En memoria de Lucio Catano (h).-
Prólogo
Pocas veces el título de un trabajo de esta naturaleza se ajusta tan exactamente a su contenido. El ensayo que hoy nos entrega Carlos Blanco es una verdadera autopsia, tarea que para avanzar requiere del bisturí incisivo que en este caso se convierte en despiadado, desgarrador a veces en vez de cortante y hasta debo decir que lo hace con ensañamiento cuando llega a diversas partes del cuerpo de una Patria explorada con tristeza. Más aún, podría afirmar que esta tarea de hurgar en el pasado para llegar al presente es, en la pluma de Blanco, un interesante viaje plagado de anécdotas muchas veces desconocidas y en otras, siempre comentadas en voz baja para evitar susceptibilidades o enojos. El autor las encara sin sutilezas, las escribe descarnadamente y debe reconocerse que muchas veces lo hace para otorgarle un carácter más descriptivo a personas destacadas del protagonismo histórico y en especial, de nuestra política a la que juzga con severidad. Antes de ingresar en el comentario que realiza de un bicentenario tan abarcativo que se extiende a las fuentes romanas de nuestra cultura, sigue por la independencia de los Estados Unidos de Norteamericana y la compara con la nuestra.
Debo consignar una advertencia que le hice a mi amigo después de la primera lectura de este ensayo polémico: mi disidencia con buena parte de su contenido y en especial respecto de personas y circunstancias que he vivido o de su conocimiento que llegó a mí por las vías más diversas, por la acción o por grandes amigos que conservo. Blanco me puso en una seria disyuntiva: encontrar el justo equilibrio entre la amistad personal que compartimos y cumplir con su pedido de redactar este prólogo. Con seguridad, al lector se le despertará la intriga por esta parte de mi comentario y si sucumbe a ella y encara de lleno la lectura de esta Autopsia, realizará un acto satisfactorio pues a medida que avance a través de las páginas que siguen y se detenga a meditar. Sobre determinados pasajes de su contenido, comprenderá que la historia es algo vivo, que muchas veces puede depender de quienes la escriben y que la interpretación generosa del pasado permite estudiarlo – y conocerlo – desde diversos ángulos. El aporte de Carlos es enriquecedor y a medida en que dará vuelta las páginas, el lector, prejuiciado o desprejuiciado, resistente o favorable a la información que reciba, se sentirá más y más atraído por el estilo, la forma didáctica de recibir un mensaje que, en definitiva, define al autor por su extrema exigencia al desenvolvimiento de la historia y a una idea que campea a lo largo de todos los renglones: el destino de la Argentina podría haber sido mejor. Más aún, pone de manifiesto que el éxito nos ha sido escamoteado, que se dieron razones de peso para que así sea y que el caso argentino es inédito en el mundo.
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