10 litros de agua son los que se van cuando se vacía la cisterna del inodoro en el Reino Unido.
10 litros de agua o 10 kilogramos. Las mujeres en África y en Asia cargan un promedio de 20 kilogramos de agua durante seis kilómetros cada día. Recordar a Sema, colgada de un árbol.
China movió ciudades para construir la presa de las Tres Gargantas, agua para todo.
Los 747
Es un avión grande el Boeing 747, a veces parece increíble que pueda volar.
Veinte, sí 20, son los 747 que caen cada día repletos de niños en todo el mundo, o mejor dicho, 5.760 niños mueren debido a la falta de agua potable y saneamiento en el planeta, cada 24 horas, 240 por hora, 4 por minuto, 1 cada 15 segundos".
Agua sí, privatización no
El Foro Mundial del Agua busca soluciones a los problemas de suministro.
Según grupos como Water Aid y Tearfund, las compañías privadas no resolverán los problemas de millones de personas que no tienen acceso a agua limpia y a sistemas sanitarios.
Hablando en el tercer día del Foro Mundial de Agua, que se celebró en Kyoto, Japón, ambas organizaciones no gubernamentales criticaron organismos internacionales de crédito como el Banco Mundial por su "obsesión" por la privatización.
"La obsesión con el sector privado para que provea de agua limpia a aquellas personas más necesitadas es una total distracción de las necesidades reales de las comunidades pobres que sufren de carencia de agua", declaró Eric Gutiérrez de Water Aid.
En su opinión, "Lo que hay que hacer es concentrarse en poner fin a las millones de muertes innecesarias por enfermedades relacionadas con el agua".
"El sector privado internacional sólo provee el 5% de los servicios de agua del mundo, sobre todo en los países más ricos y desarrollados", añadió Gutiérrez.
Según estas organizaciones de beneficencia, las compañías privadas no están interesadas en trabajar en países pobres.
En tal sentido, aseguran, lo que tendrían que hacer los organismos multilaterales es concentrarse en ayudar a los gobiernos centrales y municipales a enfrentar el problema en cooperación con las comunidades afectadas.
"La comunidad internacional debería refrenarse a la hora de presionar a los países para que dejen paso a las compañías del sector privado a cambio de ayuda y créditos", aseguró Gutiérrez.
Sin embargo, el Banco Mundial respondió a las críticas diciendo que lo único que desea es alentar métodos más efectivos para distribuir servicios de agua a los más pobres.
El organismo financiero internacional defendió su trabajo con los gobiernos para encontrar una fórmula mixta adecuada, de participación de los sectores público y privado para mejorar el suministro de agua…
¿Quién ocasiona los problemas del agua?
La urbanización, la agricultura de riego y la industrialización en el mundo han generado un incremento desproporcionado respecto al uso del agua. Estos procesos han hecho que el perfil de desarrollo de muchos países transite de sociedades rurales a otras predominantemente urbanas, y en este escenario la disponibilidad también se ve afectada. Se estima que el 75% de la población mundial tiene una disponibilidad menor a 5.000 m3 por persona al año y de esta un 35% tiene disponibilidades cercanas a los 2.000 m3 por persona por año, valor considerado en el ámbito internacional como peligrosamente bajo y que amenaza las condiciones de sobrevivencia.
El consumo de agua en países desarrollados puede llegar hasta 400 litros por persona al día en tanto que en otros, especialmente donde la oferta de servicio de agua potable es baja, es cercano a 80 litros por persona diariamente. Más aún, se estima que en los países en desarrollo hasta el 60% del agua disponible por red no se contabiliza por fugas y conexiones ilegales; esta situación tiende a generar problemas de suministro sobre todo durante los períodos de sequía.
Adicionalmente, un porcentaje mínimo de las aguas residuales de centros urbanos recibe tratamiento, el resto no tratado provoca grandes problemas en los cauces inferiores así como en las aguas subterráneas, con sus consiguientes efectos nocivos para la salud de amplios sectores de la población por contaminación.
Datos de la UNESCO mencionan que alrededor de 1.200 millones de personas (el 20% de la población mundial) carecen actualmente de agua apta para el consumo, por otra parte la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que alrededor de 2.400 millones de personas –donde se ubican los más pobres- carecen de acceso a servicios básicos de saneamiento, generando condiciones de vida deficientes que aquejan a los niños en los países en desarrollo.
¿Qué consecuencias generan los problemas del agua?
Los altos niveles de consumo de agua utilizada en los procesos productivos son muy altos. Por ejemplo, para producir 910 kilogramos de papel se requieren aproximadamente 295.000 litros de agua; para producir 910 kilogramos de acero, alrededor de 86.300 litros de agua; para fabricar un litro de gasolina se necesitan diez litros de agua y, para cultivar un kilogramo de patatas, 1.000 litros de agua.
Estimando nuestro nivel de consumo respecto a los elementos de la naturaleza, a través del concepto de "huella ecológica", en particular de suelo y agua, la cantidad de recursos que ocupamos para obtener los elementos que consumimos, así como para absorber todos los desechos que generamos, es distinta entre países desarrollados y no desarrollados. Así, por ejemplo, un canadiense promedio necesita 7,7 hectáreas (77.000 m2) para sustentar su estilo de vida y patrones de consumo, un estadounidense promedio casi 10 hectáreas. Esto contrasta con lo que utiliza un mexicano promedio, el cual requiere 2,6 hectáreas y un hindú que sólo utiliza 0,8 hectáreas.
Un cálculo global muestra que si dividimos la superficie del planeta entre todos los seres humanos, se obtendría un promedio de 2 hectáreas por persona. Pero el problema es que nuestra "huella ecológica" es superior a lo que el planeta puede ofrecer. Es decir, consumimos más de lo que puede darnos la naturaleza. Y si a ello agregamos el crecimiento poblacional, tenemos que para el año 2050 el espacio productivo disponible se reducirá a 1,2 hectáreas promedio. Midiendo nuestros usos de naturaleza (en términos de superficie), la "huella ecológica" es una herramienta de evaluación y planificación que puede contribuir a identificar las causas y efectos que lesionan la calidad de vida de la población dentro de los límites ecológicos…
La Declaración Ministerial de La Haya de marzo del año 2000 aprobó siete desafíos como base de la acción futura y que fueron también adoptados por el Informe sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo, como criterios de seguimiento para controlar el progreso realizado:
1 – Cubrir las necesidades humanas básicas -asegurar el acceso al agua y a servicios de saneamiento en calidad y cantidad suficientes.
2 – Asegurar el suministro de alimentos -sobre todo para las poblaciones más vulnerables, mediante un uso más eficaz del agua.
3 – Proteger los ecosistemas -asegurando su integridad a través de una gestión sostenible de los recursos hídricos.
4 – Compartir los recursos hídricos promoviendo la cooperación pacífica entre los diferentes usos del agua y entre Estados, a través de enfoques tales como la gestión sostenible de la cuenca de un río.
5 – Administrar los riesgos -ofrecer seguridad ante una serie de riesgos relacionados con el agua.
6 – Valorar el agua -identificar y evaluar los diferentes valores del agua (económicos, sociales, ambientales y culturales) e intentar fijar su precio para recuperar los costos de suministro del servicio teniendo en cuenta la equidad y las necesidades de las poblaciones pobres y vulnerables.
7 – Administrar el agua de manera responsable, implicando a todos los sectores de la sociedad en el proceso de decisión y atendiendo a los intereses de todas las partes.
Los cuatro desafíos adicionales que se adoptaron para ampliar el alcance del análisis son:
8 – El agua y la industria -promover una industria más limpia y respetuosa de la calidad del agua y de las necesidades de otros usuarios.
9 – El agua y la energía -evaluar el papel fundamental del agua en la producción de energía para atender las crecientes demandas energéticas.
10 – Mejorar los conocimientos básicos -de forma que la información y el conocimiento sobre el agua sean más accesibles para todos.
11 – El agua y las ciudades -tener en cuenta las necesidades específicas de un mundo cada vez más urbanizado…
– Agua con justicia para todos
(Informaciones y comentarios basados en publicaciones de "Friends of the Earth International" – 2003)
La vida en la Tierra depende totalmente del agua. En promedio, un ser humano necesita diariamente un mínimo de 50 litros de agua para beber, cocinar, lavar, cultivar alimentos y para saneamiento. Hay una enorme inequidad en los patrones de consumo de agua en el mundo entero. Un habitante de EEUU consume en promedio entre 250 y 300 litros de agua diarios. Sin embargo, en Somalia sobreviven con menos de 9 litros diarios de promedio.
No es sólo que el agua sea escasa en muchas partes del planeta, sino que a menudo se encuentra contaminada o perjudicada de algún modo por actividades humanas tales como las grandes represas hidroeléctricas, contaminación urbana e industrial, deforestación, uso de plaguicidas en la agricultura, eliminación de desechos y minería. Las transformaciones del ecosistema mundial ocasionadas por el cambio climático y la desertización también afectan la disponibilidad de agua.
La privatización de las fuentes de agua en todo el mundo es un problema cada vez más grave. El acceso al agua es un derecho humano fundamental y no debe permitirse que nadie se la apropie, aún cuando sea necesaria su gestión pública. Junto con grandes empresas transnacionales que lucran con el agua, los organismos financieros internacionales están allanando el camino de ese proceso privatizador al condicionar sus préstamos a los países empobrecidos a promesas de privatización. Los acuerdos comerciales colaboran asimismo en ese proceso, exigiendo la desregulación de los servicios de agua potable y los recursos hídricos en todos los países, y la apertura de esos sectores de la economía a la inversión privada y extranjera.
Los pueblos más empobrecidos del mundo necesitan agua y servicios de saneamiento desesperadamente, pero la experiencia demuestra que su marginación aumenta cuando sus países siguen el camino de las privatizaciones empresariales. Al no disponer de poder adquisitivo para conectarse a esos servicios privados, quedan condenados a utilizar aguas que corren el riesgo de estar contaminadas.
En muchos países desarrollados tales como EEUU, Japón, Alemania, Suecia y Holanda el suministro de agua potable es público. Sin embargo, el Banco Mundial le está diciendo a Malasia -y a muchos otros países endeudados- que debe privatizar sus servicios de agua potable, porque su sector público es supuestamente incompetente.
En marzo de 2000, el Banco Mundial y la ONU co-auspiciaron el 2º Foro Mundial del Agua en La Haya, Holanda, que estuvo dominado por las transnacionales del agua y la alimentación. El Banco también ha colaborado en dar a luz una impresionante gama de organizaciones de fachada en torno al agua, tales como el Consejo Mundial del Agua, la Comisión Mundial del Agua para el Siglo XXI, y la Asociación Mundial para el Agua. Estos organismos constituyen los foros en los que se pactan negocios entre las mayores empresas de agua, la banca multilateral, agencias de la ONU y ONGs. El Banco es consciente que la idea del agua como una mercancía comercializable es todavía muy impopular y políticamente inadmisible y esas "asociaciones" (partnerships) estratégicas le permiten a las grandes empresas del agua disfrazar sus motivaciones económicas como objetivos de interés público.
El Banco Mundial y otros organismos de crédito multilateral y regional se encuentran en condiciones de imponer o persuadir a los gobiernos de cumplir con los programas de privatización, dado el poder que les confiere ser la fuente más importante de financiación para obras de infraestructura en países empobrecidos como Malasia. Esos organismos exigen la "reforma del sector público" -es decir la privatización de las empresas del Estado– como condición para obtener préstamos. Algunas de las naciones más empobrecidas del mundo como Mozambique, Benín, Níger, Ruanda, Honduras, Yemen, Tanzania, Camerún y Kenia se han visto obligadas a privatizar su suministro de agua bajo presiones del Banco Mundial y el FMI. Irónicamente, la mayoría de esos países privatizaron sus servicios como condición para recibir créditos del nuevo Servicio para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza (SCLP) del FMI.
En lugar de mitigar la pobreza, la privatización del agua significa a menudo que las familias más empobrecidas dejan de disponer económicamente de la posibilidad de acceso al agua potable. Por ejemplo, las condiciones impuestas por el Banco Mundial y el FMI en mayo de 2001 en Ghana, determinaron un aumento del 95% en las tarifas del agua en ese país africano, duplicando así el precio de un bidón de agua.
Aunque el Banco Mundial afirme que pretende "reducir el desperdicio de este recurso vital", la privatización puede conducir a mayor desperdicio de agua. En 1996, un equipo del Banco Mundial dirigido por John Briscoe, hoy en día asesor principal del Banco en materia de agua, criticó los guarismos de fugas de agua en el servicio público alemán -ubicadas entre el 1 al 5%- como excesivamente bajos. Según su informe, siempre que el costo de subsanar las fugas de agua sea más alto que el precio rentable al que se podría vender esa agua, se debería permitir que el agua corra y se pierda.
La insistencia del Banco en que "el agua debe ser tratada como un bien económico" significa que si eres suficientemente acaudalado puedes gastar y malgastar el agua a tu gusto. Sin embargo, para la población empobrecida el acceso al agua para las necesidades más elementales seguirá siendo una lucha diaria.
Hay mil millones de personas en el mundo que hoy carecen de acceso al agua potable, al mismo tiempo que el consumo mundial de agua se está duplicando cada veinte años -a un ritmo más que dos veces mayor que la tasa de crecimiento de la población mundial. En pocas palabras, el mundo enfrenta una grave crisis del agua.
Con creciente insistencia, grandes empresas multinacionales del agua aseguran tener la respuesta a las necesidades de agua en el mundo mediante nuevas inversiones para ampliar los servicios y las redes y mejorar la calidad del agua y los servicios. Sin embargo, el rápido crecimiento de las inversiones privadas en servicios de agua potable en los últimos años, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo, se ha visto acompañado de un número alarmante de incidentes asociados a violaciones de la ley e irresponsabilidad empresarial. Peor aún, con frecuencia ha significado aumentos de tarifas que efectivamente excluyen del acceso a los empobrecidos, aunque las redes de saneamiento y abastecimiento de agua potable hayan extendido su alcance. Rara vez se ha regulado a los mercados con suficiente rigor como para proteger las necesidades públicas. Y las empresas del agua cabildean con encono, a menudo a través de poderosos grupos de presión, para abrir los mercados del agua y para adaptar la legislación internacional en conformidad.
El mundo del agua privatizada está mayoritariamente dominado por dos empresas multinacionales de origen francés: la Suez (previamente Suez Lyonaisse des Eaux), con ganancias asociadas al agua que ascendieron en 2001 a US$ 9.000 millones, y Vivendi Universal, con ganancias en el mismo rubro y en el mismo período que ascendieron a US$ 12.200 millones. Ambas empresas figuran entre las 100 mayores del mundo, según el Global Fortune 500, y conjuntamente son dueñas o controlan empresas de agua en más de cien países del mundo, que abastecen con agua a más de cien millones de personas en todo el mundo. Otras empresas importantes del sector incluyen a la gigantesca RWE alemana y su filial inglesa Thames Water y a la estadounidense Bechtel que está impulsando planes de privatización en América del Sur.
Las principales empresas del agua están consiguiendo acceso y el control de los mercados del agua en el mundo, pero su historial y desempeño es muy preocupante en muchos aspectos. El soborno es endémico en esa industria. Durante la mayor parte de la década pasada la magistratura francesa estuvo investigando denuncias de corrupción contra altos ejecutivos de Suez y Vivendi, que ya en tres ocasiones fueron declarados culpables de sobornos para ganar contratos de agua en Francia. Es sumamente dudoso que esas empresas tengan capacidad o voluntad legítima para ponerse al servicio del interés público, en lugar de estar dirigidas para maximizar las ganancias de corto plazo de sus accionistas.
Las grandes multinacionales del agua también han cometido graves violaciones ambientales y no han provisto agua saludable o adecuada. Suez, Vivendi, Thames Water (RWE) y Wessex Water (Enron) fueron calificadas por la Agencia de Protección Ambiental del Reino Unido entre los cinco mayores contaminantes en 1999, 2000 y 2001. En Buenos aires, donde la Suez gestiona la mayor de las concesiones de agua, el 95% de las aguas residuales de la ciudad son vertidas al Río de la Plata, provocando daños ambientales cuya reparación se paga a su vez con fondos públicos.
Las empresas multinacionales del agua están consiguiendo cada vez más control de las aguas del mundo. Los organismos financieros internacionales siguen fomentando la expansión internacional de esas empresas, y los acuerdos internacionales de libre comercio les permitirán ejercer aún mayor influencia en el sector del agua. No obstante, esas empresas siempre han puesto sus intereses de lucro privado por encima de las necesidades de la población, y los organismos financieros internacionales y las instituciones que rigen el comercio hasta ahora no han garantizado que las privatizaciones del agua no perjudiquen a los pueblos y el ambiente.
El agua es escasa, y ya hay 31 países que padecen carencias de agua, más otros 17 que probablemente se sumarán a esa lista antes del 2025. Esta escasez y demanda creciente (recordar que más de mil millones de personas carecen de acceso al agua potable sana y asequible, y 2.400 millones de personas carecen de saneamiento adecuado en el mundo) ha llevado a muchos a pensar que el agua seguramente jugará un papel tan importante en el siglo XXI como el petróleo en el siglo pasado (y por lo que se ve, en este principio de siglo también), con los mercados del agua tornándose tan valiosos y politizados como el mercado de combustibles fósiles.
Como el petróleo, el agua también es un gran negocio. Se estima que el valor de la industria mundial del agua y el saneamiento asciende a US$ 800 mil millones anuales. Las grandes empresas del agua están actualmente cabildeando en la Organización Mundial del Comercio para que se eliminen las barreras al "libre" comercio, para multiplicar así sus ganancias.
En el contexto de la OMC y su Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS, mejor conocido como GATS por su sigla en inglés) la Unión Europea está presionando con mucha energía para garantizarle mayor acceso a los mercados a sus transnacionales del agua. Empujada por los grupos de presión empresariales federados bajo el Foro Europeo de los Servicios, por las dos gigantescas empresas francesas Suez (previamente Suez Lyonnaise des Aux) y Vivendi Universal, por la multinacional alemana RWA y su filial británica Thames Water, la UE está pidiendo que las reglas del comercio mundial se adapten a las necesidades y conveniencias de esas empresas.
En el marco actual de las negociaciones del GATS, la UE puso la mira en 109 países, muchos de ellos menos adelantados, a cuyos mercados quieren tener acceso libre sus multinacionales para recolectar, extraer, purificar y distribuir agua bruta y agua corriente. Se les había solicitado a los países que se comprometieran a esta mercantilización de sus recursos hídricos para finales de marzo del 2003. La UE ya ha sido acusada de presionar a los países a comprometerse a abrir sus mercados del agua en negociaciones bilaterales a puerta cerrada.
La inclusión del agua en las negociaciones del GATS es motivo de preocupación, dada la escasez de agua que afecta a muchas comunidades en el mundo. El compromiso de dar libre acceso a los mercados podría restringir el derecho del gobierno a limitar la cantidad de agua que pueden extraer de los lagos, ríos, fuentes subterráneas las empresas privadas. La presión creciente resultante sobre las fuentes de agua podría provocar daños ambientales permanentes.
Los Foros Mundiales del Agua son las reuniones que convoca el Consejo Mundial del Agua, un centro internacional de estudios estratégicos con influencia considerable en el ámbito de las políticas sobre el agua. Según la opinión de Friends of the Earth, "Sacando provecho del hecho que no existe ningún organismo internacional o agencia de la ONU con mandato para facilitar debates intergubernamentales acerca de las políticas sobre recursos hídricos el foro se ha convertido en el encuentro oficial pensante en la materia. Por eso las conclusiones de esas reuniones ejercen influencia sobre las decisiones internacionales, nacionales y locales respecto al manejo del agua.
Buena parte del pienso que alimenta los desarrollos actuales en política mundial sobre recursos hídricos, continúa Friends of the Earth, puede encontrarse en la "visión Mundial del Agua: Haciendo del Agua un Problema para Todos", un documento del Consejo Mundial del Agua que data de 1998. Según el vice-Presidente del Banco Mundial y ex Presidente del Consejo Mundial del Agua, Ismael Serageldin, esa visión tiene por cometido "contribuir a cambiar el futuro de nuestros recursos hídricos en todo el mundo". Si ese cambio se mide en términos de la privatización y desregulación creciente del agua y los recursos hídricos, es evidente que la visión del Consejo ha pasado a ser mucho más que meras ilusiones.
El Consejo Mundial del Agua y su organización hermana, la Asociación Mundial del Agua, que ostenta muchos de los mismos cerebros que el Consejo, fueron dirigidos con firmeza en sus primeros años por personalidades neoliberales del mundo empresarial. En la Comisión Mundial del Agua que fue encomendada con la redacción de la Visión Mundial del Agua intervinieron personalidades neoliberales y empresariales de alto rango como el Presidente de la Suez, Jerome Monod; el fundador del Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible, Maurice Strong; el ex Presidente del Banco Mundial y ex director de la CIA, Robert S. McNamara; el presidente del Banco Interamericano del Desarrollo (BID) Enrique Iglesias; y el Director Ejecutivo del Fondo para el Medio Ambiente Mundial auspiciado conjuntamente por la ONU y el Banco Mundial, Mohamed T. El-Ashry.
En los últimos años ambas instituciones se despojaron de ese perfil tan marcadamente empresarial, probablemente con la intención de darle mayor credibilidad a su agenda de prioridades incluyendo en su lugar a más representantes de los ministerios nacionales y a las agencias de la ONU en sus respectivos órganos de dirección, Aún así, el vice-Presidente de la Suez, René Coulomb se repite como vice-Presidente del Consejo Mundial del Agua, y Emilio Gabrielli de la Thames Water oficia como Secretario Ejecutivo de la Asociación Mundial para el Agua.
Los debates de las dos primeras ediciones del Foro Mundial del Agua (1997 y 2000) no se enfocaron en cómo aliviar la deuda externa, conservar el agua, aumentar el poder de las comunidades, reformar los regímenes de tenencia de la tierra o regular a las empresas -todo lo cual hubiese contribuido a resolver la crisis del agua que se extiende por todo el mundo. En cambio se escucharon llamados resonantes reclamando la liberación y desregulación plena del agua y los recursos hídricos, "trato nacional" para las empresas transnacionales -es decir, que se les dé a éstas el mismo trato que a las empresas locales y/o autoridades públicas- y privatizaciones, claro está.
El salón de exposiciones de la conferencia (la Feria Mundial del Agua) le brindó a empresas como Nestlé, Suez, Unilever y Heineken la oportunidad de exhibir sus esfuerzos en la promoción del desarrollo sostenible y el uso eficiente del agua, al mismo tiempo que sus directores ejecutivos tomaban el podio en la asamblea para reclamar que el agua fuese reconocida como una mercancía, en lugar que como un derecho humano fundamental.
Ya hablando en futuro (el documento es de fecha enero de 2003), Friends of the Earth, remata: El 3º Foro Mundial del Agua se celebrará en Kyoto, Japón en marzo de 2003, y representará la reunión más grande hasta la fecha en torno al agua, poniendo de manifiesto el éxito del Consejo en conquistar el espacio político abierto para los debates sobre políticas respecto al agua y los recursos hídricos. El Foro Mundial del Agua seguramente será utilizado para darle un sello oficial de alto nivel a los resultados de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo en el 2002, que aprobó el modelo de asociaciones público-privadas por las que tanto han cabildeado los grupos de presión empresariales. El Foro también aprobará una estrategia de Acción Mundial para el Agua, cuyos anteproyectos exhiben una retórica impresionante; no obstante, el punto fundamental no sujeto a negociación será, como siempre, abrir los mercados para que a ellos accedan las empresas privadas del sector"…
Propuestas del sistema
Frente a esta realidad la propuesta del sistema para todo el mundo es la privatización del agua
Partiendo de la mala gestión generalizada confía en que los mecanismos del mercado "optimicen" el recurso, convirtiéndolo en un bien económico, al igual que hacen con la electricidad, el petróleo y las materias primas. Pero ya sabemos que la gestión eficaz y rentable no proporcionará agua a todo el mundo y que el precio de ésta vendrá fijado artificialmente por la especulación bursátil de las grandes empresas. Por otro lado, es muy dudoso que las empresas privadas fomenten realmente el ahorro de agua, ya que sus beneficios aumentan con el consumo. Se espera que para el 2015 la gente que depende de abastecimiento privado pase de 300 a 1600 millones. Está privatización está estrechamente vinculada a la construcción de grandes embalses y centrales hidroeléctricas, justificadas en la promesa de traer el progreso a la zona. Sin embargo, por lo general, las comunidades pobres no han podido acceder al agua y a la electricidad prometidas.
Las políticas de "ayuda" del BM (a través de sus agencias como la International Finance Corporation y la Multilateral Investment Guarantee Agency) y del FMI están impulsando abiertamente la privatización de los servicios de agua en los países empobrecidos (creándose monopolios y oligopolios como ocurre con la luz y el teléfono) al incluirlo siempre entre las condiciones para sus préstamos (12 países sólo en el 2000). El BM establece que las instituciones gubernamentales internacionales sólo pueden proporcionar el 5% de los recursos necesarios.
Con el argumento de que aumentar el precio del agua impulsará su ahorro se ha establecido la "recuperación integral de costes" (RIC) derivados de las inversiones en agua. Este principio, defendido también en la Directiva Marco de la UE tiene un doble filo, ya que impide el uso de fondos públicos y provoca un aumento salvaje de las tarifas. Sin embargo, mientras en EEUU y en la UE las infraestructuras del agua se han financiado tradicionalmente con fondos públicos y se mantienen aún elevados porcentajes (10% en USA, inversiones para el PHN en España) y tarifas asequibles, en los países empobrecidos se impone a rajatabla y exige además un margen de beneficio para las compañías privadas.
Inconvenientes de la privatización del agua
Tendencia a favorecer a los ricos a costa de los pobres
Las prácticas del mercado hacen del agua una mercancía más dependiente del provecho de los accionistas y los intereses de las grandes compañías que de las necesidades de la población local y de la preservación de los recursos naturales. En realidad, esas compañías están mucho más interesadas en servir a las necesidades de la economía de los centros urbanos, la industria y la agricultura intensiva, donde la gente puede permitirse pagar precios comerciales, que en proporcionar agua a los pobres, habitantes de barrios bajos y zonas rurales. Además, la empresa privada ha mostrado muy poco interés por mejoras necesarias en lo referente a sistemas de reciclaje de agua en los países en desarrollo y a mantenimiento de instalaciones antiguas.
Empleo de soluciones técnicas caras en vez de alternativas locales baratas
La capitalización de la gestión del agua por empresas privadas suele auspiciar proyectos necesitados de alta tecnología. Lo cual hace aumentar la dependencia económica de los países pobres y desechar proyectos y formas de desarrollo susceptibles de mayor sostenibilidad. Estos suelen representar soluciones mucho más baratas, descentralizadas, tradicionales, experimentadas en el tiempo: el almacenamiento de agua de lluvia, por ejemplo. La concentración de capital y tecnología en manos privadas también contribuye a entorpecer iniciativas populares como el desarrollo de economías locales, la formación de cooperativas, el establecimiento de enseñanzas prácticas basadas en la experiencia, la solidaridad entre consumidores y la participación democrática en la toma de decisiones.
Efectos dañinos a largo plazo
– para la comunidad
Las empresas pretenden poder aportar soluciones a la crisis del agua de los países pobres en desarrollo; pero la experiencia de estos últimos tiempos ha demostrado que esa afirmación carece de fundamento. Liberalización y privatización de los servicios africanos de agua y saneamiento conducen a pérdida de interés de la gente y de una vigilancia legal y democrática del suministro de agua. Favorece la formación de monopolios mediante adquisiciones y fusiones, aumentando así la dependencia respecto a inversores extranjeros que, invariablemente, se esmeran en hacer recaer en otros los riesgos de sus negocios.
– para los recursos sostenibles
La privatización ocasiona también un conjunto privativo de opciones de adquisición y tratamiento basadas en razones e intereses económicos. Pone en peligro los ciclos locales del agua al enviar a grandes distancias cantidades excesivas de agua, desoye advertencias de entendidos y experiencias tradicionales y socava el interés de la gente por la protección y la conservación de los recursos naturales y su gestión sostenible.
Empresas peligrosas: La "tierra" y sus "malas" compañías (Paper publicado el 25/7/05)
(Las víctimas son incontables,… ¿pero los victimarios son inimputables?)
– Introducción
La Cuarta Sinfonía de Chaikovski comienza con una vigorosa fanfarria que ha sido considerada tradicionalmente como la representación del destino. El propio Chaikovski, ante la obsesiva insistencia de su amiga Nadezhda von Meck ("¿de qué va esta sinfonía?", le preguntaba incansablemente), dejó escrito que esa fanfarria representa "el destino, esa fuerza imbatible que impide la consecución de nuestros sueños de felicidad; que vela para que nuestra dicha y nuestra paz no lleguen nunca a ser completas ni queden nunca libres de nubarrones; y que, cual espada de Damocles, perpetuamente pende sobre nuestras cabezas envenenándonos el alma".
En virtud de las denuncias permanentes, y del accionar constante, de grupos ecologistas, estudiosos, publicistas, académicos, y organizaciones no gubernamentales, vamos tomando conciencia de la alarmante situación ambiental en que se encuentra nuestro planeta. Como se verá en las próximas páginas, no sólo el estado del mundo es deplorable, sino que la hipoteca se extiende a la propia condición humana, en peligro de reproducción, enfermedad, disminución de cualidades y…futuro.
El libre mercado, no sólo se está "cargando" el planeta, sino que está "robando" el futuro a la humanidad.
Dice Lester Brown que "nos comportamos en cuanto al medio ambiente como si fuéramos los últimos. Asistimos al mayor proceso de extinción desde los dinosaurios".
Según la World Conservation Union: 48.000 especies vegetales, 9.600 tipos de aves, 4.400 mamíferos, están amenazados de extinción.
Los límites claves del siglo XXI serán: el agua dulce, los bosques, los pastizales, los bancos de pesca, la biodiversidad y la atmósfera. ¿Pero, seremos capaces de reconocer los límites naturales de nuestro planeta y ajustar nuestro desarrollo en función de ello o procederemos a expandir nuestra impronta ecológica hasta el punto de no retorno? ¿Nos encaminamos hacia un mundo donde la aceleración del cambio desbanca nuestra capacidad de gestión y nos lleva a un declive a gran escala de los sistemas ecológicos?
En el Informe Global de la ONU -Geo-2000- sobre la situación medioambiental con que se ingresaba al siguiente milenio, la conclusión era clara:
"El actual curso de las actividades humanas es insostenible. Es imposible posponer los remedios por más tiempo".
La creciente pérdida de biodiversidad es un problema irreversible. Una vez producido no es posible resolverlo, sólo podemos actuar con prevención. La disminución de la capa de ozono y el cambio climático han planteado un nuevo reto: la necesidad de afrontar de modo urgente problemas globales inducidos por el hombre, capaces de destruir toda la vida del planeta, no sólo la humana.
En la recta final hacia la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible de Johannesburgo, Greenpeace (2002), pedía a los Gobiernos que adopten los principios de Bhopal sobre Responsabilidad Corporativa. "La experiencia de la década posterior a la Cumbre de Río ha demostrado que se necesitan urgentemente estos diez principios: un extenso conjunto de medidas que asegurarían que las empresas actuasen de forma consecuente con los Principios 13 (Responsabilidad), 14 (Dobles estándares), 15 (Principio de precaución) y 16 (Principio de responsabilidad económica del contaminador) de la Declaración de Río", sostenía la organización ecologista…
– Los limitantes de la crítica
Dice Daniel Innerarity, en su libro, "La Sociedad Invisible", Espasa – 2004:
"A nadie se le oculta que la conciencia crítica pasa actualmente por un mal momento… El agotamiento del marxismo como teoría y como praxis ha dejado abierta la cuestión de si disponemos en la práctica de un punto de vista adecuado para cuestionar críticamente el marco de las sociedades democráticas, si existen posibilidades alternativas fuera de la lógica dominante en las sociedades desarrolladas. Pero también corren malos tiempos para la crítica, como para toda forma de negatividad teórica o práctica -trasgresión, revolución, desenmascaramiento, revelación, protesta, alternativa, utopía-, por un motivo "contextual": lo negativo, ha sido culturalmente despotenciado…
El sociólogo Norbert Bolz ha sostenido que existe un peculiar "conformismo de la diferencia" y la sociedad se hace inmune a la crítica desde el momento en que la crítica cultural misma es un artículo de moda que se puede comprar en el mercado (1999). Y Martin Walter hablaba de una "banalidad del bien" a propósito de determinados "discursos críticos dominicales" que no son más que el reflejo condicionado frente al hecho de que la opinión pública espere de ellos un discurso crítico. Los discursos de los reyes y los obispos son cualquier cosa menos estremecedores. Nada parece en nuestra sociedad más natural que la crítica a la sociedad. Que la crítica no va más allá del ornamento es algo que puede formularse de diversas maneras, por ejemplo: el compromiso crítico como forma de consumo (Hirschman); con las provocaciones ya no se puede provocar (Luhmann).
El comportamiento disidente ha sido tradicionalmente un valor de negatividad; la disconformidad es ahora un valor positivo. La anomalía es la conformidad. La distinción entre ortodoxia y heterodoxia hace tiempo que se ha quebrado y cualquiera desea hoy ser anticonvencional, heterodoxo. El discurso acerca del valor de la innovación es ya desde hace tiempo cosa de burócratas. La crítica contra lo existente es una preparación para el conformismo…
Oponerse por principio a la opinión dominante, actuar siempre y sin excepción contra lo establecido, supone dar demasiado valor a la opinión dominante y establecida, rendirles un involuntario homenaje que probablemente no merecen. Equivale a claudicar ante su imperio, establecer un automatismo. En el origen de muchos estereotipos contestatarios no hay otra cosa que una falta de reflexión y diferenciación. Esto empobrece la crítica en la medida en que disminuye la capacidad de aprender. Quizá sea ésta una de las explicaciones de la tremenda penuria con que se formula la crítica en la sociedad actual y de la escasa rivalidad que tienen los poderosos. El sistema aprende mejor que sus críticos.
Los sistemas se hacen inmunes frente a la crítica asumiéndola. No hay nada mejor para neutralizar una rebelión desde el poder que ponerse de su parte…Podríamos afirmar que el poder de un sistema es completo cuando consigue introducir la negación del sistema en el sistema mismo. Nuestra sociedad le debe su flexibilidad a los críticos, que ya no ponen nada en peligro. Los medios de comunicación cuidan de la desviación, alimentan la inquietud de la sociedad, o sea, su disposición al conformismo. De este modo, cuando la subversión es la corriente dominante, el "mainstream", puede uno encontrarse con revolucionarios nadando a favor de la corriente, personas que hablan en los medios de comunicación contra los medios de comunicación, rutinas que se presentan como rupturas de la tradición, protestas que únicamente satisfacen el gozo de la indignación. Lo "underground" está introducido en el "mainstream". La economía se escenifica éticamente; el marketing se alía con la subcultura; la crítica social está subvencionada por instituciones que deberían temblar ante la crítica…Todos estos fenómenos tienen la misma estructura: la negación del sistema es introducida en el mismo sistema, que de este modo se hace inatacable"…
Muchos son los rasgos que hablan a favor de la invisibilidad como el carácter de nuestra época. Bastará con mencionar ahora alguno de ellos: ha tenido lugar una "virtualización de la sociedad", algo más general que el hecho de que hayan crecido los sectores específicamente virtuales (Bühl, 2000); los espacios deslimitados de la globalización apenas sirven para clarificar el mundo e identificar, lo que torna borrosos los lugares y los estatus; el mundo se hace más extraño, poblado por lo que Rupert de Ventós ha denominado Objetos Políticos No Identificados: Estados semisoberanos, organismos internacionales de escasa representatividad, ONGs, sujetos con identidades múltiples, emigrantes, terroristas, ejes del mal; la nueva economía configura un mundo en el que los recursos más importantes son los más intangibles, el territorio es menos importante que el nivel educativo de la población, y la reserva de bienes, de capitales y de mano de obra cuentan menos que los flujos económicos; la explosión del pluralismo y la diversificación de los modos de vida conduce a un mundo más enigmático, heterogéneo y difícil de comprender; el aumento del saber va acompañado por un crecimiento de zonas de incertidumbre: efectos secundarios, exceso de información, imprevisibilidad; el hecho de que se hable tanto de la confianza como una propiedad central de nuestras relaciones sociales revela la complejidad de un mundo que no es comprobable por uno mismo, de segunda mano, poblado de realidades invisibles como el riesgo o la oportunidad, en el que no hay más remedio que confiar o sospechar cuando el juicio de los expertos no es definitivo, ni las ciencias refieren hechos duros incontrovertibles; hay una crisis de la representación que nos priva de los sistemas de orientación que permitirían esquematizar la realidad y reducirla a unas dimensiones manejables; el poder se convierte en algo informe y por eso la política tiene tantas dificultades para hacerse valer, configurar y gobernar en un mundo globalizado: porque lo propio de la política es hacer visible la responsabilidad, configurar comunidades delimitadas, sujetos a los que poder dirigirse…
– ¿Quién manda aquí?
Es la propia configuración de nuestro mundo lo que hace casi tan difícil protestar como gobernar.
Se trata de una propiedad del mundo en que vivimos, en virtud del cual los poderes resultan invisibles; la representación, equívoca, y las evidencias engañosas. Esta invisibilidad se debe a que la interdependencia sistémica de los actores en la economía, la política, la ciencia o el derecho se caracteriza por una ausencia de causas y responsabilidades identificables. Globalización significa en este contexto que todo lo hacemos entre todos, por lo que las asignaciones de mérito y responsabilidad son muy difíciles. A la compleja división del trabajo le corresponde en el mundo globalizado una complicidad general, y a ésta, una cierta irresponsabilidad generalizada (en el sentido más inocente de la expresión). Como sentenciaba Thomas Friedman, "la verdad más básica acerca de la globalización es: "No one is in charge" (1999)"
– Coordenadas
Ustedes pueden elegir:
– No one is in charge (Friedman, 1999)
– No os preocupéis, está todo bajo control (Poderes fácticos,…ayer, hoy y mañana)
– La masa no tiene que saber, debe creer (Mussolini)
– Los sueños de la razón engendran monstruos (Goya)
– Desconcertar el sentido común (Hegel, 1986)
– Decir lo que no se puede decir (Adorno, 1973)
– Somos una civilización peligrosamente inconsciente (Ralston Saul, 1995)
– El problema que se plantea es el de saber en qué medida las sociedades occidentales siguen siendo capaces de fabricar el tipo de individuo necesario para la continuidad de su funcionamiento (Castoriadis, 1997)
– Son tiempos en que el hombre y su poder sólo parecen capaces de reincidir en el mal (Sabato, 1998)
– A veces, aún con retraso de decenios incluso ganan los que tiran piedras (Grass, 1999)
– ¿Qué hacer entonces?
¿Más de lo mismo? ¿Resignación y pesebre? ¿Idiotas útiles del enriquecimiento ajeno? ¿Espectadores silenciosos del pálido final? ¿Náufragos de la sociedad de consumo? ¿Víctimas del darwinismo económico? ¿Damnificados de la riada especulativa de la financierización mundial?
El iceberg ya zarpó de la Antártica; y el Titanic ya lo ha hecho de Wall Street. El "siniestro" -más pronto que tarde- está anunciado…
¿Ustedes creen que hay botes para todos?
¿Ustedes creen que serán los llamados a subirse a ellos?
¿Y entonces, a qué esperar?
Como colofón de esta introducción (e invitándolos a continuar la lectura, a menos que no coincidan con las "coordenadas" insinuadas) dejemos que Albert Camus, nos ilumine el camino próximo a seguir:
"Indudablemente cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las tecnologías enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas. En la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión"…
– Nessum Dorma
El modelo global de consumo de los recursos naturales se ha mantenido inalterado tras la Conferencia de Medio Ambiente de Río de Janeiro en 1992. El 20% acomodado reclama para sí el 85% del consumo mundial de madera, el 75% de la siderurgia y el 70% de la energía.
Es posible que el consumo de energía hasta se duplique de aquí al 2020. Los gases que producen el efecto invernadero aumentarán entre un 45 y un 90%.
En todo el mundo los escapes de los automóviles han eludido todo control: 1.000 millones de coches, el doble de los actuales, se dirigirán en el año 2020 hacia el infarto global del tráfico.
Durante los últimos 20 años, el medio ambiente se ha deteriorado en el mundo de una manera espectacular para tan corto período de tiempo geológico. Entre los ejemplos están la destrucción de la capa de ozono y de las selvas tropicales, la universalización de la contaminación de los mares, la aceleración de la contaminación atmosférica y los síntomas de recalentamiento de la superficie de la tierra.
Se estima que el transporte motivado por el comercio internacional consume la octava parte del petróleo utilizado en el mundo.
El aumento del comercio mundial crea residuos y contaminación por el mismo hecho del transporte de mercaderías a distancias más grandes.
La dedicación de países enteros al incremento de las exportaciones de materias primas en el comercio internacional también tiene su impacto medio ambiental en el punto de extracción o de producción, especialmente en los países en vías de desarrollo (la madera tropical es quizás el caso más conocido).
Los efectos medio ambientales de la producción industrial para la exportación comporta el consumo intensivo de energía con su agotamiento de recursos no renovables y sus consecuencias en cuanto al cambio climático, a la contaminación del aire y el agua, a la generación de productos químicos tóxicos y al vertido de residuos.
Cada época tiene su propia teoría de la catástrofe. Cada año se destruyen 17 millones de hectáreas de selva tropical; junto con las emisiones de residuos de combustibles fósiles, es lo que está creando el "efecto invernadero", que afectará gravemente a la producción de alimentos. Las consecuencias del cambio climático se interrelacionan y son potencialmente catastróficas. El nivel de los mares subirá, con lo cual se reducirá a escala planetaria la extensión de tierras cultivables que se hallan a poca altura sobre el mar. Tan sólo un metro de elevación del nivel de la hidrosfera pondrá en peligro de desaparición el 3% de las tierras del mundo. Este porcentaje parece pequeño a primera vista; pero nos daremos cuenta de su trascendencia si sabemos que equivale a la tercera parte de los campos cultivados en todo el mundo y que es el suelo donde viven 1.000 millones de personas.
Desde 1987, han ocurrido al menos 11 temporales acompañados de vientos huracanados cuyos daños totalizan más de 50.000 millones de dólares a las preocupadas compañías de seguros de todo el mundo. Otros sectores serán amenazados por el 20% de incremento previsto de las lluvias o por el 5-10% de disminución de las lluvias de verano. La reiteración de este fenómeno convertiría en un desierto la región cerealista de Estados Unidos. Un aumento de 2 grados centígrados en la temperatura planetaria media podría significar un declive entre el 3 y el 17% en el rendimiento de las cosechas de trigo de Europa y Estados Unidos.
"Decir que hay que salvar el medio ambiente es decir que hay que cambiar radicalmente el modo de vida de la sociedad, renunciar a la carrera desenfrenada por el consumo. No es nada menos que eso. La cuestión política, psíquica, antropológica, filosófica que se plantea, en toda su profundidad, a humanidad contemporánea", dice C. Castoriadis, en su obra: "El avance de la insignificancia – Eudeba -1997
Cada comunidad paga un precio por la contaminación de su medio ambiente. La contaminación del agua, del aire y del suelo por productos tóxicos y radioactivos junto con el aumento de la radiación ultravioleta, está minando la salud humana y disparando los costes de sanidad. Un estudio de la calidad del aire realizado por la OMS y otros da cuenta de que 625 millones de personas están expuestas a niveles no saludables de dióxido de sulfuro, más de 1.000 millones de personas se hallan potencialmente expuestos a niveles dañinos de contaminación del aire. Un estudio en Estados Unidos estima que la contaminación del aire puede costarle al país hasta 40.000 millones al año en sanidad y pérdidas de productividad.
Los nuevos datos sobre Rusia muestran a la perfección los efectos devastadores de la contaminación por toxinas químicas y orgánicas sobre la salud humana. La Academia Rusa de Ciencias Médicas señala: que el 11% de los niños rusos padecen defectos de nacimiento. La mitad del agua potable y una décima parte de los alimentos están contaminados, por lo que el 55% de los niños tienen problemas de salud. Es particularmente preocupante el aumento de enfermedades y de muertes prematuras entre las personas de 25 a 40 años.
Otro problema que hará aumentar los futuros costes de la sanidad es la disminución del ozono estratosférico. Tan sólo en Estados Unidos puede significar 200.000 casos más de muerte por cáncer de piel durante las próximas 5 décadas. A escala mundial equivale a millones de muertes. También aumentarían las cataratas y enfermedades infecciosas.
Además del déficit ecológico, el mundo está viendo como se le acumulan unas enormes facturas por la contaminación y recuperación ecológica. Por ejemplo, los costes calculados para la descontaminación de los lugares donde hay residuos peligrosos en Estados Unidos ronda los 750.000 millones de dólares, algo así como tres cuartas partes del presupuesto federal de Estados Unidos para 1990.
La alternativa a estas operaciones de limpieza es ignorarlos y dejar que los residuos tóxicos se filtren hasta las capas freáticas. De una u otra forma, la sociedad tendrá que pagar, ya sea en forma de facturas de descontaminación o en forma de crecientes costes en la sanidad.
Los déficits y las deudas ecológicas en que el mundo ha incurrido en las últimas décadas son enormes, empequeñeciendo, muchas veces la deuda estrictamente económica de los países. Quizás lo más importante es una diferencia que se suele pasar por alto entre los déficits económicos y los ecológicos. Una deuda económica es algo que nos debemos entre nosotros. Por cada prestatario hay un prestamista, los recursos sencillamente cambian de mano. Pero las deudas ecológicas, especialmente aquéllas que suponen daños o pérdidas irreversibles de capital natural, muchas veces sólo pueden ser reembolsadas mediante la privación y la enfermedad de las generaciones futuras.
Es evidente que el actual sistema económico está lentamente empezando a autodestruirse a medida que elimina su base ecológica natural.
El reto está en diseñar y construir un sistema económico sostenible desde el punto de vista ecológico.
¿Podemos entrever que aspecto tendría? Sí. ¿Podemos definir una estrategia para ir desde el actual sistema económico al ecológicamente sostenible en el intervalo del tiempo que disponemos? Otra vez la respuesta es sí.
Los componentes básicos de un esfuerzo para construir una economía global ecológicamente sostenible son bastante elementales, a saber, recuperar la estabilidad del clima, proteger la capa de ozono, restaurar la cubierta vegetal de la tierra, estabilizar los suelos, salvaguardar la restante diversidad biológica de la tierra y restaurar el tradicional equilibrio entre nacimientos y muertes.
Salirse del curso de la decadencia y la degradación ecológica requiere un enorme esfuerzo, similar a una movilización para librar una guerra. Para darle vuelta a la situación, debemos empezar por nosotros mismos. Cada uno de nosotros, puede hacer muchas cosas. Podemos reciclar, podemos utilizar el agua y la energía de manera mucho más eficiente y podemos limitar nuestras familias a dos hijos. Estas acciones individuales son necesarias, pero no suficientes, ya que no traen consigo los cambios estructurales básicos que la economía necesita para convertirse en sostenible. Para esto, hay que recurrir a la acción ciudadana y así presionar a los gobernantes para que tomen medidas políticas que deberán transformar la economía.
La necesidad más acuciante es la de una nueva percepción del mundo, una nueva perspectiva que refleje las realidades ecológicas y que redefina la idea de seguridad al reconocer que la primera amenaza a nuestro futuro no es la agresión militar, sino la degradación ecológica del planeta.
La cuestión, por tanto, no es sólo lo que necesitamos hacer, sino también como podemos hacerlo rápidamente, antes de que se nos acabe el tiempo y el mundo entero sea engullido por esa espiral descendente que ya se ha tragado una sexta parte de la humanidad. Entre los principales instrumentos políticos que pueden convertir un sistema ecológicamente sostenible está la política fiscal. Hasta el momento, los gobiernos han confiado en las regulaciones de todo tipo, pero a la vista, de lo conseguido en estas últimas dos décadas, no parece que se trate de una estrategia que vaya a dar buenos resultados. Es obvio que las regulaciones tienen que desempeñar también un papel. Sin embargo, para transformar rápidamente la economía, el instrumento más efectivo con diferencia es la política fiscal, especialmente la sustitución parcial de los impuestos sobre las rentas por impuestos ecológicos. Este cambio impulsaría el empleo y los ahorros y desincentivaría las actividades que destruyen el medio ambiente. En síntesis, impulsaría actividades productivas y desincentivaría las destructivas, guiando tanto las inversiones de las empresas como los gastos de los consumidores.
"Para nuestra generación, el medio ambiente y la pobreza son las grandes cuestiones", nos dice Lester Brown, en su libro: "La situación en el mundo – Editorial Apóstrofe – 1993.
Los casos que se han expuesto han intentado proporcionar información relevante sobre las compañías, el tipo de accidente que se produjo, su efecto sobre la gente y el medio ambiente, el resultado de los procesos legales (si los hubo), el daño causado y la conclusión en cuanto a la responsabilidad (irresponsabilidad) de la empresa.
Estos casos también explican cómo el comportamiento empresarial irresponsable continúa afectando gravemente tanto al medio ambiente como a la salud de las personas, y cómo las empresas responsables no responden de manera adecuada. Muestran cómo las empresas tampoco suelen indemnizar o ayudar a las comunidades afectadas, cómo eluden su obligación de limpiar la zona o remediar los daños medioambientales y cómo violan los derechos humanos y de la comunidad al fallar en el control de la producción, la elaboración de informes y la publicación de información básica en cuanto a productos y procesos. Tal comportamiento no tiene otro calificativo que el de criminal, y se está haciendo cada vez más difícil, a veces imposible, buscar justicia y hacer que estas empresas se responsabilicen de sus crímenes y paguen por ellos.
Un aspecto importante en muchos casos es la aparente diferencia de comportamiento de las compañías en los países "occidentales" ricos, que tienen normas relativamente estrictas de protección de las personas y el medio ambiente, y su decepcionante comportamiento en los países "pobres" donde las leyes son poco estrictas y difíciles de hacer cumplir. Los casos muestran que el mercado global hace posible a las compañías practicar dobles estándares, haciendo un mal uso de las leyes poco estrictas de los países más pobres para ahorrar costes y maximizar beneficios. Por ejemplo, el amianto se puede comercializar de forma más barata en los países industrializados de Asia sin las normas de protección laboral que existen en EEUU o Europa.
No sólo las multinacionales actúan de forma irresponsable. Las empresas nacionales o incluso las que son propiedad de los empleados actúan de forma inadecuada. En países como la República Checa, Rusia o India, donde los Estados ocupan una posición muy fuerte en los intereses de las compañías, la situación puede ser incluso peor. Se necesita un instrumento de control internacional para tratar estas peculiaridades.
Esta lista de casos no es exhaustiva ni definitiva. Estos casos deberían ser vistos simplemente como un registro preliminar de delitos corporativos con un impacto enorme y de muy larga duración sobre la gente y el medio ambiente, una prueba de la urgente necesidad de emprender acciones internacionales.
Continuará…
Anexo II: Lecturas recomendadas
– "El mito del crecimiento económico infinito es un fracaso" (BBCMundo – 29/9/11)
(Por Tim Jackson – Universidad de Surrey),
Toda sociedad se aferra a un mito y vive por él. El nuestro es el del crecimiento económico. Las últimas cinco décadas la persecución del crecimiento ha sido el más importante de los objetivos políticos en el mundo. La economía global tiene cinco veces el tamaño de hace medio siglo. Si continúa creciendo al mismo ritmo, será 80 veces en el año 2100.
Este extraordinario salto de la actividad económica global no tiene precedentes en la historia. Y es algo que no puede estar más en desacuerdo con la base de recursos finitos y frágil equilibrio ecológico del que depende para su supervivencia. Y ya ha venido acompañado de una degradación estimada de un 60% de los ecosistemas del mundo.
La mayor parte del tiempo, evitamos la realidad de estos números. El crecimiento debe continuar, insistimos. "¡Acumulad!, ¡acumulad!, es lo que dicen Moisés y todos los profetas", como dijo Karl Marx.
Y no sólo por el bien de los países más pobres, donde (lo sabe el cielo) es desesperadamente urgente una calidad de vida mejor, sino en el opulento Occidente, donde el consumismo rampante amenaza el tejido de nuestra sociedad.
Las razones por esta ceguera colectiva son fáciles de encontrar. El capitalismo occidental se basa de forma estructural en el crecimiento para su estabilidad. Cuando la expansión se tambalea, como ha pasado recientemente, los políticos entran en pánico.
Los negocios batallan por sobrevivir. La gente pierde sus trabajos y en ocasiones sus viviendas. La espiral de la recesión es una amenaza. Cuestionar el crecimiento se toma como un acto de lunáticos, idealistas y revolucionarios.
Ahora, cuestionarlo es un deber. El mito del crecimiento infinito ha fracasado, ha fracasado para 2.000 millones de personas que viven con menos de US$ 2 al día. Ha fracasado para el frágil sistema ecológico de cuya supervivencia depende. Ha fracasado, espectacularmente, en sus propios términos, para proveer estabilidad económica y asegurar la vida de las personas. La prosperidad para unos pocos, basada en la destrucción medioambiental y la persistente injusticia social, no es fundamento para una sociedad civilizada.
Crisis es oportunidad
Pero la crisis económica se nos presenta como una oportunidad única para invertir en el cambio, barrer las creencias en el beneficio a corto plazo que fueron una plaga durante décadas. Y para el compromiso, por ejemplo, en una reforma radical de las disfuncionales instituciones de los mercados de capitales.
La especulación sin trabas en materias primas y derivados financieros, llevaron al mundo financiero al filo del colapso hace tres años. Es necesario que sea remplazado por un más duradero y lento sentido de las finanzas: inversión sólida en activos productivos, en tecnologías limpias de bajas emisiones de carbono, en salud y educación, en viviendas de calidad y en sistema de transporte eficientes, en espacios públicos abiertos. Es decir, inversión en el futuro de las comunidades.
El empresariado también debe ser revisado. Obtener beneficios a expensas de los contribuyentes es inmoral. La mano invisible del mercado debe ser domesticada y puesta al servicio del pueblo. Los ejecutivos más previsores de las empresas más visionarias ya entienden estas demandas. La empresa social está comenzando a prosperar en la economía post-crisis.
Arreglar la economía es sólo parte de la batalla. También tenemos que confrontar la lógica del consumismo. Los días de gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para impresionar a personas que no nos importan deben terminar. Vivir bien es buena nutrición, un hogar decente, buenos servicios públicos, comunidad estable y un empleo satisfactorio.
La prosperidad, en todos los sentidos de la palabra, trasciende las preocupaciones materiales, reside en el amor de nuestras familias, el apoyo de nuestros amigos y la fuerza de nuestras comunidades, en nuestra capacidad para participar en la vida en sociedad, en tener un propósito para darle sentido a la vida. El desafío para nuestra sociedad es crear las condiciones para que hacer esto posible.
– Replantearse el imperativo del crecimiento (Project Syndicate – 2/1/12)
(Por Kenneth Rogoff)
Cambridge.- La macroeconomía moderna parece con frecuencia considerar que el crecimiento rápido y estable es lo más importante de la política económica. Los debates políticos, las juntas de los bancos centrales y los titulares de portada de los periódicos se hacen eco de ese mensaje, pero, ¿de verdad tiene sentido considerar el crecimiento como el principal objetivo social a perpetuidad, como dan por sentado implícitamente los libros de texto de economía?
Desde luego, muchos críticos de las estadísticas económicas habituales han propugnado mediciones más amplias del bienestar nacional, como, por ejemplo, la esperanza de vida al nacer, la alfabetización, etcétera. Entre esas evaluaciones figuran el Informe sobre desarrollo humano de las Naciones Unidas y, más recientemente, la Comisión sobre la medición de los resultados económicos y el progreso social, encabezada por los economistas Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi.
Pero podría haber un problema más profundo aún que la estrechez estadística: el de que la teoría moderna del crecimiento no subraye adecuadamente que las personas son seres fundamentalmente sociales. Para evaluar su bienestar, se basan en lo que ven a su alrededor, no en algún criterio absoluto.
Conforme a la célebre observación del economista Richard Easterlin, resulta sorprendente que las encuestas sobre la "felicidad" hayan evolucionado poco en los decenios posteriores a la segunda guerra mundial, pese al importante aumento tendencial de la renta. Huelga decir que el resultado de Easterlin parece menos verosímil en el caso de los países muy pobres, donde los aumentos rápidos de la renta permiten con frecuencia a las sociedades disfrutar de grandes mejoras en la calidad de vida, que probablemente guarden una marcada relación con cualquier medición aceptable del bienestar general.
Sin embargo, en las economías avanzadas es casi seguro que el criterio elegido es un factor importante en la forma como las personas evalúan su bienestar. En ese caso, el crecimiento generalizado de la renta podría elevar dichas evaluaciones a un ritmo mucho más lento de lo que sería de esperar examinando cómo un aumento de la renta de una persona respecto de otras afecta a su bienestar y, por citar un aspecto relacionado, el criterio elegido puede muy bien entrañar un cálculo diferente de las relaciones entre el crecimiento y otros imperativos económicos, como, por ejemplo, la degradación medioambiental, del que indican los modelos habituales de crecimiento.
Para ser justos, algunos pocos estudios, pero importantes, reconocen que las personas se guían en gran medida por criterios históricos o sociales en sus opciones e ideas económicas. Lamentablemente, dichos modelos suelen ser difíciles de manejar, calcular o interpretar. A consecuencia de ello, suelen emplearse principalmente en marcos muy especializados, como, por ejemplo, los intentos de explicar el llamado "enigma de la prima de las acciones" (la observación empírica de que a lo largo de períodos largos las acciones tienen un rendimiento mayor que los bonos).
Resulta un poco absurda la obsesión por lograr a perpetuidad el mayor crecimiento medio de la renta a largo plazo, sin tener en cuenta otros riesgos y consideraciones. Examinemos un sencillo experimento mental. Imaginemos que la renta nacional por habitante (o alguna medición más amplia del bienestar) vaya a aumentar un uno por ciento al año durante los próximos siglos. Se trata, aproximadamente, de la tasa de crecimiento tendencial por habitante del mundo avanzado en los últimos años. Con un aumento anual de la renta del uno por ciento, una generación nacida dentro de 70 años disfrutará de una renta media que será el doble, aproximadamente, de la actual. En el plazo de dos siglos, la renta aumentará ocho veces.
Ahora bien, supongamos que viviéramos en una economía que creciese a un ritmo mucho mayor, con un aumento anual de la renta por habitante del dos por ciento. En ese caso, la renta por habitante se duplicaría al cabo de sólo 35 años y un aumento de ocho veces tardaría sólo un siglo en producirse.
Por último, preguntémonos cuánto nos importa en realidad que se tarde 100, 200 o incluso 1.000 años en aumentar ocho veces el bienestar. ¿No tendría más sentido preocuparse por si lo conflictos o el calentamiento planetario podrían producir una catástrofe que afectara a la sociedad durante siglos o más?
Aunque sólo pensemos en nuestros descendientes, es de suponer que esperemos que prosperen y hagan una contribución positiva a la sociedad. Dando por sentado que disfruten de una prosperidad mucho mayor que la de nuestra propia generación, ¿qué importancia puede tener el nivel absoluto de renta?
Tal vez un motivo más profundo subyacente al imperativo del crecimiento en muchos países se deba al interés por el prestigio y la seguridad nacionales. En su influyente libro de 1989 Auge y caída de las grandes potencias, el historiador Paul Kennedy concluyó que a largo plazo la riqueza y la capacidad productiva de un país, en relación con las de sus contemporáneos, es el factor determinante esencial de su categoría mundial.
Kennedy se centró en particular en la potencia militar, pero en el mundo actual las economías logradas disfrutan de una categoría que abarca muchas dimensiones y en todas partes las autoridades están legítimamente preocupadas por la posición económica nacional en el mundo. Desde luego, una carrera económica en pos de la potencia mundial es un motivo comprensible para centrarse en el crecimiento a largo plazo, pero, si semejante competencia es de verdad una justificación fundamental para hacerlo, tendremos que revisar los modelos macroeconómicos habituales, que pasan totalmente por alto esa cuestión.
Naturalmente, en el mundo real los países consideran con razón que el crecimiento a largo plazo forma parte íntegramente de su seguridad nacional y su categoría planetaria. Los países muy endeudados, grupo del que actualmente forman parte la mayoría de las economías avanzadas, necesitan el crecimiento para que los ayude a salir del hoyo, pero, como propuesta a largo plazo, el argumento a favor de que nos centremos en el crecimiento tendencial no es tan convincente como muchas autoridades y teóricos económicos quisieran hacernos creer.
En un período de gran incertidumbre económica, puede parecer inapropiado poner en tela de juicio el imperativo del crecimiento, pero es que tal vez una crisis sea exactamente la ocasión de replantearse los objetivos a largo plazo de la política económica mundial.
(Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard. Copyright: Project Syndicate, 2012)
– Hacia una humanidad sostenible (Project Syndicate – 31/1/12)
(Por Jeffrey D. Sachs)
Addis Abeba.- Desarrollo sostenible significa lograr un crecimiento económico que sea ampliamente compartido y que proteja los recursos vitales del planeta. Sin embargo, nuestra economía global actual no es sostenible: el progreso económico ha dejado atrás a más de mil millones de personas y la actividad humana está causando un daño terrible al medio ambiente. Para alcanzar el desarrollo sostenible es necesaria la movilización de nuevas tecnologías que estén guiadas por valores sociales en común.
El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha declarado con justicia que el desarrollo sostenible es una de las principales prioridades de la agenda global. Hemos entrado en un período peligroso en el que una enorme y creciente población, combinada con un rápido crecimiento económico, amenaza causar efectos catastróficos sobre el clima, la biodiversidad y el suministro de agua dulce del planeta. Los científicos llaman a esta nueva etapa el Antropoceno, en el que los seres humanos se han convertido en las principales causas de los cambios físicos y biológicos de la tierra.
El Panel de Sostenibilidad Global del Secretario General ha emitido un nuevo informe que describe un marco para el desarrollo sostenible. El PSG señala con acierto que el desarrollo sostenible tiene tres pilares: erradicar la pobreza extrema, asegurar que la prosperidad sea compartida por todos, lo que ha de incluir mujeres, jóvenes y minorías, y proteger el medio ambiente natural. Podemos llamarlos los pilares económico, social y medioambiental del desarrollo sostenible o, de manera más simple, las "tres condiciones básicas" del desarrollo sostenible.
El PSG ha hecho un llamamiento a los líderes mundiales a adoptar una nueva serie de Objetivos de Desarrollo Sostenible, u ODS, que ayuden a dar forma a las políticas y acciones globales después de la fecha límite de 2015 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Mientras los ODM se centran en la reducción de la pobreza extrema, los ODS se centrarán en los tres pilares del desarrollo sostenible: erradicar la pobreza extrema, que toda la sociedad comparta los beneficios del desarrollo económico, y proteger la Tierra.
Por supuesto, una cosa es establecer ODS y otra muy distinta es lograrlos. El problema se vuelve evidente si vemos un reto fundamental: el cambio climático. En la actualidad, en el planeta vivimos siete mil millones de personas y cada una es responsable, en promedio, de la liberación cada año de un poco más de cuatro toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Este CO2 se emite cuando quemamos carbón, petróleo y gas para producir electricidad, conducir nuestros coches o calentar nuestros hogares. En total, los seres humanos emitimos cerca de 30 mil millones de toneladas de CO2 al año a la atmósfera, lo suficiente como para cambiar drásticamente el clima en unas pocas décadas.
Para 2050, es muy probable que en el planeta vivan más de nueve mil millones de personas. Si son más ricas que las de hoy en día (y por lo tanto usan más energía por persona), las emisiones mundiales totales podrían duplicarse o incluso triplicarse. Este es el gran dilema: necesitamos que emitan menos CO2, pero el mundo se encamina a que emitan mucho más.
Nos debe preocupar esa situación hipotética, ya que es casi seguro que proseguir por el camino del aumento de las emisiones globales causará estragos y sufrimiento a miles de millones de personas a medida que se vean afectadas por sequías, olas de calor, huracanes, etc. Ya lo hemos visto en los últimos años con una serie de devastadoras hambrunas, inundaciones y otros desastres relacionados con el clima.
Entonces, ¿cómo puede la gente del mundo -especialmente su población pobre- beneficiarse de más electricidad y más acceso a medios de transporte modernos, pero de una forma que salve el planeta, en lugar de destruirlo? La verdad es que no podemos, a menos que mejoremos drásticamente las tecnologías que utilizamos.
Tenemos que usar la energía de manera mucho más sabia, cambiando de combustibles fósiles a fuentes de energía bajas en carbono. Estas decisivas mejoras son ciertamente posibles y, además, económicamente realistas.
Consideremos la ineficiencia energética de un automóvil, por ejemplo. En la actualidad movemos entre 1000 y 2000 kilogramos de maquinaria para el transporte de una o unas pocas personas, cada una con un peso de tal vez unos 75 kilogramos. Y lo hacemos con un motor de combustión interna que utiliza sólo una pequeña parte de la energía liberada por la quema de la gasolina. La mayor parte de la energía se pierde como calor residual.
Por lo tanto, podríamos lograr grandes reducciones de las emisiones de CO2 mediante la conversión a vehículos pequeños y ligeros a batería que sean propulsados por motores eléctricos de alta eficiencia y cargados por una fuente de energía baja en carbono, como la energía solar. Aún mejor, al pasar a utilizar vehículos eléctricos, seríamos capaces de usar las últimas tecnologías de la información para hacerlos inteligentes… incluso lo suficiente para conducirse solos utilizando sistemas avanzados de posicionamiento y procesamiento de datos.
Los beneficios de las tecnologías de información y comunicaciones se pueden encontrar en todos los ámbitos de la actividad humana: mejor producción agrícola gracias al GPS y la microdosificación de fertilizantes, fabricación de precisión, edificios que saben cómo economizar en el uso de energía y, por supuesto, el poder transformador y acercador de la Internet. La banda ancha móvil ya conecta hasta los pueblos más distantes de las zonas rurales de África y la India, reduciendo con ello de manera significativa la necesidad de desplazarse.
Hoy las operaciones bancarias se hacen por teléfono, así como una gama creciente de diagnósticos médicos. Los libros electrónicos se transmiten directamente a los dispositivos de mano, sin necesidad de librerías, viajes y la pulpa y el papel de los libros físicos. Asimismo, la educación se realiza cada vez más en línea, y muy pronto permitirá en cualquier punto del planeta recibir enseñanza de primer nivel, a un coste marginal casi nulo por la inscripción de alumnos adicionales.
Sin embargo, el paso a un desarrollo sostenible no será sólo asunto de tecnología. También tendrá que ver con incentivos del mercado, regulaciones gubernamentales y el apoyo público para la investigación y el desarrollo. Pero, aún más fundamental que las políticas y la gobernanza será el reto de los valores. Debemos entender nuestro destino común y adoptar el desarrollo sostenible como un compromiso compartido por la decencia hacia todos los seres humanos de hoy y del futuro.
(Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Copyright: Project Syndicate, 2012)
– Para adoptar el desarrollo sostenible (Project Syndicate – 6/2/12)
(Por Jacob Zuma and Tarja Halonen)
Helsinki/Johannesburgo.- El mundo sigue una vía insostenible y debe urgentemente avanzar por un rumbo diferente, que incluya las preocupaciones por la equidad y por el medio ambiente en las actividades económicas generales. Para ello, debemos poner en práctica ahora el desarrollo sostenible, no a pesar de la crisis, sino por ella.
Actualmente, nuestros imperativos son muchos. Las economías se tambalean, los ecosistemas están asediados y la desigualdad -dentro de los países y entre ellos- está aumentando desmesuradamente. Vistos en conjunto, son síntomas que comparten una causa principal: los intereses especulativos y con frecuencia estrechos de miras han substituido a los intereses comunes, las responsabilidades comunes y el sentido común.
Como copresidentes que somos del Grupo de alto nivel de las Naciones Unidas sobre la sostenibilidad mundial, el Secretario General de las NNUU, Ban Ki-moon, nos ha pedido que colaboremos con veinte de los más eminentes dirigentes del mundo para que abordemos estas cuestiones. Nuestra tarea está clara: hacer propuestas sobre cómo ofrecer mayores oportunidades a más personas y con menos consecuencias para nuestro planeta.
Hace un cuarto de siglo, en el informe Bruntland, que llevaba el nombre de la Primera Ministra de Noruega Gro Bruntland, se pidió un nuevo paradigma de desarrollo sostenible. En él se declaraba que el crecimiento económico duradero, la igualdad social y la sostenibilidad medioambiental son interdependientes. El bienestar humano depende de su integración,
Estamos convencidos no sólo de que esa concepción es sólida, sino también de que resulta más pertinente que nunca. Ahora tenemos que poner en práctica la teoría incorporando el desarrollo sostenible en las actividades económicas generales y expresando con claridad los costos de la acción -y la inacción- actualmente y en el futuro.
En 2030, con el aumento de la población humana y de sus afanes, el mundo necesitará al menos un 50 por ciento más de alimentos, un 45 por ciento más de energía y un 30 por ciento más de agua. Nuestro planeta se está acercando a puntos de inflexión determinados científicamente o incluso superándolos, lo que tiene consecuencias graves para la gestión de los bienes mundiales comunes y para reducir la pobreza: para que los países en desarrollo hagan realidad sus legítimas aspiraciones de crecimiento, necesitaran más tiempo, además de más apoyo financiero y tecnológico, con miras a hacer la transición a la sostenibilidad.
Sin embargo, seguimos siendo optimistas. La democracia representativa es actualmente la forma predominante de gobierno en el mundo. Los avances de la ciencia nos han brindado una mejor comprensión del clima y los riesgos para el ecosistema. Miles de millones de personas están conectadas por tecnologías que han vuelto más pequeño el mundo y han ampliado la idea de una vecindad mundial. Creemos que podemos acopiar el talento y la voluntad para elegir nuestro futuro, en lugar de lo contrario.
El riesgo mayor radica en la continuación de nuestra vía actual. En 2030, un niño nacido este año llegará a la mayoría de edad. No podemos hipotecar su futuro para pagar una forma de vida intrínsecamente insostenible e injusta.
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