Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones y en cuatro carabelas, se encontraron con otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender, difundir y catequizar. Como lo expresa el propio Uslar: "más allá de las realidades físicas, de las armas, de los caballos, el arte de la guerra y la viruela, estaba el choque de los espíritus. Lo que se abre de inmediato es el conflicto religioso que todo lo va a dominar y determinar. No la guerra de los hombres, que podía encontrar muchas formas de acomodo, sino la guerra de los dioses que no admite tregua." (48)
Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores trajeron en sus navíos, pero sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.
En efecto, como bien lo subraya Uslar, refiriéndose a la conquista de México: "apenas asegurada la dominación militar llega la otra expedición, la más ambiciosa y temeraria, la de los doce frailes franciscanos que van acometer la impensable tarea de hacer cristiano el imperio de Moctezuma. Los atónitos aztecas vieron a Cortés, en medio de todo su aparato conquistador victorioso, ponerse de rodillas para recibir a los doce pobrecitos de Cristo." (49)
Mientras los soldados conquistadores derribaban los templos paganos, y se procedía a construir sobre sus bases y paredes las primeras Iglesias del Nuevo Mundo, los frailes se dedicaban a efectuar la tarea evangelizadora. Pedro Borges realizó una sistematización de los procedimientos misionales utilizados en el Nuevo Mundo, distinguiendo: "1) los métodos propedéuticos, tendentes a preparar al futuro cristiano para la asimilación de los contenidos doctrinales. Aquí, el misionero partía de un estudio de la cultura y la psicología de los hombres a evangelizar con el fin de seleccionar los métodos. Paralelamente se trataba de conquistar su benevolencia (…) El siguiente paso solía consistir en una presentación del cristianismo como religión de elevado contenido moral y de ritual fastuoso o pleno de sentido, aprovechando en esta tarea la similitud con las propias creencias autóctonas. Esta fase implicaba una modelación individual y familiar del indio y facilitaba la integración en los esquemas sociales impuestos por los españoles. 2) los métodos persuasivos atacaban frontalmente, desde el punto de vista doctrinal las idolatrías y aludían ya al cristianismo como religión salvífica. El misionero solía ayudarse de procedimientos verticales o de autoridad que comenzaban por su propio ejemplo de vida y concluía en un cuidado extremo en el adoctrinamiento de los caciques y sus familias. "(50)
Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular.
Como lo aprecia Uslar: "desde ese momento quedaba abierto el camino para que Juan Diego tropezará un día con la Virgen de Guadalupe, con aquella María Tonantzin que reunía en su seno la fuerza creadora de las viejas creencias para servir de base a una nueva realidad espiritual. "(51) Recordemos que en la cultura azteca existía una estrechísima relación entre las diosas madres. La deidad femenina Tonantzin designaba a la gran diosa Madre-Tierra: Coatlicue o Cihuacóatl. Esta diosa autóctona era venerada en un santuario ubicado en Tepayac, al norte de ciudad de México. Muy pronto, los franciscanos decidieron suplantar ese santuario pagano por una ermita cristiana, dedicada ahora a la adoración de una virgen católica, la de Guadalupe de Extremadura, en cuya devoción militaba el propio Hernán Cortés. Virgen de Guadalupe que, sin embargo, lo que hizo fue complementar el arraigado y no extinto culto indígena a la madre tierra: Tonantzin, generando, en una ignorada complicidad, una religiosidad mixta, híbrida, sincrética.
Este sincretismo religioso se enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Uslar confirma que "en menos de un siglo los españoles, los indígenas y los africanos se hacen hermanos en Cristo y descendientes espirituales, de Abraham, de Moisés y de los Padres de la Iglesia".
Los africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes cristianos y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país Yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada, interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.
Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y proveniencia que luego tendrán una misma y única significación. En este sentido, Jesús García (52) nos recuerda que "en América, Shangó legitimó su jerarquía en las diferentes regiones donde fue introducido. Lo mismo harían Ochum, Ochosi, Yemayá, Obatalá, y otros Orishas que llegaron dispersos desde los diferentes pueblos yoruba y aquí en América lograrían articularse y ganar esa coherencia jerárquica con las mismas características ancestrales". García nos ofrece, igualmente, un cuadro comparativo que muestra como en tres países de América (Brasil, Cuba y Trinidad), lograron sobrevivir y permanecer algunos de los orishas que los africanos trajeron consigo para concretar su aporte indiscutible al sincretismo religioso americano.
Países | Nombre de los Orishas | Características del Orisha | |
Brasil Cuba Trinidad | Shangó | Dios del trueno, los tambores y la sexualidad | |
Brasil Cuba Trinidad | Oshum | Divinidad de las aguas dulces | |
Brasil Cuba Trinidad | Ogum | Hermano de Shangó, dios del hierro y de la guerra | |
Brasil Cuba Trinidad | Obatalá | Dios de los cielos | |
Brasil Cuba Trinidad | Yemayá | Divinidad del mar | |
Brasil Cuba Trinidad | Ochosi | Dios de la cacería |
Estos orishas habitaron junto con sus adoradores africanos en las cofradías, cabildos y sociedades de ayuda mutua que existían en las grandes plantaciones de caña de azúcar, especialmente en Cuba y Brasil. De conformidad con Tabaré Güerere: "estas agrupaciones servían para mantener los ritos, los cantos y danzas que desde antaño implicaban sus creencias religiosas. Estos cabildos mantenían una organización social parecida a la de la corona, con un rey, una reina y toda una corte donde se incluían a los ahijados de los dueños de casa. Con la llegada del nuevo orden, producto de la independencia, los negros terminaron agrupándose en "Casas de Santo"…En estas "Casas de Santo" mantenían un altar con los santos católicos representativos de las deidades africanas, adornado con flores y con vasijas hechas de arcilla, donde colocaban los objetos y figuras que pudieran tener algún significado para los dioses africanos, hecho necesario debido a la prohibición expresa de practicar ritos religiosos diferentes a los cristianos." (53)
Como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.
Fruto de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en América se construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido alcance y renovado vigor como lo son: la Santería afrocubana, la Macumba también denominada Camdomblé afobrasileña, el Vudú haitiano y otras expresiones de menor impacto que se practican en diferentes países del continente y del caribe.
En lo concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que "en Venezuela tampoco se constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y Brasil. En primer, lugar conviene señalar que nuestro país no recibió emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a efectuarse, ya Venezuela había abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más evidentes son bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro." (54)
Sincretismo religioso peculiar, deslumbrante, sorprendente, sin igual, manifestación privilegiada de un mestizaje latinoamericano que tampoco escapó, que no pudo escapar, del más terrible y genuino de los conflictos desarrollados por el hombre: el de sus dioses.
Los mitos americanos
El descubrimiento de América, el encuentro entre hombres y civilizaciones disímiles que se mezclaron física y culturalmente en el espacio geográfico del Nuevo Mundo, replanteó mitos preexistentes en el imaginario de unos hombres renacentistas que vieron a América "más con la imaginación que con los ojos, y aún más que ver, lo que hicieron fue proyectar las visiones que llevaban dentro de ellos, heredadas de una historia en la que no existía América. "(55)
A. La Edad de Oro
Durante muchos siglos, el mito de la Edad de Oro estuvo presente, y sigue estando, en la imaginación de aquellos soñadores – pensadores y políticos, incluyendo a más de un presidente latinoamericano – que pretenden volver a una época de bonanza, inocencia, desprendimiento, de abundancia, de ocio, de convivencia pura en el seno de una naturaleza exuberante y al alcance de la mano.
Edad de Oro contrapuesta la Edad de Hierro, en la que el hombre, según el poeta griego Hesíodo, vive en medio de trabajos, miserias y amarguras que le prodigan los dioses. Por el contrario, de acuerdo con el poeta, en la incomparable Edad de Oro, bajo el reinado de Cronos, los hombres "vivían como dioses, libre el corazón de cuidados. No conocían el trabajo ni el dolor ni la cruel vejez. Juveniles de cuerpo, se solazaban en festines, lejos de todo mal, y morían como se duerme. Poseían todos los bienes. La tierra fecunda producía por sí sola abundantes, generosas cosechas, y ellos, jubilosos y pacíficos, vivían en sus campos en medio de bienes sin cuento." (56)
La misma fascinación expresa el poeta latino Ovidio en relación con la Edad de Oro, cuando escribe que en ella "reinaba una eterna primavera, el céfiro apacible acariciaba con tibio aliento a las flores nacidas sin necesidad de semilla…corrían ríos de leche, ríos de néctar o de rubia miel caída, gota a gota, de la verde encina." (57).
La carta que Cristóbal Colón envía a Luis de Santángel aviva, sin ninguna duda, el mito de la Edad de Oro, y remueve la imaginación de unos europeos que se enfrentan, con el descubrimiento de América, a una realidad que dista muy poco de la contada y cantada por los poetas de la antigüedad clásica. Refiriéndose a la isla que el propio Colón denominó La Española, éste le cuenta a Santángel que esta ínsula "…es maravilla; las sierras y montañas y las vegas y las campiñas y las sierras tan fermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas y yerbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana, en esta hay muchas especerías y grandes minas de oro y otros metales…"
Y por si fueran pocas ya la sorpresa y la estupefacción narradas en la carta comentada, Colón se presenta ante sus majestades los Reyes Católicos con "riquezas y hombres de nueva forma" al decir del historiador de las Indias Francisco López de Gómara. El Almirante, recién desembarcado en el Puerto de Palos, de regreso de ese viaje que cambió el imago mundi dominante y la visión que se tenía de la humanidad, le lleva entonces como presentes a sus majestades, gentes, animales, verduras, frutos, desconocidos y sin nomenclatura. De esta forma, "presentó a los Reyes el oro y cosas que traían del otro mundo; y ellos y cuantos estaban delante se maravillaron mucho de ver que todo aquello, excepto el oro, era nuevo como la tierra donde nacía.
Elogiaron los papagayos por ser de muy hermosos colores: unos, muy verdes, otros muy colorados, otros amarillos, con treinta pintas de diversos colores; y pocos de ellos se parecían a los que de otras partes se traen. Las hutías o conejos eran pequeñitos, con orejas y cola de ratón, y de color gris. Probaron el ají, especia de los indios, que les quemó la lengua, y las batatas que son raíces dulces, y los gallipavos, que son mejores que pavos y gallinas. Se maravillaron de que no había trigo allá, sino que todos comiesen pan de aquel maíz. Lo que más miraron que los hombres que llevaban zarcillos de oro en las orejas y en la nariz, y que no fuesen blancos, ni negros, ni morenos, sino ictericiados o membrillos cocidos…Estuvieron los reyes muy atentos a la relación que de palabra hizo Cristóbal Colón, maravillándose de oír que los indios no tenían vestidos, ni letras, ni moneda, ni trigo, ni vino, ni animal ninguno mayor que el perro, ni navíos grandes, sino canoas, que son una especie de artesas, hechas de una pieza…" (58)
La Edad de Oro es la referencia, mítica y ancestral, interiorizada y entronizada en la imaginación de los hombres de la época del descubrimiento de América, que inmediatamente le viene a la mente a los cronistas y comentadores de la hazaña de Colón. Pedro Mártir de Anglería escribe, sobre la base de las experiencias vividas y las referencias contadas por el almirante genovés, sus célebres Décadas del Nuevo Mundo, donde además de acuñar el término Nuevo Mundo para estas tierras inéditas e ignotas, cuando se refiere a los indígenas «le viene espontáneamente la metáfora humanística: "para ellos es la Edad de Oro". Se ha encontrado "margarita, aromas y oro". Así se conforma la primera imagen de tierras nunca vistas, gentes que viven en la Edad de Oro y sus inmensas riquezas.» (59)
El mito de la Edad de Oro se vio complementado en la concepción de la vida, en la cosmovisión que se tenía del mundo y de la humanidad para el momento del descubrimiento de América con otro mito: el milenarismo, que vino también a reforzar esta visión idílica, de un mundo feliz y sin complicaciones, de un paraíso en la tierra, que el propio mito de la Edad de Oro había legado desde la antigüedad clásica. El milenarismo, conocido también como quiliasmo o quiliasta, difundido desde los inicios mismos del cristianismo, sostenía que Cristo Redentor estaba próximo a regresar – la segunda venida, la llamada parusía – para liberar definitivamente al hombre del pecado y, en recompensa a la lealtad y devoción de sus fieles, ofrecerles la inmortalidad y la gloria eterna.
El milenarismo se alimentó fundamentalmente de las profecías de los apóstoles y, en especial de la contenida en el Apocalipsis (20, 4-6): "Vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano: revivieron y reinaron con Cristo mil años. Es la primera resurrección… Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección… serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años".
El mito milenarista vino a sumarse al ancestral anhelo del hombre "por alcanzar la felicidad, y regadas por las más floridas fantasías y los más variados caprichos se ha alimentado el sueño milenarista desde los comienzos del cristianismo hasta nuestros días." (60)
Uslar Pietri está convencido de que esta visión paradisíaca que los europeos tuvieron de los parajes y de los pobladores de América, de su idiosincrasia y modus vivendi, de una Edad de Oro confirmable, de un milenarismo en ejecución, influyó de manera decisiva en la creación de la utopía. Podríamos decir entonces que la utopía es también americana. Nuestro escritor afirma que con la llegada de Colón a América y con la descripción de lo que para su sorpresa vio y encontró: "es la primera vez que aparece la idea de felicidad asociada a la sociedad humana. ¿No pensaban los europeos que el fin del hombre en la tierra era la felicidad? La Iglesia les había enseñado, desde muchos siglos, que esto era el valle de lágrimas. Por lo tanto, aquí no había que esperar felicidad alguna; la felicidad estaba en el otro mundo. Pero esa visión de que había felicidad aquí en la tierra, esa visión la da la Carta de Colón; y esa carta de Colón no cae en oídos sordos. Esa carta de Colón la recoge Tomás Moro y fabrica la Utopía."(61)
El libro De la mejor condición de una República y de la nueva isla de Utopía, Verdadero librillo de oro, tan provechoso como entretenido, que después vendría a conocerse simple y llanamente como Utopía, fue escrito por Tomás Moro, abogado, Canciller de Inglaterra, mártir y santo de la Iglesia Católica, en 1516, en latín y fue impreso en Lovaina. Utopía, es decir, no hay tal lugar, era una isla gobernada por una república honesta, sin vicios, respetuosa de los derechos de los habitantes y muy próspera. Moro juega con los nombres de los sitios y los personajes de su isla, y los denomina con términos que significan todo lo contrario. Así si Utopía es no hay tal lugar, su capital es Amauroto, ciudad entre nieblas, ubicada a orillas del Río Anidro, río sin agua, gobernada por Ademo, príncipe sin pueblo, y las maravillas y bondades de esta República utópica son narradas prolijamente por un viajero incansable llamado Hitlodeo, un profesor en tonterías, un experto en necedades.
La Utopía de Moro es la concreción de un mundo ideal y feliz, es una crítica a los desmanes de los gobernantes y los poderosos, pero, sobre todo, es una visión plausible de lo posible, de una sociedad sin egoísmos ni mezquindades, de hombres puros, francos y generosos como los que Colón encontró y describió: "son tanto sin engaño, y tan liberales de lo que tienen que no lo creería sino el que lo viera", es decir, buenos salvajes.
Uslar Pietri afirma que así como la utopía es originaria de América, y forma parte de una visión idílica de la sociedad que desciende directamente de la Edad de Oro, del Paraíso Terrenal, del Reino Mesiánico, del Reino Milenario y de la República de Platón, el mito del buen salvaje también es del Nuevo Mundo. En efecto, nuestro escritor sostiene que el mito del buen salvaje es americano, y "de ese mito nace todo el pensamiento revolucionario europeo, porque de inmediato, de esa actitud crítica que parte de la utopía de Moro, del pensamiento de Montaigne, van a tomar los pensadores racionalistas del siglo XVIII una idea de la injusticia de la sociedad europea, del estado natural del hombre que es un estado de bondad…" (62)
Pero así como el encuentro entre dos mundos ayuda en un primer momento a reforzar, reformular, remozar y hacer surgir nuevos mitos, cosmogonías e ideologías en el viejo continente, el mestizaje cultural también genera luego mitos específicos, mitos propios, americanos, que nacen, esta vez, del encuentro de dos mundos, de dos civilizaciones que se entrecruzan y se recrean.
En este sentido, y para entender mejor el carácter movilizador y energizante de los mitos que surgen del contacto entre indios y españoles, de dos cosmovisiones que fueron capaces de hacer emerger una nueva mitología, es conveniente recordar que las motivaciones de los conquistadores de América, segundones de la nobleza, hidalgos y hombres del común, a pesar de ser variadas (ideología caballeresca, fama, oro, conquista espiritual y aventura), privilegiaban, sin embargo, en un grado sumo, la riqueza que alimentaba y sustentaba la fama individual, tan requerida y necesitada por efectos de la concepción de éxito personal, propia de la ideología caballeresca de la baja Edad Media. Además, esta riqueza "no suponía sólo oro, sino en mucho mayor grado, posesión de tierras y de brazos para trabajarlas." (63).
Nutridos por esta necesidad de riquezas, expresada no sólo en términos de la tierra y sus labriegos, sino también en los nuevos valores de una emergente sociedad mercantilista: el oro, la plata y las piedras preciosas, los españoles hacen muy pronto suyas leyendas, narraciones y fábulas de los indios del Nuevo Mundo y las transforman rápidamente, y en toda la expresión de la palabra, en verdaderos mitos americanos.
De esta forma, nacen, crecen, se consolidan, se convierten en espuelas de la voluntad y la imaginación de los conquistadores españoles mitos como: las siete ciudades de Cibola, Las Amazonas o el Dorado. Diferentes cronistas e historiadoras de Indias los recogen, demostrando la vigencia, el poder y la influencia que estos mitos tuvieron y representaron en el imaginario que el mestizaje cultural propició y conformó.
B. Las Siete Ciudades de Cíbola
Francisco López de Gómara en su Historia General de las Indias, refiriéndose al mito de las Siete Ciudades de Cibola narra que "Fray Marcos de Niza é otro fraile franciscano entraron por Culhuacán el año de 38. Fray Marcos solamente, ca enfermó su compañero, siguió con guías y lenguas el camino del sol, por más calor y no alejarse de la mar, y anduvo en muchos días trescientas leguas de tierra, hasta llegar á Sibola. Volvió diciendo maravillas de siete ciudades de Sibola, y que no tenía cabo aquella tierra, y que cuanto más al poniente se extendía, tanto más poblada y rica de oro, turquesa, y ganados de lana era…" (64)
C. Las Amazonas
El ancestral mito de Las Amazonas cobra también nueva vigencia en tierras americanas. Recordemos que en la novela de caballería Sergas del Esplandían, el hijo del Amadis de Gaula intenta conquistar el reino de las amazonas que se encontraba ubicado en una isla sin parangón; la reina se llamaba Calafia y el país que gobernaba esta majestad guerrera se denominaba California.
Esta referencia fuertemente arraigada en la cosmovisión que poseían los españoles que vinieron al Nuevo Mundo, se ve reforzada por los comentarios y narraciones de los indios, quienes, tal como lo recoge Agustín de Zarate en su Historia y Descubrimiento del Perú. (65) "…dijeron a los españoles que cincuenta leguas más adelante hay entre dos ríos una gran provincia poblada de mujeres, que no consienten hombres consigo más del tiempo conveniente a la generación. La Reina dellas se llama Gabolmilla, que en su lengua quiere decir cielo de oro, porque en aquella tierra diz que se cría gran cantidad de oro."
Refiriéndose a la obsesión que tuvieron los españoles por conquistar esta isla y las amazonas y adueñarse de su oro, Uslar sostiene que: "ya Colón creyó haber pasado cerca de su isla en alguna de las Antillas menores, Pedro Mártir hace referencia a ella en sus Décadas. Más tarde, según el testimonio de Pigaferra, Magallanes buscó su isla en la inmensidad del Pacífico. Probablemente es Cortés el primero que concibe seriamente, como lo confirman sus Cartas de Relación, la posibilidad de hallar la fabulosa isla en alguna parte de la costa occidental de México. Basta leer a Bernal Díaz para advertir la constante presencia de la mitología caballeresca en la imaginación…Más tarde enviará un destacamento a buscar en el confín occidental del nuevo país la legendaria isla. Cuando su capitán, Juan Rodríguez Carrillo, avizora por primera vez la costa de lo que hoy llamamos Baja California y la toma por una isla, la nombra naturalmente California." (66).
Recordemos las palabras de Colón sobre Las Amazonas, en su Diario del primer viaje: "Estos son aquellos que tratan con las mugeres de Martinino, que es la primera isla partiendo de España para las Indias que se falla, en la cual no ay hombre ninguno. Ellas no usan exercisio femenil, salvo arcos y frechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobigan con launes de alambre, de que tienen mucho. "
Otra repercusión del mito de las amazonas en tierras americanas, lo constituye la aventura de Orellana, quien desatendiendo las órdenes de Pizarro se aventuró por su cuenta a recorrer, sin destino conocido, el que ahora sabemos es el más grande río del planeta. Orellana navega dos mil leguas a través de selvas vírgenes, para al final llegar a la costa opuesta, al Océano, y embarcarse para España. Temeroso de las represalias a que pudiese hacerse acreedor por su decisión inconsulta y por su desobediencia, Orellana adorna, con elementos reales y con muchos otros que guardaba en su imaginación caballeresca, el mito de las amazonas. Así cuenta que en su travesía fluvial se topó con un ejército de jóvenes vírgenes desnudas, combatiéndolas tal como tiempo atrás lo hicieron Hércules, Aquiles y Teseo. Fruto de esta desobediencia y de la imaginación de Orellana, el gran río, ese inmenso mar de agua dulce que atravesó de costa a costa, se conoce con el nombre de Amazonas.
D. El mito de El Dorado
Pero ningún mito despierta tanto la imaginación, moviliza la voluntad y enciende la codicia por el oro del conquistador español como El Dorado. En efecto, a partir de 1540 comienza a difundirse entre los españoles de América una leyenda, según la cual en algún lugar del Nuevo Mundo existía un país llamado Manoa, la arena, los caminos y los techos de sus casas eran de oro y de piedras preciosas. El propio rey, en lugar de usar otro tipo de vestidura cubría su cuerpo diariamente con fino polvo de oro.
Manoa era el Cipango, la otra ciudad de oro que Marco Polo narró en sus memorias y que Cristóbal Colón salió a buscar por una ruta, distinta a la utilizada por el mercader por excelencia, encontrándose con unas Indias que no eran las que buscaba, aunque creyó ciertamente haberse topado con ellas. López de Gómara recoge la alegría de Colón, quien cuando llega por primera vez al Nuevo Mundo preguntando si estaban en Cipango, recibe la confirmación por parte de los aborígenes isleños que le dijeron que sí que estaba en Cibao, cuya similitud fonética ayudó aún más a convencer al almirante de que había efectivamente llegado a Cipango, a las Indias, por una ruta totalmente novedosa.
Los indios con sus leyendas y los cronistas de Indias con sus narraciones ayudan a darle forma a este nuevo mito americano. Fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales (67) da cuenta, refiriéndose a lo que ocurría en el Perú, que "luego que el Zipa moría, los jeques le sacaban las entrañas y llenaban las cavidades con resina derretida; introducían después el cadáver en grueso tronco de palma hueca, forrado en planchas de oro por adentro y por fuera y lo llevaban secretamente a sepultar…", estas prácticas rituales han despertado. "…la codicia de nuestros españoles, hallando donde nunca se imaginará, grandes y crecidos tesoros en estas sepulturas…"
Durante la conquista del Perú, al lugarteniente de Pizarro, Sebastián Belalcázar, un indio le confía que a 500 o 600 leguas al norte, existe una ciudad llamada Quito, llena de riquezas sin comparación, un verdadero Dorado donde el oro y las piedras preciosas brillaban por doquier y un cacique bañado en oro las arrojaba una vez al año a una laguna sagrada. Aprovechando que Pizarro marchaba sobre el Cuzco, Belalcázar se dirige al norte, llega a Quito sin conseguir el ansiado Dorado y continúa su marcha más hacia el Norte, para toparse, increíblemente, en la sabana de Bogotá con otras dos expediciones organizadas por otros buscadores del mito de El Dorado: la que venía del norte con Jiménez de Quezada al frente, y la que provenía del noreste con el gobernador alemán Ambrosio Alfínger.
Durante más de tres siglos, la búsqueda de El Dorado ocupó la atención y movilizó el esfuerzo de miles de seres deseosos de alcanzar aquel país que sólo existía en la imaginación de unos hombres que entremezclaron cuerpos y leyendas, genes y fábulas, para realizar su aporte al repertorio de mitos, de países legendario de la humanidad. Estos recreados y nuevos mitos son, en opinión de Uslar Pietri: "toda una secuencia de imágenes inverosímiles que deforman una realidad y se superponen a ella, mezclándose y combinándose de las más inesperadas maneras. Desde las imágenes del Génesis y de Hesíodo, desde la fuente de la juventud y las amazonas hasta la visión de la utopía."(68)
La gastronomía americana
Con particular agudeza Uslar Pietri afirma que "ese significado histórico de lo que se come no ha desaparecido de nuestras modernas cocinas: Junto a los relucientes aparatos andan los invisibles ángeles del pasado. En la comida de un día en cualquier casa de Caracas es posible hallar concentrada la historia de varios siglos." (69) En efecto, para el escritor, una de las mejores formas de apreciar el mestizaje cultural es nuestra comida, esa gastronomía híbrida, esos platillos que surgieron del cruce de ingredientes, sazones, aromas, sabores, en los que se mezcló "la expansión del Islam, la romanización de Europa, el descubrimiento de América".
La sorpresa de los españoles al toparse fortuitamente con el Nuevo Mundo se manifestó de maneras diversas, pero en especial, se expresó en el verdadero descubrimiento de inusitados tubérculos, de desconocidos frutos, de inéditos ingredientes, de insospechados animales, utilizados por nuestros indígenas para satisfacer sus necesidades alimenticias, y que distaban mucho de parecerse a aquellos que le daban forma y definición a las viandas y platos que los españoles estaban acostumbrados a degustar.
Para esos españoles del descubrimiento, asombrados, desconcertados, estupefactos ante el hallazgo de este Nuevo Mundo, como bien lo expresa Uslar: "la sensibilidad para lo americano, acaso, empezó a hacerse por la boca".
Los tradicionales cocidos, el cordero asado, las costillas de cerdo, la gallina guisada, los filetes de ternera, el besugo, las judías, el pan de trigo, se ven ahora, acompañados, cuando no sustituidos, por el casabe, la arepa, la papa, la batata, el chocolate, el tomate, por los, como ratones, conejos americanos, por peces de inédito sabor y desconocido nombre: lisa, pargo, jurel. Pero muy pronto, lo que fue suma, añadido, sustitución, incorporación, importación, se mezcló, se hibridizó para dar origen a platillos que ya no son más de uno y otro gusto y sabor, sino de uno específicamente americano.
Uslar Pietri sostiene que para cualquier arqueólogo que quiera redescubrir la realidad americana, la cocina, la gastronomía, lo que se servía en las mesas, puede ser tan útil y relevante como una medalla enterrada o el fragmento de fuste de una columna. Y para ilustrar lo que, en su criterio, considera el epítome del pasado híbrido americano, pone como ejemplo dicente y sintetizador a la hayaca: "En su cubierta está la hoja del plátano. El plátano africano y americano en que el negro y el indio parecen abrir el cortejo de sabores. Luego está la luciente masa de maíz. El maíz del tamal, de la tortilla y de la chicha, que es tal vez la más americana de las plantas…En la carne de gallina, las aceitunas y las pasas está España con su historia ibérica, romana, griega y cartaginesa…Toda la tremenda empresa de la conquista está como sintetizada en la reunión, por medio de sus frutos, de las gentes del maíz con las de la viña y los olivos. Pero también en el azafrán que colorea la masa y en las almendras que adornan el guiso están los siete siglos de invasión musulmana… Y la larga búsqueda de las rutas de las caravanas de la Europa medieval hacia el oriente fabuloso de riquezas y refinamientos está en la punzante y concentrada brevedad del clavo de olor." (70)
A la hayaca navideña podemos sumar también nuestros tradicionales hervidos de todos los días que combinan, de muy variadas maneras, las verduras y las raíces alimenticias originarias del Nuevo Mundo con otras verduras, animales y condimentos traídos por los españoles. Hayaca y hervidos son fiel reflejo, original producto del mestizaje americano. En fin, "…preparaciones culinarias localistas; condumios que vienen de la colonia; viandas de procedencia exótica que se aclimataron en el medio; extrañas confecciones fogoneras de estirpe indígena y otras cuyos heterogéneos componentes demuestran, con rústica ingenuidad, los diferentes factores raciales que integran el pueblo de Venezuela… son platos mestizos."(71).
En fin, siempre con Uslar Pietri, hay muchas maneras de estudiar la historia, la comida, la gastronomía es una de ellas: "en lo que el hombre come, y en la sazón en que lo come, está la obra de los siglos en un compendio que sabe despertar lo mismo el gusto por la carne que el gusto del espíritu:" (72)
Conclusión
Mestizos somos y así lo confirmamos luego de haber transitado con Uslar Pietri sus múltiples e infatigables horas de reflexión dedicadas al análisis del mestizaje americano y, en especial, a los efectos disímiles, ricos y plurales de esa miscegenación que de sanguínea se trocó en cultural para producir una América peculiar, única, que recibió de las razas y las culturas que se integraron en su espacio físico, sangres y creencias que conformaron una cosmovisión que no es ni española, ni indígena, ni africana, y que todavía amerita de mayores reflexiones y estudios con el fin de entender en todas sus dimensiones a nuestra América Mestiza, tal como durante muchos años de tinta e ideas lo hizo Arturo Uslar Pietri.
Citas y notas
(1) Uslar Pietri, Arturo en La Invención de América Mestiza (Compilación y Presentación de Gustavo Luis Carrera). Fondo de Cultura Económica. México. Primera Edición, 1996, p. 207.
(2) Idem, p. 261.
(3) Idem, p.254
(4) Ibidem
(5) Ibidem
(6) Carandell, José María. España, Viaje por su vida y su belleza. Ediciones Castel,
Barcelona, 1984, p. 25
(7) Uslar Pietri. op.cit. p. 255. En este mismo sentido, vale la pena recoger los comentarios de Luis Moreno Gómez, quien, en su muy documentado libro País Pardo. Edición Privada, Caracas, 1987, p.p. 228 y sig. Expresa lo siguiente a propósito de la importancia del mestizaje cultural: "Así como un factor sanguíneo puede ser constante en la herencia suponemos que del mismo modo otros factores lo hacen en la cadena genética y no solamente los atribuibles a la cuestión meramente morfológica, sino también a lo cultural. El cerebro humano – y esto queda a los científicos demostrarlo – trabaja a base de información acumulada y transmitida en paquetes por generaciones con su multiplicidad de combinaciones que hacen posible, además de la educación, que un individuo tome un camino u otro en la selección de sus gustos y preferencia en la oferta que le hace el planeta. En otras más simples palabras, la persona no puede escapar tan simplemente de la herencia intelectual, de la herencia cultural que da forma a su concepción abstracta."
(8) Ibidem
(9) Ibidem.
(10) Wagner Erika. Más de quinientos años de legado americano al mundo. Cuadernos Lagoven. Caracas, 1991, p. 7
(11) En el caso específico de Venezuela, recordemos que al momento del encuentro de esos dos mundos, existía un conjunto de etnias indígenas que pertenecía a las familias Arahuac, caribe y chibcha con una menor representación de la familia tupí-guaraní. En la actualidad, persisten aproximadamente treinta etnias indígenas, a saber:
Acahuayo: también llamados akawaio o waika de la familia lingüística Caribe. Están ubicados en la frontera del estado Bolívar con la Guayana y de características culturales semejantes a los Pemones.
Arachuac del Delta Amacuro: de la familia Arawak. Se trata de un grupo muy aculturado, que vive en la frontera de Delta Amacuro con la Guayana.
Arahuac del Río Negro: conocidos también como baniva, baré, guarequena, curripaco y piapoco, de la familia Arawak. Son un grupo muy aculturado e integrados en una economía basada en la explotación del chiquichique, (un tipo de fibra) y el pendare (tipo de goma), en el cual obtienen salarios irrisorios. Viven en la frontera del Territorio Amazonas con Colombia.
Arutani: también Anaké. Es un grupo casi extinto de filiación desconocida, ubicados en el Alto Paragua, estado Bolívar.
Bari: también conocidos como motilones bravos, su familia lingüística es la chibcha. Es un grupo poco aculturado, situado en la Sierra de Perijá, estado Zulia, cerca de la frontera entre Colombia y Venezuela. Excelentes agricultores, portadores de la cultura bastante integrada. Sus contactos con el elemento criollo fueron violentos hasta el año 1960. Desde entonces ha tenido lugar un pequeño incremento demográfico, inclusive en Colombia.
Cariña: viven en pequeños enclaves en el centro y sur del estado Anzoátegui y norte del estado Bolívar. Se trata de grupos agrícolas muy aculturados, provistos de una buena organización social, pero sin una capa dirigente propiamente dicha.
Guajibo: llamados igualmente guahibo, chiricoa, cuiva son independientes de otras familias. Se localizan al sur del estado Apure y al noroeste del Territorio Amazonas (sin contar la región del Meta y del Vichada en Colombia). En Apure, también se les conoce con el nombre de Chiricoas y Cuibas. Se trata de un grupo de extracción sabanera originalmente dedicado a la recolección. Presenta un alto grado de aculturación en las cercanías de los centros urbanos (Puerto Ayacucho, San Juan de Manapiare, El Amparo, etc.).
Guajiro: (Arawak): ubicados principalmente en el estado Zulia y en Colombia. La incidencia de la cultura nacional es alta en las zonas urbanas como Maracaibo, Santa Bárbara, Sinamaica y Paraguaipoa, y escasa en la península de la Guajira.
Guarao o Warao: viven en el Delta del Orinoco, en Delta Amacuro, al este de Monagas y sur de Sucre y en Guayana. Viven generalmente a orillas de los caños, dedicados a la recolección, pesca y, en menor grado, a la agricultura y la caza.
Guayqueri: es un grupo muy aculturado que vive en "El Poblado" isla de Margarita, estado Nueva Esparta.
Mapoyo o Yahuana: son de la familia Caribe. Se encuentran al norte del estado Amazonas.
Maquiritare o yecuana: de la familia Caribe, están ubicados en el este del estado Amazonas y sur del estado Bolívar. Grupo agrícola medianamente aculturado y de fuerte personalidad étnica. Se localizan por las márgenes de los ríos Cunucunumo, Erebato, Caura, entre otros.
Panare: zona noroeste del estado Bolívar (Caicara, La Urbana, Turbia). A pesar de sus frecuentes contactos con la población criolla, se trata de un grupo poco aculturado de economía recolectora y en menor medida agrícola.
Paraujano: (Arawak). Viven en el norte del estado Zulia (laguna de Sinamaica), isla de Toas, el Moján, Santa Rosa de Agua. Se encuentran aculturados y mestizados.
Pemón: también conocidos como arecuna, taurepang, comaracoto, de la familia Caribe. Están ubicados en el centro y sureste del estado Bolívar, principalmente por el río Paragua y la Gran Sabana, en Guayana y Brasil. Se trata de un grupo de tendencia demográfica ascendente, medianamente aculturado. Su economía gira alrededor de la agricultura y la minería (en esta última en calidad de asalariados).
Piaroa: Están situados al centro y norte de Amazonas y en Colombia. Presentan un nivel de aculturación mediano o escaso. Se dedican fundamentalmente a la agricultura.
Puinabe: habitan cerca de San Fernando de Atabapo (Amazonas) y en Colombia. Culturalmente se asemejan a las poblaciones araucas del Río Negro
Sape: grupo casi extinto de filiación desconocida del Alto de Paraguana, estado Bolívar.
Yanomami: viven al sur del estado Bolívar y sureste del estado Amazonas por el Alto Orinoco, el Ocamo, el Padamo, etc. Su grado de aculturación es mínimo. Sus actividades económicas son la recolección, la caza y la pesca.
Yaruro: se encuentra en el centro y el sur del estado Apure. Este grupo, prácticamente desahuciado por etnólogos de comienzos de siglo, está dando señales de recuperación, sobre todo en Guachara y en el río Cinaruco. Se dedican a la recolección y a la agricultura y se caracterizan por un alto grado de conciencia étnica y un fervor mágico-religioso intenso, a pesar de su fuerte grado de aculturación.
Yucpa: tambien se conoce como motilones mansos. Viven en la Sierra de Perijá en el Zulia. (Frontera colombo venezolana). Medianamente aculturados y dedicados al cultivo de conucos o rozas. (Aldeasa educativa: la sociedad del conocimiento.
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(12) Moreno Gómez, op. cit., p. 202
(13) Guerra Cedeño, Franklin Esclavos negros, cimarroneras y cumbes de Barlovento.
Cuadernos Lagoven, Caracas, 1984, p.9.
(14) Ibidem
(15) García, Jesús. África en Venezuela. Pieza de Indias. Cuadernos Lagoven, Caracas,
1990, p. 48.
(16) Idem, p. 48
(17) Idem, p.44
(18) Olaechea, Juan Bautista. El mestizaje como gesta. Editorial MAPFRE. Madrid, 1992 p. 260
(19) Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo III. Fundación Polar, Caracas, p. 152.
(20) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit., p. 261.
(21) Idem, p.113
(22) Idem, p. 281
(23) Idem, p. 196
(24) Idem, p.323
(25) Idem, p.322
(26) Idem, p. 263
(27) Idem, p. 343
(28) Ibidem
(29) Idem, p. 256
(30) Navarrete Orta, Luís Literatura e ideas en la historia hispanoamericana, Cuadernos Lagoven, Caracas, 1991, p. 46.
(31) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit, p. 271
(32) Idem, p. 257
(33) Marqués de Losoya. (Juan de Contreras). Historia del arte hispánico. Salvat. Ed. 5 Tomos. Barcelona, España, 1931 – 1949, p. 223
(34) Arellano Fernando S.J. El arte hispanoamericano. Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 1988, p. 161
(35) Angulo Iñiguez Diego. Historia del arte hispanoamericano. Salvat Editores Barcelona – Madrid. 3 vols, 1912 – 1925, p. 44.
(36) Arellano Fernando, op.cit., p. 217
(37) Bravo Lira, Bernardo. El Barroco en Hispanoamérica: manifestaciones y significación. Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Santiago de Chile, pp. 14 y 15.
(38) Uslar Pietri en La invención de América Mestiza, op. cit., p. 25
(39) Idem, p.259
(40) Marco Joaquín. La nueva voz de un continente. Literatura Hispanoamérica Contemporánea. Aula Abierta Salvat. Barcelona, 1982, p. 6 y 7.
(41) Idem, p.10
(42) Idem, p.6
(43) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit., p.253.
(44) Idem, p. 337
(45) Idem, p.335
(46) Carpentier, Alejo. De lo real maravilloso. Calicanto Editorial, Buenos Aires, 1976, p. 55
(47) Romero, Mario Germán. AMÉRICA de lo real maravilloso. Instituto Caro y Cuervo. Santafé de Bogotá, 1992.pp. 1 a 3
(48) Idem, p. 336
(49) Idem, p. 201
(50) Idem, p. 202
(51) Citado por Gutiérrez Contreras F. en América a través de sus códices y cronistas. Aula Abierta. Salvat, Barcelona, 1982, p.28
(52) García Jesús, op.cit, pp. 57 y 58.
(53) Güerere Tabaré. Las Diosas Negras. Alfadil Ediciones, Caracas, 1995, p. 24.
(54) Liscano, Juan citado por Güerere Tabaré, op.cit., p. 26
(55) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 104, 105.
(56) Cfr. Pardo Isaac J. Fuegos bajo el agua. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1990, p. 11.
(57) Ibidem
(58) López de Gómara, Francisco Historia General de las Indias, Biblioteca de Historia, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, p. 50.
(59) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 105.
(60) Pardo Isaac S. op.cit., p. 451.
(61) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 330
(62) Ibidem
(63) Gutiérrez Contreras F, op. cit. pp. 34 – 35.
(64) López de Gómara, Francisco, op. cit., p. 298.
(65) Citado por Gutiérrez Contreras F. op. cit, pp. 34 – 35.
(66) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit, p. 108 – 109.
(67) Citado por Gutiérrez Contreras F. op. cit., p. 25.
(68) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., 110
(69) Idem, p. 467
(70) Idem, p. 470
(71) León Ramón David, Geografía Gastronomica Venezolana, Línea Editores,
Caracas, 1984. p. 26
(72) Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit. p 479
Bibliografía general
I. Textos escritos por Arturo Uslar Pietri (artículos, ensayos, conferencias)
Tierra de encrucijada
Godos insurgentes y visionarios
El mestizaje cultural
Insurgentes
Godos
La visión literaria
La frontera española del reino de la muerte
Más allá de leyendas doradas y negras
La marca hispánica
Tiempo de Indias
Para entender lo sabido
Las naranjas de Bernal
La casa del Inca
Machu Pichu
Cortés y la creación del Nuevo Mundo
Cuando se habla del descubrimiento
El reino de Cervantes
Lo criollo en la literatura
El maíz en la historia
El mestizaje y el Nuevo Mundo
La otra América
Un destino para Ibero América
La batalla de la América del Sur
No somos un subcontinente
Las piedras vivientes de México
Ni tan jóvenes
Tres testimonios del arte hispanoamericano
Somos hispanoamericanos
América y la idea de la revolución
¿Existe América Latina?
Realismo mágico
El mundo descubre a la América Latina
El punto de partida
América no fue descubierta
La invención de Venezuela
Simón Rodríguez "el americano"
Toda historia es…
La hayaca como manual de historia
Tierra y gente de Venezuela
La nación de Bolívar
Estos textos originales fueron consultados en el libro La Invención de América Mestiza. Arturo Uslar Pietri. Compilación y Presentación de Gustavo Luis Carrera. Colección Tierra Firme. Fondo de Cultura Económica, México, 1996, Primera Edición.
Igualmente, consultamos del libro Medio Milenio de Venezuela. Arturo Uslar Pietri, con selección de Efraín Subero. Cuadernos Lagoven. Caracas, 1986, Primera Edición los siguientes textos de Uslar Pietri.
La conquista de América Latina como problema jurídico y moral
La antigua puerta de América
La reina y el marino
¿Qué celebramos el 12 de Octubre?
Todo lo que amaneció el 12 de Octubre
La guerra de los dioses
Cuatro carabelas del Nuevo Mundo
Todo fue Nuevo Mundo
La Europa americana
La crisis del orden colonial
Una galería de insurgentes
Lopillo muere en Margarita
El destino de Cubagua
Fausto en la conquista
El reverso de El Dorado
El destino de las lenguas
Notas sobre el vasallaje
La batalla de América del Sur
Allí está el venezolano
Guaicaipuro
Los caribes
Españoles y Venezolanos
El rescate del pasado
Los nombres de Venezuela
La invención de Venezuela
Una oración académica sobre el proyecto del porvenir
II. Otros textos consultados
Arellano, Fernando S.J. El arte hispanoamericano. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, 1986. Primera Edición.
Angulo Iñique, Diego. Historia del arte hispanoamericano. Salvat Editores. Barcelona – Madrid, 3 volumen, 1925. Primera Edición.
Avonto, Luigi. Operación Nuevo Mundo. Américo Vespucci y el enigma de América. Instituto Italiano de Cultura. Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos – Caracas, 1999. Primera Edición.
Becco, Horacio Jorge. Crónicas de la naturaleza del Nuevo Mundo. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1991.
Bravo Lira, Bernardino. El Barroco en Hispanoamérica: manifestaciones y significación. Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Santiago de Chile, 1981
Cabrera, Lidia. El Monte, Igbo. Fianda. Ewe Orisha. Vititi Nfinda. Colección del Chicherekú, Miami, Florida. 1983. Quinta Edición.
Capel Horacio y Urteaga S. Luís Las nuevas geografías. Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982. Primera Edición.
Carandell, José María. España, viaje por su vida y su belleza. Ediciones Castel, Barcelona, 1984.
Carpentier, Alejo. De lo real maravilloso americano. Calicanto Editorial. Buenos Aires, 1976.
Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar. Caracas, 1997. Segunda Edición.
Forde, Darryl. Mundos africanos. Fondo de cultura económica México, 1975. Primera reimpresión.
García, Jesús. África en Venezuela. Pieza de Indias. Cuadernos Lagoven Caracas, 1990. Primera Edición.
Guerere Tabaré. Las Diosas negras. Alfadil Editores. Caracas, 1995. Primera Edición.
Gutiérrez Contreras, F. América a través de sus códices y cronistas Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982.
Guerra Cedeño, Franklin. Esclavos negros, cimarroneras y cumbes de Barlovento. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1984.
Levin, Harry. Estudios sobre los modernistas. Editorial Fraterna. Buenos Aires. 1986.
López de Gómara, Francisco. Historia General de las Indias. Biblioteca de Historia, Ediciones Orbís, Barcelona, 1985.
León, David Ramón, Geografía Gastronomica Venezolana, Editorial Lonea, Caracas, 1984.
Maravall, José Antonio. La cultura del Barroco .Editorial Ariel. Barcelona.1986.
Marco, Joaquín. La nueva voz de un continente. Literatura Hispanoamericana contemporánea. Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982.
Marqués de Losaya (Juan de Contreras) Historia del Arte Hispánico Salvat Editores. 5 Tomos. Barcelona, 1931. Primera Edición.
Olaechea, Juan Bautista. El mestizaje como gesta. Editorial MAPFRE, Madrid, 1992.
Pardo, Isaac J. Fuegos bajo el agua. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1990.
Pardo, Isaac J. Esta tierra de gracia. Papeles de tierra firme. Ministerio de Relaciones Exteriores, Caracas, 1998. Sexta Edición.
Ribeiro, Darcy. Las Américas y la civilización. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1992.
Schulman, Iván A. El modernismo hispanoamericano. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1969.
Navarrete Orta, Luis. Literatura e ideas en la historia hispanoamericana. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1991.
Wagner, Erika. Más de quinientos años de legado americano al mundo. Cuadernos Lagoven. Caracas, 1991.
Autor:
Enrique Viloria Vera
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