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La autopsia del bicentenario (página 2)

Enviado por Carlos Blanco


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En tal sentido, otro dato revelador del pensamiento de Carlos Blanco es la minuciosa comparación que realiza entre los procesos independientistas de los Estados Unidos y el nuestro.  En síntesis y aunque no lo exprese taxativamente, pone en el platillo de los resultados a anglosajones y latinos y más concretamente, a Gran Bretaña y España, enemigos históricos cuyos reflejos llegaron con el descubrimiento de América hasta las respectivas partes del gran continente.  Al respecto y no sin ironía, al trazar un paralelismo de ambos acontecimientos, describe el viaje de Colón a estas tierras, todo lo que significó la hispanidad para la que se reserva agudas críticas – no así a la decisión estratégica de los ingleses de fomentar la piratería – y en tren de desplegar anécdotas y circunstancias poco o nada difundidas de los hechos históricos modernos.  Blanco habla de las grandes contradicciones más o menos cercanas que se han dado en Occidente como, por ejemplo, la colaboración económica brindada por Gran Bretaña a Hitler quien cinco años después bombardearía Londres.Todos los personajes argentinos que tuvieron protagonismo e influencia pasan por esta Autopsia.  Desde el mítico gaucho del que dice que es "el desideratum de la argentinidad" hasta las figuras públicas existentes antes y después de 1810.  Explica por que el campo constituye un fenómeno cultural de particular importancia, recurre a autores que avalan este acierto y más adelante, ya avanzadas las luchas internas de nuestro pasado y la decisión de fortalecer militarmente el nacimiento de la Independencia, el libro ingresa en un terreno farragoso, discutible en muchos de sus pasajes, acerca de la influencia británica que apuntó a evitar que algunos de los países emergentes en Latinoamérica fueran bioceánicos.  Aquí es donde censura a San Martín. ¿Que país, que pueblo se puede interesar en liberar a sus vecinos?, se pregunta no sin una cierta sorna y a la luz del desarrollo de los hechos que reúne en una cronología amena e instructiva pondera primero y critica después – o a la inversa – a quienes aún hoy producen desencuentros y debates entre los argentinos.  Desde la trayectoria de Rosas de quién destaca su idoneidad en las labores empresarias del campo, censura enseguida y acremente otros aspectos emblemáticos de su gestión, pasa con ironía a inferir los motivos de su exilio en Inglaterra y con similar óptica juzga desde Rivadavia hasta Urquiza y sus sucesores, quienes pasan no siempre airosos por la pluma punzante de un autor que plantea interrogantes y hace afirmaciones inteligentes, originales y agresivas.

La conquista del desierto y la visión de Roca, el nacimiento y paso del radicalismo por las luchas partidarias previas y posteriores que le dan impulso popular, el papel de Lisandro de la Torre, las facetas curiosas de la personalidad de Hipólito Irigoyen, la gestión del conservadorismo, el crecimiento de nuestra economía a la luz de las buenas administraciones, la llegada de la inmigración, la existencia de verdaderos dirigentes entre los finales del siglo IXX y las primeras décadas del XX,   el acuerdo económico con Gran Bretaña, la personalidad y aspectos salientes de cada uno de los presidentes de la República hasta la revolución del 4 de junio de 1943, sus implicancias y el advenimiento del peronismo con todo lo que significó desde esa fecha, sufren la disección de Blanco en términos duros a veces, irónicos otros, novedosos casi siempre. La caída de Perón, el papel de María Eva Duarte cuyo desempeño curiosamente juzga poco relevante y sometido a los humores de su marido hasta el advenimiento de la Revolución Libertadora, son pasajes evaluados con una línea de pensamiento coherente con la expuesta al encarar el pasado. La división del radicalismo y la llegada de Arturo Frondizi a la Casa Rosada es el período que el autor juzga con más beneplácito y explica que acepte que se lo considere un "desarrollista" en su concepción de ese período y del futuro que indudablemente sobrevendrá pese a la incertidumbre que nos agobia en el momento de escribir éstas líneas.  

Muchas cosas podríamos agregarles pero sólo se trata de escribir un prólogo, agradecer que se nos haya elegido para hacerlo y de paso aceptar las disidencias que conversamos con cierta reserva.  No sin encontrar coincidencias en los duros sucesos ocurridos más recientemente, donde numerosos y destacados amigos y uno mismo, se empeñaron en terciar o no pasar de largo en el peligroso escenario que marca la época y las circunstancias que la rodean.  Para concluir, digamos que es importante la lectura de esta obra que, por cierto, deja abierto el camino para los enojos, las ponderaciones y la discusión constructiva.Carlos Manuel Acuña.Buenos Aires, Agosto de 2010.

A este País todos lo gozan y nadie lo quiere.

Mario Blanco -diplomático y abogado argentino -1919-1998-

Prefacio

Una de las formas habituales de comenzar un ensayo sobre La Argentinidad, suele ser a partir de algún lamento.

Algo axial, como un sesgo quejumbroso para definir un hecho, o un conjunto innumerable de ellos.

La mayoría, desafortunados, ácidos, urticantes, en fin, desmoralizadores.

Las raíces profundas de ello, es lo que trataré de volcar en estas páginas.

¿Las razones para hacerlo?

Tal vez mis propias frustraciones, como las de muchos otros.

Según recuerdo haber leído cuando joven, de Petronio en el Satiricón, los autores deben sufrir el escarnio de sus propias tragedias personales, antes de trasladarlas a una idea e imprimir esas experiencias, para que sus semejantes puedan juzgar la objetividad del relato, o en su defecto la ausencia de ella.

He de procurar ser imparcial, al menos conmigo mismo.

Con esa directriz he de recordarles lo que de seguro no se ha abordado, al menos frecuentemente.

Una versión diferente a las de otros ensayistas, escritores o académicos, sobre nuestra naturaleza como Nación y también como Sociedad.

Correré el riesgo incluso, de incurrir en el pecado capital de la vanidad al intentar esta empresa, pero de alguna manera, sortearé esa tentación.

Nada de lo que experimentamos a diario en esta Argentina, desprovista de destino es casual.

El nuestro es mas bien azaroso, pero como el producido de una causalidad, que esta insita en todos nosotros por igual, sin distinción de jerarquías ni clases sociales.

Estas líneas que leerán a continuación, son acerca del deceso de La Argentina.

Si Amigos, La Patria, esa que conocimos y a la que veneramos, yace sin vida frente a nosotros.

Ha sufrido una agonía casi perpetua, desde los albores de la misma.

Pero nos educaron sin tomar en cuenta, que padecía de una larga y cruenta enfermedad terminal.

La de una ausencia de identidad, de linaje sería incluso más adecuado decir:

Estudiamos su historia, sin procesar los enormes desatinos de quienes fueron designados para gobernarla.

O tomados en cuenta esos actores, de alguna inexplicable manera, les otorgamos una cuota de intolerable indulgencia, incorporándolos a esta extensa y prolífica galería de truhanes, que inmerecidamente tienen calles, avenidas, plazas y monumentos erigidos con honores en sus nombres.

De cualquier modo, inevitable es que comience a delinear esa triste y penosa descripción de hechos y circunstancias, que entiendo habrán de sostener, muy subjetivamente, lo anticipo, esta visión personal que sobre nuestro pasado y presente, pretenderé esgrimir en defensa de la extinta.

Para ello haré, a mi manera, una incisión en el cuerpo virtual y exánime de nuestra Patria.

Me habré de esmerar en ser cauteloso, como el patólogo lo es frente a una necropsia.

Iré incluso hasta lo más recóndito y profundo, en las entrañas de un cadáver que esta en acelerado proceso de putrefacción, para hurgar en las causas aparentes y no tanto del deceso, a los efectos de arribar a un dictamen, aguardo que sincero y verosímil.

Cuento con una muy valiosa ventaja táctica en este empeño.

Ella consiste en una quirúrgica ausencia de tentativa de seducción al Lector.

Sin embargo, todo lo que expondré seguidamente es la descodificación de hechos y circunstancias, que acaecieron facticamente, pero que fueron interpretados capciosa y parcialmente por quienes dijeron haberse avocado al problema.

Antaño por los historiadores clásicos y en la actualidad, fuertemente por estos que se autodenominan progresistas, que manejan a su arbitrio los medios masivos de comunicación.

Que deforman notablemente las mentes de nuestros desorientados jóvenes

y que además de todo, ello lucran y obtienen pingûes utilidades en tan canallescas actividades.

Palabras más o menos, me enderezaré en ser implacable con una historia tendenciosamente mal relatada y plagada de arbitrariedades.

En esta intentona, pondré lo mejor de mi mismo, para erradicar en el análisis, esa cuota de folklorismo devaluado, que tanto daño nos ha producido, nublando nuestro juicio.

Incluso, trataré de acreditar, con las enormes dificultades del caso, que ese viejo adagio, proclamado por notables hombres del pensamiento, que suelen pontificar que Las Sociedades no se suicidan es meramente una falacia.

Para mitigar esas aseveraciones, divorciadas a mi juicio de nuestra puntual realidad, deberé de fechar eventos, y analizarlos en una perspectiva lineal de principio a fin.

Para despejar de subjetividades caprichosas del como y el porque hemos arribado a este monumental derrumbe de ideas superadoras.

Para justipreciar un fracaso, que ha sido desde nuestros albores, un amigo, socio, compañero y preceptor.

La circunstancia que en 1912, tuviésemos a un intelectual como Roque Sáenz Peña, que según dicen, con el fin de purgar un amor prohibido, concurrió como voluntario combatiente en la guerra chileno-peruana.

Condecorado en batalla por sus meritos y arrojo, que excedieron en mucho su disposición de combate a la de sus comandantes, y atravesado casi un siglo desde la trayectoria de un Presidente de esos invaluables quilates, para contemplar a este grupo de indeseables que pretenden extinguirnos como sociedad desorganizada y herida de muerte, se debe de contar con una ecuación etimológica racional.

A veces se desciende en la luminosidad de las efemérides, sobre todo en tiempos como los actuales, en los que las figuras públicas a nivel mundial, suelen ser cuestionadas por sus yerros, sus desaciertos y su desvergüenza.

Sin retrotraernos demasiado, Clinton, Bush, Sarkozy, Berlusconi, y otros menos conocidos, son emblemas de un principio de la decadencia occidental.

Ejemplos tardíos, acreditadores de una pronunciada caída de los valores republicanos.

Pero con ello y todo, pertenecen a naciones que conocieron el esplendor de una historia común, que en nada se parece a esta contusión nauseabunda nuestra.

El Caso Argentino es notoriamente diferente a cualesquiera de los restantes.

Es un epifenómeno circunstancial, tan inédito como indigerible.

Tratare de elaborar, lo que suele denominarse como un patrón.

Espero con Cristiana resignación, que la Divina Misericordia, ilumine mi teclado.

La única forma de vencer a la tentación es cediendo.

Oscar Wilde -novelista y pensador irlandés-

El ADN nacional

Cuando Pedro de Mendoza, abandonó presurosamente la pequeña aldea que después se conocería como Santa Maria de los Buenos Aires en 1537, dejo atrás setenta y dos caballos, cinco vacas y un toro.

Al desembarcar Juan de Garay, cuarenta y tres años después, lo que hoy conocemos como la llanura pampeana, estaba poblada por miles de vacunos y yeguarizos, que se multiplicaron naturalmente por el solo transcurso de esas cuatro décadas.

Una lectura de ese fenómeno reproductivo de especies, que no eran autóctonas en la America Precolombina, es acaso también, una primera señal, un indicio de la riqueza desbordante de nuestro territorio, sin equivalencias en la conquista británica que años después tendría epicentro en las adyacencias de Boston, por parte de los tripulantes del legendario May Flower.

Allí un grupo de disidentes protestantes, con férrea voluntad, frente a un clima tan hostil como los pieles rojas que merodeaban y asediaban sus precarios asentamientos, resistieron denodadamente.

Ya que a diferencia de los adelantados españoles que nosotros tuvimos como, digamos nuestros Padres Fundadores, estos colonos ingleses, ya no podían abandonar esas tierras, porque habían sido excomulgados por la Iglesia Anglicana y tomaban su desafió como un absoluto e inexorable destierro.

Pese al presunto rechazo que provocaran las líneas a continuación de esta, haré mi exégesis sobre el particular, muy subjetivo lo admito.

La conquista española fue brutal y despiadada.

Sus primeros protagonistas fueron en su mayoría, nativos de Extremadura, algunos con cierto abolengo, pero todos sin excepción sin un duro en sus alforjas.

Eran, para definirlos de un modo vulgar: un hato de aventureros.

Todos eran devotos de una corona en decadencia.

El oro indígena, transformado en una fina orfebrería era su meca.

Lo fue tanto para Pizarro y Almagro en el territorio incaico, como para Cortes en el México de Moctezuma.

Bárbaros detrás de una Cruz, a la que no le prodigaban ningún respeto ni devoción.

Las indiecitas eran evangelizadas para que estos hidalgos caballeros pudieran copular con ellas sin pecado.

De Cristianismo nada.

Incluso observándolos en una línea de razonamiento improvisada, me animaría a sentenciar que fueron los paganos mas hipócritas.

Con sus mas y con sus menos, si es pertinente trazar una línea divisoria entre la suerte que corrimos al sur del Río Grande y al norte del mismo, veremos rápidamente que la America anglófila tuvo un impacto civilizador y progresista, porque los delegados de esa Inglaterra Isabelina tenían un objetivo definido por una política impecablemente trazada.

La parte a la que pertenecemos nosotros, la hispanófila, no tenia ninguna dirección.

Ya acentuada la conquista, eran los tiempos de Felipe II, un marcado esquizoide, quizás por ser dieciséis veces Austria y tener demasiado contaminada la consanguinidad de su abolengo.

A tal punto, -según algunas crónicas de la época no oficializadas- que con sus propias manos estrangulo a su hijo Don Carlos, que al parecer era aun más orate que su progenitor.

El diseñador y constructor de un magnifico palacio como El Escorial, mas bien un enorme templo y casa habitación de toda una orden monástica, protector de la Iglesia, como ninguno de sus predecesores, se equiparó a Constantino, que hizo lo propio con su primogénito y de uxoricida con su segunda esposa.

Su Némesis fue una Soberana como Isabel I de Inglaterra, que transformó al Reino Unido en una imbatible Tasalocracia hasta 1945, que gobernaba una pequeña nación sin posesiones externas, salvo la Irlanda católica, hasta que desterró a los protestantes disolventes, a las que luego se conocerían como las colonias americanas de ultramar.

Su enemigo visceral español, heredo todo de su padre Carlos I, y dilapidó sus caudales en una absurda contienda contra un Reino Unido que galvanizó su grandeza, merced a los desatinos del monarca ibérico, que tuvo que despachar a mendigos reales en los cruces de caminos, para recaudar fondos en auxilio de un imperio en la más franca bancarrota, pero que bajo su misma administración llego a ser el más poderoso del orbe.

Es curioso como a medida que delineamos en tiempo y espacio, los capítulos primigenios de nuestra historia, podemos avizorar el futuro, producto de una cimiente tan curiosa como anómala.

Provenimos en esencia y sobre todo en cultura, de una España tan decadente, como lo fueron sus distintos soberanos, exceptuando a Fernando El Católico, en quien según dicen, se inspiro Machiavelo en su obra El Príncipe.

Obtenemos así un primero y muy lejano estigma del genoma argentino.

Arribaron luego, las delimitaciones geo políticas: Los Virreinatos y las Capitanías Generales, sobre las que retornaré en unos instantes.

Poco antes, en 1750, con epicentro en Manchester nacía la Revolución Industrial.

Esa novel visión de la economía, que sepulto al artesanado, no hizo mella en los devaneos de España, que persistió en una política económica no muy diferente a los tiempos de la baja edad media.

Menos aun en sus posesiones indianas, en las que ese modelo mecanizador de manufacturas estuvo ausente, incluso hasta mucho después del grito independentista.

Por desgracia, a diferencia de los británicos, los monarcas españoles fueron poco dotados por la naturaleza, producto tal vez de la ausencia de purificación de la sangre, exceptuando al preindicado Fernando de Aragón, Alfonso El Sabio y Carlos III.

Juan Carlos I, es una prueba irrefutable de ello, con su aspecto y discurso, más propio de un abarrotero que de un dignatario real.

Solo basta escuchar sus paupérrimas alocuciones para tomar suficiente nota del asunto.

Pero retornando a los Reyes Católicos, bajo cuyo mandato, los españoles pisaron estas tierras americanas por vez primera, vemos que no dejaron sucesión, ni trayectoria.

O más bien las que sobrevivió a ellos, fue funesta.

Comenzando con su hija Juana, que era una lunática.

Y al nieto de ella, de quien ya conocemos sus alocadas correrías.

Pero no se le debe atribuir toda la responsabilidad a la heráldica ni a la

Genealogía real española.

Hubo otra causa, quizás mas oscura, siniestra e iluminica.

Y esta es la religiosa.

La interpretación sobre la riqueza que ha predicado el Catolicismo, dista mucho del tratamiento que a ese mismo ítem, le otorgo el credo Protestante.

Para el Vaticano, las Sagradas Escrituras han maldecido a la acumulación de la riqueza.

En detrimento de ello, todos los credos cristianos no católicos, sean luteranos, calvinistas, episcopales, anglicanos, metodistas, cuaqueros y bautistas entre otros, le dispensan a la fortuna una dignificación muy alejada de lo pecaminoso.

Ello ha conllevado a que la Europa Católica siempre haya quedado rezagada detrás de la Protestante.

España, Portugal, Italia, Austria, la Rusia Zarista y las republicas balcánicas, siempre han estado unos cuantos pasos atrás de Alemania, Inglaterra, Escandinavia, los países bajos y la Francia Hugonota, en los que la pujanza del desarrollo siempre ha sido descollante, con o sin guerras mediante.

Los Estados Unidos son el emblema de esa cultura religiosa.

La fe católica conlleva también una sórdida historia de excesos, que produjeron el cisma de Martín Lutero primero y de Juan Calvino después.

Ese credo, nacido como un emético de las políticas papales beligerantes, que financiaban con las ventas de indulgencias y que no tenían ninguna identidad con el mensaje de Nuestro Señor, fue en resumidas cuentas el bastión de un Capitalismo que no estaba disociado con la devoción Divina, aunque hoy este bajo juzgamiento por los dilemas morales que sus consecuencias y desbordes han acarreado a la humanidad.

Pero ese proceso también ha alcanzado al Vaticano, con estas revelaciones de la sodomización de criaturas, ejecutadas por clérigos pedófilos, que han alejado a gran parte de una feligresía que descree de sus Pastores, aferrados a un antinatural dogma de celibato, que se vulnera de la forma mas satánica, que hayamos podido imaginar.

Estas revelaciones no acontecen por ser hechos nuevos.

Lo novedoso es la denuncia que de ellos se esta haciendo a través de los medios.

Su existencia se remonta a los tiempos del oscurantismo, en el medioevo y quizás a tiempos aun más pretéritos.

Esos abusos no se han detectado en la grey protestante, porque la gran mayoría de sus Ministros contraen enlace, como lo indica, la más primaria de las leyes naturales.

Este ítem, culminara destruyendo al Papado y sus incursiones en la red internacional de finanzas, que ya tienen proporciones escandalosas desde el affaire del Banco Ambrosiano, hace más de veinte años.

El clero secular se ira disminuyendo cada vez mas de aspirantes.

Porque en una marcada diferencia respecto del pasado, el pannis lucrandi que siempre los protegió, para muchos de ellos, como una mera salida laboral, carecerá de recursos.

Todo esto se vera muy pronto.

Pero será un mero y simple reemplazo, por la cofradía ya existente y en franca expansión, por parte de lo que se conoce como el fenómeno de los telepastores.

Que saben todo sobre el telemercadeo y cuentan con una clara noción de la existencia de millones que descreen de una Santidad de la Iglesia, que por siglos fue reverenciada.

El crecimiento vertiginoso y exponencial de esta maquinaria financiera y evangelizadora ya hizo estragos en Norteamérica y Brasil y los numerarios brasileños, ya tienen la potestad de financiar la actividad televisiva de la audiencia argentina, en marcada competencia con los Multimedios, que se ven compelidos a aceptar el patrocinio de estos Fariseos del siglo XXI.

Ellos no toman el diezmo que se hacia donar la Autoridad Eclesiástica Católica.

Van por más; por el todo creo.

Y entiendo que debo detenerme brevemente, en una ¿cómo decirlo? coreografía de la historia de la religión.

Se habla con fruición en estos días de los secretos de una especie de Codex

Secreto que Leonardo dejo plasmado en sus obras.

Ciertos mensajes subliminales, en consonancia con su pertenencia al Priorirato de Sion.

Se toma como emblema, una figura a la izquierda de Nuestro Señor, en su fresco de la Última Cena.

La falta de fe de la grey católica es tan abrumadora, que la gente ha comenzado a aceptar que esa silueta no es la de Juan el Evangelista, el menor de sus seguidores -de allí su fisonomía juvenil y un tanto feminoide, en consonancia con la homosexualidad del autor- sino la de Maria Magdalena.

Y que el Santo Grial, en realidad era el vientre de esa discípula, en cuyas entrañas llevaba al hijo de nuestro Cristo.

Evidente es que nadie ha reparado en un detalle:

Que en la pintura existen solo trece rostros.

Esto es, el de nuestro Salvador y sus doce apóstoles, incluyendo a Judas que esconde en uno de sus brazos una daga, que no es otra cosa que la alegoría de la traición inminente.

¿Acaso Da Vinci cometió la torpeza de omitir la figura de alguno de los apóstoles de nuestro Jesús y la reemplazo deliberadamente por la de una mujer?

Para que el invento de estos apostatas tuviese algún viso de certidumbre, la obra debería contar con catorce representados.

Todo es tan burdo y fantástico como el best seller de Harry Potter.

Sin embargo Hollywood ha explotado esa patraña, con una monstruosa toma de ganancias, aprovechando la credulidad de los fieles, que por lo visto ya no son tantos.

También un tal Dan Brown, que ha mercado diabólicamente con un relato, producto de su maléfica imaginación.

Pero aceptando que me he extendido más de la cuenta, sobre una sintaxis de lo eclesiástico, debo de retornar a estas aguas.

Y para ello, a todas luces debo de colegir que nuestros inicios, cimentados por dos instituciones que habían ingresado, ya por entonces en un proceso irreversible de la más evidente de las decrepitudes, que junto con la Iglesia Romana fue abarcativa de la Corona de España, me otorgan una de las primeras huellas, sobre la patología de esta enorme porción de territorio sudamericano a punto de fenecer.

Dentro de ese contexto bizarro del esquema de gobierno colonial que tuvimos como institución formativa de nuestra organización social, vemos que junto con los primeros delegados reales, esto es los Virreyes, desembarco una legislación que se remontaba a normas jurídicas que tenían mas de cinco siglos de antigüedad, cuando Alfonso X, las mando a compilar promediando la segunda década del siglo XIII.

Esa legislación ya era demasiado desuetuda, cuando se comenzó a aplicar en nuestras tierras.

Pero así era todo lo hispánico por aquellos tiempos.

Nacimos, por decirlo de algún modo, con un retraso tecnológico.

Acaso otro dato, como dicen los cursis de hoy en día no menor.

En la misma dirección, debo adicionar que el destino virreinal, era una suerte de premio excelso para el elegido por el Monarca de turno, para cubrir dicha vacante.

Un autentico coto de caza.

Ya que los ungidos con esa dignidad real, además de administrar a su arbitrio la recaudación tributaria de entonces, se familiarizaban, seguramente por los soplos de sus dependientes de planta, de otra actividad mucho más lucrativa que la mera salarial.

Que era la del Contrabando de cueros salados principalmente, que hacían trasladar hacia el puerto de Montevideo, como equipaje personal no registrado rumbo a la Madre Patria, burlando así el propio contralor aduanero, que era el designio principalísimo, que los había traído hacia nosotros.

El Comisario Romay, en su extenso libro La Historia de la Policía, cuenta con fundada elocuencia, que el primer administrador de la Aduana Porteña, de apellido Guadarrama, que fue puesto en ese cargo para reprimir esa ominosa criminalidad fiscal, dice en uno de sus apartados: "…A los cinco días de su nominación fue encontrado acuchillado mortalmente en las inmediaciones del Fuerte".

Nacía con ese luctuoso suceso, una cadena de inequidades que luego se institucionalizó con idéntico fervor al del Himno Justicialista.

Cierto es que estas Dignidades no actuaban sin la complicidad de los comerciantes locales, que a su vez hacían su agosto, al advertir que la norma jurídica, carecía de la vigencia mas incipiente y junto con el uno sacaban agua del mismo pozo.

Tenemos pues que el primer atisbo de la Organización Nacional, tuvo su genesís en la corruptela que era avalada en idéntica magnitud, como vemos, por criollos y fuereños.

La figura del Genoma Patrio comienza a exhibirnos, tan solo una pequeña parte de los elementos formativos de una Sociedad con sus pies de barro.

Pero se acentuaría mucho más con los años; vaya que si.

Posiblemente el asunto de esta elusión de tributos, se dio aquí en Buenos Aires, con ese enfervorizado apetito, en respuesta a la ausencia de codiciados metales preciosos como el oro & la plata, que en exceso disponía el Virreinato del Perú.

Los años transcurrieron apaciblemente, en convivencia muy pacífica con la tribu indígena local: Los Querandíes.

Que carecían de la fiereza de los siouxs, cherokees, comanches, cheyennes, arapahoes y pies negros de Norteamérica, porque todos: infieles y Cristianos,

Disponían de un mismo alimento: Las vacas cimarronas, que pastaban mansamente por doquier.

Por aquellas regiones del norte del hemisferio, los indios y los colonos, solo podían consumir búfalos, que era parte esencial de la ingesta blanca e indígena, y en tiempos de pronunciada estrechez, su propia y escasa caballada, cuando se tornaba en no tractiva.

Todo fue mucho más fácil para nuestros primeros antepasados criollos, que no conocieron de adversidades.

La especulación que ganaba fácilmente terreno, sobre una industria artesanal obsoleta y divorciada en un todo con sus pares del norte, nos estigmatizo con la ley del menor esfuerzo.

De la mano, nada menos que la violación tributaria, que rápidamente se transformo en endémica.

Con esa cultura que premiaba la evasión fiscal, el acicate de la molicie capto velozmente un modo de ser, de actuar; de burlarse de una legislación que les facilitaba enormemente el deber cívico de abonar impuestos de naturaleza proporcional y equitativa.

He despachado un quizás demasiado extenso párrafo, sobre este tema del incumplimiento legal sobre el pago de contribuciones impositivas, porque ello nos ilustra sobre una pandemia que hizo estragos en la erección de las columnas del crecimiento y por ende del desarrollo.

Las colonias de ultramar americanas, para 1776 se independizaron de un Jorge III, al que no conocían ni por un retrato pintado al óleo, porque ese foráneo y lejano soberano, se permitió aumentar a los inconsultos y sacrificados agricultores el Impuesto a las plantaciones de Té.

Se podrá observar sin demasiado esfuerzo, que una mera cuestión de incremento aritmético, se transformo para los Contribuyentes de esas tierras en una exacción ilegal.

El grito libertario fue unánime y por estrictas razones de una adecuada lectura sobre las más básicas normas de interpretación.

Lo que se conoce como economía política y la equidad de las cargas impositivas.

Porque de seguro además, el delegado real británico de turno, no era un contrabandista consumado, como si lo fueron, sus pares del Río de la Plata.

Y si lo hubiese siquiera intentado, los farmers habrían arrojado presurosamente sus restos, luego de un sumarísimo proceso, al río Potomac.

Todo se realizó dentro de un legítimo marco jurídico.

A un tecnicismo legal para decirlo más apropiadamente.

La guerra fue muy cruenta.

Arrojar las columnas exhaustas de casacas rojas al despeñadero de York Town, cuatro años después del principio, les irrogo a los colonialistas todos sus ahorros.

Incluso se emitieron durante el proceso bélico los primeros Bonos de

Guerra, para que pudiesen financiarse las hostilidades contra los empecinados ingleses.

Fue toda una gesta, porque las coincidencias superaban a las disidencias de esos valerosos labriegos de las trece colonias, que se desplegaban de sur a norte en la costa este de ese proyecto de nación soberana.

Ni Washington, ni Jefferson, ni Franklin, entre los más ponderativos Padres de la Patria estadounidenses, extrajeron la más mínima utilidad de esa contienda, que les otorgo a sangre y fuego su propia identidad.

Recibieron, debo admitirlo, ingentes cargamentos de pertrechos, por parte de Luis XVI, quien además destaco tropas regulares galas y a uno de sus mejores y más jóvenes Generales como Lafayette.

Los franceses debilitados en el Quebec canadiense por la superioridad estratégica de los mandos ingleses, precisaban de un notorio debilitamiento de las posesiones británicas un poco más al sur.

El esfuerzo financiero para este Capeto fue tal, que las arcas reales quedaron prácticamente en la bancarrota.

Y una de las grandes ironías de la historia, se presenta una vez más, a poco de analizar este singular suceso.

La revolución estadounidense, acaso como una reencarnación de la Atenas de Pericles, hizo de ideóloga, para que poco más de una década después, los jacobinos de Maximilien Robespierre, copiaran el modelo de los valerosos Yankees, para decapitar a quien les presto una invaluable colaboración a los mentores de sus propios verdugos.

Algo similar sucedería en 1935, cuando la Gran Bretaña, financio el rearme alemán y fortaleció aun más la figura de Adolfo Hitler, que bombardearía Londres cinco años después, con el producido de esos mismos fondos.

Como sea, el caso es que la gesta libertaria norteamericana para independizarse de un reino en plena expansión colonial, fue durísimo de llevar a cabo.

Pero les galvanizó el temple y el carácter.

Contaban asimismo con otro factor aglutinante, que era la uniformidad del idioma y una férrea determinación de equiparar a sus antiguos amos en la conquista de sus vecinos.

Pero tenían para si, una educación y un conjunto de principios y conocimientos heredados de sus mayores, que les allanaría enormemente el sendero a transitar.

Para 1812, mientras nosotros discurríamos acerca de apoyar o no a la Junta de Cádiz, los ingleses destacaron una Task Force de proporciones gigantescas.

Desembarcaron en Virginia y avanzaron rápidamente hacia la capital.

Cuando arribaron presurosamente a Washington, a modo de aviso que retornaban por el todo, incendiaron toda la ciudad incluyendo al Capitolio y a la Casa Blanca.

Tuvieron que expulsarlos en las adyacencias de Nueva Orleans.

Se atesoran pocos recuerdos de esa segunda y ultima incursión británica para recuperar sus antiguos territorios.

Encontré uno de ellos cuando visite hace muchos años el Puerto de Mobile en la sureña Alabama.

Al ingresar a un pub del centro, observe que detrás de la barra, un recuadro de cristal guardaba los restos de una bandera norteamericana de la época.

Se podía leer sobre ese desteñido distintivo una frase:

"Libertad…tu estandarte desgarrado pero airoso se abre paso amenazante".

Mal que les pese a muchos, la Inglaterra que fue romanizada durante casi cuatro siglos, tomo de sus invasores italiotas, un modelo hegemónico y una organización militar, aprendidos a sangre y fuego, luego de las innumerables derrotas de sus tribus, antes de la evangelización de las mismas.

Cuando el Imperio se retiró de ese archipiélago en el siglo IV, la disciplina quedó acendrada en sus pobladores, siempre renuentes a ser subyugados por una potencia extranjera, frente a la que se rendían todos sus vasallos del resto de la Europa continental.

Tomaron de Roma lo mejor que ella les había prodigado, ergo su cultura y renegaron de lo peor que era la sumisión como una simple provincia.

Generaron una estirpe con identidad, que coadyuvó en mucho a sepultar las diferencias intestinas, precedentes a las legiones imperiales que los gobernaron con rudeza.

Recibirían incluso mas ayuda étnica, cuando la invasión Normanda de Guillermo el Conquistador en el Siglo XI, generando un nuevo crisol de razas con sangre alemana, francesa y también vikinga, que rápidamente se mimetizó con la sajona vernácula, como una sola.

Supieron, por haber sufrido durante centurias, lo que era la noción de la ausencia de libertad en el mediodía del Siglo XIII, cuando obligaron a Juan Plantaginnet, para que suscribiera la legendaria Carta Magna, que atenuaba severamente los privilegios de la monarquía por sobre la de sus nobles, generando incluso la figura jurídica del habeas corpus.

Fue el principio con un sucedáneo posterior, cuando los free Holders liderados por Cronwell, le cercenaron la cabeza al Rey Carlos I, luego de una salvaje guerra civil, que prácticamente diezmó a las islas británica e irlandesa de población masculina.

Esa era Inglaterra.

La de Merlín y los Druidas.

La de Boudica, una indómita reina que combatió viuda y junto a sus dos hijas, a lo más granado de las legiones de Roma, pereciendo en el intento.

Una tierra abigarrada de leyendas de caballería y de soberanos míticos como Arturo, posible Tribuno romano que optó por permanecer en esas tierras cuando el éxodo de sus superiores.

La de Shakespeare y Beacon.

En contraposición con nuestro Alonso Quijana cervantino, el caballero de la Triste Figura.

Vemos así cuan diferente fue la historia paralela de una España, con una molicie expansiva y una Inglaterra templarizada en un destino de sueños y hegemonía.

Los procesos de conquista americana fueron casi simultáneos.

El resultado y el producido de ellos, bueno creo que a la vista están.

Nuestra identidad genética actual, mucho tiene que ver con estos episodios históricos, que al fin de cuentas no son más que un conjunto de hechos y circunstancias.

Pero que le servirán a un objetivo lector, para que principie en el tomado de notas comparativas.

Ni España ni Inglaterra eran opulentas geográficamente, cuando pugnaron por la conquista americana.

Mas bien eran las de menor riqueza europea.

No contaban como los italianos con el valle del Po, ni los franceses la Provence.

España contó con el sentido de la oportunidad cuando fortuitamente Cristobal Colón desembarcó en la hoy, Republica Dominicana.

Tuvieron la iniciativa, pero la desperdiciaron.

Los ingleses, que no lanzaron de inmediato planes coloniales en el norte de América, apostaron por algo más astuto: La piratería.

Fue así como sus Capitanes, saquearon más de la mitad de los embarques auríferos, que se despachaban del Nuevo Mundo a los puertos españoles.

El resto del botín también se perdió parcialmente, entre los fiducios de los funcionarios españoles que ocultaban las remisiones a la Hacienda Real, declarando a veces menos de la mitad de los cargamentos y el remanente, producto de las tempestades, que reposa en el lecho oceánico del Atlántico.

Surge así, un fenotipo que particularmente los argentinos copiamos a pie juntillas:

La Dilapidación y la Ausencia de Contralor de la Riqueza.

Pero perfeccionaríamos eso y multiplicaríamos sus consecuencias.

Debo con esta introducción mediante, trasladarme a nuestra tierra.

Esa de las inmensas e inagotables oportunidades.

Para el siglo XVII, Argentina, bendecida con los cuatro climas y emulando al bíblico jardín del Edén de la Mesopotamia iraquí, en la que el trigo surgía como una maleza, no sabíamos de necesidades ni infortunios naturales.

La comodidad placentera de un territorio inmensamente rico, y con una población pecuaria en constante multiplicación, permitía avizorar que las cosas pintaban como para un apogeo tras otro.

Y así fue.

Córdoba, Santiago del Estero y Mendoza comenzaron a poblarse, al igual que Santa Fé.

Sin guerras ni arados.

No eran menester, para un desborde de recursos naturales que el hombre tenia a su disposición a flor de tierra, sin esfuerzo.

Para esa misma época, los pioneers norteamericanos, que se internaban fuera de la costa este, en la búsqueda de nuevas oportunidades, eran frecuentemente masacrados por indígenas hostiles.

Aquí, la colonización masiva tuvo su bautismo de fuego, recién más de trescientos años después, en la segunda mitad del siglo XIX.

Otro tilde que el lector deberá hacer para secuenciar adecuadamente esta incomprensible y trágica trama de eventos.

Con una geografía pródiga, los españoles no despacharon labriegos a nuestras tierras.

Dejaron enormes extensiones sin poblar y menos aun desarrollar.

Los asentamientos jesuíticos que se ubicaron en la actual provincia de Misiones, le imprimieron más carácter y tesón que la más audaz iniciativa procedente de cualquier Virrey en ejercicio del cargo.

Los reyes extendieron, lo que en aquella época, se denominaban como Mercedes Reales, esto es enormes latifundios, a favor de sujetos que en muchos casos ni llegaban a conocer minimamente esas heredades, por algún dudoso servicio a la Corona.

Con ese paso cansino de crecimiento demográfico, se establecieron sí, las pulperías, que luego se transformarían en Almacenes de Ramos Generales, volviendo rápidamente prósperos a los comerciantes a españoles, principalmente oriundos de Asturias y Galicia, que comerciaban por igual con cristianos y salvajes.

Pero no desembarcaron suficientes elementos de labranza, ni quienes se hicieran cargo de ellos con decisión.

En esa Pampa tan fértil como lacónica y solitaria, emerge un nuevo hombre, diferente al elemento colonial: El Gaucho.

El mismo que inmortalizaron Hernández, Martínez Estrada y Martiniano Leguizamón, entre tantos otros.

Omitiré el perfil folklórico, como ya lo he anticipado, para no utilizar lugares comunes.

Pero destacaré dos matices, suficientemente ejemplarizadores del personaje en cuestión y de la fertilidad de una tierra que tenia como inútil y desaprovechada aliada.

Este curioso biotipo rioplatense tenía distingos muy marcados con respecto al resto de los mortales.

No montaba en yegua.

Era trashumante, por esa soledad que había elegido como destino de sus días.

Y cuando en medio de su errático peregrinaje, se le despertaba el apetito, lanceaba cualquier vacuno y lo desollaba, tan solo para ingerirle la lengua, tras lo cual proseguía su camino.

No existen desde los tiempos de Los Caldeos, hasta la colonización norteamericana incluso, un antecedente de este porte.

Un individuo que seleccionaba el sexo de su cabalgadura y que ni se tomaba la molestia de cuerear a su ocasional presa de almuerzo, para comercializar el excedente de su ingesta, como por ejemplo el cuero.

Ni siquiera el cowboy norteamericano, de vida tan igualmente rumbosa, puede equipararse al nuestro.

Al Gaucho lo han denostado personajes tan trascendentes de nuestra historia, como el propio Sarmiento, quien lo dejo reflejado en su correspondencia a Mitre, que todos conocemos.

Incluso José Hernández, nos deja un sutil y tal vez encriptado mensaje,

respecto a la masculinidad y a su desapego a las normas.

Cuando su personaje Martín Fierro elige en una de sus travesías a un Sargento, desertor del Ejercito de línea, como Cruz y repudiando de una manera muy poco

sutil a la mujer o La Chancha, a quién no duda en ridiculizar con estrofas de mofa.

Es precisamente el Gaucho, el lazarillo que nos podrá conducir hasta las entrañas de ese ser nacional que es el argentino promedio.

Porque, teniéndola al alcance de su mano, desprecia la riqueza que le prodigaba un territorio inculto.

El Gaucho es el desiderátum de la argentinidad.

Porque es un personaje aun venerado en la cultura popular.

No importa si era pendenciero y holgazán.

Muchos dicen, y es muy probable que en lo cierto estén, que sin la mano de obra de los gauchos errantes, no se hubieran podido alambrar los campos.

Es muy posible, ya que estos Compatriotas, no se asentaban en ninguna parte, más que transitoriamente, como lo hacen actualmente los trabajadores golondrinas.

No deja tampoco de ser acertado, que con la leva de estos sujetos, se formaron los cuerpos del Ejército, sobre todo en la contienda contra el Paraguay, que roció con miles de sus cadáveres los esteros chaqueños y formoseños de entonces.

Pero no caeré en la celada de calificar al gaucho o a su estirpe.

Porque según creo tuvo tanto de malo como de bueno.

La circunstancia en la que pretendo establecer un adecuado reparo, es en el linaje de un individuo, que nació al compás de las bondades infinitas de la tierra que lo vio nacer.

A la que no le guardo ninguna reverencia.

Mucho menos aun, en un pacífico y prometedor asentamiento en ella, para progresar a sus expensas.

Irónicamente, la hambruna que fue el motor y acelerador de todas las batallas, mediante las que los pueblos europeos y asiáticos se masacraron en funestas guerras durante cuarenta siglos, no le hizo mella a un sujeto que no conocía de historia, y menos aun de penurias gastronómicas.

Si realmente nos gobernará la voluntad de entender a este Pueblo Argentino, con sus inexplicables estigmas, imperativo es que analicemos estos simples sucesos, que no forman parte de recientes descubrimientos de investigadores científicos del Discovery Channel.

Basta con revisar sucintamente, la conducta de los granjeros norteamericanos, que contemporáneamente a su época, incursionaron en el medio oeste, con el fusil en su brazo izquierdo y el arado por delante.

Las oportunidades incluso, fueron mucho mas mezquinas para esos labriegos, que para el Gaucho, porque las tierras de Arizona, Utah, Colorado, Missouri, Idaho, Montana, Indiana, Arkansas, las Dakotas, Kansas y California, que fueron las primeras en colonizarse, no contaban ni todas juntas incluso, con las bondades agrícolas, pastoriles, climáticas e hídricas de nuestra llanura pampeana.

Con esta breve sinopsis, creo que todos podemos estar contestes, de lo que la desaprovechada abundancia provoca en sus beneficiarios, cuando además carecen de una disciplina formativa y de principios, como fue el caso de los norteamericanos.

Pero sin recurrir tanto a la historia y ubicándonos en tiempo presente, podemos observar sin esfuerzo esos idénticos matices, con solo mirar a nuestro alrededor en vastas zonas de nuestra geografía, y advertir lo que se conoce como Los Campos de Cría.

Esa denominación no es económica sino cultural.

Otro fenómeno, producto de una sola regla: La Abundancia, pero volveré sobre ello mas adelante.

Ya que debo tratar de seguir la hilación cronológica de este sendero de entuertos, que ha sido nuestra azarosa historia.

Para el 27 de octubre de 1777, la institución virreinal, tenía su propio sello aquí en el Río de la Plata.

Paradójicamente en contemporaneidad con los patriotas norteamericanos, que ya luchaban cuerpo a cuerpo con los ingleses, por el predominio de su independencia en los valles de Connecticut.

Cierto es que las noticias no tenían por entonces la velocidad actual del twitter.

Pero no lo es menos, que una epopeya como la pugna de los anglosajones, en disputa por el principio de territorialidad, no tardaría mucho en hacerse plenamente conocido por todos.

Nosotros nos demoramos cuarenta y siete años más, para proferir un definitivo grito libertario, luego de la batalla de Ayacucho, cuyo desenlace tuvo lugar a más de seis mil kilómetros de Buenos Aires, en territorio peruano.

Lo que me lleva a reiterar una afirmación que hice muchos años atrás en otro trabajo.

Una falacia de proporciones alarmantes, nos dice sistemáticamente que el 25 de Mayo, cumplimentamos el bicentenario del nacimiento de la Patria.

Nadie puede desentenderse del hecho que ese mismo día, doscientos años atrás, lo que se juramentó en las instalaciones del Cabildo, fue una ratificación de lealtad absoluta e irrestricta a la figura de Fernando VII, prisionero de José Bonaparte, regente del reino español, por aquellos tiempos.

De libertad nada; de independencia menos todavía.

Incluso Belgrano, Castelli y Moreno, infructuosamente intentaron un acercamiento con la española Princesa Carlota, dando lugar a un fallido intento de lo que se conoció como El Carlotismo.

Que además los destrató con un pronunciado desaire.

¿En que periodo de la historia universal, sin distingo de lugares y etnias, una revolución fue proclamada, reivindicando al Soberano de cuyo yugo, los revolucionarios pretendían escindirse?

Tenemos aquí, el gran primer acertijo sobre la morfología extraña de la novelita rosa con la que fuimos educados.

Esa ausencia de distingo, nos dejaría poco a poco una marca indeleble, algo así como el Estigma Argentino que como un embrujo nos ha atrapado en su telaraña, en estas dos centurias de falsas gestas patrióticas.

Mientras tanto en una suerte de sinrazón, entre los que comenzaron a autotitularse Criollos y los que se denominaron Realistas dieron inicio a una absurda y titánica guerra civil.

Porque eso fue lo que aconteció hasta el último combate ayacuchense.

Desde 1810 y por catorce años consecutivos hasta la preindicada batalla, lo sucedido en toda la América del Sur, fue una tan confusa como inexplicable contienda fraticida.

Ya que las tropas regulares de ambos bandos, estaban compuestas por nativos sudamericanos, incluso muchos de los oficiales superiores y generales devotos a la corona española, como entre otros Pío Tristán, compañero de estudios de abogacía en Salamanca, de Manuel Belgrano.

Lo que pretendo expresar a través del relato, es la dicotomía que existió en un movimiento independentista que tuvo un ideario errático.

Ni siquiera podemos tomar como un apéndice de ello, al rechazo de los británicos en las invasiones de 1806 y 1807, porque era una lidia entre ambos Reinos.

Y lucharon en la misma trinchera, tanto criollos como españoles.

Todo el mal llamado movimiento libertario de la América del Sur, fue muy en el fondo una mera comedia de traiciones entre todos los participantes de la misma.

Se venera la figura de José de San Martín, como nuestro Padre de la Patria, induciendo a un severo error de apreciación a los infantes en las escuelas.

Este discípulo de Miranda, no fue otra cosa que un disciplinado agente británico.

Hizo la campaña de Chile y Perú como un mero mandadero del Foreign Office de Londres, para que el proyecto concebido por Simón Bolívar de una Confederación de Estados Sudamericanos quedara trunco.

El plan inglés para la América del Sur, era muy simple.

Establecer repúblicas autónomas, no solo para debilitar un proyecto aglutinador y hegemónico, sino además, para que ninguna de las nóveles naciones tuviese un predominio bioceánico.

Así lo planificaron y sus delegados criollos como San Martín y Alvear, entre los más descollantes, cumplieron impecablemente su cometido.

De esta forma, sencilla y con la complacencia de su ejecutor ¿El Santo de la espada?, nuestra Patria, con todo el esfuerzo bélico de la campaña de los Andes, con la sangre y los recursos de todos los Argentinos de entonces, le otorgo a Chile y a Perú un principio de soberanía que carece de antecedentes en cualquier plano de la historia universal.

No merece San Martín, el sitial que se le tributa por una suerte de verdad apodíctica, que no resiste el más mínimo chequeo.

Si algo se puede deducir de cualquier episodio histórico desde los tiempos de los babilónicos, para tomar a la sazón una de las civilizaciones más remotas, es que todas sin excepciones, bregaron exclusivamente por el expansionismo.

Ningún pueblo tomó la iniciativa de liberar a sus vecinos.

Lo contrario es lo que podemos extractar de una simple lectura.

Incluso revisando en cualquier contexto y desde el mas subjetivo de los ángulos que se puedan observar, hasta los propios griegos, que trataron de erigir su distingo, tuvieron que nuclearce para resistir a las permanentes invasiones persas.

En fin, analizar el transcurso de los eventos de esta parte del continente, solo nos puede conducir a un sedimento amargo de estas deidades, que no han sido más que falsos iconos.

Mientras aun en este siglo XXI, existen reyertas irresolutas entre vecinos, como Chile con Bolivia y Perú, y este con Ecuador, o Nicaragua, El Salvador y Honduras, por delineamiento de fronteras, veo cuanto nos separa de nuestros vecinos norteamericanos, que formaron una sola Nación, en homenaje a la identidad de religión y del idioma.

Nosotros que contamos con esas mismas vertientes, nos redujimos a ser un conjunto de republiquetas bananeras que integramos el mismo circuito, en algunos casos como el nuestro sin plátanos.

Los europeos, a lo largo de toda su existencia se han enfrentado como si no hubiesen salido del caledonico, porque no tienen ese nexo idiomático común.

Aun hoy en plena convivencia pacifica de la Comunidad Económica, cuando sus diputados concurren a la dieta de Estrasburgo, deben ser acompañados de interpretes, para poder comunicarse entre sí.

En toda la Europa continental, solo Alemania y Austria tienen un idioma común.

Francia y una porción de Bélgica.

El resto no.

Dejaré de lado a Suiza que es una suerte de humorada sobre la nacionalidad.

Esa amalgama del lenguaje, ha sido una constante de reivindicaciones y traumas, desde los días de la caída del Imperio Romano en el 453 hasta nuestros días.

La moneda y la economía comunitaria son hoy en día, una suerte de refugio, que los tiempos actuales exigen a las economías de mercado, y a pesar de ello posiblemente se enfrenten a su disolución monetaria, por esas, ahora parece que podemos avizorar, irreconciliables diferencias que anidan en sus nacionalismos no disueltos.

Pero nosotros que pudimos erguirnos como una sola Nación, con epicentro aquí mismo en Argentina, desdeñamos ese anhelo.

Por la culpa exclusiva de ese mítico San Martín que no ha sido mas que un fraude.

En momentos en que decidimos separarnos del absurdo vasallaje español, nuestra frontera virreinal, alcanzaba hasta Rió Grande Do Jul y la Isla de Santa Catalina, incluyendo al Uruguay, claro está.

Pero nos desmembramos por una ausencia de identidad nacional.

Ese zigzagueo sin propósitos conocidos, nos fue formando en ese carácter liviano, ligero y ausente de un compromiso de sangre, del que hoy tanto debemos de lamentarnos.

Pasando por alto, las intromisiones y artimañas papales, como ese absurdo Tratado de Tordesillas, que les otorgo a los Portugueses, esa inmerecida masa continental, conocida como el Brasil.

Nuestro primer Presidente Bernardino Rivadavia, nos obsequio la enfiteusis, para 1824.

La cancelación de este vergonzante empréstito se realizó, ochenta años después ya adentrado el siglo XX y multiplicado en más de cien veces de un capital originario que nunca percibimos.

El destino del dinero para un supuesto desarrollo, se vaporizó entre coimas embolsadas por ese mulato y sus amigos, las abultadas comisiones de intermediación de los mismos prestamistas británicos, y una multiplicación exponencial de los intereses de una masa dineraria que no arribó a este destino, más que en una minima parte.

Les disputamos a los brasileños la soberanía de la Banda Oriental, y nuestros gloriosos granaderos comandados por un patriota con mayúsculas:

Juan Galo de Lavalle, los vencieron definitivamente en la legendaria batalla de Ituzaingo.

Pero merced a los oficios de este perdulario y canalla de Rivadavia y su sumisión a la corona británica, nacía el Uruguay, como otro ejemplo de la diplomacia de Saint

James: El Estado Tapón, que ya habían ejercitado con éxito, cuando la fundación de los países bajos europeos, para impedir el predominio sobre ellos de Alemania y Francia respectivamente.

Así nos presentamos al concierto de las naciones, con un sistema presidencial tan abyecto como silente.

Ningún gobierno, ni militar ni civil, hizo nada antes de ahora, por incoar un proceso revisionista de las cimientes de esta maltrecha Patria.

Nada es casual.

La guerra civil que antes manteníamos con los españoles, tuvo una segunda fase a partir de esos días.

Su marcada vigencia se extendió durante treinta años, hasta que Rosas huyó como un merodeador, en una fragata inglesa, con un especial salvoconducto, extendido por el responsable de la legación británica, a quien le solicito cobardemente asilo diplomático.

Iré por este sujeto a continuación.

Juan Manuel de Rosas, es uno de los pocos casos testigos de deserción frente al enemigo, al no concurrir al llamado a filas durante la primera invasión inglesa.

Su padre se presento ante el comandante del regimiento al que había sido destinado su hijo, con un dudoso certificado médico de insalubridad, extendido por un familiar suyo, boticario de profesión; Bosch de apellido.

Rosas fue un idóneo en el tema de administración de campos.

Había sido mayordomo de los de sus primos los Anchorena y en dicha función tuvo buen ojo para indagar en la psicología gauchesca.

Con bastante precisión, redactó un manual para conocimiento de los hacendados.

El fue uno más de ese grupo.

Y con esa dinámica manejó a su antojo a la Argentina: Como su propia Estancia.

Perfeccionó todos los desaciertos españoles de centralizar en Buenos Aires a la única sede aduanera de la Nación.

Acentuó el embudo del comercio de toda la republica, para asegurarse la percepción de todas las rentas fiscales, como lo hicieron sus predecesores: Los Virreyes.

Retraso con el monoproducto de los cueros, el crecimiento de una economía demasiado hundida, retrógrada.

En el paralelo, formó a un grupo de carniceros: La Mazorca como una especie de guardia pretoriana, que asoló el territorio argentino, con la cacería de sus opositores.

Quienes caían en las garras de estos "intelectuales" eran pasados a degüello, con dos modalidades: el violín o el violón, según se cercenara la cabeza del infortunado por delante o por detrás de su garganta.

Pacto con los indios que anidaban del otro lado del Río Salado, al solo efecto de ensanchar sus dominios personales y multiplicar las hectáreas que pasaron a engrandecer en forma aviesa y cínica su ya por entonces enorme patrimonio personal.

Estableció una línea de cadenas y unas vetustas baterías de artillería, en las inmediaciones de San Pedro cuando una flota mercante anglo-francesa, se

aprestaba a remontar el río Paraná, para comerciar con Paraguay, sin abonarle un peaje a el por ese tránsito.

Los nacionalistas, establecieron a esa fecha: el 20 de noviembre como el día de la Soberanía.

Hace años he concluido, que estos defensores del Ser Nacional, fueron tan nocivos por esa voluntaria miopía, como los anarquistas, en las antípodas de una línea de razonamiento ideológico.

Luego que el Campeón de la Causa Argentina se asilo confortablemente en una finca de Southampton en la Gran Bretaña del sur, otro Estanciero lo sucedió en la suma de ese poder cesarista, estilo rioplatense: Justo José de Urquiza.

Se me torna muy dudoso, inclinarme hacia uno u otro, para determinar quien de los dos se destaco más por su vileza.

Rosas se acaudaló criminalmente a expensas de los esfuerzos de todo un pueblo.

Pero este Urquiza no fue menos ruin, cuando aceptó una montaña de oro, por parte de la Casa de Braganza, para que tropas brasileñas se desplazaran por las calles de Buenos Aires, cuando el desfile posterior a la derrota rosista en Caseros, como una hueste militar falsamente victoriosa.

Una cruel e injusta venganza por la humillante derrota de los soldados de Don Pedro en Corrientes.

Con ese dinero espurio mando construir el Palacio San José, de una arquitectura tan avanzada para la época, que hasta disponía de una red propia de agua corriente, que no se conocía ni siquiera en las mansiones mas pitucas porteñas.

En su defensa, no son pocos, los que dicen que al menos nos otorgó una Constitución.

Y no faltan a la verdad quienes así se manifiestan.

Pero un sujeto que acepta un soborno y mas aun de una potencia extranjera, queda incurso por ese solo hecho, dentro del tipo penal especifico de Traición a la Patria, y jamás podrá contar con una reivindicación histórica, mal que les pese a nuestros hermanos entrerrianos que tanta veneración le dispensan.

Pero seria por demás reincidente en esas correrías monetarias, casi una década después, cuando nos alineamos con Brasil para destruir al Paraguay.

Invitado a participar en la contienda por otro canalla: Bartolomé Mitre, desdeño el convite y se limitó a venderle al Ejercito de Línea, treinta mil caballos, por los que percibió una millonada de patacones.

La guerra de la Triple Alianza, fue, ya que esta muy de moda el término: un genocidio.

Solano López, pretendía una salida al mar para extender su muy prospera economía algodonera, ferroviaria y armamentista.

Inglaterra considero que era un plan demasiado audaz.

Una potencia sudamericana expansionista no estaba en los planes británicos.

Corrían el riesgo de no poder sujetar a esta reedición del David bíblico.

Optaron por unirnos con el Brasil y la flamante republica uruguaya.

Mitre se presto para esta felonía, urdida por la masonería universal de la época, con sede en Londres.

Nos alineamos con nuestro principal enemigo, para derrocar y ultimar a otro que no lo era, al menos en apariencia.

Y que además, después de todo, pugnaba por correr sus fronteras a expensas de los bandeirantes.

No postulaba para invadir nuestro país, aunque retenía para si el actual territorio misionero.

Podríamos haber negociado esa devolución, como parte de una aventura conjunta.

Pero en vez de apoyar su pretensión, que a todas luces era legítima y razonable, nos unimos al lado equivocado de la contienda.

Si hubiéramos pactado con López, podríamos haber recuperado nuestra antigua provincia uruguaya.

E incluso, con ese formidable aliado, ya que era cuestión de derramar sangre, estábamos militarmente en condiciones, de ir por más, esto es, invadir el Brasil y expandir enormemente nuestra geografía de entonces.

De nuevo, vilmente renegamos de una política hegemónica.

Con el Paraguay a nuestra izquierda, nada nos hubiese detenido para hacer hondear el Pabellón Nacional en el Palacio de Río de Janeiro.

Los historiadores clásicos, todos de ascendencia mitrista justifican la alianza con los macacos.

Afirman que Solano López era un lunático e irascible individuo y que no se podía razonar con él.

Meras falacias para defender lo indefendible.

Este Guaraní, hubiera razonado muy convenientemente, una alianza con nosotros para repartirnos un Brasil, que no era una potencia de cuidado.

Ya los habíamos derrotado con altísima superioridad y estrategia en mar y tierra.

Su enorme y pomposa flota era un flan, como nos lo demostró el legendario Guillermo Brown, en la batalla de Juncal.

Una alineación astrológica nos favorecía convenientemente, pero la desdeñamos.

El caso es que todos los jóvenes porteños, concurrieron al llamado de las armas, de manera entusiasta como, salvando las distancias, cuando lo de Malvinas.

Pero en los esteros paraguayos, conocimos la primera derrota de nuestro Ejército.

Demasiados reveses.

Pocas victorias.

Nuestra infantería fue arrasada.

Después de casi cinco años de hostilidades, ganamos una guerra vergonzosa, porque nuestros adversarios se quedaron sin soldados, pertrechos, municiones y alimentos.

Nosotros perdimos a la flor y nata de nuestra muchachada y de muy corajudos gauchos, entre los primeros, los capitanes Dominguito Sarmiento y Marcos Paz, hijo del Vicepresidente de la Nación.

El Paraguay quedo diezmado de hombres blancos.

Solo quedaban los restos de un sueño trunco.

Indios, viudas y huérfanos constituían la población de un país, que nunca lograría recuperarse de esa herida mortal.

Hoy es apenas un territorio productor de marihuana, promotor, receptor y distribuidor del contrabando e incipiente asentamiento logístico de la guerrilla islamita en la triple frontera.

Para la misma época de esta funesta contienda, los estados sureños de Norteamérica, intentaron continuar con un modelo económico agricolo-ganadero de un tipo feudalista, habiendo transcurrido más de la mitad del siglo XIX.

Los norteños, más avanzados que ellos, pretendían nacionalizar un modelo industrialista, que era ya una regla del comercio mundial.

El tema de la esclavitud, para esos tiempos también era en un todo intolerable.

Los Confederados eran una minoría, mejor adiestrados para el combate por la férrea disciplina adquirida con el esclavismo, pero sin una industria militar para nivelarse con sus oponentes.

A pesar de ello, la guerra se alargó por cuatro tediosos años.

La resultante fue más de un millón de muertos entre ambos bandos.

Es lo que suele suceder cuando las cosas se toman en serio; con un compromiso no claudicante.

Pero toda una Nación, galvanizó así su carácter.

Y el sur ingresó en el seno de un país, que pese a las bajas se alineo en un destino común, sin cortapisas.

Es probable que algunos lectores, se irriten un poco, por el constante paralelismo que he trazado entre nuestra cimiente y la de los Yankees.

Pero se torna imperativo, si en verdad deseamos escudriñar en nuestros fracasos y sus éxitos.

Tuvimos idénticas oportunidades temporales y espaciales.

Lo que emerge de estos comparativos, es una diferencia cultural y también religiosa.

El peso novante de nuestra Iglesia, fue una infranqueable barrera, que nos introdujo nuevamente en el oscurantismo que la humanidad ya había padecido en la edad media.

Somos descendientes de una forma de ser, encriptada, nublosa, errática.

El plan de Bolívar de una Sudamérica Unida, que podía incluso llegar hasta las márgenes del Rió Grande en Méjico, era factible técnicamente.

Pero el predominio del individualismo y la villanía de sus contemporáneos pudo más, mucho más que cualquier sueño.

Mientras nuestros ancestros peleaban entre sí por absurdos protagonismos y cumplían la directiva inglesa de esta carroñera división intestina, los gringos, tomaban para si, Arizona, Nuevo México, Texas, California, Florida y la Lousianna por compra a Bonaparte.

Un tiempo después también Alaska al Zar ruso.

Eso era tener una pristina idea de lo que se conoce como la teoría del espacio vital, que Alemania puso en vigencia al invadir a sus vecinos entre 1939 y 1941.

Los norteamericanos como efectuaron esa estrategia un siglo antes y con territorios poco poblados, lo pudieron cristalizar sin traumatismos.

No fue hasta 1877, que Antonio Del Viso, gobernador de Córdoba, dio el puntapié inicial de la inmigración, cuando personalmente se trasladó a una Europa, por entonces famélica.

Pero a pesar de esa visión progresista, para aumentar nuestra población, se careció de un plan de gobierno para acomodar a toda esa inmensa marea humana, que no tenia un proyecto superador en un país que apenas se estaba organizando.

Con un rango constitucional y una secuencia sin interrupciones de fraudes electorales, producto de la gran desorganización imperante en esos tiempos,

Sarmiento y Avellaneda, dos verdaderos espíritus de plumas e ideas, intentaron gobernar a un territorio sin ninguna identidad, más allá de las montoneras precordilleranas y el asfixiante y arcaico centralismo porteño.

Y me veo en la obligación de destacar un aspecto, para muchos desconocido de Nicolás Avellaneda, quien gobernó sin odios ni revanchismo.

Pese a que cuando contaba apenas con cinco años de edad, fue obligado a presenciar el degollamiento de su Padre Marco, por parte de la mazorca rosista.

Hasta que le llego el turno a otro tucumano. Julio Argentino Roca.

Desde joven, lo tuve como un gran Patriota.

Y no he de mudar de opinión a esta avanzada altura de mi vida.

La Patagonia es nuestra pertenencia, merced a su disposición bélica en perjuicio de las ambiciones chilenas.

Nos dejo eso, que implica casi un tercio de nuestra territorialidad, cuando incluso no se conocían las ingentes riquezas gasíferas y petroleras, ignotas por esos días y como voluminoso contrapeso, el nacimiento de Néstor Kirchner que aun no se producía.

No masacro a los mapuches y araucanos que habitaban esas tierras, como arteramente, pretenden endilgarle estos historiadores progresistas que tenemos como referentes indiscutidos hoy en día, ya que a la mayoría de los capturados, se limitó a reducirlos en servidumbre.

Pero en su disfavor, debo añadir que realizó una pésima distribución de los territorios patagónicos recuperados para la argentinidad, al repartir entre veinte o treinta familias patricias esas valiosas tierras, principalmente los Braun, los Menéndez y los Martínez de Hoz.

Desaprovechó la oportunidad de establecer minifundios para el asentamiento de colonos.

Que hubieran sido el motor de un sur, aun olvidado por muchos.

Aplicó una política idéntica para todo el sudeste de Buenos Aires y la totalidad de La Pampa, al entregar en propiedad vastas extensiones de campos a sus Comandantes de Campaña.

Gestando así, una oligarquía bastante parasitaria, que le recompró a los Militares sus trofeos de conquista por unos cuantos pesos.

Esos latifundistas, fueron quienes se sumaron a esa aristocracia tan rancia como sus orígenes, de la que hoy se mofa un gobierno de acratas.

Que encuentra, sin embargo bastante sustento entre los más carenciados, porque los antecedentes de esas fortunas, estuvieron absolutamente divorciadas del precepto bíblico que ganaras el pan con el sudor de tu frente.

Con ese clase de sujetos, nació a la luz la Sociedad Rural Argentina, cuya membresía no estaba integrada por herederos de un tesonero espíritu de sus mayores, sino de un rango social que pensaban que les había prodigado un absurdo abolengo de muchas vacas gordas y poco o nada de sacrificio.

Ese fue el severo desacierto de Roca, quien seguramente quiso congraciarse con sus amigos tilingos de la época y ganar el favor de una high society, a la que no pertenecía por nacimiento.

Sin embargo en el terreno político Roca, diseño una bisagra muy marcada, que de una manera irónica y también dicotómica, reseñó el inicio de lo que después se conoció como El Orden Conservador.

Esta nueva corriente de pensamiento, que tomó muchas de las enseñanzas de Avellaneda, se disoció de una clase social que actuaba en forma oblicua.

Juárez Celman, concuñado y delfín de Roca lo sucedió.

Promovió fuertemente la enseñanza pública y la separación de la Iglesia del Estado, circunstancia que careció de cuestionamientos, incluso por parte de los católicos más devotos.

Leandro N. Alem, que era hijo de un mazorquero de Rosas, paralelamente comienza a fustigar una forma de gobierno, que estaba cimentando las bases de un país moderno y a la altura de las grandes potencias europeas y la norteamericana.

Junto con Aristóbulo del Valle y el malandrín de Mitre, forman la Unión Cívica Nacional.

Promoviendo la lucha contra el fraude electoral principalmente.

Con algunos Militares encabezados por el Gral. Manuel J. Campos, quien defeccionó secretamente en favor del gobierno, se alzaron en armas.

Las hostilidades que se situaron en el asentamiento actual del Palacio de Justicia, donde funcionaba por entonces el arsenal militar, después de una breve refriega culminó adversamente con las ambiciones de los sublevados.

Pero el Presidente, caído en desgracia porque Roca le bajo el pulgar, tuvo que dimitir.

Carlos Pellegrini, quien tomó las riendas por un breve periodo, enfrentó para mediados de 1890, una de las depresiones económicas más funestas de las que se tenga memoria.

Muchos vecinos de Buenos Aires, llegaron a vender las puertas de sus propias casas.

Y a pesar de todo, supo timonear la crisis, con la fundación del Banco de la Nación, como entidad de fomento para paliar la crisis, en tan solo dos años, dejando al país ordenado.

Pero a pesar de la derrota, el fermento populista ya había nacido de la mano de Alem, a quien siempre consideré, pese a lo que gestó, como un hombre de bien y honesto soñador.

Fue tal vez, la traición de su sobrino favorito, Hipólito Yrigoyen, lo que determinó su suicidio.

Este último, quien fue diputado por el Partido Conservador o como se lo denominaba en la época: el Autonomista Nacional, y que en su juventud había sido un acosador sexual de algunas de sus compañeras maestras tuvo sobrada estrella.

La misma le facilito amasar una cuantiosa fortuna, traducida en más de catorce mil hectáreas en el Paraje El Trigo en el Partido bonaerense de Las Flores, de las que disfrutaron todos sus hijos extramatrimoniales.

Tomaba mate en camiseta, sentado en el balcón de su despacho cuando su primera presidencia.

Validando que las vendedoras ambulantes de empanadas y tortas fritas, deambularan por los despachos de la Casa Rosada y era afecto a acompañar sus ingestas de puchero con champagne francés Chateau Lafitte.

Según cuenta Roberto Etchepareborda, cuando Roque Sáenz Peña, sancionó la ley del sufragio secreto y obligatorio, lanzó la siguiente proclama a todos los afiliados radicales: "cumplido el sueño y el anhelo del voto universal, entiendo que el partido radical debe disolverse".

Comenzaban así, las arengas para la tribuna.

Porque también con él, se avizora la fuerza de las masas.

Y a través de ellas su inexorable secuela: La Demagogia.

Hipólito Yrigoyen fue, por definirlo de algún modo: un diletante, un intrigante.

Simpatizante del Káiser Wilhelm, no se pronunció a su favor.

Creando en los bancos y empresas de capital británico, un autentico desconcierto.

Frente a una eventual derrota o acto comicial teñido de un sesgo fraudatorio, ordenaba el abstencionismo.

Contaba con ese elemento precioso, de tener mucho más culo que cabeza.

En una de esas abstenciones, cuando lideraba la Unión Cívica Nacional, Lisandro de la Torre, le escribe unas líneas, acidas muy certeras y descriptivas de la radiografía de los radicales de entonces; de siempre.

En uno de los párrafos dice: Ante estas decepciones, producto de esta resaca moral que disgusta del vivir (¡¡¡los radicales!!!) he llegado a una conclusión: Merecemos a Roca.

Yrigoyen lo reta a un duelo a primera sangre.

Pero De la Torre, sobrado sablista del Jockey, tenia tanta mala suerte, que el peludo con un movimiento cansino y fortuito, le produce un corte en la mejilla.

A partir de allí Don Lisandro, debió cargar con su barba para ocultar esa ignominia, propia de la casualidad.

Pero se le debe de reconocer la jerarquía, de haber sido el primer líder popular, después de Rosas, aunque nunca pronuncio un discurso público, ni hizo apariciones dentro del mismo tenor.

Fue la primera expresión y tal vez sea la única de la inmanencia invisible.

Con su gestión se da inicio a una nueva figura de fraude a la administración

pública, cuando ordena crear el cuerpo femenino de amas de leche.

Sus integrantes eran casi todos pilosos varones, que ocuparon esas vacantes en homenaje al empuje de otro fenómeno, también inédito y que seria el estigma radical hasta los tiempos de Alfonsin: Los Punteros.

El Yrigoyenismo tuvo ese universo: El de la política barrial del comité.

Los radicales, incluyendo a sus actuales referentes, nunca pudieron introducirse a la verdadera Argentina en sus mentes.

Son de los que piensan que si no entra el sombrero hay que achicar la cabeza.

Lo que con denodado afán si pueden ingresar a su imaginario, es la cuestión de las alianzas, la rosca.

Por ello Julio Cobos aceptó ser Vicepresidente de un gobierno tan crapuloso en antecedentes.

Porque la posibilidad de integrar algo cercano al poder, por más abyecto que ello sea, es suficiente motivo.

Pero debo retornar al derrotero radical, para hacerle justicia.

A Yrigoyen lo sucede un hombre bastante decente: Marcelo Torcuato de Alvear, que era un digno exponente de los play boys de la decada de los veinte.

Unido en matrimonio a una cantante lírica, trato sin mucha suerte de derribar el icono yrigoyenista.

Se rodeó de lo mejor del partido, consensuándolo con hombres provenientes del ala más acérrima de los conservadores, como el Gral. Justo y otros como el Dr. Ortiz, que también renegaban bastante de la figura de El Peludo.

Para el fin de su mandato, la Republica Argentina ocupaba el décimo lugar del ranking entre las economías más prósperas del universo.

Una prueba irrefutable de todo lo que se puede lograr en una gestión de gobierno, libre de líderes populistas.

Pero los grasas volvieron con Yrigoyen, quien para 1928 ya era demasiado anciano.

Tanto que su Canciller Horacio Oyhanarte, le imprimía un diario especial en la imprenta del Congreso.

Nunca volvimos a ocupar ese podio tan bien ganado por el sacrificio y la disciplina del pueblo Argentino.

Pero la prostitución, entremezclada con la política de los comités, para las costumbres de la época y la gente de bien, resultaban intolerables, asfixiantes.

Es así que para el 6 de septiembre de 1930, un general de división: José Félix Uriburu, entusiasmado simpatizante de las ideas de Primo de Rivera y también de Mussolini, apodado como Von Pepe subleva a la guarnición del Colegio Militar y con una compañía de Cadetes, derroca al viejo Yrigoyen, quien se refugia en La Plata.

Desde allí suscribe su renuncia.

También se escapa su Vicepresidente Enrique Martínez, un oscuro cordobés, tío carnal del que seria Vice de Alfonsin, quien según José Luís Lanuza en su trabajo Balcarce 50, sabedor del desenlace, dos días antes rubrica un cheque de la cuenta presidencial, en el Banco de la Nación, por una millonada de pesos y se embolsa el efectivo.

Es sumamente curioso este hecho, ya que nadie lo investigo después del golpe por este astronómico desfalco.

Pasando por alto este detalle bastante radical, la Corte Suprema de Justicia, renuncia en pleno, prestándose a una legitimación ajuridica, peligroso precedente que tendría idénticos equivalentes en los pronunciamientos militares hasta 1976.

Con ese cobarde acto, se crea la justificación fáctica por vía judicial del establecimiento de un gobierno de fuerza.

Se erige entonces a partir de la revolución del 30, una bisagra, que le haría mucho daño al precepto republicano de gobierno.

El caso fue que Uriburu, representaba a un incipiente movimiento que era

más nacionalista que conservador.

Y por aquellos tiempos éste último, era el que predominaba, por la alianza estratégica que manteníamos con el Reino Unido, nuestro principal socio comercial.

Agustín P. Justo, otro espíritu, de un nivel equivalente y tal vez superior al de Avellaneda y Pellegrini, que sabia un rato largo de política y estrategia, desplaza a un Uriburu con un fervor demasiado insuflado de nacionalismo, quien perece en Paris un año mas tarde, olvidado por amigos y enemigos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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