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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 6)

Enviado por cschulmaister


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XIV

LA ORIGINALIDAD Y LA CREACIÓN

¿La creación intelectual debe ser absolutamente original o novedosa, o puede valerse de las creaciones ajenas?

Ningún creador es totalmente original, y aquél que se proponga llegar a serlo difícilmente lo logrará.

La impresionante masa de palabras, ideas, conceptos, teorías, sistemas y paradigmas que han existido en todos los tiempos históricos llenarían el espacio sideral si se materializaran. Consideradas en su totalidad constituyen una estructura compuesta de infinitesimales partes que alguna vez han sido originales, a las cuales la evolución de la humanidad las fue sedimentando de modo de configurar en cada presente un piso sobre el que se asentaron nuevas creaciones y descubrimientos en los sucesivos futuros.

El pensamiento es resultado de los signos externos que recibimos y de su maduración y ejercicio en nuestras mentes, pero el conocimiento de algo no vincula automáticamente con lo desconocido próximo e inminente que una secuencia lineal prefigure.

La originalidad no es un insumo que se busque, se compre o se obtenga y se ponga a producir; por el contrario, es una azarosa posibilidad. Es un clic de las neuronas, un chispazo o una llama; un fruto del azar o una suma de felices combinaciones.

La historia humana de más de cuatro millones de años está llena de creación, es decir, subjetividad y originalidad, aunque ésta última convierta a cada creador en propietario absoluto de ella por el tiempo que dura un imperceptible instante en la noche de los tiempos y al instante siguiente el fruto de su creación pase a ser propiedad de la humanidad por toda la eternidad.

La mayoría de las creaciones que alguna vez fueron originales, aunque más no fuera en alguna pequeña porción, se tornan más sencillas y básicas cuanto más antiguas son, mientras que otras, a pesar del transcurso del tiempo, continúan provocando exquisitas resonancias en sus moldes originarios y por lo mismo haciendo perdurar el nombre de sus creadores.

Éstas últimas son principalmente las creaciones artísticas, las que al revivir por medio de una nueva apreciación posterior en el tiempo, pueden hacernos vibrar en una cuerda sensible común a su creador y a nosotros mismos por lo que ambos tenemos de común mientras simultáneamente somos distintos y singulares.

Ello es el reflejo de lo que pasa en la vida y en la historia: la condición humana es una y simple y múltiple y compleja a la vez. Las preguntas básicas del hombre son siempre las mismas pero a cada instante surgen nuevas formas de responderlas que empalidecen a las viejas.

De modo que este mundo actual, globalizado y posmoderno, novedoso y original, es el mismo mundo donde vivieron otros hombres muy parecidos a nosotros en lo fundamental. Entonces, ¿podremos asegurar que todo lo que hoy consideramos una idea original lo sea realmente? Creo que nunca lo sabremos del todo para todas las ideas, incluso para las más complejas y actuales.

Así, la originalidad no parece tan importante, dada su efímera duración. A fin de cuentas todo nos viene del pasado, y si queremos complejizar más todavía esta elucubración todo nos viene de la tierra, que nos da el pan. ¿Serán las ideas tan ajenas a la naturaleza como parece?

Lo que sí puede reconocerse a la originalidad es su misterio, su reconditez, equivalente al perfume de las flores. Los perfumes son efímeros e invisibles, aunque tan hermosos o más que las flores de las que emanan. En cambio las flores duran una vida, a la escala de las flores. Y en una vida humana caben muchas potenciales vidas de flores con sus respectivos momentos de irradiación de sus perfumes.

Por eso el hombre, como un jardinero, busca los perfumes en cualquier cosa tangible o intangible, y así como una vez que conozca la belleza de un perfume lo guardará en la memoria de las fragancias, cuando lo seduzca la fascinante línea de un verso de un poeta cualquiera lo albergará en la memoria de las sugestiones.

Así como el perfume de una rosa -aunque se trate siempre de una rosa distinta- lo llenará de placer y de bien cada vez que la huela, y le permitirá conservar la memoria del perfume de las rosas, la belleza de un pensamiento reaparecerá cada vez que sea exhumado y se afincará más raigalmente en su memoria de ideas.

Y por más que el tiempo haga olvidar la intensidad de las sensaciones experimentadas en ambos casos, cada nuevo acto lo ligará a ese fondo misterioso que tienen la rosa, su perfume y la poesía, es decir, ¡la belleza!

La belleza es uno de los bastones de la memoria, y ésta un camino y una meta para el pensamiento. Pero, ¿dónde reside la belleza del pensamiento no poético? Desde ya que no en la cadencia rítmica, ni en la eufonía de las palabras, ni en la sugestión de las pausas, por señalar algunas virtualidades de la poesía.

¿Cuál es el perfume de la creación? ¿Dónde reside su originalidad?

Habitualmente pensamos en ella como en lo novedoso; en rigor de verdad, en lo que creemos novedoso. Pero la originalidad es la combinación de una suma de cualidades y factores, entre otras, oportunidad, pertinencia, justeza y justicia, precisión, verdad, singularidad y contexto, claridad, extensión y profundidad de una palabra, una frase, un ejemplo o una formulación discursiva.

Ellas marcarán la diferencia de apreciación de la potencial originalidad de una proposición o de un conjunto de ellas surgidas en tiempos y lugares diferentes, en situaciones particulares, y por medio de creadores distintos.

Así considerada, la originalidad sería relativa y nunca absoluta. Relativa a aquél que la sepa apreciar más que al creador circunstancial. Cuando Amiel decía que el paisaje es un estado del alma quería significar que el paisaje está en el alma.

En consecuencia, la originalidad de un creador, cuando existe, surge en él con la endeblez y la potencia de la semilla, pero sólo fructificará como planta con un destino de fruto, de flor y de sombra cuando los lectores, o quizá sólo uno entre muchos posibles, coman de ella, humedezcan sus labios o huelan su aroma en el molde de un relato, sintiéndose representados por éste.

Cuando esto sucede, se cierra el circuito de la creación. El creador original ha atrapado al apreciador atemporal, pero éste se ha convertido en un nuevo demiurgo que ha hecho suya la obra haciéndola volar a través del tiempo y del espacio y reviviéndola por intermedio de un pasaje empírico dialéctico entre dos creadores que nunca se conocieron directamente.

La originalidad, como el valor, siempre depende de los otros. En este caso, consiste en sentirse representado y reflejado en un espejo de palabras e ideas, o en hallar resonancias de nuestras certezas y luces tanto como de nuestras dudas, nuestras sombras y nuestras incomodidades.

A todo esto, ¿qué sucede en la vida real con los intelectuales de las ciencias sociales en cuanto a la originalidad? De hecho su práctica tiene determinadas características.

A primera vista se observa una frecuentación habitual del pensamiento abstracto y de alta teoría en moldes de alta formalización. Ello es propio de su condición de intelectuales con formación científica. Consiguientemente, la existencia de un lenguaje técnico científico habrá de ser la malla básica sobre la que se articulará la posibilidad de su apropiación y comprensión por parte de otros intelectuales.

Por encima de ello, las posibilidades de plasmar en el texto la singularidad y la subjetividad del intelectual son innumerables, pero éstas no constituyen el reflejo automático de la personalidad de un autor. Las formas de organización del discurso, lo mismo que el estilo, obedecen a características particulares de un intelectual, en relación a su formación académica, sus lecturas, sus dones o talentos, las influencias, etc, etc, pero también pueden ser fruto de deliberadas intenciones y planeamientos.

Entiéndase bien, no sólo de legítimos esfuerzos en busca de ser mejor comprendido por un lector, y en consecuencia por muchos potenciales lectores. También pueden deberse a la adaptación a las exigencias explícitas o tácitas del mercado.

En este sentido, la experiencia indica que los intelectuales de izquierda se dirigen primeramente a lectores de izquierda que a priori se sienten bien con el envase formal utilizado por aquellos.

En este caso nos hallamos frente a lectores que conocen a un intelectual o que son más o menos asiduos frecuentadores de un tema en particular o de la temática habitual de un autor.

Pero, y es lo que me interesa, ¿qué sucede con los miles o millones de personas que no leen a determinados autores de este tipo por múltiples posibles razones: económicas, culturales, afinidades, confesionales, etc?

Así como cualquiera que haya intentado leer y comprender a Kant, o a Joice, admitirá que ello no resulta nada fácil en general, y legítimamente podrá pensar que probablemente más de un intento debe haber terminado en renuncia, es fácil suponer que el consumo cultural de las obras de los especialistas suele quedar restringido a sus pares y a los ambientes universitarios.

Pero existe una categoría de intelectuales mediadores que se dedican a bajar de las alturas el pensamiento de los creadores complejos y originales, y a distribuirlo adaptada y dosificadamente a escalas más amplias. Esta tarea la ejercen tanto intelectuales de menor rango como periodistas especializados.

En ambos casos, como en todas las cosas de la vida, siempre una mediación de este tipo, es decir, destinada a obtener alguna porción de conocimiento de algo, tal como sucede en el hecho educativo en general, es siempre una instancia de transformación de los originales en reproducciones exentas de fidelidad.

Esto sucede no sólo en el género no ficción sino también en el de ficción, y tal vez más en éste que en el primero.

Pero, entonces, la originalidad, lo novedoso, lo atrapante, lo cautivador de un autor, en este caso de un intelectual de la clase de los que estamos tratando, vale decir, aquellos considerados "comprometidos", ¿en qué consistirá?

Por ejemplo, en la novedad de un término o de una expresión concreta de su autoría, que al ser un equipaje mucho más liviano comparado con la totalidad de un libro, puede ser portado mentalmente, retenido y traído a colación todas las veces que sea necesario por los comentaristas. Y lo que vale para un lector, sea avezado o neófito, vale mucho más para otro intelectual que tendrá la posibilidad de utilizarlo apoyándose en él como en un bastón, y al citarlo en un ensayo como "respaldo" a su propio aporte prolongará su andamiento.

Puede que el mismo sea un verdadero hallazgo, una pieza de exhibición, pero también puede suceder que su éxito sea solamente fruto del azar o de la fortuna en determinadas circunstancias.

¿Acaso las huellas en la historia intelectual se dejan por el simple hecho de haber sido leído por muchos lectores?

Caben varias respuestas, mejor dicho, muchísimas, y su tratamiento aun superficial excedería mis propósitos, habida cuenta de las enseñanzas de la historia, de la historia del arte y de la ciencia, y de las varias concepciones artísticas e ideológicas existentes sobre el tema. Pero rápidamente diré que con el tiempo todo cae en el vórtice del olvido.

No obstante, existen huellas que quedan impregnadas en la vida, abiertamente, accesibles a muchas personas que podrán o no decodificarlas, o sabrán o no hacerlo, o lo harán en grado diverso. Pero hay otras huellas que son muy efímeras, y sólo suelen ser decodificadas en ámbitos reducidos de intelectuales. Por ejemplo, las representadas por un cierto grado de ventas de un libro, cuyo summum lo constituye la condición de best seller, y otras menores en su capacidad de resonancia como es la de ser citado en vida por otros intelectuales, lo cual es, obviamente, mucho más importante para un autor que una eventual cita post mortem de la que jamás se enterará.

Por lo tanto, las huellas más interesantes que puedan dejar los aportes de los intelectuales no son la mera o pura novedad, sino su capacidad de desentrañar aquellos misterios que se resisten a dejarse comprender, o que otros intelectuales no se atreven a develar, y que en consecuencia impresionen las conciencias y los espíritus de las personas.

Ahora bien, ser capaz de llevar a cabo este cometido no convierte a nadie en un ser especial al que se le deba rendir reverencias.

La búsqueda de la verdad, y no el evitarla, ni el ocultarla, ni el distorsionarla, es la meta lógica de cualquier ser humano, no sólo de los intelectuales en particular, de modo que no hay motivo para que tantos intelectuales de mercado se hagan autobombo por hacer la centésima ava parte de lo que podrían hacer si se lo propusieran.

De modo que con toda naturalidad se espera de los intelectuales condiciones de lucidez efectiva, que superen el inmediatismo propio del mercado, que sobrevuelen por encima de las miserias propias del ambiente social e intelectual en que se desenvuelven, por ej., la competencia descarnada a nivel local o regional y el seguidismo de las agendas provenientes del exterior, etc, etc.

Por cierto, estos intelectuales son tan humanos como cualquiera. Sin embargo, en la lenta medida en que la cultura y la educación los registran y los ponen en valor, inexorablemente aparecerá una tendencia muy fuerte en todas partes a considerarlos una suerte de gurúes, chamanes o profetas que encarnan los destinos de la tribu, siendo frecuente que proyectemos en ellos nuestros sentimientos de admiración y afecto por la originalidad de sus ideas, por su profundidad, por su elevación, o por la belleza de sus narrativas, e inevitablemente se produzca entre ellos y nosotros además de una aquiescencia, una comunión espiritual más o menos refinada, o más o menos tosca.

Es que existe una creencia implícita de que los intelectuales están y deben estar por encima de las crisis particulares o personales por su condición de fogueados resistidores de adversidades. Ello nos habla de una percepción de los intelectuales como superhombres, fruto de haber asimilado inconscientemente el mito del compromiso de los intelectuales, equivalente a un apostolado y un martirologio que los inmuniza frente a las adversidades y ataques.

Un intelectual debe remontarse desde su isla para ver donde está la tierra firme. Si no lo hace tal vez se deba a que no le interesa, o porque ha optado por hacer la suya, o porque tiene limitaciones intelectuales propias, o quizá falta de coraje. Ello no le impediría ser un intelectual técnico o un especialista, y tal vez hasta bueno en lo suyo, alguien que puede cumplir una tarea muy importante en la sociedad escribiendo un libro, investigando o enseñando acerca de su parcela.

Si no lo hace porque profesionalmente se lo prohíben, y violar esa orden le significaría perder posiciones y privilegios, se convertirá en una mariposa sin alas. Y podrá descubrir, diseñar o implementar mecanismos, programas o proyectos que podrán ser útiles a sus empleadores y eventualmente a la sociedad, pero, en cambio, si efectivamente se eleva por encima de su insularidad disciplinar y moral podrá convertirse en un verdadero intelectual de esos que efectivamente poseen el óleo sagrado de Samuel. Y en tal caso tal vez pueda rendir grandes servicios a la humanidad.

En general, todo intelectual tiene la posibilidad de pensar más allá de la crítica a lo existente: puede y debe proponer alternativas mejores que lo existente para que los mediadores políticos las lleven a la práctica. Esto último a condición de tenerlas previamente. Pero este deber ético no lo tiene sólo él. Lo tenemos todos. ¿Quizá él intelectual más que todos los demás?

Me resisto a aceptar ese punto.

XV

LAS CRISIS DE LOS INTELECTUALES

Si la angustia y el desencanto que experimentaron en los 90´s tantos intelectuales argentinos de izquierda fueron equivalentes a los miedos y las angustias padecidos por millones de personas de los estratos bajos y medios de la escala social, ¿por qué, me pregunto, la crisis de los intelectuales se perfiló y se sigue perfilando con gran nitidez mientras que la crisis de la sociedad en general por su omnipresencia tiende a ser difuminada, olvidada y superada?

¿Será en parte porque tendemos a naturalizar resignadamente todo lo que aparece en megaescalas y lo que sucede en tribus o sectores menores se presta más a su apropiación "especializada" por parte de los intelectuales?

¿O será qué lo que sucede a pocas personas, o a grupos reducidos o exclusivos, pone en foco y atrae más que lo que se presenta como lo corriente, como lo que nos pasa a todos? En tal caso, ¿no será que las crisis de doña Rosa, la Beba o la Porota resultan siendo demasiado mersas para nuestros intelectuales?, ¿o imposibles de categorizar?

No estoy enterado de que hayan investigado la depresión y la angustia de los carniceros de barrio en los 90´s, en principio porque no leí ni escuché en ningún medio una frase informativa o publicitaria que aludiera a los mismos, y menos aun ví la tapa de un libro con tal contenido, pese a que algún trabajo de sociología en los 90´s orillara el tema a través de encuestas pero no con relación a los carniceros. De todos modos, mi desconocimiento es imputable a mí.

Un título, un copete, es sabido, instala, precisa y acota un asunto cualquiera de la realidad virtual, y su posterior ausencia desinstala y difumina su eventual entidad. Pero una ausencia permanente, una no presencia, puede ser tanto un reflejo de la realidad real como una maniobra artificiosa.

Lo que sí escuché en innumerables ocasiones en mi vida fueron referencias acerca de la crisis de la carne, que es muy distinta a la de los carniceros.

Otra razón suele verse en la fragmentación del objeto de estudio de los intelectuales. Así como desaparecieron las historias nacionales y aparecieron las microhistorias, los grandes escenarios sociológicos también fueron reemplazados por una cultura fragmentada estudiada en sus respectivos nichos.

Por otra parte, la crisis personal del carnicero no afecta (salvo alguna otra investigación empírica que desconozca) el corte de los bifes ni la cantidad de grasa que añada en la picada, por lo menos en principio, uno nunca sabe. En cambio, la posibilidad de la crisis personal generalizada de los intelectuales hace presumir en los imaginarios sociales de la cultura consumidora de los MM que en tales casos la naturaleza, los quilates y el valor de uso de sus producciones intelectuales pueden entrar en zona de riesgo, con las previsibles consecuencias sociales negativas.

De lo anterior se desprende, a mi juicio, la persistencia de su alta autoestima respecto a las potencialidades de su función y a la vez un gran complejo de culpa que se traduce en una nueva actitud (no tan nueva en realidad sino de los 90´s para acá) de aparente humildad: ¡que nadie recuerde aquellas épocas de soberbia!

De todos modos, la catarsis realizada en los 90´s, determinada por su convencimiento de que los merecimientos correspondientes a su status los situaban por encima de las peripecias y avatares de las mayorías fue hecha en solitario, como corresponde al mito del compromiso que los presenta como abnegados y pudorosos con su intimidad ante las adversidades. De allí a su conversión en intelectuales bienpensantes o políticamente correctos desplazados ideológica y políticamente hacia la derecha sólo restaba un paso. Y gran cantidad de ellos lo dieron.

La crisis, teóricamente, constituye el agotamiento de la creencia social en la eficacia de un sistema de relaciones o de un sistema de interpretaciones, explicaciones, y respuestas, en este caso acerca de la realidad, para decirlo en sentido amplio; y de la cual se sale ensayando nuevos modos de relacionamiento y procesamiento cognitivo. Pero, en general, las crisis son reconocidas en sectores particulares del sistema, tal como lo que acá nos interesa: las crisis de los intelectuales en el contexto de nuestra realidad.

¿A qué clases de crisis me refiero desde el título?

¿A las que puede tener un intelectual como cualquier otra persona? ¿O a una crisis particular que estén atravesando los intelectuales, o por lo menos un número importante de éstos, en un tiempo y espacio concretos? ¿O tal vez a una crisis absolutamente propia de la condición de intelectual en cualquier lugar del mundo? En este último caso, cual si se tratara de enfermedades profesionales equiparables a las que pudieran tener los marineros en alta mar, los mineros en las minas, los verdugos oficiales, los cirujanos, los tenistas, etc, en función de sus particulares actividades.

Existen esas tres clases de crisis y es posible tenerlas todas juntas.

La primera con toda seguridad: los intelectuales son gente igual al resto del género humano y lo que a éste último le pueda ocurrir también le ocurrirá a los humanos que son intelectuales en el sentido en que aquí nos referimos a este término.

Siendo de carácter general, esta clase de crisis está representada por las peripecias de la vida tal como la vida se presenta en un país como el nuestro, oscilante hasta hace muy pocos años entre la inflación y el golpe de Estado, entre la pobreza agudizada de los más y la riqueza superlativa de los menos; con un sistema político, económico, social, laboral, cultural, religioso, moral, etc, en permanente crisis. Siendo así, ¿cómo no se va a sentir afectado un intelectual igual que los miembros de su familia y la familia de al lado?

La segunda es un tipo de crisis del sector intelectual en una coyuntura determinada, en lo que dice relación con su condición de intelectuales. Podemos verla representada en los problemas que padecieron en los 90´s, fruto de los sacudones producidos por la globalización y la posmodernidad, que afectaron y afectan a millones de personas y por consiguiente también a ellos, pero que por ser intelectuales ellos sufrieron de forma distinta.

Aquella década trajo variados problemas a los intelectuales, tales como la movilidad y pérdida de puestos de trabajo, una gran competencia por los mismos, una acuciante necesidad de reconvertir formaciones, acreditaciones y titulaciones; el desconcierto provocado por la desaparición de los discursos totalizadores, la devaluación de los capitales intelectuales, los nuevos modelos productivos y su implementación en los ámbitos universitarios y culturales; la desesperanza ante el avance arrollador del neoliberalismo, etc, etc.

Si a las causas de aquella crisis en todo el mundo les sumamos las condiciones particulares de Argentina durante la tragicomedia de los 90´s, no cabe duda que los intelectuales argentinos en general han pasado por una crisis brava de la cual muchos todavía no han podido salir.

La tercera clase de crisis se relaciona con la posible existencia de algún "mal de los intelectuales", un tipo de afección propia de éstos que sobrevuela los tiempos, o por lo menos los últimos tiempos, de modo que pudiera revestir características de mal crónico y hasta con posibilidad de cursar episodios agudos.

Tomando en consideración el tiempo transcurrido desde el retorno a la democracia, los intelectuales de Argentina han atravesado por las tres clases de crisis antes señaladas.

Pero ¿cuál es la percepción media de la sociedad acerca de las crisis de los intelectuales? ¿La referida a cuál de las tres clases de crisis?

La primera la descartamos, pues por qué razón habrían de atribuírsela en exclusividad a los intelectuales cuando ataca a cualquier hijo de vecino de este planeta. Veamos: a despecho de la convertibilidad del 1 a 1 y la extendida posibilidad de comprar la felicidad rodante en ochenta y cuatro cuotas mientras con el plazo fijo en dólares esperaban comprarse el primer departamento -o quizá el segundo- con fines de renta, y entonces sí hacer el anhelado viaje al exterior con toda la familia, y no antes para no matar la polla antes de que llegue a gallina y ponedora, como miembros de la clase media baja dedicados, para nuestro ejemplo, a la docencia en los niveles medio, superior y universitario, los intelectuales (no los trabajadores intelectuales), es decir, aquellos con exposición de imagen e instalación de apellidos en los espacios de discusión intelectual, se estaban cayendo en los 90´s como la mayoría del pueblo, aunque por el tamaño de sus flotadores tardaran más que el común de la gente en llegar a sumergirse.

Al descenso imperceptible pero sostenido se agregó la cruel desilusión con la jubilación privada por la que la mayoría de ellos había optado con gran entusiasmo; después llegó el fin de la convertibilidad y el default y ya no pudieron continuar simulando que a ellos no los afectaba nada. Habían quedado con el c… mirando al norte, entonces salieron a la calle, desilusionados, heridos, humillados, al borde de las lágrimas. Para entonces, la depresión y el miedo cotidiano a vivir se había apoderado de ellos de tal modo que los escritores y guionistas encontraban en el relato plañidero de sus peripecias un filón muy singular. ¿Por qué? Porque ahora empalmaban la crisis general del país y del mundo con su propia crisis coyuntural como sector. Hasta ahí, ese escenario era padecido por cualquier mortal que no perteneciera al mundo de los ricos.

Pero en el caso de los intelectuales esa crisis de la primera clase se vinculaba y potenciaba con su condición de intelectuales, y ahí aparece la segunda clase de crisis que padecieron y continúan padeciendo.

¿Cuáles son los intelectuales más afectados: los de derecha o los de izquierda? Obviamente, los de izquierda. El mundo se ha "derechizado" mucho más que antes desde los 90´s, pero los intelectuales de derecha lo pasaron y lo pasan muy bien: no tienen complejos ni culpas por el sentido o la función de su condición de intelectuales al servicio del statu quo, lo que tácitamente es un fracaso ante la ética de la solidaridad por su no implicancia en la lucha por mejorar la existencia de la humanidad; pero tampoco tienen para ellos mismos un doble discurso ni doble moral, aunque la tengan en la percepción de los demás. Ubicados en el seno del Poder, cuando le mienten al pueblo poniendo cara de pocker saben lo que están haciendo. Además, muchos de ellos están absolutamente convencidos de las bondades de sus ideas y sus posiciones concretas y del error que atribuyen a las ideas de izquierda.

Con los de izquierda sucede lo contrario. Por lo general, presentan incoherencias a granel, dobles patrones morales, complejos, dudas, pudores, vergüenzas y culpa. Mucha culpa. Y en general no están muy convencidos de lo que sostienen, pero sería terrible para ellos asumirlo públicamente y tener que obrar en consecuencia. De allí la casi imposibilidad de la autocrítica propia (que no es un pleonasmo digo, tratándose de ellos).

Veamos los hechos.

Los 90´s, pletóricos de bombos y matracas, de fuegos fatuos y espejismos de toda laya, pusieron en cuestión su propia condición de intelectuales tal como había llegado hasta ese momento, es decir, heredera de todos los mitos de la Modernidad y la Ilustración y de los hijos de ésta.

Mientras la Globalización creaba novísmos nichos de mercado para intelectuales aggiornados al nuevo escenario mundial, simultáneamente clausuraba la posibilidad del intelectual anterior, con carácter totalizador, equivalente al médico generalista.

El intelectual, aquella clase de intelectual, había perdido la voz justo cuando las posibilidades de difusión y amplificación se habían ampliado y accesado superlativamente. Además, en ese momento el panorama era distinto, los intelectuales se hallaban solos en el escenario frente a una platea vacía de los tradicionales espectadores a los que se hallaban acostumbrados. Éstos habían emprendido una diáspora acelerada desde fines de los 80´s, y en los 90´s el valor de sus discursos y de su rol, tanto el real como el potencial, estaba por el suelo. De modo que muchos intelectuales que se preguntaban si no sería cierto que habían estado toda la vida equivocados comenzaban a pensar en la necesidad de efectuar una acelerada reconversión de si mismos, para, eventualmente, intentar un reciclamiento de la función bajo otros paradigmas.

Muchos creyeron que el ultraneoliberalismo de esos años había llegado para quedarse y que era muy tonto perder el tiempo lamentándose u observando e intentando comprender la situación en lugar de subirse al tren inmediatamente, pues de querer hacerlo más tarde seguramente deberían pagar costos mucho más elevados.

Cuando ya habían comenzado a tragarse los escrúpulos y leían la nueva bibliografía milenarista, y justo cuando empezaban a comprobar en carne propia que podía ser soportable, todo comenzó a desmoronarse, y lo peor fue que no era una metáfora para intelectuales.

Otra vez corrieron al patio trasero a desenterrar los libros de su juventud y a buscar los teléfonos necesarios para restablecer contactos abandonados durante el corto tiempo que duraron los escozores primermundistas. Pero era más difícil volver que avanzar con los ojos cerrados. ¡Con qué cara lo haría más de uno! ¡Qué explicaciones darían! Tal vez si todo se terminaba de podrir en el país podrían volver a asomar el hocico. El desorden y la desorientación reinaban en todas partes. ¡Qué hacer! ¿Tirarse a la pileta? ¿Y si no tenía suficiente agua… tirarse igual? ¡Porque era difícil tener tanta mala suerte otra vez!

Y así andan hoy, como almas en pena, terciando para mostrar un trozo de piel ante las cámaras de televisión o en algún periódico o revista, como cualquier cholulo de barrio. Pero como siempre hay que saber esperar ahora parece que se les ha vuelto el campo orégano…

La tercera clase de crisis, en cambio, sí es propia de los intelectuales de la izquierda emblemática que conocemos en esta etapa de la civilización. Si algún día desaparece esta propensión a padecerla será porque habrán cambiado muchas cosas en el mundo, más que las que han cambiado últimamente.

Es decir, los intelectuales de izquierda cursan una crisis subterránea estructural que se instala en los pliegues más profundos de su personalidad y su formación intelectual, y que permanece oculta a las miradas superficiales y fugaces de los observadores.

Las peripecias de los intelectuales de izquierda han sido en el pasado directamente dependientes de los irregulares desarrollos de las luchas políticas de las izquierdas en el mundo y en cada país a lo largo del tiempo. Y viceversa.

De modo que relevar los matices particulares de estas luchas, de sus fracasos, sus limitaciones, sus errores, etc, etc, y los roles jugados por sus intelectuales en cada particular situación histórica es una tarea para intelectuales de izquierda dispuestos a leer cientos de libros totalmente discrepantes entre sí.

Por eso me aparto de ese camino para situarme en las expectativas de millones de personas sencillas que precisamente no son "intelectuales", ni les interesan los asuntos referidos a "las izquierdas" ni a "los intelectuales", sino simplemente los resultados de su existencia.

Desde ese punto de mira se pueden relevar elementos útiles para una caracterización general práctica que precisamente procuro no se parezca en nada al estilo adocenado de la izquierda ni bajo controles de rigor científico ni epistémico por más que se les ocurra acusarme de empirista retrógrado, o algo por el estilo. Nada de eso me interesa.

Las críticas que se le pueden hacer son las mismas que les han hecho muchas veces a ellos mismos las cúpulas de los PC locales haciendo seguidismo de la línea del PC de la URSS o de la Internacional Comunista en distintos tiempos y lugares, cada vez que no estuvieron de acuerdo con sus propios intelectuales y se vieron obligados a retirarles la afiliación y el carnet sin cobrarles las cuotas sociales adeudadas.

Esas críticas son ultracriticismo, hipercriticismo, teoricismo, arrogancia, bizantinismo, etc, acompañadas por lo general de la imputación de tener desviaciones burguesas como paso previo a su expulsión.

La cadena de males continúa: los autoritarios, absolutistas y dogmáticos siempre tienen la razón, y los eternos equivocados son los otros, así que cuando se debe admitir un fracaso propio resulta cómodo echarles la culpa a los de afuera, los adversarios o los enemigos, sin admitir ni un gramo de responsabilidades propias.

Un intelectual de izquierda, sea del PC o de cualquier otra secta, es un intelectual adocenado, narcotizado en el opio del marxismo y sus derivados. Por consiguiente, de sus influencias nacen militantes opiáceos, sin pensamiento propio, que a fuerza de no pensar autónomamente se autoprograman para emitir dictámenes cada cinco minutos con un software que puede ser tanto el original como una de tantas copias truchas plagadas de virus.

Otra característica es su autovictimización constante. Sus plañideras monsergas repercuten en las paredes de las universidades por el tiempo que dura un relámpago, aunque para ellos siempre serán jornadas gloriosas destinadas a ser recuperadas en el correspondiente documento histórico.

Y lo peor de todos, el resentimiento que los inunda y contamina.

En síntesis, ¿cómo es la situación de los intelectuales de izquierda en Argentina?

Como corresponde al cambio de escenario local por causa de las transformaciones producidas a escala mundial. En primer lugar, desde el retorno de las democracias en América latina, la intelectualidad de Argentina no ha podido compensar la devaluación y pérdida de atractivo de sus viejos discursos beligerantes. En consecuencia, la adhesión a sus viejos lenguajes, relictos de un pasado que está a la vuelta de la esquina pero que parece insondablemente lejano, es cada vez menor, al punto de convertirse en una muestra del exotismo nacional que, desgraciadamente, ni siquiera atrae turistas a nuestras playas, por lo menos en cantidad suficiente para compensar otras pérdidas.

Además, el recuerdo de la trayectoria errática y contradictoria de la izquierda en nuestro país, junto con la decadencia de las izquierdas de los países ex socialistas antes y después de la URSS, más las contradicciones de las izquierdas de los actuales países socialistas, interpela a la intelectualidad y a su militancia, que a fin de cuentas cumple ambos roles.

Si a ello se agrega el recuerdo de su triste desempeño en los 90´s, se comprenderá el drama que para ella representa la pérdida de visualización y de resonancia aun en la Universidad, donde pone sus huevos, los empolla y lanza sus criaturas al mercado.

Por otra parte, sus viejos tics siguen intactos: sus constantes y aburridas peleas internas, sus ataques a las izquierdas socialdemócratas con más furor que a los fascismos, su entrismo en los movimientos nacionales (golpear simultáneamente pero separados), su conocido tremendismo, su imposibilidad para ponerse de acuerdo entre ellos en la mínima parte del mínimo: un mismo asunto puede ser interpretado desde cien posturas diferentes por intelectuales orgánicos de cien partidos marxistas abrevando en la misma fuente: el famoso socialismo científico. Razón por la cual, si para transformar la realidad primero hay que ser epistemólogo de izquierda es obvio que ellos nunca lo lograrán, a menos que lo intenten en un bonsái.

Si treinta años atrás su discurso todavía cautivaba a los incautos, hoy no sólo cansa sino que aburre. Mientras tanto, la gente común, la gente pobre que en buena parte es analfabeta, semi o analfabeta funcional, dice qué "esos no quieren a nadie", que "están todos peleados entre sí", que "ahí es todos contra todos", que "sólo saben hablar y discutir", "que…". Evidencia pura igual que ésta: "son divisibles por dos, por tres, por cuatro…", que "cuando se pelean dos el que se queda con el mimeógrafo funda un nuevo partido…", e imprime un "Manifiesto al Mundo".

Su drama es saber que han perdido credibilidad y respeto. Como siempre, sus abstrusos mensajes, indiscernibles entre tanta proliferación discursiva, se diluyen detrás del mascarón de proa de sus gestos y poses fulminantes, tributaria de una estética militante pletórica de lugares comunes marxistas, de estereotipos y clichés del discurso escrito y oral, con sus claves mágicas y su ausencia de debilidades pequeñoburguesas.

Les importa el parecer tanto o más que el ser. ¡No vaya a ser que alguien les reproche algún día la presencia de componentes fascistas en su comportamiento! De ahí su imposibilidad de cambiar en serio. Saben que la gente desconfía de sus cambios y que otros intelectuales de izquierda no se los perdonarán, los acusarán de traidores y los destrozarán.

Mientras tanto, ignoran que tamaño narcisismo se acabará el día en que se haga la Revolución y los manden a todos a la fila

Entonces, si por un lado cuestiono sus defecciones y reubicaciones tantas veces demostradas, y si la gente también los critica por ello, ¿cómo es posible que al mismo tiempo admita como deseable que ellos cambien?

Es que antes no los critiqué por cambiar sino por plantearse nuevos amigos y enemigos erróneos, pues los que pudieron parecer cambios en los 90´s sólo fueron opciones pane lucrando. Su imposibilidad de cambiar en serio es otra cosa: debería ser un cambio consciente, reflexivo, y no mero oportunismo. Esa imposibilidad, ya vimos, va acompañada de la imposibilidad de la autocrítica y del miedo a la presión corporativa y estudiantil.

Entonces, en los casos en que parece que han cambiado seria y honestamente sólo hay cálculo y especulación. Sin embargo, recordando sus pregonados compromisos hasta la victoria siempre que hicieron asumir a otros antes de ser los primeros en abandonarlos, a todo el mundo le cae gordo que ahora se permitan el derecho de cambiar, el cual, en otras circunstancias les correspondería como a cualquier hijo de vecino.

Otra afección es la permanente condena al fracaso de sus ideas en contacto con la práctica. También la imposibilidad de hallar las causas del mismo y la insistencia en repetir sus fórmulas. Tantos fracasos y tantos escombros que han dejado en el camino les han permitido convertirse en fracasólogos.

Ellos, los "comprometidos", siempre hablan del fracaso de otros intelectuales con ese tono apodíctico y apocalíptico que los caracteriza, señalando responsabilidades y culpas a troche y moche. Y cada uno acusa a los otros por distintas razones, es decir, ni los triunfos ni las derrotas que ellos registran en el campo intelectual pueden ser homologadas por críticos diversos.

La regla es ser absolutamente diferentes a los demás en el discurso y en las prácticas, lo cual conlleva un tremendo y constante esfuerzo por parecer originales. Así que para unos lo peor de los demás intelectuales serán tales o cuales asuntos, y para cada uno de éstos algo absolutamente diferente. Razón por la cual pareciera que no están dentro de la historia sino en una cápsula, cada uno en su propia cápsula.

Todos señalan innumerables errores, limitaciones, defecciones, pecados y delitos de los demás, es decir, de los integrantes del Poder y de sus enemigos, así como también de los amigos de éstos. Y cada uno es el mejor, el único mejor.

Sin embargo, coinciden en algo: en que ninguno habrá de señalar jamás algo positivo del escenario ajeno y menos aun del enemigo. Éste es siempre un enemigo absoluto: todo lo que hace, piensa y dice está mal y es digno del infierno y si existiera algo que la gente viera con buenos ojos lo callarían, o bien señalarían que la gente está equivocada, pero jamás admitirán nada positivo. Hacerlo puede ser calificado de ingenuidad, infantilismo, desviación o complicidad.

Las críticas a los intelectuales de izquierda provienen menos de la derecha que de la propia izquierda.

Todas las sectas y subsectas, en plan inicial de autocrítica, les echan en cara a las otras no haber comprendido esto o aquello; no haber encontrado la fórmula, el método, la vía, las formas organizativas de las masas. O por el contrario, se reprochan mutuamente haber hecho mal esto o aquello; o que la fórmula utilizada no era la correcta, sino que la distorsionaron ex profeso, o no la descubrieron por incapacidad intelectual, o porque no quisieron, o no pudieron, por esto o por aquello; o porque las modalidades de implementación de esto o aquello fueron incorrectas, o se desviaron, o buscaron entretener para no cumplir sus presuntos objetivos; o porque les faltó esto o aquello, o no supieron, no pudieron, no quisieron, etc, etc.

Todas esas críticas pueden aplicarlas al análisis de las causas de los hechos y los procesos, a su desarrollo, o a sus consecuencias.

También analizarán las causas profundas de las actitudes erróneas o las desviaciones u opciones incorrectas o deliberadas antes referidas, pudiendo alegar que fue por problemas en la percepción de los fenómenos, o de interpretación equivocada de las relaciones de fuerzas de determinado momento objetivo o subjetivo, o de cálculo equivocado acerca de las mismas en un hipotético escenario futuro por parte de quienes los percibieron o interpretaron; pero también por causa de que quienes debieron percibirlos e interpretarlos no supieron, no quisieron, no pudieron, o no los dejaron hacerlo…por causa de esto o por aquello… potenciado por esto otro o por aquello que…

Seguidamente, cada fracción comienza su rosario de denuncias de los otros por sus presuntas complicidades con la derecha.

A continuación, cada una señala la ruta que el pueblo debe seguir, la explicación que faltaba y que nadie había podido encontrar, la fórmula precisa, y sobre todo las tareas de las vanguardias de izquierda, obviamente poniéndose bajo la conducción de la que hace la crítica, única forma de arribar a las metas soñadas por el pueblo. Pero todo esto condicionado a que se produzca esto o aquello, y no cualquier otra alternativa, y siempre que no se pase de más, ni tampoco de menos, pues de lo contrario sobrevendrá esto o aquello.

¿Puede alguien que no se considera de izquierda ni de derecha y que no le importa la opinión de éstas preocuparse por inventariar las mil y una posiciones políticas e ideológicas registradas o dadas a conocer por distintos medios para luego clasificarlas, interpretarlas, criticarlas y eventualmente valorarlas, tomando posiciones respecto de cada una?

Nada más ocioso ni nada más propio de un intelectual de izquierda.

Por eso rechazo relevar las infinitesimales particularidades de las izquierdas, caracterizándolas por medio de una saludable generalización a partir de sus abrumadoras evidencias de ser absolutamente fungibles. Obviamente, me refiero a las del omnipresente marxismo, el opio de los intelectuales.

En definitiva, cada intelectual de izquierda pone y quita lo que quiere poner y quitar, y mira y ve como se lo ha propuesto, pues cada uno mide la distancia al sol con su propia unidad de medida. Es decir, puesto que cada uno interpreta y aplica las categorías analíticas del marxismo a su gusto, los múltiples resultados no serán homologables.

Por cierto, entre tantos análisis hipercríticos alguno podrá ser más acertado que los otros. Pero… ¿acaso llegará a poner una bisagra en la historia?

Varios de los males precedentes no afectan sólo a los intelectuales de izquierda sino también a muchos integrantes de los sectores politizados, militantes y dirigentes, razón por la cual no los consideramos males exclusivos de los intelectuales.

Pero si bien están presentes en América latina en forma similar, nuestras características particulares exacerban el asombro de cualquier analista externo, por lo cual van en camino a constituirse en una nueva especialidad sociológica. Tanto así que los intelectuales de izquierda de otros continentes tienen sus propios padecimientos crónicos y agudos pero se cuidan muy bien –según me han contado- de no parecer izquierdistas argentinos, y en algunos países les va bastante bien, al punto que, exagerando, podría sospecharse que ello es fruto de dichos recaudos.

XVI

MALA PRAXIS. RESPONSABILIDAD. COSTOS Y COSTAS

Todas las crisis implican costos a pagar, incluidas las de los intelectuales.

Entre los intelectuales en crisis algunos pagaron costos personales dolorosos, por ejemplo una dura desestructuración psicológica y espiritual, una angustia insoportable y una sensación de vacío y abismo ante el nuevo estado del mundo en los 90´s.

También sintieron miradas acusadoras que juzgaban lapidariamente sus actuaciones, sea por haber estado en posiciones de derecha como de izquierda. Acusaciones cruzadas se producían, como era de esperar, entre los mismos grupos de intelectuales. Ya en el nuevo milenio, transcurriendo la opereta institucional del "gobierno" de la Alianza, se sumaron a los crecientes tribunales acusatorios muchos periodistas oportunistas que durante la década infame habían derrochado optimismo primermundista por todos sus poros.

Algunos intelectuales se vieron obligados a dejar de frecuentar los espacios públicos que acostumbraban, y sobre todo debieron abandonar abruptamente los MM. Mejor dicho, los MM los abandonaron a ellos apenas se dieron cuenta de que continuar exhibiéndolos les podía repercutir tan violentamente en contra como ya les estaba sucediendo a sus ex estrellas, que ni siquiera podían tener garantizada su seguridad física ni la entrada y salida de sus viviendas. Éstos eran los que habían abonado el modelo neoliberal a la argentina en la función pública, en los centros académicos y en las organizaciones empresarias durante los gobiernos de aquel cuyo nombre trae mala suerte si se lo pronuncia y durante la gestión de los imbéciles que lo sucedieron inmediatamente.

Sin embargo, creo que estos intelectuales, a pesar de verse perjudicados con la caída del modelo oficial neoliberal no "sufren" por las mismas razones que los de izquierda. A diferencia de éstos últimos nunca fueron utopistas, ni suelen tener complejos ni culpas ocultas. Nunca se han mentido a si mismos sino a los demás, pues saben mentir como cualquier stalinista de izquierda, y por lo general tienen menos dudas que éstos respecto a las supuestas bondades de sus propias ideas y a cuáles deben ser las medidas prácticas que se deben tomar en la política.

Pero los otros, los que estaban empezando a blandir sus índices acusadores contra los anteriores, no se las llevaron de arriba. El vacío que les hizo la gente más avispada, sus miradas cargadas de desprecio, el zaping de los televidentes cada vez que asomaba en las pantallas la imagen de los gurúes de izquierda, su ausencia de los palcos de la contestación popular ahora ocupados por otros protagonistas, todo eso y mucho más les demostraba el hartazgo con ellos y con su rol mitificado.

Esos "juicios" aun no han terminado, y para muchos de ellos continuarán después de su muerte, arruinándoles la gloria soñada.

Pero tales supuestos juicios sociales no ofrecen mayores garantías de justicia real, pues ya sean inmediatos o diferidos, buena parte de esas respuestas son sólo modas efímeras, reacomodamientos de la opinión pública en función de los realineamientos de los MM ante el Poder y fundamentalmente de la necesidad de seguir vendiendo otra serie de productos ideológico culturales.

El juicio popular es otra cuestión mitificada, que sirve lo mismo para un barrido que para un fregado, sobre todo en este país tan acostumbrado a los golpes de estado, las democracias populistas y los aspavientos izquierdosos.

Estos juicios no tienen nunca el valor de la representatividad, jamás son universales, nunca duran para siempre pero tampoco lo suficiente, además de ser en todo momento tremendamente contradictorios pues la sociedad no es coherente en el dictamen y la sentencia, que pueden ir desde la lapidación simbólica hasta la apoteosis.

¡Cuántos ejemplos hay en nuestra historia de monumentos reales e imaginarios erigidos a hombres públicos y a intelectuales que estuvieron divorciados de los valores reales y fueron tributarios de los antivalores! En cambio, a otros (muchos de ellos intelectuales) que dieron todo de sí en la lucha por la promoción humana y social de sus compatriotas, la sociedad, o buena parte de ella, los condenó al silencio y al ostracismo por seguir los dictámenes de dirigentes facciosos, inescrupulosos e inmorales, aconsejados también -¡una vez más!- por intelectuales.

Y a otros que fungen de intelectuales "comprometidos" pero que no tienen aciertos sino "errores" constantes, la mayoría conscientes, la sociedad los tolera resignadamente mientras los ve "camisetear" y "crecer" (en exposición).

Por cierto, cuando ellos "aparecen" en los MM la gente que consume información y mensajes mediáticos y/o intelectuales los oye pero no los escucha, los ve pero no los mira, y a sus libros no los lee. Si por allí se enteró que Fulano es un reincidente en el pecado de ubicuidad (en un intelectual comprometido eso es pecado) le da lo mismo, ¡qué se puede esperar de un infatuado que se atreve a pontificar ¡¡¡en Argentina!!!

De modo que los castigos populares son relativos, no son confiables ni serios, y ningún intelectual puede quejarse por ellos y mucho menos hacerlos pasar por "represión" por más que en muchas ocasiones "el pueblo", en el colmo de su inconsciencia, estupidez, alienación (¿o complicidad?) ha festejado la persecución desde el Estado. En estos casos, siempre hubo otros intelectuales promoviendo la misma, de modo que los intelectuales no sólo son responsables directos por sus ideas e indirectos por las interpretaciones y utilizaciones de las mismas, sino también son responsables penales por sus apologías de la represión y por su colaboracionismo con el Poder más cruel y sanguinario que persigue, condena al ostracismo, a la cárcel, a la tortura, a la muerte y a la desaparición de los cuerpos de los reprimidos.

Si hubo intelectuales responsables penales pero nunca penalizados por su accionar concreto, es decir, por fundamentar la idea de la represión y por denunciar ante el Poder a las víctimas, también los hubo por omisión, por sordera, por cojera, por tuertera, en todos los casos conscientemente asumida.

Por más que los poderosos responsables de la muerte en las democracias formales y en dictaduras de derecha e izquierda pretendan hacerlos pasar por juicios del tribunal de la historia, o por juicios del pueblo, ello es falso y lo será siempre pues no existe una supuesta "voluntad" de la señora historia ni una "voluntad" popular única y monolítica. Ningún pueblo alienado, engañado y obligado puede convertirse en un jurado libre aunque esté constituido por millones que piensan y actúan con uniformidad. Precisamente por eso.

Estos juicios se siguen haciendo todavía en algunos países sin libertad, aunque en el resto del mundo ya muchas famosas mentiras han caído, pero además no dejarán de ser mentiras por el hecho de que reaparezcan aggiornadas por nuevos intelectuales tan responsables/irresponsables como los originarios.

Lamentablemente, la tendencia posmoderna es a la proliferación de juicios pendientes, dejados en suspenso, con lo cual cada vez más todo vale lo mismo, todo queda legitimado y naturalizado por el mercado a pesar de sus contradicciones lógicas y éticas.

En consecuencia, puesto que el pensamiento siempre está ligado a la acción y juntos producen consecuencias de todo tipo que se encadenan con otras para la realización de los cambios en la sociedad, y dado que estos cambios a menudo no son los esperados, o directamente representan lo que no debía suceder, o lo que no se quería que sucediera, o peor aún, representan la criminalidad más aberrante, corresponde establecer qué relación guardan ciertas ideas con determinados efectos. Para ello hay que tomar la distancia necesaria para apreciar en perspectiva la filiación de las transformaciones o consecuencias producidas.

Y como las ideas de las que hablamos, es decir, las que circulan y operan en el mercado de las vanidades políticas, no surgen de la nada sino que en buena medida son formulaciones y reformulaciones de los intelectuales cabe asignarles a éstos las consiguientes responsabilidades por las consecuencias de sus creaturas.

Toda demostración de responsabilidades ideológicas de un intelectual implica la necesidad y la conveniencia políticas de habilitar un juicio virtual por mala praxis. Por ahora ello sólo es posible imaginariamente. Lo mismo que la identificación y condena de las obras en las que ha vertido ideas oprobiosas. Por ejemplo, en los casos de quienes incurrieron en el delito de apología del genocidio (aunque ésta todavía no hubiera sido tipificada y legislada) deben ser enjuiciados.

Esto es lo que muchos intelectuales argentinos "comprometidos" dejan en suspenso respecto de algunos famosos intelectuales ideólogos del racismo, la discriminación y el genocidio, responsabilizando solamente al ejecutor material que consideran único responsable, cuando conductas semejantes no interpelan solamente al ideólogo y al ejecutor sino también al Estado mismo y a la sociedad que calla y avala o consiente la muerte, tal como ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX y especialmente entre 1955 y 1983.

Ello también es posible porque existen "intelectuales comprometidos" que minimizan la responsabilidad de los ideólogos.

Llegados a este punto, ¿por qué admitir para los tiempos actuales los juicios por mala praxis sólo cuando el imputado es un médico, a veces un abogado o un arquitecto, y últimamente un psicoanalista? ¿Acaso, no deberíamos incoarlos contra varios famosos economistas y corporaciones financieras llenas de intelectuales que compartieron las mismas teorías aplicadas al caso argentino en los 90´s y después?

Con una salvedad, que las costas del juicio y las reparaciones consiguientes las paguen los ideólogos y los ejecutores de las tropelías, sobre todo las cometidas desde 1955 a la fecha, y si sus patrimonios no alcanzaren para ello, que la obligación caiga sobre sus herederos directos como el único sambenito traslaticio de la ignominia de padres a hijos admitido en la república. Tal vez así se cuidarían de portarse mal en el futuro.

XVII

FINALMENTE… VOLVER A PENSAR NOSOTROS

Dado que la mayoría de los intelectuales de derecha e izquierda nos han estafado permanentemente defraudando nuestra confianza, después de haber inclinado la cerviz ante ellos a lo largo de los tiempos, propongo…

… que los ignoremos, pero esta vez que sea en serio;

… pero si fueron funcionarios políticos y en esa condición cometieron delitos contra la sociedad que paguen largos años de cárcel efectiva sin celdas VIP;

… y si robaron que devuelvan la totalidad de lo robado o defraudado con intereses;

… que el sambenito de la ignominia sea transferido por el culpable a sus herederos consanguíneos en línea descendente privándolos para siempre de ejercer cargos públicos de cualquier tipo;

… que la memoria colectiva y la historia mantengan para siempre el recuerdo de su ignominia;

Es hora…

… de volver a tener vergüenza;

… de volver a la sencillez, no para dejar de pensar ni de escribir sino para reaprender, así como también para expresarse sin vicios ni contaminación;

… de que las ideas empiecen a estar al servicio de los hombres y no al revés;

… de que el árbol no impida ver el bosque ni el bosque haga invisible al árbol;

… de tener pensamiento estratégico basado en intereses nacionales de conjunto;

… de subordinarnos todos por igual a las leyes;

… de volver a pensar por nosotros mismos, para no volver a ser…

… ni adaptativos, ni destructivos;

… ni morir por muerte diferida, climatizada y envasada;

… ni tampoco por ejecución sumaria.

Ni alpargatas sin libros, ni libros sin alpargatas;

… ni libertad sin responsabilidad, ni delito sin castigo;

… ni teoría sin práctica, ni práctica sin teoría;

… ni principismo abstracto, ni pragmatismo sin principios;

… ni individualismo sin solidaridad, ni colectivismo sin individuo.

o0o o0o o0o

 

El autor,

Carlos R. Schulmaister,

Es argentino. Profesor de Historia y Master en Gestión y Políticas Culturales en el Mercosur. Ejerce la docencia y el periodismo de opinión. Se ha especializado en historia oral, museología y patrimonio. Tiene una posición nacional y antiimperialista de la historia argentina y latinoamericana, pero concibe a la política como la herramienta imprescindible para despegar de las trampas representadas por los mitos y las utopías del pasado y del presente esgrimidos a derecha e izquierda por las oligarquías, los populistas, los mesiánicos y los violentos para mantener a las sociedades como eternos párvulos y así mantener su hegemonía.

Es autor de De la patria y los actos patrios escolares. Gral. Roca, UNComahue, 2006.

La patria. Mistificación y liturgia. Gral. Roca, UNC, (en prensa).

Las entrevistas de historia oral. Potencialidad económica. Derechos autorales en Argentina. (Inédito).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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