólo podía lograrse a través de una desgarradora deflación en otros lugares. Típicamente, esto se traduce en un nivel doloroso de desempleo y en el debilitamiento de los sindicatos; los países más pobres de la eurozona, y especialmente los trabajadores dentro de ellos, se llevaron la peor parte de la carga del ajuste. Por lo tanto, esta fue la razón por la que el plan para estimular la convergencia entre los países de la eurozona fracasó rotundamente, haciendo que crezcan las disparidades entre y dentro de los países.

Este sistema no puede y no va a funcionar a largo plazo: las políticas democráticas garantizan su fracaso. El euro sólo puede funcionar si se cambian las reglas e instituciones de la eurozona. Esto requerirá siete cambios:

· abandonar los criterios de convergencia, mismos que exigen que los déficits sean inferiores al 3% del PIB;

· sustituir la austeridad con una estrategia de crecimiento, misma que deberá estar apoyada por un fondo de solidaridad para la estabilización;

· desmantelar un sistema propenso a atravesar por crisis mediante el cual los países se ven obligados a tomar préstamos en una moneda que no están bajo su control, y fundamentarse, en cambio, en los eurobonos o en algún otro mecanismo similar;

· compartir de mejor manera la carga durante el ajuste, haciendo que los países que en la actualidad tienen excedentes en sus cuentas corrientes se comprometan a elevar los salarios y aumentar el gasto fiscal, garantizando de dicha manera que sus precios aumenten más rápido que los precios en los países con déficits en cuenta corriente;

· cambiar el mandato del Banco Central Europeo, que en la actualidad se centra sólo en la inflación, a diferencia del mandato que tiene la Reserva Federal estadounidense, entidad que toma también en cuenta el empleo, el crecimiento y la estabilidad;

· establecer un seguro de depósitos común, mismo que evitaría la fuga de dinero desde los países que tienen un desempeño deficiente, así como otros elementos constituyentes de una "unión bancaria";

· y, alentar, en lugar de prohibir, las políticas industriales diseñadas para garantizar que los países rezagados de la eurozona puedan ponerse al día y alcanzar a los países líderes de dicha zona.

Desde una perspectiva económica, estos cambios son pequeños; sin embargo, los actuales líderes de la eurozona puede que carezcan de la voluntad política necesaria para llevarlos a cabo. Eso no cambia el hecho fundamental de que la actual situación de medias tintas sea insostenible. Un sistema destinado a promover la prosperidad y el progreso de la integración ha tenido el efecto contrario. Un divorcio amistoso sería una mejor solución que el actual estancamiento.

Por supuesto, todo divorcio es costoso; pero, enmarañarse más sería aún más costoso. Como ya hemos visto este verano en el Reino Unido, si los líderes europeos no pueden o no toman las decisiones difíciles, los votantes europeos serán quienes las tomen en vez de ellos – y puede que dichos líderes no estén felices con los resultados.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– Prevenir la próxima crisis de la eurozona desde ahora (Project Syndicate – 1/12/16)

París.- La dirigencia europea viene prestando muy poca atención al futuro de la eurozona desde julio de 2012, cuando Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, hizo su famosa promesa de "hacer lo que fuera necesario" para salvar la moneda única. Por más de cuatro años, básicamente subcontrataron a los bancos centrales la tarea de asegurar la estabilidad e integridad de la eurozona. Pero aunque el BCE la desempeñó hábilmente, este acuerdo tácito y conveniente está llegando a su fin, porque ningún banco central puede resolver dilemas políticos o constitucionales. Sería prudente que los jefes de Estado y gobierno europeos empiecen a pensar opciones para el futuro de la eurozona, en vez de dejar que las circunstancias decidan por ellos.

Hasta ahora, la dirigencia europea no tuvo muchas ganas de iniciar ese debate. Su respuesta al informe sobre el futuro del euro presentado por los presidentes de las diversas instituciones europeas en junio de 2015 fue superficial. Pocas semanas después, la cuestión volvió a estar sobre el tapete durante la larga noche de fines de julio que los líderes de la eurozona se pasaron discutiendo la posible expulsión de Grecia; pero su intención declarada de seguir las recomendaciones del informe y encarar los problemas subyacentes fue efímera. Al final, los planes para responder a la conmoción del Brexit fortaleciendo la eurozona se descartaron enseguida, por temor a que una reforma generara demasiadas divisiones.

Pero la cuestión sigue en pie. Si bien la anestesia monetaria administrada por el BCE redujo las tensiones en los mercados, el nerviosismo resurgió conforme se avecina el referendo constitucional italiano del 4 de diciembre. Al terminar noviembre, el diferencial (spread) entre los bonos italianos y alemanes a diez años llegó a 200 puntos básicos, un nivel que no se veía desde 2014.

El preocupante estado de varios bancos italianos es una de las razones de la inquietud creciente. El Brexit, y la elección en los Estados Unidos de un presidente que defiende el americanismo en vez del globalismo y desestima a la UE, suma el riesgo de que sean los votantes, en vez de los mercados, los que pongan en duda la integración monetaria europea. Partidos políticos antieuro están en ascenso en los principales países de la eurozona, excepto España. En Italia es muy posible que obtengan la mayoría.

En el frente económico, la eurozona tiene mucha tarea atrasada que hacer. La unión bancaria, lanzada en junio de 2012 para cortar la interdependencia de bancos y estados, avanzó bastante, pero todavía no está completa. Las diferencias de competitividad entre los países de la eurozona disminuyeron, y los desequilibrios externos en su seno se redujeron, pero fue en gran medida por la contracción de la demanda interna en el sur de Europa; los flujos de ahorro del norte al sur no se reanudaron, y todavía hay amplias divergencias en materia de desempleo.

A la eurozona también le sigue faltando un mecanismo fiscal común, y Alemania rechazó de plano el reciente intento de la Comisión Europea de promover una "actitud positiva" en los países que tengan margen para impulsar el gasto. Es probable que cuando se declare la próxima recesión la estabilidad fiscal sea peligrosamente escasa.

Finalmente, la gobernanza de la eurozona sigue siendo demasiado complicada y tecnocrática. La mayoría de los ministros, por no hablar de los legisladores, parecen perdidos en un laberinto procedimental.

Este insatisfactorio equilibrio puede durar, o no, según los riesgos políticos o financieros (o, lo más probable, según la interacción entre ambos). De modo que ahora la pregunta es cómo sostener un debate fructífero para elaborar posibles respuestas. Hay dos tipos de obstáculos: en primer lugar, ya no hay un impulso hacia "más Europa"; por el contrario, una combinación de euroescepticismo y renuencia a aceptar potenciales transferencias se alza como una difícil barrera. Y en segundo lugar, las opiniones sobre la naturaleza y las causas originales de la crisis del euro difieren según los países. Dada la escasez de capital político para invertir en respuestas de nivel europeo, y el desacuerdo respecto de cuál es el problema y cómo resolverlo, no sorprende que los gobiernos prefieran pecar por prudentes.

Ambos obstáculos son superables. Para empezar, el debate sobre el futuro de la eurozona no debe enmarcarse necesariamente como preámbulo de una mayor integración. El objetivo debería ser que la eurozona funcione, lo cual tal vez implique dar más poderes al centro en algunos temas y menos en otros. Por ejemplo, no es necesario reducir la responsabilidad fiscal a la vigilancia centralizada de un régimen común. Se puede diseñar un marco de políticas que encarne una idea más descentralizada, con más poder para las instituciones nacionales para supervisar la conducta presupuestaria y la sostenibilidad fiscal general.

Algunos pasos en esta dirección ya se han dado. Continuarlos supone hacer que los gobiernos sean individualmente responsables por sus errores, es decir, hacer posible una reestructuración parcial de deudas dentro de la eurozona. Esta estrategia plantearía importantes dificultades, aunque más no sea porque la transición a ese régimen estaría llena de peligros; pero opciones como esta deberían incluirse en el debate.

Para superar el segundo obstáculo, es importante que la carga de problemas heredados no sea el primer tema del debate. La distribución de pérdidas entre acreedores y deudores es una cuestión inevitablemente cáustica, ya que es estrictamente un juego de suma cero. La historia de las relaciones financieras internacionales demuestra que cuando estas discusiones tienen lugar, es inevitable que sea con demoras y enfrentamientos. Por eso no hay que encarar esa cuestión al principio. La opción aparentemente realista de empezar con los problemas inmediatos antes de atender cuestiones a más largo plazo es atractiva sólo en la superficie. En realidad, hay que empezar por debatir las características del régimen permanente que se desea establecer a futuro. Los participantes deberían explorar opciones lógicamente coherentes hasta saber si es posible acordar un esquema. Cuando se haya llegado a un acuerdo respecto de un esquema para el futuro, sólo entonces hay que discutir el modo de llegar a él.

Los problemas de la eurozona no admiten soluciones fáciles. Pero una cosa está clara: la falta de un debate auténtico sobre los futuros posibles es seriamente preocupante. El silencio no siempre es oro; por el bien del futuro de Europa, hay que romper lo antes posible la quietud que rodea el tema de la moneda común.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris)

– ¿Salvará Trump al euro? (Project Syndicate – 6/12/16)

Bruselas.- Europa acaba de atravesar otras dos difíciles pruebas. Los votantes austríacos rechazaron la posibilidad de que la Unión Europea tuviera su primer jefe de Estado ultraderechista, pero los italianos propinaron un rotundo no a su gobierno y abrieron el camino para la llegada al poder de fuerzas populistas. Si a eso le sumamos el Brexit, todavía por concretarse, y el aún deslucido desempeño económico de la eurozona, la supervivencia de la moneda común dista de estar garantizada.

La percepción de que el euro es culpable de los muchos padecimientos económicos de Europa (desde una recesión con recaída hasta una recuperación lenta y despareja) dio sustento al ascenso de movimientos políticos nacionalistas, euroescépticos y populistas. Austria consiguió frenar su avance, pero tal vez Italia no pueda.

La decisión del primer ministro Matteo Renzi de cumplir su promesa de renunciar si los votantes rechazaban las reformas constitucionales propuestas por su gobierno sumió la política italiana en el desconcierto; es probable que se llame a elección general anticipada. En un momento de importantes desafíos económicos (la producción italiana lleva estancada una década y el estado de sus finanzas públicas todavía es precario), el Movimiento Cinco Estrellas, una agrupación populista que prometió celebrar un referendo sobre la permanencia en la zona euro, tiene potencial de atraer votantes.

Para evitar una ruptura de la eurozona, Italia (en realidad, toda la unión monetaria) necesita con urgencia un empujón económico. Y tal vez se lo dé nadie menos que el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump.

Todavía faltan semanas para que Trump asuma el cargo y ya está generando repercusiones. Los tipos de interés a largo plazo en Estados Unidos subieron, y se espera que continúen haciéndolo. Esto contribuyó a un incremento de tasas (mucho menor) en Europa. El rendimiento de los bonos alemanes a diez años subió unos 50 puntos básicos desde la elección estadounidense y se mantiene en terreno positivo. Los populistas ya no pueden acusar al Banco Central Europeo de imponer una carga a los ahorristas alemanes.

El aumento fue más marcado en la periferia de la eurozona; en Italia, por ejemplo, el rendimiento de los bonos a diez años subió casi un punto porcentual. A primera vista parece problemático, pero es probable que el efecto negativo de la suba de tasas en la periferia sea limitado: buena parte de la deuda de los hogares y las empresas en esos países se indexa con los tipos de interés a corto plazo, que al ser fijados por el BCE (no por los mercados) se han mantenido bajos.

Además, los gobiernos de la periferia están en gran medida protegidos del aumento de la prima de riesgo de los bonos a largo plazo, porque sus bancos centrales siguen comprándoles títulos de deuda. Y la sustancial apreciación del dólar estadounidense tras la elección augura un aumento de competitividad para las exportaciones europeas.

De modo que el impacto neto inmediato de la victoria de Trump ha sido positivo para la eurozona, y no parece que los beneficios vayan a cortarse. Trump prometió implementar rebajas impositivas generales, que incluirán una reducción del impuesto corporativo de 35% a 15%. Si a eso se le suman los planes de subsidiar la inversión en infraestructura y aumentar el gasto militar, parece probable que Estados Unidos experimentará un veloz crecimiento del déficit fiscal y un enorme aumento de la demanda en el corto plazo. Como la economía estadounidense ya trabaja cerca de su plena capacidad (el desempleo es inferior al 5%), para cubrir esa demanda se necesitarán más importaciones (y un dólar más fuerte).

Todo esto será bueno para la eurozona, ya que Estados Unidos sigue siendo uno de los principales mercados de sus exportaciones. Pero es probable que la más beneficiada sea la periferia. Por ejemplo, una depreciación del euro incide unas tres veces más en Italia que en Alemania, porque la demanda de bienes de capital especializados como los que exporta Alemania no es muy elástica respecto del precio. De modo que un crecimiento veloz impulsado por la demanda en Estados Unidos, sumado al fortalecimiento del dólar, puede contribuir al muy necesario rebalanceo de la eurozona.

Otra posible ventaja para Europa será la política energética de Trump. Durante la campaña, Trump prometió asegurar la autosuficiencia energética, algo que probablemente implique nuevos subsidios a la producción local de petróleo, gas y tal vez carbón. Eso ayudaría a mantener deprimido el precio del petróleo, una bendición para los países de la eurozona importadores de energía.

La posibilidad de que la Trumponomics beneficie a Europa cuenta con un antecedente. Tras el derrumbe en los setenta del sistema de fijación cambiaria de Bretton Woods basado en el dólar, Europa instituyó el Sistema Monetario Europeo para crear una isla de estabilidad en un océano de tipos de cambio muy volátiles. Al principio las grandes diferencias entre países en materia de índices de inflación y prioridades de política económica hicieron difícil mantener la estabilidad cambiaria dentro del SME, pero luego la situación mejoró rápidamente gracias al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.

La "Reaganomics" produjo un gran déficit fiscal y un dólar superfuerte. Eso, más el abaratamiento del petróleo, dejó a Europa bien posicionada para superar sus difíciles disparidades y conseguir el crecimiento. Incluso fue la última vez que el PIB de Italia creció más rápido que el promedio del SME. La Trumponomics apunta a crear precisamente las mismas condiciones.

Cualquiera sea el potencial impacto negativo de las políticas de Trump, un beneficio está claro: impulsarán el crecimiento y el empleo en una eurozona políticamente convulsionada por la insatisfacción económica (y las mejoras serán más marcadas en los países que más las necesitan). No hace falta recalcar el valor de esto en momentos en que los italianos se enfrentan a la posibilidad de un referendo sobre la permanencia en la eurozona y los franceses se preparan para la elección presidencial del año entrante. Puede ser que Trump termine salvando al euro.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister…)

– A las puertas de la "hiperincertidumbre" (El Economista – Project Syndicate – 31/12/16)

(Por Barry Eichengreen)

El año 2017 marcará el 40º aniversario de la publicación de "La era de la incertidumbre", de John Kenneth Galbraith. Cuarenta años son muchos, pero merece la pena mirar atrás y recordar todo lo que les preocupaba a Galbraith y a sus lectores.

En 1977, mientras escribía el libro, todavía se sufrían los efectos del primer shock del precio del petróleo de la OPEP y se preguntaban si se produciría otro (como así fue). EEUU se enfrentaba a un crecimiento menguante y la subida de la inflación, o "estanflación", un problema nuevo que hacía dudar de la competencia de los políticos y la adecuación de sus modelos económicos. Mientras tanto, los esfuerzos para reconstruir el sistema monetario internacional de Bretton Woods habían fracasado y ensombrecían los pronósticos del comercio internacional y el crecimiento económico global. Por todos estos motivos, la edad dorada de la estabilidad y la previsibilidad que fue el tercer trimestre del siglo XX parecía haber llegado abruptamente a su fin, para dar paso a un periodo de incertidumbre mucho mayor.

Así estaban las cosas en 1977. Visto desde la perspectiva de 2017, eso sí, la incertidumbre de 1977 es casi envidiable. En 1977 Trump no era el presidente. Jimmy Carter tal vez no pasará a la historia como uno de los mejores presidentes de EEUU, pero no amenazó con emprender acciones que pusieran en riesgo todo el sistema global. Ni dio la espalda a los compromisos internacionales del país, como la OTAN o la Organización Mundial del Comercio (OMC). Tampoco declaró la guerra a la Reserva Federal ni llenó la junta de nombramientos afines, dispuestos a sacrificar dinero sano ante sus previsiones de reelección. Por el contrario, nombró a Paul Volcker, un pilar imponente de la estabilidad monetaria, presidente del consejo de gobernadores. Y aunque Carter no consiguió equilibrar el presupuesto federal, tampoco lo hizo saltar por los aires.

Está por ver si Trump impondrá un arancel a los productos chinos, repudiará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, abarrotará con sus fieles la Reserva Federal o socavará la sostenibilidad fiscal. Las consecuencias posibles varían desde ligeramente tranquilizadoras a absolutamente catastróficas. ¿Quién sabe qué ocurrirá? Comparado con la actualidad, Carter fue la previsibilidad en persona.

En 1977, además, la perspectiva de la integración europea era halagüeña. Dinamarca, Irlanda y sobre todo el Reino Unido se acababan de incorporar a una Comunidad Europea (CE) en rápido ascenso. La CE atraía a miembros en vez de perderlos. Era un club al que los países querían pertenecer, precisamente para acelerar su crecimiento económico. Asimismo, para apoyar a su mercado común, la CE acababa de establecer un sistema monetario regional, sugestivamente denominado "la serpiente en el túnel". Aunque estaba lejos de ser un sistema monetario perfecto, tenía un atributo muy positivo: los países podían marcharse en periodos económicos difíciles y reincorporarse cuando el pronóstico mejorase.

En 2017, sin embargo, las negociaciones del Brexit continuarán arrojando una sombra de incertidumbre sobre la UE. Cómo se desarrollarán esas negociaciones o cuánto se demorarán es una incógnita. La principal cuestión que plantea la decisión británica de irse (si otros países le seguirán y, principalmente, si la propia UE tiene futuro) no está ni mucho menos resuelta. Mientras tanto, el edificio monetario está a medio construir. La eurozona no es lo bastante atractiva como para atraer a más miembros, ni suficientemente flexible para ofrecer a los miembros en apuros unas vacaciones pasajeras, a la manera de la serpiente monetaria. El euro seguramente sobrevivirá este año, por pura inercia, pero más allá es difícil aventurarse.

En 1977, las incertidumbres emanadas de los mercados emergentes no estaban en los radares de los analistas. Crecían países en desarrollo en Latinoamérica y el este asiático, pero dependían cada vez más de un goteo de préstamos extranjeros desde bancos del centro monetario. China, todavía apartada en su mayoría del mundo, no aparecía en el paisaje. E incluso si pasaba algo malo en el tercer mundo, los países en desarrollo eran demasiado pequeños como para arrastrar con ellos a la economía global. La situación de hoy no puede ser más diferente. Lo que ocurra en China, Brasil o Turquía no permanece en China, Brasil o Turquía sino todo lo contrario. Los avances de estos países tienen consecuencias de primer orden en la economía mundial, puesto que los mercados emergentes han representado la mayoría del crecimiento global en los últimos años. China presenta un problema ingobernable de deuda corporativa y un gobierno cuyo compromiso con la reestructuración de la economía es incierto. Turquía tiene un déficit masivo de cuenta corriente, un presidente errático y un vecindario geopolítico inestable. Y si los escándalos políticos fueran productos de exportación, Brasil tendría una ventaja comparativa rotunda.

Aunque La era de la incertidumbre trataba de mucho más que de 1977, capturó el talante de la época. Si Galbraith hubiera escrito el libro en 2017, probablemente calificaría a los setenta como La era de la certidumbre.

(Barry Eichengreen is Professor of Economics at the University of California, Berkeley, and a former senior policy adviser at the International Monetary Fund. His latest book is Hall of Mirrors: The Great Depression, the Great Recession, and the Uses -and Misuses – of History)

– ¿La UE puede sobrevivir al populismo? (Project Syndicate – 4/1/17)

Bruselas.- Otro año, otra amenaza a la supervivencia de la Unión Europea. La buena noticia es que la mayor ruptura de 2016, el voto de Gran Bretaña para abandonar la UE, parece manejable. La mala noticia es que tanto Francia como Italia enfrentan la perspectiva de que los populistas lleguen al poder este año. Lo que suceda en cualquiera de estos países podría decretar el fin de la UE.

La UE recientemente se ha convertido en el blanco principal de los populistas. El fenómeno prosperó en primer lugar en Grecia, cuando el partido de izquierda Syriza llegó al poder en enero de 2015. Pero Syriza no pretendía retirar a Grecia de la UE; más bien, quería un mejor acuerdo con los acreedores del país, que habían impuesto medidas de austeridad devastadoras a los ciudadanos griegos.

La estrategia de Syriza en gran medida reflejaba la voluntad del pueblo. En un referendo de junio de 2015, los votantes rechazaron abrumadoramente un acuerdo propuesto por los acreedores de Grecia que habría significado una austeridad aún mayor. Sin embargo, la aceptación por parte del gobierno de un acuerdo esencialmente inalterado recibió un amplio apoyo pocos días después. Los votantes griegos entendieron que no valía la pena dejar de ser miembro de la eurozona a cambio de conseguir términos mejores.

Sin duda, no todos consideraban que pertenecer a la UE merecía el sacrificio. Pero había un aire de practicidad en la crítica popular de la UE, que en gran medida se centraba en lo que hacía la UE, especialmente en el ámbito económico. Es por ese motivo que estas críticas han sido más sonoras en los países más afectados por la crisis del euro, o que enfrentaron austeridad o, más recientemente, que sintieron que los acuerdos comerciales los dejaron afuera.

Ese ya no es el caso. El populismo de derecha ha ganado tracción en economías fuertes (Austria) y en países donde los beneficios de la pertenencia a la UE son palpables (Hungría y Polonia). En Francia, nunca hubo una austeridad impuesta por la UE; hasta el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, admitió que las reglas presupuestarias de la UE en verdad no pueden ser impuestas por Francia, "porque es Francia".

Ahora los populistas no se centran en lo que hace la UE, sino en lo que ésta representa. En lugar de preguntar si la UE enriquece o empobrece a la gente, los populistas se centran en un interrogante más fundamental y poderoso: "¿Quiénes somos?"

En un momento de inmigración en gran escala, este cambio no resulta sorprendente. Las sociedades que durante mucho tiempo se definieron según un entorno y una cultura compartidos ahora deben lidiar con las implicancias del multiculturalismo. Es por eso que la mayoría de los observadores de los partidos populistas, especialmente de los partidos de derecha, se han centrado en las actitudes hacia los extranjeros y las minorías.

Junto con el cambio hacia una política de identidades -un terreno que no es particularmente afín a las concesiones- ha llegado un cambio en la actitud hacia las instituciones democráticas. Los líderes populistas operan en base a la presunción de que la voluntad del "pueblo" -como lo define el populista- no debería estar limitada institucionalmente. Esto se contrapone a la premisa fundamental de la democracia liberal: que el poder de la mayoría debe ser limitado, en particular para proteger a las minorías, entre otras cosas a nivel electoral.

Los límites al poder de la mayoría del momento suelen conseguirse a través de lo que los norteamericanos llaman el "equilibrio de poderes" que incluye, por ejemplo, un sistema judicial independiente y requerimientos de una súper mayoría para alterar elementos fundamentales del sistema político. Y esos límites, por lo general, funcionan, al menos en su gran mayoría. En el Reino Unido, por ejemplo, tres jueces de la Corte Suprema dictaminaron que sólo el Parlamento -no el gobierno- puede recurrir al Artículo 50 del Tratado de Lisboa, el proceso formal para abandonar la UE.

Pero los políticos populistas se fastidian con esas limitaciones. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, no sólo manifestó abiertamente su preferencia por una democracia "iliberal"; también se esforzó por desmantelar los controles al poder de su gobierno. Lo mismo es válido para el gobierno populista de Polonia, cuyo líder de facto, Jaroslaw Kaczynski, ni siquiera ocupa un cargo formal en la administración.

Dado su desprecio por las instituciones independientes, no es difícil entender por qué los populistas se oponen a la UE que es, en un sentido, la democracia liberal por excelencia: gobernada por reglas impersonales, en lugar de por la mayoría del momento, y donde la mayor parte de las decisiones requieren o una súper mayoría o una unanimidad. Para los populistas, la UE representa importantes limitaciones adicionales que son aún más difíciles de sortear que los controles internos. Eso la convierte en un problema.

Sin embargo, en otro sentido, la UE sufre de una democracia insuficiente: como señalan con frecuencia los líderes populistas, sus líderes en Bruselas no son electos. (Los populistas utilizan argumentos similares para negar la legitimidad, por ejemplo, de los tribunales nacionales).

La realidad, por supuesto, es que los gobiernos y parlamentos elegidos democráticamente nombran a los líderes y burócratas de la UE (y a los jueces independientes) precisamente para ponerle límites a la mayoría del momento y a los futuros gobiernos. Pero los populistas reformulan la manera en que sus seguidores entienden este sistema, declarando que esos funcionarios son parte de la "elite", elegida por otras elites como ellos para frustrar la voluntad del pueblo.

Es poco lo que los políticos convencionales, mucho menos los funcionarios de la UE, puedan hacer para contrarrestar este argumento. Algunos políticos nacionales sucumben a la presión popular y adoptan la retórica -y hasta el programa- de sus adversarios populistas. Pero la UE no puede hacer algo así, sin acelerar efectivamente su propio deceso.

Cuando el problema era lo que hacía la UE, había una solución posible: la UE podía cambiar de estrategia en cuestiones económicas. Y, por cierto, la Comisión ha abandonado de facto la austeridad. De la misma manera, el nuevo acuerdo comercial de la UE con Canadá, firmado en octubre, concluyó recién después de que se resolvieran algunas concesiones elaboradas.

Pero la UE no puede cambiar aquello que representa. No puede aceptar, mucho menos fomentar, la noción de que el equilibrio de poderes es un obstáculo para el progreso, o que los extranjeros amenazan el estilo de vida europeo. No puede ofrecer el tipo de soluciones radicales, imposibles o iliberales que utilizan los populistas para ganar respaldo. La UE debe seguir siendo un bastión de democracia liberal, con todas sus reglas y procedimientos poco atractivos pero necesarios.

En el contexto actual, esta representación engorrosa de una democracia de múltiples niveles y de una economía abierta no puede competir con las promesas elevadas de los populistas. Sin embargo, cuando los populistas no puedan cumplir con sus promesas, la población volverá a recurrir a la UE. Es de esperar que todavía haya una UE que los esté esperando.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister…)

La opinión de Paul Krugman sobre el euro

(Paul Krugman es premio Nobel de Economía y profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton)

– Paul Krugman dice que el Euro fue un error (El Blog Salmón – 11/1/10)

El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha afirmado hoy en su blog que la moneda única europea, el Euro, fue un error. El motivo por el que considera que fue un error es que los inconvenientes son mayores que los beneficios.

El problema principal que tiene el Euro es que ante una crisis asimétrica, es decir, que en unos países es mayor que en otros, como está sucediendo ahora, los Estados dejan de tener una política monetaria para combatirla.

Ante el argumento de que en EEUU pasa lo mismo, unos Estados tienen crisis más pronunciadas que otros y sin embargo tienen una moneda única, Krugman argumenta que existen dos diferencias. La primera, que existe el Estado Federal, que sigue inyectando dinero a las zonas más desfavorecidas, ya sea por Seguridad Social o Medicare (programa de salud). Esto en Europa no pasa, y si un país entra en crisis, puede tener problemas incluso para pagar la Seguridad Social.

La segunda diferencia es la movilidad laboral, que hace que los trabajadores de Estados en crisis emigren a Estados más prósperos, con lo que el efecto se minimiza. En Europa existe menor movilidad laboral que en EEUU, principalmente por la barrera del idioma, y esto tiene difícil solución.

En la actualidad el BCE se haya en una posición incómoda. Por un lado tenemos Estados que están saliendo de la crisis, como Francia y Alemania, y la política para esos países debería ir encaminada a una subida de tipos de interés. En cambio en otros países, como Grecia, España, Austria o Portugal, los tipos deberían mantenerse bajos. Y no existe una política fiscal común que permita subir los tipos y trasvasar dinero a las zonas con más problemas.

¿Qué pasará? ¿Se saldrá algún país del Euro? ¿Lo que fue una inocentada de hace dos años será una realidad? ¿O Europa encontrará un camino para ser más parecidos a EEUU?

– Krugman vaticina el fin del euro y ve posible el "corralito" bancario en España (El País – 14/5/12)

El Nobel de Economía deja en manos de Alemania la decisión clave para evitar la ruptura

El Nobel de Economía Paul Krugman, convertido en azote de quienes pretenden salir de la crisis a base únicamente de austeridad y recortes, advierte en un post publicado este pasado fin de semana que "es muy posible" que Grecia abandone el euro el próximo mes. En caso de que se cumpla esta posibilidad, que en su opinión y la de otros como el Der Spiegel o incluso el Financial Times, medio que está en las antípodas de Krugman, ya no es tan extrema, cundiría el pánico entre el resto de la periferia.

Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:

"Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:

1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.

2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.

3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.

3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.

4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España -además de realizar una drástica revisión de su estrategia- básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:

4b. Fin del euro.

Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra".

– Grecia pone a prueba a Europa (El País – 1/2/15)

Para poder hacer lo correcto, el continente debe dejar de sustituir análisis por moralización

(Por Paul Krugman)

En los cinco años que han transcurrido desde que empezó la crisis del euro, la lucidez ha escaseado considerablemente. Pero esa falta de claridad tiene que acabar ya. Los últimos acontecimientos de Grecia suponen un desafío crucial para Europa: ¿es capaz de dejar atrás los mitos y la moralización, y afrontar la realidad de una forma que respete los valores esenciales del continente? En caso contrario, todo el proyecto europeo -el intento de consolidar la paz y la democracia mediante una prosperidad compartida- sufrirá un golpe terrible, tal vez mortal.

Hablemos primero de esos mitos: mucha gente parece creer que los préstamos que Atenas ha recibido desde que estalló la crisis han servido para financiar el gasto griego.

La realidad, sin embargo, es que la inmensa mayoría del dinero prestado a Grecia se ha utilizado simplemente para pagar los intereses y el principal de la deuda. De hecho, a lo largo de los dos últimos años, una cantidad superior al total enviado a Grecia se ha reciclado de esta manera: el Gobierno griego obtiene más ingresos que lo que gasta en cosas que no son intereses, y entrega los fondos adicionales a sus acreedores.

O, por simplificar las cosas un poco más de la cuenta, se podría pensar que la política europea supone un rescate económico no para Grecia, sino para los bancos de los países acreedores, y que el Gobierno griego simplemente actúa como intermediario (mientras que a los ciudadanos griegos, que han visto caer en picado su nivel de vida, se les exige que hagan aún más sacrificios para que ellos también puedan aportar fondos a ese rescate).

Una manera de ver las exigencias del recién elegido Gobierno griego es que este quiere que se reduzca la cuantía de esa aportación. Nadie habla de que Grecia gaste más de lo que ingresa; lo único que se discute es la posibilidad de gastar menos en intereses y más en cosas como la sanidad y las ayudas a los indigentes. Y al hacerlo, la consecuencia añadida sería que se reduciría enormemente la tasa de paro griega, del 25 %.

¿Pero no tiene Grecia la obligación de pagar las deudas que su propio Gobierno decidió contraer? Ahí es donde entra en juego la moralización.

Es cierto que Grecia (o, para ser más exacto, el Gobierno de centroderecha que gobernó el país entre 2004 y 2009) tomó prestadas de manera voluntaria unas sumas enormes de dinero. Sin embargo, también es verdad que los bancos de Alemania y del resto del mundo le prestaron a Grecia todo ese dinero de manera voluntaria. En condiciones normales, sería de esperar que las dos partes responsables de ese error de juicio pagasen por él. Pero las entidades crediticias privadas han sido, en gran medida, rescatadas (a pesar del "recorte" de sus demandas en 2012). Mientras tanto, se espera que Grecia siga pagando.

Ahora bien, la verdad es que nadie cree que Grecia pueda pagar todo lo que debe. De modo que ¿por qué no admitir esa realidad y reducir los pagos hasta un nivel que no imponga a los ciudadanos un sufrimiento eterno? ¿Acaso el objetivo es que Grecia sirva de ejemplo para otros prestatarios? Si es así, ¿cómo se compatibiliza eso con los valores de la que, supuestamente, es una comunidad de países democráticos y soberanos?

La pregunta sobre los valores cobra aún más fuerza cuando se tiene en cuenta la razón por la que los acreedores de Grecia siguen teniendo poder. Si se tratase solo de un problema de financiación pública, Grecia podría declararse en quiebra sin más; no se le concederían más préstamos, pero también dejaría de pagar las deudas que ahora tiene y su liquidez mejoraría claramente.

El problema de Grecia, sin embargo, es la fragilidad de sus bancos, que actualmente (como los bancos de toda la eurozona) tienen acceso al crédito del Banco Central Europeo. Si se cierra ese crédito, el sistema bancario griego probablemente se vendría abajo en medio del pánico bancario. Por tanto, mientras siga en el euro, Grecia necesita de la buena voluntad del banco central, que a su vez depende de la actitud de Alemania y otros países acreedores.

Pero piensen en la forma en que eso influye en la negociación de la deuda. ¿De verdad está Alemania dispuesta a decirle a otra democracia europea comunitaria: "Paga, o destruiremos tu sistema bancario"?

Y piensen en lo que pasaría si el nuevo Gobierno griego -que, después de todo, ha sido elegido por prometer que va a acabar con la austeridad- no diese su brazo a torcer. Es muy probable que ese camino condujese a una salida forzada de Grecia del euro, con consecuencias económicas y políticas que podrían ser desastrosas para Europa en su conjunto.

Desde un punto de vista objetivo, resolver esta situación no debería ser difícil. Aunque nadie lo sepa, el hecho es que Grecia ha avanzado mucho en la recuperación de su competitividad; los sueldos y los costes han caído en picado, de modo que, en estos momentos, la austeridad es el principal lastre que tiene la economía. Así que lo que hace falta es sencillo: dejar que Grecia tenga unos superávits más pequeños, pero aun así positivos, lo cual mitigaría el sufrimiento griego y permitiría al nuevo Gobierno proclamar su éxito, con lo que se aplacarían las fuerzas antidemocráticas que aguardan entre bastidores. Entretanto, el coste para los contribuyentes de los países acreedores -que nunca van a recuperar el importe total de la deuda- sería mínimo.

Sin embargo, para poder hacer lo correcto sería necesario que otros europeos, los alemanes en concreto, se olvidasen de los mitos egoístas y dejasen de sustituir el análisis por la moralización.

¿Podrán hacerlo? Pronto lo veremos.

(Paul Krugman es premio Nobel de Economía y profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. © The New York Times Company, 2015)

– Los otros desastres económicos de Europa (El País – 4/7/15)

Es razonable temer un "no" griego; pero hay que temer más un "sí", porque ya sabemos que traerá más austeridad

(Por Paul Krugman)

Resulta deprimente pensar en Grecia ahora mismo, así que vamos a hablar de otra cosa, ¿vale? Hablemos, para empezar, de Finlandia, que no podría parecerse menos a ese otro país corrupto e irresponsable del sur. Finlandia es un ciudadano europeo modélico; tiene un Gobierno honrado, unas finanzas sólidas y una buena calificación crediticia, lo que le permite adquirir préstamos con tipos de interés increíblemente bajos.

También se encuentra en el octavo año de una recesión que ha reducido el producto interior bruto per cápita un 10% y que no da muestras de remitir. De hecho, si no fuese por la pesadilla del sur de Europa, los problemas a los que se enfrenta la economía finlandesa podrían considerarse sin duda un desastre colosal.

Y Finlandia no es la única. Forma parte de un arco de declive económico que se extiende por todo el norte de Europa hasta Dinamarca -que no está en el euro, pero gestiona su dinero como si lo estuviese- y llega hasta Holanda. A todos estos países les va, por cierto, mucho peor que a Francia, cuyo sistema económico critican muchísimo los periodistas que detestan su sólida red de seguridad social, pero que de hecho ha aguantado mejor que el de casi cualquier otro país europeo, salvo Alemania.

¿Y qué hay del sur de Europa, aparte de Grecia? Los funcionarios europeos han anunciado a bombo y platillo la recuperación de España, que hizo todo lo que se suponía que debía hacer, y cuya economía por fin ha empezado a crecer otra vez e incluso a generar empleo. Pero el éxito, al estilo europeo, es una tasa de paro que sigue estando cerca del 23% y una renta real per cápita que sigue estando un 7% por debajo de los niveles anteriores a la crisis. Portugal también ha aplicado obedientemente las drásticas medidas de austeridad (y sigue siendo un 6% más pobre que antes).

¿Por qué hay tantos desastres económicos en Europa? En realidad, lo sorprendente en este momento es lo mucho que difieren los orígenes de las crisis europeas. Sí, el Gobierno griego se endeudó demasiado. Pero el español no lo hizo; la historia de España únicamente tiene que ver con los préstamos privados y la burbuja inmobiliaria. Y la de Finlandia no tiene nada que ver con la deuda. Se debe más bien a la escasa demanda de productos forestales, que siguen siendo una importante exportación nacional, y los traspiés de la fabricación finlandesa, en especial el de su antiguo adalid nacional, Nokia.

Lo que todas estas economías tienen en común, sin embargo, es que al formar parte de la eurozona, se han puesto a sí mismas una camisa de fuerza económica. Finlandia sufrió una crisis económica muy grave a finales de la década de 1980 (mucho peor, al principio, que la que padece ahora). Pero fue capaz de orquestar una recuperación bastante rápida, en gran medida porque devaluó drásticamente su moneda, y sus exportaciones se volvieron más competitivas. Esta vez, por desgracia, no tenía moneda que devaluar. Y lo mismo puede decirse de los demás países problemáticos de Europa.

¿Significa esto que la creación del euro fue un error? Bueno, sí. Pero esto no equivale a decir que debería eliminarse ahora que ya existe. Ahora, lo urgente es aflojar esa camisa de fuerza. Esto supondría actuar en distintos frentes, desde la unificación del sistema de garantías bancarias hasta la disposición a aliviar la carga de la deuda de los países donde la deuda es el problema. También supondría la creación de un entorno general más favorable para los países que tratan de sobrellevar la mala suerte, renunciando a una austeridad excesiva y haciendo todo lo posible por aumentar la tasa de inflación de Europa -ahora inferior al 1 %- hasta que vuelva al menos al objetivo oficial del 2 %.

Pero hay muchos funcionarios y políticos europeos que se oponen a todas y cada una de las propuestas que podrían hacer viable el euro y siguen creyendo que todo iría bien si cada cual mostrase la suficiente disciplina. Esta es la razón por la que en el referéndum griego de hoy hay todavía más en juego de lo que supone la mayoría de los observadores.

Uno de los grandes riesgos de que la ciudadanía griega vote que sí -es decir, vote a favor de aceptar las demandas de los acreedores y, por tanto, rechace la postura del Gobierno griego y probablemente lo hunda- es que fortalecerá y alentará a los causantes del fracaso europeo. Los acreedores habrán demostrado su fuerza, su capacidad para humillar a cualquiera que cuestione las exigencias de austeridad sin fin. Y seguirán afirmando que imponer un desempleo masivo es la única estrategia responsable.

¿Y si Grecia vota que no? Esto nos llevaría a un terreno amenazador y desconocido. Es perfectamente posible que Grecia abandone el euro, lo que resultaría tremendamente perjudicial a corto plazo. Pero esto también le brindaría al propio país una oportunidad de recuperación real. Y supondría un saludable sobresalto para la complacencia de las élites de Europa.

O, dicho de una manera un poco diferente, resulta razonable tener miedo a las consecuencias de un voto negativo, porque nadie sabe lo que sucedería después. Pero deberíamos temer aún más las consecuencias de un voto afirmativo, porque en este caso sí que sabemos lo que vendría después: más austeridad, más desastres y, al final, una crisis mucho peor que todo lo que hemos conocido hasta ahora.

(Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008. © 2015 The New York Times)

– Matar el proyecto europeo (El País – 13/7/15)

Ser un miembro de la zona euro significa que los acreedores pueden destruir su economía si se sale del redil

(Por Paul Krugman)

Supongamos que consideras a Tsipras un imbécil incompetente. Supongamos que quieres ver a Syriza fuera del poder a toda costa. Supongamos que, incluso, ves con buenos ojos la idea de empujar a esos griegos molestos fuera del euro.

Incluso si todo eso fuera cierto, esta lista de exigencias del Eurogrupo es una locura. La etiqueta de Twitter ThisIsACoup es exactamente correcta. Esto va más allá de la venganza pura, la destrucción completa de la soberanía nacional y la falta de esperanza de alivio. Probablemente pretende ser una oferta que Grecia no pueda aceptar; pero aun así, es una traición grotesca de todo lo que el proyecto europeo se suponía que representa.

¿Puede algo sacar a Europa del borde del abismo? Se dice que Mario Draghi está tratando de volver a introducir un poco de cordura, que Hollande está finalmente retrocediendo un poco frente a la economía de la moralidad alemana que fracasó tan rotundamente en el pasado. Pero gran parte del daño ya está hecho. ¿Quién va a volver a confiar en las buenas intenciones de Alemania después de esto?

En cierto modo, la economía casi se ha convertido en secundaria. Pero aun así, seamos claros: lo que hemos aprendido estas últimas semanas es que ser un miembro de la zona euro significa que los acreedores pueden destruir su economía si se sale del redil. Esto no tiene nada que ver con la economía subyacente de la austeridad. Es tan cierto como siempre que la imposición de duras medidas de austeridad y sin alivio de la deuda es una política condenada al fracaso sin importar lo dispuesto que esté el país a aceptar el sufrimiento. Y esto a su vez significa que incluso una capitulación completa de Grecia sería un callejón sin salida.

¿Puede Grecia lograr una salida exitosa? ¿Intentará Alemania bloquear una recuperación? (Lo siento, pero ese es el tipo de cosas que ahora debemos preguntar.)

El proyecto europeo (un proyecto que siempre he alabado y apoyado) simplemente ha sufrido un golpe terrible, tal vez fatal. Y piense lo que piense de Syriza, o Grecia, no fueron los griegos los que lo han dado.

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