Aunque la gente "conoce" a los intelectuales más por rumores que por sus ideas, de lejos nomás percibe intuitivamente de qué lado cojean, por eso su credibilidad siempre es cuestionada, por más que en la televisión pongan expresión de insobornables tribunos de la república, o de la plebe, alzando un índice acusador mientras con otra mano se mesan la barba.
De allí que la gente prefiera arreglárselas sola. Como está frustrada por tanto fracaso histórico no quiere escuchar gurúes, está desidentificada, se avergüenza de pertenecer a ciertos partidos políticos. Como si se tratara de una AFJP se desafilia de ellos, o se traspasa sin siquiera desafiliarse, pues la identidad partidaria ya no es la herencia familiar sagrada, o se sube al trencito de los que pierden la vergüenza y se hace mantener por el Estado. Ya ni obreros son ni trabajo les queda. ¿Qué son? No quieren escuchar a los intelectuales. Prefieren desentenderse de todo lo que los rodea y que sea lo que Dios quiera porque al final todos los terminan engañando, digamos así.
Pero si la misión de los intelectuales consistiera en ser conciencia de su época, ¿qué significaría eso? ¿Diagnosticar la realidad con la habitual obviedad que caracteriza a la abundante producción oficial dedicada a la investigación, preferentemente en ciencias sociales, o aportar a las líneas de su transformación sin caer en delirios apocalípticos?
Precisamente su característica central es la de que sus trabajos se reducen a pasar revista a las problemáticas, a describir estados de situación o el desarrollo mundial de los debates entre los intelectuales de renombre, siempre manteniendo la barrera que separa al sujeto de su objeto de estudio como garantía de la respetabilidad y fiabilidad de sus conclusiones.
Dar cuenta de… o lo que es lo mismo, reciclar constantemente lo ya dicho respaldándolo con un denso aparato erudito, es lo habitual de su trabajo.
Ello ha significado que hayan descubierto las crisis como objeto de estudio cultural recién cuando se les han develado. Por lo cual siempre las han puesto en foco tardíamente, pareciéndose a la justicia que aparece después que se cometió el delito. En suma, es el pasado el que se les impone.
Y sobre este asunto de llegar tarde hay voces encontradas entre los mismos intelectuales. Algunos dicen que los intelectuales en muy pocos casos pueden estar por delante de la historia. Otros sostienen que lo más auténtico y profundamente intelectual de los intelectuales (valga esta vez la redundancia) es imaginar el futuro soltando amarras de los condicionamientos del presente.
Ésta sería entonces otra clase de misión de los intelectuales: la de anticiparse a la crisis, la de pronosticarla de verdad, la de proponer lo impensable, la de adelantarse al tiempo. Pero ellos sólo hablan en épocas de bonanza, siempre criticando al gobierno, al Poder y al sistema, porque éste no se preocupa por ellos pues por la misma bonanza existente nadie los escucha. Y en épocas de crisis tampoco hablan pero porque no se dieron cuenta de su emergencia. Cuando el Poder los advierte termina chocando con ellos, ahora sí preocupado porque ellos hablan. Igualmente muy pocos los escuchan en esos momentos, primero porque ya los conocen, pero también porque la gente ha pasado a la acción y no tiene ganas ni tiempo que perder y sólo les prestará atención si dejan el traje de intelectuales aunque sea por un momento.
Vale recordar que el paradigma del intelectual comprometido sólo considera comprometidos a los intelectuales antisistema, o sea de izquierda. Y aquellos de la derecha, recontracomprometidos con la defensa de sus concepciones e intereses y totalmente "orgánicos" con el Poder (en el mal sentido de la palabra) no serán considerados comprometidos desde la óptica de los de izquierda.
Pero si como alguien ha dicho, y lo dijo para todos los protagonistas, no estar comprometido es una forma de estarlo, a fin de cuentas todos están comprometidos de una u otra manera y con uno u otro amo, y por ende también lo están los intelectuales.
En consecuencia, el mote de comprometidos no es correcto en su pretensión de exclusividad. Por otra parte, si todos los intelectuales -al igual que todos los humanos- se hallan comprometidos, el deber de todos es ser militantes, es decir, tener un compromiso activo y no meramente pasivo.
En la práctica sucede que muchos intelectuales, cualquiera sea su signo político ideológico, son militantes, incluso los que aun no se han dado cuenta de ello, pues quien más, quien menos, tiene encuadramiento en algún partido, movimiento, agrupación, club, cofradía, lobby, revista, periódico, etc., que tiene posiciones definidas, sean de alto o de bajo perfil. Todos aportan lo suyo a la política general, pero algunos "cobran" lo justo y otros cobran aparte, es decir, con adicionales.
La tesis del compromiso tuvo momentos de apogeo en los 50´s, 60´s y 70´s, llegando al campo de los intelectuales desde los sectores obreros, estudiantiles, político partidarios, e intelectuales también, hasta morir en los 80´s, recibiendo los primeros homenajes póstumos en los 90´s, ya como evocación nostálgica y a despecho de la corrosión individualista posmoderna. No obstante, en cada asamblea estudiantil bizarros izquierdistas juveniles continúan exhumando dicha tesis mientras preparan la rentrée definitiva.
Décadas atrás las obligaciones de los intelectuales comprometidos giraban en torno a estudiar críticamente y a difundir sus conviccciones, pero fueron creciendo hasta llegar a asumir la lucha armada. Descartado esto último para el presente, han quedado las formas tradicionales más la denuncia, la protesta, el manifiesto, etc.
El paradigma del compromiso configuró las tablas de lo debido y lo prohibido en un intelectual, las cuales se extendían hasta abarcar al militante revolucionario en general.
Entre lo primero figuraba asumir una voz, convertirse en vocero, en representante de los que no tienen voz, o sea "los de abajo", la clase obrera. Esa voz no debía retraerse jamás por más temibles que fueran los embates del sistema para acallarla. De modo que el intelectual debía expresarse con el mismo grado de determinación y fe que un cristiano antes de ser tirado a los leones, o más aún -si fuera posible- teniendo en cuenta la probable existencia de algunos mártires desesperados cuyas ofrecidas retractaciones voluntarias deben haber sido desestimadas.
También estaba la cuestión de ser orgánico, según las consideraciones de sus diversos promotores, puesto que un intelectual en solitario no sólo era una voz perdida sino que hasta podía servir sin quererlo a quienes pretendía denunciar.
Consecuencia de lo anterior, el intelectual comprometido no podía tener frivolidades pequeño burguesas en cuanto a la interpretación de la teoría, que en última instancia debía ser definida por la cúpula del partido, o sea, debía ser completa y perfectamente ortodoxo.
A partir de estos principios básicos se delineaban sus obligaciones derivadas y todo un campo de prohibiciones y terribles pecados como los de callar por miedo o por lo que fuera cuando debían hablar; carecer de las respuestas que como intelectuales dotados de una teoría científica debían tener listas para cada ocasión; ser incapaces de interpretar correctamente las condiciones objetivas; ser heterodoxos de cualquier forma; ser cómplices de éste, ése o aquél como resultado de una lectura equivocada de la coyuntura; haber desviado el análisis de la misma; llevar a cabo una defección concreta; etc, etc.
A pesar de tantas macchiettas sobre el intelectual comprometido las posibilidades prácticas de su realización concreta son bastante difíciles, más allá de considerar la retirada consciente de muchos intelectuales después del agotamiento de tanta utopía totalizadora.
En esta cuestión del "compromiso" y en la asunción de la condición de vocero de los que no tienen voz hay mucho de ficción. En Argentina y en América latina los pobres, los marginados, los explotados de carne y hueso, muy difícilmente se sentirían representados por la mayoría de los intelectuales de izquierda constituidos en sus defensores juramentados.
Arrogarse la representación del pueblo es típico de todo militante político orgánico. Incluso de otros militantes e intelectuales que no son de izquierda e igualmente se dicen comprometidos y creen que sus pretensiones quedan convalidadas por el mero hecho de compartir una afiliación partidaria en un partido de masas.
O sea que existen intelectuales de izquierda y de derecha que se autoadjudican representaciones cuya verdadera representatividad ha de ser seguramente menor de la que parece y de la que ellos mismos suponen y presumen.
Por más que ciertos intelectuales pretendan representar a las masas o a grandes colectivos o sectores y así lo asuman públicamente, tales supuestas representaciones generalmente no son traducciones fieles de lo representado sino construcciones personales cargadas de subjetividad y sectarismo
Habida cuenta de las distancias entre los intelectuales y las masas, o el pueblo, o la sociedad, entendidas éstas como bloques homogéneos, cuando el intelectual abre la boca se expresa con todo su bagaje conceptual, sus convicciones, su subjetividad, así como también con sus dudas, sus temores expresos e implícitos, y sus propias defecciones y miserias, razón por la cual vale la pena efectuarse algunas preguntas.
¿Es consciente de esto cada vez que se expresa? ¿Se ha olvidado de ello o nunca lo ha considerado de ese modo? ¿Cuál es la diferencia en cada caso? ¿Cuánta legitimidad hay en su pretensión de representar a muchos? ¿Cuánto de frivolidad encierra esa pretensión? ¿No hay frivolidad en ser un intelectual viejo pretendiendo representar a los jóvenes? ¿No será que ese intelectual, en lugar de dar, de ofrecer, de aportar, está robando a los jóvenes algo de lo que él ya nada puede ofrecerles? ¿No será que para que lo escuchen primero se tiene que vender como joven o como nuevo por exigencias del mercado?
Podríamos preguntarnos cuánto condiciona a un intelectual que quiere parecer comprometido cuando menos, la existencia de una ideología que le es anterior, que tiene algún grado de vigencia en el mundillo intelectual y alguna referencia en el mundo político.
Si como todas las ideologías, la suya tiene una pretensión de verdad universal, no cabe duda que lo ha de condicionar. Primero intelectualmente, luego social y políticamente.
En el primer caso se puede producir una identificación basada en la aceptación total e incondicional de aquella no sólo por conformidad con el paradigma implícito sino también por necesidad de ser registrado por otros intelectuales y políticos con poder decisional, es decir, de gozar de un ámbito de pertenencia y de contención que le permita mayor amplificación de voz.
En consecuencia, ¿cuáles son las alternativas posibles para él ante una situación de condicionamiento?
La más fácil y saludable es la de acompañar la ola como un surfista, permaneciendo en la cresta mientras ella lo mueve hacia adelante hasta depositarlo suavemente en la playa. Pero esta alternativa exige grandes condiciones de equilibrio sobre la tabla y gran capacidad de cintura.
La otra es intentar hacerle frente a la ola mientras está en el mar, y no sabiendo nadar ni teniendo una tabla de surf. Es decir, sin disponer de ningún otro recurso. El resultado previsible será desastroso. El más leve implicará ser dado vuelta por la ola y pasarlo muy mal, a punto de creer que de ésa no se salva. Y la otra, sí, trágica, es que la ola lo deje muerto sobre la playa.
Se podrá decir que este intelectual del ejemplo es un solitario y que podría haber tenido un resultado distinto de haber contado con la solidaridad de sus pares o de sus representados. Es una figura idealista. Toda solidaridad presuntamente disponible afloja cuando la ola gigantesca se viene encima. Pues si en este último caso se da por preexistente la organicidad del intelectual en riesgo, no se debe olvidar que también entra en riesgo la eventual organicidad de sus pares que, intentando despegarse de él y justificando su abstención socorrista en función de los graves riesgos que implica, muy bien podrían acusar al susodicho de haberse internado demasiado adentro del mar. Tal como sucede en la práctica, en esos casos.
Pero los ejemplos mencionados, propios de otras épocas, tanto dentro del sistema capitalista como de los países del socialismo real, no se presentan en la Posmodernidad pues estos intelectuales no son dilemáticos como aquellos. Por empezar, sus discursos han bajado el tono agresivo también teniendo en cuenta los magros resultados que la ética y la estética del compromiso le dejó como saldo a la profesión y al resto de la sociedad.
Salvo escasos intelectuales que realmente no son mercachifles por más que estén en el mercado, de los 90´s para acá la mayoría se han vuelto frívolos. Se podrá argüir que ésa es una apreciación exagerada o de difícil comprobación, y otros podrán afirmar lo contrario, pero acaso no es frivolidad la de quienes han cambiado sus discursos y bajado su arrogancia para aparecer ubicuos y funcionales a los cambios del mundo y a las sucesivas agendas, mientras simultáneamente aumentaba la pobreza y la exclusión social entre nosotros, si acaso no nos importa el prójimo de otras partes del mundo.
Tal vez cambiar no haya sido lo reprochable, pero habría sido respetable sólo de haber sido fruto de la autocrítica profunda y sincera del pensamiento y la obra de cada uno y de la ideología antes sustentada y no de una mera especulación profesional o laboral pane lucrando, como se ha visto tan a menudo desde los 80´s y especialmente en los 90´s hasta el presente.
Lo anterior implica reconocer que aquellos compromisos perpetuos, es decir, "hasta las últimas consecuencias", ya han pasado de moda y de época, y los intelectuales (más realistas a fin de cuentas, o mejor dicho más oportunistas) de alguna manera intentan despegarse de la autopercepción antigua del misionero, del apóstol, pues el libreto se les evaporó, se deshizo, ¡no ta má!
De todos modos, hay derecho a preguntarse y preguntarles si además de aquella supuesta misión no les cabría asumir una responsabilidad como todo miembro de la sociedad; y si la misma no debe conducir a una evaluación del propio accionar histórico y del de su sector.
Esto es lo que no se ha hecho, y por eso muchos se han reciclado sin hacer ninguna autocrítica.
Hoy la tónica es la ubicuidad, el eclecticismo, el no quedar pegados de un lado ni del otro, y mayoritariamente ser percibidos como sectores progresistas dentro del sistema aunque ello implique algunas disparatadas propuestas populistas y demagógicas, habida cuenta que ambos calificativos, pese a ser profundamente discutibles, sin duda tienen verificación empírica.
Una presión para la identificación de los intelectuales con los paradigmas revolucionarios en los 60´s y 70´s fue adecuarse al perfil que ellos mismos y ciertos intelectuales consagrados del extranjero consideraban el perfil juvenil política y socialmente deseable.
En la estación de la vida en la que el narcisismo de cada uno se desvive por ser reconocido por los demás de una determinada manera, la posibilidad de la insolencia, la iconoclasia y la rebeldía jacobina constituían una vía rápida para esos fines. Pero como todo verdor perecerá irremediablemente, el fracaso, la vejez y la muerte fueron raleando los ojos que al tipo lo han mirado y la ausencia de los bolas de bronce de su juventud lo convirtieron a él y a sus propios amigos en los reemplazantes naturales de aquellos para un sitio destacado encima de la repisa.
De junior pasaron a senior. Y este nuevo status les ofreció otras oportunidades gratificantes a todos los que las supieron aprovechar.
V
POLÍTICA Y ORGANICIDAD
Para ser un intelectual "comprometido" se debe ser intelectual orgánico, según el particular enfoque de muchos intelectuales de izquierda, repetido constantemente por sus adeptos predicadores.
Básicamente, implica ser marxista y militante de alguna secta, es decir, intelectual, militante y con carnet. Quien no lo sea será tenido a menos si pretende ocuparse las mismas cosas de las que hablan los marxistas. Finalmente será degradado. Ser, sea, serlo, será. ¡Hay que ser orgánico para ser…!
Este pensamiento circula por los ámbitos culturales y universitarios como la Buena Nueva, pese al fracaso histórico de las izquierdas en todas partes.
El pensamiento crítico que desde los cincuentas para acá se ha llenado de violentismo, es decir, marxismo leninismo, maoísmo, guevarismo, polpotismo, guzmanismo, etc, continúa enarbolando la violencia como la piedra filosofal, aun cuando haga silencio sobre aquellos ínclitos próceres en razón de su fracaso en la construcción del prometido paraíso socialista, y para hacer olvidar la buena memoria del sufrimiento provocado. Hoy la izquierda es cada vez más populista, en el sentido de las peores notas de esta categoría en América latina.
La alienación de los intelectuales, atribuida por ella a los intelectuales de derecha le calza perfectamente al cuerpo a ella misma.
Pregonar que ciertos hombres deben utilizar su pensamiento en una forma y no en otra bajo pena de condena moral, social, política y militar, en orden de posibilidades, es ser totalitario. Un perfecto stalinismo cultural. Ésa fue la condena aplicada a Borges desde el stalinismo nacionalista, incluso peronista, y la aplicada a Jauretche desde el stalinismo liberal, y a Hernández Arregui desde el stalinismo marxista y nacionalista.
Además del de Stalin, tenemos otros muchos ejemplos de stalinismo, como el católico medieval con su pretensión de crear en la tierra, por la fuerza, una sociedad "perfecta", aunque culposa, obligando con la amenaza de la hoguera a ser "orgánico". Además, toda coerción es como mínimo, molesta, desagradable. De ahí en más puede llegar a ser intolerable, nociva y letal.
Entonces, ¿los intelectuales qué deben pensar?, o por lo menos ¿qué deberían decir?¿Acaso lo que ordena el partido político, lo que las masas quieren escuchar, o lo que ellos piensan?
Podemos preguntarnos si en los hechos pueden o deben hacer opciones de política práctica, por ligeras u ocasionales que pudieran ser, o bien todo lo contrario.
Es posible y deseable que tengan opciones de militancia política práctica en partidos políticos o en otro tipo de organizaciones democráticas. No obstante, la misma se contradice con la posibilidad de continuar ejerciendo libremente su tarea de pensar la política y la sociedad desde sus propios esquemas teóricos, ante la obligación de cumplimentar los requerimientos prácticos de la acción política y de la misma teoría político partidaria en versión oficial.
Si pretenden operar como intelectuales resistiendo la censura del partido o de la organización correspondiente no lo conseguirán. Tienen dos caminos: irse del partido o autocensurarse antes de ser censurados oficialmente, lo cual sería un bochorno y un retroceso en sus aspiraciones. De modo que lo que los intelectuales mejor hacen en los partidos políticos es: o callarse la boca, o decir lo que sus jefes quieren que digan.
La única alternativa a esto es ser él mismo, como intelectual, el fundador de su propio espacio político y su alma mater, algo realizable únicamente como pequeños partidos de izquierda. En este caso, inexorablemente llegará el momento en que él mismo se convierta en un stalinista frente a otros intelectuales que eventualmente recalen en su partido y osen discutir sus sesudas inspiraciones.
La organicidad de los intelectuales implica necesariamente crecientes grados de regimentación. En el peor de los casos se convertirán en soldados o en empleados públicos muy kafkianos en una versión conservadora y aceitada. Bajadores de línea deberían llamarse en tales condiciones de funcionamiento.
¿Por qué considerar que delegando la función de pensar por todos a unos pocos intelectuales la totalidad va a estar mejor protegida? Podríamos tomar en cuenta la lección que significó acatar la imposición de aquellos vigilantes temporarios y rotativos que un día, hace varios miles de años, no quisieron regresar a las mismas tareas que los demás y se convirtieron en especialistas permanentes de la vigilancia, el control, el dominio, etc, con los privilegios que ello les trajo aparejado.
¿Por qué no retener todos los integrantes de la sociedad el derecho a pensar y a ejercer el pensamiento activamente, educándonos para ello, en lugar de dejar que otros lo hagan por cada uno de nosotros, como si se tratara del contable que nos lleva la contabilidad de nuestros impuestos y nosotros nunca tomáramos vista de ellos? ¿Qué consecuencias tendría seguramente un comportamiento de este tipo? ¡Una defraudación segura que no supimos prever porque renunciamos a pensar, total el contable lo haría por nosotros! Mientras tanto dábamos por seguro que él (que es otro tipo de intelectual) tenía una gran capacidad intelectual merecedora de nuestra admiración, pero sobre todo y al mismo tiempo estaba comprometido con los mismos elevados valores que cada uno de nosotros decía sostener, y que él nos demostraba siendo generoso y ayudándonos a pagar menos de lo que debíamos al fisco. ¡Eso era estar a nuestro servicio!
Si en la vida real la complejidad de la burocracia estatal ha generado la formación de especialistas organizados en corporaciones, con intereses sobreagregados a los de cada uno de sus miembros, lo mismo ha sucedido con los intelectuales. Unos y otros comenzaron vendiéndonos un servicio que nosotros les pagábamos, y terminamos pagándoles un tributo sin poder disolver esa relación para reasumir nosotros mismos las tareas correspondientes. Porque también es cierto que no nos lo permiten, y nos llaman reaccionarios cuando lo intentamos.
La alternativa imaginaria que esbocé es democrática, aunque sea difícil, y nos reconduciría hacia los mejores sentimientos de sociabilidad que tenemos tan abandonados. Lo que hoy existe, en el mejor de los casos es paternalismo. Después de tantos siglos nos hemos vuelto como niños, después de dejar que la educación y la cultura quedaran bajo el control de los ilustrados.
También la corporación de los intelectuales fogonea el mito de su famosa criticidad, generadora del cliché del intelectual crítico, comprometido, insobornable.
No obstante, un mayor entrenamiento de la criticidad ejercida respecto a su objeto de crítica no es garantía de la corrección ni de la conveniencia social de sus conclusiones ni de las decisiones prácticas recomendadas. Es decir, sus propias críticas también deben ser criticadas. De hecho, cada vez que se produce una guerra, por ambos bandos intervienen intelectuales encargados de justificarla, que se asumen, se venden y son comprados como intelectuales "críticos", mientras otros trabajadores intelectuales e incluso el periodismo se encargan de bajar la línea oficial desde sus cátedras y usinas con los insumos teóricos suministrados por aquellos.
Los deberes del intelectual desde la visión de la izquierda constituyen, en realidad, el reflejo de una concepción totalitaria. Parten de la supuesta superior jerarquía de lo social sobre lo individual cuando la historia demuestra la presencia de ambas dimensiones en la condición humana y la necesidad y conveniencia de su realización equilibrada.
El mundo social no es ni superior ni más rico, ni mejor ni más bello que el mundo individual, y lo mismo sucede a la inversa, sin olvidar que ninguno existiría sin el otro pues ambos se interpenetran fundiéndose mutuamente.
Lo nefasto es partir de suprimir alguna de esas dimensiones humanas en base a concepciones ideológicas o políticas que se pretenden únicas representantes del Bien.
Otro elemento totalitario, colocado por encima de los ciudadanos y sostenido por los mecanismos represivos del Estado es el partido único que dice representar al Pueblo (con mayúscula). Este argumento es compartido por todas las formas de totalitarismo y de colectivismo. Pretender que, en consecuencia, el pensamiento de los intelectuales sea regimentado en orden a la línea del partido es suprimir la libertad de los integrantes del pueblo que se dice representar.
En los partidos marxistas las relaciones entre sus intelectuales y las correspondientes estructuras político partidarias han sido tradicionalmente regimentadas, y en los movimientos nacionales no marxistas como mínimo han sido altamente conflictivas. En ambos espacios, las estructuras partidarias han tenido un ejercicio del poder avasallante sobre sus respectivos intelectuales.
Las dirigencias políticas y el funcionariado a su servicio siempre han tendido a mirar por encima del hombro a los intelectuales con el preconcepto de que éstos son unos privilegiados que arriesgan muy poco y que por razones de moral revolucionaria, o como quiera llamársele, deberían abstenerse de marcar rumbos o ejercer ciertas críticas dirigidas a comportamientos de sectores sociales a los que aquellas prefieren halagar y "aprender de ellos" por "ser" éstos el fiel de la balanza de la revolución o de la causa".
Obviamente, una visión demagógica y mitificadora del pueblo (los pobres, los de abajo, las mayorías, los humildes, los incontaminados, ¡aquellos de quienes debemos aprender… para que nunca puedan gobernar! Esta manipulación de las representaciones ideológicas acerca del pueblo condicionaba en otros tiempos inexorablemente a los intelectuales que se autopercibían de izquierda. En la mayoría de los casos les generaba el complejo de inferioridad del pequeño burgués que los volvía acríticos, alcahuetes y aduladores como rasgo de obediencia partidaria debida.
Un ejemplo era su proletarización por el cargo de conciencia de su origen social, que los llevaba a disfrazarse de pobres y humildes, o su militarización para obtener mayor respetabilidad en su condición orgánica, so riesgo de perder inserción en el movimiento general y ante las tendencias derechistas internas de los sectores políticos y de acción aunque fungieran de izquierdistas, de modo de tener derecho a pegar un grito de vez en cuando. Y esto último no pensando tanto en su dignidad herida sino para halagar su narcisismo y su vanidad con la esperanza de saltar a la gloria y al renombre en vida, o para tener una estrella a su nombre en la avenida de los héroes, el día de mañana.
Toda "democracia" de partido único es esencialmente totalitaria y despótica, no necesitando ciudadanos sino robots. Ella es equivalente a la democracia pluripartidista cuando está anulado o impedido el rol de la oposición.
Las clásicas purgas de intelectuales siempre tuvieron un efecto disciplinador potencial sobre el pensamiento de los que en algún momento no habían sido alcanzados por ellas. Lo habitual era el acatamiento servil y la autocensura que imposibilitaban su autocrítica, a menos que se tratara de la autocrítica de los otros. Por otra parte, algunos documentos que ellos han llamado autocríticas del partido, por caso en Argentina, dan risa, cuando no lástima.
Al ser la relación orgánica entre el intelectual y su partido de dominación-subordinación, como reflejo del autoritarismo global de estas organizaciones, consiguientemente impregna de autoritarismo al intelectual que fogonea el mito del intelectual-soldado-apóstol de la causa a nombre de las masas, de los pueblos, o de la clase obrera.
Esas relaciones partido-militante, que son autoritarias por sus supuestos absolutistas que no admiten discusión u objeciones, convierten a un intelectual de izquierda en un dogmático que se apoya en otra clase de libros sagrados distintos a los de las grandes religiones pero equivalentes en sus capacidades de ser manipulados y manipuladores.
Los hombres, individualmente considerados, y las sociedades como totalidad, tienen un imperativo ético a perseguir en la búsqueda del equilibrio en todos los aspectos de la vida social, rechazando una concepción que imponga una determinada manera de pensar y de vivir en la que no existan individuos sino insectos, ni aunque todos fueran insectos iguales y nunca se cometiera ningún delito tan sólo porque se le tuviera terror a la "justicia". En definitiva, cualquier estado integrista, fundamentalista y totalitario, cualquiera fuera el ismo y la orientación considerada.
En nombre de nada ni de nadie, ni humano ni divino, se debe obligar a nadie a ser o comportarse como apóstol, mártir, abanderado, combatiente, antorcha, soldado, militante, etc.
Las formas y grados de amor o entrega al prójimo, después de cumplir las leyes de una sociedad realmente democrática y libre, deben quedar en la esfera de las decisiones y responsabilidades individuales. La entrega del amor a la humanidad representa la más plena exaltación del yo, pero si bien todos debemos amar por imperativo ético a nadie se puede obligar legalmente a hacerlo.
Por eso es asesinato matar indígenas por parte de Sendero Luminoso o camboyanos por Pol Pot, tanto como lo es regimentar seres humanos en la URSS o en China, Corea, Albania, Vietnam, Cuba o los países satélites en nombre de cualquier teoría o supuesto supremo bien social convertido en dogma religioso.
Y a estos asesinatos no los disculpan otros asesinatos de signo ideológico opuesto en el resto del mundo, ni ambos se compensan en consecuencia. Detrás de cada asesinato hay un asesino que debe ser encarcelado. "Si las izquierdas no están para condenar a las tiranías, ¿para qué están?", dijo un escritor que vive escondido. Tiene mucha razón, pero las izquierdas sólo condenan a las tiranías de derecha, nunca a las de izquierda.
En el mismo sentido, "Si algo es un crimen cuando es cometido contra nosotros también lo es cuando nosotros lo cometemos". Lo dijo un intelectual gurú de la izquierda norteamericana pensando en la guerra que lleva su gobierno contra Irak, pero sus admiradores de las diversas izquierdas del mundo, incluidas las argentinas, no lo registraron para no tener que aplicárselo al comandante Fidel.
Por eso defiendo la libertad total del intelectual tanto como la del resto de la sociedad, para que nadie se convierta en asesino contra su voluntad ni tenga que caer en el summum de la obsecuencia y la esclavitud que es heredar los odios ajenos, frase conmovedora que no sé quién la dijo pero me permito repetir.
La ética, como dimensión superior del pensamiento y del espíritu debe ser la brújula del intelectual y de la sociedad tratando de que ambos guarden con ella una distancia óptima. Cuando las sociedades adquieren conciencia de sus errores suelen descargar la furia por sus desviaciones éticas contra ciertos protagonistas particulares, especialmente contra algunos intelectuales, lo cual en ocasiones es correspondido por éstos.
Detrás de la ética, a los costados y por todas partes, tiene que estar el principio de responsabilidad individual y social, sin excepciones de ninguna clase y con los mismos costos a pagar.
Nada más vigente y correcto que aquello de que "mi libertad termina donde comienza la de los demás".
Un segundo para referirme a la organicidad en el movimiento peronista.
En sus filas la organicidad siempre ha sido muy "especial". Pensamiento libre y libertad no es propio de un movimiento vertical en ninguna parte ni en ninguna época, menos aun cuando Perón fue un militar intelectual o un intelectual militar, como se prefiera, pero la intelectualidad de Perón, que fue descomunal, fue profundamente constitutiva del Perón político, mucho más, a mi juicio, que su condición militar.
Con Perón en el Poder, para la mayoría de los peronistas no hacía falta otro intelectual. Los intelectuales fueron mirados con recelo en el seno de las estructuras partidarias -salvo que fueran nacionalistas católicos-, sobre todo si eran jóvenes. Por eso, en general fungieron como trofeos de exhibición o fueron directores de cotos cerrados en los campos educativos y culturales considerados en general "desde arriba" como lugares mínimos y hasta inexistentes donde no hacía falta tener masa crítica sino técnicos obedientes y reproductores. Tanto es así que en esos campos el peronismo no se transformó, fue conservador y al poco tiempo resultó atrasado por más que hubiera democratizado como nunca antes el acceso popular a los mismos.
Pero si los intelectuales osaban meter sus narices en el barro podían llegar a convertirse en "molestos", luego a ser motivo de desprecio y ostracismo, arriesgándose a ser declarados enemigos del pueblo y en consecuencia ajusticiados en nombre de éste.
Ser obsecuente, en cambio, siendo "intelectual", se premiaba formando parte de la nomenclatura, pero tan sólo para hablar y escribir sobre las biografías de la historia argentina, el arte clásico o la "cultura nacional", pero jamás de política nacional.
La "organicidad" de los intelectuales en el peronismo de la primera época era pura obsecuencia, pues consistía en acompañar y repetir didácticamente la doctrina y los discursos oficiales. De modo que la noción de progreso no era aplicada al desarrollo político ideológico del peronismo por ningún intelectual, siendo que ése era y es uno de los más legítimos espacios que puedan corresponder a un intelectual comprometido con la causa popular. Para conducir e interpretar, millones de peronistas contentos delegaban inconscientemente la misión al conductor; y otros millones de personas que no eran peronistas sólo podían discutir privadamente lo que una sola persona, un hombre providencial, dictaminaba.
Muchos intelectuales de fuste ya fallecidos son tenidos por peronistas emblemáticos y honran la vitrina peronista tan sólo por estar sin discutir nada. Pero otros llegaron a convertirse en intelectuales autónomos, coherentes y con tremenda honestidad intelectual, tan sólo por fuera del peronismo, y frecuentemente en su contra.
Luego, junto con la máxima libertad de hecho para procesar las tareas políticas de la llamada Resistencia Peronista, como correspondía a una expresión política tremendamente vital en esos momentos, pero bajo la omnipresente supervisión de su exiliado conductor, los desarrollos teóricos de la lucha política crecieron desde un primer momento en cantidad y profundidad ideológica al calor de los desafíos cotidianos de la lucha antioligárquica y antiimperialista y al resguardo de la distancia geográfica entre conductor y movimiento.
Con todo, y pese al necesario y a veces incomprensible juego político de Perón entre los distintos sectores internos del movimiento y sectores externos, hasta la llegada al Poder por segunda vez la lucha política dirigida por Perón tuvo constantemente una línea ascendente de progreso ideológico que se correspondía con un alza en las luchas antiimperialistas mundiales.
Ello permitió una primavera de los intelectuales peronistas que se interrumpió muy pronto a partir de 1973. Perón, el único, el conductor, recuperó el monopolio de la palabra que había perdido (y hábilmente consentido) durante la Resistencia. Y desde su visión anticipatoria de los giros que comenzaba a experimentar el mundo -y que nadie vislumbraba entre nosotros- dio un viraje estratégico que descolocó tanto a la inteligencia progresista como a la de extrema izquierda hasta llegar a ser representadas como la encarnación del Mal.
Independientemente de los diversos puntos de vista que se pongan en juego para discutir a Perón y al peronismo entre 1945 y 1976, toda experiencia política de masas con conductores, caudillos o líderes personalistas y providenciales podrá dejar marcas importantes en la historia de los pueblos, como ocurrió con aquél en punto a la histórica y nunca superada realización de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política durante una década, pero invariablemente desencadenará procesos negativos, como ocurrió también, y donde la corrección de los errores se ve imposibilitada desde las masas tanto como desde los intelectuales, acostumbrados a acatar por miedo y conveniencia, y en consecuencia a aprobar y justificar tanto de hecho como teóricamente todo lo actuado por el Único.
Durante la Resistencia, y como paliativo al complejo de culpa y de inferioridad frente a los obreros, que les valiera aquel famoso manifiesto del hartazgo contra ellos en los 40´s, como fue el "alpargatas sí, libros no", algunos intelectuales de izquierda, convencidos del pecado original de ser pequeñoburgueses, creyeron en cierta etapa de nuestra historia que debían disfrazarse de obreros y montoneros. Otra impostación y otra impostura.
No todos los herederos de la promiscuidad de la Unión Democrática de los 40´s cometieron el error de la "conversión" de los 70´s. Algunos persistieron en su recalcitrante odio pequeñoburgués asimilando ese hartazgo y potencialmente cualquier otro hartazgo popular al rechazo antiintelectual del nacional catolicismo español contra los intelectuales. Con lo cual, si eran liberales, comunistas o socialdemócratas ya no importaba, ¡total pensaban lo mismo: que el peronismo era irremediablemente fascista! Y ésa fue otra polémica para intelectuales que la gente nunca entendió ni atendió.
VI
LOS INTELECTUALES, LOS MM Y EL MERCADO
Sin duda, los intelectuales son buscados por los MM para escuchar sus diagnósticos en lo político, económico, social, cultural o artístico, y lo más ansiosamente anhelado por los distintos operadores públicos y privados: una prospectiva ideal acerca de la evolución futura del problema o las tensiones concretas o potenciales que cada situación encierra.
Los que cotizan su participación en el mercado comunicacional, y sobre todo en el de las industrias culturales en sentido amplio, no pueden menos que agradecer íntimamente la posibilidad de presentarse ante un público virtual cuyos límites y marcos no conocen en su totalidad, pero al que los MM les ayudarán a identificar y mensurar.
En todo caso, cuando nos ilustramos, leemos o conocemos, siempre existen dos operaciones produciéndose simultáneamente. Una, la del proceso cognitivo que nos incluye, y otra la de la realización de contenidos simbólicos como mercancías sobre variados formatos. La primera es la operación principal desde el punto de vista del conocimiento, pero para su efectivización se acompaña de la última operación, la cual desde el punto de vista económico es la operación principal, en tanto que la primera sólo es secundaria. Concluyendo provisoriamente, lo primero es vender. Y venderse accesoriamente.
Los MM convierten a los intelectuales vedettes necesariamente en mercancías del sistema. De modo que la interpelación misma, por las condiciones de su producción, es mercancía; luego, el contenido mismo y por último la cita que otros intelectuales y divulgadores hagan de sus palabras y de su nombre correrán la misma suerte, convirtiéndose simultáneamente el producto vendido en publicidad indirecta para la marca: es decir, para el intelectual de marras.
La cita, sobre todo, es un reaseguro contra el olvido de los MM, condicionados por el rating y otras formas de medición de popularidad. Pero también contra el olvido de los lectores. Y también un halago a la vanidad. Un intelectual con aspiraciones de permanencia y reconocimiento social debe ser citado por otros en alguna expresión que le pertenezca, o remitida su lectura a tal o cual fuente. Ello recoloca en el mercado y revaloriza a su autor aunque la cita efectuada por otro de un pasaje propio haya sido hecha para manifestarse en desacuerdo con su contenido.
También existe la cita de otros por parte de un intelectual que funciona como supuesto aval académico; o como signo de presunto rigor metodológico; o para tornar "respetable" una pavada, o varias; o bien para exorcisar "fantasmas". Pero muchísimas veces representa un paraguas abierto para disimular la falta de originalidad o la ausencia de tesis propia, o para hacer aparecer como legitimadores de su posición a los intelectuales citados. Sin el recurso a la cita, pueden hallarse dificultades para la venta de unas obras anémicas. Así, por lo menos, se convierten en valores de cambio a realizar en el mercado.
La oferta y la demanda de bienes ideológico políticos se realizan en el mercado en una franja consumidora restringida y selectiva de clase media y clase alta, cuyos integrantes se hallan ligados a los ámbitos académicos y artísticos de las grandes zonas urbanas y cosmopolitas.
La presencia de intelectuales entrevistados o de columnistas habituales se da con preferencia en los medios gráficos, diarios y revistas, y bastante menos en la televisión; en tanto que en las radios su presencia es inexistente.
En la televisión suelen aparecer en programas de entretenimiento como opinólogos, con escasas intervenciones sobre algún tema coyuntural, en medio de risas, jolgorio, chistes verdes e invitadas despechugadas. En general, los programas periodísticos de la televisión no disponen del tiempo suficiente ni de formatos adecuados para desarrollar entrevistas fructíferas a intelectuales que valgan la pena.
Finalmente, las librerías están llenas de libros de intelectuales "importantes" y de otros prescindibles. En general son comprados habitualmente por universitarios diplomados y estudiantes por exigencia de las cátedras que frecuentan, y luego, mucho menos, por integrantes de las clases medias. En todo caso, de este nivel para arriba.
Ello nos conecta con la cuestión de si porque sobre el intelectual opera una constante presión debe mantenerse con la boca abierta en todo momento dando testimonio.
En cierto sentido, la verborrea mediática se explica por la insistencia, el acoso, la persecución que los periodistas y conductores de programas ejercen sobre su ego fructificando sobre su reputación y su cotización. Esto último no se refiere sólo al cachet que eventualmente se les ofrezca por participar en un programa de televisión, sino a su cotización en el mercado de la superestructura cultural que es dispensador de otras formas de gratificación.
También es cierto que suele operar sobre ellos su propia autocensura y sus propios miedos, especialmente en momentos históricos de crisis o transición, lo que agudiza sus ansiedades de reconversión y su apresuramiento por anticipar sus nuevos reposicionamientos.
El arquetipo del intelectual conciencia de su época que llevamos visto, aquel que nunca debe callar, se halla muy difundido en los sectores medios, generando a los propios intelectuales constantes preocupaciones y dudas, como la de preguntarse "qué pensarán si no me expido ahora", lo cual indica no sólo miedos al presente sino especialmente al futuro, que puede ser menos controlable cuanto menos previsible sea, pues allí pueden aparecer imprevistos pases de facturas con acusaciones lapidarias de haber tenido silencios cobardes o cómplices con el Poder.
Así lo hace suponer la costumbre actual de reprochar a algunos intelectuales, por parte de otros con aspiraciones de reconocimiento, el no haberse pronunciado cuando sucedió esto o aquello. Los reflejos ya entrenados de muchos intelectuales y sus preocupaciones por no dejar resquicios sin rellenar los llevan en ciertos momentos a pronunciarse durante las 24 horas a favor o en contra de esto y aquello, o de tal o cual. Tanto que a veces se les agotan las palabras y sus pretendidos mensajes se tornan indescifrables.
Si se mira el asunto desde otro enfoque se podrá apreciar que están realizando una mayor inversión de tiempo profesional dedicada a publicitar bienes intelectuales a término o ya lanzados al mercado. Y ése sería un aspecto positivo para ellos, o compensatorio, pese al agotamiento que pueda producirles tanto ajetreo cotidiano por los MM, generalmente y casi exclusivamente ubicados en la ciudad de Buenos Aires.
La entrevista no sólo les permite crear información sino fundamentalmente obtener identidad, registro, instalación mediática, demanda, cotización y ventas con mayor rapidez y efectividad que el tiempo que insumen los circuitos económicos de, por ej., la industria del libro cuando no pasan previamente por los MM sino que aparecen posteriormente.
Por eso es tan frecuente que los intelectuales solicitados por los MM, al ser entrevistados por éstos se manden de una vez reproduciendo los tics que los caracterizan en nuestro país: el más frecuente de los cuales es su imprescindible y previsible pronunciamiento en contra del gobierno de turno luego de uno o dos años desde su instalación, mientras esperan obtener certezas en cuanto a su rumbo, y en todo momento despotricando contra el mercado in totum, siendo que ellos –como cualquier persona- viven en el mercado, por el mercado y para el mercado, por más que la mayoría de ellos funja de socialistas de izquierda o de revolucionarios.
Existe un marketing izquierdoso que aceita y vende y al cual se someten voluntariamente sin reparos muchos intelectuales por necesidad de supervivencia en el mercado. En esa orientación se halla implícito que deben adoptar una posición coyuntural como es su oposición abierta y militante a la globalización neoliberal. Hoy constituye un consenso tácito la admisión de este alineamiento como el primer deber de todo intelectual, sin olvidar su carácter antimperialista.
Si es cierto que los MM los presionan en tiempos de crisis haciéndoles creer que la sociedad está pendiente de ellos, también lo es que ellos hacen fila en los MM precisamente porque hay una crisis instalada, y más que instalada reconocida. ¿Motivaciones? Prohibido ser ingenuos: primeramente es una oportunidad laboral y no la van a dejar pasar; en segundo lugar, lo que dirán no es directamente lo que creen, piensan y sienten de verdad, sino lo que les conviene para no correr riesgos con el sistema real del Poder y los multimedios, más allá de los medios particulares que los entrevisten.
Igual que sucede con todo hombre público o con reconocimiento público que participa en los MM, los intelectuales se caracterizan por su eclecticismo y sus desplantes aparentemente inocentes y sinceros, cuando en realidad son parte de la hipocresía sistémica que nadie en general que tenga reputación, carrera y aspiraciones, intentará contradecir y menos aún revertir.
Los intelectuales están en los MM y demás espacios del campo privado y de la esfera estatal a la pesca de recursos, como buenos cazadores–recolectores que son –y depredadores- antes que productores.
Cualquiera sea su carrera profesional pueden obtener cargos de docencia universitaria, o ser funcionarios políticos, o de planta permanente en todos los ministerios de la nación, de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal, y después en las provincias más cercanas. Además, muchísimos ocupan cargos políticos electivos en los poderes ejecutivo y legislativo y otros muchos en los poderes judiciales de esas jurisdicciones.
De modo que oportunidades laborales no les faltan. Y eso sin hablar de los negocios que pueden y suelen hacer con el Estado, por sí, por interpósita persona, o a través de fundaciones, consultoras u ONGs. Éstas últimas les permiten venderse y vender asesoramientos a organismos públicos y privados del país o internacionales, lo mismo que a empresas de esos mismo ámbitos. En este caso, pueden comenzar con conferencias por las cuales percibirán entre veinte y cincuenta mil dólares los del nivel B y entre cincuenta y cien mil los del nivel A o de mayor fama internacional, generalmente ex presidentes de países, ex ministros, ex funcionarios economistas famosos, etc. Y para determinadas republiquetas pueden venderles asesoramientos integrales por medio de equipos de intelectuales altamente especializados.
Y si afinamos más todavía, pueden obtener jugosas participaciones como lobbystas en los procesos de privatizaciones de empresas, como los argentinos hemos comprobado, tanto en calidad de víctimas como de victimarios. Ésta es, definitivamente, la mayor sofisticación profesional de los intelectuales, sin importar si son de derecha o de izquierda, o si lo fueron y ya no lo son.
VII
MEDIÁTICOS Y ANTISISTEMA
El mito del compromiso de los intelectuales refiere que es propio de su actitud rebelde e inquieta no sujetarse a normas ni formalidades que se tornen constrictoras para su pensamiento. En los hechos ocurre con demasiado abundancia justamente lo contrario.
Más allá de las impertinencias habituales que suelen caracterizarlos por donde pasen, y que en general componen el marco de una estética nacida de sus íntimas tendencias narcisistas y egotistas, los intelectuales establecen conclusiones y las ofrecen al consumo en la forma de generalizaciones y modelos de interpretación. Ellas circulan por el sistema cultural educativo y el mercado las difunde hasta el hartazgo convirtiéndolas al cabo de un tiempo en conocimientos cotidianos, obviamente sintetizados y simplificados, que se instalan con mayor o menor presencia, coherencia y profundidad en determinados niveles de los múltiples imaginarios sociales.
Pero no todos los interrogantes ni todas las respuestas son formuladas necesariamente por los intelectuales de mercado, al igual que sucede con los comunicadores o los periodistas más o menos "independientes".
La relación del Estado presionando a los MM con el otorgamiento de publicidad y la habitual reacción de sometimiento de éstos a sus órdenes y deseos es equivalente a la relación entre los MM presionando a los intelectuales con su poder de otorgar reconocimiento y el habitual sometimiento y adaptación de éstos a las reglas del juego.
Por eso, los intelectuales hablan y escriben sobre una agenda en cuyo establecimiento tienen muy poca decisión real, sobre todo los de izquierda. La agenda pública del pensamiento y la cultura es configurada y/o canalizada por los MM al igual que cualquier otra agenda social; obviamente, pero con la aceptación implícita de los intelectuales.
En definitiva, no tienen suficiente peso para influir en las decisiones sobre las demandas reales ni operan sobre las prioridades de los sectores mayoritarios sino sobre la demanda de los MM que luego se convertirá en la oferta social en torno a la cual giren las manifestaciones y expresiones de los distintos sectores sociales. En consecuencia, sus productos ideológicos y científicos se realizan en el mercado como valores de cambio sacrificando sus valores de uso o precisamente por tener falsos valores de uso.
Que los intelectuales estén atentos a la agenda-oferta mercantil de la cultura y no la dejen pasar sin expedirse sobre ella puede confundir a muchos respecto a que los intelectuales deben ser la conciencia de su época. Lo cual es una frase hecha que oculta la verdad de sus comportamientos reales en una sociedad como la nuestra en la actualidad.
Actualmente no hay agenda por fuera de los MM y las industrias culturales, de modo que si los intelectuales de izquierda pretendieran ser realmente la conciencia de esta época no tendrían mayor oportunidad de ser escuchados y conocidos a través de aquellos. De todos modos, ello pondría a prueba sus verdaderas capacidades para enfrentar el desafío de su exclusión y el eventual aislamiento de las masas. Jamás la inaccesibilidad a los MM de cada época fue obstáculo para que hicieran conocer sus pensamientos, ya fueran intelectuales "orgánicos" o independientes.
Sin embargo, la alternativa de reducir la circulación de su producción crítica a circuitos underground podrá ser muy encomiable si se quiere, pero su escasa difusión la hará prácticamente inexistente, y una antología de trabajos post mortem no cambiará la realidad de su desconocimiento concreto en el momento en que hacía falta que fueran conocidos. En tanto que su conocimiento posterior ya estará fuera de época para otros hombres del futuro que tendrán una realidad distinta.
Si a ello se añaden los escrúpulos de no contaminación que suelen llevar a algunos intelectuales –no demasiados por cierto- a renunciar anticipadamente a participar en los medios más caracterizados del Poder, es obvio que las posibilidades de que aquellos que son de izquierda sean conocidos con cierto nivel de profundidad son bastante escasas.
¿Por qué no pensar entonces con más sentido práctico? Por empezar, esa restricción o falta de oportunidades con que los intelectuales de izquierda aducen encontrarse constantemente, y que motiva furibundos dicterios de su parte hacia el sistema por ser una expresión no democrática de una minoría poderosa, no puede hacerles perder de vista ni a ellos ni a nadie que ellos también constituyen una minoría, y que si no tienen más poder es porque tampoco la sociedad se lo concede. ¿Deberíamos reprochar a la sociedad su incapacidad para reconocer en la izquierda sus oportunidades de salvación? Mmm… ¡otra vez!
Que los intelectuales de las minorías pretendan ser las conciencias de su época no es convincente. Particularmente, esa tarea es tremendamente difícil hasta para los mejores intelectuales de las mayorías, así que con más razón considérese su imposibilidad por parte de las izquierdas clásicas de Argentina.
En consecuencia, la atribuida reputación de intelectual mediático, aplicada con sentido peyorativo a ciertos intelectuales con amplia llegada al público a través de la televisión, por parte de otros intelectuales que no lo son, o no quieren serlo, o no pueden serlo, y que es tomada colectivamente y multiplicada ad infinitum como una condena insalvable, es un mecanismo poco serio de la competencia entre intelectuales que no toma en cuenta al público y sus necesidades y curiosidades sino precisamente las peripecias competitivas de aquellos.
La carga despectiva y condenatoria de aquella expresión, equivalente a la condición de cipayo para algunos espíritus afiebrados, es no sólo exagerada sino hasta estúpida. Por cierto, no desconozco ni aligero la crítica ya vieja a los MM y sus mecanismos y fines de dominación cultural, pero salvo que se viva bajo una dictadura o en una sociedad sólo aparentemente democrática, sobre todo en materia de libertades de expresión y de prensa, siempre quedarán resquicios por donde los intelectuales antisistema podrían tener una bocina de difusión en los grandes medios. Pero aunque así no fuera, tendrían siempre a mano la posibilidad de crear sus propios medios y circuitos, convencionales o no, para la difusión de sus ideas.
En realidad, como es cierto y probado el frecuente traspaso de filas de algunos intelectuales por comprensibles razones laborales, tienen los reflejos listos para evitar ser confundidos con intelectuales mercenarios. El problema con esta última caracterización es que tome estado público, puesto que si se les garantizara reserva, a la mayoría de ellos no le preocuparía demasiado. En suma, ellos mismos son los responsables de esta restricción: si según ellos el sistema es perverso es lógico que todo esté contaminado y que no quieran contraer ninguna enfermedad por esa vía.
Probablemente alguien insista aquí en privilegiar la organicidad de los intelectuales antisistema en relación a los MM del sistema. Pero uno debe preguntarse, ¿no cabe la posibilidad de tener productos mediáticos contestatarios que sean exitosos y que simultáneamente contemplen los requerimientos de la racionalidad económica? En muchos países eso tiene lugar. ¿Por qué no entre nosotros?
Puesto que el mercado tiene su lógica, o sea sus principios, y fundamentalmente sus intereses, cosa no desconocida por los intelectuales, su presencia en el mismo podrá ser del tipo adaptativa con las defensas bajas, o resistente con la guardia en alto.
Mientras la primera es una situación de dominio y gradual entrega sin mayor resistencia a los MM, incluyendo la posibilidad de una rendición incondicional, la segunda es una situación en la que sin patear el tablero un intelectual determina aunque sea en parte el sentido de ciertas jugadas personalizadas que le permitirían una instalación más adelante, por más que debiera entregar algunas piezas ante el inexorable avance enemigo.
Ésta es una actitud inteligente. En cambio, la de patear el tablero es una actitud de rendición por más que se pueda vestir de coherencia, altivez, orgullo, resistencia, etc. O se está en el mercado o no se está. Y el mercado ofrece resquicios y ventajas para jugar inteligentemente en él desde posiciones contestatarias.
En consecuencia, no sólo no es reprochable la inserción de los intelectuales en la lógica del mercado (en el cual de hecho siempre están por más cara de combativos que luzcan) sino que se vuelve necesaria de acuerdo a las condiciones de esta época.
Por otra parte, estar en el mercado no es un pecado social como está de moda pregonar de acuerdo a los cánones de la ideología-religión que abona la teoría crítica al uso.
Y de hecho existen en nuestro país abundante cantidad de revistas y diarios, amén de editoriales, que publican constantemente trabajos de intelectuales de izquierda, y sólo de ellos, que tienen larga existencia en el mercado y cuyas tiradas suelen agotarse. De modo que no las tienen todas en contra en ese aspecto.
Los MM no deben ser eliminados para que la humanidad viva mejor o más democráticamente. Por el contrario, puesto que el desarrollo científico-tecnológico es siempre bienvenido -considerar lo contrario sería ser primitivista- podrá ser utilizado para el bien común si quienes tienen poder decisorio sobre ellos así lo quieren.
Otra versión del mito de los intelectuales es su supuesta función de valientes defensores de la humanidad, despojados de egoísmo, capaces de llegar al martirologio en su capacidad de entrega al prójimo. Sin embargo, lo contrario es lo habitual, es decir, lo habitual de los intelectuales es hacer lo políticamente correcto, en el sentido que últimamente posee esta frase. O sea, todo lo contrario del Quijote.
El mercado dispensador de premios y halagos fortalece las tendencias y las habilidades especulativas de los intelectuales de esta clase. Por eso es posible reconocer su carácter acomodaticio, su autocensura, su prudencia superlativa en ciertos ámbitos.
No debemos olvidar que en el mercado, cualquiera sea el bien a transar, frente a alguien que compra y que paga siempre hay alguien que vende y cobra.
Por lo general, los intelectuales hacen gala de su capacidad para estar simultáneamente ligados a dos paradigmas éticos opuestos que se expresan a nivel de praxis y de discurso. Esto no significa cargarles las tintas; a ellos les pasa ni más ni menos que lo que le sucede a cualquier ser humano. No recordar esto sería mitificar una vez más al pueblo o a alguno de sus componentes.
Es comprensible que esta posición pueda parecer dura puesto que uno nace, crece, se reproduce y muere en la creencia de que los intelectuales son ángeles de la guarda, no de cada uno sino de la sociedad en su conjunto. Siendo así, uno viene a ser un disolvente social cuestionable por izquierda y por derecha pues el mito se asienta sobre dos patas diametralmente opuestas: el poder y la oposición, cuyas reales características sólo pueden ser comprendidas situando el análisis histórico en nuestra realidad concreta y superando el teoricismo inconducente que tiene lugar en nuestra fantástica realidad.
¿Quiénes leen entonces la obra de los intelectuales? Otros intelectuales en principio; luego, periodistas, comunicadores y opinólogos; finalmente los estudiantes universitarios. Un conjunto reducido de la sociedad total, vinculado a su superestructura cultural como productores y consumidores de bienes simbólicos.
LA INFLUENCIA DE LOS INTELECTUALES
Una pregunta previsible es la referida al grado de influencia que ejercen los intelectuales en la sociedad.
Un tipo de influencia es la ejercida profesionalmente, con paga o sin ella, directamente sobre sus patrones, contratantes, o jefes políticos por medio de bienes y servicios intelectuales. Esta influencia siempre existe a tenor de su secular presencia en los espacios del Poder, y de los consiguientes presupuestos ideológicos compartidos entre ambos.
La otra clase de influencia es la ejercida directamente sobre la sociedad.
En principio, cabe decir que la respuesta es relativa a la diversidad de tiempos y lugares, de climas y sensaciones de época, de distancias entre los intelectuales y sus sociedades, de las ideas que se consideren, de las formas de su difusión y popularidad, del grado de receptividad de la sociedad a los cambios, de la oportunidad justa, del prestigio y del carisma de los intelectuales involucrados, etc, etc.
Pero sin duda, en ello ha de tener singular importancia la utilización de los Mass Media y las técnicas de inducción comunicativa y publicitaria. Mediatizados por las industrias culturales y especialmente por la cultura massmediática en los marcos del mercado capitalista, influyen de diversas maneras sobre las personas distorsionando su percepción de la realidad y la de ellos mismos.
En primer lugar, los MM procesan en dos vías (del Medio al público y viceversa) la instalación "mediática" de ciertos intelectuales, lo que representa en determinado momento su grado de popularidad.
¿Qué indica esta popularidad respecto de un intelectual concreto? El grado de difusión de su identidad y la forma de identidad difundida, es decir, el grado de instalación de la misma en el público y el tipo de apropiación presunto de su mensaje o su obra.
Es decir, para saber que existe un intelectual de nombre X no es necesario haber leído algo de su producción escrita, que es donde su pensamiento se habrá vertido en forma sistemática en torno a los asuntos que ha tratado.
El "conocimiento" de un intelectual a través de los MM no suele ser efectivo ni suficiente por esa vía. Frecuentemente lo que los MM aportan al público constituye una forma desviada de su verdadero pensamiento.
Este conocimiento superficial que brindan los MM no significa negar a sus mensajes la posibilidad de influir en el público y en la sociedad. En todo caso, lo que hay que desentrañar son las modalidades, los alcances y el valor de su influencia en cada situación. Y lo que aplicamos aquí a los intelectuales es similar a lo que sucede con otros sectores y protagonistas sociales, por ej., con los políticos o los religiosos con cierto grado de instalación de sus identidades, con los cuales es posible diferenciar entre su conocimiento referencial y el conocimiento más o menos amplio y profundo de su pensamiento, por ej., sus concepciones políticas, sus intenciones y sus propuestas de gobierno o bien sus concepciones religiosas, sus orientaciones espirituales o su vida práctica, respectivamente.
Así es posible utilizar a los MM para construir perfiles de "compromiso", de "abnegación" y de "entrega" de ciertos individuos para con integrantes de grupos marginados o vulnerables, de modo que si eventualmente se descubren posibles contradicciones entre sus conductas pública y privada la opinión pública se resistirá a creer ciertas informaciones desfavorables a aquellos en base a su supuesta inmoralidad o ilegalidad, siendo en esos casos la reacción generalmente de encendida defensa y protección.
Sobre todo, ello funciona tratándose de los famosos, los grandes, o los de arriba, pues en estos casos la opinión se divide, se retrae, suspende sus juicios, y hasta puede caer en contradicciones que la sitúen moralmente respaldando indirectamente una conducta abominable.
Lo mismo pasa con los intelectuales: sus perfiles mediáticos pueden ir por sendas contrarias a su verdadero pensamiento cuando los MM pretenden o necesitan neutralizarlos, o amenguar su radicalismo.
No obstante, la influencia de los intelectuales también llega más allá del reducido círculo de los lectores de su obra, por más que sea esencialmente distinta.
Haciendo un paralelo y salvadas las distancias, lo dicho equivale a la popularidad de Jesucristo y a su influencia en la humanidad y en cada individuo, independientemente del conocimiento de su pensamiento que ofrece la Biblia, la obra escrita más famosa y con mayor número de ejemplares publicados en la historia, y sin embargo una de las menos conocidas en proporción a dicha magnitud.
Por lo tanto, el motor de la popularidad es la publicidad, especialmente la que otorga la industria audiovisual.
La popularidad, como la publicidad, también promueve el consumo de los bienes intelectuales permitiendo apropiaciones de contenido de éstos con carácter más profundo e intenso en círculos poco extensos.
Pero también facilita una irradiación positiva de sugestiones y representaciones populares, aún superficiales, como fruto de valoraciones sociales producidas en torno a las figuras de ciertos intelectuales. Por ejemplo, las representaciones populares acerca de Mahatma Gandhi se basan fundamentalmente en la idea de pacifismo y no violencia, y no van mucho más allá de eso, pese a lo cual la asociación de esas dos ideas fuerza con aquel nombre pueden constituir -y de hecho ha sido así en muchos momentos y lugares- una poderosa agregación de energías que han posibilitado dejar determinadas huellas en la acción política y social.
Por cierto, aquí también se ponen a consideración las reales posibilidades de acceso social a los bienes culturales, en este caso filtrados por los MM y por los estereotipos desparramados.
En la época de los discos de vinilo, muchos jóvenes de escasos recursos económicos adquirían un ligero conocimiento de la música y los artistas internacionales de moda leyendo los textos de los sobres que contenían aquellos discos. Hoy aprenden un minimum de literatura recorriendo las mesas y anaqueles de las librerías. Y en los dos ejemplos, cantante y escritor se instalaban masivamente en las mentes juveniles induciéndolas a comprarlos.
Esa cultura de síntesis minimalista ha sido y es criticada y despreciada, pese a constituir una puerta abierta al conocimiento para muchas personas, tal vez la única que se les ofrece. Ciertamente, lo que se vende ante todo es la publicidad sobre la obra y masivamente se "compra" mucho más que la obra.
Más de un premio Nóbel era absolutamente desconocido en Argentina al momento de su consagración, y sin embargo, en un par de años se volvió popular y las clases medias retuvieron su nombre y de acuerdo a una publicidad sintética para peatones lo clasificaron en el casillero de las ideas políticas en circulación. Una vez llegado a esos albergues, es más fácil que se produzca o aparezca el interés individual multiplicado socialmente por leer y aprender sobre un determinado autor fashion.
Resumiendo, si bien la popularidad de los intelectuales es amplificada cuando pasa por los MM, es decir, si bien resulta ensanchada, se corresponde generalmente con una exigüidad en espesor, en conocimiento sustantivo de sus obras.
Sin embargo, entiéndase bien, su influencia es sin duda mucho mayor si tomamos en cuenta una larga lista de actividades donde los intelectuales verifican su presencia: la docencia e investigación superior, especialmente universitaria; el asesoramiento, lobby, la dirección ejecutiva o liderazgo en organizaciones públicas y privadas, nacionales e internacionales; el funcionariado político; la dirección y representación político partidaria; y especialmente la producción, conducción y creación de bienes simbólicos en las industrias culturales.
Y si bien los intelectuales ya no son los intocables de otras épocas, es decir, ya no se toma por moneda de buena ley todo lo que escriben y lo que dicen, ni se cree a pie juntillas en la infalibilidad de sus oráculos, sus productos intelectuales circulan, como acabamos de ver, en espacios más amplios que la clásica cátedra universitaria o el libro.
En esas actividades se crean bienes ideológico culturales y servicios que al realizarse en el mercado representan magnitudes de valor económico. En general, ellas constituyen oportunidades de influencia mucho más amplias que las que pueden canalizar los MM.
Lo que tienen en común todas ellas es que, a diferencia de los MM, la influencia de los intelectuales no opera directamente sobre el público o las masas sino sobre la oreja de otros con cierto grado de poder -cualquiera sea la índole de éste-, que suelen demandar sus servicios.
En la vida política, los hombres políticos -intelectuales o no- los requieren para la fachada de la gestión ejecutiva y para consultarlos de vez en cuando, siendo raros los casos en que un intelectual ocupa posiciones de relevancia al interior de un partido político precisamente por sus ideas. Por lo menos no es común en América latina en el espectro del centro, en tanto que la derecha está más representada por políticos, empresarios e intelectuales, y la izquierda por militantes intelectuales, o sea cuadros políticos intelectuales.
De todos modos, la propaganda política de los partidos políticos de mayor peso suele ser producida y/o supervisada por intelectuales comunicadores y no meramente militantes políticos, del mismo modo que los discursos destinados a consumidores específicos, por ejemplo para el mundo universitario y sus organizaciones políticas, para el mundo sindical, agropecuario, o industrial, etc. Sin olvidar los obligados discursos de inauguraciones o de campaña de los políticos, generalmente hechos por intelectuales.
Donde no suelen tener presencia directa ni influencia real es en la vida interna de los grandes partidos políticos, en los que a menudo son rechazados. En ellos el biorritmo intelectual lo fijan los dirigentes políticos. Sin embargo, existen áreas temáticas de principios y de gestión dónde sin intelectuales al frente aquellos no pueden hacer nada: son las de cultura y educación, donde volcarán generalmente diagnósticos, planes y programas de gestión, y de vez en cuando los consabidos proyectos de reformas educativas.
En consecuencia, por más que estén lejos de tener una relación directa de conducción u orientación sobre las masas o los sectores mayoritarios, sus vínculos y su influencia sobre los dirigentes y militantes partidarios y los sectores de la habitualmente llamada pequeña burguesía cultural, así como sobre otros demandantes institucionales y privados es estratégicamente considerable si se piensa que los intelectuales tienen suficiente letra para desarrollar la crítica al sistema existente, así como para diseñar el programa de una revolución desde la creación de la teoría crítica necesaria hasta los sucesivos pasos de su ejecución, o bien para hacer exactamente lo contrario: es decir, sostener, convalidar y legitimar el estado de cosas existente.
CULTURA MEDIÁTICA. ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
Si bien la cultura massmediática constituye el corazón del actual sistema capitalista, posee una fundamental conexión al "cerebro" de éste último. De modo que hay abundante tela para cortar por parte de la crítica, como de hecho viene sucediendo en el mundo desde hace más de cincuenta años, al punto de configurar una especialidad de los estudios sociales.
Sin embargo, la mayoría de quienes atacan la producción cultural que circula producida o recreada por los MM lo hacen a través de éstos mismos y no desde la vereda de enfrente. Razón demás para admitir que aunque más no fuera por la mera posibilidad de canalizar dosificadamente esas críticas, los MM (y principalmente la televisión) permiten aportes útiles al pensamiento crítico alineado a los procesos de democratización de la sociedad. Y eso representa un paso adelante, sobre todo porque en la actualidad la accesibilidad social a la información de cualquier signo ideológico es muchísimo mayor, lo mismo que la capacidad de respuesta e interacción con los MM.
La cultura mediática establece una relación contradictoria como todas las relaciones sociales con el proceso mundial de democratización y acceso a la educación y la cultura: consolida el disciplinamiento, control, producción, ficcionalización del pensamiento y la realidad a través de la distribución vertical del conocimiento, y al mismo tiempo corporiza, identifica y da entidad a cierta clase de mensajes y tendencias de la sociedad, aunque no a todas, a través de los cuales ésta se muestra.
De modo que el problema principal no es la cultura mediática, que es un dato de estos tiempos, sino sus múltiples aportes y sentidos concretos, tan contradictorios cada vez más. Así que la cultura mediática puede servir tanto a un amo como a su enemigo, del mismo modo que el aparato educativo puede servir para la liberación como para la dominación. El hecho de que generalmente esté sirviendo a esta última deriva de las condiciones monopólicas de su funcionamiento y subsiguientemente, de la imposición de una determinada, única y excluyente concepción de sus fines y sus medios.
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