Con este entrerriano comienza lo que luego se conocería como La Década Infame.
Una muletilla, con la que radicales primero y peronistas después, deformaron la mente de nuestros educandos, quienes abrevaron de ese concepto en los libros de texto, que aun tienen vigencia en las escuelas medias.
Pero el país retomo su cauce por las riendas del crecimiento y sobretodo del orden.
Se ha criticado mucho el tratado Roca-Runciman, que su vicepresidente hijo del zorro, suscribió en Londres, para la exportación de carnes enfriadas.
Toneladas de tinta y papel, se han desperdiciado con este asunto, tan maltratado por nuestros historiadores.
El caso es que para 1933, cuando se formalizó el convenio con Inglaterra, Argentina fue obligada a vender a un precio más bajo que el resto de las colonias británicas, proveedoras del mismo insumo.
Y una primera lectura del asunto parecería darle la razón a estos palurdos progresisitas que ejercen el papel de auditores de la historia.
Pero lo que nadie dice es que si el Reino Unido dejaba de abastecerse con nuestras exportaciones nadie más lo haría porque no teníamos a quien venderle carne.
Fácil es criticar desde el abstracto, pero los ofendidos por este acuerdo, tal vez no recuerden que para comienzos de esa época, la economía mundial estaba sumida en la más profunda de las bancarrotas, desde el crack financiero de Wall Street, aquel viernes negro de 1929.
Cierto es que Julio Roca (h) era de carácter frívolo y tal vez un poco disociado de la responsabilidad del cargo que ejercía.
A tal punto que la noche anterior a la partida para la firma del trato, se quedo hasta altas horas de la madrugada jugando poker con sus amigos en el Jockey Club.
Su revés lúdico, hizo que perdiera incluso hasta la plata del viático para el viaje.
Presurosamente al día siguiente, dos funcionarios del entonces Ministerio de Hacienda, corrieron hasta el vapor a punto de zarpar, para reponerle sus malgastados estipendios.
Pero esto incluso, no deja de ser una mera nota de color.
Las cosas siguieron su rumbo hasta que en 1938, Roberto Marcelino Ortiz, gana las elecciones con la ayuda de una alianza entre radicales alvearistas y conservadores.
Se la conoció como La Concordancia.
El Presidente electo, era abogado de las concesiones ferroviarias británicas.
Por entonces no existía el Ministerio de Trabajo, y en una oportunidad se presentó un diferendo entre la Patronal y el personal ferrocarrilero.
Los ingleses, fueron distendidos a la audiencia presidencial, que dirimiría el entuerto, ya que después de todo el Presidente era del palo.
Ortiz laudo a favor de los obreros.
Así era este hijo de vascos que fue uno de los Grandes Presidentes Argentinos.
Poseía una estancia en Ayacucho, que había recibido por herencia paterna.
Durante su mandato la hipotecó.
Luego de su deceso fue subastada judicialmente.
Cuando una severa y rebelde diabetes le hizo perder la vista, dimitió a favor de su Vice.
Pero mientras la enfermedad aun no se presentaba como terminal, y sabiendo de su inexorable condición, abonó de su bolsillo todos los sueldos del personal de la Residencia Presidencial, que por entonces estaba ubicada en la actual residencia de la Nunciatura, sobre la calle Suipacha.
Porque consideraba que los contribuyentes no debían correr con el consumo personal de un Mandatario enfermo.
Antes de delegar el mando, estalló un fenomenal escándalo político, superior a cualquier otro del pasado.
Se trató de un sobreprecio, en la venta de unos terrenos ubicados en el Palomar, donde se erigiría el actual asentamiento del Colegio Militar de la Nación.
La investigación parlamentaria estuvo a cargo del presidente de la Cámara Baja, Vicente Solano Lima.
Se detecta un pago irregular en la casa central del Banco Español, al que había concurrido la querida de un hombre fuerte de la bancada oficialista: Víctor Juan Guillot.
El cheque percibido era por una suma irrisoria: 15.000 pesos.
Toda la pesquisa los lleva a Guillot.
Dice que nunca tocó un centavo de esa presunta coima.
Y todos le creen.
La sospechada era una tal Ana López, quien a la sazón, tenia con el señalado algunos hijos extramaritales.
La abrumadora prueba de cargo, era demasiado para un tipo de honor como él.
En la madrugada siguiente se dispara un tiro en la sien.
Muere cuando la trasladan a la Asistencia Pública.
Lo he dicho antes y lo ratifico en esta entrega.
Si los actuales legisladores de todas las extracciones como los senadores que fueron sobornados en la gestión de De la Rua, y todos aquellos de ambas cámaras que levantan la mano, previa remisión de una valija antes de pulsar el botón con su voto, imitaran la ejemplarizadora conducta del malogrado diputado: La pira funeraria de los arrepentidos treparía hasta sobrepasar la altura del domo del capitolio.
Pero así eran las cosas entonces.
El pobre Comandante del Ejercito, que había dispuesto que un camión de materiales, compuesto por diez bolsas de arena, doscientos ladrillos y cuatro soldados, hicieran un viaje raudo, para hacer una pequeña refacción a su quinta de Pilar, presentó su dimisión en el acto.
Comenzaban a apodarlo El General Palomarquez.
El incidente fue demasiado para un Presidente que era demasiado honesto y para entonces también invidente.
Lo sucedió Ramón Castillo, que era muy testarudo y dispuesto a alinearse con Alemania.
Impulsado sobre todo por su canciller Enrique Ruiz Guiñazú, quien un día de 1942, cito al embajador británico, para decirle: "Nosotros vamos a jugar la carta alemana y ustedes van a perder la guerra".
Ignoro porque su propia hija Magdalena, la periodista, deshonró tan vilmente la impecable tradición paterna.
El caso fue que este otro Presidente olvidado por la historia, fundó la Dirección de Fabricaciones Militares y los Altos Hornos de Zapla.
Si bien trató de recomponer en sus puestos, a los amigos del partido, desplazados por su predecesor, poco o nada pudo hacer en su gestión de gobierno.
El fraude electoral que había procurado evitar Ortiz, fue reinstalado.
Castillo había sido Juez y Profesor de Derecho Comercial en la Universidad de Buenos Aires.
Para concurrir a su cátedra y a su judicatura se manejaba en Tranway, vistiéndose casi siempre con el mismo perramus, a punto de ser tomado por sus alumnos como un ropavejero.
Al morir, en su sucesorio el Banco de la Nación se presentó con un crédito pendiente de pago por la módica suma de dos mil pesos.
A los pocos días, el auditor general de esa entidad crediticia, ordenó que se renunciara al mismo, porque era inconcebible que la memoria de tan gran hombre quedara en entredicho por una deuda tan insignificante.
Con Castillo fenecía esa década de ¿atribuladas ignominias?
Meras cuestiones de centavos, comparados con los cientos de millones que consume este congreso de maleantes, del que cada uno de sus representantes, sin distinción de banderías, extracta todo aquello que le es permitido.
Incluso los más avezados, tienen montada una oficina paralela de venta de pasajes oficiales, a precio irrisorio, que pertenecen a los paquetes asignados que los legisladores no utilizan.
Todo está a la vista de cualquiera que desee indagarlo.
A veces pienso que quienes denostan a la Concordancia, lo hacen para tapar sin éxito su propio derrotero de iniquidades, repulsivas en relación a cualquier desarreglo de los acaecidos en la década del treinta y principio de la del cuarenta.
Pero no debo desaprovechar un hecho por demás pintoresco.
Cuando el levantamiento castrense en perjuicio de Castillo, ya tenía una silueta delineada, un novel diputado que contaba con menos de veintitrés años, se trasladó en tren a City Bell, en las inmediaciones de La Plata.
Era Pablo Gonzalez Berges, tío de Felipe Sola.
Allí fue recibido por el hombre más granado del partido conservador de entonces, el abogado penalista y ex gobernador bonaerense Rodolfo Moreno.
En su paso como embajador argentino en el Japón, se había convertido al shintoismo.
Su casa tenia la forma de una pagoda nipona.
Lo recibió enfundado en un pintoresco kimono.
El visitante, inquieto y atribulado, por lo que era un secreto a voces, le pidió un consejo, de cómo actuar frente a las circunstancias que iban a desencadenarse.
Con un aire paternal, Moreno lo tomó del hombro y le dijo: "No se preocupe estimado joven por esta asonada militar en ciernes ya que el peor momento que enfrentaremos en un futuro lejano, será cuando nos gobierne un sirio".
Cuarenta y seis años después, la profecía de aquel Maestro de la Cosa Publica, se hizo realidad.
Para describirlo y etiquetarlo de alguna manera coherente: El Inolvidable.
Poco antes, había aconsejado a quien seria el candidato del gobierno en las próximas electorales: Don Robustiano Patrón Costas:
"Estas deberán ser las ultimas elecciones con fraude".
Pero todo ello quedo en el más absoluto abstracto, porque para el 4 de junio de ese año, un grupo de Generales, uno más imbécil que el otro, dieron otro golpe.
Asumió Rawson.
A los tres días lo desplazó Ramírez y poco después Edelmiro J Farrell, que seria el mecenas del verdadero candidato para quedarse con el todo: Juan Domingo Perón.
Si alguien ha delineado el comportamiento argentino, civil, militar, sindical e incluso cultural, debemos imperativamente tener a este sujeto como el adalid de toda la Argentinidad.
Perón come aparte del resto de los hombres que dejaron su impronta en nuestra malhadada historia, mucho antes y mucho después que él.
Es una figura que tiene una trascendencia, que en poco tiempo cumplirá setenta años de vigencia, como el PRI mejicano.
Hay decenas de versiones sobre su origen familiar.
La mayoría de ellas convenientemente barnizadas.
Pero todas coinciden en que nació en cercanías a Lobos.
Que era hijo de una cocinera, apellidada Sosa, de la estancia de la familia Del Carril.
Y tomare de todas ellas, la que me confió el Dr. Mariano Acosta, historiador autodidacta y hurgador de documentos poco conocidos.
Su Padre biológico era uno de los hijos del estanciero.
En aquellos lejanos tiempos de fines del siglo XIX, los señoritos bien, solían tener aventuras amorosas con la servidumbre.
El de Perón fue uno de esos casos.
Pero alguien arreglo las cosas, para que un tal Perón, borracho de almacén y ebrio consuetudinario se hiciera cargo del paquete.
Los Del Carril que eran muy acaudalados y referentes de la zona, se contactaron con una orden monástica, que estaba colonizando un Chubut despoblado, en la zona de Bahía Camarones, en la cual se le adjudicó al improvisado matrimonio Perón, una pequeña parcela de campo.
Todo con tal de borrar el estigma familiar por los desarreglos del patroncito.
Hacia allí se traslado la flamante familia y se les pierde el rastro.
Se atribuye a un hermano de su padre adoptivo, el aval de ingreso al Colegio Militar.
Pero los antecedentes han desaparecido, al menos para la investigación publica.
El caso es que Pocho rinde su examen y se incorpora al arma de infantería.
Cuando contaba con el grado de Teniente, en la semana trágica de 1919, existe una referencia, que indica su descollante actitud, al frente de un nido de ametralladoras, en las adyacencias de los talleres Vasena en Parque de los Patricios.
Algunos de los setecientos obreros que perecieron en el enfrentamiento, habrán sido ultimados por la orden de fuego, de ese joven e ignoto oficial.
Una más, de las tantas curiosidades de esta historia nuestra tan errática como incomprensible.
Nada se registra en los anales de la institución castrense, hasta su incorporación al Grupo de Oficiales Unidos, del que seria el líder nato.
Cuando asume su mentor Farrell, sus amigos se disputan los cargos más relevantes.
Perón elige una desvencijada oficina con menos de veinte personas a su servicio, en la Avenida de Mayo.
Era la desconocida Secretaria de Trabajo y Previsión.
Ningún postulante había reparado en ella.
Pero contaba con una ventaja incomparable.
Había sido destacado a Italia como Oficial observador en un regimiento de infantes de montaña.
Y en sus ratos libres había sido testigo presencial de las alocuciones del Duce entronizado en el balcón de su Palacio.
Descubrió como las masas lo vitoreaban, después de proferida cada frase.
Una más intrascendente que la otra.
Pero era una meridiana demostración del comportamiento colectivo.
Tomo debida nota de ello.
Para cuando retorno en 1942, la mesa estaría servida exclusivamente para él.
Observo detenidamente el escenario.
El Presidente Farrell, era un caballo de dos pisos.
Su única aptitud era la de ser un eximio guitarrista.
Hasta tocaba en las fechas patrias, el himno nacional como solista, obligando a todos los que estaban comiendo empanadas a ponerse de pie para continuar su ingesta.
No lo consideraba un rival de cuidado.
Más bien todo lo contrario.
Tanto que al poco tiempo retiene su cartera e incorpora la de Guerra e incluso la Vicepresidencia.
En las reuniones de gabinete, a fin de certificar su diagnostico, comienza a ser un poco levantisco, rebelde.
Con un impecable e implacable sentido de la oportunidad, peticiona un sueldo anual complementario para todos los trabajadores: El Aguinaldo que la Patronal les venia negando a los obreros desde hacia décadas.
El gabinete hace oídos sordos frente a su vehemente reclamo.
Se hace ver en público con dirigentes de la Federación Obrera de la Republica Argentina, el antecedente de lo que seria después la CGT -el Kremlin argentino-.
Luego uno por uno, los invita a tomar café a su despacho.
Después a todos juntos y más.
Se le suma un abogado, que pescaba bastante de legislación laboral, apellidado Staforini, quien le sugiere a Perón que forme un nuevo partido
Político y que se denomine Justicialista.
Se entusiasma con la idea.
Pero para entonces, era 1945.
La segunda guerra mundial había concluido y Farrell, presionado por los victoriosos norteamericanos, debía convocar a elecciones.
No había tiempo material para la inscripción partidaria.
Perón cuidadosamente, trama un plan muy bien urdido con el propio Presidente.Era menester victimizarse, frente a una opinión publica, para esos momentos bastante diletante.
Simulan un enfrentamiento verbal y sin testigos.
Perón es arrestado y confinado a la isla de Martín García.
Pasan unos meses.
Cipriano Reyes, uno de sus contertulios en la Secretaria y representante del gremio de la carne, haría los aprestos para la movida callejera.
Lo lanzarían como el candidato de los trabajadores.
Sin embargo, Perón que duda de una posible traición del Presidente a ultimo momento, se reporta enfermo y se hace trasladar en tal calidad al Hospital Militar, para tener al populacho mas a mano.
Su jugada carecía de precedentes.
Era una movida a todo o nada, digna de un maestro internacional del Ajedrez.
Su segunda esposa, Eva Duarte, sin demasiado protagonismo personal, se incorpora a los movimientistas y es el enlace que Perón establece como obligatorio, para con sus seguidores.
Emerge victorioso.
El Presidente, consorciado con sus planes, permite que hable ante sus seguidores desde el balcón, que utilizaría cientos de veces y de manera tan triunfalista como amenazante.
La plana mayor de Ejército, con el General Sosa Molina a la cabeza, avala al Presidente.
Un notable comparativo con los jóvenes coroneles turcos, que destronaron al Sultan, con Mustafa Kemal Attatur como su líder y caudillo.
Se lanza a la gente a las calles.
Para octubre, el día 17.
Había nacido un mito: El Peronismo.
El precio de esa gesta, que muchos compatriotas la consideran como gloriosa, seria tan funesta como todos los que tuvieron un protagonismo destacado ese día.
Era el bautismo de fuego para muchos canallas, que utilizarían ese sello de adhesión por casi siete décadas, hasta nuestros días.
Pero también lo fue para Evita, aunque ese día, ella fue una oscura figura sin descollos de significación.
Pero le acreditó su devoción y lealtad sin fronteras.
Haré un paréntesis y me detendré en esta indómita y colosal Mujer.
Había nacido en Los Toldos.
Hija natural, junto con otros tres, de un rico hacendado de Chivilcoy, a cuyo funeral no le fue autorizado su ingreso ni el de su madre y hermanos.
Seria su primera e indeleble marca.
Llevó su apellido materno hasta que fue reconocida por su familia paterna en 1944, poco antes de contraer nupcias con Perón.
En su juventud había sido atraída por un guitarrista, Magaldi creo, para conocer las luces de Buenos Aires.
Le regalo un pasaje en tren y se dispuso a acompañarla y protegerla.
En el trayecto la vejo y también la violo, abandonándola a su suerte y sin un céntimo, en una pensión de mala muerte en Barracas.
Tenía tan solo quince años.
Pero esa brutal vejación, de la que fue objeto, cruel, artera y propia de un cobarde maricón no asumido, seria su estrella en el futuro.
Porque como a cualquier señorita de su época, que se disponía abandonar el hogar familiar, un episodio de esa naturaleza, podía ser asumido por la víctima como una especie de muerte prematura: La que hace fenecer la candidez y la de los tiernos sueños.
Evita fue la inocente receptora de todo eso.
Otra prisionera del rechazo, del abandono.
Pero que le fue muy útil, para templar un espíritu duro, implacable.
El destino la uniría con un hombre, que había sufrido la estigmatización de una especie imborrable de oprobio familiar.
Juntos serian imbatibles.
Porque los gobernaría la formidable turbina del odio.
Desafortunadamente, la mayoría del pueblo argentino, abonaría con creces esas culpas que le eran absolutamente ajenas.
Pero todo estaba recién por comenzar.
El caso es que se eligió, tal vez solo por la premura de las electorales, ese Peronazo para que mareas de hombres y mujeres de todas las latitudes convergieran en largas columnas sobre la Plaza de Mayo.
Se ordenó el levantamiento de los puentes que conectaban a la ciudad con la provincia en el Riachuelo, pero la gente arribaba igual por todas partes.
Mi Padre me contó, que ese día, como muchos otros porteños salió temprano en la mañana, al balcón de un pequeño departamento que arrendaba, en Santa Fé y Callao.
Observó que un numeroso grupo de mujeres, que avizoraba como de escasos recursos, se levantaban las faldas y en dirección a los desconcertados observantes, señalando su zona vaginal, proferían a los gritos: "esta es pa" Perón".
Muchos advirtieron por esos modismos gestuales y otros similares, que los morochos, a quienes Evita bautizaría luego como Mis Cabecitas Negras ya habían ungido a su candidato.
Pero la clase media por entonces era muy numerosa y referente.
Los guarismos de indigencia no eran como los actuales, ni mucho menos que eso.
Muchos historiadores, con el mismo astigmatismo con que analizaron nuestros orígenes, han dejado como inadvertido lo más trascendente de esas elecciones a punto de realizarse en febrero de 1946.
La Unión Democrática, compuesta por los jóvenes radicales intransigentes, socialistas, conservadores y hasta algunos comunistas, no tomaron debida nota de una jugada demasiado brillante, planeada por el propio Perón con el Departamento de Estado norteamericano.
Perón había formulado con los servicios de informaciones de la Policía Federal, su propia encuesta.
El resultado era que los votos no le alcanzarían.
Sus ideas demasiado innovadoras, no cautivaban demasiado a los sectores asalariados medios, demasiado tradicionalistas y sin fogueo político.
Después de todo, La Argentina era una nación ordenada y muy rica a expensas de la guerra europea.
Era nuestro momento.
Que un país aguarda por décadas, siglos tal vez.
Pero como veremos nada de ello habría de producirse.
El candidato de la oposición seria José P. Tamborini, ex senador nacional, secundado por Enrique Mosca, que había sido gobernador de Santa Fe.
Ambos radicales de origen, eran de la opinión, que la elección no seria demasiado reñida.
Tamborini, pronunció algunos discursos radiales sin vigor.
Su mayor talento: haber sido campeón de tute en los salones del Jockey Club.
Un opa, también su socio en la aventura que se venia.
A comienzos de 1976, fui a visitar al Dr. Oscar Ivanissevich a su lecho de enfermo.
Había sido muy amable conmigo cuando anciano ya y ejerciendo el cargo de Ministro de Educación de Isabelita, ordenó a mi solicitud, una remodelación, generosa, de una vieja escuela pública en Paso de los Libres -Corrientes-, donde el Dr. Frondizi, había cursado su ciclo primario.
A sus dichos, le adjudicaré la develación de un secreto que había guardado el moribundo, quien tal vez, quiso compartir conmigo, por esas cosas inexplicables de la vida y quizás también su inminente partida.
Me reveló el plan que llevó a cabo un colega y estrecho amigo de este.
Perón hizo los arreglos necesarios para conectarse, merced a una gestión secreta de un prestigioso médico: José Pepe Arce, que estaba destacado como embajador Argentino en China.
Quien aprovecho una visita a Pekín del anciano general George Marshall, que a pesar de sus años en el servicio, era el todopoderoso de la política exterior norteamericana.
Por entonces el Presidente Truman y su canciller, estaban espantados, de la reguera de pro comunistas dispersados copiosamente en la intelectualidad yankee, incluso en el plano de los escritores hollywoodenses, que era el más peligroso.
Eran de la opinión que toda América Latina podría comunizarse también, por las simpatías que generaba en una importante porción de la dirigencia gremial, el camarada Stalin.
Sus premoniciones no eran para nada infundadas, a poco que observemos que para 1953, enviaron a la silla eléctrica a un matrimonio, nada menos que de judíos: Los Rosenberg, reclutados por la KGB, para que la Unión Soviética se hiciera de los planos de la temible de la bomba atómica.
Las cacerías del Senador Joseph McCarthy, en las sesiones públicas del Comité de actividades Antipatrióticas, estarían también a la orden del día.
Por otro lado, veían a los radicales, con serios pronósticos de ser desbordados por los sindicalistas anarquistas, que pululaban por las fábricas argentinas.
Habían tomado nota de la experiencia de Yrigoyen en la Patagonia, pero los tiempos eran otros.
Más dinámicos, incluso en el terreno comunicacional, por el crecimiento de la radiofonía.
No podían correr el riesgo, que un grupo de bizarros políticos de salón, se hiciera del poder, incorporando a una Argentina tan estratégicamente posicionada en el cono sur, dentro del bloque oriental.
Requerían de alguien confiable.
Con autoridad probada y algo de carisma.
Vieron a Perón como un tanto fascistoide, pero dentro de los canones de tolerancia que las circunstancias exigían, con una Europa hambreada, todavía humeante y para colmo de males partida al medio.
No eran tiempos de dubitaciones.
Tomaron la opción de bendecir a Pocho.
Pero ¿Cómo ayudarlo guardando un poco las apariencias?
Spruille Braden era el embajador aquí.
Conocía bastante de la cuestión sudamericana, por su intervención como delegado de los EE UU en el diferendo Boliviano-Paraguayo de 1937.
Se había granjeado la amistad de muchos argentinos.
Particularmente de Arce, a quien admiraba notablemente por su descollo internacional como eminente cirujano.
Fue la solución.
El diplomático norteamericano encabezaría a la oposición.
Con un referente extranjero y para más norteamericano, Perón le pondría el cerrojo rapidamente a la trampa.
El plan perfecto.
Triunfo por más de cuatrocientos mil votos, que para la década del cuarenta, eran un montón, ya que las mujeres aun no votaban.
Perón fue el innovador de tácticas políticas, que no tenían antecedentes.
Su astucia era colosal.
Muy superior a la de Roca, que se desplazaba por los salones de las grandes residencias porteñas, pero que jamás necesito meterse en la calle, donde se debaten hechos y no ideas.
Aprendió, tal vez por un don natural que la política se ejerce a los codazos.
Fue inmisericorde con todos sus enemigos.
Trato de capturar al radicalismo, al ofrecerle la vicepresidencia, al referente nacional de entonces, el cordobés Amadeo Sabattini, muy afecto a atender a sus invitados en pijama y una desvencijada bata, de cuyos bolsillos casi siempre extraía para su ingesta, pequeños mendrugos de un pan flauta, mientras otorgaba sus audiencias.
Un intelectual de fuste, al estilo radical va de suyo, que desdeño el convite.
Pero tuvo más suerte con los yrigoyenistas, que en masa se pasaron a las filas del nuevo orden, con Jauretche y Scalabrini Ortiz como sus más conspicuos representantes.
Con Atilio Bramuglia, sumo a muchos provenientes del socialismo.
Perón, como nadie más, fue el único Presidente que tuvo en su poder todas las cartas del mazo.
Incluso las marcadas.
Contaba con la clase obrera a la que le prodigaría ingentes beneficios, que los diputados socialistas, no habían podido hacer sancionar con fuerza parlamentaria, desde la época del Orden Conservador.
Nuestras reservas, sin contar como cierta, esa anécdota pueril de los lingotes de oro, que estaban en los pasillos del Banco Central, eran muy abultadas.
La guerra europea, nos había transformado en fuertes acreedores de todas las potencias vencedoras.
Era nuestra oportunidad, para superar con creces lo alcanzado en el periodo de Alvear.
Pero mas fácilmente, porque el mundo entero estaba ávido de recibir nuestras manufacturas y cereales.
Teníamos crédito y éramos solventes.
Dos condiciones que casi nunca concurren entre si y que por cierto es la ecuación mas difícil de alcanzar, en el plano de una augurosa política monetaria y cambiaria.
Eramos confiables internacionalmente, porque habíamos honrado siempre nuestros compromisos externos.
No podíamos contar con más dicha y esperanzas.
Y habíamos alcanzado ese cenit irreproducible sin disparar un solo proyectil, ni contar con ninguna victima.
Era el momento propiciatorio para importar tecnología industrial, como la alemana y la japonesa, que estaban intactas y se podían adquirir por monedas.
Ya que sus fábricas estaban derruidas, pero el know how se vendía al mejor postor y era de punta.
No existían problemas sociales de importancia, porque Argentina, con pocas cosas, como el tango, el futbol y los asados, era una sociedad medianamente feliz.
Sin embargo, Perón se encargo personalmente de destruir un modo de ser, bajo el disfraz del distribucionismo.
Porque bajo su epidermis, era un espíritu inferior de gran sagacidad, pero para lo anómalo.
Fabricó un enfrentamiento de clases innecesario, criminal incluso, por esa dosis ácida de lo impio que imprimió a su gestión de gobierno.
Podría haber gobernado durante décadas sin la falacia de una lucha intestina, que inventó deliberadamente y promovió con ardor.
Después del cuarenta y cinco, el mundo libre asistía a un nuevo régimen:
El de la Sociedad de Consumo.
Con la guerra y la tecnología que en ella se utilizó, había nacido un nuevo fenómeno: la fabricación en serie.
Una oportunidad formidable para incorporarnos a esos nuevos mercados.
Bajo un barniz de derecha, escondía sus simpatías al marxismo, sin atreverse a correr ese velo, que hubiese puesto al desnudo sus verdaderas intenciones.
Lo haría fervientemente después, cuando apadrino a Los Montoneros, quienes como las Brigadas Rojas en Italia, surgieron desde la derecha y velozmente se transformaron en ultramarxistas.
Pero gobernó para un pueblo dócil, que no supo defender sus derechos.
Cuando ello sucede, los escarnios son más voraces.
Se perfeccionan a través de la tolerancia de los oprimidos.
Sus defensores podrán decir, que nadie hizo más por los necesitados.
Y es verdad.
Obsequio casas, departamentos, maquinas de coser y bicicletas.
Pero dentro de un contexto, que ha sido inmutable hasta este ominoso presente: El Clientelismo.
Ese que nada tiene que ver con las reglas de la democracia.
Las cosas no fueron demasiado graves durante su primera gestión, porque el dinero circulaba.
Nadie para entonces notaba que en realidad se estaba dilapidando.
Que no existía una política de crecimiento planificada.
Se liquidaban reservas, con obras públicas sobrefacturadas y con grandes desaciertos como la política armamentista.
Algunos científicos de origen alemán, fueron reclutados en Europa.
Kurt Tang, un eximio diseñador de aviones, desarrollo en dependencias del
Área de material Córdoba, el avión Pulqui, que podía competir en eficiencia con sus equivalentes cazas a reacción norteamericanos y soviéticos.
Pero no teníamos la tecnología para fabricar los motores a reacción.
Porque nadie nos vendería esa tecnología capturada a la BMW germana, que cayó en manos aliadas, a cargo de la Rolls Royce británica, por una parte.
Por la otra, los norteamericanos que la desarrollaron en el parque industrial de California.
Y con los rusos, en las antípodas que decodificaron la misma y la produjeron en los Urales.
Quedó como un mero modelo a escala y cientos de millones de pesos del presupuesto, arrojados al incinerador.
Otro tanto sucedió con el Proyecto Huemul, desarrollado en la isla con el mismo nombre, frente a Bariloche.
Para ello trajo a un sombrío y excéntrico austriaco, sin antecedentes académicos, más que los que declamaba sin pruebas, para que obtuviéramos la fusión nuclear.
Otra millonada tirada a la basura.
Basta correrse a la isla donde se emplazó el laboratorio, para advertir la
presencia de enormes y grises muros sin ningún propósito útil.
Perón fue lo que en el plano del derecho civil se denomina un Prodigo.
Aquel que dilapida su propio patrimonio en detrimento de su propia familia.
El comparativo creo que es de aplicación automática.
Su patrimonio: los caudales públicos.
La familia: El Pueblo Argentino.
Se debe atribuir a su exclusiva autoria, el uso caprichoso que hizo del dinero de todos los Contribuyentes.
Atacó y destruyó todo lo que pudo a su paso.
Reformuló su propia policía secreta: Orden Político.
Que se había credo en tiempos de la Segunda Guerra, para combatir el espionaje, tanto aliado como su contrapartida alemana.
Contaba con un presupuesto autónomo, era independiente a la Jefatura de la Federal y estaba exenta de la autoridad de los Magistrados.
Se torturo gente por el solo hecho de pensar distinto o simplemente por expresar sus ideas, contrarias al gobierno que para entonces ya era un régimen.
Hasta nuestro primer galardonado con el Premio Nobel: Carlos Saavedra Lamas, sufrió la prisión como si fuese un vulgar maleante.
Jorge Luís Borges y su anciana madre.
Perón no conoció de límites.
Quizás, lo más canallesco de todo, es que nos heredó todas sus iniquidades, que se multiplicaron y potenciaron después al infinito, en su nombre y representación, hasta el tiempo presente.
Con Perón, retrocedimos a lo más profundo de nuestras decadencias pretéritas.
Al Rosismo, en cuanto al injusto y soez tratamiento de los adversarios políticos y a ese intoxicante manejo del más rancio de los unitarismos, por ejercer un modo de administración tan distante del federalismo que se proclamaba, como si estuviera en ejercicio.
A Urquiza, en los lujos y extravagancias, producidos al calor de los más viles de los peculados.
Y a Yrigoyen en ese populismo barato, aunque mucho más potenciado.
Perón, que se autoproclamaba como el pregón de la causa nacional, emulaba precisamente a esos tres predecesores que tanto daño le habían irrogado a la Patria.
Fue en esencia Un Profeta del Odio.
Pero la Argentina que había tomado como botín, no tenía arraigada esa aversión antes de él.
No fue un intérprete de los oprimidos, sino el hacedor de los que nacerían bajo su manto.
Al asumir su gobierno, el único asentamiento de emergencia se encontraba en Puerto Nuevo, como una cicatriz de la miseria que nos venia desde la década del treinta.
El los multiplicó exponencialmente.
Hizo venir del interior a muchos hijos de chacareros, porque en la Reforma Agraria que se sancionó a su pedido, establecía que los dueños de una chacra no podían trabajar de consuno con sus progenitores.
Transformo a potenciales agricultores en simples villeros.
Gobernaría con la angustia de millones de prisioneros del sistema.
Favoreció a inquilinos que se transformaron de la noche a la mañana siguiente en propietarios, frenando así cruelmente el motor de la construcción, como movilizador de toda la economía y espantando la inversión extranjera.
Para 1949, un conjunto de empresarios belgas, que habían acumulado una masa dineraria, equivalente en la actualidad a unos diez mil millones de dólares, puso sus ojos en la Argentina.
Antes de venir, solicitaron una copia de la Constitución recién reformada.
Cuando leyeron que El Capital era una función social, desistieron del viaje e invirtieron en el Brasil, esos fondos frescos, dispuestos para hacer crecer la ecuación económica.
Una viñeta de color, para describir mejor aun, esos turbulentos años:
La familia Pinedo era propietaria de un pedazo de campo en Villa La Angostura, con un muy pintoresco casco sobre las orillas lacustres de esa localidad.
Se le encargo al entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia, un petiso de apellido Valenzuela, para que redactara el texto expropiatorio.
No encontraba fundamentos hasta que vino a su estrecha mente uno, tan absurdo como original:
"Porque la casa obstaculiza la vista del lago al pueblo argentino".
Otra, que nos habla sobre el sentido del humor, ardorosamente capcioso del General.
Se conmemoraba un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad capital de La Plata.
El gobernador era un mayor retirado del Ejército, pero muy amigo del caudillo, apellidado Aloe.
Al parecer, en medio del ágape se descompuso y se inclino abruptamente sobre Perón.
Su edecán, inmediatamente incorporó en el asiento al enfermo.
Perón guiñándole un ojo le dijo: "Gracias Cabral".
Evita le seguía los pasos, bastante cerca.
Una mañana, a la sazón de 1950, concurrió en visita de protocolo a la fundación, el embajador español.
El camarlengo de la Señora, se introdujo en su despacho, para anunciarle la presencia de tan ilustre visitante, cometiendo la torpeza de dejar la puerta entreabierta.
Al tomar conocimiento Evita de esa circunstancia, de mal humor le contesta a su secretario: "Decile a ese gallego de mierda que espere".
Al escuchar esos graznidos, el atribulado mensajero enmudeció.
El diplomático lo ayudó un poco al decirle: "Dígale a Doña Eva que el gallego se va pero la mierda se queda".
El anecdotario es tan numeroso, que pecaría de tedioso, reproduciendo algo que es del conocimiento de muchos, que al igual que este autor peinan bastantes canas.
Por ello me detendré solamente en la reflexión, sobre el ideólogo de este estilo de vida que ha calado tan profundo en nuestro modo de ser y sobre todo de pensar.
Lo haré con la formulación de una auto pregunta, a la que tratare de imprimirle una respuesta.
Ninguna causa ni real ni aparente, justificó una gestión de gobierno tan divorciada con sus tiempos.
Lo tenía todo.
Era bien parecido y bastante culto.
Profesor de historia en el Colegio Militar.
Contaba con un gabinete de hombres bastante idóneos, lo suficiente como para ejercer adecuadamente y sin contratiempos, una gestión de gobierno: Remorino, Ivanissevich, Cereijo, Gómez Morales, un afamado sanitarista como el negro Carrillo y otros que mejor seria omitirlos como "Cafierito".
Retenía el mando supremo de las Fuerzas Armadas.
Con un país notoriamente enriquecido, sin deudas.
Y el todo por hacer.
En lugar de aprovechar ese irrepetible viento de cola, se dedico a dividir groseramente a una población mansa, que carecía de reyertas raciales o étnicas.
Y que a su manera era alegre, despreocupada.
Pero todo tiene un porque.
Las conclusiones, empero, sobre este ítem, las realizaré casi sobre el epilogo de este trabajo.
Así es pues que seguiré con la fase meramente descriptiva.
Junto con el paso del tiempo, comenzaron: el auge de la demagogia, el autoritarismo y un culto a la personalidad que tomo de muchos de sus contemporáneos.
Como de Adolfo Hitler en la verba beligerante, explosiva y marcial.
De José Stalin, en la constitución de un estado policíaco y de Mao Tse Tung, en ese intoxicante culto a la personalidad, que estudio en las ediciones traducidas al castellano, de La Revolución Cultural, que imperaba en la China Continental, con furor en esos años y de la que era ferviente devoto.
Pero todo eso era prestado, porque cada uno de esos fenómenos tenían distintas cimientes.
En el caso germano, la figura del Fuhrer, emergió por la vindicta que todo el pueblo teutón, reclamaba por los ominosos términos del tratado de Versalles.
El fenómeno maoísta, también abrevaba de distintas fuentes.
Se debía terminar con una sociedad en estado feudal, desde la época de los Mongoles.
Y de Stalin, porque no tuvo el valor para identificarse abiertamente por su verdadera vocación de ser nada más que otro marxista.
Perón pretendía imitarlos, pero elaboró con sus planes una mala copia.
Un facsimil aparente, sin sustento de una realidad, a la que se le debía de aplicar un remedo, un emético, pero con un sesgo improvisado.
Pero las cosas con esa tonada autócrata, siguieron ese errático rumbo.
En su fundación, Evita que luego de su gira europea, prestigió enormemente su imagen internacional, comenzó de una manera muy particular a ejercer la institucionalización de la dadiva, de una manera frontal, sin cortapisas.
Cada mañana enormes hileras de gentes, concurría a verla para recibir regalos e incluso dinero en efectivo.
Esas limosnas oficiales sin fronteras, hicieron de catalizadoras para que de una forma incipiente al principio y descarada luego, se creara el fermento para que el intersticio de la cultura del trabajo y del esfuerzo honrado, fuera mutado por un asistencialismo que tenia otro propósito: la captura de adeptos, de seguidores a cualquier parte, a cualquier precio.
De todos los males, de todos los vicios, de todas nuestras malformaciones, esta fue la quintaesencia.
Porque se comenzó a delinear una forma de ser distinta, de la conocida hasta entonces.
Los premios sin esfuerzo, que además profundizaron las diferencias sociales, ya que algunos dejaron de ser pobres a expensas de otros menos afortunados en el reparto de prodigalidades.
El Peronismo no destruyó ni por mucho la pobreza.
La sectorizó, conforme a quienes les dispensaban esa suerte de lealtad vacuna.
Pero las cosas siguieron su trayecto, más torcido, va de suyo, que el imperante antes del arribo de esta nueva forma de gobierno.
De alguna manera le modificó a la sociedad su estructura natural e histórica.
El dinero, como muchos opositores y analistas venían anunciando, se consumió en menos de cinco años.
La devoción popular al matrimonio presidencial, no sufrió en cambio, mayor mengua.
El ritualismo peronista se mantenía incólume, entre los más necesitados, quienes aguardaban su turno, para eyectarse de la humillación de la indigencia.
Pero los asentamientos emergentes fueron multiplicándose, sobre todo hacia el sureste de la Capital.
Los hacinados en esos bolsones de pobreza crecieron de manera acelerante.
Perón iba de un desacierto al siguiente.
Sin embargo, en consonancia con su elección como el delfín de los norteamericanos –que no le habían sacado todavía la ficha– se asientan más industrias con capitales originarios de ese país.
Que reemplazarían a los británicos, que habían abandonado su rol de referentes en el comercio mundial, luego de la conferencia de Yalta, en la que la suerte de Inglaterra comenzó a opacarse, por su desaparición como potencia colonial.
Para 1946 y como una de las primeras medidas de gobierno, se funda un organismo tan siniestro como el parapolicial del espionaje, pero en materia comercial y productiva: El Iapi (Instituto Argentino de Promoción e Intercambio).
Con esta herramienta, el gobierno peronista le asesta el primer mandoble al sector agropecuario.
Ya que le fija un precio a los cereales que era el equivalente a la mitad del precio internacional, esto es, con una base confiscatoria lisa y llana.
De esa artera manera le declara la guerra abierta al campo.
Hoy se ha reemplazado por uno de hecho: Las Retenciones.
Pero luego lo extendería a todas las actividades productivas con un control feroz a las importaciones.
Utilizaría esos saldos de tesorería, para fortalecer el establecimiento de un aparato industrial que ya era obsoleto antes de instalarse.
Comenzarían a exhibirse las nuevas caras corruptivas de la administración: Los Permisos de Cambio.
Mediante la tenencia de una sola de esas autorizaciones de importación, el beneficiario podía importar un auto, venderlo en el mercado local y comprarse una casa en Palermo, Recoleta o Belgrano.
Se distribuyeron cientos de ellos, como premio y ofrenda a la lealtad partidaria.
Una economía global de mercado en fuerte expansión a nivel mundial, fue sustituida aquí por la planificada del modelo Peronista, imitado del stalinista, mediante un sistema de circuito cerrado, tan asfixiante como anticuado.
Farrell, para facilitarle las cosas a su pollo le declara la guerra al eje Berlín-Tokio-Roma, una semana antes de culminar las hostilidades en Europa.
Nacionalizando todas las empresas de capitales germanos.
Con la Brasserie Quilmes de los Bemberg y la farmacéutica Merk, como las mas paradigmáticas de todas ellas, en una operación que se conoció como el apoderamiento de La Propiedad Enemiga.
Con los buques de carga de bandera alemana, en un acto de piratería barata, engrosa la flota marina mercante con pabellón argentino, que había sido fundada honradamente por Ramón Castillo en 1942, quien compró naves, en lugar de expropiarlas como lo hizo este corsario de rías.
Ese oprobio, propio de los vencedores, pero impropio de los oportunistas, nos alejaría cada vez más de las naciones desarrolladas.
Turquía, otrora aliada de los imperios centrales, cuando la segunda guerra europea, se apropio de todas las patentes alemanas en la misma época que el pillaje peronista, pero tan solo, para protegerlas de los aliados.
Luego se las retornaron, alcanzando con ello una solidaridad con los germanos, que los convertirían a los beneficiarios unos años después, en sus socios y protectores.
Nosotros comenzábamos a convertirnos en carroñeros de la mano de Perón, quien recién para 1953 comenzó una tibia devolución, que se sanearía recién en 1965.
Estos desatinos que comenzaron en mayo de 1945, no fueron olvidados hasta hoy en día.
Con los ferrocarriles, liberó más de doscientos cincuenta millones de libras esterlinas, para indemnizar a los concesionarios ingleses y nacionalizar todos los corredores de corta, media y larga distancia.
Los defensores de la medida, siempre dijeron que era una deuda inglesa no convertible.
Las concesiones vencerían en menos de diez años y llevaban décadas de desinversión por el breve lapso de expiración del contrato.
Y la inconvertibilidad se liberaría en cinco años.
Otro fraude, pergeñado por un chatarrero, amigo de Perón y Presidente del Banco Central: Manuel Miranda.
Para entonces una libra esterlina se cotizaba a veinte dólares norteamericanos.
Se desbarataron así más de cinco mil millones de dólares de reservas a punto de extinguirse.
En síntesis, la mentalidad justicialista de una manera muy particular, nos impregnó a todos los argentinos, en una forma de ser y de pensar.
Pero en 1951, el General Benjamín Menéndez, tío de Luciano, el actual prisionero de guerra, que con pronunciado estoicismo enfrenta una condena tras otra y del idiota que estuvo como Gobernador militar en Malvinas, se alza en armas contra el régimen.
Perón vapulea a todos los insurgentes, como Hitler con ingleses y franceses, en las playas de Dunkerque en 1940, en el desértico paso de Kaserina con los restos del África Korps a finales de 1942 y en los puentes holandeses de Arnhem con un reducido grupo de unidades de las waffen ss, en septiembre de 1944.
Su estrella aun estaba fulgurante.
Pero entrado 1953, las arcas del Erario Público estaban exánimes.
Ya no se contaba con los recursos para distribuir caprichosamente los obsequios del Estado.
Un año antes, su esposa fallece retorcida por el dolor de un cáncer de cuello de útero fulminante.
Evita, lejos de haber sido lo que muchos relataron a favor o en contra de su figura, no fue otra cosa que la primera fan de Perón.
No tuvo ninguna gravitación en la obra de gobierno peronista.
Su relevancia se redujo a ser un mero símbolo de lealtad sin límites, hacia un hombre que la había rescatado de la pobreza y la indignidad.
Que la convirtió en una Señora con letras mayúsculas.
Fue su socia menor y para ajustar su sitio más adecuadamente: su verdadera secretaria privada.
Se ganó el fervor popular, porque era tan solo la cara femenina del Peronismo.
Obtuvo la autorización del Líder para que las mujeres se ganaran el derecho al voto, pero nunca participó de las decisiones de gobierno, más que en una mera apariencia.
Pese a todo lo que se escribió sobre ella, su ingerencia sobre política de Estado, fue de un rango muy menor.
Era más bien el emblema de una forma de hacer política.
Su poder y la leyenda sobre su imagen empero, mas aparentes que reales, no fueron óbice sin embargo para que se granjeara el corazón de los pobres.
Su odio y pasión sin límites, le consumieron velozmente su rebelde energía.
En esencia Perón despreciaba sus nocturnidades, que compartía con su malogrado hermano Juan y una corte de alcahuetes.
Y que concluian casi siempre, a la misma hora en la que el Presidente se disponía a concurrir a su despacho.
Sus encuentros eran casi siempre casuales, circunstanciales.
Perón la reprendía a voz en cuello, cuando sus fortuitos cruces.
Y aunque las apariencias indicaran lo contrario, Evita no tenia copulamientos carnales con nadie, solo era adicta a los espectáculos musicales.
Hipólito Jesús El Tuco Paz, me contó hace muchos años, que algunas veces la acompañaba en sus inocentes correrías de varietes.
Una noche, compartiendo la misma mesa de fandango Evita le dijo al oído: "Usted y yo nos parecemos mucho, nos gusta el tango, la noche…somos dos grasitas".
Antes de morir y cuando su suerte era irreversible, Perón que demostraba así, lo que realmente era: un reverendo canalla, se informaba de su salud a través del Profesor Finochieto, ya que el hedor de la enferma lo indisponía y se limitaba a leer los partes médicos y saludarla con el brazo extendido, sin ingresar en su habitación.
A pesar de ello, moribunda y dolorida al extremo, la hizo preparar con inyecciones de morfina, para escenificar su renunciamiento en el balcón de la Rosada, a la candidatura a una vicepresidencia, que el Ejército ya le había vetado.
Cumplimentando en ese mismo acto la despedida a sus entristecidos y acongojados seguidores.
Evita fue solo una leyenda viviente.
Un mito que simboliza a un movimiento tan maleable como su mal pretendida ideología.
Pero justo es reconocer que sin ella, Perón se sintió desvestido y sin el mismo carisma, que antes de la partida de una mujer, que había dado por su esposo hasta la última gota de su sangre.
Promediando 1954, Perón que avizoraba el aislamiento internacional, por sus políticas solo compatibles con las de la Europa del Este, en manos de Stalin, intentó vanamente ganarse el favor de los norteamericanos, e invitó a la Petrolera California, para que se sumara a un plan de perforación en la Patagonia.
Pero para entonces era demasiado tarde, porque sus protectores, los gringos le habían bajado el pulgar.
Stalin había muerto y la excursión de Corea, terminaba de delimitar las barreras necesarias para impedir una escalada en las pretensiones chinas y soviéticas.
Ante tal adversidad, decidió subir la apuesta levantando sus puños contra la Iglesia, para perpetuar esa diabólica jugada de seguir dividiendo a los Argentinos.
Y así fue que con cada paso que daba, se ajustaba aun más la soga en su propio cuello.
Para 1955 la suerte estaba echada.
Una vil y traicionera jugada de la aviación naval, aceleró la caída, con el bombardeo de la Casa Rosada, para el mes de junio.
Nadie, hasta ahora supo o quiso explicar esa criminal intentona, que dejó trunca la vida de más de cuatrocientos civiles, incluyendo a casi una centena de criaturas.
Que seguramente con sus ojitos llenos de confusión, observaban desde unos micros escolares, como eran los destinatarios de esas bombas, que impactaron con una precisión, propia de asesinos profesionales.
Para ultimar a Hitler, los generales alemanes comisionaron a dos individuos
para que depositaran un explosivo en el cuarto de mapas de su refugio en Rastenburg, en los bosques de la entonces Prusia Oriental.
Era lo que se conoce como una explosión controlada.
No destinaron una escuadrilla de la Luftwaffe para asegurarse el éxito.
Pero así somos nosotros de atropellados y espasmódicos, con independencia del periodo de nuestra historia que tomemos al azar.
La cosa es que para septiembre, con el apoyo del Departamento de Estado, que había ungido a Perón diez años antes, las fuerzas armadas, poniendo de estandarte a un aturdido Lonardi, que era un hombre decente y sin ambiciones, destituyeron a un Perón solitario y sin adherentes en los cuadros superiores del generalato.
El líder de la sublevación corrió igual suerte que su predecesor cuarenta días después.
Pero nacía la oportunidad; no una más de ellas.
El momento para derribar no solo al Peronismo, sino a esa mentalidad que era un mero acontecimiento fáctico, enquistado en una sociedad, desagarrada gratuitamente por el culto a la personalidad de un hombre que se había cargado a toda la Nación, para satisfacer nada más que su vanidad personal.
Miles de elementos probatorios de una inexplicable prodigalidad hubiesen servido de pruebas irrefutables, para ordenar a un País, desquiciado por un odio insuflado artificialmente.
Pero una miopía sin limites, también se apodero por quienes lo sucedieron.
Se autodenominaban como Los Gorilas.
Su basamento se limitaba a exteriorizar el odio visceral al régimen que terminaban de derrocar.
En su defensa debo de añadir que ni el General Aramburu, ni su segundo el Almirante Rojas, eran corruptos ni engrosaron sus patrimonios personales cuando dejaron la función.
Pero ello no fue óbice, para que comenzara a correr una cadena ininterrumpida de errores que gobierno a ese periodo que se conoció como La Revolución Libertadora.
Se apresó a la masa de dirigentes peronistas que no lograron exiliarse.
Para 1956, algunos oficiales de Ejercito, comandados por un general peronista apellidado Valle, intentan una sublevación, desarmonica e improvisada.
Se los reduce fácilmente.
El cabecilla junto con algunos otros es fusilado en las instalaciones de la entonces Penitenciaria Nacional.
Y se presenta un hecho destacable.
Tanto el ajusticiado Valle como su ejecutor Aramburu, dan muestras de una muy pronunciada hidalguía, propia del linaje de los Caballeros Militares -hace largo tiempo extinguido-.
El primero porque no solicitó ningún tipo de clemencia.
Y el segundo porque tuvo el coraje de rubricar el decreto que disponía el fusilamiento.
El destello de una segunda oportunidad, fue rápidamente desaprovechada.
Pero estos desaguisados, también me exhiben una que fue la primigenia de todas ellas.
Se le otorgo a Perón, un breve lapso, pero el suficiente, como para que abordara una desvencijada cañonera paraguaya, para ponerse a salvo de quienes tomaron el poder.
Si con la suma del poder público y las Fuerzas Armadas cohesionadas detrás de quienes lo desalojaron de ese absurdo sultanato, la decisión hubiese sido juzgarlo con todo el rigor de la norma jurídica, que los habilitaba para tales fines, y se lo hubiese puesto de espaldas al mismo paredón, en el que fue sellada la suerte de sus seguidores, me pregunto en ese insondable abstracto
¿Cuántas miles de muertes inútiles se hubiesen evitado en estos últimos cincuenta y cinco años?
Pero como esta semblanza por vía del reduccionismo, transita por el impalpable derrotero de lo hipotético, debo de concluir que la respuesta para este acertijo es inexistente.
Para complicar aun más las cosas, a orillas de un basural, en forma sumarisima, sin juicio previo, y de aberrante manera, son también ejecutados una treintena de civiles, adherentes al perseguido Justicialismo en la clandestinidad.
Emergerían así, en el horizonte de esta política de bajo costo, los primeros mártires del Peronismo.
Ello, en vez de menguarla, fortalecería cada vez más la figura de Perón, quien deambulaba sin destino, como invitado de Trujillo en la Dominicana
primero y del venezolano Pérez Jiménez después.
Todos los yerros y las calamidades de la etapa Peronista, desaparecieron rápidamente, después de las ejecuciones de sus seguidores.
Su movimiento creció en proporciones astronómicas, porque el oprobio oficial sobre su figura no hacia más que ganar más adeptos, como siempre sucede con lo prohibido.
La Libertadora intervino los sindicatos y colocó en la CGT a un Capitán de Navío Patrón Laplacete.
Fue el comienzo de otro desastre.
Se comienza a exponenciar el coqueteo con los sindicalistas.
Desaprovechando una coyuntura histórica que también seria irrepetible: La desperonización de la dirigencia obrera.
Los poco despabilados que constituían ese gobierno, eran de la idea que si les quitaban a los obreros esa identidad, se volverían marxistas.
No hipotizaron que se les debía educar en un principio nacionalista, libre de folklore, como el que les inoculaba su líder prófugo, al que no tuvieron los cojones de eliminar cuando lo tenían rodeado, antes de refugiarse en una cañonera paraguaya, anclada en la rada del puerto porteño, a la que ascendió con su esfínter muy dilatado, por el temor acumulado en esas horas desesperadas.
Para sintetizar porque el tema no amerita demasiadas prolongaciones, el gobierno de Aramburu ensayó, apenas un tenue maquillaje, que pretendió sin suerte ni voluntad, mitigar los excesos del Peronismo.
Nada hizo para concientizar a toda una Nación, sobre la inconveniencia de la doctrina Justicialista, basada en la dádiva, la rosca y el control logístico del aparato sindical, que para esos tiempos se mantenía incólume.
Se limitó a timonear un cambio de mando, no de ideología, aunque ello sea un cumplido inmerecido para la doctrina peronista.
El caso es que ese gorilismo tan absurdo en esencia como su némesis peronista, se apropió de una vertiente del partido radical, hasta entonces bastante cohesionado.
La figura referente fue la de Ricardo Balbín, descripto impecablemente por una sagaz pluma como la de Arturo Jauretche.
Al referirse a este individuo lo definia con sorna como El ecuador de la palabra, la soledad polar de la idea "Pobre mi Madre Querida".
Aramburu, advirtiendo el fracaso de su administración y por otra nueva sugerencia de los Estados Unidos, decide convocar a elecciones.
El plenario radical se reúne.
Por un voto del convencional del Chaco, de apellido Cuareta, los seguidores del Presidente de la Unión Cívica Radical Don Arturo Frondizi, imponen su candidatura.
Como respuesta a su derrota Balbín rompe el partido y funda la Unión Cívica Radical del Pueblo, para autoproclamarse luego como el candidato de esa fracción, con todo el apoyo del gobierno de entonces.
El Frondizismo bautiza su nueva sigla: La Unión Cívica Radical Intransigente.
Aparece entonces en escena Rogelio Frigerio, quien en su juventud había militado en el marxismo.
Viendo estos acontecimientos, a mis años y en perspectiva, debo de reconocer que junto con Frondizi fueron los dos únicos grandes espíritus de la segunda mitad del siglo veinte.
Se había acercado a Don Arturo, como el ideólogo de una política de largo plazo, de la cual se carecía por completo desde la época de los Conservadores.
Sabía que para ganarle a los radicales disolventes pro libertadora, se requería de los votos que Perón tenia en el bolsillo.
Se embarca en un avión a Caracas, para seducirlo y lo convence rápidamente, con la promesa de levantar si fuesen gobierno, las prohibiciones electorales.
El destino nos extiende una mano extra; un salvoconducto para alejarnos de un fracaso tras otro.
El 23 de febrero de 1958 el Dr. Arturo Frondizi triunfa por poco margen.
Se lo harían notar en sus casi cuatro años de mandato, porque desde su asunción, tanto militares, radicales como los incorregibles peronistas comenzaron a medirle el ataud.
La historia Argentina, se detiene por ese breve período, para conectarse con la realidad internacional.
En esta tierra de oportunidades sin límites, se presenta una más, que desafortunadamente seria la última.
Comienza el plan de gobierno, al que de inmediato se calificó como Desarrollista.
El Presidente advierte que está todo por hacer y que será en un todo difícil tener las manos libres.
Comienzan a proyectarse todas las ideas truncadas por los populismos Yrigoyenistas y sus herederos Peronistas.
Se anclan las bases para el surgimiento de la industria metalmecánica pesada, la siderurgica y la petroquímica, para reemplazar la de utilería creada por Perón.
En cuarenta meses de gestión, se logra un sueño inconcebible un lustro atrás: el autoabastecimiento petrolero, monitoreado por YPF, a la que se le otorga rango ministerial.
Se instalan centrales eléctricas de última generación, como la Central Costanera, vitales para el crecimiento industrial.
Nuevas y potentes redes de Gasoductos que conectan a una Patagonia olvidada con el seno de la Nación.
Funda el PoloPetroquimico en Bahía Blanca y Neuquén, dando inicio a lo que se conocería décadas después como el anillo energético.
Se promueve la enseñanza libre universitaria, sobre todo, para descomprimir a la estatal, para entonces un tanto colapsada.
Se duplica el presupuesto del CONICET, para el avance de la investigación científica.
Ordena la construcción de diez mil kilómetros de nuevas carreteras.
Decidido firmemente por hacer conocer a una Argentina en el plano de las inversiones internacionales, relegadas por la desconfianza generada por el siempre sombrío Peronismo, es el primer Presidente en hacer giras por todo el orbe.
Con una visión futurista y casi mesiánica, visita la India y se entrevista con el Primer Ministro Neruh, previendo que Asia seria el futuro de nuestras exportaciones primarias, cuarenta años antes que la comunidad internacional advirtiera esa misma circunstancia.
Traba una amistad corta pero intensa con JFK, a quien también visita en Palm Beach.
Cada uno de sus movidas, la tiene en cuenta para proyectarnos por los cincuenta años venideros.
Pero su dinámica es demasiado veloz para que una dirigencia político-militar idiota en demasía, lo interpretara en su estricto sentido.
Designa embajadores a sus enemigos más cercanos, justificándose ante sus colaboradores que las legaciones diplomáticas deben recaer en la oposición, para que no molesten.
Gran parte de sus correligionarios también abandonan las filas del oficialismo, en su mayoría viejos radicales que no podían metabolizar tantos cambios en tan corto tiempo.
Se nuclean detrás de Balbín, quien dirigirá la batuta en el Congreso para torpedear cada uno de los proyectos de ley, remitidos por el Ejecutivo.
Pero no seria este retrogrado platense el único.
Pronto de la mano de John William Cooke, comisionado por el mismo
Perón, el Justicialismo se sumaria a la gesta de un inevitable derrumbe.
Y por último, el enemigo más gravitante: El Ejército.
Nunca antes ni después que él, un Presidente tuvo una tormenta perfecta hacia la que navegaba su administración.
El gobierno de Frondizi, fue el primero y el único que estableció Una Política de Estado.
Antes y después que él, solo conocimos de improvisaciones, sin distingos entre militares y civiles.
Para mediados de 1960, canceló nuestra deuda externa, acreditando así lo que era el supremo sentido del Nacionalismo.
Tal vez por ello y como castigo a sus innovaciones y arrojo, fue también la única administración que logró que todos sus enemigos se unieran contra él, a pesar de la repulsión que entre ellos mismos se dispensaban, con una sola consigna que servia de argamasa: Vendepatria.
Gobernó para una futura generación, pero no le permitieron que ese anhelo se cristalizara en el tiempo.
Nuestras esperanzas, prontamente devinieron en desdichas.
Hubo en ello un puntal, que era un sujeto de baja estofa, más precisamente un comemierda, como dicen los españoles: El General Carlos Severo Toranzo Montero.
Treinta y dos pronunciamientos castrenses, fagocitados por este tenebroso personaje y sus amigos de la trenza de la Caballería finalmente mutaron por uno definitivo.
Para la mañana del 28 de marzo de 1962, todo había concluido.
El Presidente fue apresado.
Intentaron convencerlo de renunciar.
Luego que se suicidara.
Don Arturo hizo caso omiso a tan lascivas invitaciones.
Ese día, cuando el avión catalina que lo transportaría a su celda en la Isla
Martín García, uno de los sublevados, el Brigadier Cayo Alsina, mientras divisaba el aparato que levantaba vuelo desde el rió, le susurra al Comandante de la Armada Clement: ¿Pero que carajo estamos haciendo?
Era tarde ya para lamentos.
No tanto para el atribulado Comandante de la Fuerza Aérea, que lanzó ese interrogante, ya que diez años después se afilió al Desarrollismo.
Ni para cientos de sus Camaradas de las tres armas que como él, confesaron sus errores cuando la oportunidad había pasado a la vuelta de la esquina.
Pero fue La Patria, quien resultó herida gravemente con esa intempestiva decisión conjurativa.
Si alguno de nuestros Jefes de Estado, no mereció jamás un final tan injusto fue precisamente Don Arturo.
Con su derrocamiento la Argentina descendió del colectivo de la historia, que la hubiese catapultado, tal vez al mismo sitial de privilegio que cuando ocupamos el décimo puesto entre las economías más prósperas del orbe hacia 1928.
Todo se había resumido a una epopeya tan solo onírica.
Por razones generacionales, comencé mi militancia partidaria en ese núcleo de ideas, a comienzos de la década del setenta y me mantuve al lado de ese, ahora Prócer, hasta su deceso en 1995.
Nunca en ese cuarto de siglo que lo acompañe, le oí pronunciar una palabra de rencor hacia nadie.
Creo que no había aprendido a odiar.
Ese motor de la naturaleza, tan imprescindible en la política y que coadyuva mucho en el ascenso, he advertido hace muchos años que está reservado para seres inferiores, como todos estos granujas que se presentan en sociedad como referentes partidarios.
El pobre de Frondizi, comía aparte como antes que él, lo hicieron Sarmiento, Avellaneda, Roque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini entre otros, muy pocos por cierto.
Los Militares en esa gala incesante de tropelías, entremezcladas con el absurdo más primario, lo eyectaron a Frondizi, tan solo para que un año mas tarde un anciano afable, pero con pocas luces, ocupara su sillón: Arturo Humberto Illia.
Tendría en la otra esquina, al resentido de Balbín, quien se maldecía a si mismo por no haber sido el candidato, en lugar de este viejo médico, oriundo de Pergamino, cuyos únicos blasones eran los de haber sido Intendente de Cruz del Eje en Córdoba.
Actuaría casi en forma idéntica que con su antiguo compañero de bancada, a cuyo deceso político contribuyo grandemente.
La Patagonia que había contado con el acelerador lineal del Frondizismo, también cayó en desgracia.
Los contratos petroleros suscriptos en la etapa anterior fueron anulados por un idiota como Facundo Suárez, que presumía saber de crudo, pero que tal vez en su supina ignorancia confundía con un varietal de jamón.
Nuestro Sur perdió un envión del que jamás se recuperaría.
Las cosas siguieron su curso con la consabida parsimonia radical, hasta que en 1966, un mediodía en reunión de gabinete, el Ministro de Defensa y hermano del que denunció las concesiones petrolíferas, le sopla al oído a
Palmero que era el responsable de la cartera de Interior: Hay rumores de un golpe.
El oyente cordobés le replica de inmediato: "No lo digas en voz alta porque Illia se pone nervioso con esas cosas y después no puede dormir la siesta".
No estaba demasiado equivocado en su diagnostico el responsable del área política, ya que la Nación había ingresado en un letargo somnoliento durante tres largos años.
Era hora de despabilarse.
Nos despertó abruptamente Juan Carlos Ongania.
Curiosamente, el único General que había accedido a esa jerarquía sin contar con el circulito en su uniforme como egresado de la Escuela Superior de Guerra.
Era parco, pero tenía don de mando.
Cuando asumió, reunió a todos los Comandantes de Cuerpos y Brigadas.
Los encerró en su despacho del edificio Libertador y les dijo en subido tono: Yo conspiré. A quien lo haga contra mí le deseo suerte. Si lo pesco será fusilado de inmediato.
Por algunos años, al parecer su arenga amenazante seguía repicando en la voluntad de sus camaradas.
Pero los errores cuando uno se duerme en los laureles son inevitables.
Cometió dos, uno más funesto que el otro.
Relegó la Jefatura del Ejército en un tipo, en apariencia, con bastante personalidad: Alejandro Lanusse.
Su segundo y fatal yerro fue el posterior.
Por medio del aparato de Inteligencia, había tomado conocimiento de los nutridos contactos que Aramburu estaba haciendo directamente con Perón, para entonces residente en Madrid.
Por su lado, Ongania venía trabajando con los dirigentes gremiales, encabezados por Augusto Timoteo Vandor, para legitimarse en el poder con el caudal electoral Justicialista.
El Lobo ya había profetizado a quien quisiera oírlo que los votos eran de los gremialistas y no del viejo.
El choque de ambiciones entre el Presidente y su antiguo predecesor era por entonces inevitable.
Es entonces que Ongania hace su primera movida.
Y según me lo confió Aldo Luís Molinari, en su vejez, ordena el secuestro de Aramburu, comisionando la faena a dos de sus colaboradores más estrechos: Imaz y Miori Pereyra.
Como no se fiaba en los Generales en actividad, se recurre a un grupo de muchachos, ex militantes de Tacuara que prestaban servicio como agentes civiles en el Batallón 601, ubicado en Viamonte y Callao.
Se les provee de automóviles, uniformes y de una zona liberada para la fuga programada.
So pretexto de una reunión de los altos mandos, Firmenich con uniforme de salida de Teniente Primero, presiona el timbre en el departamento de la calle Montevideo entre Marcelo T. de Alvear y la Av. Santa Fé, donde residía Aramburu.
El viejo General al principio cae en la celada y se dispone a acompañarlos.
Pero una vez en el auto, advierte que lo están chupando.
Sufre una descompensación.
El captor se desconcierta y recurre telefónicamente en consulta a Imaz.
Este le ordena que lo conduzcan urgentemente al Hospital Militar.
Cuando arriban a la Guardia del nosocomio, Aramburu había muerto.
Ongania no era de la idea de liquidar a su adversario, sino separarlo de su intento de retorno.
Las cosas se le van de las manos y los muchachos toman una iniciativa.
Le extractan partido al desafortunado incidente.
Trasladan el cuerpo inerte hasta un campo del padre de uno de los secuestradores, apellidado Ramus.
Y proceden a formalizar el simulacro de un fusilamiento.
El de un cadáver.
Ese fue el bautismo de fuego de una agrupación terrorista, que se conocería inmediatamente como Los Montoneros, quienes nacieron como fuerza a partir de un ardid, de una mentira.
Una burda patraña que mutiló inútilmente, la vida de miles de jóvenes que creyeron en ellos.
Y que paradojalmente estaba comandada por jóvenes provenientes de la ultraderecha nacionalista, pero que para comienzos de los setenta no era redituable, por lo cual se volcaron de un día para el otro, a la ultraizquierda.
Para cuando Ongania advierte la mala hechura de su plan, se tambalea.
Exactamente un año antes de ese operativo, Lanusse aprovecha los servicios de la Inteligencia de Ejército, para fogonear aun más, un incipiente reclamo de los obreros de las automotrices cordobesas.
La mediterránea arde con el concurso de un centenar de infiltrados que prenden fuego a todo lo que encuentran a su paso.
Lo que había comenzado como una mera reivindicación salarial, gana las calles de manera incontrolable.
Después de estos dos rounds, sería el réquiem para un Ongania, que había prometido varias décadas de paraíso militar, tan solo cuatro años atrás.
Dos Presidentes habían intentado vanamente capturar a la masa peronista.
Otros tantos líderes sindicales, que puerilmente se creían autónomos de las directivas de Puerta de Hierro, como Vandor y Alonso, también son ultimados por órdenes directas de Perón.
Como para que no hubiese ninguna duda respecto de su autoridad al frente de su agrupación.
Retornando a los anteriores, vemos que no fueron otra cosa que meros oportunistas que nada hicieron para desterrar el flagelo que el Justicialismo implicaba para un país, que se hundiría cada vez más en lo insondable del inframundo de ideas superadoras.
El Cano rechaza la posibilidad de suceder al depuesto, que solicita 48 hs. para mudar sus cosas de Olivos que le son concedidas.
Opta por importar a un General de Bajo Costo como Abelardo Ramos se refería al elegido a dedo.
Era Roberto Marcelo Levingston, que cumplía funciones como agregado militar en Washington.
Calculaban por su afección a la bebida que no seria de cuidado.
Pero un día, temprano en la mañana, se reúne la Junta de Comandantes en la Rosada con el Presidente, como lo hacían habitualmente cada semana.
Habiendo promediado el mitin, Lanusse sin consultar al dueño de casa, le dice al titular del Banco Central, a la sazón un tal Daniel Fernández, que unos parientes
suyos, consignatarios de hacienda -La Casa Pedro & Antonio Lanusse-, necesitaban un crédito con tasa preferencial.
Levingston lo interrumpe, adicionando que esas solicitudes debían de ser giradas a su persona previamente.
Instantes después se retira brevemente con dirección al toilet.
Al retornar había dejado de ser el Primer Mandatario.
Lo sucede el propio Lanusse.
Un personaje extraño, por sus vinculaciones con tipejos como David Graiver, a quien incorpora a su gobierno, no pudiendo desconocer sus vinculaciones directas con las bandas subversivas y el manejo personal del botín de sesenta millones de dólares que los Montoneros obtuvieron por el secuestro de los hermanos Born.
También a Edgardo Sajón, como su vocero, que luego sería un desaparecido.
Los radicales, de la mano del inefable Balbín, un perpetuo intrigante, se suben al flamante micro.
Con menos perspectiva visual que un invidente, planean desafiar a un Perón que suponían estaba a punto de retirarse.
Sabedores por medio del embajador en Madrid que un cáncer de próstata tumbaría a un anciano en desgracia.
No lo conocían ni someramente.
La turbina generadora del resentimiento que oportunamente fue su vector en 1945, estaba intacta.
Estos perdularios cívico-militares, no habían tomado nota de ello.
Ni siquiera de la circunstancia en el doble juego que Pocho venia desarrollando impecablemente azuzando al mismo tiempo a la Patria Sindical de Rucci y Lorenzo Miguel versus la Patria Socialista de Firmenich y Vaca Narvaja.
El Cano incluso lo desafía puerilmente, pregonando "que no le daba el cuero para volver".
Cuando el ofendido recoge el guante y retorna en 1972, se produce la masacre de Ezeiza.
Es en esa oportunidad que Perón le exhibe a todos por igual, de como había dividido al Movimiento haciendo que unos ametrallasen a los otros y viceversa.
Otra irrefutable prueba de esa personalidad, tomada como un ejemplo de libro de Gramsci.
A pesar de lo que implicaba esa diletante conducta, el cronograma electoral se mantiene inmutable, con la proscripción de Perón, como acicate de ese dudoso desafió.
El 11 de marzo de 1973 se vota.
Triunfa por casi el sesenta por ciento el caballo del Comisario: Héctor J. Cámpora, un oscuro odontólogo de San Andrés de Giles.
Los Montos, heridos casi de muerte en el Aeropuerto, aprovechan la debilidad del Presidente electo y le copan el gabinete.
A los pocos meses, Cámpora sin posibilidad alguna de imponer el orden partidario, convoca a elecciones nuevamente y renuncia dejando a toda una Nación en manos del Presidente de la Cámara de Diputados Raúl Lastiri.
Perón se presenta en formula con su tercera esposa Maria Estela Martínez.
La había conocido durante su primera etapa panameña del exilio.
Ella era vendedora ambulante de cigarrillos en un cabaret de mala muerte en Panamá City, en el que Lastiri era el adicionista, quien a su vez era yerno de López Rega.
Esto que se asemejaría bastante a un culebron televisivo venezolano o mejicano, era empero la cruda realidad.
Perón que conocía a la perfección su inminente deceso, quiso que todo se terminara de destruir con su partida.
Como Luís XIV "Después de mi el diluvio".
Era de todo, menos tonto.
Y así fue que menos de un año después de vestir por tercera vez la banda presidencial, partió hacia el gran puede ser.
Dejaba atrás una tierra arrasada por la guerrilla de extrema izquierda, alzada en armas contra cualquier fisonomía de orden, al que tampoco contribuya la de ultraderecha comandada por López Rega.
El fermento de una nueva masacre, más potente y extensiva en el tiempo era imposible de soslayar como una calamidad aun más siniestra y cruenta en ciernes.
Los Argentinos que contamos en nuestro haber con bastante originalidad, anotamos entonces otra marca en ese record.
Teníamos a la primera Presidente mujer, que gobernaba sin tener idea de lo que firmaba en su despacho.
Creo que en esencia no tuvo malicia.
Solo una mayúscula ignorancia.
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