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El malestar en la globalización – Stiglitz, Joseph E.


    Ya sucedió antes con Peter Drucker o Robert Skidelsky; se trata de un síndrome típico de economistas de empresas que, de buenas a primera, sentimos la necesidad de escribir acerca del sistema político-económico mundial. En los dos casos citados, el propio sistema se traslucía en los párrafos de sus autores, pues se trataba de críticas demoledoras al comunismo soviético, con impaciencia por implantar el entonces denominado "sistema de libre mercado".

    Ahora Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001 por sus aportaciones a la Teoría financiera, hace una crítica implacable a este sistema conocido ahora como 'globalización' y carga las tintas contra el Fondo Monetario Internacional, sobre todo por su indiferencia ante las consecuencias inhumanas de sus políticas y el peligro de sus injerencias en las soberanías nacionales.

    Esta crítica resulta sumamente ilustrativa y acerca al lector menos técnico la comprensión de los mecanismos que influyen en la inflación, el desempleo, los movimientos de capitales, etcétera.

    A lo largo de todo el libro, se sigue de primera mano la experiencia en las altas instancias 'globales' de un hombre que está viendo pasar la historia ante sus ojos y que tiene facultad para influir en ella. Se hace un repaso casi exhaustivo de todos los países en los que el FMI ha causado algún despropósito y se dan a conocer los nombres y apellidos de los responsables de las decisiones incorrectas.

    El caso de Rusia es uno de los más llamativos, por la brillantez de las sentencias que realiza este autor, en refutación de tesis oportunistas y fanáticas sobre la apertura y la desregulación; lo que él llama "atajo hacia el capitalismo".

    A diferencia de éstas, la postura de Stiglitz no tiene inconveniente en reconocer al régimen soviético como más próspero y solidario que el capitalismo este-europeo actual. En aquél, se mantenían bajos los precios que más onerosos resultaban a los pobres; ahora sólo se mantienen bajos los que podrían perjudicar el interés de los especuladores, mafiosos y 'amiguetes'.

    Un hombre tan leído, admirado y laureado como Stiglitz no puede describir un panorama apocalíptico, porque sabe que sin duda haría cundir el pánico. Su mensaje es esperanzador, pero no por eso tembloroso, pues su rotundidad nos permite apreciar algunas características del mundo actual: el mal funcionamiento del mercado o su inexistencia o la sinrazón de las políticas estadounidenses, de cara al exterior, predicando el ultraliberalismo, al tiempo que se trata de socorrer a sus multinacionales de la competencia coreana, a través de las influencias del gobierno americano en el FMI. La excusa del Fondo es que el éxito de sus políticas habrá de verse a largo plazo, pero Stiglitz considera demostrado que esto no es cierto.

    Hay dos matizaciones que se podría hacer a la crítica de Stigliz. La primera es que pone a salvo al Banco Mundial, de donde había sido despedido como economista jefe, y nos muestra esta institución como una entidad cuasi-benéfica, aunque se trata de un banco. La otra es que las actividades inicuas del FMI son tratadas como errores y no como fechorías; se atribuyen a rigideces ideológicas (fundamentalismo de mercado) de los responsables del Fondo y no a la intención de desestabilizar a otros países o a sus empresas, hipótesis que niega expresamente. Stiglitz no puede ser ostensiblemente descalificador con autoridades que le son muy cercanas, aunque en ciertos pasajes del libro insinúa e incluso llega a afirmar que las acciones de Estados Unidos a través del FMI estarían destinadas a favorecer a determinados intereses particulares.

    El autor se detiene en los 'especuladores', salvaguardando así el anonimato de dichos intereses, y no entra directamente a poner en duda a las multinacionales norteamericanas. Como economista moderno reconocido defiende la necesidad de incentivos para que la economía de mercado funcione, pero advierte que la desigualdad excesiva obstruye el crecimiento económico. En numerosos asuntos económicos, se muestra abiertamente partidario de la intervención del Estado (el Gobierno), especialmente, cuando la situación puede ser dramática en términos sociales.

    No obstante, cuando se habla de 'intervención' en la terminología económica actual, no se está haciendo referencia al empleo de capital público en iniciativas empresariales, sino al socorro de empresas y bancos en apuros. También parece incluirse en este concepto el establecimiento de marcos reguladores que hagan funcionar los mercados como se supone que sería más conveniente para el interés general. En otros casos, apela a una versión restringida del keynesianismo (políticas fiscales y monetarias expansivas) que no incluye la creación de empresas públicas.

    Se hace una descripción de marcos institucionales, comparando la legislación de países menos desarrollados con la de Norteamérica o Europa; también se analiza con agudeza la repercusión de las estructuras agrarias en la economía de una nación. Sin embargo, todo planteamiento de Economía normativa queda prácticamente restringido a la regulación del sistema financiero y las políticas monetaria y fiscal.

    Nada se reclama en cuanto al establecimiento de sistemas asistenciales o derechos sociales, pero hace una advertencia implacable: La subsanación de los perjuicios sociales y humanos derivados de las políticas erróneas sale más barata que la reestructuración de los mercados financieros.

    En definitiva, en contraste con la contundencia del lenguaje utilizado, que es muy de agradecer por su didáctica, la crítica que se ejerce resulta, en términos generales, más suave de lo que cabría esperar de un intelectual con acceso a la información más relevante. En muchos aspectos de la política del Tesoro estadounidense y su reflejo en el FMI, los principales y nocivos logros -la crisis mexicana, asiática o argentina- se nos presentan como efectos colaterales. Esto es más bien un fallo, puesto que aparentemente se está restando importancia a hechos dramáticos y eso podría denotar un disimulo prepotente, si no fuera porque Stiglitz se encarga de confirmar su imparcialidad en el conjunto de la obra.

    A pesar de todo, no deja de sorprender que un miembro ostensible del sistema, instalado en él como una celda en medio de un panal, se decida a desahogarse contra sus instituciones, como lo hemos hecho otros que ocupamos celdas periféricas. En todo momento se vislumbra un cierto ánimo de sinceramiento tendente a esquivar al mismo tiempo el pegajoso discurso del sistema y los enfados previsibles de los aludidos. En qué medida lo consigue es algo que el lector deberá juzgar.

    Notas

    * Traducción de la edición original en inglés Globalization and its discontents por Carlos Rodríguez Braun

    Stiglitz, Joseph E.,

    Los felices 90. La semilla de la destrucción

    Madrid, Santillana, 2003, 415 pp. Como se ha dicho en otras ocasiones, los mejores economistas de la historia han sido marxistas y los mejores marxistas han sido economistas. Por eso no es de extrañar que el último libro del izquierdoso Stiglitz lleve un subtítulo tan provocativo, que se diría hipócrita, si no fuera por la sinceridad de su contenido y por los precedentes publicados. Este autor que afirma comprender a los "anti-globalización" ha sido destituido por las buenas del Banco Mundial (BM), después de haber alcanzado el rango de Economista Jefe. Anteriormente fue asesor del presidencial Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton y en su estancia en el BM ha pasado décadas visitando países pobres y realizando portentosos trabajos de investigación en el mundo de las finanzas corporativas. Afirma tener vocación académica, pero eso en el mundo anglosajón y más concretamente, en un campo como las finanzas empresariales, resulta casi una herejía.

    El ambiente de Stiglitz resulta turbulento, por el entorno de personas vinculadas a su etapa profesional (entre ellos, Alan Greenspan, siendo presidente de la Reserva Federal). A pesar de ello, él conoce con fundamento las desgracias causadas por las decisiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Al lado de ellas, resulta una bendición perder su empleo en el BM, dada su formación y su país de origen. Ahora Joseph Stiglitz se dedica a algo totalmente revolucionario en su entorno: Redistribuir el conocimiento.

    Desde el punto de vista histórico, es una suerte contar con un Economista de izquierdas después de 1989, pero lo es más si éste ha recibido el premio Nobel en el año 2001 y cuenta con la admiración de una generación de investigadores en finanzas empresariales a la que pertenezco. No obstante, el libro Los felices 90 no es únicamente un libro entretenidísimo para un economista, sino un libro de historia fácil de leer y portador de lecciones para todo lector ocasional.

    El planteamiento, ya sea de forma intencionada o por calidad científica, es ajeno a los frecuentes planteamientos esperanzadores y justificativos que tanto proliferaron precisamente en aquella década.

    Como best-seller del siglo XXI, rezuma el aroma de decepción de otros libros que he reseñado para esta misma revista, sin ir más lejos, El malestar en la globalización, del mismo autor. De forma simultánea y escalonada, hasta la actualidad, se han publicado otros comentarios del mismo libro, como el de Basu[1], entrevistas con Stiglitz, como la de Greg Palast y colaboraciones del propio economista[3] en revistas, antes y después de publicar el libro sobre la década pasada. En una de estas publicaciones, Stiglitz comenta un artículo de Rogoff y Prasad[4] (antiguos economistas jefes del FMI) que viene a dar la razón a la idea que aparecía en El Malestar en la Globalización: Las recetas del FMI son nocivas para los países que las obedecen.

    A pesar de que parafrasea a Marx en el título, sigue adoptando, formalmente, un planteamiento de reformismo utópico, al igual que lo hiciera en el libro anterior; no obstante en el artículo mencionado de 2004, declara expresamente que los planteamientos ideológicos erróneos coinciden irónicamente con determinados intereses económicos, en referencia a los especuladores de Wall Street. Se sigue acusando al FMI y al Tesoro estadounidense y se hace extensiva la crítica a la Reserva Federal, por su implicación en aquellos "errores" que otorgaron[5] a Estados Unidos una ventaja competitiva sobre otros países. Acusa al FMI de falta de transparencia.

    En este nuevo libro, aborda la Economía mundial y la estadounidense (que, según reconoce, se confunden en un mismo objeto) desde una aproximación progresista y empieza a confrontar los intereses privados con los públicos, como ya adelantó en el penúltimo libro, pero de una manera más resolutiva y explícita y, sobre todo, con una gran didáctica, en lo referente a detalles.

    Adopta una perspectiva histórica más reciente y, desde ese punto de vista, supera, como es lógico, a la obra anterior, de la que conserva un cierto e imprescindible matiz constructivo, aunque algo más realista. Como si hubiese aceptado la crítica que en aquél se le hizo, desdeña la posibilidad de equivocación ingenua en el FMI y afronta el despropósito de los intereses perversos.

    El libro anterior, por el contrario, tenía otro encanto, puesto que se hacía un tour por los países en crisis y se contaba, como desde dentro, el documental de los hechos ocurridos, de las lesiones infligidas por el todopoderoso EEUU. Este libro es, en cambio, una autocrítica de alcance colectivo, made in USA, sin duda igual de valiente y con el aliciente de que se explican fenómenos económicos con mayor detenimiento, para feliz comprensión del profano en tales temas. Se podría afirmar que el anterior era un libro más político y éste más científico, si bien nunca estarán nítidas las características de lo uno y lo otro.

    Se nos explican las cosas tal y como son en realidad: La interdependencia entre países, la política estadounidense de predicar sin el ejemplo, el triste trasfondo económico de la crisis de Argentina, la presión de grupos de interés empresariales a favor de recetas macroeconómicas.

    Se habla de temas que han supuesto alguna controversia, como los incentivos a directivos basados en opciones sobre acciones o el escándalo del caso Enron. Dedica un capítulo entero al encumbramiento y derrumbe de esta Compañía. También contiene una lección magistral de macroeconomía, cuando explica cómo la reducción del déficit condujo casualmente a un crecimiento superior al esperado, debido fundamentalmente a que la Reserva Federal no se dio cuenta, a efectos de incrementar el tipo de interés, como era su costumbre. Olvidó un asunto que, en Todd[6] se ha considerado imprescindible para explicar el crecimiento económico de la era Clinton y que en el propio trabajo de Stiglitz[7] se mencionaba: La importación de mano de obra.

    Una de las consecuencias predecibles del llamado Pacto de Estabilidad en Europa[8] se confirman expresamente en este libro, en concordancia con las cifras de PIB obtenidas en 2003. La "manía" del déficit público ha causado estancamiento en las economías europeas. Otra cuestión en la que no entra Stiglitz es el posible impacto de la guerra de Irak en estos resultados macroeconómicos[9]. Como hicimos en Pérez y Galindo, se lleva a cabo una recopilación de los mitos del capitalismo global, como el de la competencia, el déficit cero, etc. y se concluye con un interesante razonamiento acerca de la democracia y la reforma política. Ya en el libro anterior coincidió con nosotros en la idea de las promesas incumplidas y en determinadas definiciones de "globalización".

    Tras leer este libro, podemos dar la espalda a las narraciones épicas de historiadores convencionales y enunciar, de una vez por todas, que la implantación del neo-liberalismo en el cono Sur americano no se debió a los caprichos de los dictadores, sino a la previa situación de excesivo endeudamiento en dólares.

    Como crítica negativa, aportaría la siguiente idea: La cuestión no está en si el Estado debe intervenir, sino a favor de quién lo hace o debe hacerlo. Otra cuestión que ningún economista parece abordar, en relación con el déficit público es si un Estado que no tiene capacidad para intervenir es capaz de regular de modo efectivo.

    Otro aspecto que se echa en falta con respecto a la política exterior estadounidense, a través de la diplomacia o de los organismos multilaterales, es la existencia de una amenaza militar sobreentendida en la aceptación de recetas macroeconómicas. Otro tema que podría haber tenido cabida en la crítica de Stiglitz sería la utilización de la guerra en el exterior como instrumento de reactivación económica interna y el negocio de la reconstrucción.

    Vuelve a haber algún error aislado de traducción, en este caso, la expresión conventional wisdom[10]. También se muestra alguna ambigüedad, como cuando se afirma, con respecto a los atentados de 2001, que "las mayores facilidades para la movilidad transfronteriza benefician también al terrorismo". Al leer esto, se podría interpretar que no sólo se refiere a la movilidad de capitales, sino también al tránsito de trabajadores y, en general, de personas. La más desafortunada de las afirmaciones de Stiglitz hace gala de una debilidad patriótica que reclama, de nuevo utópica, como alguna vez hemos comprobado en Schumpeter, la intervención de Estados Unidos "como líder del mundo libre"[11] en socorro de las injusticias internacionales. También en este caso podemos arrojar una duda de sospecha acerca del carácter irónico de dicho comentario.

    Como ocurre con otros autores estadounidenses, la preocupación principal en las demandas de participación y control democráticos, no es tanto la situación de los votantes frente a las políticas públicas, sino la de los contribuyentes, que pueden ser los mismos individuos, pero que, expresado de este modo, pone de manifiesto el entramado cultural e histórico de aquél país.

    Esta modalidad de lenguaje puede ser un indicio a favor del esquema institucional de clientelismo, basado en el mejor postor. Éste se decanta por una participación pecuniaria en las Instituciones, por encima de la idea de participación civil.

    Como enseñanza principal de los hechos expuestos sobre los años noventa en Estados Unidos y el resto del mundo, parece apropiado concluir que en las democracias modernas los intereses nacionales están supeditados a los empresariales y que por eso a veces no se atiende a recomendaciones como las que hace Stiglitz. En varios trabajos, criticas lo que se ha denominado "el capitalismo de amiguetes", de forma que sienta las bases, a mi entender, para una mejor comprensión del capitalismo institucional actual.

    En suma, se trata de un libro que aporta mucho a lo que lleva escrito este economista y, por supuesto, a la bibliografía sobre el sistema económico actual. Lo fundamental de la crítica a que lo podemos someter es de tipo metodológico, puesto que se asume una voluntad no demostrada, por parte de las instituciones, hacia ciertos fines éticamente defendibles. Sin perder de vista las críticas que, en términos generales, hemos hecho al enfoque denominado "neo-institucionalista", estamos ante un brillante análisis de la historia económica reciente, magníficamente expuesto, bien documentado, recomendable para todo lector mínimamente culto; una crónica de primera mano de uno de los protagonistas de la historia actual.

    En su análisis araña los últimos días de impresión mecánica de la versión en inglés y abarca recomendaciones para el futuro. Seguramente esté hoy reflexionando acerca de las elecciones en Ucrania o de las propias elecciones de 2004 en Estados Unidos, asuntos que sin duda, entre otros muchos, le darán motivo para el próximo libro. "No existe oportunidad más importante que la oportunidad de trabajar"[12].

    Notas

    [1] Basu, K., "Globalisation and International Financial Politics: The Verdict of Stiglitz", Journal of Economic Literature, 2004. [2] Palast, G., "IMF's four steps to damnation", The Observer. April 29, 2001. [3] Stiglitz, J.E., "Capital-Market Liberatization, Globalization and the IMF", Oxford Review of Economic Policy, vol. 20, 1, 2004, 57- 71. [4] Rogoff, K. y Prasad, E., "The Emerging Truth of Going Global", Financial Times, 2 de septiembre, 2003. [5] Esto se llega a mencionar expresamente en Stiglitz, Joseph E., Los felices 90. La semilla de la destrucción. Santillana, Madrid, 2003, 269. [6] Vid. Todd, E., La ilusión Económica. Ensayo sobre el estancamiento de las sociedades desarrolladas. Grupo Santillana, Madrid, 2001. [7] Vid. Stiglitz, J. E., El malestar en la globalización. Santillana- Suma de letras, Madrid, 2003. Un análisis de este libro puede encontrarse en Galindo Lucas, A., "Comentario de 'El malestar en la globalización'", Historia Actual On-Line, 4 (Primavera 2004), [artículo on-line]. Disponible desde Internet en <http://www.hapress.com/ haol.php?a=n04r04>. [8] Que se auguraban en Pérez Serrano, J. y Galindo Lucas, A., "El capital intelectual en el nuevo paradigma global", en II Seminario Internacional 'Nuestro Patrimonio Común', Cádiz, 2002 y en Todd, E., La ilusión Económica…, op. cit. [9] Galindo Lucas, A., Procesos de integración y competencia en los Mercados Financieros Europeos, en II Encuentro Virtual Internacional 'Globalización financiera', Universidad de Málaga, 2004. [10] Siglitz, Joseph E., Los felices 90…, op. cit., 270. [11] Ibid., 268. [12] Ibid., 342.

    Para citar este trabajo se recomienda el siguiente formato:

    Galindo Lucas, Alfonso, "Comentario de 'Los felices 90. La semilla de la destrucción'". Historia Actual On-Line, 6 (2005), [revista en línea] Disponible desde Internet en: <http://www.hapress.com/.php?a=n06r07> [con acceso el 20-09-2005].

     

    Galindo Lucas, Alfonso

    Alfonso Galindo Lucas