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Euro-visión. 15 años del Euro: ¿festejo o funeral? (página 8)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

La crisis en la eurozona y la reticencia a intentar alguna estrategia europea real para revivir el crecimiento han contribuido -no exclusivamente, pero sí de modo significativo- al renacimiento del nacionalismo dentro de la UE. La fuerza de esta tendencia política se volvió plenamente evidente en mayo de 2014, cuando los populistas antieuropeos tuvieron un buen desempeño en la elección del Parlamento Europeo. La tendencia nacionalista continuó sin cesar desde entonces.

En un nivel, esto parece extraño. Después de todo, ninguno de los problemas que enfrenta o enfrentará Europa se puede resolver más fácilmente solo y a nivel nacional que dentro de la UE y a través del marco de una comunidad política supranacional. De hecho, la xenofobia nacionalista es particularmente absurda en vista de las realidades demográficas: una Europa que envejece necesita urgentemente más inmigrantes, no menos.

También es notable lo poco que se ha escandalizado Europa ante el respaldo que los nuevos y viejos nacionalistas de la UE han recibido de Rusia; por ejemplo, el gobierno del presidente Vladimir Putin ayudó a financiar al Frente Nacional francés a través de un préstamo multimillonario en euros girado a través de un banco ruso. Aparentemente, los valores autoritarios y las opiniones nacionalistas (junto con una fuerte dosis de antinorteamericanismo) crean vínculos que unen.

No es ninguna exageración decir que la UE hoy en día está interna y externamente amenazada por un nacionalismo reaccionario, razón por la cual la próxima crisis del euro cobrará la forma de una crisis política. ¿Por qué, entonces, las autoridades en Berlín, Bruselas y las otras capitales de la UE todavía no están dispuestas a cambiar sus políticas, cosa que obviamente ha agravado una situación que de por sí era mala? Observar a la UE desde afuera es como mirar una colisión de trenes en cámara lenta -una colisión que, además, fue anunciada en la estación.

Y después está el Reino Unido, que se acerca cada vez más, de manera ininterrumpida y con aparente determinación, a un "Brexit" (una salida británica de la Unión Europea). Ese peligro se extiende más allá de 2015; no obstante, es un componente importante del panorama general de la crisis inminente en la UE. Más allá de si el Reino Unido finalmente se separa políticamente del continente, el año próximo marcará un punto de inflexión para Europa.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment…)

– Europa en guerra (Project Syndicate – 12/1/15)

Nueva York.- Al invadir a Ucrania en 2014, la Rusia del Presidente Vladimir Putin ha lanzado un desafío fundamental a los valores y los principios con los que se fundó la Unión Europea y al sistema, basado en normas, que ha mantenido la paz en Europa desde 1945. Ni los dirigentes de Europa ni sus ciudadanos son plenamente conscientes del alcance de dicho desafío y mucho menos de cómo abordarlo.

El régimen de Putin está basado en el imperio de la fuerza, manifestado en la represión en su país y en la agresión en el exterior, pero ha conseguido una ventaja táctica, al menos a corto plazo, sobre la UE y los Estados Unidos, que están decididos a evitar una confrontación militar.

Rusia se anexionó a Crimea, violando las obligaciones que le imponen los tratados, y estableció enclaves separatistas en la región de Donbas, en la Ucrania oriental. Cuando pareció, el pasado verano, que el Gobierno de Ucrania podía ganar la guerra en Donbas, Putin ordenó una invasión por fuerzas armadas regulares rusas. Los preparativos para una segunda ola de acciones militares han comenzado en noviembre, cuando Putin ha brindado a los separatistas una nueva afluencia de columnas blindadas y personal.

Es triste que Occidente sólo haya proporcionado a la Ucrania asediada una fachada de apoyo. Igualmente preocupante ha sido la continua renuencia de los dirigentes internacionales a proporcionar nuevos compromisos financieros a Ucrania, pese a la presión en aumento a sus reservas de divisas y el espectro de un auténtico hundimiento. A consecuencia de ello, la simple amenaza de acciones militares puede ser suficiente para provocar el desplome económico de Ucrania.

Putin parece abrigar la perspectiva de un gran pacto, con lo que Rusia continuaría la lucha contra el Estado islámico -por ejemplo, al no proporcionar misiles S300 a Siria (y con ello preservar el dominio aéreo de los EEUU)- a cambio de que los EEUU le entregaran el control de su -así llamado- "exterior cercano". Si el Presidente de los EEUU, Barack Obama, aceptara semejante pacto, toda la estructura de las relaciones internacionales quedaría peligrosamente modificada en pro del uso de la fuerza. Sería un error trágico, con consecuencias geopolíticas transcendentales.

El desplome de Ucrania sería una pérdida tremenda para la OTAN e indirectamente para la UE y los EEUU. Una Rusia victoriosa representaría una poderosa amenaza para los Estados bálticos, con sus grandes poblaciones étnicas rusas. En lugar de apoyar a Ucrania, la OTAN tendría que defenderse a sí misma en su propio suelo, con lo que expondría a la UE y a los EEUU al peligro que tanto han querido evitar: la confrontación militar directa con Rusia.

La amenaza a la cohesión política de la UE es aún mayor que el riesgo militar. La crisis del euro ha transformado una unión, cada vez más estrecha, de Estados soberanos e iguales y dispuestos a sacrificar una parte de su independencia por el bien común, en una asociación de países acreedores y deudores, en la que a estos últimos les cuesta cumplir las condiciones de aquéllos.

La nueva UE no es igual ni voluntaria. En realidad, para muchos jóvenes de los países deudores la UE parece un opresor exterior y el 30 por ciento, aproximadamente, del recién elegido Parlamento Europeo hizo campaña con plataformas antieuropeas.

Esa debilidad interna es la que ha permitido a la Rusia de Putin, que en sí misma no es precisamente atractiva, ascender como rival potente de la UE. El Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha llegado hasta el extremo de citar a Putin como su verdadero modelo… y no es una anomalía.

Ni los dirigentes de Europa ni sus ciudadanos parecen reconocer que el ataque de Rusia a Ucrania es un asalto indirecto a la UE y a sus principios de gobernación. Debe quedar claro que es inapropiado que un país o una asociación de países en guerra aplique la austeridad fiscal, como sigue haciendo la UE. Se deben poner todos los recursos disponibles al servicio del esfuerzo de guerra, aunque ello requiera la acumulación de déficits presupuestarios.

Europa tiene la suerte de que la Canciller de Alemania, Angela Merkel, se ha comportado como una verdadera europea en relación con la amenaza planteada por Rusia. Como principal defensora de las sanciones, ha estado más dispuesta a desafiar a la opinión pública alemana y a los intereses empresariales a ese respecto que a ningún otro, pero Alemania ha sido también la defensora principal de la austeridad fiscal y Merkel debería entender la contradicción entre esas posiciones.

Las sanciones contra Rusia son necesarias, pero no carecen de consecuencias. Las economías europeas, incluida Alemania, están sufriéndolas, pues los efectos depresivos de las sanciones agravan las fuerzas recesivas y deflacionarias ya existentes. En cambio, ayudar a Ucrania a defenderse de la agresión rusa tendría un efecto estimulante en Ucrania y en Europa.

Los miembros de la UE están en guerra… y deben empezar a actuar en consecuencia, lo que significa modificar sus compromisos con la austeridad fiscal y reconocer que se encontrarán mejor ayudando a Ucrania a defenderse que abrigando la esperanza de no ser ellos mismos quienes tengan que defender a la UE.

Ucrania necesita una inyección inmediata de unos 20.000 millones de dólares, con la promesa de añadir más cuando sea necesario, para salvarla de un desplome financiero. El Fondo Monetario Internacional podría aportar esos fondos, como lo hizo anteriormente, y la UE prometer que igualaría la contribución del FMI. Los gastos reales seguirían controlados por el FMI y sujetos a la aplicación de reformas estructurales transcendentales.

En Ucrania, hay otro factor más que redunda en provecho de la UE: los nuevos dirigentes del país están decididos a corregir la corrupción, la mala gestión y los abusos de los gobiernos anteriores. De hecho, ya ha formulado una estrategia detallada para reducir a menos de la mitad el consumo de gas de los hogares, con el fin de dividir el corrupto monopolio del gas que representa Naftogaz y poner fin a la dependencia energética de Rusia.

La "nueva Ucrania" es resueltamente proeuropea y está dispuesta a defender a Europa defendiéndose, pero sus enemigos -no sólo la Rusia de Putin, sino también su burocracia y su oligarquía financiera- son formidables y por sí sola no puede derrotarlos.

La de apoyar a Ucrania en 2015 y años posteriores es la inversión más rentable que puede hacer la UE. Podría ayudar incluso a la UE a recobrar el espíritu de unidad y prosperidad compartida que propició su creación. En una palabra, salvando a Urania la UE podría salvarse a sí misma.

(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the hedge-fund industry, he is the author of many books, including The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets: The Credit Crisis of 2008 and What it Means and The Tragedy…)

– Un "Plan Merkel" para Europa (Project Syndicate – 19/1/15)

Londres.- Desde que estalló la crisis económica de Europa hace más de cuatro años, los políticos y los analistas han reclamado una gran solución, invocando muchas veces el ejemplo del Plan Marshall de postguerra de Estados Unidos que, desde su inicio en 1948, ayudó a reconstruir las economías destruidas y oprimidas por la deuda de Europa Occidental. Pero el momento político nunca llegó a madurar. Eso podría estar a punto de cambiar.

La situación de Europa hoy tiene algunas similitudes con los años 1940. Agobiados por deudas públicas que son consecuencia de errores pasados, los gobiernos de la eurozona saben lo que tienen que hacer pero no cómo hacerlo. No confían demasiado unos en los otros como para colaborar. Mientras tanto, la demanda en la mayor parte de la Unión Europea es débil, lo que le cierra las puertas al crecimiento económico necesario para pagar las deudas y ofrecer esperanza a los 25 millones de desocupados.

Una sospecha corta de miras ha sido el principal obstáculo para una gran solución. Los contribuyentes de ningún país han querido sentir que están pagando por los excesos de otros: la moneda única no impuso una responsabilidad compartida. De manera que los países acreedores, liderados por Alemania, han intentado hacer lo mínimo necesario para mantener al euro vivo, mientras que los deudores han refunfuñado con impotencia sobre la insistencia de Alemania en una austeridad fiscal.

Los dos bandos disienten respecto de la naturaleza de la enfermedad europea, y cuando no hay ningún acuerdo sobre el diagnóstico, es difícil acordar sobre una cura. Sin embargo, puede estar por producirse una convergencia, debido a los acontecimientos en la política griega, española y británica, así como al simple paso del tiempo.

Los griegos parecen inclinados a elegir el 25 de enero un gobierno dominado por el partido de extrema izquierda Syriza, que alguna vez pronunció su repudio del euro pero que ahora promete negociar una reestructuración de las deudas de Grecia. El partido más popular de España de cara a la elección general que se llevará a cabo a fines de este año es Podemos, que fue fundado recién en enero de 2014 y tiene opiniones similares a las de Syriza. Y la elección en el Reino Unido en mayo sacudirá el barco europeo al centrarse en el interrogante de cuándo Gran Bretaña debería realizar un referendo sobre si abandonar o no la UE.

Estas reyertas políticas preocupan a los países acreedores, lo cual se refleja en la frecuencia de las advertencias provenientes de Alemania de que cualquier nuevo gobierno griego debe adherir a los acuerdos existentes. Ese es un indicador certero de que Alemania teme que Syriza no lo haga. La negociación ha comenzado.

El paso del tiempo debería ayudar con esta negociación. La fórmula de Alemania para la crisis del euro ha sido insistir en un ajuste del cinturón fiscal y en reformas estructurales para reducir el futuro gasto público en pensiones y salarios, flexibilizar los mercados laborales e impulsar la productividad, todo a cambio de préstamos de emergencia. Desde que comenzó la crisis, los principales receptores -Grecia, Irlanda, España y Portugal- han venido siguiendo esta fórmula.

En consecuencia, se está tornando posible decir, en términos políticos, que los deudores han aceptado su castigo y han hecho que sus economías se volvieran más competitivas. El crecimiento económico se ha recuperado fuertemente en Irlanda, moderadamente en España y Portugal y exiguamente en Grecia. Lo que hoy está refrenando a estas y otras economías europeas es la demanda débil en la eurozona en general.

Esa es la razón por la cual hace falta una versión moderna del Plan Marshall. Desde un punto de vista político, sería inteligente si la canciller alemana Angela Merkel tomara la iniciativa y propusiera una gran solución, en lugar de verse obligada a aceptar concesiones fragmentadas y reacias por parte de gobiernos nuevos en Grecia, España u otras partes.

Sería aún más inteligente compartir esa iniciativa con los líderes de las otras grandes economías de Europa: el presidente francés, François Hollande, quien luego de los atentados terroristas a comienzos de este mes, quizá sea especialmente receptivo de los esfuerzos por promover la unidad y le crecimiento económico, y el primer ministro británico, David Cameron, que acogería con agrado toda señal de una reforma europea.

Un Plan Marshall moderno debería tener tres componentes principales. Primero, la deuda soberana en la eurozona se reestructuraría para aliviar el dolor sufrido por Grecia y España. Segundo, un programa de inversión pública financiado colectivamente se centraría en la energía y otra infraestructura. Tercero, se establecería un cronograma para la conclusión de las reformas de liberalización del mercado único -particularmente para las industrias de servicios y la economía digital.

En Alemania, la reestructuración de la deuda sería el componente más polémico. Pero se les debería recordar a los alemanes que, junto con los fondos del Plan Marshall para Europa occidental, el otro gran impulso para la recuperación económica de posguerra de Alemania provino de la reestructuración de la deuda. El Acuerdo de Londres de 1953 canceló el 50% de la deuda pública de Alemania y reestructuró la otra mitad para darle al país mucho más tiempo para pagar.

Si bien una cancelación de las deudas de la eurozona sería políticamente difícil, se podría refinanciar un porcentaje importante con eurobonos de vencimiento a más largo plazo, algo que todos los países de la eurozona suscribirían. Lo crucial es que un remedio de estas características se extienda a todos los miembros de la eurozona y no a un solo país elegido (Grecia).

Al incluir los otros componentes de la inversión pública y de la conclusión de un mercado único, el Plan Merkel (o, mejor dicho, el Plan Merkel-Hollande-Cameron) podría reiniciar el crecimiento económico abriendo a la vez a los países a un mayor comercio y una mayor competencia. Esto aborda una de las principales quejas británicas sobre la UE: que hasta el momento no logró concluir el mercado único, un proyecto en parte iniciado por Margaret Thatcher en los años 1980.

Por supuesto, un Plan Marshall moderno enfrentaría un muro de escepticismo y obstrucción por parte de grupos de interés nacionales. Pero, al mantenerse unidas, las autoridades europeas podrían ganar esa batalla. Y si no se lo intenta, los europeos del mañana tal vez nunca perdonen a sus líderes de hoy.

(Bill Emmott, a former editor of The Economist, is the author of Good Italy, Bad Italy, and The Rivals: How the Power Struggle Between China, India, and Japan Will Shape Our Next Decade.…)

– Una narrativa griega sobre moralidad (Project Syndicate – 3/2/15)

Nueva York.- Cuando la crisis del euro comenzó hace media década, los economistas keynesianos predijeron que la austeridad que se imponía a Grecia y a los demás países en crisis sería un fracaso. Predijeron que la austeridad ahogaría el crecimiento y aumentaría el desempleo -y que incluso fracasaría en su propósito de reducir la relación deuda-PIB. Otros economistas- en la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, y en algunas universidades -hablaron de contracciones expansivas. Pero, incluso el Fondo Monetario Internacional sostuvo que las contracciones, como por ejemplo los recortes en el gasto público, eran solamente eso- políticas contractivas.

Nosotros casi ya no necesitábamos de una evidencia probatoria adicional. La austeridad había fallado de manera repetitiva: desde cuando se la usó hace ya bastante tiempo atrás durante la administración del presidente estadounidense Herbert Hoover -en dicha ocasión, la austeridad convirtió un desplome del mercado bursátil en la Gran Depresión– hasta cuando se la impuso en la forma de "programas" del FMI implementados en el Este de Asia y en América Latina durante las últimas décadas. Y, a pesar de todo, cuando Grecia se metió en problemas, de nuevo se intentó usarla.

En su gran mayoría, Grecia siguió las medidas dictadas por la "troika" (la Comisión Europea, el BCE y el FMI): convirtió un déficit presupuestario primario en un superávit primario. Sin embargo y de manera previsible la contracción del gasto público ha sido devastadora: 25% de desempleo, una caída del 22% en el PIB desde el año 2009, y un aumento del 35% en la relación deuda–PIB. Y ahora, con la abrumadora victoria en las elecciones de Syriza, el partido anti-austeridad, los votantes griegos han declarado que se hartaron de la situación.

Entonces, ¿qué se debe hacer? En primer lugar, seamos claros: se podría culpar a Grecia por sus problemas si sería el único país donde la medicina de la troika hubiese sido un completo y triste fracaso. Sin embargo, España tenía un superávit y un ratio bajo de deuda antes de la crisis, y este país, también, se encuentra en una depresión. No es tan necesaria una reforma estructural dentro de Grecia y España, en comparación con lo necesaria que sí es una reforma estructural en el diseño de la eurozona y un replanteamiento de los fundamentos de los marcos de políticas que han llevado al desempeño espectacularmente malo de la unión monetaria.

Grecia también nos ha recordado una vez más la magnitud de la necesidad que tiene el mundo en cuanto a contar con un marco de reestructuración de la deuda. La deuda excesiva no causó solamente la crisis del año 2008, sino que también causó la crisis del Este de Asia en la década de 1990 y la crisis de América Latina en la década de 1980. En la actualidad, continúa causando sufrimientos indecibles en EEUU, donde millones de propietarios de viviendas han perdido sus hogares, y en la actualidad, la deuda amenaza a millones más de personas en Polonia y en otros lugares a consecuencia de que dichas personas pactaron préstamos en francos suizos.

Si se toma en cuenta la cantidad de angustia que provoca la deuda excesiva, uno podría preguntarse por qué las personas y los países se han puesto, repetidamente, en dicha situación. Al fin de cuentas, esas deudas son contratos -es decir, son acuerdos voluntarios- así que los acreedores son tan responsables de dichas deudas como lo son los deudores. De hecho, podría decirse que los acreedores son aún más responsables: por lo general, estos acreedores son instituciones financieras sofisticadas, mientras que los prestatarios con frecuencia están en mucha menor sintonía con las vicisitudes del mercado y los riesgos asociados a los diferentes acuerdos contractuales. De hecho, sabemos que los bancos estadounidenses en realidad se aprovechaban de sus prestatarios, usufructuando su falta de sofisticación financiera.

Cada país (avanzado) se ha dado cuenta de que para hacer funcionar el capitalismo se requiere otorgar a las personas un nuevo comienzo. Las prisiones de deudores del siglo XIX fueron un fracaso – por inhumanas y porque realmente no ayudaban a garantizar el pago. Lo que sí ayudó fue brindar mejores incentivos para que realicen buenos créditos, esto se logró al hacer que los acreedores sean más responsables de las consecuencias de sus decisiones.

A nivel internacional, todavía no hemos creado un proceso ordenado para otorgar a los países un nuevo comienzo. Incluso desde antes de la crisis de 2008, las Naciones Unidas, con el apoyo de casi todos los países en desarrollo y emergentes, ha estado tratando de crear un marco de este tipo. Pero EEUU se ha opuesto rotundamente; tal vez quiere volver a instituir las prisiones de deudores para encarcelar a las autoridades de los países excesivamente endeudados (si es así, puede que se estén desocupando espacios en la Bahía de Guantánamo).

La idea de restablecer las prisiones de deudores puede parecer descabellada, pero va en sintonía con las actuales ideas sobre riesgo moral y responsabilidad. Existe el temor de que si a Grecia se le permite reestructurar su deuda, dicho país simplemente se meterá nuevamente en problemas, al igual que ocurrirá con otros.

Dichos temores son un disparate. ¿Alguien en su sano juicio cree que algún país estaría dispuesto a atravesar voluntariamente lo que Grecia ha tenido que atravesar, sólo con el objetivo de conseguir ventajas de sus acreedores? Si existiese un riesgo moral, dicho riesgo estaría relacionado a los prestamistas -sobre todo a aquellos en el sector privado- quienes han sido rescatados en repetidas ocasiones. Si Europa ha permitido que estas deudas se desplacen desde el sector privado al sector público -un patrón bien establecido durante el último medio siglo- es Europa, no Grecia, la que debe soportar las consecuencias. De hecho, la difícil situación actual de Grecia, incluyéndose el enorme aumento del ratio de deuda, se debe en gran parte a los programas mal guiados que la troika ha impuesto a este país.

Por lo tanto, lo que es "inmoral" no es la reestructuración de la deuda, sino la ausencia de dicha reestructuración. No hay nada particularmente especial en lo que se refiere a los dilemas que Grecia enfrenta hoy en día; muchos países han estado en la misma posición. Lo que hace que los problemas de Grecia sean más difícil de abordar es la estructura de la eurozona: la unión monetaria implica que los Estados miembros no pueden devaluar su moneda con el objetivo de salir de sus problemas; sin embargo, el mínimo de solidaridad europea que debe acompañar a esta pérdida de flexibilidad en cuanto a la aplicación de políticas simplemente no está presente.

Hace setenta años, al final de la Segunda Mundial, los Aliados reconocieron que ellos debían brindar un nuevo comienzo a Alemania. Entendieron que el ascenso de Hitler tuvo mucho que ver con el desempleo (no con la inflación) que sobrevino a consecuencia de que a finales de la Primera Guerra Mundial se impuso más deuda sobre los hombros de Alemania. Los Aliados no tomaron en cuenta la estupidez asociada a la acumulación de dichas deudas, ni tampoco hablaron sobre los costos que Alemania había impuesto sobre los hombros de los demás. En cambio, no sólo perdonaron las deudas; en los hechos, los Aliados proporcionaron ayuda, y las tropas Aliadas estacionadas en Alemania proporcionaron un estímulo fiscal adicional.

Cuando las empresas entran en quiebra, un canje de deuda por acciones es una solución justa y eficiente. El enfoque análogo para Grecia es convertir sus bonos actuales en bonos vinculados con el PIB. Si a Grecia le va bien, sus acreedores recibirán más del dinero que invirtieron; si no le va bien, recibirán menos. Ambas partes tendrían un incentivo poderoso para aplicar políticas que favorezcan el crecimiento.

Rara vez las elecciones democráticas dan un mensaje tan claro como el que se dio en Grecia. Si Europa le dice no a la demanda de los votantes griegos en cuanto a un cambio de rumbo, está diciendo que la democracia no es de importancia, al menos cuando se trata de asuntos económicos. ¿Por qué simplemente no se anula la democracia, tal como lo hizo Terranova de forma efectiva cuando entró en suspensión de pagos antes de la Segunda Guerra Mundial?

Se tiene la esperanza de que prevalezcan quienes entienden de asuntos económicos relacionados con la deuda y la austeridad, y que también lo hagan aquellos quienes creen en la democracia y los valores humanos. Aún está por verse si serán ellos quienes prevalecerán.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank…)

– La oportunidad económica de la salida de Grecia (Project Syndicate – 24/2/15)

Tilton.- La primera oración del Tratado de Roma de 1957, el documento fundacional de lo que se convertiría en la Unión Europea – llamaba a sentar las bases de "una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos". Sin embargo, últimamente ese ideal se ha visto amenazado, minado por su propia élite política que adoptó una moneda común e ignoró completamente las deficiencias subyacentes.

Hoy en día, esas fallas quedaron expuestas y amplificadas por la crisis griega que parece no tener fin. Y en ningún lugar son más evidentes que en la relación de Grecia con el Fondo Monetario Internacional.

Cuando la crisis del euro estalló en 2010, los funcionarios europeos se dieron cuenta de que no poseían la habilidad necesaria para enfrentar la amenaza que representaba la suspensión de pagos de las deudas soberanas y la potencial disolución de la unión monetaria. Así, evitar el derrumbe de la eurozona se convirtió en el principal imperativo político de los funcionarios de la UE. Para ello, solicitaron la ayuda del FMI, cuya intervención resultó en una serie de irregularidades que pusieron de manifiesto la gravedad de los problemas que la eurozona debió enfrentó en ese entonces, y que no han perdido actualidad.

Para empezar, el Convenio Constitutivo del FMI establece que mantendrá relaciones únicamente con aquellas entidades de los países miembros que puedan responder cabalmente de la ayuda recibida, es decir "ministerio de Hacienda, banco central, fondo de estabilización u otros organismos fiscales semejantes". Pero las instituciones con las que el FMI trata en la eurozona ya no son responsables de la gestión macroeconómica de sus propios países; ese poder está ahora en manos del Banco Central Europeo. De modo que, otorgar un préstamo a Grecia equivaldría para el FMI a otorgárselo a una unidad subnacional, como un gobierno provincial o municipal, sin exigir garantías de reembolso por parte de las autoridades nacionales.

Otro problema es la magnitud en sí de la intervención. El tamaño de la deuda griega requería un préstamo a una escala que excedía ampliamente lo que otros países podían esperar. En 2010, se le otorgó al país un "acceso excepcional" a los recursos del FMI fijado en un "límite acumulativo de 600%" de la cuota del país en el FMI, que mide el valor de los compromisos financieros de un país con el Fondo. Sin embargo, en abril de 2013, se decidió que el financiamiento acumulativo alcanzaría un máximo de 3,212% de la cuota de Grecia.

La razón por la que el FMI tuvo que asumir un riesgo tan grande fue la negativa inicial de Europa de considerar la reducción de la deuda de Grecia, pues las autoridades temían que el contagio financiero sobrecargara el sistema bancario desprotegido de la eurozona. Esa decisión sembró la incertidumbre sobre la capacidad de la unión monetaria para resolver la crisis y agravó la contracción de la producción griega. Cuando finalmente se logró un acuerdo de reestructuración de la deuda en 2012, los acreedores privados pudieron reducir el riesgo al traspasar a los contribuyentes sus reclamaciones residuales.

En un principio, la política oficial del FMI fue que la deuda griega era sostenible, pero los funcionarios del Fondo sabían que ese no era el caso. Finalmente, en 2013, el Fondo admitió que a pesar de que sus analistas sabían que la deuda no era sostenible, decidieron seguir con el programa por temor a que la eurozona y la economía mundial se vieran amenazadas por las repercusiones de la situación en Grecia.

Además, de noviembre de 2010 a abril de 2013, el FMI recortó en un 27% sus previsiones del PIB nominal griego para el 2014, lo que arroja dudas sobre la transparencia y la credibilidad de las proyecciones del Fondo acerca de la sostenibilidad de la deuda. La implicación resulta alarmante: el FMI fue incapaz de proporcionar un marco viable para el ajuste que Grecia se vería obligada a llevar a cabo.

Este trasfondo resulta decisivo para las negociaciones actuales, ya que revela que el objetivo del rescate de Grecia no fue el de restaurar la prosperidad del pueblo griego, sino salvar la eurozona. En este contexto, se justifica plenamente que el nuevo gobierno cuestione las condiciones que se le imponen al país.

Los acuerdos que los gobiernos anteriores concluyeron ciertamente reducirán la gama de las políticas que tiene a su disposición el nuevo gobierno, especialmente en lo que respecta a la reducción de la deuda, que requeriría una suspensión unilateral de pago y la salida de la eurozona. Pero un gobierno democráticamente elegido no está necesariamente obligado a cumplir las promesas de sus predecesores, y esto es doblemente válido cuando se trata de una elección que fue un referéndum sobre esas mismas políticas.

Los ultimátum de organismos no electos, que han puesto en entredicho su propia legitimidad han acrecentado los sentimientos anti UE en todo el continente. El peor desenlace posible de las negociaciones que se están llevando a cabo sería que Grecia se sometiera a las exigencias de sus acreedores y obtuviera pocas concesiones a cambio. Esto generaría un mayor apoyo popular a los partidos y movimientos anti UE en otros países y supondría una oportunidad desaprovechada para Grecia y para Europa.

Esa oportunidad sería el incumplimiento del pago y la salida de la eurozona, lo que permitiría a Grecia empezar a corregir los errores del pasado y encaminar su economía hacia la recuperación y el crecimiento sostenible. En ese punto, la UE haría bien en actuar en el mismo sentido, desintegrando la unión monetaria y otorgando una reducción de la deuda para las economías más afectadas de la zona. Sólo entonces se podrán cumplir los ideales fundacionales de la UE.

(Alberto Bagnai is Associate Professor of Economic Policy at the Gabriele d'Annunzio University, and a research associate at the Centre de Recherche en Economie Appliquée à la Mondialisation at the University of Rouen. Brigitte Granville is Professor of International Economics and Economic Policy at the School of Business and Management, Queen Mary, University of London, and the author of Remembering Inflation. Peter Oppenheimer was a fellow at Christ Church, Oxford University)

– El momento de la verdad de Angela Merkel (Project Syndicate – 25/2/15)

Berlín.- En las dos últimas semanas, las dos crisis que enfrenta Europa -en Ucrania y en Grecia- escalaron. En cada caso, Alemania y su canciller, Angela Merkel, estuvieron en el corazón de los esfuerzos por alcanzar una resolución diplomática. Este es un nuevo papel para Alemania, y el país todavía no se hizo a la idea.

El último intento por frenar la guerra en el este de Ucrania por medios diplomáticos duró incluso menos que el primer intento en septiembre pasado. El nuevo acuerdo -que, al igual que el anterior, tuvo lugar en Minsk- reconoció de facto que Ucrania ha quedado dividida por medios militares. Pero todavía no está claro dónde está la línea divisoria, porque el presidente ruso, Vladimir Putin, tal vez todavía intente capturar el puerto estratégico de Mariupol, en el Mar Negro, permitiéndole así al Kremlin crear un puente terrestre entre Rusia y la península de Crimea. Es más, la captura de Mariupol mantendría abierta la opción de conquistar el sur de Ucrania, incluida Odessa, y extender el control ruso hasta Transnistria, el enclave ilegal de Rusia en Moldavia.

Mediante el uso continuo de la fuerza militar, Putin ha alcanzado el objetivo principal de la política de Rusia: el control del este de Ucrania y la desestabilización en curso del país en su totalidad. De hecho, Minsk II no es más que un reflejo de lo que allí está sucediendo.

Sin embargo, sigue en pie el interrogante de si habría sido más inteligente permitir que la única potencia que Putin toma en serio -Estados Unidos- conduzca las negociaciones. Dada la poca consideración que siente Putin por Europa, lo más probable es que esto, tarde o temprano, se torne inevitable.

Aun así, a pesar de los riesgos implícitos, es importante que Alemania y Francia, en coordinación con la Unión Europea y Estados Unidos, hayan emprendido este esfuerzo diplomático. Si bien la iniciativa de Minsk II expuso la influencia política exigua de Europa, también confirmó lo indispensable que es la cooperación franco-alemana, así como el rol diferente de Alemania dentro de la UE.

La propia Merkel refleja este papel diferente. Sus diez años en el poder se caracterizaron, en gran medida, por una nueva era Biedermeier alemana. El sol brillaba sobre Alemania y su economía, y Merkel consideraba que su máxima obligación era mantener la sensación de bienestar de los ciudadanos sin perturbarlos con la política. Pero el nuevo significado de Alemania en Europa puso fin de manera brutal a la era neo-Biedermeier de Merkel. Ya no define sus políticas en términos de "pequeños pasos"; ahora se toma las amenazas estratégicas en serio y las enfrenta sin rodeos.

Esto también es válido para la crisis griega, en la que Merkel -a pesar de su imagen pública en el sur de Europa- no estaba alineada con los halcones en su partido y en su gobierno. De hecho, Merkel parece ser plenamente consciente de los riesgos inmanejables de una salida griega del euro -aunque todavía está por verse si puede dar muestras de una determinación para revisar la política de austeridad fallida que se le impuso a Grecia.

Sin una revisión de estas características destinada a fomentar el crecimiento, Europa se mantendrá alarmantemente débil, tanto interna como externamente. Si consideramos el ataque de Rusia a Ucrania, estamos frente a una perspectiva lúgubre, porque la debilidad interna y las amenazas externas están directamente asociadas.

Grecia también demostró que la crisis del euro no es tanto una crisis financiera como una crisis de soberanía. Con la reciente elección del partido anti-austeridad Syriza, los votantes griegos se opusieron férreamente al control externo de su país por parte de la "troika" (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), Alemania o algún otro. Sin embargo, si Grecia ha de salvarse de la bancarrota, se lo tendrá que agradecer exclusivamente al dinero de los contribuyentes extranjeros. Y será prácticamente imposible convencer a los contribuyentes y gobiernos europeos para que ofrezcan otros miles de millones de euros sin garantías verificables y las reformas necesarias.

El conflicto griego muestra que la unión monetaria de Europa no está funcionando porque la soberanía democráticamente legitimada de un país se topó con la soberanía democráticamente legitimada de otros países. Los estados nación y una unión monetaria no conviven bien. Pero no es difícil entender que, si se produce el "Grexit", el único ganador geopolítico sería Rusia, mientras que en Europa todos llevan las de perder.

Si bien los riesgos geopolíticos, hasta ahora, apenas aparecieron en el debate alemán, pesan mucho más que cualquier riesgo de políticas domésticas que implique sincerarse finalmente con el pueblo alemán. Grecia, se les debería decir a los alemanes, seguirá siendo miembro de la eurozona, y preservar el euro requerirá nuevas medidas hacia la integración, que pueden llegar a incluir transferencias y una mutualización de la deuda, siempre que se establezcan para esto las instituciones apropiadas.

Una medida de esta naturaleza exigirá coraje, pero las alternativas -la continuación de la crisis de la eurozona o el retorno a un sistema de estados nación– son mucho menos atractivas. (Alemania tiene un nuevo partido nacional conservador cuyos líderes tienen como objetivo declarado perseguir una política exterior similar a la que regía antes de 1914). En vista de los dramáticos cambios globales y la amenaza militar directa a Europa planteada por la Rusia de Putin, estas alternativas directamente no son alternativas, y el "problema" griego parece insignificante.

Merkel y el presidente francés, François Hollande, deberían tomar la iniciativa nuevamente y colocar por fin a la eurozona en una posición sólida. Alemania tendrá que aflojar su amado presupuesto y Francia tendrá que renunciar a parte de su preciada soberanía política. La alternativa es quedarse inmóvil viendo cómo los nacionalistas de Europa se vuelven más fuertes, mientras que el proyecto de integración europeo, a pesar de seis décadas de éxito, se tambalea cada vez más cerca del abismo.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment…)

– La peligrosa política del euro (Project Syndicate – 28/2/15)

Santiago.- El jurado aún no decide si Grecia logrará evitar el default, permanecer en la eurozona y revertir la brutal contracción de su economía. Pero cualquier jurado justo ya se hubiera pronunciado sobre las consecuencias políticas de la moneda común: un fracaso total.

Por supuesto, la justificación del euro siempre fue de índole política y se dio en dos variedades: la burda y la elevada.

La justificación burda, rara vez discutida en forma directa por gente de buenos modales, era que los países de Europa meridional gastaban demasiado e imponían una carga tributaria muy baja, por lo que se endeudaban en exceso. Mientras pudieran financiar sus déficits emitiendo moneda y devaluándola de vez en cuando, no dejarían de ser imprudentes. Sólo la camisa de fuerza del euro y una política monetaria dirigida desde Frankfurt podrían hacerlos entrar en vereda.

Ésa era la teoría. En la práctica, el resultado fue exactamente lo opuesto. Tras que desapareciera el peligro de la devaluación, los diferenciales de las tasas de interés se desmoronaron, y con ellos el costo de los créditos. Los países europeos de menores ingresos se inundaron de dinero barato proveniente del exterior. En algunos -Grecia, Italia, Portugal- este dinero financió un gasto público insostenible. En otros -España e Irlanda- financió las ilusiones extravagantes de ciertas empresas inmobiliarias privadas. Las deudas se dispararon por doquier.

La manera más atractiva de articular la justificación elevada del euro fue en francés. Prometía paz, prosperidad y un creciente respeto mutuo, con la unión política como objetivo final. El hecho de que nadie supiera como lograrla carecía de importancia. La voluntad y la determinación de Europa lo conseguiría, es lo que oí en múltiples congresos a través de los años. Sin ser europeo, me dieron a entender (a veces de manera amable, otras no tanto), era imposible que yo comprendiera eso.

Bien, los resultados ahora son patentes, e incluso sin ser europeo se puede comprender lo que ha sucedido. La legitimidad de las instituciones europeas va a la baja, los movimientos neo-fascistas al alza. Proliferan los prejuicios contra inmigrantes, al igual que los clichés sobre los tacaños del norte y los perezosos del sur. Incluso diarios serios han llegado a pintar a políticos alemanes con lederhosen y bigotes a lo Hitler. Estoy cierto de que debe de existir un resultado peor para la causa de una Europa integrada y tolerante, pero me cuesta imaginarlo.

No tenía por qué haber sido así. La unión monetaria siempre fue una apuesta arriesgada, pero no necesariamente tuvo que producir un desempleo masivo (más de la mitad de los jóvenes de Grecia y de España está sin trabajo). Parte importante del problema obedece al defectuoso diseño de la eurozona, fracaso que también es de índole política.

Es verdad que Grecia es responsable de muchas de sus propias dificultades. Se ha abusado del sistema de pensiones, la recaudación de impuestos sigue siendo caótica y, además, fuera de sus hermosas playas, el país no ofrece mayores bienes ni servicios que el resto del mundo desee comprar.

Pero la depresión -que ya lleva cinco años- también tiene causas externas. No es que los otros países europeos sólo le estén comprando muy poco a Grecia; no le compran mucho a ningún país. Como Martin Wolf, del Financial Times, no se cansa de señalar, en Europa existe un enorme desequilibrio, y no es el que uno se imagina.

Desde que se inició la crisis actual, la cuenta corriente de la eurozona ha pasado de un pequeño déficit a un superávit de más del 2,5% del PIB. A medida que países como Grecia han disminuido sus gastos, otros, como Alemania, no han aumentado los suyos. Los europeos septentrionales se enorgullecen de vivir de acuerdo a sus medios – sin importar que al hacerlo contribuyan a mantener una crisis regional.

Este problema ya fue motivo de preocupación para John Maynard Keynes al momento de las negociaciones de Bretton Woods, después de la segunda guerra mundial. Negándose a otorgar créditos, los extranjeros pueden obligar a un país a disminuir sus gastos. Pero ¿cómo se puede obligar a un país o a un grupo de países a aumentar sus gastos? La eurozona carece de respuesta para este acertijo de índole política, en el cual reside una de sus debilidades fundamentales.

La eurozona tampoco dispone de los amortiguadores fiscales automáticos que son esenciales para estabilizar los ingresos dentro de la unión – lo que queda cada día más claro. Cuando el precio del petróleo cae, y Texas y Oklahoma entran en recesión, rápidamente se produce un flujo de capitales hacia esos estados, sin controversia ni virulencia política. Pero esta unión de transferencias no se producirá mientras quede un solo europeo septentrional que pueda oponerse. Es decir, la eurozona continuará plagada de desequilibrios económicos y de las tensiones políticas que inevitablemente los acompañan.

Y, hablando de tensiones políticas, las negociaciones entre Grecia y la Unión Europea marcaron un nuevo hito. El gobierno de Syriza cedió tras apenas dos semanas de instaurado cuando enfrentó una amenaza de proporciones nucleares: si no te comportas, el Banco Central Europeo dejará de financiar a tus bancos. Ni siquiera un ministro de hacienda que lleva casaca de cuero estuvo dispuesto a tolerar una potencial retirada masiva de depósitos de sus bancos, y el caos financiero que esto implicaría.

Un banco central independiente es algo muy positivo, y Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo es un excelente banquero central. Pero se supone que esa independencia se debe aplicar a la política monetaria (elevar las tasas de interés de ser necesario, por muy impopular que resulte) y no a la política fiscal (obligar a un país a recortar gastos y a aumentar la carga impositiva para pagar su deuda). ¿Alguien dijo déficit de democracia?

Evidentemente, nada de esto significa que la salida de Grecia de la eurozona sería deseable. Como lo dice el viejo chiste, si es allí donde quieres llegar, no partas de aquí. Pero aquí -dentro de la unión monetaria- es donde se encuentra Grecia, y abandonar el euro sin tener un plan B sería un desastre.

Es muy fácil que la mala economía se convierta en mala política. A causa de su defectuoso diseño, la moneda común hoy amenaza con malograr el propio proyecto de unión política que debió promover. De ocurrir esto, sí que sería una verdadera tragedia griega.

(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University…)

– ¿Cuánto más va a bajar el euro? (Project Syndicate – 17/3/15)

Londres.- Casi a diario, el dólar estadounidense alcanza nuevos máximos en 12 años, mientras que el euro parece destinado a caer por debajo de la paridad. Se suele decir de los movimientos de divisas que son la más impredecible de las variables financieras, pero por una vez los acontecimientos recientes en estos mercados parecen tener una explicación bastante clara, aceptada y respaldada por casi todos los economistas y responsables políticos.

Por ejemplo, el presidente francés François Hollande ha saludado con entusiasmo la baja del euro: "Hace que las cosas sean claras y directas: un euro equivale a un dólar", señaló ante un público de industriales. Pero precisamente cuando todo parece "claro y directo" los inversionistas harían bien en cuestionar la visión convencional. Ciertamente, en 2015 parece una apuesta popular prever un dólar fuerte y un euro débil. Sin embargo, ¿puede ser que esta tendencia ya se esté sobredimensionando?

No hay duda de que, en un sentido, la explicación convencional de la relación reciente entre el euro y el dólar es correcta. Está claro que la principal fuerza que la impulsa es la divergencia monetaria, con la política restrictiva de la Reserva Federal y la política del Banco Central Europeo de mantener tipos de interés históricamente bajos y adoptar la expansión cuantitativa. ¿Pero en qué medida ya se ha cubierto esta divergencia? La respuesta depende de cuánta gente desconozca el diferencial de los tipos de interés o no crea que se vaya a ampliar demasiado.

El año pasado muchos inversionistas pusieron en duda la capacidad del BCE de implementar un programa de compra de bonos frente la oposición alemana, y muchos otros dudaron de la voluntad de la Fed de restringir la política monetaria, ya que hacerlo sofocaría la recuperación económica de Estados Unidos. Por eso el euro seguía valiendo casi $ 1,40 hace un año, y por qué yo y otros economistas esperábamos que continuara bajando.

Pero hoy es mucho menor el margen para que ocurran sorpresas de una subida del dólar o un descenso del euro. ¿Hay todavía quien crea que la economía estadounidense está al borde de la recesión? ¿O que el Bundesbank tenga el poder de imponerse a Mario Draghi, presidente del BCE, en sus decisiones sobre políticas?

Ahora que se ha descontado gran parte de la divergencia monetaria, quizás deberíamos prestar más atención a los demás factores que podrían influir en los movimientos de divisas en los meses que se avecinan.

En el frente de que el dólar se fortalezca y el euro se debilite, parece haber tres posibilidades. Una es que la Fed acabe elevando los tipos de interés sustancialmente más rápido que lo esperado. Otra es que los inversionistas y tesoreros corporativos se vayan volviendo cada vez más confiados y activos en tomar préstamos en euros para convertirlos en dólares y así aprovechar los tipos de interés más altos que hay en EEUU. Finalmente, los bancos centrales o fondos soberanos extranjeros de Asia y Oriente Próximo podrían aprovechar el programa de compra de bonos del BCE para vender proporciones cada vez mayores de deuda alemana, francesa o italiana y reinvertir esos ingresos en valores del Tesoro estadounidense, que hoy son más rentables.

Todos estos son escenarios posibles, pero al menos cuatro factores podrían hacer que la relación dólar-euro tome la dirección opuesta.

Primero está el efecto del mismo dólar fuerte sobre la economía y la política monetaria de Estados Unidos. Si sigue al alza, su actividad económica e inflación se debilitarán. En tal caso, la Fed probablemente se vuelva más cauta, en lugar de elevar los tipos de interés más rápido que lo esperado.

Segundo, puede que haya grandes dudas sobre si los gobiernos asiáticos y de Oriente Próximo efectivamente quieran pasar más reservas a dólares, en especial si eso significa convertir con pérdidas y muy por debajo de su paridad de poder de compra los euros que han adquirido desde 2003. Muchos países han dedicado décadas a diversificar su riqueza en valores distintos al dólar, por razones tanto financieras como geopolíticas. En momentos que Estados Unidos se muestra cada vez más inclinado a hacer uso de su moneda como instrumento diplomático y hasta bélico (proceso conocido en Washington como "usar el dólar como arma"), China, Rusia y Arabia Saudita, por ejemplo, podrían muy bien sentirse reluctantes a convertir incluso más de sus reservas a bonos del Tesoro estadounidense.

Un tercer factor que sugiere que es posible que la tendencia a la baja del euro frente al dólar no dure mucho más es el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y Europa. La brecha ya es grande (el Fondo Monetario Internacional predice para este año un déficit de $ 484 mil millones para EEUU frente a un superávit de $ 262 mil millones para la eurozona) y es casi seguro de que se ampliará mucho más debido a la depreciación del 20% del euro desde el otoño pasado, cuando el FMI hizo pública la estimación.

Esto implica que cientos de miles de millones de dólares tendrán que pasar cada año desde Estados Unidos a Europa sólo para mantener el actual tipo de cambio. Y a medida que el desequilibrio de la balanza comercial transatlántica se siga ampliando, serán necesarios flujos de capital cada vez mayores para seguir manteniendo el euro a la baja. Son completamente posibles, pero ¿qué los impulsará?

Esta pregunta conduce a la razón final y más de peso para esperar que la baja del euro se invierta, o al menos se estabilice. Si bien las mayores tasas de interés de EEUU atraerán a ciertos inversionistas, otros se alejarán del dólar si la combinación de un euro más competitivo, el inmenso estímulo monetario del BCE y la reducción de las presiones fiscales en Francia, Italia y España genera una genuina recuperación en Europa. Los flujos resultantes de capitales globales hacia acciones, propiedades e inversiones directas europeas, todas las cuales son hoy sustancialmente más baratas que los activos estadounidenses correspondientes, podría con facilidad funcionar como contrapeso a las inversiones de efectivo y bonos atraídas por las tasas de interés estadounidenses.

Entonces, ¿qué puede hacer que se llegue a un equilibrio entre las fuerzas opuestas que influyen sobre el tipo de cambio entre euro y dólar? Nadie lo puede decir a ciencia cierta, pero de algo podemos estar seguros: si bien los beneficios de transar con los diferenciales del tipo de interés pueden llegar a un 1% o 2% anual, los inversionistas fácilmente pueden perder esa cantidad en un solo día, o incluso una hora, si compran la moneda equivocada en momentos que cambie la tendencia. Como lo demuestran las décadas de estancamiento en Suiza y Japón, vender una moneda que tiene una baja tasa de interés simplemente para aprovechar mayores rendimientos en Estados Unidos puede acabar costando caro.

(Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy, which anticipated many of the post-crisis transformations…)

– Sostener la insostenible zona del euro (Project Syndicate – 25/3/15)

Atenas.- Cuando se estableció la zona del euro, sus creadores previeron un progreso gradual hacia "un área monetaria óptima", caracterizada por la integración fiscal, la libre circulación de los trabajadores y la unión política. Pero este proceso no ha tenido lugar y -como lo demuestra la interminable crisis griega- la zona del euro continúa plagada de debilidades estructurales y es extremadamente vulnerable a los shocks internos. Esto claramente no es sostenible.

A pesar de los esfuerzos por promover la coordinación de las políticas fiscales, los presupuestos de los miembros de la eurozona aún se encuentran en el ámbito de autoridades nacionales separadas y los europeos del norte continúan oponiéndose a las transferencias desde los países más prósperos hacia aquellos en peor situación, más allá de la limitada asignación de los fondos regionales de la Unión Europea. Además, la movilidad de los trabajadores se ve gravemente limitada por las barreras lingüísticas y culturales, además de por los cuellos de botella administrativos. Una unión política "cada vez más estrecha" dejó de atraer el apoyo del público -si es que alguna vez lo hizo- y no resulta entonces viable hoy día.

Una creciente cantidad de comentaristas -no solo en el mundo anglosajón- cuestionan la viabilidad de la unión monetaria. Algunos alientan la salida de Grecia de la zona del euro, convencidos de que una unión monetaria más restringida y homogénea sería más sólida y fácil de unir. Otros consideran que una salida de Grecia sería tan solo el principio del inevitable desmoronamiento de un esquema que no sirve al propósito para cual fue creado.

La zona del euro hasta ahora se las ha ingeniado para desacreditar a los agoreros. A fuerza de pura voluntad política se ha logrado un compromiso tras otro para sostener un proyecto histórico que no resulta, en su estado actual, sostenible.

La necesidad de mantener este compromiso con la unidad europea y superar las dificultades económicas que van apareciendo se ve reforzada por los nuevos desafíos geopolíticos. En especial, la ambición que se percibe por parte de Rusia para recuperar su influencia de la era soviética desafía el orden basado en normas establecidas después de la Segunda Guerra Mundial, y una ola de extremismo religioso y político amenaza los valores democráticos y liberales.

Pero las dificultades económicas están destinadas a continuar, alimentando las dudas sobre el futuro de la unión monetaria; dudas que pudieran convertirse en profecías autocumplidas al socavar la capacidad del euro para funcionar adecuadamente. Las presiones económicas ya han exacerbado el sentimiento antieuropeo en España, Italia e incluso Francia; si se permite que continúe, ese sentimiento podría culminar en una secesión, con devastadoras consecuencias para la zona del euro y Europa en su conjunto.

El primer paso en un proceso tal probablemente sería la división de la zona del euro en subáreas conformadas por países con una capacidad de recuperación relativamente igual. A medida que se torne cada vez más difícil implementar políticas fiscales y monetarias coherentes, aumentaría el riesgo de la disolución completa de la eurozona. La salida de Grecia podría acortar los plazos considerablemente.

Si bien un escenario de ese tipo era inconcebible hace cinco años, cuando surgió la crisis griega, el término "Grexit" (una combinación de Grecia y "salida" en inglés) se incorporó al léxico europeo al poco tiempo, cuando la crisis aumentó su intensidad. Pero los líderes europeos parecieron darse cuenta de las implicaciones que tendría permitir que un país -incluso Grecia, pequeña y golpeada por la crisis- abandone la eurozona. Por eso este año hubo una serie de reuniones del Eurogrupo con el propósito confesado de evitar ese resultado.

El problema es que los europeos se han acostumbrado tanto a arreglárselas que las soluciones de largo plazo parecen imposibles. De hecho, en los últimos años, las autoridades de la zona del euro han introducido varias políticas para combatir las crisis financieras, incluidos los fondos de rescate con respaldo gubernamental, una unión bancaria parcial, controles fiscales más estrictos y la función del Banco Central Europeo como prestamista de última instancia. Pero la mayoría de esas políticas -con la posible excepción de la unión bancaria- buscan gestionar el riesgo de cesación de pagos, pero no procuran eliminar sus causas.

Es hora de recuperar la capacidad, exhibida por los fundadores de la UE, para mirar hacia adelante y luchar por el sueño de un futuro mejor. Específicamente, los líderes de la eurozona deben introducir un mecanismo para las transferencias fiscales de las economías más sólidas a las más débiles.

En una unión monetaria, las economías individuales no pueden alterar sus tipos de cambio para hacer frente a los cambios en sus competitividades relativas. La viscosidad de los precios resultante tiende a demorar la estabilización macroeconómica y el ajuste estructural, llevando a un aumento de la deuda y del desempleo en las economías más débiles. Sin la libre circulación de los trabajadores, las transferencias fiscales son la única opción de la zona del euro para aliviar los pagos de la deuda y, al estimular la actividad económica, impulsar el empleo.

Establecer un mecanismo de ese tipo no será fácil, ya que requieren un recurso escaso en la Europa actual: confianza. De hecho, el norte y el sur han tenido dificultades para superar sus diferencias culturales y las dispares condiciones económicas, que les impiden ver la situación desde la perspectiva del otro.

Acercar más estrechamente a la unión podría resultar fundamental para construir esa confianza. Una estrategia que combina la racionalidad con el gradualismo necesario para superar la resistencia política sería aumentar continuamente el presupuesto de la UE para que pueda, a la larga, desempeñar un papel macroeconómico, promover la estabilidad y a reforzar la cohesión en la zona del euro.

No se trata de un objetivo fácil, pero sí de uno fundamental.

(Yannos Papantoniou was Greece"s Economy and Finance Minister from 1994 to 2001. He is currently President of the Center for Progressive Policy Research, an independent think-tank)

– Pequeños pasos para el crecimiento europeo (El Economista – 7/6/15)

(Por Jean Pisani-Ferry)

Los temas elegidos por el Banco Central Europeo a finales de mayo para su foro anual en Sintra, Portugal, no fueron la deflación, la expansión cuantitativa ni la estabilidad financiera, sino el desempleo, la productividad y las reformas en favor del crecimiento. El presidente del BCE, Mario Draghi, explicó por qué en su discurso inaugural: la zona euro carece tanto de impulso para el crecimiento como de capacidad de recuperación frente a los choques negativos.

Indudablemente, Draghi está en lo cierto. La Comisión Europea actualmente espera que el crecimiento en la zona euro llegue al 1,5 por ciento en 2015 y al 1,9 por ciento en 2016. Eso ciertamente se ve bien frente al virtual estancamiento de los últimos años, pero, dada la combinación del masivo apoyo monetario, la actual posición fiscal neutral, una pronunciada caída de los precios del petróleo y la depreciación del euro, es lo menos que podemos esperar, y solo permitirá que el PIB per cápita alcance su nivel de 2008. El hecho de que los líderes y expertos aclamen esta perspectiva más alentadora indica cuán bajo han caído nuestras expectativas.

Hasta hace poco se podía culpar a la austeridad fiscal y a la crisis del euro por el mal desempeño económico, pero ya no. Si bien el crecimiento puede resultar superior al pronosticado por la Comisión, hay motivos para preocuparse por el potencial de avance de la zona del euro.

Para fortalecer ese potencial, los funcionarios de los bancos centrales solo pueden recomendar reformas económicas, pero son los Gobiernos los responsables de adoptarlas. Y los críticos destacan que las exhortaciones reiteradas puedan tener consecuencias contraproducentes. Después de todo, los bancos centrales suelen refutar rápidamente, en nombre de la independencia, las sugerencias de política monetaria que les hacen los Gobiernos. ¿Por qué debiera ser diferente el comportamiento de los Ejecutivos?

Draghi tiene buenos motivos para insistir en que, en ausencia de acciones nacionales significativas, la zona euro irá tropezando de una crisis a otra hasta que su factibilidad misma se vea amenazada. Participar en una unión monetaria es un esfuerzo difícil que requiere agilidad en las políticas entre los países que participan en ella, y un sentido de propósito compartido. Pero los Gobiernos tienen buenos motivos para afirmar que, en lo que concierne a las reformas, la creación de políticas requiere precisión y realismo político, algo de lo que a menudo carecen los consejos externos. El BCE no puede simplemente encaminar a la Unión Europea a golpe de latigazos.

Una solución natural podría ser que el BCE confíe en otras instituciones europeas. Desde 2010, la UE ha estado amontonando procedimientos de coordinación con la esperanza de empujar a los Gobiernos a promulgar reformas políticamente difíciles. Cada año, cada uno de los países miembros recibe una lista de tareas relacionadas con reformas del gasto público, el mercado de trabajo y la competencia, junto con otras recomendaciones.

La Comisión Europea también busca atraer a los Ejecutivos reticentes para tomar acciones más audaces, ofreciéndoles más espacio de maniobra fiscal. Y hace dos años, la canciller alemana Angela Merkel, introdujo la idea de "contratos de reforma" personalizados que, nuevamente, crearían incentivos para que los Gobiernos promulguen reformas pro-crecimiento.

Pero la eficacia de esas iniciativas ha resultado limitada, por no decir otra cosa. Los esquemas que procuran fortalecer la coordinación de las políticas simplemente sumaron complejidad a una arquitectura de procedimientos ya bizantina. Las recomendaciones efectuadas a los países carecen tanto de tracción en las capitales nacionales como de coherencia al nivel de la zona euro. La mano de la UE es fuerte cuando un país necesita asistencia financiera, pero más allá de eso es poco lo que puede hacer, excepto ofrecer consejos.

La zona euro debe superar esta deficiencia, pero no hay soluciones simples al alcance de la mano. Se esperan propuestas para los próximos meses. Hay un amplio consenso sobre la necesidad de una optimización, pero esa voluntad no será suficiente. Hay quienes promueven una mayor centralización de las decisiones, aunque eso tampoco ayudará, porque las reformas son intrínsecamente nacionales, cuando no subnacionales. En lugar de ello, se puede avanzar en tres direcciones.

En primer término, el análisis del BCE de los desafíos económicos que enfrenta la zona euro debe ser muy transparente. Los Gobiernos deben saber exactamente cómo Draghi y sus colegas evalúan el potencial de crecimiento y empleo, y cómo eso afectará a la política monetaria. Deben tener una idea clara de lo que pueden esperar del BCE y cuál será el resultado (en vez de las medidas exactas) que el BCE espera de ellos.

En segundo lugar, la UE debe apoyar la creación de instituciones nacionales para controlar los acontecimientos locales y su compatibilidad con las metas generales de la zona euro. Estas pueden basarse en los consejos fiscales creados hace unos pocos años en cada uno de los países miembros para evaluar los planes de finanzas públicas de los Ejecutivos nacionales. Debido a que son parte de las conversaciones nacionales, estos consejos han probado ser un aporte útil.

De la misma manera, los consejos de competitividad podrían controlar la evolución de los salarios y los precios, el empleo, el crecimiento y la cuenta corriente, y proporcionar recomendaciones a los gobiernos nacionales y sus socios sociales. Esas instituciones estarían en una posición mucho mejor que la UE para formular recomendaciones de reformas oportunas y granulares; podrían funcionar como una red, usar metodologías similares y ayudar así a garantizar una mayor consistencia entre las políticas individuales.

En tercer lugar, la UE podría promover acciones agregadas en áreas de alta prioridad a través de la implementación de esquemas que apoyen a los ciudadanos, a las empresas, o a entidades públicas, cuyo acceso esté condicionado a la implementación de políticas nacionales que cumplan requisitos mínimos. Por ejemplo, la UE podría crear un esquema de apoyo a la capacitación para los jóvenes desempleados, pero vinculado a la eliminación de políticas nacionales que dificulten el empleo juvenil. O podría crear un esquema que apoye la educación superior, pero reservado para las universidades en países donde las instituciones educativas cuenten con un grado mínimo de autonomía.

La justificación sería que el dinero de la UE solo puede ser de ayuda en el contexto de políticas nacionales favorables en el mismo campo. La condicionalidad de este tipo sería positiva, local y no punitiva; funcionaría como zanahoria, no como palo.

Estas son propuestas modestas, porque cuando se trata de la reforma pro-crecimiento en Europa, las panaceas no existen. No puede haber centralización, y la coordinación siempre corre el riesgo de enturbiarse. Pero las medidas que aquí recomendamos servirían para construir un régimen de políticas más descentralizado y basado en incentivos. Ese sería un buen punto de partida.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris). He currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a public policy advisory institution)

– Abandonar el euro de una vez (Project Syndicate – 22/7/15)

Saint-Pierre-D"Entremont (Francia).- La de la Unión Monetaria Europa nunca fue una buena idea. Recuerdo mi sorpresa cuando, siendo un joven profesor ayudante, comprendí que me oponía al Tratado de Maastricht. Consideraba entonces -y sigo haciéndolo- que la integración europea era algo muy positivo, pero la economía de libro de texto con el que entonces enseñaba mostraba lo perjudicial que podría ser la UME, a falta de una unión política y fiscal europea.

Nada de lo que ha ocurrido desde entonces me ha convencido de que el libro de texto fuese excesivamente pesimista. Al contrario: era demasiado optimista. En la vida abundan las cáscaras de plátano y, cuando pisas una de ellas, has de poder recuperar el equilibrio, pero la propia unión monetaria se ha convertido en una piel de plátano gigantesca, pues induce corrientes de capitales que aumentan los costos en la periferia europea y el ajuste -es decir, la devaluación de la moneda- no era una opción.

Además, muchos de los libros de texto de aquella época no tenían en cuenta el sector financiero; así, pasaron por alto el detalle de que las corrientes de capitales hacia la periferia se encauzarían mediante los bancos y, cuando los capitales dejaran de afluir, las crisis bancarias rebasarían los límites de la hacienda pública de los miembros periféricos, lo que, a su vez, erosionaría aún más los balances de los bancos y limitaría la creación de crédito: el fatal circulo vicioso de la banca soberana del que tanto hemos oído hablar en los últimos años. Y ningún libro de texto predijo que la cooperación europea impondría una austeridad procíclica en los países afectados por la crisis, lo que crearía depresiones que en algunos casos nada han tenido que envidiar a las del decenio de 1930.

Ya hace algunos años que ha resultado evidente que la "UME realmente existente" ha sido un fracaso oneroso, tanto económica como políticamente. La confianza en las instituciones europeas se ha desplomado y están en ascenso los partidos políticos escépticos no sólo respecto del euro, sino también de todo el proyecto europeo. Y, sin embargo, la mayoría de los economistas, incluso los que ya de entrada nunca sintieron entusiasmo por la UME, han sido renuentes a afirmar que ha llegado la hora de abandonar el experimento fracasado.

En un artículo famoso Barry Eichengreen señaló que una desintegración de la UME provocaría la "madre de todas las crisis financieras". Resulta difícil no darle la razón. Ése es el motivo por el cual economistas de todas las tendencias -tanto si apoyaban la introducción de la divisa común como si no- han pasado los cinco últimos años formulando y promoviendo un plan de reformas institucionales y cambios normativos que proporcionarían un mejor funcionamiento de la zona del euro.

A corto plazo, la zona del euro necesita una política monetaria y fiscal mucho más relajada. También necesita un objetivo de inflación mayor (para reducir la necesidad de bajadas de los salarios y los precios nominales); un alivio de la deuda, en los casos apropiados; una unión bancaria propiamente dicha con un freno fiscal centralizado; y un activo "seguro" de la zona del euro que los bancos nacionales puedan tener, con lo que se saldría del fatal círculo vicioso de la banca soberana.

Lamentablemente, los economistas no han abogado suficientemente en pro de una unión fiscal propiamente dicha. Incluso los que lo consideran económicamente necesario se autocensuran, porque la consideran políticamente imposible. El problema estriba en que ese silencio ha estrechado aún más el margen de posibilidades políticas, por lo que se ha renunciado también a propuestas más modestas.

Cinco años después, la zona del euro sigue careciendo de una unión bancaria propiamente dicha e incluso, como lo ha demostrado lo ocurrido en Grecia, un prestador de última instancia propiamente dicho. Además, un objetivo de inflación mayor sigue siendo inconcebible y el Gobierno de Alemania sostiene que las suspensiones de pagos de las deudas soberanas son ilegales dentro de la zona del euro. El ajuste fiscal procíclico sigue estando a la orden del día.

La tardía adopción por el Banco Central Europeo de la relajación cuantitativa fue un avance digno de beneplácito, pero la decisión -enormemente destructiva- de las autoridades de cerrar el sistema bancario de un Estado miembro -por razones que parecen políticas- es un paso atrás mayor. Y nadie habla de una unión fiscal y política real, aun cuando nadie pueda imaginar que la Unión Monetaria Europea vaya a sobrevivir con el statu quo.

Entretanto, el daño político sigue: no todos los partidos que protestan son tan proeuropeos como el de Syriza, que gobierna en Grecia. Y la política interior está resultando distorsionada por la incapacidad de los políticos centristas para abordar las preocupaciones de los votantes por las políticas económicas de la zona del euro y su déficit democrático. Hacerlo -se teme- equivaldría a un apoyo implícito a los escépticos, lo que constituye un tabú.

Así, en Francia el Presidente socialista, François Hollande, recurre a Jean-Baptiste Say, con el argumento de que la oferta crea su propia demanda, mientras que Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha, llega a aprobar las tesis de Paul Krugman y Joseph Stiglitz. No es de extrañar que los votantes de clase obrera estén inclinándose a favor de su partido.

Una victoria del Frente Nacional en 2017 o 2022, que ya no es inconcebible, destruiría el proyecto europeo. Los ciudadanos de Estados miembros pequeños de la zona del euro habrán tomado nota de la brutal politización del BCE a fin de lograr los objetivos de Alemania en Grecia y parecerá ineludible la conclusión de que la zona del euro es una "unión" peligrosa para los países pequeños. Si los partidos centristas siguen mirando desde la barrera, en lugar de protestar por lo sucedido, los extremistas políticos obtendrán mucho mayor margen.

En cuanto a los economistas como yo, que se han echado atrás a la hora de propugnar el fin del experimento del euro y se han mostrado partidarios de la reforma, tal vez haya llegado la hora de reconocer la derrota y abandonar. Si sólo los antieuropeos se oponen a la UME, el niño de la UE podría acabar arrojado con el agua del baño del euro.

Desde luego, el fin del euro provocaría una crisis inmensa, pero háganse los lectores esta pregunta: ¿de verdad creen que el euro seguirá aquí en su forma actual dentro de un siglo? Si no, habrá tocado a su fin y el momento en que se produzca dicho fin nunca será el "oportuno". Entonces mejor será ponerse manos a la obra antes de que haya males mayores.

(Kevin Hjortshøj O"Rourke is Professor of Economic History and Fellow of All Souls College, University of Oxford)

– La crisis del euro del FMI (Project Syndicate – 27/7/15)

Oxford.- En las últimas décadas, el Fondo Monetario Internacional ha aprendido seis lecciones importantes sobre cómo manejar las crisis de deuda gubernamental. Sin embargo, en su respuesta a la crisis en Grecia, se ignoraron todas y cada una de esas lecciones.

La participación del Fondo en el esfuerzo por rescatar a la eurozona puede haber elevado su perfil y jugado a su favor en Europa. Pero su incapacidad, y la de sus accionistas europeos, para adherir a sus mejores prácticas puede terminar resultando un paso en falso fatal.

Una lección clave que fue ignorada en la debacle de Grecia es que cuando un rescate se vuelve necesario, se lo debe implementar de una vez y para siempre. El FMI aprendió esto en 1997, cuando un rescate inadecuado de Corea del Sur exigió una segunda ronda de negociaciones. En Grecia, el problema es inclusive peor, ya que el plan de 86.000 millones de euros (94.000 millones de dólares) que se está discutiendo hoy surge después de un rescate de 110.000 millones de euros en 2010 y otro de 130.000 millones de euros en 2012.

El FMI, por sí solo, está sumamente limitado. Sus préstamos están restringidos a un múltiplo de los aportes de un país a su capital y, según esta medición, sus préstamos a Grecia son superiores a cualquiera en su historia. Los gobiernos de la eurozona, en cambio, no enfrentan estas restricciones y, por ende, estaban en libertad de implementar un programa que habría sido sustentable.

Otra lección que se ignoró es que a los bancos no se los rescata. El FMI aprendió esto a base de cometer errores en los años 1980, cuando transfirió préstamos bancarios de cobro dudoso otorgados a gobiernos latinoamericanos a sus propios libros y a los de otros gobiernos. En Grecia, los préstamos de cobro dudoso emitidos por bancos franceses y alemanes fueron trasladados a los libros públicos, transfiriendo la exposición no sólo a los contribuyentes europeos, sino a todos los miembros del FMI.

La tercera lección que el FMI no pudo aplicar en Grecia es que la austeridad suele derivar en un círculo vicioso, en tanto los recortes del gasto hacen que la economía se contraiga mucho más de lo que se habría contraído de no haber existido. Como el FMI presta dinero en el corto plazo, existía un incentivo para ignorar los efectos de la austeridad a fin de alcanzar proyecciones de crecimiento que implicasen una capacidad de pago. Mientras tanto, a los otros miembros de la eurozona, en un intento por justificar un menor financiamiento, también les pareció conveniente pasar por alto el impacto calamitoso de la austeridad.

Cuarto, el FMI aprendió que lo más probable es que las reformas se implementen cuando son pocas y están cuidadosamente centradas en puntos específicos. Cuando un país requiere asistencia, los prestamistas se sienten tentados a insistir en una larga lista de reformas. Pero un gobierno aquejado por la crisis tendrá problemas para lidiar con múltiples demandas.

En Grecia, el FMI, junto con sus socios europeos, exigió que el gobierno no sólo recortara los gastos, sino que emprendiera reformas impositivas, del sistema de pensiones, judiciales y del mercado laboral, todas de amplio alcance. Y si bien las medidas que se necesitan con mayor urgencia no tendrán un efecto inmediato en las finanzas de Grecia, al FMI no le quedan muchas más opciones que insistir con los recortes del gasto a corto plazo que favorecen sus chances de cobrar -inclusive cuando esto implica que las reformas a más largo plazo resultan más difíciles de implementar.

Una quinta lección es que es improbable que las reformas resulten exitosas si el gobierno no está comprometido con su implementación. Cuando se percibe que las condiciones son impuestas desde el exterior, es casi una certeza que fracasarán. En el caso de Grecia, las consideraciones políticas internas llevaron a los gobiernos europeos a fingir que tenían al gobierno contra las cuerdas. El FMI también intentó demostrar que estaba siendo tan duro con Grecia como lo ha sido con Brasil, Indonesia y Zambia -aún si esto, en definitiva, resultaba contraproducente.

La sexta lección que el FMI ha pasado por alto es que rescatar a países que no controlan plenamente sus monedas conlleva riesgos adicionales. Como el Fondo aprendió en Argentina y África Occidental, estos países carecen de una de las maneras más fáciles de ajustarse a una crisis de deuda: una devaluación.

Al no haber podido alertar a Grecia, Portugal, Irlanda y España sobre los peligros de sumarse a un bloque monetario, el FMI debería haber considerado si era apropiado o necesario intervenir en la crisis de la eurozona. Su razonamiento para hacerlo pone de manifiesto los riesgos asociados con su decisión.

La razón más obvia para el accionar del FMI es que Europa no estaba pudiendo enfrentar sus propios problemas, y tenía el poder y la influencia para involucrar al Fondo. El director del FMI siempre ha sido europeo, y los países europeos cuentan con una participación desproporcionada de votos en el directorio del FMI.

Igualmente importante, sin embargo, es el hecho de que el FMI tomó su decisión al mismo tiempo que enfrentaba una crisis existencial. Históricamente, la mayor amenaza para el FMI ha sido la irrelevancia. Casi se lo declara redundante en los años 1970, cuando Estados Unidos hizo flotar el dólar, y recién fue salvado en 1982 gracias a la crisis de deuda mexicana, que lo impulsó al papel de socorrista financiero global.

Una década después, la relevancia del FMI había comenzado a esfumarse nuevamente, pero su resurrección vino de la mano del papel que jugó en la transformación de las economías del ex bloque soviético. Cuando se produjo la crisis del euro, el Fondo estaba trastabillando una vez más como consecuencia de la crisis del este de Asia, en tanto sus clientes que pagaban honorarios no hicieron nada a su alcance para evitar recurrir a él.

La participación del FMI en la crisis de la eurozona ahora les ha dado a las economías emergentes poderosas otra razón para sentirse decepcionadas. Después de que Estados Unidos obstaculizó sus demandas de una mayor participación dentro del Fondo, ahora se dan cuenta de que la organización ha estado obedeciendo las órdenes de Europa. Al FMI le resultará difícil recuperar la confianza de estos miembros cada vez más prominentes. A menos que Estados Unidos y la UE aflojen la cuerda, la puja más reciente del Fondo para ser relevante bien podría resultar la última.

(Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Director of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford)

– No prestes a tus amigos del euro (Project Syndicate – 28/7/15)

Múnich.- Tras meses de juegos y actitudes políticas temerarias y sólo una semana después de que los votantes griegos rechazaran las condiciones para un plan de rescate de 7.500 millones de euros (8.200 millones de dólares), el final llegó rápidamente. Los dirigentes políticos de la zona del euro acordaron iniciar negociaciones con un plan mucho mayor, que asciende a 86.000 millones de euros, casi la mitad del PIB de Grecia. Lamentablemente, el acuerdo revela la evidente determinación de Europa de volver a representar la misma tragedia en el futuro.

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