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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 5)

Enviado por cschulmaister


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Sin embargo, como tratándose de ellos todo es posible, también queda lugar para aquellos que pese a los fracasos universales de la izquierda marxista y a los del socialismo real responden con una apuesta temeraria en la dirección tradicional pero con una virulencia discursiva multiplicada que en realidad compensa la exigüidad de sus integrantes. Estos grupos se ocupan de atacar a todos los anteriores por haber "traicionado" la causa.

La posibilidad de sobrevida por medio de estas adaptaciones de la izquierda a los nuevos tiempos tiene que ver con sus conexiones y ramificaciones. Aquello que sirvió con limitaciones para otras épocas, cuando algunos creían con tremenda torpeza y estupidez que el capitalismo estaba agotado y pensaban que entonces quedarían amenguados y hasta compensados los fracasos del socialismo real, sirve ahora para mantener la vigencia simbólica de ciertos referentes desprendidos de todo encuadramiento y compromiso concreto con sus luchas de antaño.

Sus conexiones actuales con grupos afines, sus vinculaciones con medios gráficos cuasi clandestinos y con agrupaciones de carácter testimonial en las universidades, y en el mejor de los casos con su incorporación a espacios simbólicos de izquierda bajo consignas de menor perfil que antaño, todo eso les sirve para mantener en circulación múltiples discursos aggiornados que no trascienden los marcos universitarios y sindicales

El cataclismo del marxismo como ideología (nunca admitido por un marxista) y la crisis del socialismo real cuestionan el rol y la misión de los intelectuales de izquierda lo mismo que la de los militantes, reducidos a expresiones moleculares en un contexto subcultural de escepticismo, frustración, derrota, desesperanza e incertidumbre.

El mito enseña que los "intelectuales" mueren de pie, el último día de su vida y no antes. Pero es sólo un mito. Cabe dudar de él y preguntarse si realmente mueren de pie o en la cama, y si mueren el último día de vida o se murieron con anticipación sin que ellos mismos ni sus seguidores se hayan percatado del deceso.

La veneración de las celebridades es un hecho común de todas las sociedades. Los latinoamericanos hemos sido criados durante dos siglos en la veneración de las celebridades. El tiempo lija las asperezas que pudieron haber tenido en sus vidas y al llegar a la edad provecta una mirada atrás llena de placidez y bonhomía por parte de la cultura y los intelectuales hegemónicos legitima todas las posiciones intelectuales, tanto por izquierda como por derecha. Y así pasan, sin virulencia ni ganas de pelear, a la condición de glorias vivas del pensamiento nacional.

Lo malo es que eso les conceda impunidad por medio de un cheque en blanco intergeneracional. O por lo menos, que eso pretenda.

Son pocos, muy pocos, los imprescindibles, esos a los que como sociedad les quedaremos en deuda. Los otros, los de la mayoría, se terminan yendo sin pena ni gloria, vencidos, sin virulencia ni ganas de pelear desde la tumba como correspondería al mito del intelectual. Algunos, ya en vida se convirtieron en fotos para el cuadrito, o sea, en bolas de bronce. Y uno a uno, por turno, cuando mueran serán despedidos en el Congreso del mismo sistema político que en vida denostaron. Y se dirá que si sus profecías no se cumplieron no fueron ellos los equivocados sino el pueblo. Y sus exegetas se pondrán a argumentar, una vez más, a favor de su reivindicación con mil argumentos diferentes.

El mito de los intelectuales de izquierda se alimenta también con el mito de la universidad como isla revolucionaria. Ambos mitos se hallan plenamente insertos en el mercado, tanto como el propio Marx.

La visión corporativa de la izquierda sobre sus intelectuales, incluida la de éstos sobre si mismos, es una visión optimista acerca de su función en la sociedad. Ya hemos visto caracterizaciones sobre los intelectuales que los presentan como alineados con las causas más importantes y progresistas de la sociedad y de la humanidad en su conjunto, como son las que integran la agenda de las grandes cumbres políticas, especialmente las de esta etapa del desarrollo del capitalismo mundial.

En la vida real no se verifica ese supuesto en forma predominante, sino más bien con escasez. Los errores y fracasos cometidos por los intelectuales de izquierda en América latina y en Argentina, en lo que más nos interesa, son impresionantes, pero no han sido errores de apreciación o de análisis, sino opciones conscientes. Y si no recordemos su apoyo histórico a los conservadores contra el irigoyenismo, su participación lujuriosa en el golpe del 55 contra el peronismo, luego su apoyo al "proyecto tercermundista de Isabel y López Rega" (sic) y su entusiasta apoyo al general Videla, "espada de la libertad", "soldado de la democracia", etc, etc.

El mismo sayo le cabe a la social democracia argentina en todas sus versiones, las viejas y rancias y las nuevas que abandonaron el campo nacional definitivamente, que apoyaron a la Tiranía como colaboracionistas y le brindaron miles de funcionarios de alto nivel, y que cuando fueron gobierno debieron huir antes de tiempo.

Tampoco se compadece con su práctica concreta la autopregonada lucidez y coherencia de los intelectuales de izquierda, pues la mayoría de ellos no sólo mira y ve distorsionadamente el presente sino más que nada el pasado: se dicen críticos del presente a pesar del recurrente fracaso de sus críticas, y en cuanto al pasado directamente son críticos en lo que les conviene, con lo cual se convierten en dogmáticos.

La inconsecuencia es tremenda: critican al Estado sólo porque no han podido vivir del Presupuesto y su crítica mancha todo lo que toca el Estado, pero se abstienen tratándose de Cuba, Corea o la ex URSS.

Otra es atacar al gobierno por izquierda y cobrar por derecha. Otra es vivir en democracia, con libertades de expresión y garantías individuales, criticando al imperfecto sistema que a ellos sí les da de comer y les permite criticar, y pregonar como instancias superadoras regímenes de opresión, sin garantías ni libertades, ni derechos humanos. Esos intelectuales me dan risa, al igual que sus epígonos estudiantiles universitarios, sumidos en las nieblas del Riachuelo.

Los delirios maoístas del PCR, como los del feroz asesino de indígenas peruanos Abimael Guzmán, émulo de Pol Pot; el llamado del PCR en 1973 a apoyar a María Estela Martínez de Perón y a su mucamo López Rega mientras éstos despreciaban tal apoyo y los iban liquidando "sin prisa pero sin pausa"; las lujuriosas aclamaciones del PC argentino a Videla y el Proceso de Reorganización Nacional -decisiones todas tomadas por intelectuales orgánicos (¡¡¡…!!!)- demuestran que no era ingenuidad.

La misma crítica les cabe respecto a su mitificada capacidad anticipatoria del futuro y a su infalibilidad. Hemos visto muchas veces caer al suelo todos esos moños por causa de su incapacidad intelectual, o su fanatismo, o su estolidez. Por ejemplo, cuando tenidos por profetas infalibles sus profecías fallaban algunos intelectuales fueron tan soberbios como para responsabilizar al pueblo de sus propios fracasos.

En otros casos, cuando fallaron sus análisis se ha visto su increíble capacidad para plantear una argumentación defensiva de cien maneras distintas, defendiendo lo indefendible y atacando lo inatacable.

En todo caso, cada intelectual siempre procederá a ajustar la teoría según haya sido la ubicación final de cada intelectual en relación a los hechos. Mientras tanto, pueden pasar décadas en la tarea de buscar explicaciones convincentes antes que verdaderas.

Muchas veces fueron ellos mismos quienes se despojaron de sus míticas capacidades para el análisis científico de la vida social, cuando les convino económicamente. En lo cual no se diferencian en nada de los intelectuales del sistema ni de los liberales por convicción, pues ambos tipos de intelectuales tienen muchas dosis de mercenarios y pocas de austeridad.

Los intelectuales no sólo derriban ídolos y alborotan cuando conviene a sus planteos o a sus partidos. También frenan y buscan posiciones intermedias, no sólo porque buscan posiciones personales o de sector o por buscar equilibrios, sino por estar directa o indirectamente en ocasiones al servicio de refrenar las pasiones o de plantear la dureza de ciertas opciones.

Alguno argüirá que Fulano, Mengano y Perengano fueron intelectuales y lucharon por la revolución. En ese caso el revolucionario primó sobre el intelectual y la práctica sobre la teoría.

El pensamiento es individual sólo a condición de ser libre y es libre a condición de ser autónomo; en cambio, la acción política necesita ser colectiva. Cuando el ejercicio del pensar se subordina a una causa práctica más tarde o más temprano llega el momento en que aquel pierde espacio y libertad.

Y si no, ahí está Roque Dalton como ejemplo para América latina. Él, que era una conducta moral, como había caracterizado Miguel Angel Asturias el perfil de un verdadero poeta; él, que había muerto varias veces y sin embargo regresaba cada vez con más ganas y alegría que antes, "no se salva de sus propios compañeros que lo asesinan por delito de discrepancia", "de al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo".

Para ser intelectual se necesita pensar, después pensar correctamente, honestamente. Y es falso que se deba tener un compromiso político partidario para no girar en el vacío. No hay autonomía intelectual cuando aparece la censura o la autocensura. Ergo, no existe entonces función intelectual verdadera.

Los intelectuales describen lo que ven y tratan de explicarlo. Pero los presuntos "no intelectuales" como ellos, o sea los hombres sencillos, muchas veces analfabetos o semialfabetizados, han sido con frecuencia quienes más transformaron determinados espacios de la realidad en los últimos años, gracias a lo cual tantos intelectuales han tenido y tienen tela para cortar.

Desafección de la política y abandono del espacio público en niveles de clase media y clase baja porque ambas iban cayéndose fue la característica de los 90´s. "¡Que se vayan todos a la m…!" pensaron muchos argentinos en los últimos diez años. Los habían engañado los políticos profesionales y los nuevos políticos sin dejar ningún principio en pie como para aferrarse a ellos.

Simultáneamente a que los partidos políticos entraban en crisis como mediadores y los MM ocupaban el centro de la escena donde se decide la vinculación entre los representados y las nuevas camadas de representantes, lo que equivalía a un planteo en cierto modo directo de relacionamiento, a la gente le pasaba lo mismo con aquellos que tenía por intelectuales. La TV les mostraba sus caras y éstas les provocaban cansancio, fueran de derecha o de izquierda. Querían caras nuevas para prestarles atención pues estaban hartos de las de siempre.

Frente a los intelectuales que disponen del pensamiento y la palabra, o sea de la difusión y el consumo de sus discursos, estos tiempos han agotado la capacidad de espera, no sólo hacia el futuro de la sociedad sino hasta de esperar que un discurso empiece y acabe. Fugacidad, rapidez, el gesto, la mirada, la imagen es más buscada y se puede interpretar, en tanto el discurso ya no atrapa como antes.

El hecho de haberme referido a la izquierda, a la clásica, a la que todos hemos conocido y aguantado, no implica desconocer la posibilidad y la necesidad de construir nuevas alternativas para la solución y mejora de tantos problemas actuales. Pero esa izquierda que hemos conocido, si es que alguna vez sirvió, ya no sirve más. ¡No va maaaaaaassss!

¡Qué paradoja la de que mientras el mundo y sus ideas otrora hegemónicas desaparecen o se transforman, los intelectuales constituyan una referencia constante de buena parte de aquellas ideas ya viejas, pertenecientes a un pasado en el que ellos construyeron sus prestigios de intelectuales!

¡Y que mientras que las ideas y los ismos pasan a la historia, ellos, sus autores o divulgadores u operarios, se resistan a seguir la misma tendencia!

Si a los políticos malos se les pide que se retiren para dejar paso a nuevas generaciones que ocupen los puestos decisorios cabría pedir lo mismo a los intelectuales equivocados o inconvenientes para el conjunto de una sociedad. En tales casos, ¿cuándo sería el momento oportuno? ¿Cómo ampliar el rechazo social y la exclusión efectiva de los políticos corruptos y fracasados a los intelectuales funestos?

XII

ALGO MÁS SOBRE INTELECTUALES DE IZQUIERDA

A pesar de que los términos izquierda y derecha no representan nada esencial o cualitativo, pues son solamente términos relacionales, es decir, que se referencian recíprocamente, siguen vigentes en todo el mundo en el discurso de los intelectuales de ambas ideologías para caracterizar formalmente las posiciones en torno al Poder y el sistema.

Ambos han quedado suspendidos en el tiempo, como un mito más, asociados teóricamente a los conceptos de revolucionarios y reaccionarios, respectivamente, mientras que en los hechos han perdido esa correspondencia inicial de los tiempos de la Revolución Francesa. De modo que la historia nos ha dado algunos ejemplos de izquierdas y derechas que han fungido de reaccionarias y progresistas respectivamente.

Por consiguiente, también resulta una simplificación y hasta una grosería en ciertos casos dividir a los intelectuales en revolucionarios y reaccionarios por sus adscripciones a los partidos reputados de izquierda y derecha.

Por otra parte, al construirse recíprocamente se dejan percibir como dos parcialidades homogéneas enfrentadas por cuestiones principistas, cuando en realidad los principios, con ser muy importantes en la historia, siempre ceden posiciones frente a los intereses dominantes. Y ésa es otra enseñanza de la historia.

De modo que he utilizado ambos términos abundantemente y sin sonrojos, tan sólo porque existen personas que tienen a bien autopercibirse y ser percibidos por intermedio de ellos, con lo cual convalidan a sus presuntos opuestos, al margen de la oquedad que ambos poseen.

Lo que aquí me interesa relevar, entonces, es la predisposición de la mayoría de los intelectuales de izquierda de Argentina para dejarse sorprender por delante por la historia, hallándolos desprevenidos y sin la indumentaria adecuada para la ocasión. En estos casos, la sorpresa suele shockearlos, al caer en la cuenta de que ellos y la historia, o sea la sociedad viviente, o la vida social, se han movido a velocidades diferentes: ¡mientras ellos creían hallarse en off side, como corresponde al mito del intelectual anticipador, etc, etc, la historia una vez más les vuelve a jugar una mala pasada!

La conmoción que sufrieron los intelectuales marxistas entre la asunción de Gorbachov a la presidencia de la URSS y la disolución de ésta en 1991 fue histórica. En esos mismos momentos los "intelectuales" del PC de Argentina y de otros partidos de izquierda insistían con el clásico sonsonete abreviador de largas explicaciones y por eso mismo de más fácil albergue en la mente de los zonzos a quienes lo dirigían: "¡el capitalismo está agotado…!".

Por supuesto, dicho con la famosa autosuficiencia del PC, con una sonrisa cómplice y casi murmurado en la oreja del quía, privilegiado destinatario de un secreto solidariamente socializado por el camarada que nos ha tocado en… en la vida. Iba a decir "en suerte" pero sería un contrasentido. Lo mismo cabe decir del silencio mantenido durante los cambios en las políticas económicas de países como Vietnam o China de la mano de sus propios partidos comunistas.

En todos los casos en que la historia se les presenta intempestivamente como una roca en el medio del camino ellos entran en estado de asamblea para producir sus famosos análisis críticos, sus interpretaciones y explicaciones ex post facto que para entonces no sólo no poseen ningún valor salvo el de la obviedad del error empírico original y del crónico fracaso de su teoría y su metodología, de sus proféticas utopías y de sus condiciones políticas para llevarlas a cabo.

No obstante, no dejan de ser asombrosas aquellas intervenciones por su extraordinaria capacidad para manipular la interpretación de los hechos y los procesos políticos, económicos y sociales a su antojo y conveniencia, brindando una panoplia de argumentos "originales" en el sentido de no aparecer ninguno diciendo algo similar a lo que ya ha sido dicho por otro intelectual, so riesgo de perder este último su identidad y consiguientemente arriesgando su prestigio y su cotización en el mercado.

En sus dictámenes pueden hallarse incoherencias a granel, dobles discursos, doble moral, y mucha caradurez. Lo mismo que en sus readaptaciones posmodernas en Argentina.

Lo cierto es que escribir desde la izquierda da de comer y mucho, a despecho del cliché de la marginalidad del intelectual de izquierda. Hoy la izquierda no es una ideología subordinada pues se coliga con lo más vital del capitalismo, al margen de que un aire de izquierda nunca está de más tanto para el pobre lo mismo que para el rico pues sugiere sensibilidad social, la virtud más deseable de un hombre posmoderno "trabajado" sensitivamente.

A los intelectuales de izquierda les caben los mismos errores, defectos y pecados que ellos atribuyen a los de derecha, entre otros, el pragmatismo, el oportunismo y el alcahuetismo. Todos los renuncios, renuencias y renuncias, y las genuflexiones que son capaces de hacer los intelectuales de derecha ante sus patrones, también las efectúan los de izquierda a sus propios mandantes, que no es el pueblo, por cierto.

Casos concretos como expedirse acerca de la libertad y la democracia en la Cuba de Fidel Castro, sirven para poner a prueba las condiciones y los caracteres ideológicos y políticos de los intelectuales de todas partes. El resultado es la confirmación de la labilidad política y moral de los intelectuales progresistas e izquierdistas, de su relativismo, de su carencia de caracteres y principios propios.

Los bienes y servicios intelectuales de izquierda se comercializan con mayores éxitos de venta y de cotización que los de derecha, pues mientras la Globalización se impone desde arriba, los intelectuales y los políticos de izquierda venden los grimorios para crear mágicamente el paraíso socialista desde abajo, como la Buena Nueva de los pobres y explotados de la tierra, es decir, con mística, obviamente no experimentada en absoluto, pero muy bien explotada, y como toda mística, con buenos resultados.

Ciertamente, la derecha y la izquierda son dos mentiras, pero una: la Globalización, es algo concreto que se puede discutir amplia y ardientemente, pero que de hecho no se puede derribar sin producir mayores males. Incluso, teóricamente resultaría más fácil llegar a una mancomunión para transformar la Globalización o para controlarla que discutir eternamente acerca de su perversión intrínseca o llevar a cabo actos de repudio contra ella. Por cierto, cualquier cosa que hiciéramos, siempre todo sería mucho más difícil para nosotros.

Pero convengamos que mientras podemos discutir acerca de tantos resultados negativos de la Globalización, las utopías de izquierda que nunca han sido instaladas originariamente a partir de elecciones libres sino que han sido impuestas a sangre y fuego, no se dejan discutir en lo más mínimo –como corresponde a toda utopía- pues se convierten en dogma bajo la amenaza de la espada sostenida por sus sacerdotes, apóstoles y mártires. ¡¿Quién osará discutir lo que dicen los mártires?!

O sea que si hay dogmas y cultos por derecha, como ha predicado hasta el hartazgo la izquierda, también los tiene y los practica ella misma. Y en ambos casos la verdad no es cuestión de racionalidad sino de fe y voluntad.

Al igual que la derecha, que demoniza a sus enemigos de izquierda, ésta hace lo mismo con aquella, o con aquellos a quienes para suprimirlos calificará de derecha. Mientras la izquierda asume el rol de víctima del sistema manejado por la derecha, cuando eventualmente llega al Poder, se convierte en la gran victimizadora estatal.

Así como para los nacionalistas de derecha la patria siempre tiene razón aunque se equivoque, para la izquierda el marxismo es La Palabra que conduce al Nirvana del Socialismo y osar cuestionarlo será considerado una herejía.

Si ellos dicen que la religión es el opio de los pueblos porque adormece a los que creen en Dios, debería suponer que están en contra de las drogas, de toda clase de drogas, o por lo menos que deberían estarlo. Sin embargo, sobre ese tema no se expiden, aunque de hecho las miran con indiferencia, como si fueran picardías de hippies setentistas, para asociarla en los imaginarios juveniles a un supuesto espíritu de libertad y transgresión, caldo de cultivo para su prédica, pero cuando Castro fusila a los militares narcos y aplica una concepción opuesta acerca de la droga ellos guardan silencio.

Hasta se les puede conceder que sus análisis descriptivos de la sociedad globalizada tengan algún grado de acierto. Lo que no se puede aceptar es que digan poseer las fórmulas para construir una sociedad mejor que ésta imperfecta sociedad capitalista, pues lo único que han sabido hacer desde el Poder es aplicar una metodología de inspiración maltusiana para la reducción de los conflictos internos.

Al igual que tantos intelectuales de derecha, muchos intelectuales de izquierda fueron legitimadores tácitos de la política de entrega de los recursos nacionales a manos de las multinacionales capitalistas desde la época de Martínez de Hoz y la Tiranía nazifascista del Proceso de Reorganización Nacional incluidos todos los totalitarismos del pasado y del presente.

Además, como hemos visto, con su aquiescencia al mercado que tanto odian son los mejores legitimadores de la burguesía misma de la cual se declaran enemigos y que ellos también integran.

Hoy ya no tienen los arrebatos declaratorios de guerra de antaño, ni las públicas rupturas de treguas ni las declaraciones a lo veni, vidi, vici con los gobiernos, y menos aún con el stablishment. Ya ha pasado la época de sus famosas disyuntivas, de las alternativas imperiosas que ofrecía el pensamiento socialista, hoy sugestivamente maquillado como "pensamiento alternativo".

Pareciera que hoy sufre un dolor de olvido cierta intelectualidad que se siente senior a fuer de vieja –es decir, de cansada y frustrada-, y no por importante ni por tener probada trayectoria de lucha, que no la tienen, por lo menos no limpia.

Ocurre que el sector político oficial ha puesto las reglas de juego de la vida pública actual sin la más mínima consideración a sus obsesiones y fantasmas. Incluso si algún intelectual progre está en el gobierno ha hecho abandono de su condición y supuestas misiones como tal, de modo que este tipo de pasaje los descoloca ante la corporación de intelectuales que constantemente se están midiendo los pasos –ajenos-. No son épocas de romance a primera vista después de tantos fracasos sentimentales en los últimos cuarenta años.

La intelectualidad de izquierda nunca se revisa en profundidad. No se mira en la historia sino en su mitología, como Narciso en su imagen. Por eso se quieren mucho y son nostálgicos igual que las derechas y se lo pasan exhumando supuestas luchas, supuestos triunfos y supuestas derrotas del capitalismo.

La consideración de los problemas de los intelectuales o de los intelectuales como problema es encarada por los izquierdistas desde la contraposición entre reformistas y revolucionarios. Pero ésta, a mi juicio, es inservible, como lo ha sido siempre entre nosotros.

El pensamiento a la "izquierda" no ha servido más que para crispar a la derecha en contra del nacionalismo popular, el verdadero enemigo de ambas.

Constantemente acusan a los intelectuales de derecha de renunciar a pensar porque en sus contratos no figura tal posibilidad, o porque de hecho la tienen prohibida. En cambio sí consideran que es pensar lo que ellos hacen: encuadrar lo novedoso en su respectivo texto sagrado y desde allí disparar sus anatemas a todo el mundo, menos a Fidel y las dictaduras socialistas supérstites.

Por eso no suelen pasar de rescatar la "necesidad de construir teoría renovada", sin poner en discusión sus propias teorías, ni sus prácticas, ni los supuestos subyacentes de las mismas. Eso sí, han perdido la soberbia de otros tiempos, o mejor dicho la han disfrazado bajo afeites de democratización aparente como cuando promueven el estado de asamblea permanente de los colectivos sociales para la producción de la teoría (que ellos se han encargado previamente de inducir en sus integrantes no intelectuales). Así se mantiene el mito de la praxis y la teoría surgidas desde la praxis social.

Su problema, pues, no se arregla con renovación de ideas que oculten o amengüen el peso en sus discursos de slogans y clichés discursivos y gestuales constitutivos de la macchietta de revolucionarios. Su alienación, eurocentrismo, oportunismo, fragmentarismo, autoritarismo, violentismo, etc, por mencionar algo tan sólo, es común a todas las sectas de izquierda.

Obviamente, no los detesto por no haber sabido tomar el poder en la Argentina, porque no ha sido solamente que no hayan sabido, sino fundamentalmente porque no han querido, como en América latina y en Africa cuando les tocó la responsabilidad, todo lo cual deberíamos agradecerles por habernos privado de las "bondades" de esa falacia llamada socialismo real: dolor, muerte, dominación, explotación por parte del estado nomenklativo, represión, silencio y mudez.

Pero aunque no se atrevan a tomar el Poder o no puedan por ahora, se dedican a erosionar todo lo que pueden erosionar , a minar constantemente la vida política, social y cultural poniéndose en víctimas eternas del sistema cuando ellos han sido los verdugos de millones de personas en sus "paraísos socialistas", y digo ellos pues ellos son sus herederos morales.

Por cierto, la democracia debe garantizarles entre nosotros su propio derecho al divague o al delirio, ése que en los "socialismos reales" no se le permite no sólo al intelectual sino a nadie. Las alternativas que las ofrezcan todos los que quieran, pero ojalá que los pueblos aprendan a sacudirse no sólo las cadenas ideológicas de las derechas sino también las de las izquierdas, y si no preguntemos a los que viven en ciertos lugares del planeta si quieren seguir viviendo bajo las "democracias socialistas".

¿Qué hay que buscar alternativas a un sistema injusto? ¡Por supuesto! ¡Pero es absurdo esperar que las busquen y las hallen ellos!, pues ya no engañan a nadie con ninguna de sus históricas estrategias, ya sea que vayan de frente o disfrazados, solos o en alianzas increíbles, con los ojos en el cielo, en el subsuelo o en la nuca.

Una izquierda que sea símbolo de la defensa de los valores humanistas, que se supere constantemente en la promoción del hombre considerado en todas sus dimensiones y en su integridad, y que en la lucha por la transformación de la sociedad no se ate a la Razón de Estado sino a las leyes de esencia democrática y ética. Una izquierda de esta clase es una izquierda con los pies en la tierra. Obviamente, en ella el marxismo sólo es un lastre.

El comportamiento político de las izquierdas es sectario como el de tantas organizaciones político económicas de la derecha capitalista. Pero a éstas se las puede resistir y vencer con la democracia social; en cambio, a las primeras no, pues ni siquiera se puede manifestar discrepancias en sus imaginarios paraísos "reales".

Las peripecias de las organizaciones políticas de izquierda nativa no me interesan. Que las discutan ellos. Izquierda sin democracia no puede ser izquierda jamás: sólo es una derecha disfrazada que tampoco es democracia.

Por eso prefiero una democracia imperfecta –no deliberadamente imperfecta ni limitada, sino perfectible- y no una democracia que pueda ser calificada de "izquierda" tan sólo por provenir del marxismo.

La teoría no emerge espontánea, transparente y pura de la práctica popular, ni la praxis política ejecuta fielmente a la primera. La política real es muy distinta a como los mitos la muestran.

REESCRITURA MENTIROSA

Si los intelectuales de derecha han reescrito la historia a gusto e piacere, los de izquierda lo han hecho tantas veces o más que los primeros y lo siguen haciendo, pero lo paradójico del caso es que en lugar de disentir como sería dable esperar han coincidido con los primeros en la orientación político ideológica de la historia "oficial".

Comparten idolatrías y odios heredados de sus respectivas fuentes de sabiduría política, también coincidentes en el pasado.

Ambos saben mentir tan bien que resulta difícil percatarse cuando lo hacen, de modo que cuando escriben todo resulta naturalmente correcto, sin visos de ideología. No saben la regla básica de la ciencia historia: decir la verdad, pero toda la verdad.

Así crean nuevos mitos y los potencian por izquierda y por derecha.

Un mito al uso y de vieja data pero constantemente actualizado es aquel que, partiendo de postular la construcción intelectual de la república en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene que Argentina inició su decadencia cuando se produjo un divorcio entre el mundo de la cultura (oligárquica, recordemos) y el mundo de la política (también oligárquica) situando la supuesta desgracia en torno a dos momentos fundamentales para esta tesis: el parteaguas de los golpes de Estado de 1930 y 1966, punto de partida de expulsiones y diásporas de intelectuales de las universidades argentinas.

Es una grosera simplificación sostener que Argentina, otrora la docta, la culta de América latina, adoleció de insuficiencia de espacios, oportunidades, confianza y apoyos a los intelectuales, especialmente a los de nuestras universidades.

Constituye una trampa discutir acerca de cuál fue el gobierno de facto que primero persiguió a profesores universitarios. En definitiva, las fechas están al servicio de lo que cada intelectual quiere dejar establecido, así como que los profesores perseguidos en cada ocasión pertenecían a tal o cual lineamiento político.

El argumento peca por convertir a más de un catedrático gorila, conservador o de la izquierda lavada, en un meritorio intelectual de la patria. Y calla que esas universidades no eran de la nación, sino de la oligarquía. El pueblo argentino, representado por entonces por los sectores mayoritarios de trabajadores estaba muy escasamente representado en el alumnado, en el profesorado y en los contenidos de la enseñanza superior.

Si en 1966 se expulsó y emigraron profesores de izquierda, muchos de ellos habían sido copartícipes reales y morales del golpe de 1955 junto con los por entonces sus "amigos" de la Libertadora que despoblaron las Universidades de profesores peronistas a los que descalificaron con saña civilizatoria para entronizar a profesores flor de romero, cizaña intelectual que se propagó como plaga y subsiste hasta el día de hoy con los afeites correspondientes.

Esa izquierda profesoral expulsada en 1966 es para algunos intelectuales de hoy símbolo de un patrimonio nacional desperdiciado. Lo cierto es que con ellos adentro, mano a mano con los liberalconservadores, la universidad argentina se reproducía como el núcleo pensante de la oligarquía, como el faro iluminador del futuro colonial, como garantía de la no presencia de la "barbarie peronista", por entonces proscripta electoralmente sin contar con ninguna muestra de solidaridad de esos intelectuales comprometidos echados por un imbécil con jinetas.

Decir que en 1966 se silenciaron las Universidades, que se prohibió pensar, etc, etc, es un cuento, comienzo de un nuevo mito para consumo en el siglo XXI.

Esa entrada de los militares en la Universidad fue una gran estupidez de los militares, evidencia de su incapacidad intelectual, porque las izquierdas expulsadas, socialdemócratas y de izquierda marxista, reformistas como todas las expresiones políticas e ideológicas en su interior, no entrañaban ningún peligro para la oligarquía ni para los militares por ser funcionales a su proyecto.

Al contrario de este mito sobre el 66, el golpe militar fue un acicate para la continuada entrada de la realidad exterior en las universidades, incluida la peronización sostenida de los universitarios. El pensamiento estudiantil dejó de preocuparse tanto por la isla revolucionaria de laboratorio y se referenció gradualmente con las luchas populares mayoritarias llevadas adelante por la unidad obrero estudiantil peronista como las recordadas luchas del Rosariazo y el Cordobazo.

En las Universidades del Onganiato se leía de todo. Mientras se estudiaban las ciencias sociales predominantemente en sus versiones "oficiales" o pro sistema, subsistieron cátedras marxistas que fueron emblemáticas de esa época en muchas universidades.

Excepcionalmente, en la UBA aparecieron las Cátedras Nacionales con señores intelectuales nacionales y hasta comenzaron a producirse pasajes de intelectuales marxistas al campo nacional.

En los centros universitarios de todas las sectas y subsectas marxistas se vendían todos los libros, periódicos, manifiestos y recetarios del izquierdismo universal. Pero lo nacional seguía siendo algo externo, por eso había que peronizar las universidades para el pueblo.

Todo ese mundo cultural y culturoso evocado con ternura por algunos brujos redivivos era el de los que se escondían y se protegían del pueblo entre las sacrosantas paredes de la Universidad, apelando al viejo fuero estudiantil medieval tal como lo revela el tremendismo lastimero con que mitificaron "la noche de los bastones largos".

Discrepo totalmente con esta tesis promovida por intelectuales socialdemócratas e izquierdistas a la Argentina, es decir, funcionales al seudoliberalismo argentino. Su grado de mentira es enorme, tanto como la capacidad mitificante de sus fogoneros.

Primer caso: tan valientes para demonizar a los militares diferencialmente por sus genocidios: los de los indígenas por el general Roca sí, pero jamás el de los paisanos bárbaros del interior del país después de Pavón y el de los paraguayos por Mitre y sus corifeos; absteniéndose siempre de cuestionar a los intelectuales pesos pesados de la historia oficial como Mitre y especialmente Sarmiento, ideólogo del racismo antijudío y contra los pueblos originarios de todos los continentes y fundamentalmente del nuestro.

Segundo caso: hoy, estos socialdemócratas que fueron antiperonistas en los años de plomo, diferencian a "los muchachos peronistas" y los redimen de la "barbarie peronista" de Perón en la medida que los construyen como encarnación de un arquetipo revolucionario ilustrado, referenciado en una Evita "revisitada", en un seductor Che Guevara, enfant terrible e intelectual de izquierda como el actual novelista y poeta del pasamontañas, por tanto presencia y garantía de la teoría revolucionaria elegida, que completa la sentimentalidad visceral y prosaica de la primera, más la voluntad de la Organización.

Esta segunda operación les sirve para autovictimizarse colgándose de la cruz del peronismo. Tan sólo de la cruz porque las glorias las desdeñan, como corresponde al intelectual de izquierda: antiperonista para que no lo acusen de fascista los herederos de la Unión Democrática.

A pesar de la necesidad de procesar el fracaso del peronismo y el terrible desenlace de esta etapa y de su propuesta, algo que no se ha llevado a cabo todavía; que causa mucho dolor e incomprensión; y que puede llevar muchos años más todavía para poder tomar suficiente distancia del pasado, tantos quizá como para que desaparezcan todos los contemporáneos… a pesar de esa tarea que aun falta, repito, hay que tener mucho cuidado, señores intelectuales "progres", para no ser inmorales.

Esa mezcla de escasos gozos hasta las cimas y de profundos descensos a las simas del dolor que se llamó peronismo, y que ya desapareció por cierto, que fuera buena nueva y a la vez espada, por ahora sólo puede ser bancada espiritualmente y comprendida por los que fuimos peronistas y por nadie más. Y no es bueno que sea así. Pero es. Mientras tanto, señores intelectuales "progres", no se cuelguen de la cruz del peronismo ni de aquella utopía setentista que lo excedió, si previamente no asumieron las glorias del peronismo.

XIII

LOS INTELECTUALES QUE VALEN LA PENA

Ciertamente, existen intelectuales a los que vale la pena leer, escuchar y tener en cuenta. ¿Pero cuáles son? Porque el mundo del pensamiento y los intelectuales no es de fácil acceso al neófito, a diferencia del mundo del cine o de la canción.

Intelectuales creadores son aquellos que tienen algo propio para comunicar que va más allá de los saberes consagrados, en circulación y consumo, o a la moda. En general, los grandes intelectuales, los creadores, aun conociendo el pensamiento de otros y siendo que las ideas no tienen dueño, tienen siempre algo particular en su pensamiento o en su expresión que singulariza sus enfoques y crea valores específicos en el tratamiento de sus objetos de estudio.

De todos modos, la condición de creador es ambigua. En vida del autor la fama de su obra puede durar el cuarto de hora que por múltiples circunstancias le depare su participación concreta en el mercado, luego de lo cual puede recibir una refutación contundente o convertirse en clásica; merecer un cenotafio en el recuerdo o un olvido sin pena ni gloria para siempre.

No existen fórmulas ni procedimientos para convertirse en creador. En general, la originalidad es una condición muy estimada, pero también otras han sido y son apreciadas diferencialmente según los tiempos: profundidad, hondura, capacidad de bucear en el alma y en la mente, utilidad social, expresividad, belleza, eufonía, elevación, espiritualidad, intimidad, autenticidad, claridad, etc.

En general, hoy existe tácito reconocimiento de que lo más deseable del aporte de los intelectuales creadores es su capacidad para ofrecer nuevas interpretaciones de la cambiante condición humana y nuevas respuestas a los desafíos que ellas implican.

Pero la atribución de grandeza, la adjudicación del podio, ¿quién la da?, ¿con qué motivos?, ¿con qué criterios?, ¿y cómo saber si es correcta?

No cabe duda que estas cuestiones sólo las pueden responder otros intelectuales, en ocasiones polemizando, y la historia les dará la entidad que sin duda merezcan. Pero los lauros conferidos y ganados no siempre son eternos. Las reputaciones de los intelectuales son muy variables, y no son directamente proporcionales a la antigüedad de sus anatomías.

Frente a la tesis de que sólo se puede ser un intelectual grande si se refleja, expresa o representa a la patria, a la nación o a la raza, es decir si el pensamiento gira en torno a la vida material y social que condiciona epocalmente al intelectual tanto como a su sociedad, disiento con ella, sobre todo porque ideológicamente la exaltación de esos tres elementos implica la reducción del hombre individual a la mínima expresión en beneficio de la entelequia del hombre masa.

Los grandes intelectuales no expresan solamente las particularidades y las contingencias de sus patrias, sus causas políticas o sus ideologías, ni siquiera cuando efectivamente lo hacen, ya que su grandeza trasciende las fronteras circunstanciales para reflejar en lo particular la común humanidad de todos. Por eso mismo recibirán respeto y admiración a lo largo de los tiempos, más allá de sus muertes, y sus ideas permanecerán vigentes y serán recreadas en nuevos aportes que otros grandes harán en el futuro.

En definitiva, se volverán universales e inmortales, o sea para todos los tiempos futuros y para todos los lugares conocidos y por conocer. Por lo mismo, sus ideas serán referentes de mayor representatividad de lo humano más allá de haberse ocupado de realidades situadas.

Así ha ocurrido en la historia, desde la antigüedad hasta hoy, por lo que es correcto reiterar el rechazo a toda clase de condicionamientos explícitos o implícitos de tipo ideológico, político o religioso al pensamiento, así como a los cartabones oficiales para la asignación de jerarquías o valoraciones a sus productos.

Consiguientemente, en la actualidad la tesis que plantea al intelectual como moral, política, ideológica o religiosamente obligado a tomar partido en las luchas de su época ha experimentado una continuada erosión. Digo esto no en el sentido de que piense que no deba serlo, pues efectivamente lo pienso, sino en el de que para serlo no creo conveniente que el intelectual deba llevar lastre en sus alas, pues puede ser de su época perfectamente huyendo al mismo tiempo de ella, cosa que sólo puede hacer un intelectual de verdad.

De ahí que los intelectuales deben poder elegir y decidir prácticamente cuán alto y cuán profundo se elevarán y se sumergirán, pero también cómo lo harán, con cuáles métodos y procedimientos. Cualesquiera sean los resultados de tales experiencias siempre será con cargo al género humano con sentido universalista. Inevitablemente.

A menudo, y por múltiples razones, los intelectuales no hallan los reconocimientos sociales que corresponden a sus merecimientos. En ocasiones son los mismos MM quienes intervienen a los efectos de reparar tales situaciones mientras esperan generar retornos. También otras industrias culturales lo hacen, o no lo hacen según corresponda a sus intereses mercantiles. De ello se desprende que la importancia y los lauros atribuidos a los intelectuales se corresponden con lo que reflejan ambos aparatos. Es decir, la publicidad.

¿Cuánto de pensamiento o de arte se consume por parte de los consumidores y de los denostados consumistas? ¿Y cuánto de lo que creemos genuino es mera inducción publicitaria? Asimismo, ¿cuánto de nuestra manera de procesar mensajes externos es genuino? Para poner un ejemplo; ¿cuán pura o contaminadamente recibimos y nos apropiamos del pensamiento de los intelectuales?

Obviamente, deberíamos reconsiderar nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestras supuestas subjetividades como consumidores superficiales, mediocres, sistemáticos o profundos de mensajes de intelectuales, así como éstos deberían purgarse de expectativas ajenas y de presupuestos condicionantes incorporados. ¿Por qué? Porque es interesante que los lectores se puedan ver reflejados en el pensamiento de un autor o en sus obsesiones incluso, sin que ello sea algo imprescindible por otra parte. Pero no a la inversa, no es interesante que los intelectuales deban proponerse como lo máximo o lo único el ser traductores de su época o de su sociedad, más allá de la imposibilidad de tal pretensión.

El intelectual no cambia el mundo, sólo puede arrimar un granito de arena en orden al cambio. Y en los hechos, muchos intelectuales interesantes han contribuido a que otros lo cambien pero para mal. Tampoco el individuo por si solo cambia el mundo si no es con la contribución de las sociedades, y esto tanto para mal como para bien. Mas los cambios en el sentido del bien no se logran sin luchas, nunca vienen espontáneamente sino que hay que pagar por ellos y casi siempre ese precio es muy alto.

Por consiguiente, por qué condenar a los intelectuales que han osado adelantarse a su tiempo, o incluso evadirse del mismo, llevando a cabo algo tan simple y a la vez tan admirable como es el pretender fugarse del presente por medio de la creación en molde escritural.

El pensamiento no puede ser encarcelado ni encorsetado bajo ningún punto de vista mientras no perjudique a la sociedad. Y ésta no puede impedir a nadie ni siquiera el derecho al delirio, así como no puede quitarle a nadie el derecho al suicidio.

Debemos oponernos a la regimentación explícita o implícita del pensamiento, tanto por parte del sistema como de los contrapoderes que alegan representar los intereses de las masas, y en especial por parte de aquellas utopías militantes que entrañan un salto al vacío por miedo al presente.

Existen intelectuales que dejan marcas en la piel de las sociedades. Si bien algunas podrán durar bastante tiempo, y muchas veces más que la vida de su autor, el tiempo las transformará más rápida o más lentamente tornándolas tal vez invisibles, aunque puedan estar alojadas en el fondo de los corazones, en los meandros de la psiquis, en las tradiciones, las idiosincrasias o los mitos.

Muchos intelectuales son especialistas de un lote de asuntos o de preocupaciones teórico prácticas, al punto que sus producciones pueden adquirir difusión, prestigio, resonancia, durante mayor o menor tiempo. Pero la perdurabilidad de la obra y hasta del recuerdo del autor, no depende directamente de la vitalidad correspondiente a la juventud de una obra frente a la desmemoria de su antigüedad. Ni tampoco fatalmente. La capacidad de una obra de trascender al tiempo, de provocar resonancias íntimas en hombres de distintos tiempos y distintas culturas nos habla de lo que la obra tiene que tener, por un lado, y de lo que los lectores también deben tener para que esa recreación se produzca.

Mucha de la producción intelectual especializada, aun en las ciencias sociales, está destinada a desaparecer, por múltiples causas no imputables a ella misma, como la imposibilidad de procesar científica y culturalmente la vertiginosa producción intelectual que se lanza al mercado, entre muchas otras.

Y sin embargo, parte de esa producción puede haber gozado de un cuarto de hora de fama en tal o cual lugar del mundo y por méritos propios. Con todo, eso no será suficiente para que su vida virtual se prolongue indefinidamente.

Otros intelectuales pueden haber sido talentosos, y su obra habrá de quedar registrada en los anales de su ciencia o de su arte, por lo que perdurarán más tiempo, aunque por lo general, en tanto haya nuevos interesados en el futuro en descubrir los arcones donde aquella se halle depositada.

Pero hay otros, escasos por cierto, capaces de superar la altura de los anteriores al volar hacia las regiones desconocidas y volver con las manos llenas de tesoros: son los genios. Mientras los talentosos hasta pueden haber teñido con parte de su color su propia época mientras vivían, los genios no mueren nunca, o más bien lo hacen imperceptiblemente. No porque su obra sea imprescindible para vivir en el futuro, sino porque ambos perdurarán mucho más en el recuerdo del género humano, con un carácter sintético equivalente en su grandeza a la pequeñez de una estrella ante nuestros ojos siendo su magnitud y su luz tan grandes en la realidad a pesar de nuestras percepciones.

Pero, ¿qué es lo que perdurará? Más que las obras perduran los autores, sin lugar a dudas. Y muchísimo más que el contenido de algunas obras afamadas perdura el nombre de éstas.

En lo que nos interesa aquí, se trata de saber en definitiva, ¿cuál es el poder de una obra sobre una sociedad? Porque una obra puede ser recordada por su nombre y el de su autor pero no ejercer ninguna influencia sobre la mentalidad de la sociedad o de alguna de sus clases o estamentos.

¿Cómo convivimos como sociedad con las obras de los intelectuales de nuestra misma sociedad? ¿Y cómo debería ser esa convivencia?

La primera pregunta la hemos respondido a lo largo de este trabajo. La segunda intentaré hacerlo ahora.

Deberíamos conocer la obra de nuestros mejores intelectuales, me refiero no a los especialistas sino a los intelectuales que se dirigen a todos los seres humanos, a quienes se puede calificar de totalizadores de la experiencia humana, pues cuando hablan de los hombres piensan en los de todos los tiempos y lugares y no sólo de los que han sido sus contemporáneos y paisanos.

¿Cuáles son los intelectuales que vale la pena conocer un poco más que superficialmente? Aquellos cuya mirada llega mucho más lejos que la de los intelectuales mediáticos, más bien inclinados al inmediatismo y al cortoplacismo de su función, frecuentes poseedores de tres o cuatro temas más o menos fuertes que durarán lo que dure la coyuntura que les habilitó su exposición.

Los que valen la pena, podrán frecuentar los MM pero no por motivaciones inmediatistas ni por narcisismo, y menos por razones de paga. De modo que entre ellos no encontraremos charlistas, comentaristas ni periodistas a tanto por columna.

Los grandes no escriben ni hablan como Perogrullo, sobre lo obvio, lo evidente, o lo pasatista, sino que cuando emiten sus mensajes éstos se imbrican en el universo.

Y aunque siempre es posible reconocer en su pensamiento préstamos, filiaciones y tributos a la obra de otros, como es normal y lógico, los grandes son mucho más que los especialistas. Los especialistas pueden ser producidos en serie, los grandes no, los genios no.

En los grandes la singularidad no estriba tanto en lo formal, o en el plano estético expresivo, cuanto en el contenido en si de su pensamiento.

Pero como los grandes, por múltiples causas, pueden no ser reconocidos en su paso histórico, la apropiación de su obra, la influencia de su pensamiento, puede ser muy variable.

Una sociedad poco educada seguramente tendrá menor capacidad de reconocimiento de los valores de la cultura y del pensamiento que otra sociedad más y mejor educada. Y si hablamos de sociedad, pensamos con sentido democrático en el acceso a la cultura por parte de las mayorías. Por lo tanto, ya lo hemos visto al principio, los que frecuentan este tema todavía son demasiado pocos.

Lo que los grandes pensadores dejan a la humanidad no dimana de los particularismos de ideologías, doctrinas o cánones políticos, sino generalmente de haber trascendido las mismas.

Sin embargo, hoy es un tópico de la cultura posmoderna, del cual descreo absolutamente, la idea de que los únicos legados valiosos de la civilización actual a la humanidad sean los mensajes por izquierda, especialmente los relacionados con la vida política, los postulados socialistas y las referencias a los revolucionarios de toda laya, como es de buen tono y casi obligada admisión.

En cuanto al sentido histórico de su pensamiento los intelectuales que valen la pena miran más lejos hacia delante pero no porque se hayan adelantado evadiéndose, sino por haberse elevado sobre lo contingente, de modo que pueden tomar distancia de sus propias realidades para proyectarse hacia el futuro como miembros únicos y a la vez semejantes de la humanidad.

Por eso, aun el intelectual más libre y honesto nunca es totalmente libre en el sentido de carecer absolutamente de toda predeterminación. Su impulso hacia delante recorre un andarivel con dirección y sentido determinados. Está obligado a tener en cuenta el pasado aunque no quiera, o aunque no pueda proponer que volvamos a él, a diferencia de los religiosos que sí pueden. Como también pueden los políticos, y de hecho han existido experiencias de este sentido como la del nazismo que imaginó y pregonó que en el futuro nos aguardaba otra vez un nuevo nacimiento sin el pecado original; algo equivalente al mito futurista del comunismo con su regreso a la comunidad primitiva sin clases sociales.

En estos dos casos de irrealidad, sus apóstoles creyeron que era bueno retornar porque les parecía que sus respectivas sociedades marchaban en el sentido de la historia. Pero en realidad era como si alguien se parara en el centro del Polo Norte o del Polo Sur y diera un paso hacia cualquier lado… ¿hacia qué punto cardinal estaría yendo?

El desconcierto actual de las sociedades, y más aún el de la humanidad, es la materia prima de los intelectuales contemporáneos, y especialmente de los filósofos. Ése es un filón que contradice la idea de que las sociedades no necesiten nada de los intelectuales.

Por más que muchos intelectuales no tengan aportes demasiado importantes, o aparenten no serlo, o no hayan sido descubiertos aun, la ciencia y la cultura requieren constantemente las implicaciones de los intelectuales imprescindibles. Éstos, por más desconocidos u olvidados que a veces sean, no sólo se expresan por sí y a nombre propio sino también indirectamente por su sociedad y aun por la humanidad, por todos, y a pesar de nosotros llegado el caso, es decir, hasta en contra nuestra. Incluso por aquellos que no saben siquiera qué es un intelectual o que en etapas de negritud gritan "mueran los intelectuales".

Más allá de sus desconciertos coyunturales y de sus diferentes posiciones en torno a un mismo problema, los grandes intelectuales ayudan a las sociedades a dotar de sentido el devenir de la humanidad.

Los intelectuales que las sociedades necesitan no son los de mercado, obviamente, sin que ello signifique una nueva hipótesis misional de su cometido. Por cierto que las razones económicas condicionan y determinan, según los casos, los tipos de respuestas de los intelectuales. Pero con ser deplorable que el sistema se mueva casi únicamente con la ley del lucro, no se olvide que ello se debe a la existencia de algo más corrosivo del alma que el dinero: me refiero a la vanidad y al narcisismo de los intelectuales.

Precisamente los intelectuales auténticos son los menos preocupados por los reconocimientos en vida, o por las resonancias mediáticas del mercado. Incluso suelen no percatarse de la importancia de sus aportes.

A diferencia de esto, hoy la abundancia de intelectuales, corrientes y capillas de desigual valor nos complica demasiado, nos confunde y a veces hasta nos provoca hastío. Por lo menos por parte de ciertos intelectuales, pues nos resulta agotador ordenar tanta diversidad y tantas contradicciones. Es el exceso lo que molesta de algún modo. Nos obliga a pensar en la necesidad de crear otra clase de oficio: la de sintetizadores de análisis. ¿Sería una jerarquía superior a la de los filósofos o sólo serían unos traductores sin jerarquía?

No es algo sin importancia. Para que les creyéramos a una nueva clase de pensadores por cuenta nuestra tendríamos que concederles algún poder.

Claro, los filósofos también tienen poder y jerarquía: nuestra credibilidad es sumisión a su poder. Pero lo tienen porque nosotros se lo reconocemos como tal. Y ese poder es distinto al otro, al clásico. El poder del filósofo cuando es un creador es nuestro propio poder.

Mientras que a la función del político, que se nos ha impuesto y luego hemos blanqueado con la ficción de la democracia representativa la podemos recuperar hasta cierto punto (y sería beneficioso hacerlo también con los ministros religiosos), con los intelectuales y sobre todo con los filósofos nos resulta en general muy difícil llevarlo a cabo, porque la claridad, la brillantez, el talento, no son atributos igualmente repartidos por más que debamos luchar para que todos puedan desarrollarlos y ejercerlos.

Los hombres aprendieron a razonar, pero los sentidos a imprimir a sus pensamientos fueron el resultado de milenarios procesos de formulación y decantación de ideas que fueron sintetizados por medio de actos intelectuales no siempre a cargo de "intelectuales", es decir, de aquellos hombres capaces de reflexionar y crear ideas poderosas. Pero cada vez que éstos últimos intervenían, con cada creación ésta daba un salto cualitativo aunque resultara imperceptible para los respectivos contemporáneos.

Simultáneamente se acumulaban los principios, las fórmulas, las normas, y los hombres podían transmitir elementos intangibles como herencia social a través del lenguaje. Los contenidos y los actos del pensamiento se refinaban, obtenían sus perfiles, se convertían en resultados.

Y con el tiempo tanto el pensar como los frutos del pensamiento se convirtieron en parcelas cerradas, cada vez más inaccesibles para la totalidad humana. Primero por su apropiación privada, verticalista, monopólica, luego por su creciente complejidad, determinante de la aparición de los intermediarios, mediadores y especialistas.

La proliferación de ellos devino en la aparición de la función social de los intelectuales, en las que se fueron estableciendo las diferencias y jerarquías que hemos mencionado.

Así es que llegamos a los grandes, los intelectuales de gran nivel, dotados de gran lucidez, coraje y determinación, lo cual no es demasiado frecuente en la realidad de los intelectuales, y por lo cual no son los más numerosos.

Hoy, los intelectuales tienen una concepción humanista cada vez más elaborada. Cada vez más están advirtiendo los males del presente, los riesgos futuros y los desafíos colectivos e individuales de la humanidad. Sin embargo, simultáneamente el pensamiento se halla cada vez más desorientado como una brújula en cada uno de los polos: es decir, por no poder hallar un norte.

Pero en una banda diametralmente opuesta se hallan otros intelectuales, los de poca monta, con precio probable y cotización en el mercado. Son los intelectuales provincianos con aspiraciones de promoción, que en general terminan siendo criticados cuando muestran la hilacha por su insinceridad y mercantilismo, su venalidad y maquiavelismo.

Ello constituye una condición mercenaria que resulta intolerable, en general, a la mayoría de las personas, por tratarse precisamente de intelectuales. Lo cual significa que, independientemente de que los intelectuales mayoritarios estén o no al servicio del prójimo en

lugar de a su propio servicio, existe en el imaginario social una pretensión de que así sea, fruto residual del mito del intelectual.

Por eso, conviene no olvidar que existen intelectuales tanto para el bien como para el mal, es decir, para cualquier posición y para su opuesta.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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