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La autopsia del bicentenario (página 4)

Enviado por Carlos Blanco


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Pero su permanencia era demasiado intoxicante.

Los Militares, siempre tributarios de las decisiones de Washington, obtuvieron la ansiada luz verde para actuar en consonancia con las circunstancias que ameritaban un cambio.

El 24 de marzo de 1976, el General Jorge Rafael Videla, un individuo con voz gangosa y sumamente tímido se presentaba en sociedad como nuestro nuevo Presidente.

Esencialmente este Videla, que como Pinochet en Chile fue uno de los más indecisos en sumarse a un golpe de estado, finalmente y a regañadientes tuvo que aceptar esa responsabilidad.

Las bandas subversivas asolaban al país con más atentados y asesinatos.

Se tornaba imperativo actuar, acorde con el problema.

En menos de tres años, los extremistas habían sido derrotados militarmente, como era menester hacerlo.

Pero en medio de esa vorágine, el gobierno sin experiencia de combate urbano, improviso muchas veces.

Hasta cierto punto tal inexperiencia era incluso comprensible, porque se carecía de un plan de aniquilamiento, tamizado convenientemente por el estudio previo del campo de operaciones.

Con la captura e interrogación de los disolventes que se rindieron, sucedió otro tanto.

Las Fuerzas Armadas, no habían sido capacitadas para una tarea policial.

Esto es, carecían de profesionalismo en la materia.

Y al subestimar con un inexplicable desden a los cuadros policiales, que sobradamente conocían sobre esos tópicos, las suplantaron en esa fase de la lucha.

Una de las primeras medidas de gobierno fue la reforma del Código Penal, en el que se instauró la pena de muerte a los homicidas de un miembro de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

Los extremistas venían de ultimar a muchos, con la sevicia propia de los chacales.

Todos los atentados estaban perfectamente tipificados por la norma jurídica, para que fuese de aplicación inmediata.

Pero los magistrados a cargo de las pesquisas judiciales no se atrevieron a dictar ni una sola sentencia con la pena capital.

Los Militares tampoco los motivaron para que cumpliesen con la palabra de la Ley.

Es así que un orden normativo, en condiciones de aplicarse por un estricto acto de justicia, se reemplazó innecesariamente por las ejecuciones clandestinas.

Ejecutaron a casi cinco mil extremistas, amparándose en un sistema tan medroso como inexplicable.

Desistieron de haber entregado los cadáveres a sus familias, en una actitud insólita, que nublaba y desbarataba la legitimidad del ajusticiamiento.

Se sumo a ello, una política económica, confiada a un tenebroso sujeto, empleado jerárquico de la Trilateral Comission como José Alfredo Martinez de Hoz, quien estableció una paridad cambiaria, que aniquilaría el aparato industrial en menos de dos años.

Con un dólar barato, pero artificialmente devaluado, las importaciones reemplazaron cada vez más a las exportaciones y el país comenzó a endeudarse caprichosamente.

Más de setecientas mil industrias del rango Pymes dejaron de existir.

Pero la gente estaba despreocupada, por la posibilidad de adquirir insumos importados de bajo costo, inaccesibles para la clase media, algunos años atrás.

Tanto como las facilidades para hacer turismo por el exterior.

El aparato productivo se debilitaba peligrosamente, pero con el señuelo verde casi nadie media, las fatales consecuencias de un abultado y expansivo endeudamiento externo.

Para 1981, el cronograma de recambios, implicaba que tendríamos nuevo Presidente:

Roberto Viola, en esencia un beodo y vulgar ignorante.

Designo a Lorenzo Sigaut como reemplazante del orejudo titular de economía.

Era su anhelo sincerar el tipo de cambio.

Su determinación fue la ruina para todos quienes estaban endeudados en divisas.

Eran millones de Argentinos.

Con este nuevo desaguisado, el humor social comienza a oradar el remedio del modelo militar.

En aproximadamente un año, desembarca como nuevo referente otro General, que era más iletrado que el anterior: Leopoldo Fortunato Galtieri.

En esencia un borracho de almacén.

Actuó en consecuencia e intempestivamente y posiblemente para mitigar un poco el desconcierto de toda una Argentinidad, que venía de atravesar una fugaz y prestada confortabilidad, planea la invasión de Malvinas.

Sorpresivamente y por una errónea interpretación de un guiño de ojos, que recibió de la administración Reagan, se creyó con el respaldo necesario para arremeter contra nuestros territorios insulares, de los que los ingleses nos habían privado, curiosamente en épocas del Glorioso Rosismo durante el interinato de Balcarce.

La recuperación de las Islas Malvinas era materia de estudio en todas las escuelas de Guerra de las tres fuerzas, por generaciones.

Se habían escrito miles de monografías.

Planificando su asalto por avión, por globos aerostatitos, por un ferrocarril virtual, por medio de túneles submarinos y por cualquier otro medio a los que la imaginación literaria y novelesca de Julio Verne, nos podían indicar como posible, sin importar lo fantástico del argumento.

Una mañana, Galtieri que desayunaba habitualmente con ginebra, confundió su libación matutina e inadvertidamente ingirió un vaso de agua mineral.

Tuvo una convulsión cerebrovascular e ingresó en un trance místico y en medio de sus alucinaciones de ebrio consuetudinario, decidió el asalto del archipiélago.

Promediaba la primera quincena de febrero.

Se designo como Comandante del Teatro de Operaciones, a un Vicealmirante Lombardo.

Su primera orden fue la de instalar una pantalla de televisión gigante en su despacho, para seguir las alternativas del campeonato mundial de futbol que se dirimía en España.

A partir de allí todo fue caos e improvisación.

Los soldados conscriptos, ergo el grueso de las tropas, no tenían idea de lo que era un arma de fuego.

Recibieron una instrucción militar de último momento y por ende insuficiente, ni siquiera para apostarse como guardias de alguna unidad castrense en tiempos de paz.

Se agendó el dos de abril como fecha tope para el desembarco.

La fuerza expedicionaria integrada por novatos y oficiales sin preparación, se embarcó en una tragedia.

Con un espíritu propio de quienes se defienden de un ataque sorpresa, e impropio de los que se disponen a invadir un objetivo.

Ni siquiera este palurdo presidencial tuvo tiempo de observar el calendario.

Se aproximaba el otoño y luego el invierno.

Habría que repeler una posible agresión británica en la peor temporada que se podía elegir como la indicada, la correcta.

Ni siquiera leyeron las experiencias macabras de los alemanes cuando la invasión de la Unión Soviética en 1941, que los sorprendió con los uniformes de verano o la adecuada de los aliados en Normandia y la Península de Cherburgo en plena primavera de 1944.

De seguro, hubiera sido mucho pedirles que se remontaran a Bonaparte en el retroceso luego de la captura de Moscú y la pérdida de medio millón de soldados franceses.

Pero todo tuvo una armonía de desastre.

Las baterías de artillería, procedían de un rezago italiano de la post guerra, a las que había que percutar con un martillo de ferretería.

Los fusiles Fal, provistos por Fabricaciones militares se recalentaban luego de algunas percusiones y sus caños se doblaban por el calor de la ignición.

Los submarinos que por años habían sido pintados y calafateados en la base naval de Mar del Plata, tenían su instrumental defectuoso.

Uno fue hundido en las Georgias y los dos restantes retornaron a sus embarcaderos.

Nuestra Aeronáutica que carecía de bombarderos, solo se reducía a algunas escuadrillas de cazas también en franca obsolescencia.

Y a nuestro único portaaviones lo remolcaron a Mendoza.

He descripto las condiciones de nuestra Fuerza de Tareas con una marcada ironía, pero con idéntica cuota de dolor, por la cantidad de vidas cegadas de todos los que hicieron flamear nuestra Enseña Patria, en el suelo malvinense.

Pero este sarcasmo, no me inhibe para elogiar el descollo de valentía de nuestros pilotos de la Fuerza Aérea y de la Aviación Naval, cuyos proyectiles impactaron con impecable precisión en las fragatas de una flamante flota inglesa, cuyos capitanes no estaban preparados para que sus sofisticadas naves, siquiera fueran rozadas por bombas argentinas.

La batalla naval de Malvinas fue un rotundo triunfo para la aviación Argentina.

Siete fragatas y dos buques de transportes fueron hundidos y uno de sus portaaviones, severamente escorado.

Nosotros perdimos al Belgrano, cuando los ingleses establecieron el punto de no retorno y que eso era una verdadera guerra sin zona de exclusión alguna.

El Ejército en cambio, recibió la peor parte.

Nuestros colimbas no recibían comida ni pertrechos.

Estaban desorientados.

Sus comandantes, posiblemente también.

Imperaba el desorden y la anarquía.

En cambio las unidades de la Infantería de Marina, mejor provistas y mucho más entrenadas, cumplieron su misión con el mismo profesionalismo que tenían los ingleses.

Incluso, haciendo gala de una improvisación inédita, se las ingeniaron para montar una rampa con el último exocet del que disponía la marina y lo dispararon como tierraaire, ganándose la felicitación de los fabricantes franceses que los habían provisto, por la originalidad de un uso que no estaba en los manuales.

Pero cada una de las proezas de quienes fueron protagonistas de las mismas, debemos ubicarlas en un plano estrictamente individual.

Nuestros aviadores fueron magistrales, pero perdimos a más de setenta de ellos, porque la logística no les dispensaba más que unos contados minutos para un combate aéreo por falta de reabastecimiento.

Esa improvisación y no la pericia de sus adversarios británicos, fue la que cegó tantas valiosas vidas.

Sin distingos de la interpretación de nuestra historia, tendrán por siempre nuestro reconocimiento y admiración, aunque se silencie su heroica gesta, por los oficios de esta merdocracia que nos gobierna.

Para el 14 de junio, las fuerzas terrestres del Reino Unido, habían capturado ambas islas y la rendición era inevitable.

Lo que dejó atrás la aventura de Malvinas, me lleva a ensayar dos lecturas.

En primer término, debo despachar unas breves líneas de análisis comparativo.

Si en 1978, cuando el asunto del Beagle, el gobierno militar invirtió más de diez mil millones de dólares para pertrecharse contra Chile y lo que se observó en Malvinas fueron meras piezas de museo, que simulaban ser armamentos de guerra ¿en que se dilapidó tanto dinero?

Si más de un centenar de bombas eyectadas por nuestros aviones, impactaron con impecabilidad en los navíos ingleses y no explotaron porque estaban vencidas:

¿Quién fue el criminal al que se debería haber juzgado por esa mortal negligencia?

Y en segundo término, si se envió a una segura muerte a soldados conscriptos por su falta de destreza en el manejo del armamento y por inexistencia de entrenamiento previo:

¿Por qué los propios militares silenciaron ese enorme desfalco y no ejercitaron una intestina noche de los cuchillos largos como Hitler hizo con Ernest Rohm y sus lugartenientes de las SA en 1934?

En resumen, una mascarada bélica concluyó con el amargo sabor de una derrota, que podía haber sido evitada, tan solo con planificar la invasión con un tanto más de detenimiento.

Se han ensayado cientos de argumentos justificativos. Que el plan de las tres banderas, que esto y lo otro.

Puro onanismo literario sin sustento.

Un barco sin timón tiene más posibilidades que uno sin disciplina.

William Bligh -Capitán de la Fragata inglesa Bounty-

Los interminables mitos

Cuando se encamina uno hacia la guerra es para combatir, matar y morir, no para especular con los planes del enemigo.

Pero se optó por ello, por dejarlos pensar a estos militares, que no hicieron otra cosa a lo largo de nuestra historia, sino más que una macana tras otra, con la excepción de la incursión sobre la Banda Oriental que nos insufló de Gloria, pero que en definitiva, tampoco sirvió para nada, porque aun el Uruguay disfruta de su independencia.

Status que adquirió, merced al derramamiento de la sangre de nuestros soldados.

La cuestión era que como reza el adagio asturiano: La victoria cosecha más prosélitos y la derrota solo enemigos.

Los Milicos no tenían otra alternancia disponible y tuvieron que recular con un llamamiento a elecciones.

Cualquier lector extranjero, ignoto de nuestros devaneos y espasmos, podría suponer que luego de tantos desaciertos, este relato se encamina hacia el plano del buen sentido, de la armonía, pero desafortunadamente no fue así.

Más bien todo lo contrario.

La corporación política que estaba inactiva desde el advenimiento del último gobierno militar, aprovechó el deambular de un Ejercito vencido y humillado, por un adversario en el campo bélico tradicional.

Cargaban tras de sí, de una cadena ininterrumpida de desaciertos y negociados con la obra pública, a la que para entonces, el periodismo había bautizado como La Patria Contratista.

No estaban tan seguros que deberían también de responder, por el ocultamiento de los restos mortales de los subversivos.

Seria la primera vez, que un cronograma electoral, se disponía con fundado temor por la suerte que los aguardaba.

Pero la mayoría de ellos, por no incluirlos a todos, confiaban que con los fierros de su parte, la sangre no llegaría al rió.

Para el 30 de octubre de 1983, una nueva pesadilla, pero teñida de legalidad constitucional llevó a los radicales al poder.

No contaban con ese privilegio desde los tiempos de Illia veinte años atrás.

Evidenciarían una vez más, que no estaban capacitados para gobernar.

Que el mero transcurso de los años, no los había educado en el manejo de la Cosa Pública.

En verdad, no esperaban imponerse por sobre un aparato Justicialista, que daba por descontaba su victoria.

Pero se olvidaban que Perón ya no estaba entre ellos.

Sin embargo, creo que esa derrota de último minuto, se debió al acto de campaña de los propios Peronistas, cuando un intelectual como Herminio Iglesias, procedió a prenderle fuego a un pequeño ataud, que contenía los restos simbólicos del contrincante.

A mi juicio ese mensaje mafioso sello la suerte del peronismo ese día.

El 10 de diciembre de ese año, un pletórico Raúl Alfonsín asumía el mando.

Debo de admitir que una brisa de esperanza se apoderó de la mayoría de los argentinos, entre los cuales confieso que me incluí.

Veníamos del autoritarismo de una administración, que nos avergonzó frente al concierto internacional con su torpe revés en Malvinas.

Que había engañado a todo un Pueblo, a quien mediante la censura previa, se informaba por la cadena oficial, de un inminente mandoble a los británicos, cuando la realidad nos indicaría todo lo contrario, tan solo unos días después.

Eran otros tiempos, sin la magia de las actuales telecomunicaciones a través de la Internet, en lo que nada trasunta como inadvertido.

Después de todo, con la derrota, los cielos argentinos no quedaron teñidos de Gloria, por obra de una epopeya.

No caímos como los alemanes en Stalingrado, donde se luchaba calle por calle en 1943 o en la batalla de Berlín, en abril de 1945, donde lo era casa por casa.

Era el producido de un imbécil manejo de hombres y dinero de manera espurea.

Pocos eran los Argentinos ese año, que no abrigaban algún tipo de esperanza que el retorno de la democracia nos iría a deparar.

Pero Alfonsín, con plenos poderes para legitimar su mandato, nos exhibió lo único para lo que era apto: El Comité.

Se había pasado toda su vida alternando de uno en otro.

En la política de lo doméstico.

A dicha incapacidad mental, debemos de atribuirle que no supo adquirir la madurez de un compromiso para con todos sus connacionales.

Optó por introducirse en las trenzas pueblerinas, interesándose más por los punteros de circunscripción que por su obra de gobierno que al fin de cuentas, sería inexistente.

Un grupo de ex estudiantes universitarios que habían capturado a favor del Presidente electo, el voto de la juventud en las facultades, lo rodearon de inmediato.

Era la Coordinadora.

Pero no se trataba por desgracia, de una reedición de la Generación del Ochenta un siglo antes.

Ni serian timoneados por Miguel Cané, sino por un fracasado aspirante a médico a la cabeza: Enrique Coti Nosiglia, quien con un sostenido bajo perfil sería el verdadero mandatario.

Era la primera vez, desde la generación del `80 que se presentaba una oportunidad, para que aquellos que provenían de los claustros de la universidad, estuvieran en condiciones de formar una nueva clase dirigente, sin las mañas y los pecados de la existente hasta entonces.

Pero renegaron de esa posibilidad que el destino les ofrecía.

Velozmente se encaminaron hacia el provolone.

Recibieron un adiestramiento muy rápido y eficaz por parte de dos indeseables, que serían sus coequipers.

Uno era Diego Ibáñez, a la sazón Presidente de la bancada de los flamantes diputados del Peronismo.

Que era un hombre muy avezado en el manejo de la administración pública, por retener el cargo de Secretario General del SUPE -petroleros- y haber alcanzado la categoría de millonario años atrás, cuando aprovechando su cargo e influencias sindicales, hurtaba los cateos más seguros que los geólogos de YPF habían detectado en la zona patagónica de exploraciones, para vendérselo bajo cuerdas a las principales compañías operadoras en el rubro.

Pero al tiempo y por un supuesto ajuste de cuentas, sufrió un accidente automovilístico y por vacancia post mortem, le cedió el cetro a un paniaguado médico, oriundo del Tunuyán mendocino: José Luís Manzano, quien había aprendido todo de su mentor.

Dos fueron las medidas que este sefardita consensuó de inmediato con Nosiglia:

Que todo General, Almirante y Brigadier en actividad, recibiera una suma no remunerativa de diez mil dólares mensuales.

Y que todo Magistrado Federal tuviese los mismos privilegios.

De esa manera se asegurarían dos cosas.

La primera, alejar los nubarrones de asonadas militares y la segunda que contaran con la disposición del aparato judicial, para establecer con tranquilidad un protectorado en el desfalco de los dineros públicos que llevarían a cabo con rotundo éxito.

Con estos dos presupuestos asegurados y que serían provistos de la partida de gastos reservados de la Side, se daría inicio a una asociación ilícita que se ha mantenido inalterable en el tiempo, incluso hasta nuestros días.

No tengo la data de cuantos Jueces y Militares abrevaron de esos sobres.

Puedo suponer que la mayoría de ellos, pero sometiendo esta deducción a un simple dato cronológico, ante la imposibilidad de disponer del informático, a saber:

Desde 1983, ningún militar con esa jerarquía, ha participado de los dos alzamientos castrenses de 1987 y 1990 respectivamente.

Incluso el fracaso de ambas intentonas, se debieron en gran parte al menos, a la ausencia de respaldo de las cúpulas contemporáneas a esos eventos.

Y en segundo orden, ningún funcionario de los radicales con la excepción de Del Conte y su escandalosa actuación al frente de la Aduana, en tiempos del alfonsinismo, estuvieron privados de su libertad.

Tampoco los Peronistas, salvo la Alsogaray y las vacaciones de Menem en una quinta de Don Torcuato.

Si damos por colegido, que las tropelías al Erario Público desde 1983, han sido una suerte de Tsunami de Oprobios, la ausencia de sanciones ejemplarizadoras carcelarias por dichos ilícitos, no nos alejan demasiado de la hipótesis de compra de voluntades de Señorías & milicos, en estos veintisiete años de inequidades, que nada tienen en común con el ejercicio de una democracia, no contaminada por el peculado sistemático.

En el paralelo, se observa sin esfuerzo que el complejo Militar ha sido sometido a un feroz desguace.

Para decirlo más adecuadamente a un vejamen institucional.

Cierre de unidades, reducción asfixiante de presupuesto y las humillaciones de todo tipo que ya conocemos y ahora irán además por los Liceos, que al fin de cuentas son meros institutos de enseñanza media.

El retorno de la democracia tuvo ese mesiánico sesgo antimilitar.

Con Alfonsín, hay que reconocer que al principio con un tufillo apenas incipiente.

Pero a medida que los años se sucedían, las bandas subversivas ganaban un protagonismo institucional cada vez mayor, mediante un estandarte: Las Madres & Abuelas de la Plaza de Mayo Sociedad Anónima.

Estas supuestas dolientes, que mercantilizaron los cadáveres de sus hijos, prontamente se transformaron en operadoras imbatibles de una ininterrumpida usina de negocios.

Su principal referente, una obesa de apellido Bonafini creo, se sabe ahora que tiene vivitos y coleando a sus hijos supuestamente desaparecidos, como placidos residentes en España.

Su ex cónyuge certificó esa circunstancia no hace mucho.

Y la opinión pública se anotició tiempo atrás, sobre el carácter de entusiasta y adinerada empresaria de la construcción de esta cínica defensora de los derechos civiles.

Todo ese crecimiento exponencial de su patrimonio, como el de muchas de sus asociadas, tuvo inicio con aportes del Estado.

Alfonsín les otorgó viáticos, pasajes y cartas credenciales, para que difundieran su mensaje plagado de odio, primero ante la social democracia alemana.

Luego en todo el universo.

Así ganaron terreno y son hoy un nuevo factor de poder, que maneja la conciencia de toda la prensa oficial, gráfica, radial y televisiva, con la complacencia y complicidad de esta contusión pornográfica que nos gobierna.

Pero la historia sigue y debo de retrotraerme a ella.

Si es preciso estigmatizar la gestión alfonsinista, está a la vista que desde el comienzo, acreditó su ausencia de personalidad.

O bien, la de un timorato, como después lo sería su correligionario De la Rua.

La primera "apretada" fue el juzgamiento de las cabezas del Proceso.

Muchos son los que están de acuerdo, que los milicos requerían de una condena, por ninguna otra causa que sus propias torpezas, en el absurdo ocultamiento de los cadáveres de los ultimados terroristas.

Se tendrían que hacer cargo de sus irresponsables actos.

Pero como siempre sucede, y parafraseando a Cesar ¡Ay del Vencido!

La clase política sin distingos, advirtió que se podía sacar más agua del pozo y existía una oportunidad de enterrar un poco más el cuchillo.

Pero a los efectos de pacificar las cosas, Alfonsín con algo de tino, pretende anclar el accionar militar a través de la ley conocida como de Punto Final.

Se otorga la refrenda legislativa y todo indicaba que no se insistiría más por exhumar el pasado.

Pero alguien, creo que un tal Malamud Goti, recoge una idea pretérita, aplicada en el proceso de Nûremberg, respecto a uno de los encartados.

Se trataba del ex Ministro de Armamentos Albert Speer.

Durante ese juicio de los Vencedores, su letrado había procurado evitarle al prestigioso arquitecto un seguro cadalso.

Y negocia con los fiscales norteamericanos e ingleses, a espaldas de sus pares soviéticos.

Se acuerda lo siguiente:

Se lo eximiría de la pena de muerte, a condición que su cliente reconociera el principio de culpabilidad objetiva, que carecía de doctrina en la escuela penal hasta entonces.

De pie ante sus jueces, es cuando Speer establece un precedente que se tornaría en un leading case.

Con voz entrecortada dice: Todos los aquí presentes fuimos culpables tanto de lo que sabíamos como de lo que ignorábamos, porque en definitiva era nuestra responsabilidad.

Se toma como antecedente lo resuelto por el tribunal aliado, sin mencionarlo.

Y se lo acriolla convenientemente.

Con esa herramienta jurídica, sin sustento legal, porque se aplicaría con posterioridad a los hechos bajo juzgamiento, se anularía lo normado por el Parlamento en esa materia, incluyendo la innovación del efecto retroactivo de la legislación penal, que no tenía precedentes legislativos.

Y se sometería a proceso a todo el personal, desvirtuando lo resuelto en el caso de los integrantes de las Juntas de Comandantes que asumieron la exclusiva responsabilidad en el asunto.

Se incorpora el concepto de la inmoralidad de la orden impartida por un Superior.

Desbaratando el principio rector de la disciplina militar que es precisamente la subordinación a la jerarquía.

Todo estaba encarpetado y listo para enviar al Congreso.

Era la Semana Santa de 1987.

Pero como una suerte de contramedida, a mitad de ese periodo de liturgia, un grupo de oficiales que no superaban el rango de Teniente Coronel, subleva la escuela de Infantería en Campo de Mayo.

Se los bautizó como Los Carapintadas.

Acordonan el área e impiden el acceso a los civiles.

El reducido movimiento, despierta empero las simpatías de sectores del nacionalismo y también de la derecha peronista, con una delegación que visitó a los revoltosos, encabezada por el inefable Antonio Cafiero –en aquella oportunidad sin vueltos para retener en sus bolsillos-.

Después de todo, ellos militaban en la oposición y cualquier forúnculo en el trasero del gobierno era bienvenido.

Pero a las horas, todos los que comenzaron como adherentes, lo meditan un poco mejor.

Y era bastante lógico ese cambio de actitud.

Cuando lo pensaron más fríamente, sobre todos quienes tenían categoría de legisladores, coligieron que estaban en riesgo todos sus privilegios, léase las dietas, las queridas, los ñoquis de sus staffs, los pasajes aéreos, las giras por el exterior y todo otro elemento que enturbiara su novel prosperidad económica.

Se sumaron al oficialismo.

Las clases mas humildes que se acercaron a los portones de la unidad tomada, también les manifestaban su desaprobación.

"Píntense el culo" les proferían a gritos.

El alzamiento era casi testimonial.

No había fuerzas dispuestas a reprimirlos.

Solo el diálogo.

El Presidente, supliendo a su Edecán, se embarca en un helicóptero y pacta con los sublevados directamente, dejando en evidencia el terror que lo embargaba si la actitud de los revoltosos se trasladaba a todas las Fuerzas Armadas.

Sin disparar un tiro, los alzados consiguen la promesa presidencial que no se descendiera en la cadena de mandos, respecto a las responsabilidades de los Comandantes y en menos de sesenta días, se sanciona el soporte legal de La Obediencia Debida.

Con tales preceptos con fuerza de ley, una especie de manto de olvido, se pretendía extender con tan ominoso pasado.

Pero los más picaros y astutos pensaron con razón y cinismo: Se nos termina el negocio de los desaparecidos.

Ya no existiría otra flama con la que alimentar a un próspero fiducio que les daba enormes réditos y dinero de los Contribuyentes a borbotones.

No se cruzarían de brazos, sino que se limitarían a hacer una pausa, para después ir por el todo.

Pero los desaguisados, en gran cantidad seguirán su inmutable curso de acción.

En materia económica, tomando la receta que aplicaron Martínez de Hoz primero y Domingo Cavallo después, los radicales cumplimentaron el sortilegio que un dólar valdría 80 centavos de un nuevo signo monetario: El Austral, sin reservas en divisas para sostener esa humorada más que por poco tiempo.

Tres años después la diferencia cambiaria seria de setecientos australes por dólar.

Para el verano de 1989, la temperatura social era irrespirable.

A Nosiglia se le ocurre una idea, con asesoramiento paralelo del más rabioso chacal argentino: Enrique Gorriarán Merlo.

Inventa un supuesto complot del Ejército, para tomar la Casa Rosada, con epicentro en dos unidades con asiento en La Tablada.

Un regimiento de Infantería y un escuadrón de Caballería Blindada de tanques.

Se entrena improvisadamente a un grupo de asesinos que militaban en un movimiento subversivo conocido como Todos Por la Patria, que dirigía un abogado y estrecho colaborador del Coti, de apellido Baños.

Los extremistas irrumpen en el cuartel a sangre y fuego.

Asesinan de inmediato al segundo Jefe de la guarnición, un Mayor Fernández Cutiellos y algunos soldados conscriptos de la Guardia de Prevención.

A su paso acribillan cobardemente a una veintena de suboficiales y tropa.

Tras dos días de nutrida metralla, el grueso de los asaltantes es ultimado y algunos se rinden.

Pero el Chacal y su mujer, se ponen a resguardo, abandonando a sus compañeros, por los fondos de las instalaciones, cuyo perímetro no estaba adecuadamente cubierto por la fuerza policial que rodeaba los cuarteles.

Nosiglia los encubre con automóviles de la Side.

La jugada era, sin importar el costo de vidas que irrogase tan criminal emprendimiento, fagocitar el encono en perjuicio de una estructura militar que ya estaba bastante deteriorada y de paso desmantelar la última unidad de batalla apostada en las inmediaciones de la Capital Federal.

Para entonces un impresentable, con una porra de cantante folklórico ambulatorio de festivales y unas enormes y desproporcionadas patillas, que lo tornaban mucho más parecido a un protagonista del film El Planeta de los Simios que a un dirigente político, comienza a ganar la calle.

Como Cesar le dijo a Casio después de recibir su mortal puñalada, "era de una fealdad harapienta".

Promete algo, que a pesar de constituir una frase hecha y de cliché, se transforma rápidamente en una mágica consigna: La Revolución Productiva.

Era Carlos Saúl Menem.

Personalmente lo había conocido en 1982, cuando Don Arturo Frondizi, declinó una invitación a un cóctel, que este le había formulado y me envió en su lugar.

La cita era en el domicilio de este personaje, si mal no recuerdo cerca del Congreso.

Era un pequeño departamento de dos ambientes, recuerdo que con pisos de plástico.

Cuando arribé al lugar, estaba colmado por viejos dirigentes Peronistas: Lorenzo Miguel, Casildo Herreras, Robledo, Sabino, Ubaldini y otros que no llegué a individualizar, pero todos con caras de frondoso prontuario carcelario.

No pude sino colocarme al lado de la puerta por la falta de espacio.

Menem que obviamente no me conocía, ni siquiera me preguntó quien era.

Solo me indicó que venía subiendo un pedido de comida por el ascensor.

Recuerdo sus palabras: "Pibe, pagá las ocho pizzas y dale una buena propina al de la moto que es un laburante".

Cumplí su petición y me retiré del lugar de inmediato, aunque admito que con una sonrisa.

Y debo de reconocer en su favor que decía las cosas con un carisma muy especial, con cierto embrujo más bien.

No me extrañó en lo más mínimo su triunfo electoral.

Contaba con un magnetismo muy particular y tenía una ventaja adicional:

No montaba en cólera ni se indisponía con nadie, siguiendo las enseñanzas de sus antepasados orientales, que tienen a diferencia de nosotros, una noción distinta del tiempo.

Para cuando asumió, acompañe a Frondizi a la ceremonia.

Creo que nadie advertía que en realidad se trataría de una coronación.

Al concluir la ceremonia, pocos fuimos los afortunados de ingresar a su nuevo despacho.

Estaban su esposa e hijos, sus hermanos enfundados en ponchos de alpaca; Cafiero, Duhalde, Don Arturo e Isabelita.

También entre otras personas cuya identidad no recuerdo, se movía nerviosamente un Oficial de la Armada, creo que adscripto a la Casa Militar.

En un momento coincidimos con el Marino, en interesarnos por unos sándwiches que estaban en una bandeja a pocos metros de los demás.

Sin girar la cabeza, en un instante y con el volumen de un susurro, me confió al oído:

"Se da cuenta Usted lo que este graserio nos va a costar".

Ese comentario que seguramente este oficial no medía en sus proporciones futuristas, sería al fin de cuentas una verdadera y auténtica profecía.

Este Turco para entonces, ya estrechamente asociado con Cavallo, había mostrado sus garras con una inalterable afabilidad.

Los saqueos en el primer cordón del conurbano dos meses antes, para forzar la eyección de Alfonsín, lo marcaban como un tipo que sabía sobradamente lo que anhelaba: El Poder Total.

A diferencia de su antecesor, Menem le demostraría a toda una sociedad, lo que implicarían nuevos vientos de transformaciones.

Después de asumir, convocó al staff de Bunge & Born, para entregarles sin más, las riendas de la economía.

Ni los propios Militares se habían atrevido a tanto.

Comenzaba a exhibirnos cual sería en verdad su política: El Pragmatismo Químicamente Puro.

El inminente dictado de indultos a extremistas y miembros de las Fuerzas Armadas, marcaría una tonada, que no abandonaría por el resto de sus mandatos.

Pero la proclama de un alzamiento armado por parte de uno de sus paisanos como Seineldin, que contaba con bastante personalidad, sobre todo entre la oficialidad joven y los suboficiales de Ejército, le brindaron la oportunidad, para que mostrara su encubierto rostro presidencial.

Los insurrectos tomaron las antiguas instalaciones del 1er. Cuerpo de Ejército y la Jefatura del Estado Mayor.

También, las dependencias del Regimiento Patricios.

Varios son los muertos en esta última, leales al gobierno.

Todo parecía indicar que esta vez, las adhesiones de las demás unidades castrenses serian múltiples.

Sus asesores le aconsejan al Presidente que negocie.

Ya que después de todo, Alfonsín hizo lo propio y todo quedó en una bravuconada.

Pero Menem sabía sobradamente que irían por él, si los insurgentes triunfaban en su planteo.

Además de la circunstancia que la sangre había llegado al rió, en la guarnición de Palermo.

Con la frialdad de un neurocirujano, no duda en impartir una sola orden.

Le da un instructivo directo al entonces segundo Jefe del arma Martín Balza:

"Tiren a matar "

La revuelta queda resuelta en horas, cuando francotiradores al servicio de este canalla menemista, hace traer a un reducido grupo de mercenarios, al servicio de la embajada norteamericana, para que apunten sus rifles de alta resolución y con miras especiales, sobre una decena de los soldados alineados con los golpistas, que custodiaban el ingreso a la comandancia del Ejercito.

Menem salió airoso del trance.

Había dejado estampada su impronta.

Oficialmente con esa improvisada y tronchada rebelión, quedo sellada para siempre la suerte de las Fuerzas Armadas.

Para asegurarse de ello, procede a desguazar a las tres armas, aprovechando un desafortunado incidente, que concluyó con el deceso de un soldado conscripto en una unidad de la Patagonia.

Se elimina el Servicio Militar Obligatorio, con el acta de defunción de los Militares como fuerza disuasiva del control social.

A partir de ese sepelio institucional, veríamos que las dos décadas subsiguientes, agigantarían las pretensiones de la delincuencia y del narcotráfico, exponenciados hoy a una escala sin limites.

Imitando burdamente las atrocidades económicas de Martínez de Hoz, cuando el Proceso y de otro idiota como el radical Sourruille con el Plan Austral, dolarizó una economía con idéntica inmediatez.

Pero iría por más, cuando con su socio Balza, venderían las piezas de artillería pesada del Ejército, con más las municiones del arsenal de Río III, y que para disimular el faltante provocaron su voladura y la muerte de decenas de vecinos de esa localidad.

Un estrago doloso que aun está pendiente de condena y que mantendrá, por encubrimiento de esta administración, al artífice técnico de tamaña criminalidad: nuestro actual embajador en Colombia, Martín Balza.

Menem, superó a su mentor Perón en todas las disciplinas de la estrategia política.

Porque a diferencia de aquel, gobernó con una sociedad que voluntariamente se transformó en menemista sin persecuciones.

Eran pocos, por no decir ninguno, los Argentinos que despotricarían contra su gestión.

Ya que las vicisitudes de una economía en retroceso, no se advertían a simple vista.

Se subió como un polizón al colectivo de una historia globalizada que lo acogió favorablemente.

Y que cayó de bruces, dos años después que él, en 2001.

Eran los tiempos de la economía de servicios.

La de Producción tenía ya categoría de arcaísmo.

Para su época, estaba bien visto en el exterior endeudarse.

Y sobre todo privatizar cualquier cosa que estuviera ligada al Estado.

No hizo más que tener la conveniente humildad de escuchar a sus asesores: Henry Kissinger & David Rockefeller.

Y también a Cavallo que era un mero sicario financiero de ellos.

Hizo de la corrupción, su banquete.

Y capturó la voluntad de todos.

Hasta al anciano Almirante Rojas, con quien se confundió en un fraternal abrazo.

A los periodistas que levantaban sus voces y puños los sobornó.

Los militares que repudiaban su modelo, tuvieron dos opciones:

Correr por sus pensiones o acatar las directivas del nuevo régimen.

En su mayoría optaron por la segunda.

Todo se fue horadando, incluso el más domestico sentido de la dignidad.

Gobernó con los preceptos de un viejo intrigante y fracasado:

Alvaro Alsogaray, quien además colocó a su hija predilecta, que asumiendo el rol de Madame regenteó el nuevo prostíbulo presidencial.

Hizo eso y mucho más, por su origen beduino, con ese olfato, propio de las tribus nómades del desierto, en el que las cosas tienen una dimensión diferente a las del mundo occidental.

Por nada se disgustaba con nadie.

Ni siquiera con los que se mofaban de su persona, de la forma más dinámica y original.

En verdad debo de confesar que la figura de Carlos Menem, será extractada del contexto de sus pares.

Fue superior a Julio Roca, en el estudio previo y la posterior mutilación de sus adversarios.

Todos se rindieron ante sus pies.

Y aunque suene un tanto irónico, todavía su maltrecha y desgastada figura, genera más de una inquietud.

No sobre su futuro político, ya que la rueda de la vida por si sola se lo obstaculiza.

Pero no por ello deja de ser un fenómeno inédito.

En 1999, con su segundo mandato cumplido se fue a su casa, con planes ciertos.

Sabía con perfección quirúrgica que De la Rua, ese Fabricante de Bostezos que lo sucedía no duraría mucho.

Pero dos años después la convertibilidad era un mero señuelo que no resistía un solo día.

El indicativo sin embargo fue la crisis norteamericana del 911.

Curiosa fecha y curioso número: El Internacional Telefónico de Emergencias Policiales.

Lo que los escombros de las torres gemelas y el inexistente impacto misilístico sobre las oficinas del pentágono pretendían tapar, eran los balances inflados en Wall Street.

El Presidente de la Enron, terminaba de confesarlo.

Ni la administración Bush, ni los popes de las multinacionales, podían soportar el efecto domino de una economía internacional, cimentada en el fraude informático de sus principales empresas.

La CIA y el Departamento de Estado, planearon un atentado que recién ahora, comienza a visualizarse como Auto.

No fueron novedosos en ese juego de salvajes simulaciones.

Habían adquirido mucha experiencia en esa suerte de victimización bélica, para lo cual deberíamos remontarnos a 1898, cuando en la bahía de La Habana, un comando estadounidense, hizo volar por los aires su propio acorazado: el USS Maine, asesinando a doscientos sesenta y siete de sus propios compañeros marineros, frente a las narices de los españoles, para iniciar arteramente, lo que se conoció como la guerra Hispano-Norteamericana, que les permitió a los gringos, hacerse de Cuba y Filipinas como las nuevas bases de su Armada.

Prosiguiendo con Rooselvet quien hizo lo propio cuando en pleno conocimiento de un inminente ataque aeronaval a las instalaciones de la flota en Pearl Harbor, optó por sacar a sus valiosos portaaviones y permitir que el Imperio del Japón, hiciera el rol de primer agresor en diciembre de 1941.

Y antes que él, también Winston Churchill, cuando decodificada la clave alemana de su sistema enigma, tomó conocimiento que la Luftwaffe se disponía bombardear la ciudad de Coventry, en noviembre de 1940 y criminalmente dejó librados a la suerte, a sus compatriotas de una segura muerte, que encontraron más de un mil doscientos de ellos, después de la descarga de bombas alemanas.

Las conspiraciones siempre han tenido idéntica vigencia, sin importar las épocas ni los sellos de los gobiernos que las ejercitaron.

El derrumbe financiero acaecido el 27 de octubre de 2008, solo fue la secuela de otra explosión que ya no podría detenerse con un nuevo atentado.

Bush sostuvo esa mascarada durante siete largos años, gracias a los seiscientos mil millones de dólares que el Congreso le facilitó para que iniciara la segunda Guerra del Golfo, sosteniendo una dinámica económica basada en el factor beligerante y en el resurgimiento de la industria armamentista.

Lo mismo había sucedido en Corea en 1950, para evitar una monumental caída internacional de los precios y en 1964 cuando los propios Yankees simularon un bombardeo del Viet Cong en el Golfo de Tonkin e ingresaron al asunto Vietnamita.

El caso de las Twin Towers no fue más que un nuevo capítulo de los principios desplegados por las potencias hegemónicas.

Pero esta vez, tendría otras repercusiones, porque la economía estaba en pleno auge de la globalización.

Argentina no estaría exenta cuando el estrago del World Trade Center, aun estaba humeante.

Las sucursales de la banca extranjera, recibieron órdenes de repatriar divisas.

Secaron la plaza financiera y el dólar ya no era equiparable a una paridad cambiaria.

Junto con el episodio neoyorquino se derrumbaba en el mismo instante una convertibilidad que había sido una entelequia por diez años.

Al aspectarse mejor las consecuencias de ese terremoto financiero, quedaba al descubierto, no solo la ineficacia de los radicales, que confiscaron vilmente los depósitos bancarios.

Se arrojaba así también, una enorme tea, para que iluminase el enorme e insondable pozo de la administración menemista:

El cierre de más de otras quinientas mil industrias Pymes de la década de los noventa.

La imprevisión de un plan de gobierno a largo plazo y la ineptitud supina de un De la Rua, inconexo con la realidad más esencial.

Nuevos saqueos, como los del verano del 89, pero esta vez capitaneados por Duhalde, sellaron rápidamente la última aventura radical.

Se fue Chupete y lo reemplazó Zapiola.

Como contralaba el perímetro del Conurbano y sus equivalentes en Santa Fé, Rosario y Córdoba principalmente, cesaron los asaltos a las cadenas de ventas de comestibles.

De algún modo y con una disciplina tan mafiosa como su Padrino, las cosas retornaron a un cauce de normalidad hasta cierto punto.

Pero había que convocar a elecciones.

Reutemann se perfilaba como el de más probabilidades.

Un día Duhalde lo cita en Olivos, para conocer sus intenciones.

En instantes, mutila las ambiciones del Lole cuando, se dice, que le exhibe un video tape, en el que un oplita, posiblemente perteneciente a algún Servicio lo estaba sodomizando.

Interiorizado de la maniobra del Cabezón se presenta ante él, un desconocido gobernador de Santa Cruz.

Sacan cuentas y arriban a la deducción que su figura no sumaba demasiado.

Por su estrabismo y su aspecto tan desagradable, de nula cautivación a un electorado diletante.

El patagónico insiste.

Duhalde duda por unos momentos.

Y le advierte que si es ungido como el Candidato, habría una segunda vuelta con su archienemigo Menem.

El bizco le dice que no importa y para zanjar las cavilaciones presidenciales, hace una apuesta.

Dicen los trascendidos que le ofrece cien millones de dólares.

Y que Duhalde acepta de inmediato.

No me consta, porque esos arreglos no se documentan.

Pero mucho me lo temo.

Con menos del veintitrés por ciento de los sufragios, el aportante del botín Néstor Kirchner, se alza con la banda presidencial.

Desafortunadamente, nadie o muy pocos conocían de sus atrocidades con los fondos de los Contribuyentes en su provincia natal.

Nos habíamos echado la peor de las maldiciones.

Porque en esencia lo que los Kirchner representan, son los matices sobresalientes del espíritu mas químicamente puro de lo peor del Justicialismo.

Que consiste en corromper aun más a la dirigencia social, política y sindical, que cuando los K asumieron, tenían intactas sus aptitudes para el saqueo tan empático para ellos, como cuando el menemismo.

Tenemos así que este binomio, dúo dinámico, o como deseemos bautizarlos, se bañan diariamente en sus propias infamias.

Receptaron las enseñanzas de un mentor al que supuestamente desprecian en público, pero que admiran en privado: El Turco.

Aceleraron la inhumación de los pocos restos de las Fuerzas Armadas.

Procedieron al rearme de su propio ejército: Los Piqueteros.

Trescientos mil de ellos cuentan con armamento liviano, pero suficiente como para ganar la calle, cuando el momento se torne oportuno.

No existe ni remotamente una fuerza que pueda ejercer de antagonista.

Ellos lo saben.

La Sociedad en su conjunto también.

Es por dicho motivo, que no necesitan amenazar ni a periodistas, ni a opositores, porque ninguno de ellos es de cuidado.

Los primeros porque en su gran mayoría, constituyen un grupo de gente sin principios, ni formación intelectual.

Incluyendo a uno de los más ¿ardientes? como Mariano Grondona, que sea por edad o por el simple hecho que nunca ha ejercitado otra función que la de un mero figurón, concita tras de sí, a otro grupo de fracasados como Biolcati, Rosendo Fraga, Héctor Maya, Macri, De Narváez, Solá, Carrió, Buzzi, Llambias, Alfonsín (Jr.), los Rodriguez Saa, la Bullrich y todos los numerarios de un desmembramiento de esa Murga Opositora.

La mayoría de ellos, afines a que se los califique como disidentes.

En verdad, ninguno de estos patanes disiente en nada, solo en que se los haga descender de este ómnibus justicialista con ingreso irrestricto.

Lo precedente es una pincelada, un trazo grueso de nuestra historia, vivida y escrita a trancas y barrancas.

He procurado resaltar fugazmente a los personajes que hicieron de principales protagonistas, desde nuestros orígenes más remotos.

Hubo muchísimos otros, que ameritarían un párrafo y sobre los preindicados, tal vez uno mucho más extenso.

Pero como no es el propósito de este trabajo, ha sido mi objetivo circunstanciar fechas, algunas más emblemáticas que otras, solo para circunscribirlas en un mero contexto de modo, tiempo y lugar.

La historiografía tan de moda en estos días, solo sirve en mi humilde criterio, para confundir más a la gente, relativizar conceptos y sobre todo mitos que ya son demasiado pretéritos para tomarlos en cuenta.

La narrativa cronológica, puntillosa e incluso documental, es un recurso literario, solo direccionado a beneficiar monetariamente a sus autores.

Pero nunca resolvió el problema de fondo.

Ninguno de los actores que he citado brevemente deben tomarse singularmente.

Nuestro problema es mucho más agudo que fechas, batallas y resultados de las mismas.

Todo lo que he leído sobre nuestra historia, en un contexto más que amplio, tiene en un sentido, liberal, conservador, nacionalista o izquierdazo, una suerte de adhesión.

Los Peronistas han plagado editoriales, imprentas y librerías con una descripción beatificada de sus mentores Perón y Evita.

Los Antiperonistas hicieron lo propio, pero demonizando esas mismas figuras.

Los revisionistas, han cuestionado en estas últimas tres décadas, el tinte oficial de la versión histórica, con la que nos educamos, pero omitieron adentrarse en las causas y circunstancias que elevaron primero y derribaron luego a nuestros personajes.

Los sanmartinianos han endiosado a un sujeto, que tuvo un andar tenebroso, desde que abandonó las filas del ejército realista, para integrar uno nuevo que combatiría a sus antiguos camaradas.

Este precepto libertario que en una veloz leída, lo ha entronizado como el Padre de la Patria, no se condice con su plan, que fue liberatorio de otras naciones que no eran la nuestra.

Y que además, ahora se sabe, manipuló fraudatoriamente el patrimonio que un amigo suyo, le pidió que administrara a favor de sus herederos, en la Francia de su exilio.

Perdimos gracias a su esmero, la posibilidad que Chile, Bolivia, Perú y Paraguay, fuesen parte integrante del territorio nacional.

Simón Bolívar que era un espíritu muy superior al de nuestro San Martín, brego sin éxito por una Gran Colombia.

La tan legendaria entrevista de Guayaquil, creó que tuvo esa directriz.

La de apartar a San Martín del teatro de operaciones, porque Bolívar creía una Sudamérica unida bajo un solo estandarte.

Intereses mezquinos y protagonismos baratos, sepultaron su sueño.

Pero al menos lo intentó.

Y cuanto más difícil allá arriba, con una población como la del norte sudamericano, que estaba mucho más mestizada que la nuestra.

Nosotros con una predominancia indo europea, estábamos en perfecta condición para timonear al menos una Unión de Republicas Andinas, o algo por el estilo.

Pero nos gobernaba la idiotez, producto de la ausencia de una clase dirigente, que no tenía noticias del concepto geopolítico del expansionismo, que para entonces contaba con una amplia difusión literaria.

Así nacimos.

Con una mentalidad barnizada por una flama de mediocridad.

Es como si hubiésemos copiado el concepto de las ciudades estado helénicas, que sucumbieron ante un implacable conquistador romano.

Porque en vez de unirse, combatían entre ellas.

Desde 1810 y por cuarenta años consecutivos mas, vemos que la única guerra en la que nos embarcamos, fue la de lidia por los protagonismos.

Entre estancieros, autotitulados Caudillos, que dividieron las provincias como si fuesen sus propias estancias.

Ramírez primero y Urquiza después en Entre Ríos, Bustos en Córdoba, López en Santa Fé, Quiroga en La Rioja y por supuesto Rosas en Buenos Aires, se manejaron así, como meros terratenientes y en resguardo de sus propios intereses.

Desde la campaña en el Norte, llevada a cabo con gran dignidad por un General improvisado como Manuel Belgrano, no hubo más que rencillas entre balandras, como todo este rejunte de próceres provinciales, que satisfacían así, nada más que sus vanidades y apetencias personales.

Perdimos al Uruguay, y después nos aliamos con nuestros enemigos de siempre, para mutilar a un pueblo como el paraguayo, al que borramos del mapa.

Todo ello en aras de una pequeña porción del Chaco y de Formosa y relegando la ampliación de nuestro litoral marítimo y un puerto de aguas profundas como el de Montevideo.

Erigimos falsos Totems como Bartolomé Mitre, que fue directo responsable por no trabar una alianza estratégica con Solano López.

Nada de lo que nos aconteció fue al azar.

Nunca tuvimos una verdadera guerra civil sin fronteras, que estableciera, sin importar el resultado, la afirmación de un ideario común, como el de los norteamericanos.

Tan solo reyertas por predominios localistas y egoístas, entre ¿Generales y Brigadieres Generales?

¿En que batallas obtuvieron sus dignidades para tan altas jerarquías castrenses?

Parimos mal a esta desdichada Patria.

La cargamos y sofocamos con falsos Patriotas.

Una vez la preguntaron a nuestro Maestro Jorge Luís Borges, que en lo literario y humanista fue el Gran Espíritu de todos los tiempos, si conocía un trabajo de un tal Pacho O"donell, que lo había titulado creo, La Violación a la hija del Portero.

Borges con su habitual y fino sarcasmo, manifestó que no, adicionando "deberá tratarse de un hombre muy valiente, por denominar Portero al Encargado".

Ahora, parece ser que este improvisado novelista, es el referente de nuestra historia, como un tal Felipe Pigna, con quien comparte los lugares más destacados en la Tribuna de opiniones autorizadas.

Nuestras enormes contradicciones y desasociegos, incapacidades y desmotivaciones para superarnos, las debemos encontrar en esas malformadas cimientes.

Hemos tenido Militares incapaces, porque dejamos de pelear por la Patria en 1870.

Cuando nos disponíamos a hacerlo contra Chile más de cien años después, preferimos optar por un Laudo Papal.

En esa centuria, vacía de contenido beligerante, nuestras Fuerzas Armadas, se oxidaron por su ausencia de contingencias y se dedicaron a la política.

Demasiados desfiles con tanques repintados y relucientes, por falta de uso.

En muy contados casos, intervinieron adecuadamente como en 1976.

Las revoluciones de 1930, 1943, 1962 y la de 1966, fueron innecesarias, porque la Argentina no corría el peligro de un desmembramiento territorial, como si lo estuvo, en oportunidad que la banda terrorista ERP, a principios de 1978, se disponía a solicitar el rango de territorio liberado a la Provincia de Tucumán.

El Proceso de Reorganización Nacional o la Última Dictadura, como prefieren rotularla estos demócratas de albañal, que pontifican sobre una democracia que los enriqueció a todos ellos por igual, era a todas luces inevitable.

Atentados a unidades castrenses con una reguera de muertos, explosiones de edificios completos como el que habitaba el Almirante Lambruschini, que perdió a su pequeña hija.

Y tantos otros como la bomba en el microcine del entonces Ministerio de Planeamiento, exhibía sin ambages, lo que los subversivos eran, son y siempre serán: simplemente unos asesinos de la peor especie.

Pero insisto con lo vertido antes de ahora.

Ese mismo gobierno que entregó el manejo financiero de la Nación, a un malechor como José Alfredo Martínez de Hoz primero y a su discípulo Domingo Cavallo luego, tenía que responder por su ineficacia.

Joe que dolarizó la economía, cumpliendo a rajatablas las mágicas fórmulas del FMI, no fue más que un modelo para que Alfonsín primero y después Menem, imitaran, el quebranto sin anestesia de un aparato productivo, que requería de reformas, pero no de su propia extinción.

Todas estas depreciaciones artificiales del tipo de cambio, acreditaron sin necesidad de otros ejemplos, la irresponsabilidad criminal del aumento de nuestra deuda pública y la ruina de los pequeños industriales que apostaron a producir sin red.

Explicar esto, sin distintivos partidarios como es mi caso, se torna muy difícil, porque la ceguera se ha apropiado de la mayoría de quienes se expresan sobre el particular.

Pasando el sedazo a estos dos siglos de desdichas, se puede colegir que las experiencias militares fueron tan malas, como la mayoría de las democráticas.

Pero si como vemos, para todo lo escrito sobre esta decadencia que principió en 1810, aplicamos la fórmula del reduccionismo, se nos tornara muy difícil arribar con ecuanimidad a una deducción lógica y coherente.

Nuestros políticos desde el primero al último, con la salvedad de grandes hombres como Domingo Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini, Roque Saenz Peña, Lisandro de la Torre, Agustín P. Justo, Marcelo T. de Alvear, Rodolfo Moreno, Alfredo Palacios, Juan B. Justo, Nicolás Repeto, Roberto M. Ortiz, también Ramón Castillo y va de suyo Don Arturo Frondizi, han sido los directos responsables de las intervenciones militares, de todas las épocas.

Casi nadie resulta inocente a un riguroso juicio de la historia que aun no se escribe.

Por esa devoción bovina a la línea de los grises a la que con gran desapego, tomamos de igual forma como la historia oficial.

No importa que época al azar, elijamos para contar un relato.

Todos están teñidos de empatias indigestas, como la enorme distancia hacia la realidad.

Félix Luna fue una Pluma, aunque con su corazoncito radical.

Pero su obra, no es de las más leídas por las jóvenes generaciones.

Introduciéndome en el laberinto de los abstractos, muchas veces me he preguntado, que hubiera sucedido si estos orates del GOU hubiesen abortado el golpe de 1943.

El candidato del Sistema era Robustiano Patrón Costas.

Asociado por todos estos imbeciles del revisionismo a lo peor del Orden Conservador y por ende al fraude.

Nada menos que un aguerrido sujeto, que en lo profundo del Chaco salteño, tuvo las suficientes agallas para erigir de la nada, en medio de la espesura de un monte cerrado y hostil, un modelo económico como el San Martín del Tabacal y sin créditos estatales, sino con su propio peculio.

Vale la pena imaginarse, lo que un empresario exitoso como él, hubiera significado para un país que recién se estaba modelando.

Con su visión astronómica de lo que implicaría construir un polo de desarrollo, antes de verlo realizado en medio de una selva boscosa.

Se dice con destemple y peyorativamente, que a sus empleados les pagaba el sueldo con vales, que luego tenían que intercambiar por comida en los almacenes del ingenio.

Lo que omiten sus detractores, esto es, los historiadores progres como los que ya he citado y muchos otros que siguen esa escuela de desaciertos dogmáticos, es que para esa época -1918-, no existían por la zona, ni hipermercados ni paseos de compras como en la actualidad.

Ni siquiera había luz eléctrica.

Menos aun, caminos transitables.

No se ejercía la plusvalía como una técnica de enriquecimiento indebido.

Simplemente porque no existía legislación internacional al respecto.

Estos ¿oligarcas? como el inmerecidamente olvidado Patrón Costas, no hicieron más, que preparar las bases para el desarrollo de toda la Sociedad, cada uno en su medida y con las grandes dificultades de su época.

Baste mencionar algunos vendepatrias de aquellos años y sus últimos días.

Agustín P. Justo, el hacedor de fraudatorias elecciones dejo enormes deudas personales impagas.

Para sufragarlas, sus hijas le vendieron a la Universidad de Lima, la biblioteca personal de su Padre, para mitigar en parte las estrecheses heredadas.

Manuel Fresco el riñón del fraude como les gustaba denominarlo a estos radicales tan perdularios, murió en la misma casa que habitaba desde que era gobernador.

Frente a la actual estación ferroviaria de Haedo, pobre de solemnidad, esquivando el hambre con su humilde jubilación de medico del ferrocarril.

Alberto Barceló, indiscutido Pope del cambio de urnas en la sección electoral de Avellaneda, murió en la dependencia de la mucama, de la casa de una de sus hijas.

Manuel Manucho de Iriondo, que gobernó Santa Fé, perdió todos los campos que había adquirido, en gastos de campaña y también falleció en medio de la más absurda de las indignidades económicas.

Roberto Marcelino Ortiz, que había sido, antes de ascender a la Presidencia, un afamado abogado de los ferrocarrileros ingleses, hipotecó su estancia en Ayacucho, y no pudo levantar el gravamen.

Ramón Castillo, igual.

Y la mayoría de todos los que pasaron por la función pública en la década de los treinta.

Evidente es, que una historia retocada convenientemente, silenció a otra, que opacó el desinterés de muchos hombres, que descuidaron sus caudales en pos de una causa, a la que consideraban como sublime.

Acertado es que aplicaron técnicas inadecuadas en lo comicios.

Que instalaban a un milico en cada cuarto de votación, que le indicaba al votante que boleta debía elegir.

Que sufragaban los muertos y que incluso esos cadáveres votaban varias veces.

Pero si en realidad metieron la mula, lo que deberíamos preguntarnos es:

¿Lo hicieron para aumentar sus patrimonios, para saciar sus vanidades personales o en última y verdadera instancia para sentar las bases de un porvenir?

Y si aceptamos esto último ¿Quién dijo que la mayoría siempre tiene la razón?

¿Acaso la tuvo con Perón, con Alfonsín, con Menem, con De la Rua y con estos Kirchner?

¿Dónde esta escrito que la democracia, al decir del Maestro Borges: ese abuso de la estadística, es lo indicado para el bienestar de una Nación?

¿Fueron tal vez Francisco Franco u Oliveira de Salazar unos consumados demócratas?

Va de suyo que no.

Pero tanto uno como el otro, levantaron a España y a Portugal de una hambruna monstruosa, sin ningún festival eleccionario y evitando que la península ibérica cayera bajo la órbita de Stalin, si el Frente Popular que era muy democrático, se hubiese impuesto en la Guerra Civil, arrastrando más que seguramente a su vecino.

Tampoco Pinochet, habría podido establecer un modelo productivo ejemplarizador en Chile, si su predecesor Salvador Allende, seguía teniendo las manos libres para regalar industrias y campos a cooperativas obreras, que nunca los explotaron.

El bienestar de muchas repúblicas no se hizo precisamente contando todos los votos adecuadamente.

Sino con un brazo inflexible que evitara los excesos en ciernes o mutilara los que encontraba en su camino.

Los Militares, insisto y asumiendo el riesgo de ingresar en una vulgar perogrullada, liquidaron operativamente a los grupos de terroristas que asolaban a nuestra desvencijada Argentina.

Pero deslegitimaron esa justa y merecida victoria, con la negación absurda de una lucha y su resultado: Los cuerpos inertes de los enemigos de la Nación.

El termino desaparecido esta correctamente utilizado por estas hordas de Abuelas, Madres, Hijos, Nietos y Choznos que le han sacado al Estado, meramente hasta el presente, mas de un mil millones de dólares, en concepto de indemnizaciones extrajudiciales, a las que el Fisco Nacional se allanó indeclinablemente.

Ello, junto con la entrega de la economía a un hato de especuladores de Wall Street, de la mano del actual incuso Martínez de Hoz, es lo que desacredita una lucha armada que era no solo necesaria, sino inexorable.

Si a ello le adicionamos la derrota de Malvinas, como el telón de fondo de una administración medrosa y plagada de yerros, el resultado que tenemos a la vista, hizo de terreno fértil para que un conjunto de ancianos que además en su mayoría están en los albores de una inminente deceso, sean sepultados sin llegar a ser oídos en procesos que solo asignaran sentencias condenatorias.

Pero todo ese escenario abigarrado de inescrupulosidades, por una y otra parte, nos han dejado como legado esta enorme tela plagada de remiendos que es la que alguna vez conocimos como la Republica Argentina.

Estamos atrapados en una etapa, inédita por cierto, en la que el desgobierno tiene una matriz definida.

Pero para que estos datos puedan lucir adecuadamente en una perspectiva objetiva, tenemos una suerte de patrón comparativo.

Menem se rodeo de la misma gentuza que una década antes que el, compartía negocios con los Militares.

Macri, Bulgueroni, Rocca, Yabrán, Soldati, la Fortabat y Roggio, por tomar algunos de ellos al azar, fueron los que le aconsejaron al Turco que como carecíamos de reservas, se debían privatizar los servicios públicos esenciales.

Frente a la imposibilidad de seguir esquilmando al Estado con licitaciones arregladas, que dieron forma al añejo termino de Patria Contratista y que les eran adjudicadas a esos grupos, en desmedro de otros que carecían de esos contactos, retuvieron para sí, consorciados con capitales extranjeros el oligopolio de la electricidad, la telefonía, la aeronavegación, el agua y el gas.

Un mero detalle de ese feroz pillaje:

Se decide vender a la estatal Somisa.

La Maria Julia Alsogaray, a cargo de la pandilla privatizadora, establece un precio de doscientos millones de dólares.

Se le adjudica a un consorcio extranjero que abona lo requerido en el pliego.

Lo que se omitió comunicar a la opinión pública, fue que el stock de palanquilla que la planta tenia en ese momento, era equivalente a lo oblado, por la adjudicación.

Después completarían todo el circuito.

En tres oportunidades, en menos de una década, se depreció artificialmente el valor del dólar.

Los europeos mientras tanto se habían tomado veinte años para culminar el tratado de Maastricht, con el Euro como divisa común.

Aquí se hizo entre gallos y medianoches.

Nuestro endeudamiento externo fue en paralelo.

Fue algo así, como si alguien nos extendiera una tarjeta de crédito con límite indefinido de compras y luego de una década nos la retirara y exigiera que le abonásemos la totalidad del capital y los intereses devengados.

Eso fue lo acaecido en el 2001.

La burbuja de la fantasía y de la irrealidad debía estallar en algún momento.

Y así sucedió.

Luego de hacer retornar a la turba a sus posiciones, saqueos mediante, Duhalde se hace de la vacancia presidencial.

Algunos, poco avisados, le han tendido a este tunante un manto de piedad y justificación.

Pesificó la economía, como lo había resuelto Cavallo en 1982, con su tristemente celebre borratina de deudas.

Selectos y pocos beneficiarios.

El grupo Clarín que lo ayudó a subirse a un ring sin retador, entre los más favorecidos.

Como podrán observar Amigos, las reiteraciones y la ausencia de originalidad, hizo que todos recurrieran a los desmanes de sus antecesores, sin medir ningún tipo de consecuencias.

Mantuvo el corralito dispuesto por el mismo Cavallo unos meses antes.

Y le entregó a Néstor Kirchner la batuta un año después, según lo denunciado por varios periodistas, con una centena de millones de dólares como premio consuelo.

A veces pienso sobre estos particulares acontecimientos y mido esos pretéritos con el presente imperfecto este, por el que transitamos.

Que este Duhalde, se encuentre con disposición y animo para disputarle el poder a estos K el venidero año, me otorga la pauta que la mayoría de los Argentinos, no hemos aprendido nada en lo absoluto de los horrores de esta malhadada historia que tenemos por pasado.

Será, seguramente bendecido por la gente del sector agropecuario.

Con epicentro en esa olla de grillos conocida como la Mesa de Enlace.

He principiado estas líneas, describiendo lo que para mí es una autopsia.

Para lo cual es menester tener enfrente a un cuerpo inerte.

Contemplo como un cadáver a nuestra Patria.

Tan destratada por muchos.

Ni las próximas presidenciales, que salvo alguna suerte de milagro, pueda destrabar este maleficio kirchnerista, solucionarán nuestra hilera de desaciertos y de este panorama errático al que nos enfrentamos.

Los que pretendan lidiar con este Klan, se verán atomizados, porque no unirán fuerzas para ello.

Y porque ninguno de esos presuntos referentes, estarán a altura de las circunstancias.

Tal vez, conlleve cierta osadía afirmarlo.

Pero tomando el riesgo de incurrir en ella, soy de la opinión que todos quienes se presentan ante la Sociedad, son afines a los K.

Puesto que nadie de las bancadas, de esta supuesta oposición murguera, ha procurado introducir un proyecto de ley, en cualquiera de las Cámaras del Congreso, para peticionar el juicio político de la Presidente.

La Carrió, que es una oficialista encriptada en el supuesto y aparente bando opositor, dice que hacer algo así sería destituyente.

Y no advierte que sus afirmaciones son un ejemplo de libro de contradictios in terminis.

Ya que el remedio constitucional para estos desmanes en continuado, es para destituirla precisamente.

Para eso debería de incoarse un proceso como ese.

Poco o nada importa si juntan los votos necesarios, que podrían conseguir, si esta chaqueña o sus socios, tuvieran la noción más mínima de un espíritu republicano.

Aquí y ahora todo es simulado.

No existe lo que de antaño se conoció como el Servicio de Justicia, con jueces federales adictos, que no han encarcelado a ningún oficialista.

Ni siquiera respecto a este señor Jaime, sobre quien la prueba cargosa es tan abrumadora, porque en esencia el aparato represivo del Estado se ha tornado en abolicionista.

Y tampoco la legislativa, por el simple hecho reseñado más arriba.

Este ítem, el de la protección que se ha tendido sobre los desquicios de este gobierno, me recuerda una anécdota, que me viene nuevamente a la memoria.

Valdez Cora, un ex Comisario en Chacabuco, fue el matador del Senador por Santa Fé, el uruguayo Enzo Bordabehere, quien el 23 de julio de 1935, antepuso su cuerpo a la bala asesina, que estaba dirigida a su amigo y compañero de bandada, don Lisandro De la Torre.

El Juez Federal interviniente Dr. Jantus, lo había condenado a doce años de prisión.

En oportunidad que la Cámara de Apelaciones, se encontraba en acuerdo para revisar el caso, Julio Barberis, secretario privado del recién asumido, Presidente Roberto M. Ortiz, le solicita una audiencia al vocal que presidía el Tribunal, Dr. Del Campillo.

El Magistrado lo recibe de inmediato y el emisario con la voz entrecortada, le dice que concurría en representación del Primer Mandatario, para que se contemplara la posibilidad, que se atenuara la pena que recaía sobre el homicida senatorial y que al hacerlo se tuvieran en cuenta, factores de orden político que comprometían severamente al gobierno.

El dueño de casa, escucha atentamente al visitante y lo despide con gran cortesía.

Dos horas después se rubrica el fallo de la Alzada.

Le subieron la condena a veinte años.

Una viñeta apenas, que nos muestra, como actuaban aquellos Jueces con mayúsculas, incluso durante La Década Infame.

Para culminar esta saga de tormentos a los que todos por ajenidad estamos sometidos por igual, se requiere de otros valores.

Los democráticos como se podrá observar, constituyen un circuito de fraudes.

Las huestes de desinteresados ciudadanos no existen, por ahora al menos.

Lo que reduce nuestras enormes expectativas a la nada o a muy poco.

Todo esto se irá deteriorando más, conforme pasen los meses y tal vez los años, porque en esencia a nadie le interesa lo que se nos viene encima.

Mientras los súper e hipermercados, mantengan sus puertas abiertas de par en par y las góndolas estén, como ahora, abarrotadas de mercancías, la crisis no se verá dentro de un horizonte cercano.

No existe una mínima noción de civismo, por la prevalecencia del tristemente célebre individualismo colectivo.

Tan argentino como el Tango.

Pero me he desviado del tema en cuestión que estaba examinando:

La Autopsia.

Trataré de improvisar de patólogo, pero con términos no médicos.

La Argentina, esa que alguna vez todos llevamos dentro de nuestro ser murió por una suerte de caquexia.

Esto es una disecación.

No existieron punzadas que le paralizaron sus centros vitales.

Es el resultado de años, doscientos de ellos para ser mas preciso, en los que un futuro venturoso, se fue transformando por obra y gracia de nuestros gobernantes en desdoroso.

Faltan mucho a la verdad, los abanderados de los indigentes que pugnan por la desdicha de estos Compatriotas en aparente miseria.

Los asentamientos emergentes, no son nidos de pobreza.

En su mayoría, y para tomar un mero ejemplo, como la expansiva Villa 31, lo que tenemos frente a nuestros ojos, es un desarrollo inmobiliario, basado en la clandestinidad dominial, pero que les permite a los beneficiarios, comercializar derechos posesorios a los interesados en adquirirlos y tomar así fuertes ganancias.

El regenteo de la prostitución y las improvisadas cocinas de pacos constituyen también polos de desarrollo, en franco crecimiento.

Ese residuo urbanizado del delito de invaluable importancia en el pasado, para los caudillos porteños del peronismo, ya cuenta con un clima de negocios autónomo.

Los Militares con todas las fuerzas a su disposición, para extirpar esos focos, en su época insignificantes, se desentiendieron de hacerlo.

La democracia los multiplicó y todavía resta mucho espacio para que se extiendan.

Para tomar al azar, otra de equivalente significación, algo idéntico se puede adicionar sobre la afamada Cava de San Isidro, protegida por el Cholo Posse durante veinte años y otorgada en heredad a su hijo y actual intendente de esa localidad.

En síntesis, la acumulación de gente, apiñada en las cercanías de las zonas residenciales, no ha sido otro fenómeno, que la corruptela de los políticos, que protegieron esas zonas, para las levas de adherentes a los actos partidarios y desde luego a cada comicio.

Vemos, que la pobreza no tiene una raíz estructural, como la definen estos chusmas de politólogos, que pululan por los medios de comunicación.

Es la secuela más directa de una forma de gobernar, sin ningún rasgo de pudor.

Pero esa miseria artificial y abstracta en su núcleo, sostiene las tesis de estos atorrantes que opinan de cualquier cosa y que declaman sobre los derechos de los desposeídos.

Ni existen los pobres de tal condición, ni se los protege por ello.

En ninguno de estos villorrios podrán Ustedes advertir la presencia de alguna huerta, ni siquiera comunitaria para paliar la denunciada escasez de alimentos.

Pero si verán, si agudizan sus miradas, una cantidad considerable de antenas de televisión satelital que están adheridas a los techos de las viviendas.

Estos analistas, que se abalanzan discursivamente con la fuerza titánica de su propia ignorancia, pontifican también, que en realidad, el problema radica en la desproporcionada distribución de la riqueza.

Hasta donde he aprendido, el bienestar o la ausencia del mismo, está en directa consonancia con la capacidad laboral que cada uno de nosotros, estemos dispuestos a desplegar.

En tiempos más normales que los actuales, las colas para pugnar por un empleo, por más humilde y mal pagado que este fuera, eran muy largas.

Hoy, el asistencialismo perfeccionado por los K, ha suplantado la necesidad de contar con un ingreso a los interesados en obtenerlo con el sudor de sus frentes.

Y a esta altura de la velada me pregunto y le transmito al lector el interrogante:

Si un gobierno democrático como esta turba de punguistas, devenidos en funcionarios, reemplaza la vocación laboral, el esfuerzo por las dadivas y la molicie

¿Hacia donde nos conducirá toda esta inequidad?

O desde otro ángulo, si mañana o un día de estos, se agotan los recursos del Estado para solventar estos Planes Descansar que terminan en los Bingos y en la ingesta alcohólica, que también regentean los amigos del Poder, como ese tal Cristóbal López ¿quién podrá frenar a las mareas humanas que arrasarán todo a su paso, para reconquistar esos derechos Konstitucionales?

Es probable que nadie pueda develar ese acertijo, salvo que improvise en algo de futurología.

Pero sin recurrir a sondear en el mañana, algo es seguro: nada bueno nos aguarda.

Cuando se recurre a los extremos para capturar los votos, como lo hizo, lo hace y lo hará prontamente esta administración, las esperanzas de una redención se reducen a lo microscópico.

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