Así, pues, ¿cómo hemos de comenzar a afrontar el inmenso imperativo de reorganizar nuestra economía mundial, preservar el medio ambiente y ofrecer mayores oportunidades y equidad, incluida la igualdad entre los sexos, para todos? El informe del Grupo de alto nivel, Una población resistente, un planeta resistente, ofrece propuestas.
En primer lugar, tenemos que fijar el valor y el precio de lo que importa. El mercado debe reflejar todos los costos ecológicos y humanos de las decisiones económicas y establecer señales de precios que vuelvan transparentes las consecuencias de la acción… y de la inacción. La contaminación -incluidas las emisiones de carbono– no debe seguir siendo gratuita. Se deben volver transparentes las subvenciones que distorsionan el comercio y los pecios y suprimir progresivamente las relativas a los combustibles fósiles de aquí a 2020. También debemos crear formas nuevas de calibrar el desarrollo, además de mediante el PIB, y proponer un nuevo índice de desarrollo sostenible de aquí a 2014.
En segundo lugar, debemos colocar la ciencia en el centro de la sostenibilidad. Vivimos en una era de repercusiones humanas sin precedentes en el planeta, acompañadas de un cambio tecnológico sin precedentes. La ciencia debe indicar la vía para una adopción de políticas más informada e integrada, incluidas las relativas al cambio climático, la diversidad biológica, la gestión de los océanos y las costas, las escaseces de agua y alimentos y los "límites" planetarios (los umbrales científicos que determinen un "espacio seguro de actuación" para la Humanidad). Para que se vea el panorama general, proponemos unas perspectivas de la sostenibilidad mundial que integren el conocimiento en todos los sectores y las instituciones.
En tercer lugar, tenemos que ofrecer incentivos para que se adopte la perspectiva a largo plazo. La tiranía de la urgencia nunca es más absoluta que durante los tiempos difíciles. Debemos situar el pensamiento a largo plazo por encima de las exigencias a corto plazo, tanto en el mercado como en el ámbito electoral.
Se deben utilizar estratégicamente unos fondos públicos limitados para desencadenar unas corrientes mayores de inversión privada, compartir los riesgos y aumentar el acceso a los elementos básicos de la prosperidad, incluidos los servicios energéticos modernos. Los objetivos de desarrollo del Milenio de las NNUU, encaminados, entre otras cosas, a reducir a la mitad la pobreza mundial de aquí a 2015, nos han resultado útiles. Los gobiernos deben formular un conjunto de objetivos de desarrollo sostenible universalmente aplicables a partir de 2015 que puedan galvanizar la adopción de medidas a largo plazo, independientemente de los ciclos electorales.
En cuarto lugar, debemos prepararnos para una travesía accidentada, porque el clima extremo, la escasez de recursos y la inestabilidad de los precios han llegado a ser la "nueva normalidad". Debemos fortalecer nuestra capacidad de resistencia fomentando la reducción de los riesgos de desastre y la adaptación a ellos y redes de seguridad sólidas para los más vulnerables. Se trata de una inversión en nuestro futuro común.
En quinto lugar, reviste importancia decisiva la equidad y la oportunidad. La desigualdad y la exclusión de las mujeres, los jóvenes y los pobres socavan el crecimiento mundial y amenazan con desbaratar el pacto entre la sociedad y sus instituciones. La emancipación de las mujeres puede rendir beneficios enormes, entre otras cosas para la economía mundial.
La tarea de velar por que los países en desarrollo dispongan del tiempo -y el apoyo financiero y tecnológico- para hacer la transición al desarrollo sostenible beneficia en última instancia a todos. El fomento de la equidad y la eliminación de la exclusión es lo que más oportuno y lo más inteligente en pro de una prosperidad y una estabilidad duraderas.
Ningún grupo de expertos, incluido el nuestro, tiene respuestas para todos los problemas, pero, si cooperamos todos, podemos contribuir a dirigir nuestro mundo por un rumbo más seguro, equitativo y próspero. Hacemos un llamamiento a los dirigentes de todos los sectores de la sociedad para que se nos unan. La necesidad es urgente; la oportunidad, inmensa. No la desaprovechemos.
(Jacob Zuma es el Presidente de la República de Sudáfrica. Tarja Halonen es la Presidenta de la República de Finlandia. Son los copresidentes del Grupo de alto nivel de las Naciones Unidas sobre la sostenibilidad mundial. Copyright: Project Syndicate, 2012)
– La fantasía solar de Alemania (Project Syndicate – 16/2/12)
(Por Bjørn Lomborg)
Copenhague.- Uno de los mayores experimentos de política pública en materia de energía verde del mundo está llegando a un amargo final en Alemania, con importantes enseñanzas para las autoridades de otros países.
En otro tiempo, Alemania se enorgullecía de ser la "adalid del mundo fotovoltaico", al repartir subvenciones generosas -por un importe total de más de 130.000 millones de dólares, según las investigaciones de la alemana Universidad del Ruhr- a los ciudadanos para que invirtieran en la energía solar, pero ahora el Gobierno alemán ha prometido recortar las subvenciones antes de lo previsto y abandonar progresivamente ese apoyo a lo largo de los cinco próximos años. ¿Qué ha fallado?
Subvencionar una tecnología verde ineficiente plantea un problema fundamental: sólo es asequible, si se hace en pequeñas cantidades simbólicas. El año pasado, los alemanes instalaron, gracias a las generosas subvenciones estatales, 7,5 gigavatios de capacidad fotovoltaica (FV), más del doble de lo que el Gobierno había considerado "aceptable". Se calcula que tan sólo ese aumento provocará una subida de 260 euros en la factura eléctrica anual de los consumidores.
Según Der Spiegel, incluso algunos miembros del equipo de Angela Merkel están calificando ahora esa política de agujero sin fondo para enterrar dinero. Philipp Rösler, ministro de Economía y Tecnología de Alemania, ha llamado "una amenaza para la economía" las disparadas subvenciones de la energía solar.
El entusiasmo de Alemania por la energía solar es comprensible. Si pudiéramos captar tan sólo una hora de la energía del Sol, podríamos satisfacer las necesidades energéticas mundiales de todo un año. Aun con la ineficiencia de la actual tecnología FV, podríamos atender toda la demanda de energía del planeta cubriendo 250.000 kilómetros cuadrados, el 2,6 por ciento, aproximadamente, del desierto del Sahara, con placas solares.
Lamentablemente, Alemania -como la mayor parte del mundo- no está tan soleada como el Sahara y, si bien la luz del Sol es gratuita, las placas y la instalación no lo son. La energía solar es al menos cuatro veces más costosa que la producida por combustibles fósiles. También tiene la clara desventaja de no funcionar durante la noche, cuando se consume mucha electricidad.
Como ha dicho la Asociación Alemana de Física, "la energía solar no puede substituir a ninguna de las centrales eléctricas suplementarias". En los cortos y muy nublados días del invierno, los 1.100 millones de sistemas de energía solar de Alemania no pueden generar electricidad alguna. Así, pues, el país se ve obligado a importar cantidades considerables de electricidad procedente de las centrales nucleares de Francia y de la República Checa. Cuando el Sol no brilló el pasado invierno, un plan de refuerzo puso en marcha una central austríaca alimentada con gasóleo para compensar el déficit de suministro.
De hecho, pese a la enorme inversión, la energía solar representa sólo el 0,3 por ciento, aproximadamente, de la energía total de Alemania. Ésa es una de las razones principales por las que el oneroso precio que pagan los alemanes ahora por la electricidad ocupa el segundo puesto del mundo desarrollado (sólo superado por Dinamarca, que aspira a ser la "adalid mundial de la energía eólica"). Los alemanes pagan tres veces más que sus homólogos americanos.
Además, esa considerable inversión contribuye muy poco a contrarrestar el calentamiento planetario. Aun con supuestos de una generosidad carente de realismo, el insignificante efecto neto es el de que la energía solar reducirá las emisiones de CO2 en ocho millones, aproximadamente, de toneladas métricas -es decir, el 1 por ciento, más o menos- en los veinte próximos años. Cuando se calculan los efectos con un modelo climático normal, el resultado es una reducción de la temperatura media de 0,00005 grados centígrados (un veintemilavo de grado Celsius o un diezmilavo de grado Fahrenheit). Dicho de otro modo: al final de este siglo, los 130.000 millones de dólares de subvenciones de placas solares habrán retrasado en 23 horas los aumentos de temperatura.
Mediante la energía solar, Alemania está pagando unos 1.000 dólares por tonelada de CO2 reducida. El precio actual del CO2 en Europa asciende a ocho dólares. Alemania habría podido reducir 131 veces más CO2 por el mismo precio. En cambio, los alemanes están despilfarrando más de 99 céntimos de cada euro que entierran en placas solares.
Peor aún: como Alemania forma parte del sistema de compraventa de emisiones de la Unión Europea, el efecto real del exceso de placas solares de Alemania hace que no haya reducciones de CO2, porque ya se ha cubierto el tope de emisiones. En cambio, los alemanes permiten simplemente a otros países de la UE emitir más CO2. Las placas solares de Alemania sólo han conseguido que a Portugal o Grecia les resulte más barato el uso del carbón,
Los defensores de las subvenciones de la energía solar de Alemania afirman también que han contribuido a crear "empleos verdes, pero cada uno de los empleos creados por las políticas de energía verde cuesta por término medio 175.000 dólares: muchísimo más que la creación de empleo en los demás sectores de la economía, como, por ejemplo, el de las infraestructuras o el de la atención de salud, y se están exportando muchos "empleos verdes" a China, lo que quiere decir que los europeos subvencionan puestos de trabajo chinos, que no reducen las emisiones de CO2.
El experimento de Alemania con la subvenciones de tecnología solar ineficiente ha fracasado. Lo que los gobiernos deben hacer es, al contrario, centrarse en primer lugar en intensificar la investigación e innovación para lograr que la tecnología de energía verde sea más barata y competitiva. Más adelante es cuando se debe acelerar la producción.
Entretanto, Alemania ha pagado unos 130.000 millones de dólares por una política en materia de cambio climático que no tiene efectos en el calentamiento planetario. Han subvencionado puestos de trabajo chinos y la dependencia de otros países europeos de las fuentes de energía sucias y han impuesto cargas innecesarias a su economía. Como incluso muchos funcionarios alemanes probablemente atestiguarían, los gobiernos de otros países no pueden permitirse el lujo de repetir semejante error.
(Bjørn Lomborg es autor de The Skeptical Environmentalist ("El ecologista escéptico") y Cool It ("No os acaloréis"), director del Centro del Consenso de Copenhague y profesor adjunto de la Escuela de Administración de Empresas de Copenhague. Copyright: Project Syndicate, 2012)
– Un Banco Mundial para un nuevo mundo (Project Syndicate – 24/2/12)
(Por Jeffrey D. Sachs)
Nueva York.- El mundo está en una encrucijada. La comunidad global puede unirse para luchar contra la pobreza, el agotamiento de los recursos y el cambio climático, o enfrentar una generación de inestabilidad política, zozobra ambiental y guerras por los recursos.
El Banco Mundial, con una conducción adecuada, puede jugar un rol fundamental para evitar esas amenazas y los riesgos que implican. Es mucho lo que está en juego a nivel mundial en esta primavera, ya que los 187 países miembros del Banco elegirán un nuevo presidente para suceder a Robert Zoellick, cuyo mandato finaliza en julio.
El Banco Mundial fue establecido en 1944 para fomentar el desarrollo económico, y casi todos los países son actualmente miembros. Su misión principal es reducir la pobreza mundial y garantizar que el desarrollo global sea ambientalmente sólido y socialmente incluyente. Lograr esas metas no solo mejorará las vidas de miles de millones de personas, también impedirá violentos conflictos alimentados por la pobreza, el hambre y las luchas por recursos escasos.
Los funcionarios estadounidenses tradicionalmente han considerado al Banco Mundial como una extensión de la política extranjera y los intereses comerciales de Estados Unidos. Como el Banco se encuentra a solo dos cuadras de la Casa Blanca, en la Avenida Pennsylvania, les ha resultado muy fácil dominar esa institución. Actualmente muchos de sus miembros, incluidos Brasil, China, India y varios países africanos, están alzando sus voces en busca de un liderazgo con mayor igualdad y cooperación, y una mejor estrategia que funcione para todos.
Desde la fundación del Banco hasta hoy, la regla implícita ha sido que el gobierno de los EEUU simplemente designa a cada nuevo presidente: los 11 han sido estadounidenses y ninguno de ellos experto en desarrollo económico -la responsabilidad central del Banco- ni con trayectorias en la lucha contra la pobreza o la promoción de la sostenibilidad ambiental. Por el contrario, EEUU ha elegido banqueros de Wall Street y políticos, probablemente para garantizar que las políticas del Banco sean adecuadamente amigables hacia los intereses comerciales y políticos estadounidenses.
Sin embargo, esa política está fracasando para los EEUU y dañando seriamente al mundo. Debido a una prolongada falta de conocimiento estratégico en su cúpula, el Banco ha carecido de una dirección clara. Muchos de sus proyectos tuvieron como objetivo los intereses corporativos estadounidenses en lugar del desarrollo sostenible. El banco ha inaugurado gran cantidad de proyectos de desarrollo, pero son excesivamente pocos los problemas globales que ha resuelto.
Durante demasiado tiempo, la dirección del Banco ha impuesto conceptos estadounidenses que a menudo son completamente inapropiados para los países más pobres y sus habitantes menos favorecidos. Por ejemplo, el Banco se ocupó en forma absolutamente torpe de la explosiva pandemia de SIDA, tuberculosis y malaria durante la década de 1990 y falló a la hora de enviar ayuda donde hacía falta para frenar esos brotes y salvar millones de vidas.
Aún peor, el Banco promovió cobros a los usuarios y el "recupero de costos" de los servicios de salud, dejando una atención sanitaria capaz de salvar vidas fuera del alcance de los pobres entre los pobres -precisamente quienes más la necesitaban. En 2000, durante la Cumbre del SIDA en Durban, recomendé un nuevo "Fondo Global" para luchar contra esas enfermedades, justificándolo precisamente en que el Banco Mundial no estaba haciendo su trabajo. El Fondo Global para la Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria fue creado, y desde entonces ha salvado millones de vidas, logrando un descenso de al menos el 30% de las muertes tan solo en África.
De manera semejante, el Banco dejó pasar oportunidades cruciales para apoyar a los pequeños agricultores de subsistencia y promover en forma más amplia un desarrollo rural integrado en las comunidades empobrecidas de África, Asia y Latinoamérica. Durante cerca de 20 años, aproximadamente entre 1985 y 2005, el Banco se resistió a implementar asistencia para grupos específicos de pequeños productores, un instrumento de probada eficacia, para permitir que los empobrecidos agricultores de subsistencia mejorasen sus rendimientos y salieran de la pobreza. Más recientemente, el banco ha aumentado su apoyo a los pequeños productores, pero aún queda mucho que puede y debe hacer.
El personal del Banco es muy profesional y lograría mucho más si se liberase del dominio de los cerrados intereses y puntos de vista estadounidenses. El Banco tiene potencial para convertirse en un catalizador del progreso en áreas clave que darán forma al futuro del planeta. Sus prioridades deben incluir la productividad agrícola; la movilización de tecnologías de la información para el desarrollo sostenible; la instalación de sistemas energéticos con reducidas emisiones de carbono; y educación de calidad para todos, con un mayor aprovechamiento de nuevas formas de comunicación para llegar a cientos de millones de estudiantes relegados.
Las actividades del Banco actualmente cubren todas esas áreas, pero la institución no logra un liderazgo eficaz en ninguna de ellas. A pesar de su excelente personal, el Banco no ha sido suficientemente estratégico ni ágil para convertirse en un agente de cambio eficaz. Lograr que el Banco cumpla adecuadamente su rol será un trabajo duro, que requerirá pericia en su dirección.
Lo que es aún más importante, el nuevo presidente del Banco deberá contar con experiencia profesional directa sobre los variados desafíos de desarrollo. El mundo no debe aceptar el status quo. Un nuevo líder del Banco Mundial que nuevamente provenga de Wall Street o de la política estadounidense sería un duro golpe para un mundo que necesita soluciones creativas a complejos desafíos de desarrollo. El banco necesita un consumado profesional listo para ocuparse de los grandes desafíos del desarrollo sostenible desde el primer momento.
(Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Copyright: Project Syndicate, 2012)
– El síndrome de Fukushima (Project Syndicate – 7/3/12)
(Por Martin Freer)
Birmingham.- Comúnmente, se hace referencia a los dramáticos acontecimientos que se desarrollaron en la central nuclear Daiichi de Fukushima después del maremoto del año pasado como "el desastre de Fukushima". Basta con esa descripción para empezar a entender los importantes malentendidos que rodean a la energía nuclear.
Fue el maremoto, causado por el mayor terremoto que haya padecido jamás el Japón, que causó la muerte de más de 16.000 personas, destruyó o dañó unos 125.000 edificios y dejó el país ante la crisis más grave, según la calificó su Primer Ministro, desde la segunda guerra mundial. Sin embargo, a Fukushima es a la que se suele aplicar la etiqueta de "desastre".
En realidad, aunque lo que ocurrió fue espantoso, se podrían interpretar los acontecimientos habidos en las horas y los días posteriores al choque de una ola gigantesca contra el muro marino de protección de la central nuclear como un notable testimonio de las sólidas credenciales de una central nuclear. Desde luego, las repercusiones medioambientales en quienes viven cerca de Fukushima pueden tardar muchos años en remediarse, pero la reacción en muchas partes -en particular, en Alemania, Suiza y otros países que inmediatamente condenaron y abandonaron la energía nuclear- demostraron la persistente falta de conocimientos sobre dos cuestiones fundamentales.
La primera es la seguridad; la segunda, la radiación. Para evaluar la energía nuclear por lo que es en realidad y no desecharla con argumentos poco más que ignorantes, e intransigentes, tenemos que fomentar un diálogo mucho menos excluyente y mucho más informado.
¿Prohibirían los viajes aéreos las numerosas personas que sí que lo harían en el caso de la energía nuclear? Al fin y al cabo, los paralelismos entre las dos industrias son fundamentales para la cuestión de la seguridad.
Con frecuencia se nos dice que, estadísticamente, los viajes aéreos tienen una mejor ejecutoria en materia de seguridad que ninguna otra forma de transporte. Podría resultar útil resumir las numerosas razones relacionadas entre sí que lo explican comparando un aeroplano con una bicicleta.
Todos sabemos que un avión es un aparato muy complejo y que una bicicleta no lo es. También reconocemos que las consecuencias de un accidente aéreo pueden ser mucho más catastróficas que las de un ciclista al salirse de la calzada para tomar una curva camino de casa y de vuelta de unas compras. Así, pues, el diseño y la fabricación de un avión es muchas veces más complicado y minucioso, que el diseño y el montaje de una bicicleta.
Lo mismo se puede decir de los 450 reactores nucleares, aproximadamente, que existen en todo el mundo. La realidad es que la ejecutoria de esa industria en materia de seguridad no tiene comparación con ninguna de sus rivales, que no la superan. Como los aviones, los reactores nucleares están concebidos y construidos con unas normas alucinantes.
Pese a la tensión y el miedo que rodearon la lucha contra una fusión nuclear en Fukushima, no debemos olvidar que las instalaciones -y con ellas la idea misma de una industria de energía nuclear- estuvieron sometidas a una prueba extraordinaria, en el sentido más estricto de la palabra. De no ser por unos fallos de diseño que en la actualidad no se repetirían, Fukushima habría podido perfectamente sobrevivir intacta… y la historia habría sido muy diferente.
De hecho, la energía nuclear es una propuesta más segura ahora que nunca, pero, para muchas personas, el mero espectáculo de un acontecimiento como el de Fukushima -independientemente del resultado- es suficiente para sacar la conclusión opuesta. Si un 747 se estrellara contra unas instalaciones nucleares, no es probable que se pidiera que se declarasen todos los aviones fuera de la ley, pero el clamor en pro de que se cerraran inmediatamente todos los reactores del planeta sería probablemente ensordecedor.
Recuérdese, además, que la central de Fukushima fue construida en el decenio de 1970 y que la tecnología en la que se basó databa de un decenio anterior. Sus sucesoras son radicalmente diferentes por su funcionamiento, como también el marco reglamentario, que establece criterios asombrosamente nuevos para el cuidado y la calidad requeridos en todas las fases del proceso.
Los argumentos contra la energía nuclear están profundamente arraigados en las preocupaciones por la seguridad en general y la radiación en particular. Como el accidente de Fukushima ha reforzado demasiadas opiniones y ha modificado demasiado pocas, reviste importancia decisiva que intentemos dar claridad a esas cuestiones, en particular en los países, incluido el Reino Unido, en los que la idea de una política energética sostenible sigue sin determinar.
Si bien conocemos los corolarios de altos niveles de exposición a la radiación, lo que sucede en el otro extremo de la escala es menos claro. El mundo está lleno de radioactividad -las paredes, el cemento e incluso los plátanos contienen rastros de ella- y nuestros cuerpos se han adaptado a ella. En países como el Brasil y la India, las personas viven en ambientes que presentan entre 20 y 200 veces la radiación existente comúnmente en el Reino Unido, al parecer sin efectos genéticos negativos. Algunos expertos sostienen incluso que podemos necesitar cierto grado de radioactividad para estimular nuestros sistemas inmunes.
Naturalmente, siguen existiendo preocupaciones en torno a las decisivas cuestiones de la eliminación y proliferación de residuos. Una vez más, es necesario un debate con conclusiones acordadas por consenso.
Pero para ello es necesaria una hoja de ruta que nos indique la situación actual y lo que debemos hacer. Debemos crear la necesaria cultura dialogante en la industria y en el mundo académico y debemos alentar a la población a pensar y reflexionar más. Por encima de todo, debemos aumentar la comprensión por parte del público del sector energético en conjunto.
Actualmente, hay demasiados "yo sé" y "esto es lo que firmemente creo", procedentes con frecuencia de personas influyentes, en casos en los que no todo es blanco o negro. El de Fukushima es uno de ellos.
Aún no es demasiado tarde -no del todo- para empezar a formular el debate más amplio de la energía nuclear en un lenguaje que informe en lugar de alarmar y con términos que contribuyan a la expresión de juicios equilibrados y no a consolidar prejuicios sostenidos durante demasiado tiempo.
(Martin Freer es profesor de Física Nuclear en la Universidad de Birmingham y director del Centro de Educación e Investigaciones Nucleares de Birmingham. Además, es miembro de la comisión normativa en materia de energía nuclear de la Universidad de Birmingham, que este año publicará Nuclear Power: What Does the Future Hold? ("La energía nuclear. ¿Qué le reserva el futuro?"). Copyright: Project Syndicate, 2012)
– El déficit energético (Project Syndicate – 20/3/12)
(Por Michael Spence)
Milán.- Me ha sorprendido la reciente cobertura en la prensa estadounidense de los precios de la gasolina y sus efectos en la política. Los analistas políticos están de acuerdo con que los índices de aprobación presidenciales están muy relacionados con los precios del combustible: cuando los precios suben, los índices de un presidente en las encuestas bajan. Pero, en vista de la larga historia de los Estados Unidos de abandono de la seguridad y la capacidad de resistencia energética, la idea de que la administración de Barack Obama es responsable del aumento de precios de la gasolina tiene poco sentido.
Han pasado cuatro décadas desde la crisis del precio del petróleo de los 70. Hemos aprendido mucho de esa experiencia. El impacto a corto plazo -como siempre ocurre cuando los precios del petróleo suben rápidamente- fue reducir el crecimiento al reducir el consumo de otros bienes, porque el consumo de petróleo no se ajusta tan más rápido como el de otros bienes y servicios.
Pero, con el tiempo, las personas pueden responder, y de hecho lo hacen, reduciendo su consumo de petróleo. Compran automóviles y electrodomésticos que hacen un uso más eficientes del combustible, aíslan térmicamente sus hogares, y a veces hasta usan el transporte público. El impacto a largo plazo es, pues, diferente y mucho menos negativo. Mientras mayor sea la propia eficiencia energética, menor es nuestra vulnerabilidad a la volatilidad de los precios.
Por el lado de la oferta, hay una diferencia similar entre los efectos a corto plazo y a más largo plazo. A corto plazo, la oferta puede ser capaz de responder en la medida que haya capacidad de reserva (no hay mucha ahora). Sin embargo, el efecto mucho mayor y más largo plazo proviene del aumento de la exploración y la extracción petroleras, debido al incentivo de los mayores precios.
Todo esto toma tiempo, pero, a medida que ocurre, reduce el impacto negativo: las curvas de demanda y oferta cambian en respuesta a precios más altos (o en previsión del aumento de los precios).
En términos de política, hubo una iniciativa prometedora a fines la década de 1970. Se legisló sobre los estándares de eficiencia de uso de combustible para automóviles y los fabricantes los implementaron. De una manera más fragmentada, los estados establecieron incentivos para la eficiencia energética en edificios residenciales y comerciales.
Pero entonces los precios del petróleo y el gas (ajustados por inflación) entraron en un período de declive que duró varias décadas. Las políticas destinadas a la eficiencia y la seguridad energéticas quedaron en gran medida sin efecto. Dos generaciones llegaron a pensar en la disminución de los precios del petróleo como algo normal, lo que explica la sensación actual de que se trata de un derecho, la indignación ante la subida de los precios, y la búsqueda de villanos: los políticos, los países productores de petróleo y las compañías petroleras son blanco de desprecio en las encuestas de opinión pública.
En el trasfondo de la opinión pública actual existe un fallo importante de la educación sobre los recursos naturales no-renovables. Y ahora, habiendo sub-invertido en eficiencia y seguridad energéticas cuando los costos de hacerlo eran más bajos, Estados Unidos está mal preparado para enfrentar la posibilidad de un aumento de los precios reales. La política energética ha sido "pro-cíclica", lo opuesto de ahorrar para los malos tiempos. Dada la presión al alza sobre los precios por el aumento de la demanda de los mercados emergentes y el rápido incremento en tamaño de la economía mundial, esos tiempos han llegado.
La actitud contra-cíclica es una actitud útil para las personas y los gobiernos. La historia reciente, en particular la acumulación excesiva de deuda pública y privada, sugiere que no la hemos adquirido. La política energética o su ausencia parece otro claro ejemplo. En lugar de anticipar y prepararse para el cambio, Estados Unidos ha esperado a que el cambio le resulte forzoso.
La miopía de la política energética no se ha limitado a EEUU. Los países en desarrollo, por ejemplo, han funcionado por muchos años con subsidios a los combustibles fósiles, que han llegado a ser ampliamente reconocidos como una mala manera de gastar sus limitados recursos. Ahora hay que cambiar estas políticas, lo que implica desafíos políticos y costes similares.
Europa Occidental y Japón, que dependen casi totalmente de los suministros externos de petróleo y gas, lo han hecho un poco mejor. Por razones de seguridad y ambientales, su eficiencia energética aumentó a través de una combinación de impuestos, mayores precios al consumidor y educación pública.
El gobierno de Obama está trabajando para iniciar un enfoque energético prudente de largo plazo, con nuevos estándares de eficiencia de combustible para vehículos de motor, inversiones en tecnología, programas de eficiencia energética para viviendas, y la exploración ambientalmente racional de los recursos adicionales. Hacer esto en medio de un arduo proceso de desapalancamiento posterior a la crisis, una recuperación obstinadamente lenta y el proceso de construcción de un nuevo modelo de crecimiento más sostenible, es más difícil -política y económicamente- de lo que podría haber sido si EEUU hubiera comenzado antes.
Aún así, más vale tarde que nunca. Obama está en lo correcto al tratar de explicar que una política energética eficaz, por su propia naturaleza, requiere objetivos de largo plazo y el avance constante hacia su logro.
Es frecuente oír la afirmación de que los ciclos electorales de las democracias no son muy adecuados para la aplicación de políticas señeras y de largo plazo. El contrapeso es el liderazgo que explica los beneficios y los costes de las diferentes opciones, y une a la gente en torno a objetivos comunes y enfoques sensibles. Por ello, el esfuerzo de la administración Obama para poner el crecimiento a largo plazo y la seguridad por encima de ventajas políticas merece admiración y respeto.
Si la crítica de la gobernabilidad democrática sobre la base de su "inevitable horizonte de brevedad" fuera correcta, sería difícil explicar cómo la India, una democracia poblada, compleja, y todavía pobre, pudo sostener inversiones y políticas de largo plazo necesarias para apoyar un crecimiento y desarrollo veloces. Allí, también, la visión, el liderazgo y la creación de consenso han jugado un papel fundamental.
La buena noticia para la seguridad energética estadounidense es que en el año 2011, el país se convirtió en un nuevo exportador neto de productos derivados del petróleo. Sin embargo es probable que el precio de los combustibles fósiles continúe su tendencia al alza.
La disminución de la dependencia de fuentes externas, debidamente llevada a cabo, es un avance importante. Pero no es un sustituto para una mayor eficiencia energética, que es esencial para hacer el cambio a un nuevo y resistente camino hacia el crecimiento económico y el empleo. Un beneficio adicional sería abrir una enorme agenda internacional para la energía, el medio ambiente y la sostenibilidad, donde se requiere el liderazgo estadounidense.
Este esfuerzo requiere persistencia y un largo periodo de atención oficial, lo que supone a su vez apoyo de ambos partidos. ¿Es eso posible en Estados Unidos hoy en día?
Los persistentes bajos índices de aprobación del sistema político de EEUU derivan en parte del hecho de que parece recompensar el obstruccionismo en lugar del trabajo bipartidista constructivo. En algún momento, los votantes van a reaccionar contra un sistema que amplifica las diferencias y suprime las metas compartidas, y la formación de políticas volverá a su modo pragmático más eficaz. La pregunta es cuándo.
(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is currently Chairman of the Commission on Growth and Development, an international body charged with charting opportunities for global economic growth)
– La falsa medida de la riqueza (Project Syndicate – 5/4/12)
(Por Partha Dasgupta, Anantha Duraiappah)
Cambridge.- A pesar de los muchos éxitos alcanzados en la creación de una economía mundial más integrada y estable, un nuevo informe del Grupo de Alto Nivel del Secretario General de la ONU sobre Sostenibilidad Global -Resilient People, Resilient Planet: A Future Worth Choosing- (Gente resiliente en un planeta resiliente: un futuro que vale la pena elegir) reconoce el fracaso, incluso la incompetencia, del actual orden mundial para implementar los cambios drásticos necesarios a fin de alcanzar una verdadera "sostenibilidad".
El informe del Grupo de Alto Nivel presenta como meta una visión de "un planeta sostenible, una sociedad justa, y una economía en crecimiento", así como 56 recomendaciones de políticas para lograr dicha meta. Podría decirse que este informe es el llamado internacional más prominente hecho hasta la fecha para pedir un rediseño radical de la economía mundial.
Pero, a pesar de su rico contenido, Gente resiliente en un planeta resiliente queda corto en cuanto a proponer soluciones concretas y prácticas. Su más valiosa recomendación de corto plazo, la sustitución de los actuales indicadores de desarrollo (PIB o sus variantes) con indicadores más amplios, incluyendo medidas de riqueza, parece ser un planteamiento tardío. Si no se lleva a cabo una acción internacional rápida y decidida que priorice la sostenibilidad por encima del status quo, el informe corre el riesgo de sufrir la misma suerte que el Informe Brundtland, su antecesor del año 1987, que fue el primer informe que propuso el concepto de sostenibilidad y que igualmente hizo un llamado a un cambio de paradigma; sin embargo, posteriormente fue ignorado.
Gente resiliente en un planeta resiliente comienza parafraseando a Charles Dickens e indica que el mundo de hoy está "viviendo lo mejor de los tiempos y lo peor de los tiempos". En su conjunto, la humanidad ha alcanzado una prosperidad sin precedentes, se están logrando grandes avances para reducir la pobreza mundial, y los avances tecnológicos revolucionan nuestras vidas, al erradicar enfermedades y transformar la comunicación.
Sin embargo, por otra parte, la desigualdad sigue siendo obstinadamente elevada y se encuentra en aumento en muchos países. Las estrategias políticas y económicas de corto plazo impulsan hacia el consumismo y la deuda, que junto con el crecimiento de la población mundial -que alcanzará a cerca de nueve mil millones de personas en el año 2040- someten al medio ambiente natural a un estrés creciente. En el año 2030, señala el Grupo de Alto Nivel, "el mundo necesitará por lo menos 50% más de alimentos, 45% más de energía, y 30% más de agua, todo esto en un momento en que los límites medioambientales amenazarán dichos suministros". A pesar de los avances significativos alcanzados durante los últimos 25 años, la humanidad no ha logrado conservar los recursos, ni proteger los ecosistemas naturales, ni tampoco garantizar, de ninguna otra forma, su propia viabilidad a largo plazo.
¿Puede un informe burocrático, sin importar cuán poderoso sea, crear cambio? ¿Unirá ahora el mundo sus esfuerzos ante el llamado del Grupo de Alto Nivel para "transformar la economía global", al contrario de lo que ocurrió en el año 1987? De hecho, tal vez la verdadera acción nace de las entrañas de la propia crisis. Como el Grupo de Alto Nivel señala, nunca antes se ha visto más claramente la necesidad de un cambio de paradigma para lograr un desarrollo mundial verdaderamente sostenible.
Pero, ¿quién va a coordinar un proceso internacional para estudiar la manera de fomentar tal cambio de paradigma, y quién va a garantizar que los descubrimientos científicos conduzcan a procesos significativos de política pública?
En primer lugar, debe existir un importante esfuerzo de investigación internacional e interdisciplinario para abordar estos asuntos de manera exhaustiva; la recomendación del Grupo de Alto Nivel sobre el establecimiento de un panel científico internacional es, por lo tanto, un paso en la dirección correcta. Pero, la creación de dicho organismo llevará tiempo, y el reto es lograr, de la manera más rápida, que los mejores avances científicos estén a disposición de los diseñadores de políticas.
El Informe 2010 formulado por la Comisión para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, designada por el presidente francés Nicolás Sarkozy, hizo eco del actual consenso entre los científicos sociales sobre que medimos de manera falsa nuestras vidas al usar el PIB per cápita como estándar de comparación para evaluar el progreso. Necesitamos nuevos indicadores que nos digan si estamos destruyendo la base productiva que sostiene nuestro bienestar.
El Programa Internacional de las Dimensiones Humanas (UNU-IHDP) de la Universidad de las Naciones Unidas ya está trabajando con el objetivo de encontrar estos indicadores para su "Informe sobre la Riqueza Incluyente" (IWR, por el nombre en inglés), que propone un enfoque de sostenibilidad sobre la base del capital natural, el capital manufacturado, y el capital humano y social. El programa UNU-IHDP desarrolló el informe IWR con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente con el fin de proporcionar un análisis exhaustivo de los diferentes componentes de la riqueza en cada país, sus vínculos con el desarrollo económico y el bienestar humano, y las políticas que se basan en la gestión social de dichos activos.
El Primer IWR, que se centra en 20 países en todo el mundo, será presentado oficialmente en la próxima Conferencia de Río +20 en Rio de Janeiro. Los resultados preliminares serán presentados durante la conferencia "El planeta bajo presión" a celebrarse en Londres a finales de marzo.
El IWR representa un primer paso crucial en la transformación del paradigma económico mundial, ya que nos garantiza que obtendremos información correcta con la cual vamos a poder evaluar nuestro bienestar y desarrollo económico, como también vamos a poder evaluar, nuevamente, nuestras necesidades y objetivos. Si bien no está pensado como un indicador universal de sostenibilidad, el IWR ofrece un marco para dialogar con múltiples grupos de interés provenientes de los ámbitos sociales, ambientales y económicos.
La situación es crítica. Tal como el informe Gente resiliente en un planeta resiliente acertadamente dice, los "pequeños ajustes marginales" ya no serán suficientes; esta aseveración actúa como advertencia para aquellos que confían y creen que las tecnologías de energía renovable y la economía verde resolverán nuestros problemas. El Grupo de Alto Nivel ha revivido el llamado a un cambio profundo en el sistema económico mundial. En esta oportunidad nuestro reto es transformar las palabras en acciones.
– Lo que está en juego en Rio+20 (Project Syndicate – 10/6/12)
(Por Achim Steiner)
Nairobi.- Faltan ya unas cuantas semanas para que se celebre la Cumbre de la Tierra Río +20 y muchos especulan sobre cuántos líderes mundiales acudirán en persona y a qué tipo de acuerdos podría llegarse en los temas clave del programa: la creación de una "economía verde" y establecer "un marco internacional para el desarrollo sostenible". No es casualidad que estos elementos aparezcan uno junto al otro.
El término "economía verde" se acuñó hace años, incluso antes de la primera Cumbre de la Tierra en 1992, para crear un nuevo enfoque con el cual examinar los vínculos entre la economía y la sostenibilidad. Sin embargo, ha recibido un nuevo impulso en un mundo donde el cambio climático es ya una realidad, los precios de las materias primas se elevan día a día y recursos básicos como el aire limpio, la tierra cultivable y el agua dulce son cada vez más escasos. Un número creciente de entidades científicas, entre ellas el próximo Global Environment Outlook-5 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, confirman lo que se vislumbró en Río hace 20 años.
Es comprensible el probable nerviosismo acerca de un cambio de paradigma de quienes han invertido en un modelo económico y procesos de producción basados en los siglos XIX y XX. Pero también en algunos sectores de la sociedad civil existe inquietud por que la transición a una economía verde pueda afectar negativamente a los pobres y exponerlos a mayores riesgos y vulnerabilidades.
Otros cuestionan la eficacia de los enfoques de mercado para impulsar la sustentabilidad, ya que no pueden generar resultados óptimos en lo social y ambiental. Estos solo se pueden lograr con reglamentos, leyes e instituciones fuertes.
No podríamos estar más de acuerdo. Las crisis sistémicas de los alimentos, el combustible y las finanzas que llegaron a su punto culminante en 2008 -y que siguen ocurriendo en muchos países- se originan en un paradigma económico que no ha tomado en cuenta el valor de la naturaleza y su amplia gama de servicios que sustentan la vida. Como muestra el informe "Towards a Green Economy: Pathways to Sustainable Development and Poverty Eradication" (Hacia una economía verde: de camino al desarrollo sostenible y a la erradicación de la pobreza), recientemente publicado en inglés, la economía de mercado tal como existe en la actualidad se ha traducido en un mal uso del capital a una escala sin precedentes.
De hecho, los profundos y omnipresentes fallos del mercado -en las emisiones de carbono, la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas- están acelerando los riesgos ambientales y la escasez ecológica, y socavando el bienestar humano y la equidad social. Por eso en Río +20 el vínculo con la gobernabilidad y las instituciones es tan importante como la transición a una economía verde: los mercados son construcciones humanas que requieren reglas e instituciones para orientar no solo su dirección, sino también marcar sus límites.
Una de las preocupaciones de los críticos es que la transición hacia una economía verde básicamente monetizará la naturaleza, exponiendo los bosques, el agua dulce y las reservas de peces del mundo al afán de lucro de banqueros y comerciantes cuyos errores ayudaron a desencadenar la crisis financiera y económica de los últimos cuatro años. Pero, ¿se trata de la monetización de la naturaleza, o más bien de su valoración?
El hecho es que la naturaleza ya se está comprando y vendiendo, explotando y comercializando a precios simbólicos que no reflejan su valor real, sobre todo en términos de la subsistencia de los más pobres. En gran parte, esto da cuenta de la falta de regulación o la ausencia de mercados que no reflejan adecuadamente los valores que la naturaleza nos proporciona cada día, punto sobre el que se hizo hincapié en el proyecto Economía de los ecosistemas y biodiversidad del G-8+5, auspiciado por el PNUMA.
En un sentido muy real, en Río nos jugamos el futuro del planeta. Sin una solución real y duradera que reformule como un todo nuestro actual pensamiento económico, la escala y el ritmo de los cambios pronto podrían empujar el planeta más allá de los umbrales críticos y convertir en un sueño imposible el desarrollo sostenible en cualquier lugar del mundo. Si bien el multilateralismo es un proceso lento y a menudo fatigoso de llegar a un consenso, algunos problemas son tan grandes que trascienden cualquier país.
¿Por qué, por ejemplo, el mundo sigue un paradigma de crecimiento económico que se basa en socavar la base misma de los sistemas que sustentan la vida en la Tierra? ¿Se puede redefinir la riqueza para que también incluya el acceso a bienes y servicios básicos, incluidos los que proporciona la naturaleza gratuitamente, como el aire limpio, un clima estable y el agua dulce? ¿No es el momento de poner el desarrollo humano, la sostenibilidad ambiental y la equidad social en igualdad de condiciones con el crecimiento del PIB?
A todo nuestro alrededor, las luces de advertencia destellan en amarillo, si no en rojo. Sin embargo, sabemos que los avances tecnológicos y la innovación están generando cambios en la forma de producir energía, la manera como surgen nuevos mercados para los alimentos y el agua potable, y el modo en que los servicios ecológicos básicos se vuelven están cada vez más escasos y valorados.
Río +20 es un momento para el intercambio de conocimientos y experiencias sobre las transiciones exitosas a economías que hacen un uso más eficaz de los recursos y tienen más presente el medio ambiente. Es una oportunidad para comenzar a desarrollar en todos los niveles la capacidad de transformar nuestras economías en motores de crecimiento y empleo sin agotar nuestros recursos ni crear nuevos lastres para el crecimiento y la salud humana en los próximos años.
El reto que tenemos por delante será reconciliar la realidad económica emergente con la ética y los valores sociales necesarios para producir una economía verde equilibrada e incluyente. Eso, en palabras del Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, es un "futuro que todos queremos". Un futuro que podría abrirse paso si los líderes mundiales demuestran capacidad de decisión y definición en Río +20.
(Achim Steiner is UN Under-Secretary – General and UN Environment Program Executive Director)
– Verdes desde la base (Project Syndicate – 12/6/12)
(Por Elinor Ostrom)
Bloomington.- Hay mucho en juego en Cumbre de Río +20 de las Naciones Unidas. Muchos la consideran un "Plan A para el Planeta Tierra" y quieren que los líderes se comprometan a un acuerdo único internacional para proteger nuestro sistema de sustento de la vida, evitando así una crisis humanitaria mundial.
La falta de acción en Río sería un desastre, pero un acuerdo internacional único sería un grave error. No podemos depender de políticas globales en singular para resolver el problema de la gestión de nuestros recursos comunes: los océanos, la atmósfera, los bosques, las vías fluviales y la rica diversidad de manifestaciones naturales que se combinan para crear las condiciones adecuadas para el desarrollo de la vida, incluida la de siete mil millones de seres humanos.
Nunca habíamos tenido que lidiar con problemas de la escala que enfrenta la sociedad global interconectada de hoy. Nadie sabe a ciencia cierta lo que va a acabar por funcionar, por lo que es importante construir un sistema que pueda evolucionar y adaptarse rápidamente.
Décadas de investigación demuestran que una variedad de políticas superpuestas a niveles urbano, subnacional, nacional e internacional tiene más probabilidades de éxito que acuerdos individuales vinculantes que abarcan mucho a la vez. Un enfoque evolutivo de este tipo para la formulación de políticas genera redes esenciales de seguridad en caso de que una o más no funcione.
La buena noticia es que esta formulación evolutiva de políticas ya se está produciendo de forma orgánica. Ante la carencia de leyes nacionales e internacionales eficaces para reducir los gases de efecto invernadero, cada vez más autoridades urbanas están actuando para proteger a sus ciudadanos y economías.
Esto no tiene nada de sorprendente y, de hecho, se debería alentar.
La mayoría de las ciudades se ubican en costas, a ambas orillas de un río o en posiciones vulnerables en deltas, lo que las pone en la línea directa del ascenso del nivel del mar y las inundaciones en las próximas décadas. Adaptarse es una necesidad. Pero, puesto que las ciudades son responsables por el 70% del total mundial de gases de invernadero, es mejor atenuar el nivel de emisiones.
Cuando se trata de luchar contra el cambio climático, Estados Unidos no ha producido ningún mandato federal que exija de forma explícita o siquiera promueva metas de reducción de emisiones. Pero, para mayo del año pasado, unos 30 estados habían desarrollado sus propios planes de acción climática, y más de 900 ciudades estadounidenses han adherido al acuerdo de protección del clima de EEUU.
Esta diversidad de base en la formulación de políticas verdes tiene sentido económico. Las "ciudades sostenibles" atraen a personas creativas y cultas que quieren vivir en un ambiente sin contaminación, urbano y moderno que corresponda mejor a su estilo de vida. Esta es la raíz del crecimiento del futuro. Igual que al actualizar un teléfono móvil, cuando la gente vea los beneficios, descartará al instante los modelos antiguos.
Por supuesto, la verdadera sostenibilidad va más allá de control de la contaminación. Los urbanistas deben mirar más allá de los límites municipales y analizar los flujos de recursos, (energía, alimentos, agua y las personas) dentro y fuera de sus ciudades.
A nivel mundial, estamos viendo un heterogéneo conjunto de ciudades que interactúan de un modo que podría influir fuertemente sobre cómo ha de evolucionar todo el sistema de sustento de vida en la Tierra. Son ciudades que aprenden unas de las otras, perfeccionando las buenas ideas y desechando las malas. Los Ángeles demoró décadas en implementar controles de la polución, pero otras ciudades, como Beijing, los adoptaron rápidamente al ver los beneficios. Es posible que en las próximas décadas veamos el surgimiento de un sistema global e interconectado de ciudades sostenibles. Si tiene éxito, todo el mundo querrá unirse al club.
Fundamentalmente, este es el enfoque adecuado para la gestión del riesgo y el cambio sistémico en sistemas interconectados complejos, y para el éxito de la gestión de los recursos comunes, aunque todavía falta para que haga mella en el aumento inexorable de las emisiones mundiales de gases de invernadero.
Río +20 se celebra en un momento crucial, y sin duda es importante. Durante 20 años, el desarrollo sostenible se ha visto como un ideal hacia el cual apuntar. Sin embargo, la primera Declaración sobre el estado del planeta, publicada en el reciente mega-encuentro científico Planeta bajo presión, dejó en claro que la sostenibilidad es hoy un requisito indispensable para todo desarrollo futuro. La sostenibilidad a niveles locales y nacionales tiene que acabar por ser equivalente a la sostenibilidad global. Esta idea debe ser la piedra angular de las economías nacionales y constituir el tejido de nuestras sociedades.
El objetivo ahora debe ser situar la sostenibilidad en el ADN de nuestra sociedad mundial e interconectada. El tiempo es el recurso natural más escaso, por lo que la Cumbre de Río debe convertirse en un catalizador. Lo que necesitamos son objetivos de desarrollo sostenible universales en temas como la energía, la seguridad alimentaria, la sanidad, la planificación urbana y la erradicación de la pobreza, al tiempo que reducimos las desigualdades dentro del planeta.
Como una manera de lidiar con los problemas globales, los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU han tenido éxito donde otras iniciativas han fracasado. Aunque no todos los ODM se cumplan en la fecha prevista de 2015, podemos aprender mucho de la experiencia.
Establecer objetivos puede ayudar a superar la inercia, pero todos deben participar en ello: los países, estados, ciudades, organizaciones, empresas y personas de todos los rincones del mundo. El éxito dependerá del desarrollo de muchas políticas superpuestas para lograr los objetivos.
Contamos con una década para actuar antes de que el coste económico de las actuales soluciones viables se vuelva demasiado alto. Si no actuamos, corremos el riesgo de que se produzcan cambios catastróficos y quizá irreversibles en nuestro sistema de sustento de la vida. Nuestro objetivo principal debe ser asumir la responsabilidad planetaria de este riesgo, en lugar de poner en peligro el bienestar de las generaciones futuras.
(Elinor Ostrom, a Nobel laureate in economics, was Chief Scientific Adviser to the Planet Under Pressure conference and is Professor of Political Science and Senior Co-Research Director of the Workshop in Political Theory and Policy Analysis at Indiana University)
– La libreta de calificaciones de Río (Project Syndicate – 18/6/12)
(Por Jeffrey D. Sachs)
Nueva York.- Una de las más importantes revistas científicas del mundo, Nature, acaba de dar a conocer, a pocos días de realizarse la próxima Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20, una libreta de calificaciones sobre la implementación de los tres grandes tratados firmados en 1992 en la primera Cumbre de la Tierra de Río. Las calificaciones fueron las siguientes: Cambio climático – Reprobado, Diversidad biológica – Reprobado y Lucha contra la desertificación – Reprobado. ¿Puede todavía la humanidad evitar salir expulsada de clases?
Durante al menos una generación hemos sabido que el mundo necesita un cambio de rumbo. En lugar de alimentar la economía mundial con combustibles fósiles, tenemos que estimular un uso mucho mayor de alternativas bajas en carbono, como las energías eólica, solar y geotérmica. En lugar de cazar, pescar y talar sin tener en cuenta el impacto sobre otras especies, debemos adaptar el ritmo de nuestra producción agrícola, pesquera y forestal a las capacidades del medio ambiente. En lugar de dejar a los más vulnerables del mundo sin acceso a planificación familiar, educación y atención básica de salud, tenemos que acabar con la pobreza extrema y reducir las altas tasas de fecundidad que persisten en las zonas más pobres del planeta.
En resumen, tenemos que reconocer que con siete mil millones de personas hoy en día, y nueve mil millones a mediados de siglo, todas interconectadas en una economía global que hace un uso intensivo de la energía y las altas tecnologías, nuestra capacidad colectiva para destruir los sistemas del planeta que dan sustento a la vida ha alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, por lo general las consecuencias de nuestras acciones individuales están tan lejos de nuestra conciencia diaria que podemos ir derecho al precipicio sin ni siquiera darnos cuenta.
Cuando encendemos nuestros ordenadores y luces, no somos conscientes de las emisiones de carbono resultantes. Cuando comemos nuestras comidas, no somos conscientes de la deforestación producida por la agricultura no sostenible. Y cuando miles de millones de nuestras acciones se combinan para generar hambrunas e inundaciones, afectando a los más pobres en países propensos a las sequías como Mali y Kenia, pocos de nosotros tenemos la más vaga noción de las peligrosas trampas de la interconexión global.
Hace veinte años el mundo intentó hacer frente a estas realidades a través de tratados y el derecho internacional. Los acuerdos que surgieron en 1992 en la primera Cumbre de Río eran buenos: completos, con visión de futuro y espíritu público, y centrados en las prioridades mundiales. Y, sin embargo, no han sido capaces de salvarnos.
Permanecieron en las sombras de nuestras políticas cotidianas, nuestra imaginación y los ciclos de los medios de comunicación. Año tras año los diplomáticos partían a conferencias para ponerlos en práctica, pero los principales resultados fueron la negligencia, el retraso y rencillas sobre minucias legales. Veinte años después, apenas podemos mostrar tres bajas calificaciones.
¿Hay una manera diferente de hacerlo? El camino del derecho internacional involucra a abogados y diplomáticos, pero no a los ingenieros, científicos y líderes comunitarios que se encuentran en la primera línea del desarrollo sostenible. Está plagado de arcanos técnicos sobre la vigilancia, las obligaciones vinculantes, los países del anexo I y los que no pertenecen a ese grupo, y miles de otros legalismos, pero no ha logrado darnos el lenguaje para hablar sobre nuestra propia supervivencia.
Tenemos miles de documentos, pero no podemos hablarnos con claridad los unos a los otros. ¿Queremos salvarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos? ¿Por qué no lo dijimos en su momento?
En Rio+20 tendremos que decirlo con claridad, con decisión y de un modo que conduzca a una actitud resolutiva y activa, en lugar de llevarnos a disputas y ponernos a la defensiva. Dado que los políticos siguen a la opinión pública en lugar de guiarla, debe ser el público quien exija su propia supervivencia, no funcionarios electos que de alguna manera se supone que nos salvarán a pesar de nosotros mismos. Hay pocos héroes en política; esperar a que los políticos lo sean implicaría esperar demasiado.
Por lo tanto, el resultado más importante de Río no ha de ser un nuevo tratado, cláusula vinculante o compromiso político. Tiene que ser un llamamiento mundial a la acción. En todo el mundo se eleva el grito que pide que el desarrollo sostenible se ponga al centro del pensamiento y la acción globales, especialmente para ayudar a los jóvenes a resolver el triple desafío (bienestar económico, sostenibilidad ambiental e inclusión social) que definirá su época. Río+20 puede ayudar a que lo hagan.
En lugar de un nuevo tratado en Río +20, adoptemos un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible, u ODS, que inspiren la acción de una generación. Así como los Objetivos de Desarrollo del Milenio nos abrieron los ojos a la pobreza extrema y promovieron una acción global sin precedentes para combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria, los ODS pueden abrir los ojos de la juventud de hoy al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y los desastres de la desertificación. Todavía podemos cumplir los tres tratados de Río si ponemos a personas a la vanguardia de las iniciativas.
Los ODS para poner fin a la pobreza extrema, descarbonizar el sistema energético, aminorar el crecimiento demográfico, promover el suministro sostenible de alimentos, proteger los océanos, los bosques y las tierras secas, y corregir las desigualdades de nuestro tiempo pueden impulsar la solución de problemas equivalentes a toda una generación. Los ingenieros y expertos tecnológicos de Silicon Valley, São Paulo, Bangalore y Shanghái tienen en sus mangas ideas que pueden salvar el mundo.
Las universidades de todo el mundo albergan legiones de estudiantes y académicos dispuestos a solucionar problemas prácticos en sus comunidades y países. Las empresas, al menos las buenas, saben que no pueden prosperar y motivar a sus trabajadores y consumidores a menos que sean parte de la solución.
El mundo está listo para actuar. Río+20 puede ayudar a desatar toda una generación de acciones. Todavía hay tiempo, aunque por los mínimos, para enmendar las malas calificaciones y aprobar el examen final de la humanidad.
(Jeffrey D. Sachs is a professor at Columbia University, Director of its Earth Institute, and a special adviser to United Nations Secretary-General Ban Ki-Moon. His work focuses on economic development and international aid, was he was Director of the UN Millennium Project from 2002 to 2006. His books include The End of Poverty and Common Wealth)
– El insostenible absurdo de Río (Project Syndicate – 21/6/12)
(Por Jagdish Bhagwati)
Nueva York.- Si George Orwell viviera hoy, se sentiría irritado y después escandalizado por el cinismo con el que cada uno de los grupos de presión con dinero para tirar ha hecho suya la expresión "desarrollo sostenible". En realidad, la Conferencia Río+20 de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible versa sobre los proyectos favoritos de propios y extraños, muchos de ellos tangenciales a las más importantes cuestiones medioambientales, como, por ejemplo, el cambio climático, que fueron el legado principal de la Cumbre de la Tierra original de Río.
Así, la Organización Internacional del Trabajo y los grupos de presión sindicales se las han arreglado para incluir el de "Puestos de trabajo decorosos" entre los siete sectores prioritarios de la Conferencia de Río. A mí me encantaría que todo el mundo y en todas partes tuviera un puesto de trabajo decoroso, pero, ¿qué tiene eso que ver con el medio ambiente o la "sostenibilidad"?
Nadie debería fingir que podemos ofrecer por arte de magia puestos de trabajo decorosos al enorme número de trabajadores empobrecidos, pero con esperanzas, del sector no estructurado. Sólo se pueden crear semejantes puestos de trabajo adoptando políticas económicas apropiadas. De hecho, la tarea en verdad apremiante que afrontan muchas economías en desarrollo es la de aplicar políticas que fomenten las oportunidades económicas acelerando el crecimiento.
El asunto de la semana en Río es la "indización de la sostenibilidad" para las grandes empresas, a modo de responsabilidad social empresarial. Se está comparando semejante indización con las normas contables, pero éstas son "técnicas" y mejoran con la normalización; aquélla no lo es y debe, al contrario, reflejar la diversidad.
Naturalmente, se puede pedir a las grandes empresas que se ajusten a una lista de prohibiciones: no arrojar mercurio a los ríos, no emplear a niños para tareas peligrosas, etcétera, pero lo que practican como "prescripciones" a modo de altruismo depende sin lugar a dudas de lo que consideren virtuoso para dedicarle su dinero.
La idea de que un conjunto de activistas autonombrados, junto con algunos gobiernos y organismos internacionales, puede determinar lo que una gran empresa debe hacer a modo de responsabilidad social empresarial contradice la idea liberal de que debemos pedir que se persiga la virtud, pero no de forma particular. En un momento en el que el mundo está subrayando la importancia de la diversidad y la tolerancia, es una desfachatez proponer que las grandes empresas normalicen su idea de cómo desean fomentar el bien en el mundo.
Incluso cuando en el programa de Río+20 figura algo más propiamente "medioambiental" –por ejemplo, el abastecimiento de agua–, predominan las trivialidades. Así, ahora se va a consagrar como un "derecho" la disponibilidad de agua potable. Tradicionalmente, en las convenciones sobre los derechos humanos hemos distinguido los derechos civiles y políticos (vinculantes), como, por ejemplo, el derecho a habeas corpus, de los derechos económicos (desiderativos), porque estos últimos requieren recursos. Desdibujar esa distinción -con lo que se pasa por alto el problema de la escasez- no es una solución.
Al fin y al cabo, se puede interpretar la "disponibilidad" conforme a muchos criterios y, por tanto, con infinidad de formas: ¿cuánta agua? ¿A qué distancia de los diferentes hogares (o con tubería hasta cada una de las casas)? ¿Con qué costo? Esas decisiones tienen consecuencias diferentes para la disponibilidad de agua y deben competir, en cualquier caso, con otros "derechos" y usos de los recursos.
Así, pues, no se puede considerar, a fin de cuentas, la disponibilidad de agua propiamente un "derecho". Es más bien una "prioridad" y los países diferirán inevitablemente unos de otros en el orden con el que la apliquen.
Si bien ésos son "pecados por comisión", los "pecados por omisión" en Río+20 son aún más flagrantes. Para tratarse de una conferencia que debe abordar la "sostenibilidad", hay motivos para lamentar la falta de esfuerzos heroicos para acordar un tratado que suceda al Acuerdo de Kyoto. Si las hipótesis cataclísmicas que entraña la desatención del cambio climático son válidas -y los cálculos extremos, podrían resultar, conviene decirlo, políticamente contraproducentes, al parecer inverosímiles o, peor aún, al producir un "efecto Nerón" (si arde Roma, festejémoslo)-, se debe considerar que la falta de medidas en Río+20 es un fracaso histórico.
Pero una omisión equivalente es la debida a la insostenibilidad política cada vez mayor de nuestras sociedades, no por los problemas financieros inmediatos, como los que afligen a Europa y amenazan al mundo, sino porque los medios de comunicación modernos han vuelto visibles para todos las disparidades en las fortunas de los ricos y de los pobres. Se debe instar a los ricos a que no hagan ostentación de su riqueza: el despilfarro entre mucha pobreza provoca ira.
Entretanto, los pobres necesitan posibilidades de aumentar sus ingresos, que sólo pueden llegar mediante el acceso a la educación y las oportunidades económicas, tanto en los países pobres como en los ricos.
"Menos exceso y más acceso": sólo unas políticas basadas en ese credo garantizarán la viabilidad de nuestras sociedades y el logro de una "sostenibilidad" auténtica.
(Jagdish Bhagwati is University Professor of Law and Economics at Columbia University and a senior fellow at the Council on Foreign Relations. A renowned expert on international trade, he has served in top-level advisory positions for the World Trade Organization and the United Nations, including Economic Policy Adviser to the Director-General, GATT (1991-93), and Special Adviser to the UN on globalization. He is the author of many books, including In Defense of Globalization)
– Cumbre de Rio: ¿lugar para el optimismo? (El País – 2/7/12)
(Por Daniel Arenas, Profesor del Instituto de Innovación Social de ESADE)
Uno de los fracasos más sonados de Río+20 es la falta de medidas concretas para eliminar los subsidios de los combustibles fósiles y otras actividades claramente nocivas para el medioambiente. Existe un baile de cifras sobre esta cuestión, debido a la falta de acuerdo sobre el concepto de subsidio. Según la Agencia Internacional de la Energía, el 2010 los estados se gastaron 409 billones de dólares para bajar el precio del petróleo, el gas natural y el carbón; un gasto que subió un 36 % respecto al del año anterior. Se trata de ayudas seis veces superiores a las que reciben el biodiesel, la energía eólica y la solar, que sólo subieron un 10 % en el último año. El G20 ya había anunciado la eliminación de estos subsidios en 2009, pero los datos no mejoran.
Algunos gobiernos justifican los subsidios diciendo que su eliminación perjudicaría gravemente a los más pobres, que deberían pagar más cara la energía. En realidad, sería mejor buscar formas más directas de hacer llegar las ayudas a los que las necesiten de verdad y que sean ellos los que decidan cómo invertir el dinero. No hace falta darle más vueltas: se trata de aplicar las mismas ideas del libre mercado que tanto se defienden en otros campos para que todas las fuentes de energía puedan competir en pie de igualdad y para que exista un esfuerzo serio para reducir el consumo malbaratador.
En definitiva, los grandes perdedores de la cumbre Río+20 son las generaciones futuras, empezando por nuestros hijos, a quienes dejamos un mundo menos habitable. El otro perdedor es la idea del multilateralismo, que algunos ya dan por enterrado, como mínimo en cuanto a la protección de la biosfera. Se confirma que, comparado con la primera conferencia de Río, hoy el poder global está mejor repartido, con el inconveniente de que cada vez cuesta más llegar a acuerdos. Pero ¿ha habido ganadores? Seguramente se sienten así los representantes de países en desarrollo, como Brasil, que no quieren comprometer su crecimiento a corto plazo; los de China, alérgicos a interferencias en la soberanía; los de los Estados Unidos, en medio de una campaña electoral centrada en la inmigración, la sanidad y el paro. ¿Y los representantes europeos? Ya no pueden tirar del carro ellos solos, ni quieren poner sobre la mesa un cheque tan grande para convencer a los demás.
Vistos los pobres resultados, se puede ser cínico sobre la conveniencia de cumbres como Río+20, con el gasto y el impacto medio ambiental que conlleva movilizar unas 50.000 personas. Pero, ante este panorama desolador, no flaqueamos: en Río se han expuesto gran cantidad de experiencias esperanzadoras lideradas por la sociedad civil, las empresas, los emprendedores, las ciudades y las comunidades locales. Y se han visto multitud de colaboraciones entre estos actores para tratar temas como la deforestación provocada por el aceite de palma y promover la agricultura sostenible o el uso sostenible del agua en diferentes continentes. El dinamismo de los distintos sectores de la sociedad y la voluntad de algunos países de avanzar de forma unilateral, sin esperar que las soluciones lleguen de los grandes acuerdos intergubernamentales, son las únicas fuentes de optimismo.
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