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El mestizaje americano (página 2)

Enviado por irapavilo


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El escritor, en muy diversos ensayos y artículos, y desde diferentes perspectivas, aborda el tema del mestizaje americano para insistir en él, una y otra vez, a objeto de explicarlo en sus variadas manifestaciones, y, muy especialmente, en la cultural. Recuerda Uslar que este fenómeno, si bien no es propio ni exclusivo del nuevo continente encontrado, es, en el caso de América Latina, lo suficientemente particular, específico y, sobre todo rico, desde el punto de vista civilizatorio, y de la historia y conformación de la humanidad, puesto que en palabras del escritor: "es sobre la base de este mestizaje fecundo y poderoso donde puede afirmarse la personalidad de la América hispana, su originalidad y su tarea creadora. Con todo lo que le llega del pasado y del presente, puede la América hispana definir un nuevo tiempo, un nuevo rumbo y un nuevo lenguaje para la expresión del hombre, sin adulterar lo más constante y valioso de su ser colectivo, que es su aptitud para el mestizaje viviente y creador." (2)

Reconoce Uslar Pietri que "en cierto modo, la historia de las civilizaciones es la historia de los encuentros", y que estos grandes encuentros de pueblos diferentes por los más variados motivos fueron "los que han ocasionado los cambios, los avances creadores, los difíciles acomodamientos, las nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso histórico de todas las civilizaciones".

En coherencia con la precedente afirmación, nuestro escritor realiza una revisión del mestizaje a lo largo de la historia del mundo y del acontecer de la humanidad. Confirma que Mesopotamia, todo el Mediterráneo oriental, Creta y Grecia fueron, en su época, en los momentos cruciales de la conformación de la humanidad, zonas de encrucijadas y de encuentros para erigirse "en los grandes centros creadores e irradiadores de civilización". Enfatiza Uslar que el mayor impacto, el hecho significativo de estos encuentros de razas, lenguas, estilos de vida, dioses, concepciones del mundo y maneras de entender al semejante y de hacer las cosas, fue el mestizaje cultural. Estas civilizaciones "convivieron en pugna, resistencia y sumisión, y mezclaron las creencias, las lenguas, las visiones y las técnicas. El mestizaje penetró el Olimpo".

Roma tampoco escapa a esta circunstancia: "todas las culturas del mundo conocido trajeron su aporte a ella". En efecto, para el escritor la historia de Occidente es el más vivo muestrario, el repertorio dicente, la vitrina sinigual, en los que un mestizaje aluvional dio origen a una cultura y a una civilización asentada en la diferencia, en la disimilitud que pugna y se enfrenta para, al fin, encontrarse. Con el objetivo de encarnar el mestizaje cultural de la Europa de aquellos tiempos, de darle músculos y huesos, fisonomías reconocibles, evidencias humanas, Uslar afirma que "grandes creadores del mestizaje cultural fueron Federico II Hohenstaufen, Alfonso X de Castilla, los arquitectos del románico, los escultores del gótico, Dante, Cervantes, Shakespeare." (3) No deja de lado el escritor la saga de Carlomagno, "ese ensayo de injerto en la vida germánica de la romanidad cristiana", para ahora de manera visual ilustrarnos este mestizaje físico y cultural que se dio en la historia de Occidente, y que encuentra su mayor simbolismo paradójico cuando miramos. "…al caudillo bárbaro, con su lengua no reducida a letra, con su cohorte de jefes primitivos, coronarse emperador romano entre los latines del papa y las fórmulas palatinas del difunto imperio." (4).

España, como ningún otro espacio físico y humano, experimenta también el embate de esa fuerza implícita en el mestizaje. No escapa la Península Ibérica a los afanes de dominación, sojuzgamiento, conquista y colonización que desde los más tempranos tiempos personificaron guerreros, administradores, sacerdotes, comerciantes, en fin, hombres y mujeres provenientes de los más distintos y remotos orígenes. "Indígenas, ibéricos, cartagineses, romanos, godos, cristianos, francos, moros, judíos, contribuyeron a crear la extraordinaria personalidad de su alma compleja y poderosa" (5), expresa Uslar al referirse a los elementos étnicos y culturales que, a lo largo de la historia del hombre, se entreveraron en un espacio físico que más tarde, luego de muchas batallas y armisticios, de años de tinta y sangre, de amores impuestos y lechos consentidos, de historias propias y ajenas, pasó a llamarse España, cuyos hombres ya mezclados, tanto en genes como en creencias, fueron protagonistas y actores de reparto de una de las más esplendorosas y significativas aventuras de la historia reciente del hombre: la creación de la América Mestiza.

En apoyo a esta realidad de la mixtura étnica que se engendró y alimentó durante largos siglos en la España contemporánea, José Maria Carandell confirma que: "Pocos países hay en el mundo, tal vez ninguno, que en poca superficie reúnan una tan gran diversidad de climas, aspectos geográficos y tipos humanos, como la múltiple y hasta el siglo pasado diferente España. Aquí imprimieron su huella fenicios, griegos y cartagineses atraídos por la fabulosa riqueza de la mítica Tartesos, uno de los grandes misterios antiguos que están aún por desvelar. Después la Roma imperial, símbolo de civilización, de cultura y de normas de derecho, romanizando a Hispania, le dio su lengua y sus costumbres, su modo casi definitivo de pensar y de existir. Más tarde, cuando la decadencia del Imperio, los bárbaros del Norte, en briosa galopada, procedente de las selvas de Germania, irrumpieron en las fértiles campiñas ibéricas clavando los pendones de sus nobles y sus reyes, sembrándolas de godas dinastías, tronco genealógico de monarcas, raíz de Iberia, de la España por venir. Pero la civilización que más honda huella dejó fue la árabe. En España alcanzó su máximo esplendor. Córdoba con su califato, fue uno de los centros esplendorosos de la cultura europea. Y los judíos, que dejaron aquí de ser errantes, para convertirse en españoles distinguidos en todas las ramas de la cultura, de la economía, del saber. España, al alcanzar su plenitud, toda esta riqueza étnica la volcó en Hispanoamérica. "(6)

El mestizaje sanguíneo

Hobo, y yo vi, un lugar o villa que se llamó de la Vera – Paz,

de setenta vecinos españoles, los más de ellos hidalgos,

casados con mujeres indias de aquella tierra, que no se

podían desear persona que más hermosa fuese; y este don de

Dios, como dije, muy común y general en todas las de esta isla.

Referencia a Xaraguá en el interior de la isla de Santo Domingo.

Fray Bartolomé de Las Casas

Enfáticamente Uslar Pietri afirma que "lo verdaderamente importante y significativo fue el encuentro de hombres de distintas culturas en el sorprendente escenario de la América. Este y no otro es el hecho definidor del Nuevo Mundo." (7). Esta insistencia del escritor no implica, sin embargo, el desconocimiento u omisión del hecho sanguíneo, es decir, el mestizaje entre seres humanos provenientes de etnias diferentes: la indígena con marcados rasgos de tipo mongoloide, que era la originaría de las tierras encontradas; la caucásica que vino de Europa y la negroide que – forzada – provino del África.

De estos encuentros interraciales surge, en su momento, el término mestizo para nominar a los primeros vástagos provenientes del cruce entre blancos y aborígenes. Según la opinión de Gracilaso, el Inca: "A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombres impuestos por nuestros padres y por su significación, me llamo yo a boca llena y me honro con él."

El término mestizo es acogido, en su acepción actual, por el primer Diccionario de la Academia Española de la Lengua publicado en 1734, conocido como Diccionario de Autoridades. En efecto, en el mismo se lee: "Adj. que se aplica al animal de padre y madre de diferentes castas. Viene del latín Mixtus." Sin embargo, en criterio de Juan Bautista Olaechea, la etimología de mestizo debe buscarse más bien en el término latino tardío Mixticius. El historiador español sustenta que el término ya aparecía en los textos de San Jerónimo y de San Isidoro, y que, en francés, el vocablo métis tiene la misma connotación que en castellano.

El mestizaje como hecho extendido e incontrolable en la América Española, llevó al mismo rey Fernando el Católico a promulgar, el 14 de Enero de 1514, la siguiente disposición: "Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con naturales destos reinos o con españoles nacidos en las Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiese dado o nos fuere dada para impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, y nuestra Audiencias procuren que así se guarde y cumpla."

De esta extendida mezcla étnica emerge, desde los mismos albores de la América Hispana, una sociedad multirracial, una miscegenación que dependiendo de las circunstancias de espacio y tiempo de la conquista y la colonización, estuvo determinada por factores de diversa naturaleza y envergadura: densidad demográfica de la población indígena, estructura social aborigen, sistemas de explotación colonial más o menos desarrollados, entre otros.

para todas las regiones y cierto Este mestizaje sanguíneo, en criterio de Uslar Pietri, "tiene su innegable importancia desde el punto de vista antropológico y muy favorables aspectos desde el punto de vista político," (8) aunque tajante insiste en que: "el gran proceso creador del mestizaje americano no pudo ni puede estar limitado al mero mestizaje sanguíneo. " (9)

Este mestizaje étnico tuvo como elementos conformadores las razas o etnias ya comentadas: la blanca, la india y la negra.

Los blancos

Recordemos que la discusión sobre la denominada raza blanca, sobre el llamado hombre blanco es, al decir de Luís Moreno Gómez, "tan genérica como la que se produce alrededor de cualquier otro color para denominar a los seres humanos." En efecto, esta denominación, hace ya un tiempo dejada de lado por antropólogos y etnólogos continúa, sin embargo, siendo utilizada por aquellos que buscan establecer una diferenciación entre seres humanos de origen caucásico y de origen negro – africano.

En el caso de la Conquista y Colonización de América, teniendo en consideración los comentarios efectuados con anterioridad acerca del mestizaje ibérico, la raza blanca estuvo representada, en primer término, por españoles – originarios fundamentalmente de Al – Andalus y de Extremadura – que salieron durante los primeros años de la Empresa de Indias por los puertos de Cádiz y Sevilla, en búsqueda de una nueva ruta para dirigirse a las Indias, y se toparon súbitamente con este nuevo, desconocido y desconcertante continente, ampliando así la visión del ecumene que para chinos, árabes y europeos estaba representada exclusivamente por el viejo mundo, al que ahora habría que incorporar este Nuevo Mundo inédito, ignoto y sin nomenclatura, producto del encuentro fortuito entre dos razas, dos civilizaciones, la blanca y la indígena, a la que más tarde se añadiría la africana.

A la saga de conquista y colonización española se sumó la portuguesa y, más tarde, con el propósito de ampliar los respectivos imperios, se incorporarían ingleses y holandeses a esa aventura inconmensurable que significó la conquista de América, el real deslumbramiento (léase descubrimiento) ante un verdadero Nuevo Mundo rico en sorpresas que alimentaron, por igual, la realidad y la fantasía.

En este sentido, es inevitable concluir que la historia blanca de América comienza con la propia llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo; si bien es cierto, de acuerdo con las evidencias históricas registradas en las sagas vikingas y las arqueológicas más recientes, que hacia la parte norte del continente llegaron viajeros provenientes de la actual Escandinavia, éstos no llegaron, sin embargo, a asentarse de manera definitiva con el fin de extender o crear una nueva civilización.

En el caso de Venezuela, podemos afirmar entonces que nuestra historia blanca comienza en 1494, cuando en su tercer viaje a las Indias Occidentales, Colón se encuentra con la entonces denominada Tierra de Gracia.

Los indios

A los blancos inevitablemente se unieron, en ese indetenible proceso de entrevero racial, los habitantes originales de América, los indígenas amerindios, quienes, en pasadas épocas, llegaron al continente americano provenientes del Asia y de las Islas del Pacífico, tal como lo evidencian las investigaciones históricas, y en especial las genéticas, como la desarrollada por el Dr. Tulio Arends, quien denominó Diego a un factor sanguíneo encontrado tanto en la sangre de los indios venezolanos como en otros contingentes humanos de diversos países asiáticos.

Los aborígenes del Nuevo Mundo pertenecían a muy variadas y diversas etnias que, en algunos casos, como ocurrió básicamente con los incas y los aztecas, eran dueños de verdaderos imperios, de imponentes civilizaciones, que podían competir en pie de igualdad, en términos de organización social y política, de construcciones e infraestructura, de protocolos y riquezas, de gastronomía, con las de los europeos que contaban, empero, con una mejor preparación para la guerra, y con mejores instrumentos para el combate y la exterminación de sus semejantes.

En efecto, como lo asevera la antropóloga Erika Wagner "la extraordinaria diversidad de las culturas americanas es algo ignorado por la mayoría de la población contemporánea de América y del resto del mundo. Los nuevos pobladores que llegaron de Europa a finales del Siglo XV se encontraron con una pluralidad de organizaciones sociales, económicas y políticas, que oscilaban entre bandas de cazadores y recolectores, cazadores de enormes mamíferos, tribus costeras que subsistían de la pesca y de mamíferos marinos, sociedades tribales igualitarias, cacicazgos sofisticados, reinos e imperios. Muchas sociedades aborígenes americanas (sobre todo aquellas de la América tropical) se basaban en las nociones de comunidad, ayuda mutua y reciprocidad, y en fuertes lazos de parentesco. Eran sociedades con creencias religiosas complejas, con visiones del mundo simbólico, radicalmente distintas a las de los europeos. Y, en este sentido, estaban mal preparados para resistir el embate de una civilización altamente individualista y con una tecnología bélica superior." (10)

Recordemos entonces que a lo largo de la conquista de América, los españoles se encontraron con tres grandes áreas o civilizaciones de distinto nivel de desarrollo desde el punto de vista artístico, cultural, organizativo, urbano y científico, a saber: Área mesoamericana: comprendía gran parte del actual México, Guatemala, Honduras y parte de Nicaragua. En todas estas regiones existieron rasgos comunes y manifestaciones culturales parecidas. Entre ellos se encuentran: las pirámides escalonadas; los patios recubiertos de estuco; los juegos de pelota; el sistema numérico vigésimal y los meses de veinte días; el doble calendario solar y litúrgico (el tonalpuhalli): los ciclos de 52 años; el cultivo del cacao en casi toda el área y también del maguey con el que fabricaban papel, y una escritura jeroglífica. Área circuncaribe: su centro de actividad estaba situado en las tierras del Caribe, las Antillas, los países meridionales de Mezo América y costas del Caribe de Colombia y Venezuela. Los principales elementos culturales de esta área eran: el trabajo del oro y la tumbaga; el cultivo de la mandioca; una común ausencia de construcciones de piedra y el trabajo artesanal de la madera. Eran altamente guerreros y de carácter nómada. Área andina: se extendió a lo largo de la Cordillera de los Andes, desde Colombia hasta el Norte de Chile y Argentina. En toda la región se practicó el culto a los muertos y la conservación de cadáveres en envoltorios y las tumbas en pozos; trabajan el cobre y el bronce; su sistema numérico se asentaba en un conjunto de nudos, el quipo, dispuesto de acuerdo con reglas precisas. Cultivaban la coca, la papa, el maíz. (11)

En Venezuela, como acertadamente lo recuerda Moreno Gómez: "(…) contrariamente a lo que sucedió en Perú y en México, no hubo un imperio incaico ni azteca (…) Lo cierto es que el indio venezolano está allí desde el Génesis y toma sus diferentes nombres según sus tribus u organizaciones primitivas, organizaciones ad hoc para su entorno, sus necesidades, sus aspiraciones y su comprensión del mundo y del universo al cual pertenecen. Hablan su propio idioma, que no es siempre el mismo entre todos los grupos según las regiones donde están establecidos. Tienen sus nombres propios, los cuales resultaron ser castellanizados…" (12)

Los negros

En lo concerniente al aporte sanguíneo africano al mestizaje americano, es conveniente recordar que en los tiempos de la colonización «al indígena americano casi se le exterminó porque "su pereza, su resistencia soberbia y su pensamiento profano" no producían beneficios importantes para Europa: como consecuencia de ello se recurrió al negro africano para explotar al máximo "su fortaleza animal y su escaso valorvico"…» (13)

Por estas razones, vino a dar a América un importante contingente de negros que, en calidad de esclavos, llegaron al Nuevo Mundo para contribuir también, con su sangre primero y con su concepción del mundo después, a conformar el mestizaje americano. En este sentido, es conveniente recordar que las dos grandes procedencias del negro que llegó a América en condición de esclavo, se ubican en las regiones Sudán, al noroeste de África, y Bantú, al suroeste del mismo continente, de donde vendrían, respectivamente, los genéricamente denominados mandinga y angola.

España entra en el comercio esclavista en los tiempos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo con el deseo de aumentar sus ingresos, participando en las ganancias que deparaba la trata de negros iniciada por los navegantes portugueses, quienes trajeron, primero a Lisboa, la metrópolis, y luego a América, esclavos provenientes de las famosas Costas de Guinea, Costa de Marfil, de Malagueta, de Oro, de los esclavos, y de una que fue menos conocida: la Costa de las Buenas Gentes, cuyos habitantes "parecen haber sido los únicos que se negaron a practicar el tráfico de esclavos."(14)

En 1505, el Rey Fernando envió un pequeño número de esclavos negros a trabajar en las Minas de la Española, quienes respondieron muy bien a las exigencias de las fatigosas tareas, propiciando que, en 1510, se le encomendara a la Casa de Contratación de Sevilla el traslado de 200 nuevos negros con el objetivo de aliviarle el trabajo a los indígenas e incrementar las ganancias de la actividad minera para beneficio de la Corona Española. Después de esa fecha, sea a través de la figura de las Reales Cédulas Especiales o del Asiento de Negros, los españoles trajeron innumerables esclavos provenientes del África que se constituyeron en verdaderas Piezas de Indias.

Para que un negro del África fuese considerado Pieza de Indias y pudiese venir a América en calidad de esclavo, según el Archivo de Indias requería tener: "siete cuartas de alto, así fuesen ciegos, tuertos o tuviesen otros defectos que aminoren el valor de dichas piezas. Los negros o negras, o muchachos que no llegasen a la altura de siete cuartas, se han de medir, y reducirlo a ellas, para que esa medida se compute como Pieza de indias; de modo, que tantas piezas de indias harán cuantas siete cuartas montar en su altura". Estas Piezas de Indias, provenientes especialmente del África Occidental, se mezclaron con el propio colonizador y con los indígenas para convertirse en uno de los componentes sanguíneos de esa trilogía que dio origen al mestizaje americano.

De conformidad con estos criterios fenotípicos pasaron al Nuevo Mundo más de once millones de esclavos provenientes de diversos confines del África Negra que, en la opinión de los viejos cronistas, viajeros, negreros y religiosos, tenían las siguientes características en atención a su proveniencia étnica:

«Los Congos propiamente dichos, son negros magníficos, robustos, duros a la fatiga y, sin contradicción, son los mejores de nuestras colonias.

Los Ashanti no son propensos al trabajo de la tierra, pero son excelentes para el trabajo doméstico, fieles a sus amos.

Los Arara (Ewe), fuertes, acostumbrados al trabajo y a las grandes fatigas. Aceptaban de buena gana la esclavitud, pues habían nacido en ella.

Los Ibos, propensos al suicidio al menor castigo.

Los Lucumies (yoruba), son un pueblo orgulloso y guerrero, al principio de su esclavitud son difíciles de manejar, pero después ceden a ella.

Los Carabelies (Efis) son perezosos y descuidados.

Los Angolas, dóciles y alegres, capaces de aprender oficios mecánicos.» (15)

De acuerdo con la investigación realizada por Jesús García (16), "en Venezuela la introducción de esclavos negros mediante licencias, asientos y otras formas legales comenzó alrededor de 1530. En 1543 se menciona la introducción por el Cabo de la Vela y desde 1561 hasta 1565 por las costas Borburata. En la Guaira desembarcaron esclavos a partir de 1580 y desde allí fueron distribuidos a diversas regiones del país principalmente a la provincia de Caracas, donde se concentró gran parte de la población negra llegada a Venezuela. Igualmente, hubo una alta entrada y concentración de esclavos negros en las ciudades de San Felipe, Coro y las Costas Orientales. En la provincia de Caracas, una numerosa población de negros esclavos fue instalada en la región de Barlovento para explotar el cultivo de cacao."

Con la finalidad de aclarar con mayor precisión y en términos más contemporáneos, la relación entre sitio y etnia en el África actual, nos parece conveniente reproducir el cuadro comparativo que Jesús García ofrece en su ya citada obra África en Venezuela. Pieza de Indias. (17)

Lista de Topónimos y Etnónimos Africanos

Topónimos-región de África

Etnónimos

Angola – Angola

Mbundu, Imbangla, Congo

Mina – Ghana – Togo

Ashanti

Lucumí – Nigeria

Yoruba

Loango – Congo

Bavili

Tari – Togo

Ewe

Arara – Dahomey (Benín)

Ewe – Fon

Gelofe – Senegal

Wolof

Nakenba – Cabinda – Angola

Bayombe

Cabinda – Angola

Bayombe – Bavili – Congo

Carabalí – Nigeria

Efik – Ibibio

Congo – Congo

Congo

Matamba – Angola

Mbundu – Imbangala

Enbuyla – Congo

Congo

Nago – Nigeria

Yoruba

Esa inconmensurable e indetenible mezcla de indios, blancos y negros dio origen a veintidós castas diferentes, embriones de nuevas e infinitas mixturas, de acuerdo con uno de los cronistas del Nuevo Mundo:

De español e india, mestizo.

De mestizo y español, castizo.

De castiza y español, español.

De española y negro, mulato.

De español y mulato, morisco.

De español y morisca, albino.

De español y albino, torna atrás.

De indio y torna atrás, lobo.

De lobo e india, zambayo.

De zambayo e india, cambujo.

De cambujo y mulata, albarazado.

De albarazado y mulata, barcino.

De barcino y mulata, coyote.

De coyote e india, chamizo.

De chamizo y mestiza, coyote mestizo.

De coyote y mestizo, allí te estás.

De lobo y china, jíbaro.

De cambujo e india, zambayo.

De zambayo y loba, calpamulato.

De calpamulato y cambuja, tente en el aire.

De tente en el aire y mulata, no te entiendo.

De no te entiendo e india, torna atrás.

En referencia a las voces o denominaciones de esta prolija y particular diferenciación étnica que se derivó del entrevero racial en la América Española, Juan Bautista Olaechea señala algunas características que merecen ser tomadas en consideración, y que a continuación citamos:

  • Son voces derivadas y adaptadas en sentido traslaticio de raíces hispanas y en algunos casos de raíces indígenas, a veces de procedencia del reino animal.

  • Son denominaciones surgidas de un origen popular, no científico. Nadie pensó en raíces griegas o latinas para expresar las diferentes categorías de mezclas y precisamente por ello se advierte la falta de coincidencia morfológica confusionismo semántico.

  • La tercera característica es la copiosidad. Las posibilidades de mezcla conjugando las tres razas, india, europea y africana, son realmente amplias, y aún sin agotar del todo dichas posibilidades, se llegó a una minuciosidad analítica sorprendente. (18)

Para continuar abundando en voces y diferenciaciones, José Gumilla, por su parte, identifica, en su momento, las cuatro generaciones principales de mestizos: «de europeo e india sale mestiza (dos cuartos de cada parte), de europeo y mestiza sale cuarterona (cuarta parte de india), de cuarterona y europeo sale ochavona (octava parte de india) y de europeo y ochavona sale puchuela (enteramente blanca)…si la mestiza se casa con mestizo, la prole se llama vulgarmente "tente en el aire", porque no es ni más ni menos que sus padres, y si la mestiza se casa con indio la prole se llama "salto atrás" porque en lugar de adelantar algo, se atrasa o vuelve atrás. » (19)

Igualmente, el historiador sueco Magnus Morner da cuenta del mestizaje sanguíneo americano, traduciéndolo en castas y diferenciando: españoles, criollos, mestizos legitimados, indios, mestizos no legitimados, mulatos, negros liberados, negros esclavos, y un sinnúmero de grupos étnicos abigarrados, difíciles de ubicar en una jerarquía social que en la etapa colonial se rigidizó, contrariando la natural inclinación al encuentro y al entrevero racial que la conquista española desde sus inicios, había generado.

Para 1567, es tan significativo el mestizaje, la indetenible miscegenación, en estas tierras de menos de un siglo de descubiertas, que el Licenciado Castro, desde Las Indias, le dirige una Carta al Rey, en la que expresa el temor que le invade por este hecho racial que desbordó voluntades, prejuicios y preceptos: "Hay tantos mestizos en estos reinos, y nacen cada hora, que es menester que Vuestra Majestad mande enviar cédula que ningún mestizo ni mulato pueda traer arma alguna ni tener arcabuz en su poder, so pena de muerte, porque ésta es una gente que andando el tiempo ha de ser muy peligrosa y muy perniciosa en esta tierra…"

En el caso particular de nuestro país, en el ya citado Diccionario de Historia de Venezuela, en su Tomo 3, p.152, se constata que: "la rapidez y amplitud en la formación de la población mestiza se explican, por un lado, porque entre los españoles no existían trabas étnicas para cohabitar con personas de cualquier grupo racial y por otro, porque la conquista fue una empresa masculina en la que escasearon, por consiguiente, las mujeres blancas. El amancebamiento entre españoles e indias tuvo que ser frecuente, y de él surgieron los más importantes núcleos de mestizos venezolanos durante los siglos XVI y XVII. Este hecho comunicó a esa población la situación incómoda de un origen ilegítimo…"

Conviene recordar que nuestro mestizo por antonomasia, nuestro Garcilaso, el Inca, fue el conquistador Francisco Fajardo, hijo del español del mismo nombre y de Isabel, cacica guaiqeurí. Este mestizo hispanizado, producto del cruce de español con india, quien, además del idioma español dominaba varias lenguas amerindias, fue, a mediados del siglo XVI, uno de los protagonistas y artífices de la conquista de la zona norcentral de Venezuela.

Para la época de la independencia de España, de acuerdo con datos suministrados por Eduardo Arcila Farias, en la Provincia de Caracas el 37.8 % de la población estaba constituida por pardos, término genérico utilizado para denominar el producto racial de la mezcla de negro con blanco, mientras que los blancos, incluyendo como blancos a los mestizos hispanizados, alcanzaban sólo un cuarto de la población, el 25.6 %, el resto eran negros e indios.

El mestizaje cultural

son los hijos de indios y blancos,

tan aptos o los han graduado por blancos,

o por muy cerca de esta clase.

Francisco de Ibarra.

Arzobispo de Caracas en 1805.

La especificidad de la América Hispana proviene del mestizaje y, en especial, del cultural, enfatiza una otra y vez Uslar Pietri. En efecto, para nuestro escritor: "el hecho cultural básico de la existencia de la América Latina es la confluencia, a partir del siglo XVI, de las tres corrientes de cultura, extrañas entre sí, que allí convergen para iniciar un complejo proceso de interpretación, mezcla y adaptación. Tres corrientes de distinto volumen, fuerza y extensión. La española que es la dominante y que establece la lengua, la creencia, el tono, la dirección superior y el modelo, y luego, en grado variable según las horas y los lugares, la india y la negra." (20)

Este mestizaje, como lo hemos analizado, es el producto inicial y continuado de la mezcla de genes distintos, de las sangres diversas del blanco, del indio y del negro, pero es sobre todo, el resultado de la continua y variada fusión de "las tres culturas fundadoras que se han mezclado y se mezclan en todas las formas imaginables, desde el lenguaje y la alimentación, hasta el folklore y la creación artística. No escapa ni siquiera la religión; el catolicismo de las Indias nunca fue un mero transplante del español; en ceremonias, invocaciones y en la superstición popular se tiñó de la herencia de las otras dos culturas." (21)

Cada cultura protagónica realizó su aporte a este entrevero americano, a este mestizaje cultural. El español trajo su particular visión de un mundo en tránsito, signado por la convivencia de concepciones propias del medioevo con las frescas y renovadas ideas del Renacimiento, y también por un catolicismo fanático y militante que marcó la vida de estos hombres, dándole un sello particular de culpa, pecado, penitencia e indulgencia. Ese español era aquel viejo católico de Castilla "heredero de una larga historia del encuentro de cristianos, moros y judíos."

Aquel español que abruptamente se topa con un nuevo mundo desconocido y sin referencias, traía, sin embargo, muy dentro de sí, un cometido básico, una misión fundamental: reproducir una nueva España en las Indias que se tradujo en la creación de Nuevas Andalucías, Castillas, Cádiz, Toledos, Segovias, Extremaduras, al modo y usanza que le era propio.

En cumplimiento de este mandato inmanente, el español que llega a América intenta transplantar lo que conocía y lo que sabía hacer, arriba "con una estructura social y una concepción del mundo que venía de las más viejas fuentes del Mediterráneo. La ciudad, la casa, la familia (…) Todo lo más vetusto de Occidente llegó con ellos. Lo primero que hacían era aplicar una institución romana: establecer un cabildo, y dar un nombre del santoral católico a las nuevas tierras y las fundaciones." (22)

Al igual que los españoles, los indígenas americanos, al momento de la conquista, tuvieron también un objetivo explícito, un propósito fundamental. En efecto, aquellas razas o etnias que habían alcanzado un grado de civilización elevado, intentaron preservar sus costumbres, recuperar su autonomía, defender su existencia como pueblo, lo que suponía, inevitablemente, expulsar al conquistador español, y mantener sin alteraciones el orden social, político y económico que les era propio, antes de la llegada de esos hombres barbudos y verriondos, que, a lomo de caballo y con la palabra última de la espada y el arcabuz, intentaron a toda costa cumplir, a su vez, con su propósito conquistador: transformar a la tierra descubierta y sin nombre en una Nueva España, y a sus indios en cristianos de Castilla, en labriegos del viejo continente, totalmente incorporados a las creencias, lengua, formas de hacer las cosas y concepciones de la vida de aquella España que quedó atrás, del otro lado de la mar océano. Como bien lo expresa Uslar: "la crónica de la población recoge los fallidos esfuerzos, los desesperados fracasos de esa tentativa imposible."

El propósito indígena de volver a ser libres, de recuperar la autonomía perdida y el señorío de su destino, ahora en manos de hombres blancos, del color del sol, venidos de allende los mares, se expresa con toda intensidad y emoción en un par de textos que, desde la perspectiva de las dos mayores civilizaciones aborígenes, concretaron la frustración por la conquista y la impotencia para recuperar su espacio, su futuro, su cultura, sus creencias.

En la tragedia del Fin de Atahualpa, constatamos este dolor de los vencidos:

"Único señor, Atau Walpa;

Inca mío,

el barbudo enemigo te encadena,

para acabar con tu existencia,

para usuparte tus dominios

Inca mío,

El barbudo enemigo tiene

el corazón ansioso de oro y plata,

Inca mío…

Tocó a su fin nuestra ventura,

la desdicha está con nosotros,

se ha ensombrecido nuestro día,

no hay más que llanto en nuestros ojos.

En adelante sólo la tristeza

se impondrá en nuestros corazones

y en medio de un desierto

nuestra existencia languidecerá…"

Por su parte, en el Libro de los libros de Chilam Balam leemos:

"Llegaron los dzules los extranjeros…

Los barbudos…los hijos del sol…

¡Ay! entristezcámonos porque llegaron!

Este "Dios Verdadero" que viene del cielo,

sólo de pecado hablará,

sólo de pecado será su enseñanza

Inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastínes, bravos.

¿Cuál será el…Profeta que entienda lo que ha de ocurrir a los pueblos de Mayapán?…"

Se empeñan los conquistadores en convertir a los indios en labriegos de Castilla, sin tomar en cuenta el poder inmanente que también tenían las culturas aborígenes que, al igual que la española, poseían, en algunos casos, como la inca y la azteca, un alto nivel de desarrollo civilizatorio que en materia de arquitectura, danzas, artes, técnicas y de la propia organización del Estado era, en opinión del propio Uslar, "más eficaz, en muchos aspectos, que las guerreras e inestables monarquías europeas."

Por más que lo intentaron, los españoles tampoco pudieron someter a los indios antillanos a una dinámica laboral absolutamente ajena a su idiosincrasia, transformándolos, de un día para el otro, en trabajadores, en campesinos o labriegos a la usanza europea. Nuestros aborígenes "literalmente pertenecían a otro mundo donde no había moneda, ni salario, ni capital, ni diferencia entre ocio y labor. Eran cazadores, recolectores, cultivadores de conuco, sin faena ni horario, sin sentido de acumulación ni de ahorro."(23)

Españoles e indios se encuentran en un espacio que no era tierra baldía ni exclusivo ámbito físico deshabitado, sin contenido civilizatorio ni referencias culturales propias y diferenciadoras.

Comienza desde el momento mismo del descubrimiento de América un proceso de intercambio y de fusiones que busca, de lado y lado, entender realidades ignotas, inéditas. Se descubren ambas civilizaciones, y de ese descubrimiento mutuo surgen las diferencias, aunque también los encuentros, "el mestizaje comenzó de inmediato por la lengua, por la cocina, por las costumbres. Entraron las nuevas palabras, los nuevos alimentos, los nuevos usos", comenta nuestro escritor. En fin, como bien lo presume Uslar: "al día siguiente del descubrimiento, irremediablemente, el español no pudo seguir siendo el mismo que era, pero el indio americano tampoco. No hubo regreso para ninguno de los dos, se marcaron, se influyeron, se desnaturalizaron de un modo profundo. Este hecho ya por sí solo debía introducir un elemento de novedad y de cambio con respecto a lo que era el mundo español o a lo que había sido el mundo indígena antes de la llegada del español." (24)

Constatación contundente de esta nueva manera de ser, de ese cambio inevitable que sufre el español al encontrarse con el indio y la civilización americana, lo constituye el surgimiento, ya no de una casta o mezcla sanguínea, sino de un nuevo prototipo de ser humano, de una nueva entidad socio-cultural: el Indiano. Denominación identificadora de ese hombre que por su encuentro con la América indígena "cambió de inmediato y tan cambió que comenzó por no ser semejante a los españoles que habían quedado en España." (25)

Con la finalidad de hacer más visible esta diferencia entre el indiano, es decir, el español radicado y proveniente de América, de los españoles de la Península, Uslar señala que éstos últimos "…veían con curiosa y no pocas veces burlona extrañeza los cambios de costumbres, carácter, maneras y hasta modos de hablar de los españoles que habían vivido en América o que habían nacido en América. Surgió la imagen, no pocas veces caricatural, del Antón Pirulero, del indiano, del criollo, con sus guacamayas y sus servidores indios y negros, con su arcaica y recargada manera de hablar, con su dispendiosidad y ostentación, con su tendencia al ocio y la divagación." (26)

Indiano, pirulero, criollo, pasó entonces a llamarse ese español radicado o nacido en América, y en correspondencia, en el Nuevo Mundo se llamó chapetón, gachupín, a aquel otro español, ya no al indiano sino a aquel que venía a las tierras conquistadas por primera vez. Uno y otro eran españoles, pero, por efecto del mestizaje, no lo siguieron siendo.

Uslar Pietri insiste en que no sólo los españoles cambiaron, "los indios dejaron de ser lo que habían sido para entrar en un juego de valores distintos, con grandes dificultades de asimilación que abarcaban desde la lengua española y la religión hasta un nuevo concepto de la sociedad. Los negros, a su vez, que, después de los indígenas, constituyeron el más numeroso aflujo poblacional, trajeron con el aporte de su fuerza de trabajo muchas formas vivientes de culturas africanas, que penetraron y se extendieron con mucha fuerza y permanencia en el nuevo hecho americano." (27) Por estas razones, nuestro escritor concluye que no se trata como oficialmente se sostiene del encuentro de dos mundos, sino del "encuentro de tres situaciones humanas y culturales distintas a la de los españoles, la de los indígenas, que fue variando en la medida en que se entró en contacto con las grandes civilizaciones americanas, y la de la africana, que fue numerosa, continua y de inmensa influencia en el proceso de mestizaje cultural." (28)

Este mestizaje dual, primario, del blanco con el indio, al que después vendría a sumarse el componente africano, es ilustrado por Uslar, recurriendo, en muy diversas ocasiones, a la figura del Inca Garcilaso, y más específicamente, nuestro escritor reconstruye como ha podido ser la dinámica familiar en la casa del pequeño Gracilaso, hijo del capitán español Gracilaso de la Vega y de la princesa inca Isabel Chimpu Oello, ejemplo vivo de ese mestizaje sanguíneo que muy pronto, y en este caso, por efecto de la obra literaria del Inca Garcilaso, devino en cultural. Pero, dejemos que Uslar Pietri nos conduzca por la casa de los padres del mestizo americano por antonomasia, en aquel Cuzco conquistado por los españoles: "En un ala de la edificación estaba el capitán con sus compañeros, con sus frailes y sus escribanos, metidos en el viejo y agrietado pellejo de lo hispánico, y en la otra, opuesta, estaba la ñusta Isabel, con sus parientes incaicos, comentando en quechua el perdido esplendor de los viejos tiempos. El niño que iba a ser el Inca Garcilaso iba y venía de una a otra ala como la devanera que tejía la tela del nuevo destino." Prosigue Uslar: "Los Comentarios Reales son el conmovedor esfuerzo de toma de conciencia del hombre nuevo en la nueva situación de América (…) Un libro semejante no lo podía escribir ni un castellano puro, ni un indio puro." (29)

Parafraseando a Uslar, podríamos entonces decir que así como Dante, Cervantes o Shakespeare fueron la encarnación del mestizaje europeo, el Inca Garcilaso lo es del americano, como también lo confirma Luis Navarrete Orta, cuando sostiene que la concepción cosmogónica vertida en los Comentarios Reales "…autoriza a considerar al Inca Garcilaso no sólo como el prototipo del escritor representativo del mestizaje cultural y literario americano, sino como el autor de uno de los discursos impugnadores de mayor trascendencia y repercusión social en la cultura continental." (30)

En lo concerniente a las manifestaciones del mestizaje cultural americano, además de la referencia al carácter dual de la escritura del Inca Garcilaso, quien "cuando viaja a España y viejo escribe sus Comentarios Reales, también los compone en dos partes superadas, la de los incas y la de los españoles, y las reúne en la dedicatoria a su madre, la princesa inca bautizada en la Iglesia" (31), Uslar identifica y analiza también otras expresiones ejemplificadoras y dicentes de ese fenómeno americano incontestable que examinaremos a continuación.

El barroco americano

En América Latina el Barroco originario de Europa, a lo largo del proceso de afianzamiento cultural del continente fue adquiriendo expresiones propias y particulares tanto en el ámbito físico como en el literario. En efecto, las expresiones del Barroco americano, del Barroco de indias son originales, innovadoras e identificatorias de nuestro mestizaje cultural, tal como lo veremos a continuación.

A. El barroco arquitectónico

En este orden de ideas, nuestro escritor argumenta que "todo el llamado barroco de indias no es sino el reflejo de ese mestizaje cultural que se hace por flujo aluvional y por lento acomodamiento en tres largos siglos. Se combinaron reminiscencias y rasgos del gótico, del románico y del plateresco, dentro de la gran capacidad de absorción del barroco." (32). En total coincidencia con esta apreciación de Uslar Pietri, el Marqués de Losaya expresa: "en el barroco, la América Virreinal encuentra su más adecuada expresión arquitectónica y crea tipos de poderosa originalidad y singular belleza, que no solamente superan a lo europeo contemporáneo, sino que a veces se proyectan sobre ello para reavivar la tradición fatigada y enriquecerla con nuevas aportaciones." (33)

Recordemos que durante el Siglo XVI, comienzan a manifestarse en la arquitectura hispanoamericana características propias derivadas de la influencia de los frailes arquitectos y de la mano de obra indígena, que van distanciándola de las tendencias imperantes en la Península.

Como consecuencia de este proceso de hibridación y amalgama cultural, ya en el Siglo XVII la América Hispana había construido su propia concepción barroca, fruto del mestizaje, que acentuó lo típicamente americano, es decir, tanto lo criollo como lo prehispánico.

Excelentes representaciones del barroco americano y, en especial, de su arquitectura, elemento indiscutible de convergencia donde artistas (pintores, escultores, arquitectos) y artesanos (carpinteros, yeseros, albañiles, orfebres y decoradores, en general) concretaron esa particular visión de entender el arte y la vida que tenemos en toda la América Latina.

En México, contamos con magnificas edificaciones que encarnan esa expresión particular de nuestro mestizaje: La Catedral de México y, en especial, su portada, algunos de los Conventos de Monjas como los de San Agustín de México o el de Santa Teresa la nueva, cuyas portadas también son un ejemplo vivo del barroco de la América Hispana, la Iglesia de la Profesa de la Compañía de Jesús, Puebla de los Ángeles, las yeserias de Santo Domingo de Puebla y de Santo Domingo de Oaxaca. Todas estas obras datan del Siglo XVII, sin embargo, es durante el siglo siguiente, el XVIII, cuando se desarrolla el barroco mexicano con toda su fastuosidad para tomar el nombre de churrigueresco, derivado del apellido del arquitecto español don José de Churriguera. Este arte churrigueresco mexicano, en opinión de los estudiosos del arte hispánico como el sacerdote jesuita Fernando Arellano "refleja el ambiente total de una época y se extiende a todas las formas de la vida, a la religiosidad, a las costumbres, al vestido, a la música, a la literatura, etc.…aunque es verdad que se vincula a las manifestaciones artísticas." (34) Expresiones de este barroco renovado y enriquecido lo constituyen entre otras: La Basílica de Guadalupe, La Profesa de la Compañía de Jesús, La Iglesia de Taxco, El Sagrario de México.

En Guatemala, y particularmente, en La Antigua, considerada por el historiador Angulo (35) como la cuna de todo el arte centroamericano, ya que su historia monumental vale tanto para él como la de Florencia o Roma para el del Renacimiento, tenemos: La tercera Catedral, la Iglesia de la Merced, la Iglesia de San Francisco, el Colegio de Cristo crucificado de la Recolección, el Convento de la Concepción y la Universidad.

En Colombia, por su parte, se desarrolla también el llamado barroco neogranadino que se caracteriza a diferencia del mexicano, valga la contradicción, por su sencillez y mesura. Manifestaciones de este mestizaje en la arquitectura del Virreinato de Nueva Granada fueron El Convento de San Francisco, La Capilla del Rosario en Boyacá, Santa Clara de Tunja, La Iglesia de San Pedro en Cartagena de Indias y la Iglesia de la Compañía en Popayán.

Quito, en el actual Ecuador, tampoco escapa al barroco americano y su mejor representación, es sin duda, la Iglesia de la Compañía de Jesús, aunque también destacan otras iglesias y conventos. En el Perú, por su parte, se cuenta con el Convento de Santo Domingo, la Iglesia de San Francisco y el Convento e Iglesia de San Agustín con su célebre portada; la Iglesia de la Compañía de Jesús y de la Merced en el Cuzco, y algunas otras iglesias como la de Santo Domingo de Pomata en el Collao.

En lo concerniente a Venezuela, el barroco no afloró en toda su magnitud con obras relevantes como fue el caso de los grandes Virreinatos de Nueva España y Perú, y, en menor medida, en el de Nueva Granada. El sacerdote jesuita Arellano concluye que "Venezuela no pudo ofrecer entonces a los colonizadores las inmensas riquezas celosamente guardadas por la naturaleza para mejores tiempos. Un país aparentemente pobre no ofrecía tampoco un cuadro tan brillante y próspero como el de México y Lima. En Venezuela no abundaron las familias pudientes y linajudas capaces de levantar a sus expensas grandes iglesias y conventos. La misma Iglesia, los obispos y las órdenes religiosas, no disponían de medios suficientes para ponerse a la altura de los grandes edificios de México, Perú, Guatemala, Ecuador y Colombia. El mismo medio social, económico y religioso, hacía innecesario tamaños dispendios constructivos." (35)

Estos hechos societales fundamentales e innegables, unidos al efecto devastador de los terremotos, a las demoliciones, y a la rapiña efectuada en nuestras iglesias por expertos en el arte colonial y por otros pillos ignorantes, incidieron en que, con una que otra excepción, sólo se conserven ciertos elementos de nuestra arquitectura criolla (más que barroca) en algunas iglesias de Caracas (La Candelaria, Altagracia, Las Mercedes) y del interior del país (La Concepción del Tocuyo), y en ciertas fachadas de templos como la Catedral de Caracas.

En fin, citando una vez más a Uslar Pietri en relación con el barroco americano, con esa manifestación arquitectónica de nuestro ser híbrido: "se podría hacer el largo y ejemplar itinerario de los monumentos plásticos del mestizaje: desde la iglesia de San Vicente del Cuzco hasta el santuario de Ocotlán en México, pasando por las viejas casas de Buenos Aires, por las capillas de Ouro Preto, por las espadañas de las iglesias de aldea en Chillán, en Arequipa, en Popayán, o en Antigua (…)Todo un mundo de superstición terrígena convivía con el escueto catecismo de los misioneros." (36)

B. El barroco literario

Pero el barroco americano no tuvo su expresión exclusivamente en el ámbito arquitectónico, constructivo o decorativo, la literatura del continente, las letras americanas más contemporáneas, también han tenido una expresión del mismo signo hibrido que se concretó y desarrolló siglos atrás en catedrales, iglesias y templos a lo ancho y lo largo de la América Hispana. En efecto, de acuerdo con la opinión del investigador Alfredo Canedo recogida en artículo publicado en la WEB www.google.com: "En el bajo siglo XIX la literatura hispanoamericana, intercalada con personajes y situaciones de la Europa culta, esbozaba cierto desinterés en cuestiones sociales. Pero así como ninguna literatura se encuentra petrificada en el tiempo, el paso siguiente fue por medios barrocos de imponerse temarios sobre las "savias locales", circunstancias étnicas, sociales, económicas y climatológicas en prosa imaginaria, mítica e irónica, mezcla de pasado y presente con futuro, razón con sinrazón, fantasía con realidad, locura con lógica, mito con historia y vigilia con sueño. Así, innovadora, desafiante y desatadamente orgullosa de misterios, mitos y símbolos hispanoamericanos, estéticamente adornada con agradables metáforas, sobreabundancia de erotismo y ofuscantes signos esotéricos a fin de traer a primer plano bellas ilusiones e ironías en objetos y paisajes. Barroco en cuidado de lo hispano indígena e hispanonegroide, del mundo físico con imágenes pomposas y visuales, que en muchas ocasiones ha servido para la flexibilidad y soltura de la lengua castellana; innato carácter orgullosamente abierto a toda contaminación beneficiosa y con las mismas cualidades del discurso poético, que por no entendido así fue causa de discusión y hasta de rechazo en ámbitos de la "literatura de nuestros días. "

De esta forma, asistimos, lenta y progresivamente, a la emergencia de una literatura barroca latinoamericana, cuya máxima expresión la encontramos en la obra del escritor cubano Alejo Carpentier, quien nació en La Habana el 26 de diciembre de 1904, hijo de un arquitecto francés y de una cubana de refinada educación. Estudió los primeros años en La Habana y a la edad de doce años, se trasladó con su familia a París durante varios años, donde se inició en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. De regreso a Cuba, comenzó a estudiar arquitectura, pero no culminó la carrera. Empezó a trabajar como periodista y a militar en movimientos políticos de izquierda. Fue encarcelado y a su salida de prisión se exilió en Francia. Volvió luego a Cuba donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. Viajó por México y Haití donde se interesó por las revueltas de los esclavos del siglo XVIII. En 1945 se traslado a Caracas y no volvió a Cuba hasta 1956, año en el que se produjo el triunfo de la Revolución encabezada por Fidel Castro. Desempeñó diversos cargos diplomáticos para el gobierno revolucionario cubano, murió en 1980 en París, donde era para el momento embajador de Cuba.

La obra narrativa de Alejo Carpentier se encuentra muy influenciada por dos elementos característicos: la historia – a pesar de que sus novelas no son históricas en el sentido estricto del término – y su conocimiento y pasión por la música. De acuerdo con el crítico Joaquín Marco: "el autor cubano construye sus relatos como una búsqueda del sentido de la historia. " Esta búsqueda se manifiesta de manera diversa y significativa en las siguientes novelas de Carpentier:

  • El reino de este mundo (1949), en la que el escritor se vale de los hechos y acontecimientos acontecidos en Francia antes y después de la Revolución Francesa. La trama se desarrolla en Haití y se basa en el conflicto por la libertad entre blancos y negros, entre opresores y oprimidos.

  • El siglo de las luces (1962), considerada su mejor novela, se sustenta en la biografía del revolucionario francés Víctor Hugues, quien trajo a la Guadalupe francesa las ideas de libertad, igualdad y fraternidad así como el instrumento para hacerla posible: la guillotina.

  • Los pasos perdidos (1953), en la que Carpentier narra la historia de un personaje masculino que abandona a su esposa y a su amante para internarse en la selva en busca de la primera mujer.

  • El recurso del método (1974), novela en la cual el escritor cubano se suma a otros novelistas del continente – Roa Bastos, García Márquez, Vargas Llosa después – para darnos su peculiar visión de un ilustrado dictador latinoamericano.

  • La consagración de la primavera (1978), es un intento literario de reconstrucción histórica que tiene su inicio en medio del fragor de la Guerra Civil española y concluye con la frustrada intervención americana en Bahía de Cochinos, en Cuba.

C. El barroco musical

La música colonial americana comprende el período artístico que se desarrolló entre los siglos XVI y XIX. Musicalmente corresponde a la finalización del Renacimiento y, principalmente, al Barroco europeo. De acuerdo con los comentarios de los críticos y estudiosos de este periodo musical, muchos fueron los músicos que vinieron de Europa para instalarse en las capitales de los virreinatos españoles en América. Progresivamente se agrandó la brecha cultural existente entre los dos continentes, y, muy temprano, comenzaron a destacarse músicos americanos, criollos y aborígenes, cuyas composiciones musicales fueron escritas en sus idiomas amerindios originales, en especial en quechua y en náhuatl.

Innumerables partituras de este singular periodo musical americano se perdieron a partir de 1567, por efecto de la expulsión de los sacerdotes jesuitas del continente americano bajo dominio español. Si a este hecho, ya de por si significativo, añadimos la orden emitida para la anulación de la Compañía de Jesús en Italia por el Papa Clemente XVI, cinco años después de su expulsión de la América Española, podremos apreciar la magnitud del daño causado al patrimonio barroco americano.

El proceso de independencia de América del imperio español también tuvo su influencia negativa en la música barroca americana, en la medida en que la libertad americana se acompañó de una negación de lo ibérico y sus expresiones en América y de un acercamiento a las culturas y formas de pensar de los nuevos países hegemónicos, en especial, Francia e Inglaterra.

Solamente, muchas décadas después, luego de la Segunda Guerra Mundial fue que se comenzaron a estudiar e interpretar obras musicales de nuestro período barroco americano. De esta forma, lentamente fueron descubiertas y reestrenadas las excelentes producciones de Juan de Araujo, de Domenico Zipoli, José Antonio Nunes Garcia y tantos otros compositores barrocos de la América hispana sumidos en el olvido.

Recordemos que, en general, en toda la América española los músicos eclesiásticos se subordinaron a los obispados. Sin embargo, en América del Sur, y más específicamente en el norte argentino y en los países limítrofes (Brasil, Paraguay y Bolivia), los sacerdotes jesuitas fundaron las reducciones, donde además de los oficios y destrezas artesanales, también transmitieron la cultura europea a los nativos americanos. En estas reducciones jesuitas había tal cantidad y calidad de expresiones culturales que los historiadores de la época las comparaban con las mejores del mundo europeo.

De esta forma, el Barroco americano con sus decididas y particulares expresiones en la arquitectura, la literatura, la música, en la imaginería y en las llamadas artes menores, pasa a constituirse en el producto más dicente y significativo de nuestro mestizaje cultural, a tal punto que uno de sus más destacados estudiosos, Bernardino Bravo Lira, afirma que el Barroco es para Hispanoamérica lo que el Románico fue para Europa.

En esclarecedoras palabras del citado autor: " En la época del Barroco culmina, por así decirlo, la empresa fundacional iniciada por la conquista. En una primera fase, la conquista sentó los fundamentos de las principales nacionalidades indianas. En una segunda fase, la organización gubernativa y eclesiástica trazó los marcos territoriales e institucionales dentro de los cuales se forjó cada una de estas nacionalidades. Hasta que finalmente este proceso de surgimiento de nuevas nacionalidades alcanzó su plenitud en una tercera fase, con el despuntar de la personalidad colectiva a través de las grandes creaciones del Barroco (…) Por eso los autores y artistas de esta época son y deben ser mirados como los iniciadores de la literatura y el arte hispanoamericano." (37)

El modernismo latinoamericano

Para Uslar Pietri, el modernismo latinoamericano es la más visible muestra de combinación e impureza que caracteriza a nuestro mestizaje cultural. En efecto, según nuestro ensayista, "los hombres que dieron el paso inicial para romper con el pasado y la tradición literaria: Darío, Silva, Gutiérrez Nájera, Casal, Herrera y Reisig, Lugones, etc, pretendían romper amarras con lo hispanoamericano para incorporarse en cuerpo y alma a una cierta zona y hora de la literatura de Europa. Habían recibido noticia de los decadentistas, de los parnasianos y simbolistas franceses… Todo el decorado, todas las innovaciones métricas vinieron en ellos a yuxtaponerse sobre su impuro romanticismo americanizado, sobre sus reliquias y atisbos de la vieja poesía castellana…" (38)

Los responsables y las fechas acerca del nacimiento del modernismo varían de acuerdo con el criterio de la crítica. Para algunos, como Silva Castro, este movimiento literario se inicia con la publicación de Azul de Rubén Darío en 1886. Para otros, como Iván Schulman, el modernismo es un poco anterior al propio Rubén Darío, y se inicia alrededor de 1875 con una primera generación modernista compuesta por autores fundamentalmente prosistas, entre los que incluye a Martí, a Gutiérrez Nájera, a José Asunción Silva y a Julián del Casal.

La prosa que da inicio al modernismo se caracteriza "por un peculiar cuidado del ritmo y la musicalidad del lenguaje. Por voluntad artística se aproximará a la poesía. Por ello se cultivará, durante el período modernista, el poema en prosa o la prosa poética." (39)

La poesía modernista, por su parte, muestra los siguientes rasgos distintivos "renovación métrica, renovación en el vocabulario poético, esteticismo, exotismo, idealización del siglo XVIII, introducción de un nuevo tipo femenino, epicureismo, exaltación de la Grecia Clásica." (40)

En general, los autores y críticos coinciden en que el Modernismo, como movimiento literario, se caracterizó de acuerdo con los siguientes elementos o rasgos diferenciadores:

  • Amplia libertad creadora.

  • Sentido aristocrático del arte: rechazo de la vulgaridad.

  • Perfección formal.

  • Cosmopolitismo: el poeta se considera como ciudadano del mundo, está por encima de la realidad cotidiana.

  • Disposición intelectual hacia todo lo nuevo.

  • Correlación con otras manifestaciones artísticas y expresiones de la creación humana (aproximación de la literatura a la pintura, la música, la escultura).

  • Gusto por los temas exquisitos,  pintorescos, decorativos y exóticos: la mitología, la Grecia antigua, el Lejano Oriente, la Edad Media, entre otros.

  • Práctica del impresionismo descriptivo (descripción de las impresiones o emociones que causan las cosas y no las cosas en sí mismas).

  • Renovación de los recursos expresivos: supresión de vocablos gastados por el uso; inclusión de vocablos musicales y de uso poco frecuente; simplificación de la sintaxis; aprovechamiento y primacía de las imágenes visuales.

  • Renovación de la versificación; se le otorgó mayor flexibilidad al soneto. Se dio preferencia a la versificación irregular, el verso libre y a la libertad estrófica que dieron a la poesía variedades y expresiones desconocidas

Rubén Darío, seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento (1867 – 1916), originario de Nicaragua, se erige en el escritor modernista por antonomasia; su influencia en las letras hispanas y universales es ampliamente reconocida entre otros por Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. El poeta promueve una estética ácrata que debe traducirse en un modus vivendi, en una nueva forma de vida, expresada en un "idealismo literario, en el papel aristocrático que otorgan a las tareas intelectuales –y especialmente a las artísticas–, en su bohemia más o menos manifiesta y en la preocupación por la obra bien hecha." (41)

El carácter aluvional del mestizaje cultural americano y su capacidad para renovarse e integrar nuevas dimensiones, puede ser apreciado en toda su intensidad en la obra de Rubén Darío, quien en el prólogo a su libro Prosas Profanas, lega una excelente reflexión acerca de sus orígenes diversos y su formación plural que es la esencia su innovadora y desconcertante poesía, para influenciar significativamente el quehacer literario de comienzos del Siglo XX. El poeta se interroga y se responde acerca de su carácter mestizo y sobre sus influencias: « ¿Hay en mí sangre alguna gota de sangre de África, o de indio Chorotega o Neogranadino? Pudiere ser, a despecho de mis manos de marqués (…) El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: "Este -me dice- es el gran Don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Gracilaso, éste Quintana". Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y, el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: "¡Shakespeare! ¡Hugo…!" ( en mi interior: "¡Verlaine"! Luego, al despedirme: Abuelo, preciso es decírselo: mi esposa es de mi tierra, mi querida, de París».

Mucha razón tiene Uslar Pietri cuando afirma que "el modernismo no es un episodio aislado, su voluntad de mezcla y de incorporación aluvional sigue activa en el desarrollo de la literatura de la América Hispana". En efecto, años más tarde, Nicolás Guillén, otro poeta, bien lejos y alejado del modernismo, también expresa en su poema El apellido ese mestizaje constitutivo y fundamental al que también se refirió Darío: "Desde la escuela / y aún antes (…) Desde el alba, cuando apenas / era una brizna, yo de sueño y llanto, / desde entonces, / me dijeron mi nombre. Un santo y seña / para poder hablar con las estrellas. / Tu té llamas, te llamarás…/ Y luego me entregaron / esto que veis escrito en mi tarjeta, / esto que pongo al pie de mis poemas: / las trece letras / que llevo a cuestas por la calle, / que siempre van conmigo a todas partes. / ¿Es mi nombre, estáis ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas? / (…) / ¿Toda mi piel (debí decir), / toda mi piel viene de aquella estatua / de mármol español? (…) / ¿Estáis seguros? / ¿No hay nada más que eso que habéis escrito? / eso que habéis sellado / con un sello de cólera? / (¡OH, debí haber preguntado!) / y bien, ahora os pregunto: / ¿No veis tambores en mis ojos? / ¿No veis estos tambores densos y golpeados / con dos lágrimas secas? / ¿No tengo acaso / un abuelo nocturno / con una gran marca negra / (más negra todavía que la piel), / una gran marca hecha de un latigazo? / ¿No tengo pues / un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?/…"

Uslar nos recuerda que este mestizaje cultural aluvional y extendido también se encuentra presente en muchos otros autores de nuestra literatura: en Gallegos, Guiraldes, Rivera, Azuela; en la poesía de Gabriela Mistral, "trémula confluencia de tiempos y modos"; en el barroquismo americano de Carpentier y Asturias que se alimenta "con elementos románticos, con sabiduría surrealista y con la atracción por la magia de los pueblos primitivos". La voracidad transformadora y caótica de Neruda tiene también sus raíces en nuestro entrevero civilizatorio, al igual que Jorge Luis Borges, quien en opinión de nuestro escritor, "es el más refinado manipulador de la vocación y de los elementos de nuestro mestizaje cultural."

El realismo mágico y lo real maravilloso

Sumido en las añoranzas de una juventud privilegiada, vivida en Paris en compañía de entrañables amigos como lo fueron Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, Uslar Pietri rememora el origen del término realismo mágico aplicado a la narrativa latinoamericana, esa otra manifestación de nuestro mestizaje cultural. Sin embargo, para entender mejor lo que implica esta denominación, es menester recorrer y recordar con nuestro escritor la sorpresa que significó para el conquistador español la desmesura, la irrealidad, la fantasía implícita en esas Indias Occidentales, en este Nuevo Mundo, que, por accidente, azar, fortunas, vinieron a trastocar el imago mundi de unos europeos que tenían una concepción firme y sin sorpresas del ecumene: "América fue un hecho de extraordinaria novedad. Para advertirlo, basta leer el incrédulo asombro de los antiguos cronistas ante la desproporcionada magnitud del escenario geográfico. Frente aquel inmenso rebaño de cordilleras nevadas, ante los enormes ríos que les parecieron mares de agua dulce, ante las ilimitadas llanuras que hacían horizonte como el océano, en las impenetrables densidades selváticas en las que cabían todos los reinos de la cristiandad, se sintieron en presencia de otro mundo para el que no tenían parangón." (42)

Esta cita puede permitirnos entender con mayor propiedad el término realismo mágico, que, al decir del propio Uslar, fue acuñado por él mismo, rescatándolo "del oscuro caldo del subconsciente. Por el final de los años veinte yo había leído un breve estudio del crítico de arte alemán Franz Roh sobre la pintura postexpresionista europea, que llevaba el titulo de Realismo Mágico. Ya no me acordaba del lejano libro, pero algún oscuro mecanismo de la mente me lo hizo surgir espontáneamente en el momento en que trataba de buscar un nombre para aquella nueva forma de narrativa." (43)

De esta forma, el término realismo mágico comienza a ser utilizado por la crítica literaria para denominar una manera de narrar, una forma de transmitir una realidad real, valga la redundancia, que es en sí misma percibida, contada como si fuera mágica. Uslar asevera que en la narrativa latinoamericana, el realismo mágico "no es una fantasía superpuesta a la realidad, o sustituta de la realidad: (…) En los latinoamericanos se trataba de un realismo peculiar, no se abandonaba la realidad, no se prescindía de ella, no se la mezclaba con hechos y personificaciones mágicas, sino que se pretendía reflejar un fenómeno existente pero extraordinario…" (44)

Realismo mágico, fiel expresión de un mestizaje cultural que como se narra en la novela Cien Años de Soledad, es el producto de "un acertado empleo de diversos recursos de la literatura culta y popular y de un lenguaje intuitivo y evocador", en la opinión del ya citado Joaquín Marco.

Disfrutemos de esta expresión del mestizaje cultural en la imaginación del propio García Márquez, quien incorpora a sus Cien Años de Soledad, imágenes y parajes de una América que sorprendería por igual a los españoles de la conquista y a nuestros contemporáneos: "…Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas difusas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombres, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo…"

Con acertada razón, Uslar Pietri insiste y confirma estas imágenes de García Márquez, en las que "el mundo criollo está lleno de magia en el sentido de lo inhabitual y lo extraño. La recuperación plena de esa realidad fue el hecho fundamental que le ha dado a la literatura hispanoamericana su originalidad y el reconocimiento mundial. Por mucho tiempo no hubo nombre para designar esa nueva manera creadora, se trató, no pocas veces, de asimilarla a alguna tendencia francesa o inglesa, pero, evidentemente, era otra cosa" (el surrealismo, acotamos nosotros).

En efecto, lo que pretendieron los escritores latinoamericanos con el realismo mágico "…era completamente distinto. No querían hacer juegos insólitos con los objetos y las palabras de la tribu, sino, por el contrario, revelar, descubrir, expresar en toda su plenitud inusitada esa realidad casi desconocida y casi alucinatoria que era la de América Latina para penetrar el gran misterio creador del mestizaje cultural." (45)

En lo que se refiere a lo Real Maravilloso, la crítica literaria reconoce al escritor cubano Alejo Carpentier como el responsable de la autoría del término, el propio novelista lo expresa diafanamente en uno de sus ensayos: "Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferrière, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones imaginarias del Piranesi. Había respirado la atmósfera creada por Henri Cristophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único do Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronel Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y que en días de la Revolución Francesa —¡vivan la Razón y el Ser Supremo!—, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la ciudad encantada de los Césares. Enfocando otro aspecto de la cuestión, veríamos que, así como en Europa occidental el folklore danzario, por ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, rara es la danza colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un proceso inicíaco: tal los bailes de la santería cubana, o la prodigiosa versión negroide de la fiesta del Corpus, que aún puede verse en el pueblo de San Francisco de Yare, en Venezuela…" (46)

En una selecta y bien documentada selección de textos sobre lo real maravilloso en América, Mario Germán Romero confirma la plural y múltiple sorpresa que experimentaron los nuevos y en especial los viejos escritores , y concluye que: "entre los que vinieron a descubrir un mundo nuevo, no faltaron letrados que conocían algo de la literatura clásica, de la novela medieval (…) Creen haber visto hombres con pie de cabra, con cola, con un solo ojo en la frente (…) Sí el paisaje es edénico, la fauna y la flora guardan la debida proporción con el medio ambiente: Animales con rostro de hombre, sapos del tamaño de una silla, gotas de agua que crían sapos y que en otras partes se convierten en pulgas; árboles que también son animales: hojas que caminan, flores que se transforman en mariposas, son apenas una muestra de ese mundo maravilloso que no acaban de admirar. "(47)

En fin, no creemos que en relación con este inagotable tema del realismo mágico o de lo real maravilloso haya algo más que decir en adición a los hechos y realidades que otros hombres de diferentes siglos y circunstancias escribieron, narraron y contaron, creyendo haberlos visto con ojos distintos a los de la imaginación.

El sincretismo religioso

A ese inmenso, complejo e indetenible crisol en el que se fraguó el mestizaje latinoamericano, cada raza además de aportar su fenotipia, sus genes, su sangre, incorporó también su particular cosmogonía, su especial cosmovisión, sus peculiares creencias y expresiones religiosas, las que mezcladas, produjeron renovadas concepciones religiosas, nuevas visiones para entender al mundo, a Dios y a los semejantes. De esta forma, el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir, el producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes, puede también ser considerado como una de las manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje cultural.

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