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Conflicto y negociación: El guerrero ilustrado

Enviado por jgangel


    De las razones del guerrero ilustrado

    (Ensayo sobre conflicto y negociación entre identidades e instituciones)

    Por: José Guillermo Anjel R.

    La verdad es una construcción humana que no termina. Somos la suma y resultante de lo pasado. Lo que hoy es una verdad (una verdad normativa, que nos permite entender y pactar nuestro tiempo y nuestro espacio), mañana sólo será parte de una nueva verdad (de la que toque a ese espacio y a ese tiempo). El hombre se define en la construcción permanente, de aquí que toda verdad absoluta sea un freno al conocimiento y a la tolerancia.

    Definición previa:

    Se entiende por conflicto la ruptura que se da entre la identidad del hombre y su entorno real, legal e imaginario. También el enfrentamiento entre las condiciones legales y las condiciones de justicia. Y por negociación, los pactos temporales entre las identidades y las instituciones. Acorde con las premisas anteriores, escribo este ensayo.

    Introito:

    Vivimos en un mundo conflictivo donde las intolerancias y los fundamentalismos son cada vez más crudos y agresivos (y las más de las veces legitimados por los medios de comunicación que encuentran en estos conflictos una razón y expansión de su negocio). Y esta confrontación (alimentada por un exceso de información que acaba generando caos), entre fuerzas ortodoxas en sus principios e imaginarios, tienen un punto de encuentro en la guerra armada o legal y en la negociación. Negociación que si bien es cierto no alcanza a dirimir y cancelar la totalidad del conflicto (pues al momento de negociar son otros los actores y las variables marginales que aparecen obedeciendo a nuevos intereses o a posturas que no estuvieron presentes en la mesa de negociación), al menos lo atenúan permitiendo una reorganización de las fuerzas y un debate posterior más civilizado, es decir, acorde con una normatividad que permita una mejor visualización y entendimiento del nuevo conflicto. Porque los conflictos no son mera reacción frente a una actualidad sino raíces incompletas (bases resquebrajadas) de la identidad.

    Con base en lo anterior, se hace necesario entonces conocer, a más de la historia y sus razones antropológicas, las posturas ideológicas de algunos filósofos y actores de la guerra y del estado, clásicos y actuales, para tener una visión más clara e intelectual del conflicto y la negociación. Y, de acuerdo con estas posturas, crear (con base en la suma teorética) una posición más tolerante, creativa y negociadora en torno a los conflictos que nos rodean, que evolucionan, que son el motor de la historia y de la identificación con ella. De aquí saldrán las razones del guerrero ilustrado, entendiendo como tal aquel que ha detenido el conflicto mediante una negociación, pero que se mantiene alerta al cumplimiento que comprometieron los otros y a su propio compromiso. El guerrero ilustrado es reflexivo y, en esta reflexión, a veces descubre que hubo algo que no fue tocado en la negociación, un territorio que se encuentra desprotegido y necesita de su espada. Y de ahí nacen de nuevo el hervor de su sangre guerrera y los colores de su bandera.

    La búsqueda de la identidad.

    A. Todas las culturas fundamentan sus crónicas iniciales en una Edad de Oro: la de la armonía entre los hombres y su entorno. Algo así como una enorme placenta donde flotaba la vida nutriéndose de un exterior alimenticio que permitía el desarrollo ordenado de los elementos que habitaban ese mundo placentario. Hablan estas crónicas, escritas entre lo mítico y el logos (o sea, confundiendo la razón con el imaginario), de espacios libres de conflicto: el Paraíso, el Nirvana, los países de jauja y los de Utopía etc, donde los seres humanos hacían parte de una ley universal única regida por la tolerancia (habida en la identidad con el orden natural) y el reconocimiento del espacio particular. Algo así como la ley de la gravitación universal descubierta por Newton y que tanto influyó en el desarrollo de la filosofía de la Ilustración. De acuerdo con estos imaginarios, la vida era un todo ordenado regido por el no-tiempo. Todo sucedía, todo fluía, la muerte era parte de la vida y se moría sin memoria.

    Pero nada de lo anterior hace parte de lo probable y, en términos antropológicos, podemos definir que el inicio de las culturas es un sueño mil veces repetido e imaginado para encontrar un sitio en el tiempo y el espacio que legitime la identidad inicial del colectivo. Identidad primitiva que justifica una motivación permanente de búsqueda de aquello que se perdió en el momento en que la ley única, la gran placenta, se rompió y acabó generando el caos.

    Los colectivos humanos occidentales fundamentan sus principios de identidad en libros sagrados y en crónicas que les permiten racionalizar los mitos iniciales, los inicios probables y los imaginarios necesarios para que la identidad se de como tal: ser escogidos por la divinidad, no en términos míticos sino en calidad de logos (razón). Estos libros y crónicas plantean tiempos y espacios probables en la historia, lo que lleva a concebir una legitimación de los orígenes y los principios a través de los cuales se rigen estos indicios primarios. De acuerdo con la Biblia, es Dios quien escoge a un pueblo (el judío) y le da una legislación que lo legitima delante de los demás grupos como único y exclusivo. Leyes e instrucciones para cumplirlas (la Toráh y la Mishná) que diferencian y crean una identidad determinante porque contienen en sí la percepción de un yo (ser israelita) y la de un entorno nacional manejable (Israel) entre lo permitido y lo prohibido: alimentos, usos de la tecnología y la tierra, extensión territorial, ciudades y civilización. A la vez que estructura una sociedad civil con principios comunes pactados entre la comunidad y la idea de Dios (los mandamientos): rituales, idioma, prójimo, relaciones con los demás, lo que es pecaminoso, lo que se debe exaltar. De igual manera, siguiendo el modelo de la obtención de una identidad que permita la construcción de una sociedad (en este caso católica, universal), el Cristianismo asume la redención y con base en ella crea un nuevo pueblo, una nueva sociedad teocrática-civil que, dadas las nuevas promesas y la presencia de Jesús Cristo y sus palabras (los Evangelios), se considera onfalós y de extensión mundial, es decir, centro único en lo que todo confluye y a la vez creciente de manera constante entre los demás pueblos. Este nuevo pueblo de Dios, se construye sobre las profecías del antiguo pueblo y los nuevos pactos morales con otros pueblos (ver cartas de san Pablo y actos de los apóstoles). El cristianismo se plantea como una sociedad multinacional, sin límites, reafirmando la existencia de un Dios único y total que permite una identidad, no con un territorio dado, sino con la totalidad del mundo. Sin embargo, la raíz sigue siendo nacional ya que el pueblo de Israel, que es la base, sigue existiendo en calidad de dador, testigo y factor de conflicto en la idea que se tiene de Dios. Finalmente, Mahoma, tomando las nociones de judaísmo y cristianismo, crea la identidad islámica y le da una razón de ser a los árabes dispersos, que eran tribales y nómades, más obedientes al mito que al logos. Esta vez es una sociedad que se somete de manera incondicional a Dios y, racionalizando la mitología que se congregaba en la Meca (donde existían 640 nichos con sus respectivos dioses), crea su historia basada en la historia de judíos y cristianos, reconociendo algunos puntos y enfrentándose a otros de manera radical. El factor de conflicto, con la ordenación propuesta por Mahoma, se acrecienta. Lo islámico se fundamenta en una identidad profética jerárquica, es decir, en Mahoma como último y verdadero profeta de Dios.

    Es sabido que los modelos semitas partieron de estructuras identitarias babilónicas, sumerias y egipcias. Y que el cristianismo adoptó, para la configuración de su sociedad principios helénicos y latinos y aun celtas (como aparece en la construcción del demonio medioeval), a fin de dotar a la identidad de una mayor amplitud. Estas identidades, al igual que la verdad, se construyeron una encima de otra, acordes con la racionalización que se fue haciendo del mito y de acuerdo con los sistemas de creencias de las culturas donde se dieron. El pacto inicial, entonces, se realizó sobre imaginarios y racionalismos en torno a los orígenes y a la identidad que estos generaban. Identidad que permitía ser diferente de los otros pueblos pero similares dentro de un mismo colectivo que buscaba el mayor bien para sobrevivir dentro de un entorno debidamente controlado para que, trabajado de acuerdo con el pacto social, asegurara la consecución del ideal.

    B. Las identidades, entonces, asumieron deberes y derechos de acuerdo con una visualización del mundo. Que esto, en primera instancia, es la identidad: saber quién soy y dónde estoy, qué papel juego en el entorno y con relación a los orígenes, cómo alterno con los demás y con lo mío. Y a qué logros puedo acceder si cumplo con las normas pactadas. La identidad perfila y prefigura, determina la acción ante los hechos justificándola o castigándola. También, la identidad me ubica dentro del grupo y delante de las instituciones mediante la jerarquización y el debido cumplimiento de las leyes morales o sea las que rigen sobre costumbres que el colectivo considera como buenas y que, para mantenerse como tales, requieren de unas normas que les creen una limitación. La sociedad se crea, entonces, dentro de unos límites que buscan el mayor bien y, con base en la consecución del supremo bien, permiten el ejercicio de la perfección o al menos de la búsqueda de sus caminos. Baruj Spinoza sostenía en el Tratado de la Reforma del Entendimiento que la condición humana siempre está por encima de lo real humano, o sea, somos pero sabemos que podemos ser mejores. Y esta seguridad de llegar a la perfección la genera la identidad con el pasado, el ejercicio del presente y los ideales de futuro.

    Para dejar su condicionante de horda, el hombre se detiene (se vuelve sedentario cuando deja su condición de recolector y asume la de pastor y agricultor) y comienza a reflexionar sobre lo que lo rodea. Y cuando el hombre "quieto" hace un balance de lo realizado y establece un primer método para que los factores que le permiten la supervivencia se repitan (los ciclos de las cosechas, las épocas de caza y pesca), asume el inicio de su identidad. Ya no es sólo el hombre que lucha y demuestra con la fuerza su poder sobre otros seres, tampoco el que enfrenta el temor a lo desconocido lanzándose simplemente a él y asumiendo el azar. Y su primera identidad es con los valores que hacen posible la tribu: relaciones de parentesco, relaciones cosmogónicas, relaciones históricas y de actitud religiosa, actitudes frente a la jerarquía (jerarquía que nace de acuerdo con las obligaciones pactadas con el colectivo y para beneficio de éste), valores paradigmáticos que permitan seguir principios sociales etc. Ahora, estas relaciones con la tribu están cimentadas en que es con una sola tribu, la suya, que es "única" y centro del universo porque desde allí se conoce y domina el entorno próximo, único mundo posible. La posibilidad nace de que se lo puede reconocer en el uso, leer en la reflexión e imaginar en el ideal. La identidad genera un territorio limitado que tendrá que defenderse contra los factores exógenos que lo agredan, sean físicos o ideológicos. Es que esta defensa procura seguridad, orden, posibilidad de llegar al ideal del grupo y al del individuo dentro del colectivo. Por esto se actúa contra el extranjero, porque tiene una identidad extraña a la pactada en la tribu, porque su valoración es incorrecta frente a loa pactado en el colectivo.

    La identidad es, redefiniéndola, el pacto que el hombre hace con sus creencias, con el entorno y con el colectivo donde se encuentra con sus idénticos. Es decir, con lo que le es común, por esto hablamos de comunidad. Es un ejercicio de seguridad al pensar, actuar e imaginar para ser debidamente aceptado. Y también de trascender dentro de la escala de reconocimiento que se haya elaborado entre sus idénticos. Una escala limitada para que no se desordene y que, volviendo a Spinoza, estaría cifrada en la riqueza (logros materiales, economía), los honores (logros políticos) y el placer (permisiones como pago a acciones bien ejecutadas), y en lo que hay de permitido y prohibido en estos tres conceptos. La identidad se da en la comunión con los principios morales (de costumbres) y en la defensa contra todo aquello que atente contra esa moralidad.

    Pero como todos los entornos donde se dieron las tribus son diferentes (lo que generó valoraciones distintas en torno a la condición y los condicionantes, es decir, una actitud política), la identidad es una particularidad que actúa más en actitud defensiva que de crecimiento. Esto debido al manejo de paradigmas, de unos pocos datos muy claros repetidos que me permitan una posición sin dudas frente a mi y el medio, los orígenes y los sueños, las instituciones y las jerarquías. La identidad se defiende de aquello que le podría estorbar para alcanzar el mayor bien (la riqueza, los honores, el conocimiento permitido). Y en esta lucha contra lo diferente, la identidad A asume la intolerancia. Intolerancia que es una ignorancia del otro, de B, y un deseo de sometimiento total del otro, de B, a fin de que se identifique a fondo con el paradigma A y así, dejando de ser extraño el otro, B, sea otro idéntico que no obstaculice el camino hacia los imaginarios y determinantes de honor pactados. Con base en lo anterior, podríamos establecer que la identidad, más que un ejercicio de lo mío con lo que es idéntico a mi, es la aseguración de que lo prometido (el derecho habido con el deber cumplido) será realidad en lo mío siempre y cuando me ajuste con el sistema pactado. No es de extrañar entonces que la identidad, a más de asumir una moralidad, deba asumir una ética, un comportamiento en lo íntimo y lo social, en las acciones y la revisión (auditoría) de esas acciones. Vista así, la identidad (ejercicio de la ética) vendría a ser un juicio permanente que se hacen entre sí los componentes de un colectivo. Juicio donde se valora demasiado la defensa de lo logrado por el grupo con base en lo aprendido-permitido.

    La identidad, esto que buscamos en la generación de nación común y tiempo pasado idéntico, donde los paradigmas se demuestran como funcionales, es factor de conflicto. Y de negociación. Es factor de conflicto, porque la realidad es una apreciación pactada entre un colectivo que comparte puntos de vista y valores comunes para legitimar creencias y posibilidades de desarrollo. Es mi realidad, nuestra realidad, la que defendemos como cierta y no estamos dispuestos a cambiar (no estar dispuestos a cambiar genera la intolerancia). Esta realidad tribal, de todas maneras subjetiva, es la única y se opone a otras realidades tribales, que son inciertas y falsas frente a mi realidad (suma de imaginarios). Dos realidades enfrentadas generan conflicto. Y a la vez producen un factor de negociación, en tanto que cuando dos realidades encuentran puntos comunes, las diferencias se hacen menores y el punto sobre el cual pactar está mejor definido (en lo real-común). En este punto, aclaro que la realidad es un imaginario construido de manera aristotélica: a través de los sentidos (una idea nominal, un concepto, una definición que nos genere seguridad sobre lo percibido). Esta realidad subjetiva (lo que sería el mundo borgiano) nos permite conducirnos de manera debida por un entorno conocido ejercitando la identidad. Identidad habida en orígenes comunes, en idea nacional, o en el deseo de asimilar una identidad que plantea una mejor solución para el debido manejo del contexto en el que se es extranjero (integracionistas, conversos, pueblos que buscan asimilarse a otros, renegando de sus principios y valores, como sucede con los hijos de andaluces y castellanos (charnegos en Cataluña) que tratan de volverse catalanes, los latinos que se sienten norteamericanos a pesar de que sus actitudes los delatan, los españoles y portugueses que asimilan la europeidad de nombre etc). Con relación a estos últimos, hablaríamos de bi-identidad en conflicto permanente entre el pasado y el presente. Serán los que tendrán miedo y asumirán la creencia nueva con mayor fe buscando legitimarse dentro de un entorno que los diferencia. Esta bi-identidades, las del renegado, son las que generan fanatismos y fundamentalismos. También ensimismes y mundos imaginarios.

    La lucha por el espacio vital.

    1. La historia inicial de los grupos humanos está cifrada en los desplazamientos en busca de agua y algo que comer, fueran frutos o animales. Esto es, en la busca del mayor bien reflexionado obedeciendo al instinto. Y también en la búsqueda de otros grupos de hombres que ya habrían logrado alguna forma de almacenamiento o se habían hecho poseedores de un territorio fértil donde abundaban los vegetales, los rebaños salvajes y la pesca. O sea, que ya tenían para sí el mayor bien buscado. En estos desplazamientos, generadores de identidad, los hombres asumen una idea nacional y religiosa.

    Los hombres del desierto y de la estepa, de la tundra y de las tierras agrias (también los de los mares helados), carentes de todo y luchadores permanentes contra el medio, violentos porque así lo exige su supervivencia, van a entender que la suerte de su grupo se cifra en la invasión, la guerra y el pillaje. Ellos no almacenan porque no tienen que almacenar, no construyen porque sus territorios (cambiantes y azarosos, plagados de bestias que también son carroñeras o de vientos que todo lo hielan) no permiten construcción alguna (salvo los caravansaris y los medio-fuertes de maderas boscosas, que son construcciones para protegerse temporalmente contra las fuerzas de la naturaleza). Estos hombres de las tierras desiertas van con sus animales buscando agua y pastos. Y objetos que sean escasos y sirvan como base para alguna negociación entre ellos. Quizás este haya sido el origen de la valoración del oro y las piedras preciosas, bienes no comunes y por lo tanto, en términos económicos, susceptibles de gran valor. Estos hombres hórdicos, liderados por el más violento y demencial, entienden el espacio vital en lo que la naturaleza provee y otros almacenan. Su identidad está en la guerra, en dioses terribles que admiran a los guerreros, en mujeres imaginarias que proveen de vida permanente al grupo para que éste no desaparezca. Son lectores de estrellas porque los caminos del desierto se borran con el viento, el de las estepas con las inundaciones, el del mar con apenas avanzar unos metros. Y esta lectura del cielo les permite ver una tierra plana inagotable para sus caballos o barcos. Hay que ir más allá (en América nace el Perú de birú, birú, más allá, más allá) donde algo encontraremos. Y en este ir descubriendo y conquistando, dejan atrás la relación con sus muertos y con su historia reflexionada. Son hombres míticos, de leyenda, impermeables a conocimientos que no sean los básicos. Traen consigo un micro religión (conceptos elementales), una legislación implacable (derecho positivo pactado para que la horda no se desordene) que no permite especulaciones y un deseo que llega a confundir los espacios de la ida y de la muerte. Su espacio vital es hasta donde sus ojos ven. Su lucha, hasta más allá de lo que sus ojos han mirado. Por esta razón son intolerantes, es que no van a ceder sobre lo que presuponen. Y menos cuando su identidad crece en la medida en que avanzan. Son los héroes que vencen en territorios míticos para que nunca se racionalice su acción.

    2. A estos nómades devastadores, se oponen los hombres vegetales, aquellos que lograron la suerte de un valle propicio con agua y pastos, con peces y alimentos de fácil reproducción, y allí se detuvieron y construyeron. Su calidad de sedentarios les permite la creación de un grupo ordenado, con jerarquías e instituciones básicas que permitan la supervivencia y el desarrollo del colectivo. Estos hombres vegetales (que en el Génesis aparecen representados por Abel, en contraposición a Caín que es hórdico) actúan ya de manera política y su identidad se da en torno a una serie de presupuestos estudiados, explicados y pactados. Sus orígenes, nacidos de la reflexión, son más claros y están fortalecidos por la genealogía y las tradiciones que se comunican de generación en generación. También por la especulación en torno a sí mismos, lo que les permite acrecentar la idea de identidad nacional y política. Este colectivo "vegetal" está fortalecido y sus razones-nociones de realidad tienen raíces fuertes, lo que les demanda la estructuración de una defensa a fondo de lo creado. Viven la Organización, generan un pensamiento, ordenan y valoran el mundo que conocen. Y se defienden de las hordas que los atacan. Y esta defensa les dice que deben ampliar las fronteras para crearse unos cinturones de seguridad que permitan detener a los hombres del desierto antes de que lleguen a los límites donde ya se visualiza el orden alcanzado por la civilización (por la ciudad y las instituciones políticas). De esta manera el hombre vegetal, establecido en el orden, decide que sus límites deben ampliarse y que debe llevar su modelo a otras partes (la colonización) a fin de alejar a las hordas lo más allá posible. Entonces nace el imperio, el orden que avanza e impone unos criterios. Parodiando a Cayo Julio César, de una acción buena (la sociedad ordenada) ha nacido una acción mala (pero justificada en la defensa de unos principios de grupo), el imperialismo. Y así el espacio vital del hombre vegetal, al igual que el del hombre de la horda, se convierte en el mundo entero, acrecentando las ideas de honores, riquezas y placer.

    3. El espacio vital sería aquel territorio necesario para que un colectivo se desarrolle económica y políticamente y, resueltos los contenidos de una sociedad civil, alcance el derecho a la pereza que, en palabras de Paul Lafargué, no sería otra cosa que la liberación del trabajo (que sería realizado por las máquinas) y la adquisición de las dulzuras de la filosofía. Hombres teorizando mientras los campos y los bienes crecen. Una utopía, es cierto, pero último y gran imaginario de los pueblos que se enfrentan justificando su necesidad de espacio vital. Todo lo hacemos por los hijos, para que la nueva generación no sufra lo que han sufrido las anteriores, decimos. Y de esta manera legitimamos el derecho a la lucha, al avance, al expolio y al dominio sobre el otro. Todo fundamentado en un espacio vital que se define en lo político-etico, pero que logrado hay que defender y, para la defensa, se hace necesario ampliar los límites alcanzados a cómo de lugar para crear fronteras seguras, es decir, espacios que no permitan que otros lleguen a deformar lo creado, lo institucionalizado. Una forma moderna de lo antes dicho serían las visas, arma legal que los países desarrollados utilizan para alejar a los nuevos bárbaros: los inmigrantes. También lo son las expulsiones, los sitios seguros (cárceles, manicomios etc), las deudas externas…

    El cuerpo como espacio vital.

    El grupo humano que se desplaza es la horda, dirigida por un hombre fuerte capaz de comer parte de sus enemigos para demostrar su ferocidad. Hoy sabemos que los vikingos bebían en los cráneos de sus enemigos y que una de las formas más claras de canibalismo entre grupos africanos y americanos consistía en comer parte de las vísceras de un enemigo, en especial el hígado o el corazón de un guerrero destacado, para ganar su fuerza y valentía. Y algo similar se sospecha de los hombres de la Babilonia inicial y en los Celtas, en cuyas descripciones de vida se fundamentarían los hombres medioevales para crearse una idea del demonio, bestia nefanda y depredadora, poseedora de la pestilencia y la confusión. De hecho, en la misma Divina Comedia, Dante coloca a Belcebú en calidad de caníbal: este señor de los demonios tiene por encargo morder eternamente las carnes de Judas, castigando así la traición del apóstol pelirrojo (¿celta?). ¿Reminiscencias de la idea de canibalismo que acreditarían los bárbaros, herederos de la antigua religión? Así mismo, en la Biblia, por ejemplo, se prohiben los sacrificios humanos (¿habría que comer parte del sacrificado?) y para reafirmar esta prohibición se habla del sacrificio de Isaac donde Dios es el único dueño del cuerpo. Y para acreditar su soberanía sobre la carne humana, exige la circuncisión como pacto. De igual manera convierte a Abraham en carne de pueblos y en pastor de rebaños. Desde ese momento se alimentarán de carne animal. Ya en los libros de Moisés, se habla de comer animales debidamente domesticados y quedan prohibidos todos aquellos que podrían llevar a formas de degeneración y, por lo tanto, al ritual caníbal. Los mitos griegos hablan de Cronos que devoraba a sus propios hijos. Y si bien el símil del tiempo con la vida es válido, también lo es que legitima los actos caníbales sumerios, traídos con las leyendas llegadas por el hiperbóreo.

    Ahora, el temor a ser comido o lleva a que las hordas vivan asustadas y por esta razón, quizás, sacrifican vidas a los dioses devoradores. Así se adelantan al reclamo de las divinidades y al mismo tiempo los guerreros se nutren de su propia carne, de la más joven, para asistir fortalecidos a la batalla. Con base en los presupuestos anteriores, nos encontramos con que parte del espacio vital por conquistar, además del agua y los alimentos comunes, era el cuerpo del otro. De aquí que todas las historias iniciales de los pueblos hablen de un enemigo que devora carne humana. Para Aquiles era el cíclope, para Simbad eran los hombres de las islas, para la cristiandad los bárbaros (como aconteció con la idea que León I tuvo de Atila), para los romanos los que estaban más allá de las fronteras del imperio, para los israelitas los adoradores de Baal etc. Cuidar el cuerpo contra los dientes del enemigo o del mismo gobernante se convirtió en una necesidad apremiante. De aquí que la fabricación de armas de hierro y cobre tuviera la misma importancia que la fabricación de Armaduras. El cuerpo, pues, entró en conflicto en calidad de objeto a conquistar. Los griegos, en las olimpíadas, iniciaban los juegos levantando en una mano los testículos de un toro. Rememoración tanática de lo que acontecía en batalla con los caídos.

    En la actualidad, el cuerpo es usado por quienes detentan el poder como carne de cañón para resolver sus conflictos de poder. Los presidentes, los dictadores, los políticos, se apoderan de los cuerpos jóvenes y los alientan a la muerte, los motivan con discursos y los envían a mil enfrentamientos. De alguna manera los devoran. Y cuando ganan la batalla, son los grandes los que se felicitan. Cuando la pierden, buscan fundirse en la masa vencida para evadir responsabilidades. Como anota Arturo Pérez Reverte, nunca hay reconocimiento para fiel infantería.

    Pero no sólo es un espacio vital en el cuerpo del otro que va a la batalla. También notamos que se busca un espacio vital en lo que el otro luce, en la forma como se ve el otro, en los espacios sociales que el cuerpo del otro ocupa en términos de jerarquización. Con base en lo anterior asistimos a un deseo particular de espacio vital , al deseo de ser más que el otro a través del cuerpo y de los sitios que ese cuerpo puede habitar. Esto ha generado lo que llamaría un sentimiento de pobreza (que es peor que la pobreza) porque el otro no se reconoce en su identidad sino en los valores que compara consigo mismo, es decir, se ve en el deseo del cuerpo del otro y no en las posibilidades de su propio cuerpo. Ahora, cuando el espacio vital planteado a través de la comparación no se logra porque la imposibilidad económica o política no lo permiten, se retorna al cuerpo desnudo, al que es capaz de retar a la vida a la vez que ejerce la ferocidad animal, carnívora. Esto, quizás, podría dar luces sobre los movimientos satánicos, que están conformados por grupos que, al verse impedidos de ejercer el cuerpo como espacio vital identitario, asumen el cuerpo inicial, el del hombre de la horda que todo lo definía en torno a la ferocidad. Carecía de cuerpo, estaba conformado por la ira generada por una supervivencia cada día más difícil. Perdido el espacio del cuerpo, la rebelión es de esperar Pero no una rebelión en términos políticos o económicos, sino una rebelión contra lo que hace sufrir, contra lo que carece de espacio.

    La tierra y el agua.

    Además del cuerpo, signo del espacio vital traducido en vida totémica (canibalismo) o en esclavitud (trabajo duro, sistematizado y obligado para que otros ejercieran mejor el cuerpo), estaban los ríos y los pastizales: la tierra y el agua. Quien tenía agua, tenía pastos y al haber verde abundarían los animales. Se sabe que las grandes culturas se han hecho a las orillas del agua dulce. Egipto y el Nilo, Babilonia y el Eufrates, Roma y el Tiber, Los germanos y el Rhin etc. Pero no fueron hombres apacibles y vegetales los que crearon estas culturas sino ejércitos feroces que defendían a muerte los territorios conquistados. Y que en los tiempos de sequía avanzaban hacia otros territorios dispuestos a las mayores barbaridades. La historia del hombre, antes que definirla por la lucha de clases (que viene a ser un concepto de la modernidad y exclusivamente ciudadano o al menos civilizatorio), la definiría por el avance de los ejércitos. Los hombres han avanzado sobre el mundo empujados por el afán de resolver sus necesidades vitales y por una idea cosmogónica que les legitima el avance. El avance y el enclave, que una vez detenido el ejército en un territorio que le permite reorganizarse, lo conquistado a través e la guerra comienza a convertirse en una entidad política: el fuerte, las alcazabas, los sitios amurallados. A partir de ahí vendrán los palacios, los edificios que ocuparán las instituciones, las casas y los espacios públicos etc, o sea, el ejercicio de lo político mediante el reconocimiento de derechos y la discusión en el foro.

    En términos éticos, ni la tierra ni el agua ni el aire pueden ser de nadie. Estos tres elementos son básicos para nuestra vida como seres orgánicos. La vida, tal como la conocemos, depende del agua. Por esto el ruido noticioso cuando encuentran agua o rastros de agua en algún satélite o en cualquier planeta. Requerimos de estos tres elementos imposibles de fabricar y reproducir para determinar la realidad del espacio vital común a todos los colectivos. Y sólo pertenece al hombre lo que construye allí: las ciudades, los caravansaris, los barcos, los puentes, los acueductos. Los inicios de la historia escrita nos hablan de ciudades no de fronteras reales ni imaginarias. Nos hablan de construcciones definidas y nombradas donde el hombre crea civilización: Babilonia, Atenas, Jerusalén, Roma…el resto de la tierra era una especie de ejido donde los rebaños y los sembrados se daban para sustento de la comunidad. Claro que el ejido hay que defenderlo. Y cuando la defensa es a muerte, a los defensores (o a los invasores victoriosos) se les paga con unos derechos sobre un trozo de tierra determinado. Derechos que claudicaban en un término de tiempo. Cayo Julio Cesar, por ejemplo, pagaba a sus soldados con lo mejor de la tierra (con sal, de ahí viene la palabra salario) para que negociaran con ello. Luego les pagó con la tierra misma y lo que es escaso en la tierra: oro. Y en ese momento, en el que los hombres se adueñan de la tierra y lo que es difícil de producir o encontrar en ella, el espacio vital buscado (el agua, los pastos) cobra otro significado. Los ejércitos no van ya sólo por un espacio para sobrevivir sino por los logros que se han creado en ese espacio al que van. Se legitima la paga del soldado (el pillaje) y luego la patente de corso (el pillaje de los piratas). Ya la lucha en términos de bienes necesarios (el territorio con ventajas comparativas que permitan un mejor desarrollo del colectivo), y de aquellos que políticamente generan honores: los bienes fabricados, que aseguran una mayor vitalidad dentro del territorio conquistado. En un comienzo los bienes tienen calidad de fetiche (los lucen los vencedores), pero luego se convierten en elementos para el desarrollo de la colectividad que encuentra en ellos una mejor manera de sobrevivir, ya en términos económicos (inicios de industrializacíon) como políticos (cuando se adquiere el conocimiento y la información se utiliza como forma de poder). Los señores feudales buscaron el gran talismán, el grial, que les diera ya un poder absoluto sobre tierras, siervos y enemigos. Y en buena medida esto justificó la demencia de las cruzadas, que también sirvieron para que los señores feudales sacaran a los indeseables de sus tierras, es decir, a los que no tenían cómo responder a las cargas impositivas o a su presencia activa en los ejércitos: los pobres y los enfermos o deformes. Los sacaron con la promesa de riquezas y honores, también de placeres indescriptibles habidos en otras tierras y en otras aguas. No es de extrañar que en la edad media se criara la imaginación de occidente, tanta era la pobreza y el miedo a que la tierra se estaba acabando, achiquitando, comprimiéndose para dar cabida sólo a los escogidos por los dioses y las walkirias. Ir por las riquezas del turco, por los honores al lado del rey, si había suerte. O a la gloria del cielo, si estaba escrito que debían morir. De todas maneras, se había planteado una nueva espacialidad.

    La tierra cultivable y el agua (hoy incluiríamos el aire), establecen la lucha por el espacio vital. Pero a estos elementos hay que agregarle los logros de la civilización, que también se convierten en espacio de supervivencia. Esto nos aclara aquello de que quien pierde una guerra la paga con trabajo, ciencia y pensamiento a favor del vencedor. Cuando los nazis y los japoneses pierden la segunda guerra mundial (1939-45), los vencedores se reparten los científicos, los inventos y los estudios e investigaciones de los vencidos. Con el plan Marshall, los aliados reactivan los bienes de capital y las infraestructuras para aprovechar la fuerza laboral de los países derrotados. De igual manera, también a través de préstamos, aprovecharon a los países que quisieron parecerse a los vencedores. La sumisión es una forma de derrota. Y se paga. Desde los tiempos de Roma, los reyezuelos pagaron unas cargas impositivas importantes para ser protegidos por las centurias imperiales. Protección que no era otra cosa que pagar para no ser invadidos. O para no ser olvidados por los logros de la civilización.

    A lo largo de la historia, la ética ha nacido no de una reflexión individual sino como resultante de la creación de una moral, de un comportamiento frente y entre los idénticos. Las grandes revoluciones, la Francesa y la Norteamericana, plantearon unos principios de comportamiento, unos deberes y unos derechos. Y se pactó con la nueva moralidad para dar inicio a una sociedad mejor y más justa. Con base en Hobbes (amigo enemigo) y Rousseau (contrato social), en Locke (lo que es propio al hombre) y en Spinoza (la tolerancia), se determinó una idea de sociedad civil. Sociedad fundamentada en un Estado, es decir, en una forma regida por leyes susceptibles de todo control a fin de evitar el caos. El Estado, como pacto, la legislación como forma de mantener lo pactado. Y con base en estos principios de igualdad (aparece el ciudadano total, no el griego que sólo era aquel que era hombre libre de nacimiento), se establecen unos principios éticos y filosóficos, es decir, una manera de pensar y comportarse delante de las distintas variables que planteara el entorno y el individuo. Principios básicos establecidos por los vencedores, por aquellos que habían carecido de un espacio vital completo de acuerdo con el modelo reflexionado y aceptado como bien mayor, donde se planteaban unos elementos etico-primarios que mantienen vigente la óptima vida del hombre en la tierra y haciendo uso del agua, de los bienes producidos por el conocimiento y del libre ejercicio de la identidad (la tolerancia). Principios óptimos para los vencedores, pero nocivos para los vencidos que así vieron reducida su espacialidad. Vencedores que fueron más y estuvieron mejor armados. De aquí la copla aquella de "Y vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos"…

    La discusión ética sobre los elementos básicos se da en que la tierra, el agua y el aire no son de nadie. Pero me atrevo a pensar que no son de nadie que haya sido vencido. Son los vencedores quienes se apropian de ellos dándole un uso de cambio, muy caro por cierto, para así ejercer su forma de dominio. Aclaro que en términos éticos, la tierra construida (sembrada, productiva, transformada en vivienda, pagadora de los impuestos debidos etc) es del constructor. Así como la tubería y el tratamiento que lleva el agua deben ser cobrados por aquel que presta el servicio. Son suyos los medios de uso, no el objeto usado. Sin embargo, la historia nos cuenta que los vencedores se apoderan de los elementos básicos y los hacen suyos en calidad de espacio vital. Y, como resultante, se genera un conflicto donde los organismos que no tienen acceso a ese espacio harán todo lo posible por volver a conquistarlo. Es que en ellos les va la vida y la legitimación de sus principios morales.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    En América Latina, donde desde Pizarro (que midió sus posesiones a ojo, llegando a tener tantas y de tal magnitud que le fue imposible recorrerlas en vida) y Almagro (que llegó atraído por el Perú ya no encontró nada para repartir entre sus hombres) se ha dado una lucha cruenta por la tierra. La historia nos habla de invasores e invadidos, de desplazados y desplazadores. Muchas batallas por la tierra, por la identidad, por la idea de una concepción del Estado. Y mientras se da esta lucha, cada vez terminada, cada vez reiniciada porque los condenados de la tierra se rebelan y van por su parte (y algunos lo logran después de pactar indultos), no existe una ética clara sobre los elementos y su uso. La politiquería y los intereses privados han superado la idea política, no discutiéndola sino destruyéndola. Frente a las ideas las armas, frente a la lógica las pistolas, delante de la razón la sinrazón, la demencia y la desmesura fundamentado en un ejercicio mítico: el derecho otorgado por los dioses, por los señores de la tierra (guerreros), por la ilegitimidad de los habitantes, lo que justifica la invasión. Dioses, señores e ilegitimidades a las que se recurre en busca de poder y no de ética ni de moral. Desde este punto de vista, no sería válido todavía analizar, entre nosotros, aquello que todavía no existe: un uso de la tierra y el agua acorde con los estatutos e instituciones de una real sociedad civil pactada. De alguna manera continuamos en guerra desde el siglo 16 hasta hoy. Y donde hay guerra, los principios éticos desaparecen, al igual que los principios básicos de Estado.

    Si existe una moralidad institucional, es decir una real concepción del Estado que ve en el ejercicio democrático cierto (no en la democratería, que sólo admite elecciones pero no una participación política efectiva), la posibilidad de no recurrir a la violencia legal , el uso ético de los elementos tierra agua sería un factor de desarrollo. Pero en Latinoamérica el Estado es inmoral (llegando a legitimar la corrupción) y las clases intelectuales, desesperadas frente a esta inmoralidad sostenida por aparatos represivos, se vuelven amorales y se quedan en discusiones ajenas a su entorno, evidenciando un coloniaje amplio de pensamiento. Y una gran dependencia ideológica de la metrópoli.

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    El espacio vital y la idea de pecado.

    El hombre diferencia su espacio de otros en términos de moral. Podría aseverar (y esto hace parte de la discusión) que el espacio vital no es otra cosa que el espacio moral que se plantea una comunidad política, no en términos de Estado sino de apreciación del contexto en el que vive. Y en esa moralidad, establecida a través del ejercicio del inconsciente colectivo y la tradición oral, asimilada en la casa propia, en la de los familiares, en la de los vecinos y en los primeros años de escolaridad, es donde se visualiza el espacio necesario para ejercer la dignidad de vivir. Y es bajo esta óptica donde entra a definirse lo pecaminoso, entendiendo como pecado aquella acción que va contra la costumbre determinada. O que es desconocida dentro de la moral y, por lo tanto peligrosa y atentadora contra los valores establecidos por la colectividad.

    Como he planteado, las culturas se definen en calidad de escogidas, centros únicos, ombligos. Y quienes no hacen parte de esa cultura, serían los desamparados, aquellos sobre los que no pesa una protección divina determinada o de un dios con categoría de primero y único. Esos, los desamparados, serían los pecadores, los que se hace necesario ver mal para mantenerlos en línea. A lo largo de la historia, los pecadores aparecen en la misma colectividad. Son los que se oponen al sistema, los que cuestionan, los que son diferentes. Pecan, se los señala, se les hace un juicio y se les impone una pena. Si la cumplen, el pecado queda sin efecto. Si persisten en el pecado, se los expulsa de la comunidad. Estos casos los ilustra la Biblia desde el principio (caso de Adán y Eva), la expulsión de los judíos de España (de aquellos que no se quisieron convertir), la Inquisición; la expulsión de la sinagoga de Baruj Spinoza, Uriel D`Acosta y Juan del Prado; los anatemas de la Iglesia, las penas de destierro, el archipiélago de Gulag y "los manicomios", la cancelación de los derechos civiles y las listas negras en U.S.A. etc. Como puede apreciarse, han sido muchos y variados los sistemas para castigar y señalar a un pecador. Pero ellos (los pecadores endógenos, a los que les asiste el derecho a la defensa) no son como los pecadores exógenos, que son peores y necesario combatir a sangre y fuego porque han sido clasificados como bárbaros, como infieles, como paganos. El pecado de los desamparados es atroz, por eso encarnan las ideas del demonio. Y como son el diablo, la comunidad legitima la guerra contra ellos. Desde Roma hasta Goebbeles, el pecado de los desamparados está representado por la diferencia. Las tropas de los césares luchaban contra gentes deformes en términos míticos: gentes de un solo ojo, de enormes colmillos, sin cabeza, con pies enormes que les servían de sombrilla etc., de esa manera sus batallas eran heróicas Toda esta imaginería de la deformidad estuvo presente en la literatura medioeval y renacentista (el Libro de las Maravillas, los textos de Pigaffeta, algunos extractos del libro de Marco Polo, entre otros) y llegó a su cúlmen con la propaganda nazi, donde a los judíos, a los gitanos y a los homosexuales se los mostraba como seres completamente degenerados y enfermos. Y claro, estas imágenes de la pestilencia y el pecado, lograron que el pueblo alemán justificara el exterminio de estos colectivos.

    A través de la idea de pecado y de la lucha necesaria contra los pecadores (representados en la diferencia, como sucede con el latinoamericano feo), el espacio vital de una comunidad se amplía justificando la invasión: in contra el malo, sacarlo de sus tierras, borrarlo para que no se multiplique, todo esto en nombre de unos principios comunitarios que sólo entiende como bueno lo idéntico y como malo lo diferente. Y es "obvio" le acaecen más cosas atroces a "consecuencia" de su actividad pecaminosa. Sobre ellos recae el castigo de la divinidad y, por extensión, la del hombre. Basta ver lo que sucede con los enfermos de Sida y aquellos que carecen de un techo y un reconocimiento social (los "desechables", como cruelmente e intolerantemente se los demomina). Desechables que están en el rango de los nuevos bárbaros: pobres absolutos, drogadictos, inmigrantes, enfermos mentales…

    Los puros contra los impuros, de aquí que con relación a estos últimos se acuñen términos como limpieza y se justifiquen estas acciones como necesarias para que la comunidad que limpia reafirme su identidad. El caso de ku-klux-klan es bien ilustrativo. La raza blanca, libre de pecado, contra los hombres negros, representantes del diablo. Cuando la cruz arde, son los hombres del clan quienes se purifican.

    El espacio vital nacional.

    Hasta nuestros días, cuando ya el concepto de nación hay que revisarlo porque muchas de sus premisas iniciales ya no se cumplen, la nación de definía como el espacio propio de una similitud racial, una religión e historia comunes, una misma lengua y un mismo gobierno. Con base en estos principios se establecía la condición nacional. Pero ya los nacionales no son los idénticos sino los que tienen unos mismos derechos frente al estado. Son los ciudadanos y las instituciones que los representan. Multiplicidad de razas (en varios casos legitimadas con el mestizaje) conforman una nación, al igual que variedad de religiones. Sin embargo, las lenguas distintas dentro de una entidad nacional no están legitimadas, dado que las lenguas resultan siendo el soporte de las culturas y el elemento diferenciador (significados propios) por excelencia (los enfrentamientos entre Itus y Tutsis, grupos negros, lo confirman: sus lenguas son diferentes. Como son distintas las lenguas de los castellanos y los vascos, las de los catalanes y los gallegos, las de los bosnios y los servios – enfrentados a través de lenguas religiosas- etc). Las lenguas construyen el conocimiento y el espacio vital nacional.

    En primera instancia la lengua es clánica (nominadora de objetos, sujetos y valores) y es a través de ella como se crea el mytos y el logos, o sea los principios religiosos y las razones del clan, que no son otra cosa que la visualización y justificación del espacio vital. La lengua es la que permite la nominación y el significado primario (la definición). La filosofía, además de un ejercicio del pensamiento, es una muestra inteligente del lenguaje. Es la palabra que crece, que define en otras instancias, que significa, racionaliza y compara. Y al significar, racionalizar y comparar, define la territorialidad de un colectivo. Y el nacimiento del conflicto, que nace del enfrentamiento entre significados y definiciones. La nación es una suma de valores construidos mediante un lenguaje. Y en esos valores está la religión, la historia, el pensamiento. Incluso, dentro de una misma lengua madre, se dan diferentes lenguajes (jergas, dialectos: lunfardo, espanglish) o anexos a las lenguas o lenguas secundarias (un islámico bosnio lee su religión en alifato, un judío español recurre a sus ritos en hebreo, un latino en los Estados Unidos habla inglés en la calle y castellano en la casa o en su calle y lugares de reunión de barrio).

    La lengua habla de los elementos que conforman la identidad y la nacionalidad. Y por extensión el espacio vital necesario para que esa nación se integre en instituciones políticas y en conocimiento común, o sea, en todo lo tocante a su concepción de verdad. La nación es una verdad común de la que se habla y se escribe, en la que se aprende y determinan diferencias con el otro: pertenecer a una raza superior, a una religión verdadera, a un pueblo elegido. Estas diferencias son bidireccionales, pues un colectivo las asume como propias y el otro se las acepta (coloniaje cultural) o se las combate como reacción de dos verdades encontradas: pasa en el caso de las subcomunidades (los campesinos frente a los citadinos. La lengua, también, establece palabras para despreciar y burlar al otro, para situarlo en condición de inferior (payos, goim, infieles, paganos, indios, negros, charnegos, sudacas, brutos etc). Y sobre la condición de inferioridad del otro, que ya es parte de la percepción nominada con el lenguaje, se limita el ingreso a la nacionalidad. Y a la partición debida de los bienes (en la idea de lo debido se mantiene latente el conflicto).

    Sin embargo, es también en el lenguaje donde es posible crear la base de la tolerancia. El ejercicio del diálogo, este situar palabras sobre la mesa buscando puntos en común, amplia el espacio vital nacional, no en términos de extensión sino de real crecimiento y progreso. Porque no se trata de adquirir espacio vital sino de poner a producir el que se tiene. No es el desierto seco (con sus violencias) el que avanza y crece sino el desierto que se siembra. De hecho, las naciones no son sujeto de espacio sino de uso del espacio. Y el espacio vital es entendible bajo supuestos de civilización, entendiendo por civilizado el individuo que reflexiona y tolera, que pacta y logra del pacto un bienestar común. Pero estos supuestos de civilización, fundamentados en el lenguaje y el conocimiento que éste encierre, siguen enmarcados dentro de la utopía Frente a lo que vemos hoy, pareciera que el lenguaje siguiera nominando y definiendo objetos de supervivencia y de guerra. Y al otro en calidad de enemigo (los nuevos bárbaros, "identificados" a través de la fealdad – que es un subjetivismo- en el cuerpo y en el traje), enemigo que se caracteriza porque es pobre y no carga consigo algo escaso para intercambiar y que representa aquello a lo que tememos: la muerte.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………… En América Latina la formación de la nación todavía está en proceso. Por esta razón asistimos a un espacio vital entendido en la búsqueda de espacio físico que asegure una tenencia de la tierra y unas fronteras seguras contra aquellos que han sido desplazados de sus territorios iniciales. Es espacio vital para aplicar la violencia legal (la del Estado a favor de unos pocos económicamente estables) al inferior económico. Es conflicto sobre el que se legisla y no se cumple. El lenguaje en Latinoamérica es retórico y críptico, como lo fue en España hasta franco. Lenguaje que permite todas las interpretaciones posibles y, por lo tanto, todas las violentaciones. No hay ley, existe una interpretación legal que se opone a lo que es justo .

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    El espacio vital social.

    Los seres humanos hemos construido sociedades para lograr entendernos y entender lo que nos rodea. Y estas sociedades crecen mediante el debate (la discusión política), los deberes pactados y los derechos resultantes de ese cumplimiento. La sociedad es lo que nos hace socios, partícipes y actuantes. También lo que permite delinear un futuro colectivo. Las sociedades, entonces, para poder funciona, establecen la ley, aquellas normas precisas (y pactadas como buenas) que definen la calidad del comportamiento dentro el entorno social. La ley establece las jerarquías, las instituciones y las acciones (previo conocimiento y entrenamiento) posibles para una optimización del espacio vital construido: la sociedad, entendida a través de sus pactos (sociedad civil), de sus ritos (comportamiento cívico – para sostener la imagen de la sociedad y generar identidad- y urbanidad: comportamiento ritual con el otro) y de sus logros. Podríamos decir entonces que en el principio social fue la ley, la norma, nacida de unas creencias comunes (de no haber sido así no se hubiera podido pactar) y de unos intereses que delineaban progreso para todo el colectivo.

    Pero esa ley, en lugar de ser el fiel de la balanza, se convirtió en paradigma. Y que cada vez que se revisa, siempre llega tarde a la realidad que acontece. Es que actúa sobre lo conocido y no sobre lo que acontecerá. La ley no prevé que las costumbres son mutantes, que la moral varía (o témpora o mores) y al presentarse estos cambios la ley deja su condición de línea rectora para convertirse en objeto de represión bajo la excusa de salvaguardar las costumbres. Costumbres que varían y enfrentan espacios vitales sociales: lucha de clases, violación de la ley, ruptura ética. Parodiando a Rousseau, podría decir que el hombre nace bueno, pero la estaticidad de la ley lo corrompe. Y lo corrompe porque su espacio vital no crece y entonces hay un ahogo y, como consecuencia, una salida violenta.

    La ciudad, símbolo y construcción de la sociedad, se ha tenido siempre como un espacio de protección. Ya en la antigüedad, los hombres se refugiaban en las ciudades. Entraban allí y se ajustaban a unos deberes (comportamiento, pagos de impuestos) y a cambio recibían la protección del señor de la ciudad, afincado en un castillo elevado desde donde lo podía dominar todo. Un todo era fácil de controlar dentro de la muralla y desde las torres y las almenas. Pero cuando la ciudad pierde su demarcación física, cuando comienza a girar alrededor de una plaza (como en el caso de las ciudades latinas, donde la ciudad crece alejándose del poder central o se extiende siguiendo una calle (la ciudad sajona, en la que sucede algo similar a la ciudad latina), el control se hace más difícil. En la ciudad primera comienzan a construirse otras micro-ciudades, pero no aisladas de la ciudad inicial sino creadas dentro de ellas. Esta unidades culturales (no subculturas, como la intolerancia ha querido denominarlas), se definen en condiciones sociales (clases), de oficios (actividades industriales y comerciales), religiosas etc. y, aunque hacen parte de la nacionalidad, tienden a separarse de ella por su ejercicio de costumbres. La ley comienza a no ser para todos, ya por desconocimiento de la ley (no hay presencia de ella) o porque la ley desconoce las nuevas entidades sociales y no actúa debidamente sobre ellas. O actúa dando lo que en principio es básico (servicios públicos, permisos de establecimiento), pero no permitiendo que se avance para que eso básico se sostenga y sea la base para el progreso de lo social (La educación se detiene, las posibilidades de trabajo disminuyen, la protección buscada cada vez es más escasa, el ejercicio del poder más violento etc).

    ¿Por qué se viola la ley? ¿Por inconformidad?, ¿porque lo legal no es lo justo? ¿Por qué el Estado miente y destruye la moral con sus actuaciones? Creo que la ley se violenta por enfermedad (en el caso de los criminales natos), por iras mal contenidas (una pelea, unos celos), por desesperación (no hubo otra alternativa), por variadas situaciones se enfrenta un sujeto con la ley (aquello de que la ocasión hace al ladrón etc.) Pero, en el caso de conflicto, la ley se viola por estado de pobreza y desamparo, por agresión de las instituciones del Estado y la sociedad establecida como legal y que atenta contra el individuo. Y lo que es peor, por sentimiento de pobreza, lo que hace ver peor la situación vivida. Aclaro: la pobreza es la carencia, el sentimiento de pobreza es saber que uso pocos mal utilizan lo que por derecho me pertenece y ahora me hace falta: el espacio, los alimentos, el descanso, la libertad, el ejercicio del cuerpo, la belleza. También nace el sentimiento de pobreza debido a la incapacidad que tiene la mayoría de acceder a la oferta cada vez más creciente de bienes materiales que trascienden lo básico y se fundamentan en deseos psicológicos cada vez más laberínticos y difíciles de satisfacer, y de sitios de honor. Antes de que la sociedad luciera los bienes en la calle (cosa que todavía no seda en el mundo islámico), el pobre superaba su pobreza en el momento en que se sentía con lo necesario básico. Y comenzaba su riqueza cuando agregaba algo de más a lo necesario: dos gallinas, tres sombreros, un pantalón de más, un par de monedas guardadas en un frasco. El pobre mismo medía su riqueza en la intimidad. Pero cuando ese pobre vio a otros que exageraban su riqueza, que lucían lo innecesario, que gastaban a manos llenas en escenarios nunca imaginados, el pobre asumió el sentimiento de pobreza, la burla a sus esfuerzos, a su trabajo, a sus sueños. Y se sintió más pobre de lo que en realidad era. Entonces nació la ira y la frustración. Y la violentación de la ley. Cuando Trotsky asegura que el estado no es otra cosa que el ejercicio desmesurado y legal de la violencia, su posición nace de lo visto en la Rusia de los zares, de los visto en Europa, de lo visto en México. Los poderosos desfilando por las calles para demostrar su poder y, así, sembrar un sentimiento desmesurado de pobreza: la humillación.

    En la sociedad primaria conformada por principios básicos, éstos comienzan a resquebrajarse cuando se hace ostentación de la riqueza y de un poder que recuerre cada vez más a la mentira. Al ser testigos de la riqueza lucida, se cuestiona la ética de los que ostentan, la moralidad (¿dónde queda la austeridad pactada para tener siempre existencias comunitarias?), el ejercicio del poder. Ya no es el héroe, es el dueño de los bienes de capital o el político corrupto que se ha nutrido de las arcas comunes. Y si bien el hombre pobre, que es el más común y numeroso en la sociedad (esa es la fuerza productiva), se refugia en la religión o en sus micro unidades culturales, evitando en lo posible asistir al desfile de la ostentación, al final termina teniéndola en la nariz. Ya no es el rico quien la ostenta, ahora es su vecino que ha violado la ley y viene hasta él y luce los resultados de esa violentación. Nada tenía que perder y ha ganado. También la hija del vecino que permite que otros violen la ley en ella, violación que le permite ostentaciones. Y así muchos, ya en calidad de esclavos serviles, de renegados del grupo, de espías en el grupo. La micro unidad cultural, entonces, se reciente y trata de defenderse de los elementos exógenos que la agreden. Pero no es luchando contra los propios sino contra la causa prima, la otra sociedad, la que no le ha permitido la intimidad alegre del logro obtenido ni la belleza de la estética, la que le ha señalado como siervo y con la riqueza le demuestra que jamás podrá salir de ahí. Los grupos sociales altos, apoyados por la legalidad, ejercen el clasismo y el racismo, establecen la estética y sofistican la idea de placer. Y el marginal, responde con violación de la ley. Con conocimiento de esta situación, Rawls, en su propuesta de la justicia, propone como solución la equidad, es decir, unos principios igualitarios que acerquen a los hombres y no, como sucede hoy, los alejen. Alejamiento que se produce cuando aparecen la ostentación y el sentimiento de pobreza.

    Los miembros primarios de una sociedad, primero los patricios y luego los plebeyos arribistas, acaban generando un interés propio sobre los intereses colectivos: esto lo da el ejercicio del poder y el deseo de evadir deberes para sólo usufructuar derechos. Quién más goza de derechos, más poder representa. Y como para el ejercicio de un país de jáuja personal es necesario que los deberes los asuma otro, comienza la explotación social. Explotación que aprovecha los tiempos de escasez, cuando la mano de obra en oferta es mayor que la demanda, para establecer salarios mínimos y así obtener unos niveles de rentabilidad más altos para quienes contratan y reparten de acuerdo con los presupuestos legales. De esta manera, a más de trabajo, se logra diferenciar mucho más las micro unidades culturales. En este punto, la sociedad se divide en dos: la que ostenta la riqueza y las que asume de manera más cruda el sentimiento de pobreza. La ciudad poli-dividida, la sociedad desmoronada, el conflicto en orden. Y en contra del poder, que ven como un generador de males y no de bienes. Y este conflicto se convierte en lucha de clases, en resentimiento, en enfrentamiento de conocimientos, en diferencias de lenguaje, en ideas encontradas y dispuestas al combate, a la búsqueda de un espacio vital dentro del modelo social que en lugar de brindar oportunidades las quita..

    En las sociedades de los santos padres (los cuáqueros y otros similares), en el ghetto judío, en la Antioquia austera y en la ciudad islámica, la ostentación de la riqueza se llevaba a cabo al interior del hogar, lejos de las miradas de otros. De esta manera, el sentimiento de pobreza que pudiera recibir alguno en la calle era mínimo. Y ese otro, que no era agredido con la ostentación, se sentía en la posibilidad de crecer. Además, existía un lugar donde todos eran iguales: la sinagoga, la mezquita, el templo. Allí todos eran iguales y sociales. Carentes del sentimiento de pobreza, el orden tenía un sentido. Y hablo de orden en términos de construcción social, de reconocimiento en el otro y su trabajo. Pero esas fueron sociedades extrañas, fundadas de acuerdo con una ética con mano de hierro (muy similares en su funcionamiento a las sociedades maffiosi), muy distintas a la auto-estructuración social que habitamos hoy. Auto-estructuración, digo, ya que la sociedad actual se ha ido construyendo sobre interese propios y está cifrada en la diferencia y en la conflictividad, y en paradigmas legales y sociales que no se ajustan a la realidad de las micro unidades culturales que ya son parte de la nueva sangre social, de sus venas y arterias, de su cerebro. Las sociedades cambian en la medida en que los individuos aumentan. Ahora, si los que aumentan son los desprotegidos y los burlados, la sociedad inicial está en peligro. Claro que por ahora se defiende con la represión y los ejércitos privados. Pero, ¿y cuando aumenten los pobres en la puerta, señor conde? Que para acabar con todos no da el tiempo…

    Acotación:…………………………………………………………………………………………………

    La sociedad es el modelo de la familia y no como hasta ahora se había pregonado, que la familia era el modelo social. No lo es por la sencilla razón de que la vida ya no se logra al interior del hogar sino fuera de éste. No vivimos ya en casas que se auto abastecen, hoy es necesario salir a abastecerse afuera. Y afuera es la lucha y el conflicto, que unos lucen lo que otros ven con rabia. Y no es ira nacida de la envidia sino de la valoración de lo lucido, que a veces con el dinero que vale un solo evento social se lograría la solución esencial de los problemas básicos de un colectivo. Decía hace unos años Jaime Sanín Echeverri (hombre conservador y cristiano, burgués y con buena posición política) que la próxima revolución la iban a hacer los capitalistas. Con esta palabras quería decir: la base se tomará la cúpula, tanto la desea y tanto castigo por ostentación y legalidad ha recibido de ella. Y no se sabe qué pasara, porque los malos ejemplos cunden. Malos ejemplos para los que se niegan a aceptar las mutaciones que sufren las morales generales y las micro.

    El ejercicio del poder, cuando es desmesurado y no está debidamente auditado, comienza a desconocer los caminos éticos y morales pactados. Se miente y engaña desde el poder y lo político se vuelve politiquería. Y el concepto de lo equitativo se pierde, generando otro concepto de justicia. Planteado en otros términos, frente a la inmoralidad, lo justo se enfrenta lo legal. Y fundamentados en una justicia que acrecienta el poder de la sociedad y el del Estado, el pacto social se corrompe y se legitima lo inmoral (que es una forma criminal) y la amoralidad ( desconocimiento intelectual premeditado de la moralidad).

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    El hombre en conflicto:

    A. El problema básico del hombre moderno, su motor de conflicto, es la carencia de espacio vital para un debido desarrollo de su identidad y de una moralidad que le permita hacer de esta vida la mejor vida posible, no a través del almacenamiento desmesurado de bienes y dinero sino mediante un pacto que le asegure su condición de ser político, es decir, de poderse mover dentro de lo diverso obteniendo lo necesario y sin ser agredido moral ni legalmente. En otros términos, el hombre busca la legitimación de su libertad, no de manera anárquica ni de especulación, sino a través del conocimiento que le permita estar en la construcción de una verdad y en los cimientos de una moral. El hombre requiere, más que nunca, ser integrante de una nación que le asegure su condición de ser humano. Y no lo que vemos hoy, gente a la defensiva y al ataque.

    Y este conflicto de la modernidad (o de la posmodernidad, si se quiere) es un conflicto social y urbano. Lo rural, aunque en existe como clasificación geofísica, en términos políticos ya es una mera referencia de la historia. Aquella grandes sociedades rurales del siglo 19, ahora son extensiones de la urbe, de la civitas. Tendríamos que halar de lo rural-urbano. El mismo Estado, que es una concepción urbana, dirime sobre estos sectores desde la realidad ciudadana y no desde la realidad rural, obligando al campesino a ser un ciudadano atrasado, pues lo estatal le llega con criterios modernos sin que él (el campesino, el inmigrante) haya asumido la modernidad. Lo urbano implica actitudes y tiempos urbanos para el Estado y su gobierno, lo que lleva que no se gobierne sobre la totalidad (que maneja otros tiempos y otras espacialidades). Y esta urbanización de lo político (sobre todo en Latinoamérica) ha llevado a que se aplique la modernidad (lo nuevo en términos globales y de metrópolis desarrolladas) sin que se tenga un pensamiento actual ni una educación moderna que clarifique los nuevos conceptos o al menos la visión urbana del Estado. El método supera la aplicación. Y lo que es peor, como el método se ajusta a una casuística determinada y particular, cuando se aplica como fórmula global rebota. Es por esto que los conflictos siguen vivos y crecientes, porque son atacados con genéricos y no con tratamientos locales y acordes con la realidad.

    La concepción de un mundo urbano, cuando realmente las urbes siguen teniendo una buena cantidad de micro culturas campesinas o que se mantienen como tales porque las oportunidades soñadas no se dieron (frustración de los inmigrantes, casi todos provenientes de pequeñas aldeas, que al no lograr el objetivo de ser ciudadanos se refugian en su moral anterior), crea un enfrentamiento con la concepción de realidad que asume el Estado. Y genera violencia en la ciudad, porque la moralidad de lo rural-urbano (cifrada en buena parte en supervivencias) es muy diferente a la moralidad de lo urbano, donde la idea de progreso político y económico excluye a la mayoría. Y esta mayoría, para sobrevivir, viola la ley y genera violencia o costumbres permisivas que acabarán legitimando ciertas actitudes cuasi delincuenciales, como aquellas de la que "el vivo vive del bobo", lo que ya implica una permisividad que conduce al delito en calidad de acto cuasi- heróico. Visto desde otro ángulo, cuando el ejercicio urbano del poder excluye a un grupo (o lo detiene), la inteligencia práctica del excluido vuelve a los ejercicios primitivos de la caza. Y en esta cacería (lograr lo que se pueda) nace y se cría el conflicto. Nace y se cría con base en una nueva moralidad, no aceptada por el Estado, pero legitimada por la comunidad en la que se da.

    Ahora, en este mundo urbano, el ser humano se vuelve cada vez más anónimo y sus actos apenas si se reconocen. Es masa productiva, masa desempleada, masa deportiva, masa que se desplaza dentro de la urbe buscando empleos adicionales que le permita superar el sentimiento de pobreza. Y como el sentimiento se incrementa con las nuevas ofertas y ostentaciones, las frustraciones son mayores y el sentido de retaliación (resentimiento) social aumenta porque la idea de progreso, desvirtuada por las tendencias (paradigmas de moda: dinero fácil, reconocimiento fácil) que publicitan los medios de comunicación, minan la moralidad pactada de un progreso continuado y no nacido del azar (como los medios lo proponen: cantantes, futbolistas, artistas, argumentos de telenovelas etc). Y este exceso de información (no de conocimiento) para el consumo y legitimación del ocio de las clases poderosas, que se apoya en imaginarios ordinarios, es un ingrediente poderoso en la situación y ubicación del hombre en conflicto.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    La modernidad urbana de América latina, es una modernidad de papel y avisos luminosos. Esta modernidad, legitimada por la información natural (lo que exhibe delante de nosotros) dentro de nuestra propia casa o en el entorno cercano, nos muestra los paradigmas a seguir o al menos a desear; paradigmas la mayoría de las veces inmorales (como se aprecian en los telenoticieros, telenovelas y películas de violencia) y en algunos casos amorales (cuando no se sujetan a la realidad pactada que vivimos). En la urbe moderna latinoamericana, la civilización la estamos confundiendo con libertad de consumo, con honores altamente perecederos, con crecimiento de una minoría que ostenta el poder y la represión legal a favor. Ya la urbe no es un centro donde se accede al conocimiento (como lo era el siglo pasado), sino un centro donde se ofrecen cosas para comprar, sitios para visitar, gente con poder que ver. Y el sueño de un sitio donde trabajar, no se ve o requiere de ayuda especializada (clientelismo) para conseguirlo. Nuestras ciudades modernas dan miedo, para quien llega a ellas y para aquel que las habita. Son un sitio donde el espacio vital se reduce a la par que el poder se vuelve más ostentoso, mentiroso y represivo. Y como anotara Octavio paz, sólo crecen en miseria. Y en todos los conflictos que esta genera.

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    B. Pero el conflicto del hombre no es meramente urbano, aunque su espacio urbano es el que lo lleva a inmiscuirse en acciones conflictivas que, al crecer, se convierten en conflictos nacionales. Y para controlarlos, es bien sabido que la estrategia política utilizada (para resolver conflictos internos) es crear conflictos externos. Así, cuando la comunidad desunida y conflictiva ve que está siendo agredida desde el exterior, de inmediato se une, deja sus rencillas y asume el reordenamiento moral. De esta manera las tensiones internas se desplazan hacia el fantasma exógeno que la agrede. De esta forma, el Estado represor se convierte en Estado conductor. Y así asistimos a las guerras en el Medio oriente, en la Ex Yugoslavia y en África. Y a las que vendrán en nombre de los fundamentalismos religiosos y políticos, del agua (a medidos de este siglo era el petróleo), de la tierra y sus ventajas comparativas (recursos y reclamo de pago de deuda externa). Estas guerras, que comienzan siendo internas y nacidas a consecuencia del uso y propiedad de los bienes de capital (que son los que generan el empleo y la circulación de dinero), se trasladan al exterior y, en a agresión de una nación a otra, las frustraciones se subliman mediante el uso de las armas. El en otro nacional y agresor "justificado" (porque son ellos los que me quitan el trabajo, los que no me permiten vivir tranquilo, los que drogan a mis hijos etc), se combate al Estado. Pero no se le dispara a él sino a la proyección de él representada por y en el otro. Combatiendo al malo señalado, combato a mis temores y las acciones indebidas que el Estado tuvo para conmigo. Esto en el caso de que el estado logre liderar la acción hacia el exterior, que donde esto no se logre, la acción se torna anárquica y revolucionaria (como aconteció en la Rusia de 1905-17).

    Decía Mijail Bakunin que una revolución por de avanzada que sea, cuando se toma el poder, debe tornarse conservadora para mantenerlo. Y bajo esta premisa, se legitima de nuevo la represión. Y el hombre sigue en conflicto, enfrentado al poder y a quienes lo representan, a las leyes que no cubren con su acción a la totalidad y a las instituciones que en lugar de ser políticas se politizan. Y es esta politización (sinónimo de ineficiencia y corrupción), la que alienta los desplazamientos humanos y, en la actualidad, el mercado de las armas. Porque cuando el hombre se desplaza y termina viviendo en condiciones de paria (amontonado, promiscuo, frustrado) asume su condición de cazador primitivo y de jefe devorador de elementos prohibidos o, al menos, de retador de ellos. Como en el Señor de las Moscas, de William Golding, el ser humano, cuando asume condiciones cuasi imposibles de vida, torna a la horda y el liderazgo en ella lo tienen quienes demuestran valor con las armas y a la vez asumen contacto con divinidades infernales que dotaran de poder a la comunidad hórdica para ir contra aquellos que la generaron. Comunidades así ya las vemos en América Latina y en ciudades como Los Ángeles y New York (también en otros sitios en Europa y Asia), donde los desplazados sociales (desempleados, frustrados urbanos, enfermos mentales permitidos, gente sin futuro, drogadictos y rechazados) asumen el horror y lo acaban legitimando como moral básica. Es que ya nada peor les puede pasar.

    C. La libertad es un concepto que en ocasiones toma tinte de quimera: se lo puede pronunciar, pero es muy difícil de concebir (Baruj Spinoza habla de cómo podemos pronunciar círculo cuadrado, pero nos es imposible entenderlo). Y en lo que toca al conflicto, la libertad social es algo que en lugar de facilitar la moral, la agrede. La libertad está unida a la ley, esta regida por ella. Y por los intereses de quienes se ajustan a lo legal. Por ejemplo, yo soy libre de ir a trabajar, de encontrar un trabajo, pero no tengo donde ir ni cómo ejercerlo. Soy libre de ocupar un espacio, pero el espacio es de otro. Soy libre de desplazarme, pero las fronteras detienen mi desplazamiento. Y así a la N. En tiempos de la esclavitud negra (también la hubo blanca, pero las condiciones históricas y morales fueron distintas), el esclavo que era liberado recibía la libertad con miedo. Sabía que ya era libre, pero esa libertad le negaba el espacio y la alimentación. Era libre, pero su condición era la del otro, la del marginado, la del sospechoso. Esto, que es historia, vuelve a repetirse no ya con tintes raciales sino sociales: el desposeído es libre, pero su libertad lo pone en problemas: para los otros, los poseedores, es feo, sospechoso, ignorante, peligroso. Entonces, para liberarse del problema, se convierte en lo que el otro piensa de él. Y asume la condición inmoral, conflictiva. Condición de la que los medios hablan y exageran, llevándola a umbrales de heroicidad. Y cuando aparece el héroe, nacen los mitos y comienza a construirse una sub- moralidad que es aceptada y legitimada por quienes encarnan el conflicto habido en la aceptación de ser un problema. Y en esa sub- moralidad, se ejerce la libertad de riesgo, que al menos es una libertad que no se teme porque genera "honores" y riquezas.

    Es evidente que los medios de comunicación, en su afán de informar a cómo de lugar y con tintes novelísticos, han ayudado a conformar y robustecer las morales de los sujetos en y de conflicto, sobre todo entre los desprotegidos sociales que, al informarse de las acciones atrevidas de sus héroes y líderes, asumen un paradigma que les dice que están en igualdad de condiciones para lograr el objetivo, que sólo se requiere decisión y valentía. Y, al ismotiempo, los medios, legitiman el poder del conflicto, llevando a que la sociedad protegida (sino política al menos económicamente) entre en posición defensiva, reafirmándose el conflicto sobre el que se informa más de manera emocional que racional. Y sobre el que se actúa ídem. Ernst Cassirer, en El Mito del Estado, asevera que los mitos entre más irracionales (en el desarrollo del conflicto la irracionalidad está presente) más credibilidad tienen. Algo similar aseguraba Indro Montanelli en la Historia de Roma: cuando se reacionalizaron los mitos romanos, comenzó la decadencia.

    La visualización del conflicto. La negociación.

    A lo largo de este ensayo, he sostenido la tesis de que los conflictos nacen de la carencia de espacio vital y espacio social, y de un ejercicio del poder fundamentado en la legalidad y en la ostentación y no en la justicia. Con Rawls, afirmo que todo conflicto es un problema de equidad y es en busca de la equidad a donde deben apuntar los esfuerzos del Estado si se quiere crear una identidad y una nación sólida, ética y con una fuerte base moral . Y con Baruj Spinoza, asumo que la tolerancia (la continuidad del conocimiento en nosotros y en el otro) es única actitud posible para delimitar el conflicto y reducirlo a un punto controlable y funcional para las partes que negocian.

    En primera instancia, un conflicto se visualiza a través de actores (agentes del conflicto), factores (causas del conflicto), situaciones (realidades del conflicto) y escenarios (espacios en conflicto). Y de un mapa histórico que detente las raíces de la actitud conflictiva, porque los conflictos no aparecen por generación espontánea sino que tienen un soporte en la historia de las partes que asumen la negociación. Las causas, aunque a veces se las hace aparecer como coyunturales, tienen un referente pasado: historia de los actores, un inconsciente colectivo, una moralidad que se representa y otra que fue representada (memoria e incertidumbre), unos pactos éticos y unas rupturas habidas en él y un lenguaje utilizado como definición del mundo y su valoración en el yo, el tú y el él. Y estas constantes de análisis también tocan a la situación y el escenario.

    Un conflicto antes que visualizarlo como un problema, es necesario verlo como la resultante de unos hechos sucedidos, de un espacio vital violentado y de un pacto ético roto. De lo contrario, será imposible negociar en términos de tolerancia, entendiendo por tolerancia en la negociación aquella actitud (virtud, porque con base en ella se obtienen logros) que no asume verdades absolutas. Las verdades absolutas (que filosóficamente no lo son porque estarían negando la posibilidad de avanzar en el conocimiento), han sido siempre factor de enfrentamiento entre los hombres. La verdad, la debemos entender como un hilo conductor de la moralidad de un colectivo, como un pacto de realidad subjetiva que permite funcionar como motor de costumbres y variables de progreso. Ahora, esta verdad se comparte con base en la tolerancia y al ser compartida se negocia para que las partes en conflicto se nutran de ella (de la verdad mía y la del otro). Con base en este presupuesto (la verdad compartida), crearíamos las verdades normativas, estas que dan una solución al conflicto porque nos permiten acceder a una realidad común. Verdades normativas que harían parte de un pacto ético para una moral que vaya en beneficio de todos (y los que ellos representan en términos de espacio y tiempo) los que se han sentado a negociar y a compartir manejos políticos y ejercicio del poder como soporte de Estado. Toda negociación, entonces se fundamenta en un nuevo orden nacido del pacto y no de la destrucción del otro ( ya la historia nos habla de los fracasos de la paz de la victoria, donde los vencedores acaban siendo asimilados de manera – las más de las veces brutal- por los vencidos. Los bárbaros y Roma, los nuevos bárbaros y Occidente).

    La inteligencia no es exceso de información sino buen manejo de la información (convirtiéndola en conocimiento para la solución de problemas) y comprobación de ésta. Bertrand Russell, en El Conocimiento Humano, determina que la idea de progreso se fundamenta en el conocimiento positivo, en aquel que se sacude el empirismo a través de la comprobación de causas y efectos para que las situaciones erradas no vuelvan a producirse. A lo largo del tiempo histórico, hemos asistido al esquema ensayo error y en la actualidad, dada la información acumulada, podemos ya determinar las causas y razones que llevan al conflicto en el hombre. Tenemos memoria e imaginación. Y esto es lo que se requiere en una mesa de negociación. Memoria, para determinar orígenes y desarrollo del conflicto, también de los pactos éticos y las instituciones que hacen posible una moral. Imaginación, para creer en la eticidad del otro. Eticidad que se dará si se cumplen los pactos.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    En Latinoamérica, donde las negociaciones tienen más publicidad que contenido y los objetivos a cumplir se confunden con deseos, el conflicto es creciente porque lo negociado no se cumple como es debido. Y no se cumple porque las leyes están por debajo de los intereses personales y del Estado mismo, que carece de medios eficientes (políticos, económicos y represivos) para cumplir con lo que pacta. Esta situación, nacida de los primeros días de la conquista y la colonia, donde se obedecía pero no se cumplía dada la incapacidad para imponer la ley, sigue vigente hoy en día. En muchos casos no se discute la buena fe de algunos gobernantes, pero son sólo eso, buena fe. De aquí que sea la misma sociedad civil (la Iglesia, los ciudadanos) los que busquen una solución pactada a los conflictos. Solución que se fundamente en lo justo y, como resultado, se enfrenta a lo legal. Asistimos entonces un círculo vicioso donde para cada solución existe un problema, una discusión en torno a lo legal y a la interpretación de lo legal, que cuando afecta al grupo dominante, de inmediato genera reacción en términos violentos.

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    El mundo moderno, que cada vez más liberal debería ser más permisivo (con base en Rorty y Rawls), ha creado enormes conflictos como el generado por el neo-liberalismo, política económica que tiene por objetivo crecer los mercados de las empresas multinacionales a costa de las empresas (desprotegidas técnica y financieramente) de las naciones donde ingresan, lo que como consecuencia ha generado más pobreza y desempleo. Y más quiebras de estas mega empresas colonizadoras, víctimas de su propia ofensiva comercial, pues al empobrecer los mercados donde actúan su inversión se viene al traste (la desazón bursátil de 1998 nace de que las acciones de estos emporios comerciales cayeron a consecuencia de carencia de demanda para su oferta). Como respuesta al neoliberalismo, la Unión Europea comienza a socializarse (Francia, Alemania etc) para detener al generador de conflictos y crear unas políticas realmente liberales y justas que permitan el ejercitar una equidad acorde con los nuevos presupuestos morales y éticos: un espacio vital sin agresión.

    Toda negociación apunta a mejorar las condiciones del individuo y del entorno. Y a sostenerlas. Cuando esto se presenta, existe una sociedad civil y un real Estado que vigila para que el pacto no se rompa, no reprimiendo sino ajustándose a unas normas de derecho natural, es decir, adaptándose a la movilidad y vitalidad de las costumbres. A la libertad que para el bien común ejerce el individuo que accede todo el tiempo al conocimiento (el guerrero ilustrado), el tolerante que se reconoce en el otro en la construcción de la verdad.

    Fin.

    Escrito en Medellín a finales de septiembre de 1998. Y creyendo en las virtudes de la tolerancia.

     

     

    Autor:

    Jose Guillermo Angel

    jgangel[arroba]janua.upb.edu.co