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La "argentinización" de la economía mundial (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Una oleada de "libertad económica" arrasó con toda restricción a la compraventa de bienes y servicios (como los controles de precios), flexibilizó las negociaciones salariales, eliminó limitaciones a la prestación de los servicios de transporte, suprimió multitud de tasas y derechos que gravaban diversas actividades, eliminó la fijación de honorarios profesionales por las asociaciones profesionales y liberó el funcionamiento del mercado de capitales. La "piqueta" oficial tampoco dejó en pie diversos organismos regulatorios, como las míticas Juntas de Carnes y de Granos, que sobrevivían desde la década de 1930.

El proceso de transferencia de servicios públicos al sector privado también continuó su avance. Se completó la privatización de los teléfonos, la venta de centenares de inmuebles del Estado, el Hotel Llao-Llao y los talleres navales Tandanor. El "raid" de enajenación de activos públicos rindió ese año ingresos por casi 2.000 millones de dólares, que se integraron a los recursos corrientes del Estado a la par de la recaudación impositiva regular y -como seguiría ocurriendo en los años siguientes- se perdieron en los pasillos de la burocracia pública.

Durante ese primer año de grandes transformaciones se retomó también el acuerdo con el FMI y se iniciaron las negociaciones para regularizar la deuda en el marco del denominado Plan Brady.

En pocos meses, a partir de marzo, la situación de la economía comenzó a cambiar, la inflación se desaceleró y hasta fines de año se ubicó por debajo del 1% mensual. Claro que, desde abril, los precios al consumidor habían aumentado un 21% mientras el tipo de cambio permanecía fijo, con lo que la economía había comenzado a perder competitividad.

El comercio exterior reflejó de manera inmediata esta nueva realidad. Las importaciones pasaron de 4.079 millones de dólares en 1990 a 8.275 millones en 1991. Parte importante de este aumento obedeció al crecimiento de la economía -que demandaba insumos- y a la reanudación de la inversión, que requería más equipos y maquinarias importados. Pero una intensa luz roja alumbraba las importaciones de bienes de consumo, que sólo en un año habían pasado de 300 a 1.715 millones de dólares.

Las exportaciones, en cambio, cayeron de 12.353 millones de dólares en 1990 a 11.978 millones un año más tarde. La disminución más importante se produjo en los productos industriales, de los cuales se vendieron mil millones de dólares menos.

Así, el saldo comercial, aunque todavía positivo, se redujo en 4.500 millones de dólares. Pero, a pesar de ello, el ingreso de capitales y la continuidad de los atrasos en los pagos de la deuda externa permitieron acumular algo más de 2.000 millones adicionales a las reservas, robusteciendo la idea de que la convertibilidad había llegado para quedarse.

Esa idea era ratificada por un extraordinario crecimiento de la economía de casi el 9%, alentado por un aumento del 13% en el consumo y 25% en la inversión. La reaparición del crédito al consumo y de los viajes al exterior terminaban de confirmarle, en especial a un gran sector de la clase media, que la Argentina estaba nuevamente en marcha.

Ese sentimiento se trasladó de un modo directo al plano electoral. Desde agosto hasta diciembre se celebraron elecciones provinciales y para diputados nacionales. Cuando el gobierno hizo la cuenta final, el justicialismo había obtenido el 40% de los votos y se adjudicaba 60 de las 130 bancas en disputa en la Cámara de Diputados.

(1992-1994) Con ese poder en la mano, el presidente Menem inició un tramo exitoso de gobierno que, hasta fines de 1994, se deslizó casi sin sobresaltos. La convertibilidad y el proceso de privatizaciones, apertura de la economía y desregulación de los mercados dieron sus frutos. Entre 1991 y 1994 la economía creció un 34% impulsada fundamentalmente por el consumo y la inversión.

Para un gran sector de la población el camino se presentaba mucho menos esforzado que lo anunciado por el Presidente en sus primeros días al frente del gobierno. Pero ¿de dónde provenía este efecto casi milagroso?

Como en otras épocas de la historia nacional, la explicación era la cuantiosa entrada de capitales del exterior. Ésa era la droga que permitía consumir por encima de lo que se producía e invertir por encima de lo que se ahorraba. Con una tasa de interés internacional extremadamente baja, el nuevo programa económico argentino se convertía en un imán para el flujo de capitales hacia los países emergentes.

Entre 1991 y 1994 el ingreso de capitales totalizó casi 35.000 millones de dólares. La tercera parte de esa suma provino de los pagos en efectivo de las privatizaciones, mientras que en concepto de inversiones directas, destinadas a la producción, sólo ingresaron 2.250 millones de dólares, poco más del 6% del total. El resto tuvo como destino un importante endeudamiento del sector privado, refinanciación de deudas públicas y colocaciones en el sistema financiero.

Semejante aluvión de divisas contribuyó de un modo esencial al equilibrio fiscal y al sostenimiento del tipo de cambio, lo que, junto con la apertura a la competencia externa, mantuvo la tasa de inflación en los niveles más bajos de los cuarenta años previos.

Siguiendo el esquema de la convertibilidad, los capitales que ingresaban se incorporaban a las reservas internacionales y se emitía una suma igual de moneda nacional. En consecuencia, la cantidad de dinero en la economía aumentaba -impulsando el consumo- y los depósitos en los bancos crecían, favoreciendo la aparición del crédito de un modo que hacía largo tiempo que no se conocía en el país.

Claro que este costado "rosa" de la convertibilidad también tenía su contrapartida. Entre 1991 y 1994 el saldo de la balanza comercial cambió abruptamente de signo, pasando de un superávit de 3.700 millones de dólares a un déficit de 5.700. Es que aunque las exportaciones aumentaron en ese lapso un 30%, las importaciones crecieron un explosivo 160%. El gobierno minimizaba toda señal negativa asociada al crecimiento en las compras externas, destacando que la tercera parte eran maquinarias y equipos que a la postre permitirían una mayor competitividad de la economía. Un aumento similar se había producido en las importaciones de bienes de consumo pero, salvo en los sectores industriales afectados, pocos querían escuchar voces que se alzaran contra el derecho de los consumidores argentinos a disfrutar de los mejores productos de todo el mundo.

En este fuerte crecimiento de los primeros años de la convertibilidad participaron casi todos los sectores de la economía, aunque con un sesgo muy marcado hacia la construcción y los servicios, en especial los asociados a la banca y los seguros. La industria manufacturera creció a la mitad del ritmo global de la economía y el sector agropecuario permaneció casi estancado.

Este juego de luces y sombras sobre la trayectoria de la economía mantenía alejado -una vez más- cualquier debate sobre cuál era el proyecto de construcción de riqueza a largo plazo para el país. Mientras tanto, la falta de trabajo comenzaba a instalarse en la agenda de más y más hogares. En octubre de 1994 la tasa de desempleo superó el 12%, el doble que al inicio del proceso y la cifra más alta que registraba la memoria estadística del país.

En el clima predominantemente exitista de la época, el proceso de privatizaciones no detenía su avance: Segba (1992); Transportadoras y distribuidoras de gas (1992); Somisa (1993); Aceros Paraná S. A. (1992); YPF (1992-1993); El Chocón (1993); Alicurá (1993); Piedra del Águila (1993); Cerros Colorados (1993); Caja Nacional de Ahorro y Seguro (1994); ELMA (1994); Fábricas Militares varias (1994); buques petroleros (1994).

La reforma del Estado se extendió a una de las instituciones más complejas de la Argentina: el sistema de jubilaciones y pensiones. Al gobierno no le resultó tan fácil como en otros temas imponer el modelo en boga de fondos privados de pensión pero, tras largos meses de discusión parlamentaria, en octubre de 1993 se promulgó la ley que creaba una nueva institución, las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), de carácter privado, a cuyo cargo quedaba un sistema de retiros basado en la capitalización de los fondos personales de los aportantes.

Como el traspaso al nuevo sistema era voluntario, en los meses siguientes tuvo lugar una intensa campaña comercial que logró captar la voluntad de tres millones y medio de afiliados.

Como consecuencia, a fines de 1994 la mitad de los fondos transferidos al incipiente sistema de AFJP ya estaba colocada en títulos públicos. Ahora, el Estado pagaba por utilizar recursos que hasta poco antes había recibido sin cargo, mientras que la mitad del dinero de los futuros jubilados se usaba, en la práctica, para financiar el gasto público.

Pero en la euforia de aquellos días esto contaba poco, de modo que en abril de 1994 el gobierno afrontó sin dificultades las elecciones para Convencionales Constituyentes, que conducirían a la reforma constitucional que habilitó a la reelección presidencial.

La Convención Constituyente comenzó a fines de mayo y el 22 de agosto quedó consagrada una nueva Constitución.

Era el broche de oro de un período que había modificado profundamente las reglas de funcionamiento de la economía y que se presentaba como el inicio de una era de prosperidad sin precedentes.

Sin embargo, detrás del suave deslizarse de la economía comenzaron a aparecer, desde principios de 1994, algunas acechanzas. Para un programa económico extraordinariamente basado en el ingreso de capitales, la tasa de interés internacional es un dato clave. Cuando es baja, hay más capitales dispuestos a tomar el riesgo que representan mercados como la Argentina a cambio de un mayor rendimiento, y el fenómeno inverso ocurre cuando la tasa aumenta. En esa circunstancia se dificulta el acceso al mercado internacional de capitales.

Desde esta perspectiva, la convertibilidad había arrancado en un buen momento. La tasa de interés en Estados Unidos -la tasa de referencia de la Reserva Federal- estaba en un ciclo descendente. En abril de 1991 se situaba en un 5,91% anual y a fines de 1993 era del 2,96%.

Pero a partir de enero de 1994 ese panorama se alteró. La Reserva Federal comenzó a incrementar la tasa y un año más tarde el nivel era de 5,45%. Estos movimientos no pasaron desapercibidos para la economía argentina. A lo largo del año los precios de los títulos de la deuda pública perdieron entre 30% y 40% de su valor y el gobierno comenzó a adoptar diversas medidas para dar solidez al sistema bancario.

La primera víctima de esta nueva situación internacional fue la economía mexicana, que a lo largo del año no logró financiamiento para el gran desequilibrio en sus cuentas fiscales y externas. En diciembre fue devaluado el peso mexicano y se inició un proceso de expansión de la crisis hacia el resto de los mercados emergentes conocido como el efecto "Tequila".

(1995) En la Argentina, primero los grandes inversores y luego hasta los pequeños ahorristas comenzaron a percibir el riesgo de una crisis y entre diciembre de 1994 y mayo de 1995 llegaron a retirar casi la quinta parte de los depósitos en el sistema bancario. La preocupación de los depositantes era justificada. Las reservas internacionales incluían un 20% de títulos de la deuda pública argentina, que obviamente tenían poca utilidad frente a una corrida bancaria. Como consecuencia de este hecho y del mecanismo de multiplicación del dinero al interior de los bancos, en realidad sólo el 60% de los depósitos estaba respaldado por reservas internacionales en oro y moneda extranjera. Todos los analistas económicos y los grandes operadores conocían esta limitación estructural del sistema, que haría eclosión si la situación se agravaba. Pero este hecho permanecía oculto para la mayor parte de los desinformados pequeños ahorristas.

La crisis en el sistema financiero pronto se convirtió en masiva fuga de capitales, aumento de la tasa de interés, caída de los préstamos bancarios, descenso del consumo y parálisis de la inversión.

El gobierno reaccionó con reflejos rápidos frente a la situación. Con pragmatismo, incrementó "transitoriamente" la tasa del impuesto al valor agregado del 18% al 21%, interrumpió las rebajas en las contribuciones patronales al sistema de la Seguridad social, flexibilizó las normas de asistencia a los bancos por parte del Banco Central y convocó con éxito a la comunidad de negocios -en especial bancos y las AFJP- para que financiaran al gobierno mediante la compra de títulos públicos.

Pero el gran auxilio provino de los organismos financieros internacionales. El ministro de Economía, que un año antes había desairado al FMI interrumpiendo un acuerdo vigente, rápidamente volvió sobre sus pasos y obtuvo un paquete de ayuda de 2.400 millones de dólares, a los que se sumaron los aportes del BID y el Banco Mundial, formando una masa total de 4.200 millones de dólares. Esos recursos y unos 1.000 millones provenientes de las privatizaciones tuvieron un rol central para compensar los casi 9.000 millones de dólares de fuga de capitales. Los argentinos, que en grandes contingentes se habían acostumbrado a viajar al exterior, también hicieron su aporte: el miedo los hizo gastar unos 700 millones menos que el año anterior.

Hacia abril la crisis parecía en curso de estar contenida. La convertibilidad había resistido y el gobierno parecía más comprometido que nunca con el sostenimiento de la paridad del peso. Los miles de familias y empresas que habían contraído deudas en dólares suspiraron aliviados. En los bancos, los préstamos en dólares ascendían a 27.000 millones y en los otros circuitos crediticios, como comercios, escribanías, cooperativas y financieras también se acumulaban cuantiosas obligaciones.

La otra cara de la moneda era el mercado de trabajo. En mayo de 1995 el desempleo alcanzó el 18,4% y el subempleo el 11,3%. Más de cuatro millones de personas tenían problemas laborales y el poder adquisitivo del salario se había deteriorado. De un modo todavía incipiente comenzaba a aparecer en el sur del país el fenómeno "piquetero", impulsado por un número creciente de desocupados provenientes de la privatización de la industria petrolera y la finalización de grandes obras públicas. El 21 de junio de 1996 la ruta 22 fue cortada por una semana por los piqueteros de Cutal-Co y Plaza Huincul, marcando simbólicamente el inicio de un movimiento que alcanzaría grandes dimensiones nacionales.

La Argentina estaba dividida entre quienes se beneficiaban con la convertibilidad, quienes dependían de que se sostuviera y quienes sufrían sus efectos, cuestionaban el rumbo o repudiaban los escándalos de corrupción que teñían la acción del gobierno.

El 14 de mayo de 1995 este balance fue puesto a prueba en las elecciones presidenciales, en las que se estrenaba la posibilidad de reelección consagrada en la reforma constitucional del año anterior. El presidente Menem renovó holgadamente su liderazgo con el 51% de los votos.

Con el aval del electorado al gobierno, la crisis fue quedando rápidamente atrás. El año cerró con una caída del producto bruto interno del 2,8%. El traspié pudo ser mayor, pero el extraordinario desempeño de las exportaciones y un descenso en las importaciones tuvieron un importante efecto de amortiguación.

Un conjunto de factores se combinaron para que las exportaciones crecieran un sideral 32% (5.000 millones de dólares) respecto del año anterior, entre ellos un aumento de los precios internacionales de los productos primarios y una fuerte demanda de Brasil, a cuyo mercado los productos argentinos podían acceder sin restricciones desde principios de 1995.

(1996-1999) El período posterior a la crisis generada por el efecto "tequila" tuvo características singulares. La recuperación fue rápida y vigorosa, pero, a continuación, las debilidades del modelo se impusieron definitivamente y se inició un irresistible proceso de declinación.

En 1996 la economía creció un 5,5%, al año siguiente la expansión fue del 8,1% y a continuación se ingresó en un proceso recesivo que bajó el ritmo al 3,9% en 1998 y se tornó en franca depresión en 1999, con una contracción del 3,4 por ciento.

El tipo de cambio estaba ostensiblemente "atrasado" y los viejos problemas de la economía argentina volvían como un fantasma. A medida que la actividad económica crecía, el país se inundaba de bienes importados a una velocidad mucho mayor que el crecimiento de las ventas al exterior. Pero el fuerte ingreso de capitales, que en esos años sumó 46.000 millones de dólares, cubría con creces esa brecha.

El gobierno emitía bonos a razón de unos 11.000 millones de dólares anuales para sufragar el déficit fiscal y refinanciar vencimientos de la deuda. Las inversiones directas sumaban unos 4.000 millones por año y tenían por destino, fundamentalmente, compras de empresas productivas existentes o entidades financieras y las grandes empresas del sector privado tomaban deuda en el exterior para financiar sus proyectos, en mejores condiciones que en el mercado local.

En los tres años "postequila" la deuda pública externa aumentó en 15.400 millones de dólares y la privada en 25.300 millones. A fines de 1998 la deuda externa del país sumaba 139.000 millones de dólares y tan sólo el pago de intereses demandaba 10.000 millones anuales.

La burbuja financiera impulsaba nuevamente el crédito y con ello la construcción y el consumo de bienes durables. La producción de hierro y cemento se expandía y las terminales automotrices rozaban el montaje de medio millón de unidades. En el campo, la modernización de los años previos y mejores precios internacionales daban frutos: la cosecha 1997-1998 rindió 65 millones de toneladas, 44% más que tres años atrás.

A pesar de estos resultados en el sector productivo, en esencia -como se demostró más adelante- la situación era frágil. El déficit fiscal se había instalado nuevamente en la agenda y con ello crecía la dependencia del mercado internacional de capitales, a la par que las condiciones externas empeoraban.

El segundo mandato del presidente Menem fue un período turbulento. A lo largo de 1996 se conocieron varios escándalos que conmocionaron a la opinión pública, como la venta irregular de armas a Ecuador y Croacia, las comisiones pagadas por la contratación de servicios informáticos entre la empresa IBM, el Banco Nación y la Dirección General Impositiva y el pago de reintegros de impuestos a supuestas exportaciones de oro que no eran tales.

A su vez la situación social seguía sin mejorar, con una tasa de desocupación del 17,1% en mayo de 1996. Pocos días después que se diera a conocer esta cifra se celebraron elecciones para elegir por primera vez Jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires (antes de la reforma constitucional se elegía un Alcalde) y el candidato radical Fernando de la Rúa triunfó con casi el 40% de los votos, mientras el justicialismo protagonizaba su peor derrota desde 1983.

La crisis de 1995 y la persistencia de los desequilibrios externos también habían puesto en tela de juicio la vigencia de la convertibilidad. La nueva tesis del equipo económico y de los economistas afines se basaba en que para mejorar la competitividad de la economía debía lograrse una deflación de precios y salarios, es decir una rebaja lisa y llana de los mismos. Era una suerte de camino indirecto para modificar el tipo de cambio, que no tenía aval serio en la teoría económica y que nunca había sido un camino exitoso de recuperación de ninguna economía. El gobierno se embarcó en ese absurdo empeño y el ministro de Economía impulsó gravar impositivamente los pagos complementarios de los salarios que se realizaban mediante los denominados "tickets canasta", a lo que se sumó una rebaja de las asignaciones familiares para los salarios por encima de mil pesos.

La medida generó una fuerte reacción negativa en toda la sociedad y abrió una brecha en la relación del gobierno con la dirigencia sindical, que a su vez enfrentaba fuertes cuestionamientos internos por su inacción frente al deterioro de la situación social. La respuesta de la CGT fue la convocatoria a un paro general.

Este episodio colocó en un sendero sin retorno a la conflictiva relación que el Presidente y su ministro de Economía mantenían desde largo tiempo. A fines de julio, Menem despidió a Cavallo. Era una prueba de fuego sobre la que había corrido ríos de tinta, pero en lo inmediato el gobierno la superó sin demasiados problemas.

El presidente convocó como nuevo ministro a Roque Fernández hasta entonces al frente del Banco Central. La presencia de un nuevo ministro no logró detener la realización del paro general que tuvo lugar con alto acatamiento el 8 de agosto de 1996.

En medio del escepticismo de la mayor parte de la dirigencia política y empresarial, Fernández lanzó un paquete de medidas para enderezar la situación fiscal. Se trataba de un clásico plan de ajuste de esos que se suponía que los cambios estructurales habían dejado atrás para siempre: aumento de los precios de los combustibles, extensión del impuesto al valor agregado a rubros no cubiertos, modificación del impuesto a las ganancias y rebaja de la devolución de impuestos a las exportaciones.

El paquete enfrentó fuetes resistencias en todos los sectores, pero, con algunas mutilaciones, fue finalmente aprobado por el Congreso, que también convalidó nueva emisión de deuda para financiar el déficit, sin precedentes durante la convertibilidad, de más de 5.000 millones de dólares. La aprobación del paquete también permitió recomponer las relaciones con el FMI.

Parado sobre el "rebote" de la economía luego de la crisis mexicana y un cuantioso ingreso de capitales, el gobierno pudo afrontar en apariencia sin demasiados costos una seguidilla de crisis en el Sudeste Asiático, que afectó a distintas economías con sistemas de tipo de cambio fijo frente al dólar.

Fue como un gran "tsunami financiero", que comenzó en enero de 1997 con un ataque especulativo sobre el bath, la moneda de Tailandia. Al principio la crisis fue sofocada, pero en mayo recrudeció y en los meses siguientes se extendió a Filipinas, donde las autoridades dejaron flotar el peso, a Malasia -que también siguió un camino similar con el ringgit- y a Indonesia, cuya rupiah se desplomó en agosto. La ola también abarcó a Singapur, Taiwán y Corea. Sólo Hong Kong superó con éxito el desafío.

Se trataba, sin dudas, de una nueva señal de alerta, que nuevamente fue ignorada, mientras ese año el déficit fiscal sumaba otros 4.000 millones de dólares.

En su informe sobre la economía mundial de mayo de 1998, el FMI presentó un análisis detallado de las causas de la crisis en Asia y las enseñanzas para otros países, uno de sus párrafos más interesantes planteaba:

En algunos casos debe considerarse la posibilidad de modificar el régimen de tipo de cambio. Los tipos de cambio fijos, las uniones monetarias y las cajas de conversión han sido muy útiles en muchos países (.) pero se han tornado difíciles de mantener (.) Para algunas economías el balance entre costos y beneficios puede estar cambiando a favor de mayor flexibilidad en el manejo del tipo de cambio (.) La salida debería ocurrir en un período de relativa calma (.)

Lamentablemente el FMI no fue demasiado consecuente con sus propios análisis en relación con la Argentina.

En agosto de 1998, la crisis sumó una nueva víctima, Rusia, y la preocupación por la estabilidad financiera internacional pasó al primer plano de la agenda mundial. Para ese entonces los mercados financieros internacionales estaban cerrados para la Argentina y el ministro Fernández buscaba desesperadamente cómo financiar la brecha fiscal.

Eludiendo cualquier cambio de fondo, el gobierno optó otra vez por redoblar la apuesta y procurar convencer al mundo de que la Argentina era un caso diferente. La estrategia de la diferenciación tuvo su punto culminante cuando el Presidente logró un espacio inusitado en la asamblea anual conjunta del FMI y el Banco Mundial. Hablando en la sesión inaugural -el 6 de octubre de 1998- frente a un auditorio colmado que acababa de escuchar al presidente Clinton, Menem destacó los logros de su gobierno e invitó al resto del mundo a seguir el camino de la Argentina para superar la crisis internacional. Más aún, como prueba de fortaleza aumentó en mil millones de dólares la cuota del país ante el FMI. Fue ovacionado.

La situación era bastante surrealista, porque el día anterior el ministro de Economía había anunciado en Washington que las necesidades financieras de 5.700 millones de dólares para los próximos seis meses serían cubiertas con desembolsos del BID y del Banco Mundial, colocaciones de títulos en las AFJP y un aporte simbólico de algunos bancos internacionales.

La rutilante actuación internacional del gobierno no dejó de lado ese año otros destinos estratégicos como Francia y el tan ansiado viaje oficial a Gran Bretaña.

Pero la realidad cotidiana de la economía iba en dirección opuesta a los discursos del Presidente y su ministro de Economía. El gobierno insistía en un proyecto de flexibilización del mercado de trabajo y en concluir el proceso de privatizaciones, mientras en el último trimestre del año la economía se precipitaba en una franca depresión, acuciada por un menor ingreso de capitales, el aumento de la tasa de interés y el enorme desequilibrio externo.

En el sistema financiero también habían sonado señales de alarma. El Banco Central, encabezado por Pedro Pou desde que Roque Fernández se hiciera cargo del Ministerio de Economía, había adoptado una política de supuesto fortalecimiento de la solvencia de los bancos y de control de sus operaciones. Su tesis central era que el sistema sería más sólido si estaba conformado por un número menor de entidades y con mayor presencia de capitales internacionales.

La solidez del sistema era en realidad incierta para el público. Entre 1996 y 1998 se cerraron once bancos, lo que indujo a los depositantes a concentrar sus depósitos en las entidades que aparecían como las más solventes y por ende -como una profecía autocumplida- a debilitar a los bancos más pequeños.

Algunos cierres de bancos revelaron deficiencias en los controles del Banco Central, arbitrariedad, escasa transparencia en los procedimientos y débil capacidad para prevenir crisis.

El gobierno había ingresado definitivamente en una etapa sombría. Los logros de la convertibilidad se desvanecían, los costos sociales del modelo se profundizaban y los escándalos se multiplicaban.

A fines de 1998 la gestión de Menem merecía un 64% de rechazo en la opinión pública y sólo el 8% de los encuestados consideraba que se debía mantener el rumbo económico.

Casi simultáneamente con el estallido de la crisis en Rusia, la economía argentina ingresó en agosto de 1998 en una recesión de la que sólo comenzaría a emerger cuatro años después, tras el colapso de la convertibilidad. La inercia de crecimiento de la primera mitad del año permitió que el producto bruto aumentara todavía un 3,9% durante 1998.

El 13 de enero de 1999 Brasil decidió devaluar su moneda. El Real se precipitó en caída y unos pocos días después el gobierno brasileño resignó toda pretensión de control y dejó flotar el tipo de cambio.

Fue un cimbronazo fuerte para la convertibilidad. La discusión acerca del futuro del sistema se generalizó en todos los círculos, tanto en el país como en el exterior.

En un primer momento el gobierno vaciló. La posibilidad de que la convertibilidad iniciara un camino crítico irreversible era cierta. Finalmente el presidente Menem optó por huir hacia adelante proponiendo la dolarización no sólo de la Argentina, sino de todo el Mercosur.

Para el gobierno brasileño, que se debatía en el peor momento de la crisis, la imprudente intromisión argentina no podía ser más inoportuna. Al interior del país, la propuesta desató una polémica que reconocía varios ángulos, pero, como de costumbre, ningún debate profundo. Es que adoptar una moneda extranjera constituye un hecho excepcional en materia económica y significa que el país se sujeta necesariamente a la política monetaria del país cuya moneda adopta. Es decir que si, por ejemplo, Estados Unidos decidiera una política de dólar alto, ésta se aplicaría para la Argentina, aun cuando pudiera desalentar las exportaciones y favorecer las importaciones del país.

En la opinión pública, estas complejidades técnicas eran una cuestión remota y las posiciones se dirimían alrededor de otros ejes. Una parte de la sociedad veía como la "entrega final" dejar de tener una moneda propia. A otros les importaba menos este costado simbólico y les seducía cobrar sus salarios en dólares, lo que les aseguraba poder seguir pagando con normalidad sus préstamos en la misma moneda…

A poco de producirse el anuncio de Menem, el presidente del Banco Central, Pedro Pou formalizó una propuesta de dolarización más estructurada, que involucraba un Tratado de Asociación Monetaria con Estados Unidos. El tratado debía tener jerarquía constitucional, es decir ser aprobado por los dos Congresos. Sorpresivamente, en la presentación de la propuesta, Pou expresó como fundamento de la iniciativa que en los años transcurridos "no se logró una total credibilidad en la convertibilidad (.) no hay contratos en pesos a más de tres años". La afirmación reflejaba verazmente la realidad. A algunos miembros del gobierno no les gustó.

Por esos mismos días se realizaba en la ciudad suiza de Davos la reunión anual del foro de la Economía Mundial. Allí, un periodista del diario "La Nación" le preguntó al subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers sobre esta iniciativa. Su respuesta fue: "La dolarización es sexy. Es una idea que tiene la ventaja de ser original, atractiva y fácilmente comprensible para todo el mundo". Pero invitado a pronunciarse más seriamente sobre su factibilidad respondió diplomáticamente: "Tengo mis dudas".

La iniciativa de la dolarización mereció incluso atención en el Congreso de los Estados Unidos. En un informe del Comité de Asuntos Económicos se afirmaba:

De los 13 países oficialmente que son independientes, Panamá es varias veces más grande en población y economía que todos los demás combinados. Para 1997, Panamá tenía 2,7 millones de habitantes y un producto bruto interno de 8.700 millones de dólares. Los países independientes dolarizados usan ya sea la moneda de un país grande o, en el caso de las islas del Océano Pacífico, las monedas de la ex metrópoli. La dolarización oficial es rara hoy en día, excepto entre países muy pequeños, por el simbolismo político que representa la moneda nacional y por factores económicos tales como los costos que se supone acarrea la dolarización. Argentina tiene 33 millones de habitantes y un producto bruto interno de cerca de 300.000 millones, de manera que la dolarización oficial sería un salto de gigante comparado con los países donde existe actualmente.

Finalmente, el gobierno desechó la idea y se dispuso a transitar los últimos meses de gestión por canales más convencionales.

El enfoque continuó abaratando costos laborales mediante la disminución de aportes patronales y la flexibilización de las condiciones de trabajo.

Cuando en diciembre de 1999 el presidente Menem entregó el mandato a su sucesor, Fernando de la Rúa, la economía se encontraba en una crisis profunda.

El año cerraba con una caída del producto interno bruto del 3%, el déficit fiscal alcanzaba siderales 11.788 millones de dólares, la desocupación era casi del 14% y los índices de pobreza llegaban al 36%.

Los vencimientos de la deuda eran impagables y el mercado internacional de capitales continuaba inaccesible para la Argentina. A esas alturas era evidente que la convertibilidad difícilmente podía mantenerse.

La campaña presidencial de 1999 estuvo teñida por dos cuestiones fundamentales: la habilitación para que el presidente fuese reelecto por tercera vez y la definición del rumbo de la convertibilidad por parte de los candidatos.

Finalmente la Cámara Nacional Electoral resolvió que, aun cuando Menem ganara las elecciones internas de su partido, no podría ser candidato a la presidencia.

Con aire distraído, el Presidente manifestó que estaba "autoexcluido" de la contienda. La superación del intento de tercera reelección trajo al primer lugar en la agenda la cuestión económica. Desde el inicio de la campaña la preservación de la convertibilidad se había constituido en una suerte de acto de fe de los candidatos. Las plataformas electorales de los principales partidos mostraban un compromiso firme con el sostenimiento de la paridad uno a uno, aunque en círculos especializados del país y del exterior hacía tiempo que el tema era objeto de un debate, que de tanto en tanto trascendía a la prensa por períodos cortos.

Mientras esto ocurría a nivel público, en los equipos económicos de los principales candidatos se vivía una situación singular. Poco a poco se fue instalando un largo peregrinaje de representantes de los bancos de inversión internacionales que proponían, con extraordinaria homogeneidad, el camino que debía seguir el futuro gobierno.

El eje conductor del razonamiento era que la deuda externa argentina era impagable sin una amplia reestructuración que alargara los plazos considerablemente. Abundante material distribuido en reserva mostraba de un modo contundente estos hechos.

La solución que se proponía no era -desde luego- el "default" de la deuda, sino un proceso de reestructuración voluntaria; es decir que el país canjeara en el mercado los títulos de vencimiento a corto plazo por otros con un horizonte más compatible con las posibilidades de pago del país.

La cuestión era que, para que este proceso voluntario tuviera lugar, se requería que el país recorriera previamente un sendero que lo mostrara confiable ante el mundo financiero. En lenguaje técnico, era necesario que los bonos argentinos fueran declarados como "investment grade" (o grado de inversión), lo que significaba que fueran aptos para ser incluidos en las carteras internacionales de inversión.

Para ello, el futuro gobierno debía realizar un profundo ajuste fiscal que demostrara su voluntad de erradicar el déficit crónico en las cuentas públicas y asegurara capacidad de repago de los compromisos externos.

Si estas condiciones se daban, los bancos de inversión ofrecían ocuparse de este proceso de canje, que, desde luego, supondría importantes comisiones por sus servicios profesionales.

Probablemente el conocimiento sobre la existencia de estos planes y la necesidad de repuntar en las encuestas jugaron un rol importante en la decisión del candidato justicialista Eduardo Duhalde de poner sobre la mesa, abiertamente, la discusión sobre el pago de la deuda externa.

Hacía tiempo que Duhalde había comenzado a plantear que el modelo menemista de la década del 1990 "estaba agotado", aunque pocas precisiones había hecho acerca de los cambios que, en su opinión, se requerían. Pero en mayo, en una conferencia de prensa. planteó la necesidad de una renegociación de la deuda a nivel regional (es decir, de manera conjunta en el Mercosur) y desató una serie de críticas sobre el FMI.

En lo inmediato, estas declaraciones generaron considerable agitación en el mundo político y en los mercados. El panorama se agravó cuando, pocos días después, el célebre financista internacional George Soros declaró a la prensa que el peso argentino estaba sobrevaluado.

Aunque -por convicción o cautela- la mayoría de los economistas se manifestaban contrarios a una devaluación, algunos de los más prestigiosos a nivel internacional se animaron a plantear con bastante claridad lo crítico de la situación.

Uno de ellos, Paul Krugman, un famoso académico., también coincidió en que el peso estaba sobrevaluado. Cuando el periodista que lo entrevistaba le preguntó: "¿La convertibilidad puede durar 4 ó 5 años más?", contestó sin dudar: "Yo estaría muy sorprendido si persistiera en el tiempo".

Jeffrey Sachs, otra estrella de la economía mundial., que también fue convocado a comentar las afirmaciones de Soros, dijo:

Probablemente está expresando una opinión muy generalizada entre los inversores sobre Argentina (.) Por muchos años mi visión ha sido que el peso estaba sobrevaluado. Esto significa que Argentina es un país muy caro en dólares, comparado con otros países de similares niveles de tecnología y productividad (.) Si Argentina no estuviera atada a la convertibilidad, el peso se devaluaría entre un 20 y un 25 por ciento.

La polémica desatada se introdujo de lleno en la Convención de la Unión Cívica Radical, que también ratificó el compromiso con la convertibilidad.

En el mundo empresarial, la alarma se transformó en una amplia iniciativa en defensa de uno a uno. A principios de junio la Asociación de Bancos de la Argentina (ADEBA) organizó, bastante de apuro, un seminario en el que participaron los principales exponentes del mundo financiero, incluyendo los candidatos a ministros de Economía de los principales partidos. Desde distintos ángulos, la defensa de la convertibilidad tiño de homogeneidad los discursos.

El punto culminante de esta "batalla por la convertibilidad" tuvo lugar en un seminario organizado por el banco de inversión Goldman Sachs a fines de julio en Nueva York. Allí, nuevamente, los expositores -incluyendo los principales referentes económicos de los partidos- cerraron filas alrededor del tipo de cambio fijo y se mostraron proclives a que, después de las elecciones, las distintas fuerzas políticas establecieran acuerdos firmes sobre los principales lineamientos económicos.

El mundo de los analistas financieros internacionales tiene reglas muy especiales. El periodista estadounidense Paul Blustein refleja muy bien esta peculiaridad a través de una suerte de "confesión" de uno de ellos:

Hay mucho de autocensura (.) Es así, si uno tiene algo bueno para decir debe hacerlo, pero si lo que hay que decir es malo, simplemente se debe mantener la boca cerrada. Con las comisiones de por medio, los bancos de inversión te matarían. Si el ministro de Economía de un país enloquece con uno, eso podría significar perder muchos negocios e, incluso aunque tu comentario no fuera la causa, la gente de tu firma podría culparte por no haber obtenido esos negocios. Uno no quiere estar en esa posición, especialmente cuando llega el momento de cobrar el bono anual.

Así que la situación a mediados de 1999 era uno de esos momentos en que la verdad cede paso a la conveniencia en las manifestaciones públicas, mientras que en los pasillos de los eventos y en las reuniones privadas que siempre los acompañan, el clima que se vivía era diferente. La devaluación en Brasil era una evidencia demasiado fuerte como para ser ignorada. En voz baja, además, muchos banqueros elogiaban la valentía del presidente Cardoso y, en especial, la posibilidad que le había dado a gran parte de los inversores de retirar sus fondos intactos antes de formalizar la devaluación.

Así, en medio de ambigüedades y dobles discursos, la campaña fue encauzándose hacia el día de la elección. El ganador tendría por delante la tarea de enfrentarse a una realidad ineludible, que una suerte de conspiración colectiva había negado: la convertibilidad estaba herida de muerte.

Las elecciones presidenciales del 24 de octubre de 1999 consagraron al binomio Fernando de la Rúa-Carlos Álvarez como claro triunfador con un 48,4% de los votos.

Entre la emisión y la deuda (Bernanke y más allá. ¿la hiperinflación?)

– Autoridades de finanzas del G-20 presionan a EEUU para que repare su sector bancario (The Wall Street Journal – 16/3/09)

(Por Damian Paletta y Stephen Fidler)

Horsham, Reino Unido.- Representantes del gobierno estadounidense llegaron a la cumbre de ministros de economía del Grupo de los 20 (G-20) con la idea de persuadir a otros países a que inicien una nueva ronda de gasto. No obstante, terminaron el encuentro sintiendo la presión internacional para que reparen el debilitado sector bancario de Estados Unidos.

Tras cordiales apretones de mano y fotografías en grupo, el secretario del Tesoro de EEUU, Timothy Geithner, salió corriendo hacia Washington, D.C. para iniciar un período frenético de 17 días en antesala a la cumbre de mandatarios del G-20 a realizarse el 2 de abril en Londres, al que asistirán el Presidente Barack Obama y otros líderes mundiales.

El revés refleja los límites del poder de EEUU sobre el mundo en momentos en que sale de los escombros de la crisis financiera. Muchos países, incluidos sus aliados, están aumentando la presión sobre EEUU para que solucione el caos que creen ayudó a crear.

Las acciones de Geithner en las próximas dos semanas serán escudriñadas tanto por Wall Street como por los mercados financieros globales, que siguen escépticos de que el gobierno de Obama pueda sacar al mundo del hoyo económico en el que se encuentra.

"Es natural que el mundo busque liderazgo en EEUU en cualquier conferencia financiera internacional", dice Daniel Price, un alto ejecutivo sobre temas globales de la firma de abogados Sidley Austin LLP. "Las expectativas son altas para que EEUU arme un ambicioso plan tanto para rescatar a los bancos como para delinear una agenda de reforma regulatoria más amplia".

En los días previos a la cumbre de líderes, Geithner planea ofrecer detalles de dos de las principales armas del gobierno para calmar los mercados financieros: su sociedad para comprar activos tóxicos y su plan para reforzar la eficiencia de la supervisión bancaria.

En la reunión del G-20, los ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales acordaron ejercer políticas monetarias y de expansión fiscal "hasta que el crecimiento se haya restaurado", pero no apoyaron una meta de crecimiento específica -equivalente al 2% del PIB– propuesta la semana pasada por EEUU.

Los participantes del encuentro también acordaron una serie de medidas para aumentar la ayuda financiera a los países en desarrollo a través de donaciones al Fondo Monetario Internacional, y para mejorar la regulación financiera, incluyendo requerir el registro de los fondos de cobertura y sus gestores.

Los participantes comunicaron su grata sorpresa ante la unidad de intención del encuentro, dados los comentarios previos de los alemanes y los franceses que rechazaban los llamados de EEUU para adquirir mayores compromisos en expansión fiscal. Pero también quedó claro que el gobierno estadounidense está muy lejos de calmar los temores acerca del sector bancario, algo que surgió como un sorprendente punto de tensión durante las negociaciones.

Se espera que esta semana Geithner ofrezca más detalles sobre su controversial plan para crear una sociedad entre el gobierno e inversionistas privados para comprar activos tóxicos que están minando las finanzas de los bancos. El plan podría intentar liberar al sector bancario de entre US$ 500.000 millones y US$ 1 billón (millón de millones) en activos en problemas. Luego, se espera que Geithner presente un plan aparte para mejorar la eficiencia en la supervisión de los mercados financieros, cuya falta de rigor, dicen los críticos, permitió que varios conglomerados financieros tambalearan y otros colapsaran.

edu.red

Funcionarios del Departamento del Tesoro de EEUU han trabajado durante semanas en su plan para una mejor supervisión. Su propuesta pediría una supervisión más eficaz del riesgo entre todos los mercados financieros, un papel que, sugirió Geithner, podría ejercer la Reserva Federal mejor que nadie.

El plan también recomendaría un mecanismo para reducir el tamaño de grandes compañías financieras que no son supervisadas por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos Bancarios, analizar las estructuras de compensación que pueden amenazar la estabilidad de las compañías, y reforzar las leyes de protección al consumidor.

Una parte central del plan sería endurecer los requisitos para que los bancos obtengan nuevo capital con el fin de desanimar el riesgo excesivo y elevar las reservas de los bancos.

Por su parte, EEUU enfrentó una mayor presión de sus aliados para arreglar su alicaído sistema bancario. "Algunos países no han reparado su sector bancario", dijo durante la cumbre el ministro de Finanzas de Canadá, Jim Flaherty, en lo que pareció una referencia a EEUU.

– EEUU busca reglas financieras más estrictas (The Wall Street Journal – 16/3/09)

(Por Damian Paletta)

El gobierno de Estados Unidos, a un ritmo cada vez más acelerado, ha esbozado los principales puntos de su plan para reformar la supervisión del mercado financiero. Los cambios se sentirían en toda la economía, afectando desde las operaciones de los bancos internacionales hasta la protección al consumidor.

Las propuestas incluyen otorgarle nuevos poderes a la Reserva Federal (Fed), entre ellos la autoridad de monitorear y abordar los riesgos en toda la economía, dicen personas al tanto de la cuestión. Se espera que las propuestas incluyan requerimientos de capital más estrictos para los grandes bancos y la autoridad para que los reguladores puedan tomar el control de una firma financiera que esté en problemas.

"Queremos acelerar el ritmo de cambio en la agenda de reforma", señaló el secretario del Departamento del Tesoro, Timothy Geithner, en una entrevista después de una reunión el fin de semana entre los ministros de finanzas y banqueros centrales del Grupo de los 20 países industrializados y emergentes. En la reunión celebrada en las afueras de Londres, Geithner fue presionado para que EEUU tome medidas en el ámbito regulatorio. El objetivo del gobierno de Barack Obama es presentar sus propuestas antes de que los jefes de estado del G-20 se reúnan el 2 de abril.

Obama ha propuesto una reforma regulatoria como una forma de prevenir otra crisis financiera en el futuro. Muchos demócratas y algunos republicanos le echan parte de la culpa de la actual crisis a una supervisión laxa, mal dirigida y débil.

Algunos elementos de la reforma aún no son claros, en particular si el gobierno dejará que los fiscales generales de los estados puedan procesar a los bancos nacionales. Tampoco es claro si el gobierno exigirá restricciones sobre la remuneración de los ejecutivos bancarios.

Se espera que Geithner proponga que el gobierno tenga completa autoridad sobre todos los productos financieros comercializados a los consumidores, incluyendo la consistente aplicación de las leyes de protección al consumidor en relación a las hipotecas y las tarjetas de crédito.

Geithner ha indicado que quiere que los cambios se produzcan en coordinación con otros países. Aún así, es probable que cada uno implemente nuevas regulaciones financieras por su cuenta. Existen grandes diferencias sobre cuánto habría que regular a actores financieros como los fondos de cobertura. Alemania y Francia quieren una supervisión mucho más estricta que EEUU.

"Vamos a ser ambiciosos, pero vamos a trabajar con ellos", dijo Geithner.

Uno de los principales componentes del plan sería una nueva palanca para la Fed, que ya dirige la política monetaria y ha acumulado grandes poderes desde que empezó la crisis financiera.

La dispersa estructura de la regulación de los servicios financieros ha significado que ninguna institución tiene la capacidad de supervisar los mercados de manera amplia para reconocer señales de riesgo sistémico, como las gigantescas apuestas hechas por los bancos de inversión en deuda hipotecaria. Geithner quiere que la Fed tenga autoridad para hacer eso.

Cualquier posible reforma sería controversial ya que varias agencias regionales y centrales que supervisan los servicios financieros normalmente compiten por conseguir más territorio.

– Otros bancos centrales siguen el ejemplo de la Fed, pero su munición podría ser insuficiente (The Wall Street Journal – 16/3/09)

(Por David Gaffen)

La semana pasada, dos bancos centrales tomaron una postura más agresiva para combatir la desaceleración económica global, respondiendo de forma similar a la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed). Al igual que la experiencia de la Fed, algunas de las medidas probablemente serán efectivas y otras no tanto.

Dos elementos clave aumentan la efectividad de las medidas de los bancos centrales de Suiza y el Reino Unido: la oportunidad y la cantidad.

Sin embargo, aún hay preocupaciones de que el impacto de estas políticas sea efímero debido a los limitados balances de los que disponen los bancos centrales, particularmente en el mercado de divisas.

El Banco Nacional Suizo intervino para debilitar su moneda porque está preocupado por la deflación y la apreciación del franco, mientras que el Banco de Inglaterra anunció planes para comprar 75.000 millones de libras esterlinas (US$ 104.840 millones) en bonos del gobierno británico para intentar impulsar sus precios en el mercado de deuda.

Tanto el banco suizo como el británico "quiere realzar el efecto de políticas monetarias que han llegado a llegado a su fin en cuanto a las tasas de interés, pero quieren volverse más expansionistas", señala Ulrich Leuchtmann, director de investigación de divisas del banco alemán Commerzbank, de Fráncfort.

En el caso de Suiza, la elección del tiempo es la clave. La medida fue una sorpresa; fue la primera vez desde 1992 que el país intervino en los mercados de divisas. El impacto se sintió en Europa oriental, donde las divisas se apreciaron con respecto al franco suizo, una buena noticia ya que en los últimos años muchos ciudadanos de los países del este pidieron préstamos en francos. A medida que sus monedas nacionales han caído, sus deudas han aumentado.

Leuchtmann dice que los suizos tienen la ventaja de querer debilitar su moneda, lo cual se puede lograr imprimiendo dinero. Aquellos que intentan apuntalar una divisa en caída tienen más dificultades. Hace poco, Rusia usó más de US$ 200.000 millones en reservas y ahora parece haber estabilizado el rublo dentro de una nueva y banda de cambiaria ultra ancha. Islandia, por su parte, hizo un débil intento por sostener su divisa cuando reventó su burbuja financiera el año pasado.

Las medidas del Banco de Inglaterra utilizan el factor cantidad: 75.000 millones de libras. El Reino Unido quiere hacer que bajen los rendimientos y tiene unos 500.000 millones de libras en bonos soberanos en circulación, según el banco suizo UBS. Alan Levenson, economista en jefe de la firma de gestión de inversiones T. Rowe Price Associates, afirma que "el programa del Banco de Inglaterra es una considerable parte del mercado de bonos británicos que está comprando… va a ser bastante difícil (para la Fed) controlar la oferta de bonos del Tesoro en circulación".

Quizás sea por esto que la Fed se ha resistido a tal medida y, en cambio, se ha concentrado en establecer líneas de crédito y un programa para comprar US$ 600.000 millones en valores respaldados por hipotecas.

Aun así, cambiar la naturaleza esencial de ese mercado en los próximos meses va a ser suficientemente difícil.

– Bernanke: "Hemos evitado la depresión" (Cinco Días – 16/3/09)

El programa de la CBS, 60 minutos, emitió ayer la primera entrevista con un presidente de la Reserva Federal en 20 años. Ben Bernanke dijo que gracias a las sucesivas intervenciones "hemos evitado la depresión" e insistió en que era fundamental estabilizar el sistema financiero para conseguir la recuperación. El presidente de la autoridad monetaria cree que este año se pondrá fin a la recesión en EEUU y que en 2010 llegará la recuperación. En el lado negativo, Bernanke no ve una rápida solución al paro.

(Por Ana B. Nieto)

Ben Bernanke aceptó la propuesta de conceder una entrevista porque "estos son tiempos extraordinarios y me da una oportunidad para hablar a América directamente". Scott Pelley, periodista de 60 Minutes había solicitado esa oportunidad hacía un año y el portavoz del presidente de la Fed se había reído al recibirla. La autoridad monetaria no concede entrevistas. Pero Bernanke, lo hizo coincidiendo con el primer aniversario de la desaparición de Bear Stearns.

El presidente de la autoridad monetaria dijo que se ha evitado una depresión gracias a la intervención pero que ahora "hay que hacer que la economía funcione apropiadamente de nuevo". Bernanke cree que la espiral destructiva de la recesión se detendrá en 2009 y que el año que viene se empezará a salir de ello. No obstante, el optimismo no le llega para augurar una rápida mejora en un mercado laboral que afronta una tasa de paro oficial del 8,1%. "Si duda la tasa de paro va a ser más alta de lo que es ahora". Tras la breve recesión de 2001, el mercado laboral se tomó casi dos años para empezar a crear nuevos puestos de trabajo.

Bernanke habló largo y tendido de banca y del sistema financiero insistiendo en varias ocasiones en que lo más importante era restablecer su salud y estabilidad. "Hemos visto algún progreso en los mercados financieros pero hasta que no lo tengamos estabilizado y funcionando con normalidad no vamos a ver ninguna recuperación". "Tenemos un plan y estamos trabajando en ello", explicó.

De momento, la Fed ha dicho que ningún gran banco que pueda dar lugar a un riesgo sistémico va a caer y ha puesto en marcha acciones de urgencia destinadas a proveer de liquidez al sistema. Por su parte, el departamento del Tesoro está planificando un plan de rescate, del que no se tienen muchos detalles, pero que empieza con una prueba sobre la resistencia de la banca para hacer frente a una economía en recesión (stress tests). El presidente de la Fed, que ha encontrado en el Congreso duras críticas a la intervención advirtió ayer que el mayor riesgo que existe ahora mismo en la economía es la "falta de voluntad política, que no tengamos el compromiso para resolver el problema y que lo dejemos continuar". "En ese caso", advertía, "no podemos contar con una recuperación".

Bernanke dijo tener simpatías con las críticas de los ciudadanos, la llamada Main Street, a los sucesivos planes de rescate de Wall Street. "Yo provengo de Main Street, nunca he trabajado para Wall Street y la única razón por la que me preocupo por ellos es porque lo que pasa en Wall Street afecta a Main Street" y se necesita que el crédito fluya de nuevo.

El presidente de la Fed dijo que en Octubre del año pasado se estuvo muy cerca del abismo. "El Congreso pasó una legislación dio poder al Tesoro para capitalizar la banca en la primera semana de octubre (el TARP) y en la segunda semana la crisis llegó a su pico. Si no se hubiera tenido ese poder el resultado habría sido mucho peor". Bernanke asegura que ahora mismo no hay ningún banco insolvente pero que los stress tests determinarán si necesitan estar mejor capitalizados en escenarios más adversos.

Durante la entrevista, el hombre que más influencia tiene en los designios de la política monetaria de EEUU, mostró una cara muy optimista y dijo que ya hay señales de mejora en los mercados aunque admitió que la clave para restablecer la normalidad es acabar con el miedo y devolver la confianza. "Para conseguir que esta vuelva, lo mejor es mostrar que estamos progresando".

La señal más clara de que la estabilidad se está logrando será cuando un gran banco logre captar capital privado. "Hasta ahora el dinero privado está aparcado esperando. No saben lo que valen los bancos y si son estables por eso no están dispuestos a poner su dinero en la banca", explicó.

Bernanke admitió que se han cometido fallos de supervisión y que se necesita una regulación más comprensiva e incluso un regulador sistémico.

Como ya hiciera en una reciente comparecencia ante el Congreso, el presidente de la Fed dijo estar muy frustrado con AIG. "Colgué violentamente el teléfono un par de veces cuando hablábamos de AIG". Bernanke reconoció que es "absolutamente injusto que los dólares de los contribuyentes se dediquen a sustentar una compañía que hizo unas apuestas terribles y operaba fuera del radar de los reguladores". Pero no había opción. Si no se estabilizaba el riesgo no era solo para el sistema financiero sino para toda la economía.

Abrir las puertas de la Fed

Por primera vez, se vio en la televisión al presidente de la Fed paseando por el impresionante edificio en el que se toman las decisiones sobre política monetaria. El monumental edificio se construyó en 1935, cuando le país lidiaba con la Gran Depresión que entonces la autoridad monetaria no supo controlar según Ben Bernanke.

Esta vez se están haciendo las cosas de distinta manera y se están dedicando muchas horas a buscar una solución a la crisis. Los empleados de la Fed trabajan casi 80 horas a la semana y en el despacho del presidente hay un sillón en el que dice que ha echado alguna cabezada por la noche o incluso los fines de semana.

Bernanke fue con 60 Minutes a Dillon, Carolina del Sur, el pueblo donde su familia, emigrantes judos de Europa del Esta se establecieron. Su abuelo tenía una droguería que ahora es un restaurante. El presidente de la Fed, que cuando era adolescente reveló su buena mano para las matemáticas, fue aceptado en Harvard para disgusto de sus padres que veían Boston como un lugar muy lejano. Bernanke dijo que además su madre estaba preocupada porque no tenía ropa adecuada para esa universidad. Con todo, sus padres echaron mano de sus ahorros para pagarle sus estudios y él contribuyó trabajando en la construcción y en un restaurante mejicano (poncho incluido).

– Bernanke habla claro: La FED está "imprimiendo dinero" (Libertad Digital – 17/3/09)

La entrevista al presidente de la Reserva Federal de EEUU (Fed), Ben Bernanke, en 60 minutes se centró en sus previsiones sobre el fin de la crisis. Bernanke ahuyentó el riesgo de caer en una depresión económica, pero también admitió que la Fed imprime dinero para impulsar la economía.

LD (M. Llamas) El riesgo de caer en una depresión económica se aleja de las costas estadounidenses, según afirmó Bernanke el pasado domingo en una entrevista concedida a la cadena estadounidense CBS. De hecho, avanzó que la profunda recesión económica que atraviesa la primera potencia mundial verá su fin, "posiblemente" este año. De este modo, Bernanke avanza que la ansiada recuperación tendrá lugar en 2010. Un pronóstico que en las últimas jornadas está animando a Wall Street.

Pero, ¿cómo está impulsando la Fed la estabilización del deteriorado sistema financiero de EEUU? El gran objetivo de la política aplicada por Bernanke, hasta el momento, ha consistido en evitar el riesgo de caer en una recesión con deflación (caída de precios generalizada), al estilo de Japón o la Gran Depresión de los años 30 en EEUU.

Para ello, Bernanke no ha dudado en poner en marcha medidas extraordinarias. En un momento de la citada entrevista, el periodista Scott Pelley pregunta lo siguiente: "¿Ha estado imprimiendo dinero?". "Bueno, efectivamente", afirma Bernanke. "Tenemos que hacerlo porque nuestra economía está muy débil y la inflación es muy baja", indica. "Cuando la economía comience a recuperarse será el momento de abandonar esos programas, subir los tipos de interés y asegurarnos de que la recuperación no implique inflación".

Así pues, la inyección de liquidez al mercado financiero por parte de la Fed no procede del "dinero de los impuestos", aclara Bernanke. "Los bancos tiene cuentas abiertas con la Fed, al igual que usted tiene una cuenta en una banco comercial. De este modo, para prestar créditos a un banco, nosotros simplemente usamos el ordenador (apunte contable) para aumentar el tamaño de la cuenta que ellos (los bancos) tiene con la Fed". Algo "muy similar" a la impresión de dinero, admite.

Bernanke explica así el modo en que funcionan los distintos mecanismos de descuento de papel y activos tóxicos que ha puesto en marcha la Fed para ampliar las líneas de crédito y liquidez a la banca comercial del país. Como resultado, el balance de la Fed casi se ha triplicado desde el inicio de la crisis. A ello, se suma la posibilidad de que la Reserva Federal comience a incrementar sus compras de deuda pública al Tesoro de EEUU mediante la impresión de billetes ex novo, un mecanismo extraordinario que ya ha comenzado a utilizar el Banco de Inglaterra (prevé imprimir 150.000 millones de libras extra).

Sin embargo, el propio Bernanke reconoce los riesgos de este tipo de medidas al augurar que, en caso de que se recupere la economía, tendrá que subir tipos y vigilar de cerca la inflación para evitar males mayores.

– ¿Sabe cuánto ocupa un billón de dólares? (El Confidencial – 17/3/09)

La expansión de gasto público se contabiliza por billones de dólares en EEUU, unas cifras astronómicas a las que los ciudadanos no están acostumbrados y que son difíciles de imaginar. LD muestra cuánto ocupa un billón de dólares.

(Libertad Digital) El agujero en las cuentas de EEUU carece de precedentes. Los 1,75 billones de déficit público multiplican por cuatro el PIB de Argentina, Austria y Grecia; y equivalen al tamaño de la economía española. Obama ha hipotecado ya 10 billones de gasto público y, para financiarlo, subirá impuestos. Los ciudadanos se rebelan, aunque realmente pocos se hacen idea de lo que significa este volumen de dinero.

La página web especializada Moneyweb ha publicado un curioso artículo en el que enseña a los contribuyentes cúanto ocupa un billón de dólares. Para ello, comienza con una aproximación al billete de 100 dólares norteamericanos, una cantidad que la mayoría de los ciudadanos han tenido alguna vez en sus carteras y, por lo tanto, una buena referencia para realizar la comparación.

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Si se agrupan 100 billetes de 100 dólares en paquetes, cada uno de ellos tendría un grosor de media pulgada (12,7 milímetros) alcanzaría los 10.000 dólares y podría llevarse en el bolsillo sin problema. Sería una cantidad más que suficiente para afrontar los gastos semanales o darse una juerga antológica.

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Y se lo crean o no, la siguiente imagen muestra lo que ocuparían 100 paquetes de 10.000 dólares (un millón de dólares) en comparación con un ser humano. Se podrían meter en un bolso y llevarlos encima sin problemas de espacio.

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Pero mientras que un paquete de billetes de 100 dólares que alcance la cifra de un millón de unidades de la divisa verde no impresiona demasiado, cuando tenemos 100 millones el volumen es más que respetable. Equivale aproximadamente a un palé estándar de la construcción.

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Si continuamos agrupando paquetes de billetes llegamos a los 1.000 millones de dólares…

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Finalmente, ya podemos saber cuánto ocupa un billón de dólares. Es un número que últimamente se está escuchando mucho en la Casa Blanca y ahora los ciudadanos saben lo que es. ¿Están ustedes preparados?

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– La Fed bombea dinero (BBCMundo – 18/3/09)

La Reserva Federal de Estados Unidos anunció que comprará bonos del Tesoro de largo plazo por valor de hasta US$ 300.000 millones en los próximos seis meses y que ampliará las compras de deuda respaldada por hipotecas para sostener el mercado de crédito y promover la recuperación de la economía.

La Fed también ha decidido dejar sin cambios las tasas de interés en el nivel de entre cero y 0,25% fijado en diciembre, según anunció en un comunicado tras finalizar una reunión de dos días en el que analizó el estado de la economía.

"En estas circunstancias, la Reserva Federal empleará todas las herramientas disponibles para promover la recuperación económica y preservar la estabilidad de precios", señaló la institución.

Con estas medidas la Fed pretende bajar las tasas de interés de los préstamos hipotecarios, de consumo y de las empresas.

En su comunicado, el Comité del Mercado Abierto de la Reserva Federal, que fija la política monetaria de EEUU, constató que la economía del país sigue contrayéndose, con la mayoría de los indicadores económicos en negativo.

Otras medidas

"La pérdida de trabajos, el declive de la igualdad y de la riqueza en el mercado inmobiliario y el endurecimiento de las condiciones de crédito han pesado en el sentimiento y gasto del consumidor", señaló.

La Fed también anunció que invertirá US$ 750.000 millones en la compra de títulos hipotecarios adicionales, hasta alcanzar un total de US$ 1,25 billones.

Además, comprará deuda emitida por agencias de financiamiento hipotecario respaldadas por el gobierno, como los gigantes inmobiliarios Freddie Mac y Fannie Mae, por valor de US$ 100.000 millones.

La Reserva Federal anunció asimismo que ha puesto en marcha un programa de crédito para las familias y las pequeñas empresas.

Según el corresponsal de BBC Mundo en Washington, Carlos Chirinos, la adopción de este tipo de medidas responde a que ahora la Reserva Federal debe ser "creativa", que ya no puede rebajar más las tasas de interés.

Chirinos destaca que los analistas advierten que, pese a todo, la economía estadounidense no ha repuntado, en parte porque el flujo de crédito se mantiene restringido.

"Además algunos economistas sostienen que se está invirtiendo demasiado dinero público en estas operaciones que son por su naturaleza riesgosas y que pueden terminar afectando el patrimonio nacional", señala nuestro corresponsal.

El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, se mostró inusualmente optimista este domingo en una entrevista al afirmar que espera que la recesión económica en su país finalice al terminar el año y que la recuperación comience a principios de 2010.

– Para revivir la economía, la Fed adquirirá bonos del Tesoro (The Wall Street Journal – 19/3/09)

(Por Jon Hilsenrath y Brian Blackstone)

La Reserva Federal aceleró ayer su campaña para resucitar la economía al anunciar la compra en los próximos meses de hasta US$ 300.000 millones en bonos del Tesoro de Estados Unidos y cientos de miles de millones en valores respaldados por hipotecas.

Al adquirir bonos del Tesoro de largo plazo y valores respaldados por créditos hipotecarios, el banco central espera elevar sus precios, reducir sus rendimientos y, de esta manera, imprimir un mayor dinamismo en la economía. Las tasas de interés de numerosos bonos de empresas y préstamos a individuos están ligadas a los rendimientos de los bonos del Tesoro.

La apuesta por parte de la Fed llega después de un debate interno. Su presidente, Ben Bernanke, había propuesto seguir enfocando sus préstamos en las partes más problemáticas de los mercados financieros en lugar de comprar bonos de largo plazo, como el Banco de Inglaterra empezó a hacer hace poco.

La decisión resalta la capacidad del banco central de EEUU para actuar en forma enérgica para combatir la crisis financiera sin necesidad de recurrir al Congreso, un atributo importante en momentos en que Washington está en medio de una tormenta política desatada por las bonificaciones otorgadas a los ejecutivos de la aseguradora American International Group (AIG).

Los precios de los bonos del Tesoro de EEUU se dispararon tras la noticia, disminuyendo el rendimiento sobre la deuda a 10 años de 3% a 2,53%.

La medida de la Fed se produce en medio de un panorama sombrío para la economía. "Las pérdidas de empleo, la reducción del patrimonio bursátil e inmobiliario y la dificultad para acceder al crédito han afectado el sentimiento y el gasto de los consumidores", dijo la Fed en un comunicado divulgado después de una reunión de dos días. "Una perspectiva más débil para las ventas y dificultades para obtener crédito han llevado a las empresas a reducir inventarios e inversiones. Las exportaciones de EEUU han caído, ya que muchos de sus principales socios comerciales también han entrado en recesión".

El Comité Federal de Mercado Abierto de la Fed votó en forma unánime en favor de mantener la tasa de referencia de corto plazo en entre cero y 0,25%, y acordó también ejecutar programas de préstamos estratégicos ya existentes. Al redoblar las compras de valores respaldados por hipotecas, la Fed está apostando por programas que cree funcionan. Bernanke ha apuntado repetidamente a la reducción de las tasas hipotecarias tras las medidas iniciales de la Fed, calificándolas como una evidencia de "semillas que brotan" en algunos mercados.

No todos los programas de la Fed, sin embargo, han tenido el éxito esperado. Un plan conjunto entre el banco central y el Departamento del Tesoro orientado a reanimar los mercados de crédito a los consumidores ha tenido algunos tropiezos iniciales, víctima de la desconfianza mutua entre los bancos de Wall Street y los fondos de cobertura y las preocupaciones de que el gobierno siga cambiando las reglas de juego.

El programa, anunciado en noviembre y que empieza a operar hoy, les permite a los fondos de cobertura y otros inversionistas endeudarse con la Fed bajo condiciones favorables. Los inversionistas pueden usar los fondos para comprar valores recién emitidos y que son respaldados por créditos para comprar automóviles, deuda de tarjetas de crédito y otra clase de préstamos de consumo.

El objetivo del programa es que el sector privado empiece a comprar esta deuda y las personas puedan tener un mayor acceso a esta clase de préstamos. Las firmas de Wall Street, sin embargo, sólo lograron captar interés suficiente para acuerdos asociados con el programa, conocido como Línea de Crédito para Valores Respaldados por Activos a Plazo (TALF). "El comienzo ha sido bastante complicado", afirma Michael Ferolli, economista de J.P. Morgan.

– La Fed inyecta 1,15 billones en la economía con compras de deuda (Cinco Días – 19/3/09)

La Reserva Federal anunció ayer lo que casi puede considerarse como una barra libre de liquidez para el mercado, al incrementar en 1,15 billones de dólares el dinero destinado a comprar activos. La medida desató una fuerte subida de la Bolsa y al mismo tiempo un rápido ajuste del dólar y de la rentabilidad de los bonos.

(Por Fernando Martínez)

A dos horas del cierre de Wall Street, la Reserva Federal emitió un comunicado en el que informaba de que empleará un volumen adicional de 1,15 billones de dólares (un volumen casi equivalente al PIB de España) en comprar deuda privada y bonos del Tesoro de largo plazo, con el objetivo de "mejorar las condiciones crediticias en el mercado privado" y lograr así que fluya la liquidez en el sistema.

La consecuencia inmediata fue que el índice S&P 500, el más representativo de la economía estadounidense, se apuntó una subida del 2,5% en unos pocos minutos. De forma simultánea, la deuda soberana a 10 años pasó de rentar un 3% a rendir un 2,5% y los bonos a 30 años, del 3,82% al 3,56%.

Otra consecuencia obvia fue el rápido debilitamiento del dólar, que pasó de cotizar a 1,3 unidades por euro a 1,35.

Como suele ocurrir, la euforia inicial dio paso a una cierta moderación. A pesar de ello, los principales índices de Wall Street se apuntaron al cierre de la sesión unas ganancias importantes. El S&P 500 ganó un 2,09%; el Dow Jones, un 1,23% y el Nasdaq, un 1,99%.

La Bolsa europea examinará hoy la decisión de la Fed, que está siendo mucho más agresiva que el BCE. El Ibex logró ayer su primera racha de siete jornadas consecutivas al alza desde 2005. El selectivo español ganó un 0,21% y cerró en 7.661,6 puntos, apoyado por valores como Mapfre (5,7%), Cintra (3,85%) y Criteria (2,79%). El índice acumula una ganancia del 12,4% en una semana.

El Euro Stoxx también mejoró un 0,34% y el Dax, un 0,21%. Pero otras plazas financieras cerraron a la baja. El Footsie cayó un 1,35%; el Cac, un 0,25%.

Bonos hipotecarios

En su comunicado, la Reserva Federal confirmó que "la economía continúa deteriorándose" y subrayó que "las duras condiciones de crédito pesan sobre el optimismo y el gasto de los consumidores". Tras confirmar que mantendrá el objetivo de tipos de interés entre el 0 y el 0,25%, la Fed pasó a detallar otras medidas de estímulo no convencionales, como la compra de bonos hipotecarios.

La autoridad monetaria estadounidense, presidida por Ben Bernanke, señaló que incrementará en 750.000 millones de dólares la compra de titulizaciones hipotecarias. Se trata de bonos respaldados por los derechos de cobro de los préstamos hipotecarios; un producto de moda hasta hace un par de años y que ahora es imposible colocar mientras su valor se deteriora en los balances de los bancos. Así, el volumen total de titulizaciones incluido en el balance de la Fed pasará a ser de 1,25 billones de dólares. En la misma línea de actuación, el banco central duplicará el importe destinado a adquirir los llamados Agency Bonds, que pasa de 100.000 a 200.000 millones. Estos son títulos de deuda que están respaldados por el Gobierno y emitidos por las agencias hipotecarias Fannie Mae, Freddie Mac y Ginnie Mae.

La otra medida, largamente esperada por el mercado, es la de adquirir deuda pública para reducir la curva de tipos y facilitar así la financiación crediticia. "El Comité ha decidido adquirir Treasuries de largo plazo y para ello invertirá 300.000 millones de dólares durante los próximos seis meses", explicó la entidad central en su comunicado.

La Fed está aceptando una enorme variedad de activos para dotar de liquidez a todo el tejido económico. Así, la institución también recordó que ha decidido ampliar su plan para hogares y pequeñas empresas, "ampliando el rango de colaterales elegibles". Eso quiere decir, aceptando bonos respaldados por un sin fin de activos como tarjetas de crédito y activos de distintos negocios. A la propia Fed no se le escapa, y lo deja muy claro, que a partir de ahora tendrá que vigilar muy cuidadosamente su balance. Una Fed entrampada en activos de pésima calidad sería el peor de los escenarios posibles.

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