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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 4)

Enviado por cschulmaister


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DISTANCIAS ENTRE INTELECTUALES Y SOCIEDAD

Pero todo eso se puede cambiar por medio de la política, o sea, de la participación real del soberano, y no del abandono y delegación del ejercicio del pensamiento autónomo y crítico. De este modo será la sociedad la que lleve la iniciativa del diálogo y no un exquisito grupo minoritario de intelectuales quien le baje línea a la primera.

No propongo reducir la función de los intelectuales a repetir como el eco lo que quiere la sociedad, o sea, intelectuales adaptativos a la sociedad, que son los que hoy abundan.

Pero para que exista diálogo entre intelectuales y sociedad, o sea algo muy diferente al monólogo y a la bajada de línea que presuponen una relación vertical y jerárquica como hasta ahora, los debates que tengan al pueblo como protagonistas deben ser lo más directos posibles, no mediatizados, y siempre horizontales en lo posible, lo que requiere que algunos protagonistas suban y otros desciendan hasta ponerse ambos a la par.

Entre los intelectuales, es decir, entre sus pensamientos por un lado, y por el otro la vida, la sociedad, o la realidad, o como se quiera llamar a los contextos sociales, siempre habrá, de hecho, una distancia que puede ser fija o móvil, dada por relaciones de filiación, intercambio o préstamo, y también de discusión y debate, así como de no diálogo y sordera.

En el primer caso, la distancia, aun fija, no implica necesariamente la existencia de obstáculos totales a la interacción entre pensamiento y sociedad. Pero a veces una distancia fija puede estar planteando una separación de hecho entre ambos. Cuando las distancias son móviles, ambos se pueden alejar entre sí como también se pueden acercar como fruto del diálogo o del no diálogo sostenido, lo cual puede reflejar un creciente desarrollo con sentidos y rumbos diferentes.

Otras veces uno de los dos es el que se aleja primero del otro, el cual continúa en la misma posición. Se trata de desarrollos diferentes en lo cualitativo como en la velocidad de su procesamiento.

No hay una distancia ideal deseable. Por ejemplo, una superposición exacta no es beneficiosa ni para los intelectuales ni para la sociedad pues una correspondencia semejante o una armonía real o aparente pueden desestimular la capacidad de vigilia y alerta de ambos y producir una ausencia de debate explícito. La sociedad siempre tiene demandas y disconformidades expuestas u ocultas, elaboradas o en procesamiento, que implican problemas a la consideración de los cuales sus intelectuales podrían efectuar aportes interesantes y útiles.

Aunque ambos se nutran mutuamente, o intercambien sus esencias, puede ocurrir que se mantengan siempre igual, sin crecimientos diferentes que estimulen las mutuas reacciones. Si todo sigue igual cuando algo cambia no puede ser fácilmente percibido.

Un abismo entre ambos tampoco es deseable, menos aún si uno de los dos ha permanecido en el mismo lugar y el otro se ha alejado. En este caso serán dos monólogos pero la distancia entre ellos impedirá escucharse mutuamente y hasta saber que el otro se ha pronunciado.

Siempre es deseable que los intelectuales estén adelantados en relación al conjunto social al cual pertenecen pero no tanto como para no poder escucharse y registrarse mutuamente.

El gran nivelador es la educación universal, una vez más, a pesar de que también puede servir a dos amos enemigos. Entonces, ¿cómo saber cuál es la educación y el sentido de ésta que hay que elegir popularmente?

La que permita poner en valor el sentido moral de la cultura, eso que deja como residuo civilizatorio la educación.

Entonces, ¿sobre qué bases es legítima una opinión?, ¿acaso si coincide con la opinión pública?, ¿o con la posición mayoritaria?, ¿o con el dictamen de los expertos?

Sólo en una democracia real auténtica, libre, igualitaria, justa y solidaria, la sociedad y sus intelectuales tienen un diálogo mutuo, real o implícito según las circunstancias. No así en un país de mera democracia formal o en uno totalitario donde la condición de intelectual con libertad de pensamiento sólo es posible con altas dosis de hipocresía.

En una sociedad democrática o en vías de democratización tanto ella como sus intelectuales deberían dialogar con claridad y criticidad no exentas de mutuo respeto, de modo que ni la presión social inhiba la producción libre del pensamiento de sus intelectuales ni el prestigio de éstos o de algunos de éstos condicione o enerve el libre pensamiento de los individuos y los grupos. Pero debe ser un diálogo crítico, no dos monólogos independientes, aunque sean críticos.

Esas distancias y la mayor o menor elasticidad, así como el sentido de su movilidad representan las reales posibilidades y dificultades de comprensión de los problemas sociales, y eventualmente de sus soluciones.

Pero si los intelectuales se adelantan a su tiempo y se convierten en vanguardias, con todo y pese a las críticas y acusaciones que puedan recibir por ello, si no se despegan del todo de su contexto histórico se hallarán librando combates reales y virtuales en diversos frentes, y la distancia que los separe del resto de la sociedad será siempre una distancia relativa y móvil que por momentos se ampliará o se reducirá.

Pero debemos aclarar algo: la sociedad no es un cuerpo social homogéneo ni monolítico. En todo momento la sociedad tiene, si es que existen propuestas, un simultáneo intercambio entre los intelectuales y las distintas clases o grupos sociales que tienen variable grado de impacto en éstos. Puede darse que mientras una idea en un nivel de clase no hace progresos demasiado rápidos otra idea distinta se expande con extraordinaria rapidez en otro nivel.

O bien puede suceder que estos intercambios no funcionen como mangas acotadas a determinados niveles de clases ni sobre la base de contradicciones sociales sino que por hallarse la sociedad inserta en procesos de luchas nacionales se registren diálogos más amplios sobre la base de las contradicciones políticas entre la nación en su conjunto y las potencias imperialistas.

Para esto último es necesario que se haya producido la emergencia de un tipo de intelectuales a los que se ha llamado nacionales, si bien esa denominación es insuficiente para su caracterización.

En tiempos normales ese juego múltiple de influencias se procesa a determinados límites de velocidad, pero es distinto si ya se ha instalado un proceso de transformaciones que se puede dar en calificar como innovador, transformador o revolucionario. Por cierto, una incipiente revolución puede no hacer demasiados progresos en cierto tiempo pero puede acelerarse en un momento no previsto por razones de oportunidad y de situación concreta.

Cuando en una revolución las ideas se difunden con el aval de la organización política que la impulsa y con la referencia a los intelectuales que la han analizado y refinado teóricamente, da la impresión de que la acción política está referenciada y atenida al desarrollo de una ideología o un plan revolucionario producido, revisado o supervisado en algún grado por intelectuales. Es que el prestigio de éstos también se echa en la balanza política cuando conviene a la acción, lo cual no implica que se cumplimente ni que sea respetado en su totalidad.

En la revolución, el ritmo y las modalidades de su procesamiento descansan básicamente en la acción, en tanto lo ideológico siempre aparece como legitimador y justificador de aquella, pudiendo así experimentar modificaciones todas las veces que los ejecutores de aquella lo consideren necesario.

VIII

LAS GRATIFICACIONES DEL PODER

El poder compra intelectuales, ¡vaya novedad!, lo que torna difícil la credibilidad del mito davidiano del intelectual en lucha contra los Goliat, y lo del faro ético que simboliza, etc, etc.

Si alguien vende es porque otro compra. Los intelectuales no son distintos al resto de los mortales, por lo tanto, entre ellos también existen los genuflexos del Poder.

El Poder tiene amigos y enemigos, razón por la cual, aunque no lo parezca, siempre tiene nóminas a la mano de probos y réprobos suministradas por sus políticos más elevados, cuyas percepciones más o menos gruesas configuran el who is who de los intelectuales.

Otras nóminas son elaboradas por los organismos oficiales de inteligencia, los únicos que siempre tienen políticas de Estado: en este caso el espionaje y control ideológico de los ciudadanos con carácter preventivo. Por lo tanto, tienen listas negras no sólo en tiempos de dictaduras y totalitarismos o democracias maccartistas, sino en todos los gobiernos, incluidos los más transparentes desde el punto de vista de las garantías individuales, las libertades públicas y los derechos humanos.

Como el Poder está para utilizarlo pues de lo contrario produce un efecto bumerang, margina a los intelectuales claramente opositores. Y éstos, también pueden automarginarse, aunque la experiencia indica que todos tienen un precio.

Pero también existe una marginación no oficial, ejercida de hecho por los propios intelectuales adherentes puestos a defensores de la integridad de la causa, contra aquellos que a su juicio son peligrosos o inconvenientes para la misma cuando la mayoría de las veces sólo se trata de sus propios resentimientos en juego. Más aun en tiempos en que la competitividad y la productividad se expanden por todas partes.

Siendo así, el lugar social correspondiente a los intelectuales no debería ser muy cómodo al estar sometidos a constantes ataques y descalificaciones provenientes del núcleo del Poder y de la oposición, de la izquierda y de la derecha, y de los colegas en general.

Pero como toda generalización es peligrosa por inexacta, exagerada, arbitraria o extremosa, se debe tener en cuenta que el Poder siempre tiene intelectuales a su servicio. Muchos de éstos alguna vez fueron cruzados de las causas que en su momento consideraron más nobles y elevadas de la humanidad. Más tarde, ya reconvertidos, se dedicaron entusiastamente a elaborar listas negras con otros intelectuales como víctimas.

Tal vez parezca exagerada la afirmación precedente, en el sentido de sugerir la presunta existencia de ejércitos de intelectuales al servicio de los gobiernos, pero si tal vez no llegan a esas dimensiones con toda seguridad existen pelotones de intelectuales dirigidos por otro intelectual entre los miles de funcionarios de los ministerios nacionales y de provincias representados por intelectuales empleados, o empleados intelectuales, muchos de ellos en planta permanente, y cuya doble funcionalidad suelen mantener oculta todo el tiempo que sea posible para evitarse problemas y a menudo para poder "operar" con su patrón el Estado en condiciones francamente indebidas; esto último dicho con mucha benevolencia.

Para estos intelectuales su condición y buen pasar es tierra conquistada y malsano objeto de deseo para otros colegas envidiosos. En qué consiste tal comodidad es muy fácil de comprender. Es delicioso hacer un ligero inventario al respecto.

Abunda el intelectual que alguna vez lo ha sido, o que así ha sido considerado, aunque sea por haber publicado un insoportable libro de poesías que le valió pasar a ser empleado público y una vez afirmado en sus reales no escribió nunca nada más, ni mejor ni peor que su opera prima. De éstos hay muchos en el sector público: habiendo llegado a los ámbitos sacrosantos de la administración en tierna edad, y con más ínfulas que un consagrado, engordaron detrás de un escritorio, perdieron la vista y el cabello administrando expedientes, firmas y sellos, prodigando consejos a los nuevos aspirantes a literatos, y nostálgicos relatos de sus inflamadas trayectorias intelectuales, hasta el momento en que se jubilaron y pasaron a cumplir asistencia voluntaria en el bar de al lado del ministerio.

En cambio, otros que por similares acomodos o por algún premio municipal otrora renombrado se incorporaron al ejército de la pluma, en general bastante menores en número, continuaron desarrollando actividades intelectuales al margen de su empleo oficial, y en ellas alcanzaron variados prestigios que a su vez permitieron a algunos ascender en el escalafón de la administración. Todo porque lo que escribían fuera de las horas de trabajo no entraba en contradicción con los intereses particulares y generales de su inefable patrón, quien se sentía un importante mecenas.

Así, un intelectual empleado podía ascender en la administración siendo novelista, historiador o afiliado político, siempre y cuando lo fuera en los partidos A, B o C, y jamás en los X, Y y Z, y mientras sus novelas fueran románticas o incluso sociales pero no hurgaran en la cuestión de las injusticias, sus causas y los culpables, y que propusieran la salvación individual, y no es que ellas no fueran buenas puesto que muchas eran geniales y hay que leerlas; o bien que tratándose de historiadores sus obras pudieran representar la historia oficial y nunca las otras versiones de la historiografía, si bien en el caso de historiadores rosistas se solía hacer una excepción –no por Rosas– sino porque ellos solían ser hombres del nacionalismo católico, y para más garantías muchos de ellos, de comunión diaria.

Pero mientras en todo momento existen intelectuales en planta permanente, hay otros recién llegados de la mano de la gestión de Fulano, quien como todos sus antecesores en el cargo se ha rodeado de sus hombres de confianza y de los propios recomendados de éstos, porque si de alguna manera se puede apreciar la maravillosa sensación de un intelectual recienvenido y sin capital político de estar en el Poder es proponiendo el nombre de alguien para un modesto cargo… ¡y que se lo nombren!

Si los recienvenidos están allí es porque algún tipo de resonancia pública han adquirido previamente, y es con ella que intenta revestirse el funcionario que los ha designado en el puesto. Pero como en esta etapa la permanencia del intelectual es inestable por razones políticas habituales y comprensibles, deberá "hacer buena letra" y mostrar suficiente empeño para que el señor jefe ponga sus ojos en él y en algún momento lo considere potable, útil, necesario, imprescindible o socio de sus "empresas" (testaferro es más preciso).

¿Qué virtudes pondrá el señor intelectual al servicio del señor jefe y del partido?

Lealtad, la primera de ellas. Es lo que exigen Jesús tanto como Satanás. Una relación no puede progresar sin lealtad. Los intelectuales deben lealtad incondicional en primer lugar a quien los designó en el puesto, salvo que éste caiga en desgracia y sea subrogado por otro que sin duda pretenderá quedarse con todos los créditos del anterior. En este caso, recomenzará la carrera para volverse potable, útil, necesario, imprescindible o socio de los "proyectos" del nuevo jefe.

La lealtad debida tiene dos caras: lealtad pasiva, o sea abstenerse de trabajar en contra del jefe; prohibido tirarse a menos contra él; dar testimonio constantemente -frente a otros- de la relación que los une; y lealtad activa: trabajar ardientemente a su favor; avisarle al jefe quiénes son los que están en su contra; nunca es suficiente lo que se haga por el jefe, etc, etc.

Deberes propios del campo de la militancia, es decir, de la política, transferidos al campo del ejercicio de la condición de intelectual, sobre todo del intelectual "orgánico".

Consecuencia de la lealtad del intelectual a su jefe, su pensamiento debe ser puesto a su disposición y jamás debe entrar en contradicción con él ni con sus intereses. Por lo tanto, si es preciso "estirar" las argumentaciones para defender los intereses del jefe se hace para que después al tipo no le digan que es un "pechofrío".

Vale aclarar que esto es habitual con intelectuales de derecha como de izquierda trabajando simultáneamente para el mismo patrón. Ocurre del mismo modo con los orgánicos del antisistema antes de su llegada al poder, y mucho más a partir de su desembarco en él.

Y con respecto a un eventual momento posterior, o sea cuando el Poder ha sido perdido, cualquiera fuera el signo ideológico asumido anteriormente, lo normal será la diáspora y el ocultamiento temporario, luego pequeñas incursiones sociales con mucho maquillaje hasta que finalmente, trasvestidos, se lancen a campo abierto oteando el horizonte en los 360º para ver por donde salta la liebre nuevamente, porque siempre salta.

Y la otra lealtad es a la doctrina política, y a la causa misma. El intelectual debe abstenerse de contradecir, criticar, objetar, murmurar, etc, respecto de aquellas. De ahí al sectarismo, el fanatismo, el relativismo moral, la complicidad, sólo resta un paso muy corto.

Privilegiada situación la de estos intelectuales que viven del Presupuesto, que pueden sortear cualquier tipo de crisis y que nunca van a quedar desocupados como le puede ocurrir a cualquier hijo de vecino.

Algo a su favor: siendo empleado del Estado, un intelectual de esa clase podrá demostrar su solidaridad haciéndose una escapadita en horario de trabajo para concurrir a una manifestación callejera de los desocupados.

Lógicamente, los intelectuales que han sido premiados por el gobierno de turno con su incorporación a planta permanente gozarán, cualquiera sea la jurisdicción pero sobre todo en la ciudad capital y en sus cercanías, de mayores beneficios y privilegios en razón de girar en un circuito de mayor poder decisional.

Beneficios, privilegios, prestigio. El sueño de un "intelectual orgánico" en Argentina es ser transferido a las áreas políticas por haber deslumbrado al señor jefe o a los superiores de éste por haber sido considerado una pieza interesante a ser jugada en las próximas elecciones.

Todo intelectual que ha entrado en la política del modo como hemos descrito desarrolla en su fuero íntimo una secreta sensación de asco por sus jefes políticos, debido a la ignorancia que exhiben con tanto desparpajo junto con sus innumerables vulgaridades y venalidades, las que en lugar de constituir un demérito para ellos se convierten en habilidades y destrezas necesarias para el juego de la politiquería.

Consecuencia de ese conocimiento descarnado de los políticos -o politiqueros-, los intelectuales empleados o funcionarios tienden a desarrollar un creciente narcisismo que los lleva primero a pensar que con jefes de tamaños quilates siempre van a ser necesarios como asesores o fachadas. Más adelante adquirirán sentimientos agresivos contra ellos y los despreciarán sin que nadie lo perciba por sentir que la relación debería ser al revés: ellos arriba por tener cerebro, por ser honestos y poder desarrollar un proyecto en dos horas si fuera necesario, mientras que sus jefes políticos no pueden hacerlo porque no tienen suficiente Salamanca incorporada.

Tales sentimientos y sensaciones constituyen una incomodidad pero no son tan graves como para esperar que los intelectuales que los experimentan resuelvan abandonar las esferas que frecuentan, tan próximas al poder, ya que las compensaciones son muy interesantes.

Suculentos sueldos de ejecutivos hoy, con más los adicionales, viáticos y sobresueldos en blanco o en negro, que les permitirán hacer diferencias destinadas a ahorros e inversiones, les harán engrosar las jubilaciones el día de mañana.

La comida hoy y la jubilación mañana es todo en América latina, al punto de que por ambas millones de personas entregan el alma y aun la vida. Después de atravesar una administración tras otra, en cargos de nivel intermedio generalmente, los intelectuales suelen tener jubilaciones mucho más suculentas que las de un obrero común.

¿Cómo dimensionarán los intelectuales la importancia de los premios y castigos en su posición personal ante la vida, es decir, en su capacidad para configurar sus propios límites a la aceptación y al rechazo de los desafíos intelectuales y morales que se les presenten? ¿Cómo faquires, como el Mahatma Gandhi…?

No. Lo harán como la mayoría de los seres humanos. ¿Hace falta decirlo expresamente? Menos aún hace falta demostrarlo con una investigación ad hoc pues la experiencia ya lo ha demostrado: los intelectuales con sueldos altos en el Estado o en algunas corporaciones, y con expectativas de jubilaciones "jugosas" se vuelven automáticamente funcionales al poder, de entrada nomás, pudiendo llegar a convertirse directamente en amanuenses y mercenarios si la paga es mayor.

Manipulación, cooptación, estímulos, incentivación, promoción, proyección individual y social son las acciones previsibles que implican transacciones de conciencias. La titularidad de las mismas pertenece al poder político que las realiza en el mercado. Este sistema dispensador de premios y halagos fortalece las tendencias y las habilidades especulativas de los intelectuales de esta clase. Autocensura, autolimitación, eclecticismo, andar por la sombra, hacer la propia, es la respuesta adaptativa de los beneficiados.

Pienso en tantos que se dedican a la docencia en las universidades, en especial en las ciencias sociales, a quienes es de buen gusto considerar y tratar como faros que iluminan su época, "víctimas del olvido de la educación por parte de los gobiernos", "inclaudicables luchadores por el socialismo", etc.

Por cierto, no pienso en el ejército de reserva de las universidades, generalmente profesores ad honorem, sino en los consagrados, los académicos integrantes de las clases medias con producción escrita y publicada. Puestos en la contradicción a la moda de ser críticos en la onda de izquierda, o caer en los brazos del sistema, por lo general hacen malabares para parecer lo que sea necesario en cada circunstancia, desarrollando grandes habilidades para ello, a fuer de maquillaje, gambetas, zigzagueo, sinuosidades, simulación, y hasta alguna pecata minuta a los efectos de conmover auditorios juveniles, toda vez que el muchachismo tiene espacios admitidos para su ejercicio y sobre los cuales el Poder utiliza el redituable laissez faire, laissez passer.

Los intelectuales del campo de las ciencias sociales y de las humanidades que integran el exclusivo staff de los concursados en titularidades y adjuntías suelen tener otros beneficios derivados de esa pertenencia, y es la posibilidad de publicar sus trabajos por cuenta y cargo de organismos públicos nacionales, y si no es un libro completo seguramente será integrando alguna compilación.

Además, ciertos intelectuales con nombre conocido en ámbitos universitarios suelen tener vínculos aceitados con editoriales privadas en las cuales podrán trabajar como asesores de sus especialidades en materia de publicaciones. Siendo que suelen mantener una fuerte solidaridad corporativa entre si, podrán direccionar la línea editorial admitiendo a unos intelectuales y excluyendo a otros. Y favor que hoy se hace a otros, mañana vuelve a tu favor.

Otro beneficio es la publicación de libros o folletos de utilización obligatoria o recomendada en las aulas, empezando de entrada nomás con las habituales y engorrosas materias de los cursos de ingreso de ciertas universidades.

No hay que olvidar las becas oficiales o institucionales de organismos públicos y privados, nacionales e internacionales para acudir a congresos o para realizar estudios especializados en el exterior, o para investigaciones dentro o fuera del país, las cuales pueden durar varios años.

Un aliciente económico importante puede surgir cuando un intelectual pasa a integrar el reducido círculo de los que están en los MM, comenzando por la TV. Éste es el más deseado pero el menos requirente en función de sus características técnicas. En cambio, diarios y revistas pueden ofrecer a los más conocidos posibilidades de desempeño estable con una aparición esporádica, y en el mejor de los casos con una columna semanal que también les dará resonancia.

Excluyo de este tratamiento a los periodistas de profesión que se han transformado en intelectuales, muchos de muy buen nivel, pues mi interés se halla en los que se han formado académicamente soñando en ser algo más que profesores, licenciados, masters o doctores: es decir, llegar a poseer ese algo inefable que significa entrar en alguna medida en la historia y ser considerado "intelectual".

Una vez que se ha llegado a ese status, un intelectual no estará más de 10 minutos en un programa de televisión pues debe aparentar ser un hombre muy ocupado aunque no sea cierto, de modo que se cuidará de aparecer muy seguido en las pantallas para no formar parte del ambiente. Otro perfil publicitario adicional que se suma a los beneficios que ofrece estar en un MM, entre los cuales el principal es su mayor difusión y ampliación o resonancia.

Cuando ello no es posible puede compensarse con otros procedimientos, como el emplearse en universidades de menor status para obtener o por lo menos intentar incrementar sus ingresos, aunque deban viajar lejos si para ello pueden contar con horas concentradas quincenalmente y pasajes de avión.

La publicidad pertenece a la economía, y el intelectual busca espacios donde colocar su nombre-marca, como los espacios de Internet donde todos tienen páginas web, por donde pueden participar de la venta de cursos o carreras virtuales a distancia.

También las universidades y los organismos públicos y privados, nacionales y extranjeros, producen eventos culturales que integran el mercado intelectual: son los congresos, jornadas, encuentros, conferencias, etc, etc, que son sitios de venta de servicios, libros y publicidad, y como mínimo oportunidades para hacer turismo con pasajes y viáticos oficiales o privados.

Hasta aquí he mencionado espacios que brindan exposición, identificación, prestigio, reputación, conexiones y posibilidades de vender la propia producción intelectual, generalmente escrita, y de venderse el propio intelectual como persona.

En otro plano están los negocios corporativos, por estar mediatizados por la corporación académica, por ejemplo el negocio de vender cierta cantidad de libros de ciertas editoriales al Estado para su distribución gratuita por el sistema educativo y bibliotecario de jurisdicción nacional o provincial. O que dicha edición sea efectuada directamente por talleres gráficos oficiales para beneficiar a determinados autores.

Luego están las consultorías, las fundaciones, las ONG´s (que las hay de izquierda y de derecha pero que todas apuntan a capturar principalmente dineros públicos), las asesorías y los proyectos de capacitación de maestros y profesores vendidos a los ministerios de educación de la nación y de las provincias.

Todo lo cual se presta muy fácilmente a ciertas deshonestidades que no se compadecen con la fama que precede a los intelectuales, aunque sí con la de los funcionarios intervinientes.

También están las becas de investigación, con las que se pagan varias veces las mismas "investigaciones" sin que los mecenas, públicos o privados, se den por enterados.

Y éstas no son "posibilidades" laborales para ingresantes a ciertas facultades de ciencias sociales de la ciudad de Buenos Aires, tal como podrían figurar en una guía de carreras universitarias, sino reales oportunidades de negocios, de transas de mercado habituales en el mundillo intelectual, o "intelectual".

IX

LOS CORTESANOS

Gracias al mercado y a la publicidad algunos intelectuales llegan a convertirse en cortesanos del Poder y en algunos casos en hetairas del mismo. Si bien el fenómeno es un clásico de América latina, para corte y cortesanos no hubo ni habrá nunca nada que supere la época del Innombrable, aunque da lo mismo decir El Sátrapa.

Esta colocación de los intelectuales acarrea la posibilidad de múltiples masajes al ego, a su fatuidad y vanidad: ser funcionarios, asesores, almorzar o cenar con los gobernantes de cuando en cuando, ser mencionado por éstos (¡el éxtasis!), y otras más ambiguas. Además de recibir halagos precisos e identificables, y otros imprecisos, motivados en su condición de estrellas rutilantes.

Los tocados por la varita mágica se desviven por participar de las fiestas de la corte, por ser vistos por el César, por cruzar miradas chispeantes con él, por ponérseles por delante y sonreírle, en tanto otros cultivan el rol de insobornables pero rogando íntimamente que su fingida reserva y laconismo lo seduzca y le haga razonar que le vendría muy bien que la gente lo asocie con intelectuales honestos y capaces como él (como el intelectual), que "no están quemados"… todavía.

Este espacio privilegiado vincula con otros espacios derivados.

Un recurso propio de intelectuales para soportar su extranjeridad en el Poder es agruparse y desde allí intentar revenderse al César con un presunto mayor valor agregado: "el grupo X…", "la Mesa de…", pensando en general que aquél es un tarado que no se da cuenta de la jugada, cuando en realidad el César ya está de vuelta y si acepta es porque piensa sacarle algún rédito a la operación. Puestos en esa carrera, no dudan en felicitarlo por la inteligencia demostrada al haberlos convocado a participar, y prometen y se prometen días venturosos para la patria por tal hecho. A partir de allí sueñan con una carrera política (invariablemente con jubilación privilegiada al final).

En consecuencia, andan de subsecta en subsecta, merodeando, influyendo, hablando en la oreja ("asesorando") a politiqueros, señalando réprobos pues es fundamental para ellos marcar su propio territorio como el macho de la manada contra los machos extraños.

Así se va construyendo una acumulación de poder de influencia cuya operatividad puede llegar a ser siniestra, a pesar de sus importantes lauros, sus honorables trayectorias y sus muy elevados propósitos iniciales.

Pero esto no es privativo de nuestro país ni de países latinoamericanos. También sucede en la culta Europa. Es consecuencia de un principio económico muy simple: los bienes son limitados y los aspirantes aumentan constantemente.

¿Qué diferencia tienen éstos asaltantes del poder con los intelectuales orgánicos del campo marxista? Ninguna. Ambos usan al poder y a las masas en su propio beneficio.

De todos modos, son tan nocivos los orgánicos de la izquierda que renuncian al ejercicio de su autonomía intelectual a cambio de integrar la nomenclatura, como los que se venden por un jugoso contrato al Poder político o a las corporaciones en calidad de tecnócratas estables.

¿Cómo es la relación de los intelectuales con el Poder y con los MM? Muy aceitada. ¿Qué ganan y qué pierden? Ganan mucho y pierden poco pues las pérdidas morales no las computan. ¿Qué condicionamientos reciben? ¿Pueden resistirlos? ¿Desean resistirlos? ¿O se dejan de entrada nomás como una prostituta?

Las utilidades son considerables. No es, por lo tanto, ningún lugar despreciable. Dinero, viajes, relaciones, jubilación abultada, reciclamiento en el funcionariado, ascenso social, una buena herencia a los hijos. La posibilidad del lagrimón nostálgico el día de mañana, al recordarse hijo o nieto de aquel inmigrante pobre que no logró alcanzar su sueño de bienestar definitivo… y en cambio él… ¡las cosas que fue capaz de hacer como reivindicación y amor por su padre para que se sintiera orgulloso desde el más allá!

Así las cosas, si el Poder les quita algo y no se los devuelve, igual valdrá la pena -se justificarán- pues saben que la alternativa de hierro es adaptación y sobrevida, o independencia y muerte.

¿Puede ser independiente un intelectual que cobra un sueldo suculento del Estado o de una corporación y que, por lo tanto, le podrá dar mejores oportunidades educativas a sus hijos, algunas compensaciones a su esposa y al final del camino obtendrá una jubilación "acomodada"?

¿Se puede ser crítico y al mismo tiempo empleado de quien se critica o de quien se debe criticar?

¿Qué ocurre cuando un nuevo gobernante se rodea de intelectuales reputados de duros, o críticos, o comprometidos, etc, etc? ¿Qué busca? ¿Cómo termina esa relación? ¿Existirán interesados en visitar los salones del Poder?

¿Y en convertirse en cortesanos para siempre? Sobre todo existiendo la posibilidad de transmitir el cargo al primogénito como en los tiempos de Indias. Eso sin mencionar a la esposa, el hermano, el cuñado, la amante y el yerno.

¿Qué le sucede, en consecuencia, a las lenguas y a las plumas de esos felices intelectuales agraciados con la grande de la lotería? Se callan, se inhiben, se adormecen, se autocensuran, se vuelven alcahuetes, chupamedias, serviles, y por miedo a meter la pata y arriesgar tan estratégica posición alcanzada no hacen nada. ¡Y santo remedio!

¡Pensar que cuando ingresaron a esos sacrosantos antros del Poder creyeron que se debían colocar las pilas y tratar de dar lo mejor de si mismos! ¡Qué error! El Poder desea precisamente todo lo contrario: ¡que suban y no hagan olas!

Si el orgullo de un intelectual fuera cumplir una función crítica de lo existente, como suele decirse, y suponiendo que existiera un generalizado consenso en ese sentido, cabe preguntarse ¿cómo podría continuar usurpando los beneficios de semejante percepción popular, por más equivocada que fuera, y regodearse con ella, siendo que es un viejo anhelo social de una sociedad que viene de tumbo en tumbo, y al mismo tiempo formar parte de la organicidad del Poder al cual debería estar vigilando para criticarlo en todo instante?

La entrada en la corte mata al intelectual. Éste se transforma en un traidor -por acción u omisión- a quienes alguna vez dijo que se debía, y si quiere continuar siendo honesto para sentirse mejor consigo mismo y con su conciencia deberá abandonar a sus nuevos amigos. Otra traición entonces. Además, por el sólo hecho de incorporarse ya se ha traicionado a si mismo.

Que muchos de estos personajes puedan sobrellevar con mucho entusiasmo semejante proceso en lo psicológico, espiritual y social, es una cosa; lo cierto es que así como todo el mundo sabe cuando se mira al espejo cuáles han sido sus traiciones viejas y recientes, pero sobre todo cuáles serán las próximas e inminentes, lo mismo les sucede a los intelectuales, sobre todo a ellos, siempre tan vulnerables en tantos aspectos.

Sin embargo, no entrar en la corte no siempre se debe a renuencia de un intelectual, o a sus resistencias a que ello suceda. Frecuentemente se debe a que nadie del círculo del César ha puesto sus ojos en él. Eso realimenta sus resentimientos contra el Poder y hace que sus juicios adversos corran riesgo de no ser necesariamente críticas racionales de quien debería ser altamente racional en sus críticas.

X

¿INTELECTUALES O REVOLUCIONARIOS?

Para los intelectuales autodesignados o percibidos como comprometidos, progresistas, de izquierda o revolucionarios, la política suele ser su principal objeto de estudio, de reflexiones y preocupaciones.

También suele ser el campo en el cual ejerzan una actividad militante o de sentido práctico en relación con otros sujetos políticos intervinientes: camaradas, colegas, organizaciones partidarias, movimientos políticos y sociales, organizaciones colaterales, grupos de tendencia, grupos de presión, órganos de prensa, ONG´s, etc; ya sean propias o extrañas, es decir, aquellas de las que son miembros o simpatizantes y aquellas que consideran adversarias o enemigas; y de nivel local (regional o nacional) o internacional.

Actualmente asistimos en América latina a un renovado interés de los gobiernos que van del centro a la izquierda por vincularse con intelectuales afines, y según sean sus concepciones y sus estrategias políticas en lo interno y lo internacional, promoverán a unos y rechazarán a otros.

La mayoría de los gobiernos latinoamericanos, sumidos en su no resuelta contradicción entre ser plenamente socialistas o plenamente capitalistas, exhiben vínculos de afinidad o de empleo con intelectuales que han sido revolucionarios en otras épocas y que hoy tienen posiciones moderadas. Sólo en unos pocos países claramente ubicados en posiciones de ultraizquierda gobiernos e intelectuales adeptos se referencian directamente como "revolucionarios".

Pero, ¿es realmente posible ser intelectual y revolucionario, más allá del mito? Entendiendo al término intelectual en el sentido amplio común a todos los humanos, todo revolucionario es intelectual. Pero la pregunta se refiere a los intelectuales que estamos analizando, es decir, a los que viven en el mercado y del mercado, y lo critican por izquierda.

En este caso, ¿es posible?, ¿y en qué medida? ¿No existe acaso ningún desmedro real o potencial para cualquiera de esas dos condiciones o desempeños prácticos?

Ser intelectual y revolucionario teórico es posible en tanto el intelectual no se someta ni a estructuras de poder político, social, ideológico ni religioso ni a sus respectivos planteos doctrinales como un lecho de Procusto, ni tampoco se autocensure por ninguna consideración. Es decir, que sea intelectual para si y no para otro u otros, y no me refiero a los beneficiarios de su compromiso, sino al acto de pensar con libertad externa e interna. De lo contrario será medio intelectual, o un cuarto, o tal vez menos, como los malos intelectuales, o como los intelectuales mercenarios.

En tal caso, deberá enfrentarse con los MM, las industrias culturales y todo el stablishment, en un combate simbólico y a la vez real por apagar su voz, de un lado, y por hacerla escuchar, de otro lado.

Ello no es muy frecuente, debido fundamentalmente a la ecuación personal del intelectual. Obviamente, lo difícil escasea y lo fácil abunda.

¿Y qué sucede con ser intelectual y revolucionario práctico? Es decir, ¿estando en un proceso revolucionario que persigue la toma del Poder, trabajando como intelectual full time o part time?

¿Y por qué no? Ejemplos sobran de intelectuales conductores de procesos revolucionarios, es decir, mucho más que militantes.

Pero existe un riesgo a correr que deberá ser evaluado con la lógica del intelectual o con la del revolucionario, y es cuál de las dos condiciones renuncia a su autonomía o la pierde, incluso inconscientemente, en beneficio de la otra. Por lo general, suele imponerse en los hechos la lógica del revolucionario y la costumbre y los hábitos de la intelectualidad posterior en el tiempo es la de juzgar positivamente la opción por la acción y condenar duramente las actitudes o medidas que puedan calificarse de displicentes, temerosas o melindrosas, incluso erróneas, en relación con la acción, en tanto se halle atenida a consideraciones teóricas de mucho peso en la circunstancia.

Ello muestra la tendencia dominante a que la praxis genere las adecuaciones subsiguientes de la teoría política en juego, no sólo para corregir y recuperar la práctica, sino también para encubrir errores, legitimar y justificar lo actuado. Con lo cual el ejercicio del pensamiento en estos casos se halla constreñido por las finalidades de la acción y la condición de intelectual termina cediendo siempre a la de político o militante.

Con las consideraciones precedentes, en general, la amalgama de revolucionarios intelectuales y viceversa se presenta en innumerables experiencias históricas de diversos signos políticos e ideológicos.

Al pensar en intelectuales vinculados a opciones políticas prácticas pienso en hombres que no viven de sus producciones ni de sus famas intelectuales pasadas sino de intelectuales en acto: intelectuales que siguen siéndolo porque encaran constantemente el pensar sobre nuevos elementos de análisis. Por lo tanto, aquellos que han sido intelectuales y luego se suman a una revolución como revolucionarios tal vez no lo hagan como intelectuales, salvo que sean conductores de la misma o que en algún grado sean tenidos en cuenta como intelectuales; de lo contrario serán obreros más o menos calificados de una revolución, con pagas más o menos diferenciadas.

En consecuencia, la condición de intelectual no se obtiene de una vez para siempre sino que se replantea permanentemente ante nuevas situaciones, y entonces puede que sí, o puede que no… que alguien merezca seguir siendo considerado intelectual.

Sin embargo, es habitual vivir de haber sido… intelectual o revolucionario, y percibiendo alguna renta por ello. Con lo cual en el primer caso está ausente un nuevo acto de pensamiento autónomo, original y creativo, y en el segundo una revolución. Estas limitaciones son comunes entre los intelectuales tanto como entre los políticos, sobre todo en América latina.

Es por eso que ciertas intervenciones públicas hechas en nombre de viejas luchas pueden resultar años más tarde decepcionantes, aburridas, farsescas, sobre todo para auditorios renovados que no están obligados a mirar con admiración y deslumbramiento hacia el pasado. Por eso muchos jóvenes pasan de largo cuando se los convoca a ir hacia atrás. ¿Dónde está la falla? No en el hecho de evocar, ni siquiera en evocar con nostalgia, sino en el hecho de no ser críticos ni autocríticos, o mejor dicho, en el hecho de que si intentan la autocrítica ésta siempre consiste en la autocrítica de los otros. Estos reciclados son los que atrasan la hora.

Paradójicamente, los intelectuales que atrasan por izquierda hacen lo mismo que los que atrasan por derecha, pero los de izquierda son más desfachatados todavía pues desde sus pequeños colectivos se potencian en sus soledades para pregonar y autopercibirse como inclaudicables, resistentes, rebeldes, revolucionarios, etc, según la osadía o el desparpajo de cada quien, cuando en realidad no tienen nada que ofrecerle a un mundo distinto con hombres y mujeres distintos.

La rebeldía es muy mal entendida en la actualidad. Ser iconoclasta por el mero hecho de serlo no necesariamente se relaciona con la rebeldía. Al ejercicio de la denuncia y la crítica a repetición no siempre le corresponde un estado de rebeldía. Actualmente, las más de las veces ellas representan manifestaciones del resentimiento.

La rebeldía es propositiva pero de verdad, concretamente, y en relación a la esfera práctica. No se queda en el delirio ni en el idealismo ideologizados.

La rebeldía mira al futuro, y tiene contenido; el resentimiento mira hacia atrás, y es pura oquedad.

Cada vez más estamos viendo en América latina ex intelectuales y ex revolucionarios resentidos dispuestos a ser comprados como iconos imprescindibles de la galería política administrada por gobernantes de turno convencidos de la conveniencia de lucir una imaginería culturosa de izquierda, fácilmente domesticada y a la espera de la jubilación.

XI

ERRORES Y READAPTACIONES DE LA IZQUIERDA

En principio existen dos tipos de intelectual difundidos entre la gente. Uno es el correspondiente a los académicos y otro a los intelectuales de izquierda.

El primer tipo, se sabe, es el más antiguo, el que se recuerda de cuando uno era chico, tiempos en los que el conocimiento brindaba gozo y prestigio a sus apropiadores y la vida se veía como un tren que paraba en todas las estaciones.

Todavía buena parte de las representaciones anclan en la cuestión de los elevados conocimientos que caracterizan a los intelectuales, y en el hecho de que ellos integran un mundillo o colectivo al que acceden los más importantes, refiriéndose tácitamente a los consagrados, connotando de este modo a la Academia, aun sin poseer suficiente conocimiento ni representaciones sobre ella.

Ésta es una concepción habitualmente considerada elitista desde las concepciones de izquierda, debido a los criterios de selección y jerarquización de los productos intelectuales y de sus realizadores.

El académico es visto como un erudito, un pensador profundo con formación universitaria que conoce todo lo existente o lo escrito sobre un determinado campo de estudios. Actualmente son vistos como los expertos, denominación que pretende mostrarlos como los no politizados o los apolíticos, o dicho de otro modo, desentendidos de las consecuencias sociales de la ciencia y de su propio rol social.

En cambio, a los otros intelectuales, a los de izquierda, se los percibe o intuye como muy vinculados con la política, por más que en estos tiempos hayan perdido influencia a cambio de una renovada presencia en otros ámbitos de la cultura.

Sin embargo, los expertos no son ni inocentes instrumentadores científicos de las decisiones políticas de los poderosos, ni tampoco los perversos tecnócratas responsables de todos nuestros males.

Ellos representan los activos intelectuales de una nación, producidos por nuestras universidades nacionales o privadas, y con los cuales nuestros gobiernos nacionales mantienen una muy grande deuda histórica de olvido, abandono, menosprecio, desvalorización y en determinados campos de la actividad económica y social de falta de oportunidades para su desarrollo profesional.

La mitología izquierdista, que los considera en bloque como la derecha intelectual del sistema, no sólo no hace justicia a la importancia de sus aportes reales y potenciales a la vida material y cultural sino que tal posición es un verdadero disparate, toda vez que las modalidades y funcionalidad concreta del sistema capitalista entre nosotros es fruto muchísimo más de nuestras propias contradicciones, limitaciones e incapacidades políticas de carácter estructural para implementar políticas de desarrollo con equidad social, que de las tensiones e intereses propios del capitalismo internacional.

El otro modelo, correspondiente a la percepción predominante, es el de los intelectuales como abonados naturales de las izquierdas de toda clase.

De quienes más se habla, o de quienes se habla cuando se menciona a los intelectuales a secas es generalmente de la intelectualidad de izquierda, de los intelectuales simpatizantes o militantes en partidos u organizaciones socialistas, preferentemente marxistas.

Esta tendencia estuvo fuertemente instalada en los años 60´s y 70´s hasta la crisis de las grandes utopías y el propio fracaso de la izquierda en Argentina.

Actualmente, pese a hallarse en retroceso por el agotamiento de sus clásicas obsesiones en un contexto mundial absolutamente distinto, los intelectuales de izquierda conservan espacios tradicionales y cierto anclaje en los imaginarios sociales, toda vez que la cultura en sentido amplio tiene presupuestos y mitos de izquierda en un contexto de vida material que por oposición se percibe y designa habitualmente como de derecha. Derecha que mercantiliza productos ideológico culturales de izquierda, que son consumidos por pequeñoburgueses de todos los signos políticos reducidos a meros objetos culturales.

De modo que lo que en otra época fue drama, hoy se ha convertido en sátira.

Durante la Guerra Fría los intelectuales de izquierda eran percibidos como aquellos que permanentemente expresaban su disconformidad con todo y contra todo; los que desarmaban lo que los políticos y los intelectuales de la derecha habían armado, buscando mostrar los defectos de su hechura, o los injustos fines perseguidos con tal obra. Y lo llevaban a cabo con tremendismo, rupturas, provocación y escándalo.

También eran y son asociados en las percepciones habituales de los ambientes culturales medios con resistencia cultural y contracultural, es decir, compromiso crítico de conocimiento y denuncia y apoyo a las manifestaciones políticas afines desde una posición ideológica generalmente reputada como izquierda, aun teniendo coincidencias, afinidades y diferencias entre si. En general tienen una oposición concreta y militante a la globalización neoliberal.

Todos se arrogan la representación de la sociedad y el pueblo en cuyo nombre se expresan pero ponen en el centro de su pensamiento los intereses de las clases explotadas o subordinadas, mientras consideran a la otra intelectualidad como individualista e indiferente a los problemas sociales. Más aún, la consideran directamente al servicio de los enemigos del pueblo… trabajador.

Han estado abonadas a las conocidas orientaciones ideológicas del llamado socialismo real: leninismo, trotzkismo, maoísmo, guevarismo, polpotismo, etc, etc, además de las innumerables sectas izquierdistas posmodernas, todas hijas, nietas y biznietas prefiguradas en Carlos Marx.

Cada una de esas orientaciones, a su turno, ha pretendido hegemonizar en el mundo de la cultura la representación de los paradigmas de la criticidad y el compromiso con la lucha anticapitalista por el socialismo.

Este fenómeno siempre está de actualidad pese a los fracasos que las teorías de izquierda experimentaron en su vinculación con la praxis política en su pretensión de transformar el mundo.

Qué se entiende por fracaso es un largo debate en el inventario del dolor que prefiero no realizar pues quien me lee ya sabe a que me refiero, por más que pueda compartir o rechazar lo que digo.

Esas izquierdas hoy son sólo fantasmas de una causa que murió derrotada no por el capitalismo sino por sus propias incapacidades y limitaciones.

Pero ello no obsta a que los intelectuales de izquierda de hoy postulen desde sus innumerables puestos de observación del mundo la continuidad del mito de que frente al proyecto único de la derecha reaccionaria hay que construir otro proyecto único pero representativo de todas las izquierdas unificadas y representadas. Ésta sería la tan pregonada nueva izquierda de hoy.

Por esa misma fragmentación política e ideológica que caracteriza en esencia a las izquierdas, proveniente de su tradicional reductibilidad a la mínima expresión identitaria, y por tener que construirse semejante utopía sobre las ruinas y los escombros subsistentes, incluidos los intelectuales y militantes izquierdistas, en el mejor de los casos tal intento derivaría en la aparición de novísimas nuevas izquierdas condenadas a repetir los viejos errores. En definitiva, sería más de lo mismo, ni bueno ni útil a la causa de los pueblos, pero seguramente sería funcional a la derecha, como siempre.

En páginas anteriores mostré los deberes de un intelectual para esta visión y di mi posición al respecto.

Ahora seguiré sumando consideraciones al mismo tema, comenzando por decir que el del intelectual de izquierda es un estereotipo que creció desde finales del siglo XIX, al amparo del Estado Nación, del Estado Benefactor y de la Guerra Fría, y que aunque desgastado -por no decir agotado- sobrevive como un nicho de mercado de la Globalización.

Su supervivencia en el revival sesentista y setentista de la primera década del tercer milenio tiene lugar soslayando el fracaso histórico de aquellas izquierdas bajo la onda política retro, cuando hoy la memoria popular desconoce en gran medida su verdadera trayectoria en Argentina y América latina, y sólo se guía por una versión mitificada de giro internacional que sirve para escribir, libros, hacer películas, documentales, canciones, camisetas, boinas, medallas, tatuajes, etc., etc.

Igual que hace cuarenta años, han reaparecido viejas discusiones y temas con los que se entretenían los universitarios de entonces, y nuevos libros han aparecido reuniendo los maquillajes necesarios para intentar cautivar a los muchachos de hoy.

Simultáneamente, los problemas sociales y económicos de la actualidad latinoamericana y las nuevas experiencias políticas de Sudamérica son terreno fértil para un nuevo reciclaje del mito.

La leyenda del intelectual de izquierda como faro, como David, como resistente, etc, es permanentemente fogoneada por los mismos intelectuales que circulan en el mercado y por el coro áulico de la cultura "progre" que opera como caja de resonancia de su apostólica misión: el intelectual debe ser un eterno antipoder, o mejor dicho, antisistema.

Aclaremos: esta crítica no se debe a que no aprobaran los exámenes que la historia les tomó en Argentina, en América latina y en el resto del mundo, sino a mi rechazo a dogmas y concepciones fundamentalistas en cualquier campo, entre otras las referidas a misiones de ningún tipo para los intelectuales ni para nadie. Cada uno tiene que aprobar los exámenes habilitantes en la Universidad y nada más. Después, quien toma examen es la vida. Porque si alguien confiere misiones a cumplir es porque tiene mucho poder, llámese Dios o el partido, y ante ellos no cabe -lo hemos aprendido de la historia- otra conducta que la sumisión. Y eso es contradictorio con el mito del intelectual libre, rebelde, insumiso, aunque no con la realidad real, como hemos visto.

Debemos decirle "nunca más" a esos intelectuales mesiánicos que predican la violencia y la cultura de la muerte para que la practiquen otros, como han hecho y continúan haciendo tantos intelectuales de izquierda en todo el mundo

Debemos rechazar a los pretendidos intelectuales, sean de izquierda o derecha o de cualquier tipo, que de intelectuales pasan a religiosos y hablan de deber, conciencia, voluntad, doctrinas, dogmas, misiones, mandatos, cielos e infiernos, elegidos y condenados.

Así han procedido los intelectuales de los más variados signos políticos e ideológicos, es decir, con sentido misional, toda vez que asumieron la representación del pueblo siendo ésta una apropiación indebida. Ni el pueblo tiene una sola voz ni una sola conciencia y por eso mismo las izquierdas no han atinado nunca a sincronizar su interpretación con los deseos y sentimientos populares más representativos ni con las necesidades, propuestas y soluciones más convenientes para todos.

La izquierda está en crisis en todas partes en tanto es esencialmente no democrática. Buena parte de ella ha emprendido la retirada de la lucha para acogerse a los beneficios de los fondos de jubilaciones y pensiones. Algunos izquierdistas muy oportunistas han mutado ideológica y políticamente, y buena parte también se ha reciclado en la actividad política con nuevos ropajes, siendo criticados hasta por antiguos compañeros que han permanecido irreductibles. Otros han quedado tan confundidos y culpables que se sienten paralizados y no tienen fuerzas para levantarse ni para caminar siquiera en otra dirección, por lo que objetivamente nutren espacios que suelen caracterizarse como los de los indiferentes siendo que no es exactamente indiferencia lo que sienten sino un complejo de sensaciones dolorosas como el desencanto, el pesimismo y hasta el escepticismo, algo impensable en los robots marxistas.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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